PIONERAS DE NUESTRA NACIONALIDAD
Por OLINDA MASSARE DE KOSTIANOVSKY
FUNDACIÓN "NICOLÁS DARÍO LATOURRETTE BO"
Manuel Domínguez esquina Paraguarí
Teléf.: 497 781 Asunción, Paraguay
www.museodeartesacro.com
Tapa: Cuadro "La mujer paraguaya"
Diagramación: Gilberto Riveros Arce
Corrección: Arnaldo Núñez
Mucho celo y técnica fueron empleados en la edición de esta obra. No obstante, pueden ocurrir errores de digitación, impresión o duda conceptual. En cualquiera de las hipótesis, solicitamos la comunicación a nuestra Casa Central, para que podamos esclarecer o encaminar cualquier duda.
La Fundación no asume responsabilidad alguna por eventuales daños o pérdidas a personas o bienes originados por el uso de esta publicación.
Hecho el depósito que marca la Ley N° 1328/98.
ISBN: 978-99953-2-741-1
Asunción - Paraguay
2012 (135 páginas)
La presente edición de Pioneras de nuestra nacionalidad, de Olinda Massare de Kostianovsky, es financiada por la Fundación "Nicolás Darío Latourrette Bo" del Paraguay.
La Fundación "Nicolás Darío Latourrette Bo" es una sociedad civil sin fines de lucro que busca contribuir a representar, promocionar y difundir el arte, la cultura y la naturaleza del Paraguay, a niveles nacional e internacional, a través de la educación, realización. de proyectos, publicación e interacción con los actores sociales y la ciudadanía.
ÍNDICE
Presentación
Agradecimiento
A manera de Introducción
PARTE I:
TIEMPO DE LA CONQUISTA
I. Hacia la Conquista
II. Fundación de Asunción Juan de Zalazar de Espinoza
III. Don Pedro de Mendoza a la Colonia
IV. Mencia Calderón de Sanabria
V. María de Sanabria
VI. Elvira de Contreras y Carvajal
VII. Isabel Becerra y Mendoza
VIII. Ana Díaz
IX. Jerónima de Contreras
X. Francisca Jesusa Pérez de Bocanegra
XI. Breve reseña biográfica de los hijos de doña Isabel Venegas y de Alonso de Encinas
XII. La Virgen de la Asunción. Su historia
XIII. Poesía a Nuestra Señora de la Asunción
PARTE II:
EL ESFUERZO COLONIZADOR. EL MESTIZAJE
I. El mestizaje
II. Cronología cuantificada de las emigraciones españolas al Río de la Plata y Paraguay
III. La Colonia
IV. Las hijas de Irala
V. Los hijos de Irala
VI. Mariana Ortiz de Zarate
VII. Juana Esquivel
PARTE III:
EL MOVIMIENTO COMUNERO
I. Los Comuneros
II. Lorenza Mena de las Llamas
PARTE IV
ASUNCIÓN HACIA LA REVOLUCIÓN DE MAYO
I. Homenaje al Bicentenario
II. Características generales
III. Acta de la Junta General del 17 de junio de 1811
IV. Las mujeres
V. Las Madres de los Próceres
VI. Esposas y Esposos
VII. Acta de la Independencia de la República del Paraguay
VIII. Juana María de Lara
IX. Himno la Independencia
X. Josefa Facunda Speratti de Yegros
XI. Luisa Bernarda Echague de Iturbe
XII. Juana Mayor Viana
XIII. Josefa Antonia Cohene de Mora
XIV. Petrona Zavala de Machaín
XV. Beatriz Fernández Montiel
XVI. Maria teresa de Jesús Sostoa
XVII. Carmelita Speratti Iriburu de Martínez Sáenz
XVIII. Francisca Gregoria Benítez
XIX. Felipa Acosta Cavañas
XX. Doña Juana Rosa Franco de Torres de Cavañas
Conclusión
Bibliografía
PRESENTACIÓN
Un hecho histórico como la Independencia del Paraguay, como todo hecho humano, puede ser estudiado, analizado y valorado desde muy diversas perspectivas. Algunos lo han interpretado desde el punto de vista de la economía, otros desde la geopolítica, etc. Sin embargo, el factor común, normalmente, en los estudios históricos es que la narración que prevalece es la de los vencedores, la del más fuerte, que acalla la voz de otros protagonistas.
Para memorar los 200 años de vida independiente del Paraguay, la Fundación Nicolás Darío Latourrette Bo ha querido sumar un aporte que, como en más de una ocasión en encuentros con las amigas de la entidad "Kuña Aty" se ha comentado, permita poner el foco de atención en unas protagonistas de la gesta histórica nacional muchas veces, no digamos olvidadas, sino, peor aún, desdeñadas, las mujeres, las pioneras de nuestra nacionalidad, al decir de la Dra. Olinda Massare de Kostianovsky.
¿Sería posible -y hacemos esta pregunta con licencia de la historiografía, al juzgar un hecho pasado con conceptos y mentalidad del presente- pensar siquiera en que Pedro Juan Cavallero, Fulgencio Yegros, y todos los que urdieron la independencia patria, hayan podido sostener semejante proyecto sin el apoyo, el aliento, la comprensión y la fortaleza de sus mujeres? Es más, en muchas ocasiones, ¿no habrá sido la fuerza y el empuje de esas mujeres las que insuflaron los ánimos necesarios para no decaer en tan arriesgada tarea?
Con la inestimable ayuda de la Dra. Olinda Mascare de Kostianovsky, nos propusimos rescatar a esas mujeres, subrayemos nuevamente, olvidadas, para que también, en estos tiempos de recordación y celebración, puedan ofrecer la parte de la historia que han vivido y, muchas veces, sufrido. Si lográramos que los niños y jóvenes de nuestra patria aprendan y valoren quo además de Juana María de Lara, otras grandes paraguayas, con hechos concretos, han sido protagonistas de la Independencia del Paraguay, este esfuerzo de la Fundación Nicolás Darío Latourrette Bo habrá valido la pena.
Nicolás Darío Latourrette Bo
Presidente de la Fundación
A MANERA DE INTRODUCCIÓN
Todos los pueblos tienen sus figuras consagradas por la devoción y reconocimiento; figuras a las que se les rinde culto incondicional, se les evoca con cariño, más que un hombre, es símbolo de una causa, la encarnación de un ideal, por designio superior, de aquello por lo cual el individuo de todos los tiempos luchara desde que asentó sus plantas sobre la Tierra: la libertad.
Muchas de estas figuras se relacionan, son capítulos muy importantes en la historia de nuestra patria, pero hay muchas que se levantan majestuosas e inconmovibles y que rebasan las fronteras de la tierra paraguaya, para prolongarse y darse a conocer por toda América y alcanzar contornos universales, colocándose al lado de los inmortales.
Todas estas noticias y gritos de alarma se divulgaron en España cuando en el año 1545 llegaron a la península el adelantado Alvar Núñez Cabeza de Vaca, el escribano Pero Hernández, los oficiales reales Alonso Cabrera y García Venegas, el procurador de los pobladores de la Asunción Martín de Orué y otros conquistadores de la Asunción que, a más de distribuir las numerosas cartas y relaciones de la gente que quedaban con Domingo de Irala, prestaran largas y emocionantes declaraciones para el conocimiento de la misión conquistadora.
Existen pocos documentos del Archivo Nacional de Asunción durante la primera época de la colonia y son contadas las mujeres españolas que llegaron.
En la primera época del coloniaje el Paraguay careció de escuelas. Los conquistadores, ocupados en sus guerras, apasionados por la aventura y, por lo general, poco instruidos, se limitaron a su misión histórica de someter esta parte del Nuevo Mundo al dominio de su rey.
Con relación a la presencia femenina, inicialmente en el Río de la Plata, y posteriormente en el Paraguay, el primer grupo en llegar lo conformó una veintena de mujeres. Algunas de ellas regresaron a la metrópoli, pero las que se quedaron, una vez establecidas en la comarca asuncena y casadas con europeos, fueron madres de las criollas y los criollos. Similar situación sucedió con las hispanas que fueron llegando en las distintas expediciones durante el transcurso de la citada centuria. Paralelamente, también proliferaron los nacimientos de mestizos y mestizas provenientes de las uniones indiscriminadas del peninsular con las indígenas. Es interesante mencionar que el propio gobernador Martínez de Irala al principio de su gobierno había ordenado a los soldados "tomar a las mujeres y a las hijas de los indios y que las robasen y las trajesen para ellos". El mismo mantuvo relaciones con unas siete u ocho indígenas que le dieron un total de nueve hijos e hijas, a quienes reconoció como suyos y les otorgó su apellido. Existen informes que atestiguan las acciones de los oficiales reales, quienes iban "... a los ranchos de los naturales a tomar sus haciendas y los hacían venir a palos a trabajar y servirse de ellos y tomaron a sus mujeres e hijas por la fuerza en contra de su voluntad..." Con respecto al número de nativas, quienes, en su mayoría, fueron concubinas de los conquistadores, unas 700 mujeres fueron distribuidas en Asunción para trabajar en las labores domésticas y en los campos. El gobernador informaba sobre la gran "abundancia de este servicio" con las cuales se podía "abastecer a más de 3.000 españoles".
Por consiguiente, es de imaginar la inmensa proliferación de niños mestizos que se hallaban dispersos por la comarca asuncena, de tal manera que dos décadas posteriores a la fundación de Asunción se informaba la existencia de "tres mil hijos de españoles varones y hembras, prueban como los naturales de España... y ay muchas hijas de conquistadores viejos casados... ay muchas señoras españolas todas casadas".
Así como de las españolas y de las criollas existen diversas noticias, también se tienen de varias mestizas, especialmente de las hijas de Irala, y de otro expedicionario, sin embargo, de sus madres indias la historia no las ha individualizado por sus nombres y por sus acciones, sino que las conocemos por su vinculación con el conquistador o cacique. No obstante, estas mujeres también merecen ser citadas, pues gracias a ellas surgió un importante grupo social, el europeo-indígena, que determinó el nacimiento del paraguayo y de la paraguaya.
El trabajo se centró exclusivamente en abordar la participación femenina durante la primera etapa de exploraciones y conquistas del antiguo territorio paraguayo, a partir de 1541, cuando el gobernador Domingo Martínez de Irala, atendiendo al principio militar de la concentración de fuerzas, decidió abandonar a los desprotegidos e inseguros fuertes sureños y reunir a todos los europeos en Asunción, hecho que coincide con la vigencia de la amplitud territorial de la denominada Provincia Gigante de las Indias. Hasta la llegada del adelantado Ortiz de Zárate en 1576, arribo que constituyó la gran empresa inmigratoria europea arribada al Paraguay. Después de la segunda fundación de Buenos Aires en 1580 y la división de la provincia por orden de Felipe III en 1617, cesó la inmigración continua y el país se caracterizó por una subrayada retracción territorial y demográfica.
Hacia 1545, el sacerdote Francisco González de Paniagua denunció que en el Paraguay los españoles usaban más libertades que los musulmanes con respecto a la tenencia de esposas, "el cristiano que está con cuatro indias es porque no puede tener ocho y el que con ocho, porque no puede tener diez y seis... y así sino es muy pobre no hay quien baje de cinco y de seis, la mayor parte de quince y de veinte, de treinta y de cuarenta... y no lo hacen secretamente, sino que el vicio está entre ellos, desde el mayor hasta el menor y lo hacen en sus casas y publican en las calles y plazas... y hay hombres tan enajenados que no piensan en otra cosa que en sus placeres que ni pretenden volver a España".
Las mujeres que arribaron como pobladoras de la Asunción fueron un aliento de vida que infundió en aquellos hombres nuevas esperanzas e ilusiones.
La llegada providencial de aquellas mujeres representa la influencia civilizadora más grande que en aquellos años experimento el Paraguay, e inicia la era de verdadera colonización.
PARTE I
TIEMPO DE CONQUISTA
MENCIA CALDERÓN DE SANABRIA
En la expedición de doma Mencia Calderón De Sanabria, "la Adelantada", mujer de gran carácter, llegaron 250 hombres y 50 mujeres, de los cuales 20 eran doncellas que serian esposas de los españoles de estas tierras. Habían salido de España el 10 de enero de 1550, en 3 naves; sufrieron innúmeras penurias antes de llegar. Al tocar costas brasileñas, los portugueses de San Vicente les impidieron continuar el viaje. Allí fundaron, en jurisdicción española, la colonia de San Francisco; se realizaron varios matrimonios, de los que saldrían las familias más representativas de la colonia, y los hijos habidos en ellos darían lustre, por su actuación, como Hernando Trejo de Sanabria y el criollo Hernandarias. La expedición llegó por fin a la Asunción, en 1555. Fueron recibidos los expedicionarios por el gobernador.
En una cada de Salazar consta que en el Mbiazá, antiguo puerto de Patos, un caballero llamado Hernando de Trejo se ha casado con doña María de Sanabria.
Es digno destacar que de la expedición de doña Mencia de Sanabria formaron familia en el Paraguay españolas que se adaptaron a las costumbres de nuestra colonia. Citaremos a:
- Mencia Brítez, casada con Julián Ximenez.
- María de Brito, casada con Sapíón de Goes en primeras nupcias y en segundas nupcias con Ruy García Mosqueira.
- Inés Carduzo, casada con Gaspar Fernández.
- María Díaz de Avalos, casada con Miguel Ortiz.
- Juana Montero, casada con Alonso Benítez.
- María Rodríguez, casada con Francisco Cepeda.
- Lucía Sánchez, soltera.
- Petronita Salazar, casada con Baltasar de Carvajal.
MARIA DE SANABRIA
Nació en Medellín, Extremadura, hija de Juan de Sanabria y Mencia Calderón. Compartió con su madre innumerables problemas viajando 400 leguas a pie, arribando a la colonia el 22 de diciembre de 1555 junto con cuarenta mujeres y 200 soldados, quienes habían salido de España cinco años antes. Doña Mencia tomó a su cargo la empresa por el fallecimiento de Juan de Sanabria para cumplir con la capitulación firmada.
Salieron de San Lucas en tres naves no solamente las damas y doncellas sino también doscientos soldados, entre ellos el arcabucero alemán Hans Staden, quien luego escribió sus memorias. Doña Mencia colaboró eficazmente en la organización de la armada y contribuyó para sus gastos con su hacienda personal. Durante el viaje pasaron toda clase de vicisitudes. Los vientos llevaron a los buques sobre las costas de África y fueron presas de corsarios franceses que los despojaron de cuanto traían de valor, aunque respetando la honestidad de las mujeres, según convenio previo.
Por fin llegaron a Santa Catalina, donde la armada se dividió en dos grupos, como consecuencia de las rivalidades producidas entre los jefes en la larga navegación. Allí sufrieron mucha hambre hasta que fueron socorridos por los indios tupíes. Pero tropezaron con la hostilidad de los portugueses de San Vicente, que no les permitieron seguir el viaje.
María de Sanabria contrajo nupcias en el campamento del Mbiazá de la isla Santa Catalina (antiguo Puerto de Palos) con el capitán Hernando Trejo. Bendijo el matrimonio el capellán Bartolomé de la Cruz, quien integraba la expedición de doña Mencia y pertenecía a la Orden de San Francisco. Poco después fundaron la ciudad de San Francisco, que estaba situada en la terminal de la línea de partición que según la Bula Papal dividía las tierras del Nuevo Mundo entre españoles y portugueses. Tuvo dos hijos, Hernando y María, su hijo sería el futuro fray Hernando de Trejo, primer provincial criollo de la orden franciscana y tercer obispo de Tucumán. Siendo muy joven, a los 15 años partió de Perú, donde siguió sus estudios en el colegio franciscano de Lima, abrazando la orden seráfica, y por sus dotes de inteligencia y virtudes prometía alcanzar un alto destino; su otra hija fue María, esposa del capitán Carrillo Mendoza.
María de Sanabria quedó viuda del capitán Hernando Trejo, dos años después contrajo segundas nupcias con Martín Suárez de Toledo, con quien tuvo ocho hijos: Hernandarias, el primer gobernador criollo, que tomó el nombre de su abuelo que había sido correo mayor de Sevilla; Martín Suárez de Toledo, que abrazó la carrera eclesiástica en Buenos Aires; Cristóbal de Sanabria, que fue encomendado en Cochinoca y propietario de las minas de Casabindo (Jujuy); Ana, que se casó con el caballero Antonio de Añasco; Francisca, que se casó con el general Francisco González de Santa Cruz, hermano de San Roque González de Santa Cruz; Juana, quien contrajo matrimonio con Juan de Garay y Becerra, hijo del fundador de la segunda Buenos Aires; Inés, que se casó con Alonso de Escobar, primer regidor de Buenos Aires; y Beatriz, que optó por el apellido de su abuela paterna: Beatriz Suárez de Figueroa.
Dice el historiador Gandia: "Las damas y damiselas, bien curtidas por aquel viaje que había durado, desde la salida de España, nada menos que cinco años largos, no traían la belleza y las buenas maneras que tenían al partir, pero para los españoles de Asunción, habituados a las indias medio salvajes del Chaco y Guairá, aquellas mujeres blancas debieron parecer vírgenes como las de los altares de las iglesias de España. Todos se apresuraron a casarse con ellas, lavándose ahora de vez en cuando, cambiando los bruscos modales que habían adquirido con el trato con los indios, por otros más gentiles y amanerados, y tornando a pesar en los blancos coletos recamados que desde tantos años no habían vuelto a usar".
"La llegada providencial de aquellas mujeres representa la influencia civilizadora más grande que en aquellos años experimentó el Paraguay e inicia la era de la verdadera civilización".
ELVIRA DE CONTRERAS Y CARVAJAL
Nació en Medellín, Extremadura, hija de Francisco Becerra e Isabel de Contreras.
Acompañó a su madre en el viaje al Paraguay tras el fallecimiento de Juan de Sanabria, quien había firmado la capitulación en 1547, comprometiéndose a llevar al Río de la Plata un mínimo de 20 doncellas que suplieran la falta de mujeres en Asunción.
Contrajo matrimonio en San Francisco en 1533 con el capitán español Ruy Díaz de Melgarejo, hijodalgo, hermano de Francisco Ortiz de Vergara. Arribó con la expedición de Cabeza de Vaca, adversario de Irala y cabecilla del motín que derribó a Francisco de Mendoza, decapitado en Asunción, fue preso por Irala, pero logró evadirse llegando a San Vicente.
Su matrimonio tuvo un triste final, dando pie a uno de los hechos más tristes de la época, Ruy Díaz de Melgarejo, creyéndola en adulterio a su esposa con el clérigo Juan Fernández Carrillo, ex confesor de todas las damas que compartían la travesía del océano, los mató a estocadas en Ciudad Real, ciudad que él había fundado y de la que era su gobernador en ese momento, en el año 1568.
Ante semejante escándalo, abandonó la ciudad, dejándola por mucho tiempo, fue absuelto por el provisor fray Francisco González Paniagua.
Su madre, doña Isabel de Contreras, se hizo cargo del cuidado de sus nietos, que habían quedado desamparados, entre ellos el futuro fray Rodrigo Ortiz de Melgarejo, vicario general del Obispado de la colonia en 1595.
Cuarenta años después realizó su testamento en Santa Fe, fechado en octubre de 1595, recordaba con dolor a su pobre esposa y al referirse a sus hijos, "mis hijos habidos con doña Elvira Carvajal, mi legítima mujer que Dios haya".
ISABEL BECERRAY MENDOZA
Doña Isabel Becerra y Mendoza, nacida al igual que su hermana Elvira en Medellín. En 1564, Isabel conoció al capitán Juan de Garay. Eran cincuenta mujeres, cuatro de ellas casadas y el resto, doncellas, todas de buenas familias, que formaban parte de esta empresa, los capitanes Hernando de Trejo, Hernando de Salazar, Juan de Ovando, Francisco de Becerra y el sevillano Cristóbal de Saavedra. Este último, hermano del expedicionario Martin Suárez de Toledo, en que se hallaba la propia Mencia Calderón de Sanabria, más conocida como doña Mencía, La Adelantada. Con ella zarparon sus hijas y otras mujeres, hermanas e hijas de los oficiales.
Antes de llegar al Paraguay, la expedición de doña Mencia sufrió una serie de dramáticos incidentes: fuertes tempestades marinas pasando por el abordaje de piratas en la costa africana hasta la permanencia por espacio de cinco años en territorio lusitano. Al llegar a la costa atlántica indiana, los integrantes, reducidos a unos 80 hombres y 40 mujeres, desembarcaron en la isla de Santa Catalina. Varios oficiales, entre ellos el capitán Francisco de Becerra, habían fallecido en aquella travesía. Desde la isla, doña Mencia envió al capitán Cristóbal de Saavedra con cinco soldados indígenas al Paraguay para que avisaran de su llegada, suponiendo que su hijo Diego de Sanabria se hiciese cargo de la gobernación.
Saavedra llegó a Asunción hacia 1551, solicitando auxilio, pero la demanda no pudo ser satisfecha por el gobernador Domingo de Irala, por carecer de navíos para llegar a Santa Catalina. Despachó por tierra en dos ocasiones consecutivas a Nufrio de Chaves hasta el sitio, pero el oficial regresó sin hallar a los compañeros de la expedición. Otro grupo de treinta soldados, al mando de Hernando de Salazar, había partido de Santa Catalina, siguiendo la misma ruta que hiciera años atrás el adelantado Cabeza de Vaca.
Doña Isabel de Becerra terminó sus días en compañía de sus hijos: Juan de Garay, quien fuera Alférez Real, Teniente de Gobernador y Justicia Mayor de aquella ciudad, marido de doña Juana de Saavedra, hija del general Martín Suárez de Toledo y de doña María de Sanabria, hermana de Hernando de Arias de Saavedra; don Tomás de Garay, primero Regidor de Asunción y luego Alcalde del Cabildo de Buenos Aires, casado con doña Juana de Morales; don Cristóbal de Garay, de notable actuación en Santa Fe, en los empleos de Alférez Real, Alcalde y Regidor; doña Ana de Garay, casada con don Fernando de Luna y Trejo; doña María de Garay, esposa en primeras nupcias de don Gonzalo Martel y Cabrera, hijo del fundador de Córdoba y en segundas nupcias con el capitán Pedro García de Arredondo, Alcalde y Teniente de Gobernador de Buenos Aires; y doña Gerónima de Contreras, esposa del gobernador criollo del Paraguay, Hernando Arias de Saavedra.
A Ana Díaz con justicia se la puede llamar la "Conquistadora y Colonizadora de esta tierra", mestiza, hija de Mateo Díaz, expedicionario que llegó a nuestra colonia con el 2°AdelantadoAlvar Núñez Cabeza de Vaca. Según documentos del Archivo Nacional de la Asunción, el 7 de junio de 1576 su tutor, Tomás Hernández, solicitó venia para entregarle los bienes que fueran de su esposo, Rafael Foles.
Ana Díaz participó en la expedición de Juan de Garay, en la segunda fundación de Buenos Aires, y existe un plano de repartimiento de solares dispuesto por el general Juan de Garay en 1583, plano que en pergamino de cuero se guarda en el Archivo General de Indias en Sevilla. En él aparece el nombre de Ana Díaz como beneficiaria del solar N° 87, que le fue adjudicado.
A principios de 1580, hallándose Garay en la Asunción lanzó un bando diciendo que repoblaría a Buenos Aires si encontraba hombres y mujeres de ánimo aguerrido, que pudieran soportar con él las penurias gloriosas de su gran aventura. "Es mi doble deseo -afirmó- fundar una ciudad que no puedan deshacerla los hombres. Una ciudad que sea "puerto de la tierra". Frase estupenda que conmovió quizá a los sesenta y seis paraguayos que se aprestaron para la odisea.
La histórica caravana salió de Asunción, una parte de la gente -la que conducía los ganados- emprendió su camino por tierra a través de los montes, a pie y a caballo, luchando con la naturaleza hostil y el indio bravío y las fieras.
Al llegar al punto convenido por Garay, los sesenta y seis paraguayos rodearon al intrépido conquistador, quien procedió a la fundación, a darle nombre, enarboló un palo de la justicia. Tomó posesión en nombre del Rey.
En cuanto a su padre, Mateo Díaz, Lafuente Machaín nos refiere que fue: "Expedicionario de Cabeza de Vaca, pescador natural de Puerto Real, Testigo en el juicio seguido por Julián López contra Gamborreta. Asistió a la elección del capitán Ortiz de Vergara para teniente de gobernador, 1558. Testó el 8 de julio de 1553. Vivía en Asunción en 1565". Escribía Natalicio González que era pescador, fue compañero de Pero Hernández", "maestro de anzuelos"; Carlos Zubizarreta, dice: "Mateo Díaz, armero, trabajó en la construcción de la carabela San Cristóbal de Buenaventura, la nave capitana que llevara al fundador y a otros españoles, algunos mancebos y a Ana Díaz".
Pedro Isbrán, con quien está ligada Ana Díaz, fue mestizo, nació antes de 1560. Participó en la fundación de Buenos Aires, acompañó a Garay como soldado, fue vecino de Buenos Aires. Testigo en la información hecha por el Cabildo en 1590.
La historia registra el nombre de Juan de Garay, "El Mozo", hijo natural del refundador de Buenos Aires, cuya existencia se confirma en la repartición de las tierras de Buenos Aires, cuando Juan de Garay lo llama "Mi hijo natural".
En marzo de 1580 salía nuevamente Juan de Garay con el bergantín "Santiago", algunas balsas y canoas para fundar Santísima Trinidad de Buenos Aires, media legua arriba del sitio donde estuviera la primera fundación mendocina. Llevaba el conquistador ochenta vecinos de Asunción, de los cuales sesenta y cuatro eran muchachos mestizos menores de veinte años. También iba una sola mujer, llamada Ana Díaz, y Diego Irala, hijo del conquistador, que luego se perdió en páginas olvidadas de la historia.
Don Juan de Garay, Teniente General de la Provincia del Paraguay, organizó la expedición que partió de la Asunción el 9 de marzo de 1580, deteniéndose poco después en Santa Fe para reaprovisionamiento. Llegados al estuario del Plata, casi media legua al norte de la población original, quedó escogido el lugar de fundación del Puerto, presumiéndose que la Plaza Mayor elegida por Garay quedaba donde hoy está la Plaza de Mayo. Era el sábado 11 de junio de 1580 y la ciudad fue bautizada con el nombre de la Santísima Trinidad. El mismo día, Garay procedió a la organización del Cabildo de la ciudad, en ejercicio de las atribuciones propias de todo fundador. Designó los dos alcaldes que tendrían a su cargo la administración de la justicia, y seis regidores que integrarían la corporación. Luego tomó juramento a las personas que había designado y en compañía se reunieron en la Plaza Mayor.
Meses después procedió a repartir los solares donde se levantarían las viviendas de los pobladores. (17 de octubre de 1580).
En sus primeros años de existencia, Buenos Aires debió ser socorrida por Santa Fe y por Asunción, Garay despachó el bergantín "Santiago" a ambas poblaciones con víveres.
A comienzos de 1583, Juan de Garay fue muerto por los indios minuanos, presumiblemente en la zona de Matanzas, actual Provincia de Buenos Aires. Pagó con su vida, como Alejo García, Juan de Ayolas y otros, el precio de la desconfianza del aborigen, propietario de aquellas tierras donde el blanco ponía los pies por vez primera al amparo de la cruz y de la espada.
Raúl Amaral ha escrito un poema a Ana Díaz, de admiración y reconocimiento por toda la tarea desarrollada.
ANA DIAZ
Fragmento de un poema
Ana Díaz,
Mujer fundacional,
Heredera del aire mestizo
El cemento te debe su palabra
Y el hierro su oración
Alguien buscó en tu sombra
La verdad del jazmín
El recuerdo que recorre en tinieblas
La leyenda,
Los sones que declinan
Alguien quiso
Que el cárdeno terrón
Fuera tu hijo
Tuviera forma, latitud, ósea nostalgia,
Virtudes de la guerra a lo imposible,
Y te llamó a su barca de soldado,
A su arcabuz de capitán,
A su velamen de navegante
Por aquel entonces
Una ciudad nació desde tus hombros
Desde entonces
Vives en errantes guitarras
Junto a las algas de la costa,
Con su corazón en cruz
Para tu ausencia,
Agradece a tus maternales
Pasos asuncenos
Esta versión de la esperanza.
(Raúl Amaral. "El león y la estrella", 1986)
JERÓNIMA DE CONTRERAS
Siglo XVII. Falleció en la ciudad de Santa Fe a la edad de 104 años. En su codicilo fue redactado el 10 de octubre de 1668. Esposa del primer criollo gobernador del Paraguay, Hernando Arias de Saavedra. Arribó a Santa Fe con la expedición de Juan de Garay, natural de la Villa de Medellín de la Provincia de Extremadura, quien escribió a S.M., a principios del mes de abril de 1582, solicitando la merced de prolongar las encomiendas a las personas o persona para casar con sus hijas. Contrajo matrimonio en abril de 1582 a los 18 años de edad, en la ciudad de Santa Fe. Único testigo fue Felipe Suárez, quien afirma "y sabe este testigo que el dicho General está casado y sellado en faz de la Santa Madre Iglesia con la susodicha, porque les vido este testigo desposar y velar en la ciudad de Santa Fe". El gobernador Hernandarias estableció la "Casa de las Doncellas Huérfanas y Recogidas", noble iniciativa junto con el Obispo, contó con el apoyo material desinteresado de Doña Jerónima de Contreras, rica terrateniente y buena benefactora de los franciscanos, que apoyando la obra educativa de la madre Bocanegra, "Mujer virtuosa, de temple y preocupada", concepto de la época, intentó jerarquizar a las "mesticitas" evitando el riesgo de perderse. Tuvieron tres hijas: María de Sanabria, casada con Miguel Jerónimo de Cabrera, Isabel de Becerra y Saavedra, casada con Jerónimo Luis de Cabrera, y Jerónima, quien falleció soltera. A través de su testamento y última voluntad se puede apreciar la riqueza que poseía este matrimonio, distribuyó sus bienes a favor de sus hijas, nietas y disponía todo lo relativo a su entierro en la iglesia del convento San Francisco de Santa Fe, donaciones a la Iglesia del convento de Santo Domingo, como también del Colegio de la Compañía de Jesús, distribución de las estancias y animales como también las 64 piezas de esclavos y cientos de chacras. Este testamento firmó en la Ciudad el Alguacil Mayor, vecinos y moradores de la Ciudad. Jerónima de Contreras en su juventud permaneció en la Colonia, atrajo la atención por su dedicación a expandir la fe entre los jóvenes, apoyando con "pecunia" personal a solventar las grandes necesidades en las villas y en las aldeas del Paraguay, que permanecían distantes entre sí, se lo recuerda como "Mujer dadivosa y desinteresada". Gozaba del cariño y respeto en la colonia.
Es considerada doña Jerónima Contreras como una de las damas más ilustres del siglo XVI. Todos sus biógrafos recuerdan a doña Jerónima como mujer de "gran generosidad" que adornó su alma, prestaba su amparo y mitigaba el dolor a todos los pobres.
Su celo por jóvenes "que han de venir a gobernar esta República" no era menor que su preocupación por la educación de las mujeres. Muchas hijas de españoles, dada la vocación de éstos por la guerra y la aventura, quedaron huérfanas y expuestas a todos los riesgos morales. El gobernante entendió necesario salvaguardar la virtud y la cultura de quienes serian los puntales del futuro hogar paraguayo. Fue así como favoreció la fundación de la "Casa de Recogidas".
"En la ciudad de la Asunción -informa- están recogidas en casa de una virtuosa mujer, que se dice madre Francisca de Bocanegra, más de sesenta mujeres solteras, pobres huérfanas, hijas de nobles padres que han servido mucho a Vuestra Majestad en esta provincia; muchas de ellas he procurado favorecer a dicha madre todo lo posible".
FRANCISCA JESUSÁ PÉREZ DE BOCANEGRA
Española. Fundadora de la Casa de las Recogidas y Huérfanas que funcionó en la Colonia, dedicándose exclusivamente a las jóvenes doncellas. Fue creada en 1589, a iniciativa del ilustre misionero el Padre Martín Ignacio de Loyola, sobrino del fundador de la Compañía de Jesús, quien vino al Paraguay en sus años mozos, completó su obra cediendo mil pesos para la creación de un hospital donde las recogidas atendían a los enfermos.
El establecimiento se abrió con sesenta internadas, pertenecientes a las mejores familias de la colonia, entre ellas las propias sobrinas de Hernandarias. "Eran solteras, pobres, huérfanas, hijas de padres nobles y que han servido en esas tierras, se mantenían con la venta de los productos elaborados".
La obra no solo se limita a la preservación de la mujer desamparada de cuantos peligros la acechan; además de su adoctrinamiento y la enseñanza de rudimentos de cultura, la habilita para ganarse el sustento y la conducción de un hogar cristiano.
Así las recogidas aprendieron a manejar el huso y el telar con cuyo fruto forman su dote para el oportuno matrimonio.
Si bien las condiciones exigidas para la admisión de las jóvenes eran orfandad y el desamparo, también se toleraba el ingreso de aquellos cuyos parientes o tutores desearan mejor crianza y "pagaban sus alimentos". Indispensablemente era "ser hijas de padres conocidos y honrados", exigiéndose una formal información que acredita su limpieza. Esta selección se cumplió solo inicialmente, satisfaciendo el carácter presuntuoso de los peninsulares, pero pronto fueron admitidas algunas "huérfanas mulatas", quienes, aunque obligadas a servir a las demás, recibían un "sustento", crianza y educación del mismo modo que a todas.
La casa de doncellas recogidas no tenía carácter de convento ni de casa religiosa, fue simplemente un taller de trabajo, obraje de paños realizados por las jóvenes doncellas cuyo recogimiento fue establecido para lograr su independencia económica y social.
Se fundó en una casa de propiedad de Hernandarias, vecina a la iglesia y al convento de San Francisco, donde asistían a misa cada ocho días y se confesaban cada quince días, rezando de noche las cuatro oraciones principales.
En 1612, un informe al Rey alude a las necesidades que sufren las cien huérfanas recogidas por la hermana Francisca Pérez de Bocanegra, para llevar a S.M., en demanda de auxilio. La Bocanegra inauguró en material educacional el método de instrucción general que un siglo después se generalizaría en Europa. Fue conocido por el método "Lancasteriano" por proceder de Lancaster (Inglaterra), donde se experimentaría la ventaja, por entonces, de la instrucción colectiva con un solo maestro.
Pero el mayor mérito de la ilustre educadora tal vez sea la jerarquizacion de la mujer en aquellos tiempos en que la cultura y las costumbres la situaban a un nivel inferior.
Pese a las dificultades y a las precariedades del medio, la casa permaneció abierta durante veinte años hasta la muerte de la madre abadesa, acaecida en 1617.
Sobrevivió a la muerte del obispo, quien falleció en 1606, y a la ida definitiva de Hernandarias del Paraguay, motivo de la división de la Provincia.
La Casa de las Recogidas estaba protegida por el poder civil y religioso, por el obispo Loyola y el gobernador Hernandarias, por lo que constituye la obra más trascendente y de esfuerzo a favor de la dignificación de la mujer en los tres siglos de historia colonial Paraguay.
Dirigida por la abadesa Francisca Jesusa Pérez de Bocanegra, a la que el padre Juan Eusebio Nieremberg, jesuita español, calificó de "mujer varonil y de gran espíritu", que veló en forma tesonera por la educación de las jóvenes, y a quien el propio Hernandarias la recuerda respetuosamente, en sus prolijos y frecuentes informes a la corona, como "Mujer de mucha virtud y ejemplo", que se ocupa de tan santa obra como es recoger en su casa y enseñar cristiandad.
Pero esta ayuda no se materializó por lo menos hasta cuatro años después, cuando toda la ciudad tuvo que lamentar la muerte de la abnegada educadora. Numerosas, sencillas pero sentidas honras recibieron los restos de la querida abadesa, especialmente de aquellas mujeres que, merced a su pródigo espíritu, alcanzaron una formación moral y social que sirvió de base al austero hogar paraguayo.
El padre Guevara describe la emoción del pueblo asunceno a la muerte de la Bocanegra, y recuerda a las recogidas que salmodiaban unos versos "más amorosos que elegantes", del padre Diego de Boroa, en homenaje de la extinta. Tales versos dicen así:
Cóncava casa, qué es de nuestra Madre?
Querida madre, dinos dónde habitáis
Hasta olvidado de estas pobrecitas
Por verte con el Hijo y con el Padre?
Dinos algo, señora, que nos guarde,
Porque nos tienes tristes y marchitas,
Huérfanas somos, grandes y chiquitas,
Ya no tenemos perro que nos ladre.
Lúgubre Parca, muerte furibunda,
Por qué nos has quitado nuestra luna
Y se la has dado a la noche negra?
Dónde hallaremos muerte segunda
Más triste y corta que nuestra fortuna
Pues que perdimos a la Bocanegra?
En casa de doña Jesusa de Bocanegra registra don Ricardo de la Fuente Machaín las siguientes mujeres que vivieron en ella y recibieron una educación cristiana y la enseñanza a todos los quehaceres de la casa: Catalina de Cañete, Juana de Carmona, Agueda de Carquicano. Siguiendo un orden alfabético, otras mujeres de la citada empresa fueron: María de Castroverde, Catalina y María Correa, María Dávalos Altamirano, Beatriz Díaz, Inés Díaz, Mari Díaz, Isabel Domínguez, Águeda Fernández, Mari Fernández, Mencía de Figueroa, Beatriz de Flores, Catalina y Gerónima de Fris, Águeda de Funes, Inés García, Catalina García de la Baquera, Juana Gill, María González, María de Guzmán, María de la Higuera, Úrsula Jacques, Ana López, Florentina de Lorca, María Maldonado, Luisa Martín, Antonia Moreno, María de la O., María de Olmedo, Isabel Pantoja, Francisca Pérez, Inés de Pineda, Francisca de Quiroz, Gerónima Ramírez, Inés de los Reyes, Catalina del Río, María de Rivera, Isabel Rodríguez y su homónima, Mari Rodríguez, Catalina Ruiz, María Ruiz, María de Salcedo, Catalina Sánchez, María Sánchez, María Sánchez de la Baquera, Leonor de Santana, Ana Sebastián, María Sepúlveda, Lucía de Soto, Inés Término, Isabel de Valbuena, Juana de Valverde, Isabel Vázquez, Ana de Vega, Ana María de Vega, Ana Velázquez, Leonor de Zamora y María de Zepas.
Pero el mayor mérito de la ilustre educadora fue la jerarquización de la mujer, en aquellos tiempos en que la cultura y las costumbres la situaban en un nivel inferior.
El historiador argentino Manuel Cervera, en su "Historia de la Provincia de Santa Fe", afirma que las hermanas del gobernador criollo, Ana de Ocampo y Saavedra, que usó el apellido de la abuela materna Francisca de Saavedra, que usó el apellido del abuelo paterno; Juana de Sanabria Saavedra, que se casó con el hijo de Juan de Garay; Inés Suárez de Toledo, que usó el nombre completo de su padre, y Beatriz Suárez de Figueroa, que usó el apellido de su abuela paterna, hermanas menores de Hernandarias que permanecieron en la Asunción, se dedicaron a la atención de jóvenes para desarrollar su habilidad manual, prepararon al niño indígena para el conocimiento de la religión y las reglas de urbanidad e higiene.
La historia ha recogido el nombre de María de la Rivera, nieta de Ruy Díaz de Melgarejo, por su dedicación al progreso de la colonia, como también el de Mariana de Mendoza, quien colaboró en el Puerto de la Asunción como depositaria general de la ciudad.
Existe una cuarteta en que se identifica a la mujer del siglo XVII con estas expresiones:
"Nosotros sólo sabíamos
Ir a misa y rezar,
Componer nuestros vestidos
Y zurcir y remendar".
Nuestras palabras repiten, en términos modernos, lo que con giros antiguos expresó un profundo observador de aquel entonces, Jerónimo Ochoa de Eizague, en una carta al Rey del 8 de marzo de 1545: "es tanta la desvergüenza y poco temor que hay entre nosotros en estar como estamos con las indias amancebadas, que no hay Alcorán de Mahoma que tal desvergüenza permite, porque si veinte indias tienen cada uno con tantas o las mas de ellas creo que ofenda, que hay hombres tan encenagados que no piensan en otra cosa ni se darán nada por ir a España, aunque estuviesen aquí muchos años, por estar tanta aquí muchos años, por estar tan arraigado en nosotros este mal vicio".
Todas estas noticias y gritos de alarma se divulgaron en España cuando en el año 1545 llegaron a la península el adelantado Alvar Núñez Cabeza de Vaca, el escribano Pero Hernández, los oficiales reales Alonso Cabrera y García Venegas, el procurador de los pobladores de la Asunción, Martín de Orué, y otros conquistadores de la Asunción que, a más de distribuir las numerosas cartas y relaciones de la gente que quedaban con Domingo de Irala, prestaran largas y emocionantes declaraciones en los formidables actos con que comenzaron a combatirse en un pleito interminable Alvar Núñez y los oficiales reales.
II PARTE
EL ESFUERZO COLONIZADOR. EL MESTIZAJE
EL MESTIZAJE
El inicio del mestizaje en el período conquistador fue promiscuo, desordenado y generalizado. Sin mujeres españolas o casi sin ellas, los conquistadores dieron hijos a las guaraníes preferentemente de la parcialidad de los carios, con las que no necesariamente asentaban uniones permanentes. La vinculación se establecía, tanto por vía de cuñadazgo, como por derecho de conquista, manu militari. Esa expresión que compara a la Asunción de entonces con un "paraíso de Mahoma" puede resultar exagerada, fruto de pasión momentánea o de las luchas civiles de ese tiempo, pero no olvidemos que al gobernador Domingo Martínez de Irala le sobrevivieron diez hijos e hijas de siete indias distintas. Sin embargo, el caso se debe a la enorme e ininterrumpida influencia política de este personaje, y debe anotarse que esos diez hijos no fueron habidos todos simultáneamente, sino a lo largo de 17 o 18 años de disfrute de un poder ilimitado.
Los mestizos del siglo XVI, y cuando menos hasta mediados del XVII, gozaron del estatus de españoles, y transmitieron a su descendencia esa condición social y jurídica. Su mayor relevancia dependía de sus circunstancias familiares y personales. Cabe recordar el caso de Ruy Díaz de Guzmán, su hermano Diego Ponce de León, nietos de una indígena, que hacia 1600 en nada eran considerados inferiores a Hernandarias de Saavedra o a Roque González de Santa Cruz, ambos de pura ascendencia española.
Sin embargo, para entonces la dominación española y la sociedad criolla y mestiza se hallaban ya definitivamente arraigadas. La última rebelión guaraní, de los mitayos de Arecayá, estaba necesariamente condenada al fracaso. En octubre de 1660 los indígenas de dicho pueblo se alzan en armas y ponen sitio en la iglesia local al gobernador Alonso Sarmienta de Figueroa y a 40 vecinos que lo acompañan. Corren éstos verdadero peligro y sólo los salva un socorro venido de afuera. La represión se caracteriza por su encarnizada crueldad: pese a las instancias del protector de naturales y del gobernador eclesiástico, Sarmiento, sin forma alguna de proceso, ahorca a varios caciques y a otros líderes de la comunidad, y a todos los demás los lleva acorralados por la selva, despoblando Arecayá. En Asunción siguen las ejecuciones por la sola voluntad del gobernador, y los sobrevivientes son desnaturalizados y repartidos a perpetua servidumbre al vecindario.
Después de este acontecimiento, las condiciones políticas y sociales ya no permitían nuevas rebeliones de los guaraníes del Paraguay: la evangelización los integraba al modo de vida cristiano, autoridades y vecinos del Paraguay se fortalecían, y la encomienda, la mita y los pueblos de indios se afirmaban definitivamente.
Podemos aceptar, pues, que si bien el guaraní acogió inicialmente con benevolencia al español, por ver en él un aliado contra los depredadores chaqueños, no se sometió sin lucha al servicio personal y a la encomienda, sino que, por el contrario, por espacio de más de un siglo resistió y se rebeló.
Si el mestizaje del siglo XVI fue promiscuo y estuvo condicionado por la casi total ausencia de mujeres españolas, el del XVII, operado también por la vía de concubinato o uniones circunstanciales, y de natalidad ilegítima, se produjo de preferencia entre los llamados españoles (criollos y descendientes de mestizos) y las mujeres yanaconas, cuyas familias, sujetas a servidumbre, convivían de modo permanente con las de aquellos, en los valles, pagos y cañadas de la comarca de Asunción.
La simbiosis étnica siguió desarrollándose con relativa lentitud: todavía en 1682, sólo el 18,6 % de la población total del Paraguay tenía estatus de española, o sea que habla entrado al proceso de mestizaje.
Como hemos de ver, poderosos factores de cambio harán sentir su influencia en el siglo XVIII.
LA COLONIA
En la colonia aparece la mestiza como forjadora de nuestro pueblo. En su taller del hogar primigenio es modeladora de la estructura de su estirpe. Con su virtud, con su bondad y sin defectos, funda una unidad étnica poderosa y conquistadora. Esta mujer, base del hogar paraguayo, constituye la piedra angular de una nueva institución civilizadora. Mientras en la colonia los hombres trabajaban, ella tejía el ñandutí del espíritu popular; cultivaba la tierra; aprendió y enseñó la debida utilización de los utensilios domésticos traídos por el conquistador, y pudo así expresar los bellos sentimientos heredados de sus antepasados y honrar memoria.
Con Irala se funda la nacionalidad, y a sus hijas les dio nombres mestizos con el título de "doña", y en su testamento del 13 de marzo de 1556 dice: "Digo y declaro y confieso que yo tengo y Dios me ha dado en esta provincia, ciertas hijas e hijos que son: Diego Martínez de Irala y Antonio de Irala, doña Genelva Martínez de Irala, mis hijos y de María mi criada, hija de Pedro de Mendoza, indio principal que fue de esta tierra, y doña Marina de Irala, hija de Juana mi criada, y doña Isabel de Irala, hija de Águeda mi criada, y doña Úrsula de Irala, hija de Leonor, mi criada; Ana de Irala, hija de Marina, mi criada y María, hija de Beatriz, criada de Diego de Villaspando, y por ser como yo, los tengo y declaro por mis hijos e hijas".
LAS HIJAS DE IRALA
Las hijas de Irala contrajeron matrimonio con importantes capitanes de la conquista que, realmente por sus dotes de gran señorío, fueron sostenedores del indomable espíritu de lucha y sacrificio durante esta primera época.
En la conquista, la mujer española asumió un papel difícil y lleno de sinsabores, según se deduce de la carta que, datada en la Asunción el 2 de julio de 1556, Isabel de Guevara envió a la princesa Juana. Aquella vino en la expedición de don Pedro de Mendoza, y en dicha carta narra las penalidades que tuvieron que pasar durante tres meses, tiempo durante el cual murieron más de mil hombres, y las mujeres debieron asumir entonces toda clase de responsabilidades.
Sábese de Isabel que era oriunda de España y que se casó en América con Pedro de Esquivel, quien en 1571 fue ejecutado por orden de Felipe de Cáceres. Cofundadora de la primitiva Buenos Aires, en febrero de 1536, y protagonista y testigo del hondo drama sufrido por sus primeros pobladores europeos, después de sufrir todas las vicisitudes que tocaron en suerte a aquellos pujantes aventureros, llegó a la bahía de Nuestra Señora de Santa María de la Asunción.
He aquí la primera voz, quizás, que se haya alzado en Hispanoamérica a favor de los derechos de la mujer. Y es precisamente de mujer, y de una valerosa mujer, esa voz que resuena en la noche de los tiempos y en el corazón del Nuevo Mundo, voz que, en nombre de la justicia, exige el tratamiento igualitario de su sexo por el derecho dictado y aplicado por los hombres.
La historia recogió también el nombre de Elvira de Mendoza y Manrique, esposa de Nufrio de Chaves (1518-1568), explorador y colonizador del Paraguay, fundador de la Nueva Asunción y de la ciudad de Santa Cruz de la Sierra (Bolivia) en 1561, e introductor en el Plata de los primeros ejemplares de los ganados lanar y cabrío. El eminente historiador Efraím Cardozo afirma que en 1568, encontrándose sola en el Chaco doña Elvira, logró salvar su vida gracias a una enérgica arenga en guaraní, que dirigió a los indios chiriguanos que hablaban dicho idioma. Por eso en la Guerra del Chaco estos indios y los de otras parcialidades como los guarayos, al llegar a sus lares los soldados paraguayos, los recibieron como hermanos y como sus libertadores.
LOS HIJOS DE IRALA
Por lo que se refiere a sus vinculaciones de familia, declara "que tiene y Dios le ha dado" ciertos hijos, que enumera así:
MARIANA ORTIZ DE ZARATE
Desciende de una de las familias de mayor linaje del Río de la Plata según documentos del Archivo Nacional de Asunción, doña Mariana nació en Asunción hacia 1675, en el hogar del capitán Alonso Ortiz de Zárate (1635-1712) y de doña Manuela de Cáceres y Rojas Aranda. Sus abuelos paternos fueron el capitán Rodríguez Ortiz de Zárate y Olavarri y doña Mariana de Cáceres y Mendoza; y los maternos, el capitán Juan de Cáceres y doña Ana Rojas de Aranda y Romero Alcázar.
Por el lado materno provenía del gobernador Felipe de Cáceres y de don Juan de Rojas Aranda, fundador de su linaje en Asunción, con su primera consorte, doña Úrsula Xaques. El 26 de julio de 1692 contrajo nupcias, en la Catedral de Asunción, con don Juan de Mena, siendo testigos don Juan Marqués Hidalgo y doña Seferina de Cáceres, bendijo la boda don Juan de Mas Machuca, apellido ilustre de la gesta comunera.
JUANA ESQUIVEL
Una de las mujeres más representativas en las últimas décadas de la época colonial; era de extraordinaria generosidad y ofrecía reuniones en su casona ubicada en los alrededores de San Lorenzo del Campo Grande, especialmente los días del santo que llevaba su nombre, San Juan. Constantemente congregaba a autoridades políticas, militares y eclesiásticas y en muchas oportunidades asistía el gobernador. Era la fiesta más importante en que se reunían para festejar con un banquete, con bailes, saraos, música religiosa y profana, así llegaron a compartir extranjeros que por su cordialidad y hospitalidad eran bienvenidos.
Doña Juana congregaba en su casa a todas las damas de la sociedad y gozaba de simpatía, al llegar la tarde se reunían a dialogar sobre los problemas y luego acompañados de una guitarra cantaban alegremente músicas; las jóvenes, elegantemente vestidas, paseaban después de la fiesta cuando regresaban a su hogar.
PARTE IV
ASUNCIÓN HACIA LA REVOLUCIÓN DE MAYO
LAS MUJERES
Terminaba el siglo XVIII, los viajeros extranjeros insisten en alabar las virtudes caseras de las paraguayas, limpias, hacendosas, que pasan sus días cosiendo y jugando en sus casas o "hilando el algodón que produce su suelo", hacen dulces, crían gallinas, patos, cuidan el huerto y el jardín.
La sociedad paraguaya se distinguió en todo el Río de la Plata por su alto nivel cultural y alta moral.
Ernesto Carria afirma que las mujeres en la colonia "No menos que los hombres tienen necesidad de educación civil, moral y científica, no solamente porque deben darle a sus hijos en los primeros años y porque en la validez hacen el oficio de padres, sino porque han de vivir entre los hombres y formar con ellos la sociedad doméstica civil"; las mujeres de nuestra colonia fueron bellas por sus virtudes, rectas por su conciencia y dignas por sus nobles tradiciones.
Los hermanos Robertson, en sus "Cartas sobre el Paraguay", refiriéndose a las mujeres, decían: "eran siempre hermosas. La ligereza y sencillez de sus vestidos y sus encantos, junto con un escrupuloso atractivo. Cuando yo las veía venir desde los manantiales y pozos con sus cántaros a la cabeza, siempre me parecieron otras tantas Rebecas... Las señoras nativas, de la clase superior, vestían en casa de manera mezquina; al salir, y especialmente cuando iban a la iglesia, lo que acontecía casi todos los días, estaban bien aderezadas, llevaban vestidos de bombasí negro, que llegaban hasta el suelo, mientras el rebozo cubría sus cabezas y la parte superior de sus cuerpos. Sus ojos estaban fijos en el suelo, largos rosarios pendían de sus pulsos y evitaban todo lo que podía parecer ostentación... ".
"En las fiestas, las diversiones se hallaban a un nivel limitado..., sus tertulias no fueron agraciadas jamás con la música o baile. Cuando ocurría, raras excepciones, un baile, lo que rara vez pasaba, los conventos cedían la música. El baile empezaba siempre con danzas gentiles...". Los médicos suizos Juan Adolfo Rengger y Marcelino Longchamp en su "Ensayo Histórico sobre la Revolución del Paraguay y el Gobierno Dictatorial del Dr. Francia", aparecido en 1827, decían: "... la música es monótona, el canto va acompañado de la guitarra, el tema es el amor desafortunado, los lamentos, una perfidia; los músicos son los mismos que tocan en las iglesias, porque fuera de éstos nadie sabe tocar.
"Las mujeres tienen como punto de partida preparar los mejores dulces, nombre con el cual se entienden normalmente frutas en conserva, debo confesar que no los he comido mejores en ninguna parte, preparan los dulces más finos, incluso las clases más bajas del pueblo preparan esos dulces".
Describen los viajeros que los uniformes de las tropas estaban confeccionados por las mujeres. El uniforme estaba prolijamente confeccionado y consistía en una casaquilla azul con adornos, cuyo color varía según el arma, como lo es también actualmente. El Dr. Francia mandaba confeccionar especialmente uniformes de lujo para los dragones y granaderos a caballo, que los usaban en los días de parada y para montar la guardia en su casa.
"Los habitantes de Asunción y de sus suburbios sumaban diez mil almas en la época de la cual estoy escribiendo. Había muy pocos negros y no muchos mulatos entre ellos. La gran masa de la población era una mezcla de españoles e indios, con las apariencias tan atenuadas de estos últimos, que los nativos del país tenían al aire y el aspecto de descendientes de europeos. Los hombres eran generalmente bien formados y atléticos; las mujeres, casi siempre hermosas, la ligereza y sencillez de sus vestidos y sus encantos, junto con una escrupulosa atención a su persona y aseos, daban a todas ellas un aspecto interesante y atractivo", dicen.
LAS MADRES DE LOS PRÓCERES DE LA INDEPENDENCIA PARAGUAYA (1811)
ESPOSAS Y ESPOSOS DE LOS PRÓCERES
DE LA INDEPENDENCIA PARAGUAYA
CONCLUSIÓN
El hacer una reseña histórica sobre las pioneras de muestra nacionalidad es una tarea no se sabe a cuales de ollas ponderar para rendirlas un sincero homenaje de admiración y respeto; mujeres que desde las más remotas expediciones participaron sufriendo incontables dolores y tormentos, pero sí contribuyeron para construir nuestra nacionalidad.
Las expediciones españolas, a pesar de los abusos, postergaciones, olvidos e ignorancia de sus atributos y roles, participaron en los acontecimientos del proceso colonizador y, luego de la independencia, fueron las que dieron el primer paso para reivindicar su papel de combatientes y ser protagonistas de nuestra historia.
Fundada Buenos Aires, por segunda vez, por don Juan de Garay en 1580, pudo estabilizar su nuevo nacimiento gracias a la contribución de mujeres de raza guaraní que, acompañando a Garay y a sus esforzados compañeros, fundaron hogares americanos, los primeros de los que con el andar del tiempo han hecho de esta capital la ciudad más populosa de Sudamérica. Desconocer esta contribución de sangre y de vida a la hoy nación paraguaya, sería negar una evidencia histórica que constituye los cimientos de nuestra patria.
Durante la conquista se afirmó y se configuró nuestra nacionalidad. En un ámbito de austera pobreza, la educación del nuevo pueblo se fue elaborando con esporádicos impulsos, entre los cuales destacamos la noble iniciativa de la Bocanegra, que modeló el carácter y promovió la laboriosidad de nuestras mujeres; los empeños de Hernandarias, que generalizó la enseñanza de las primeras letras, y la formidable empresa jesuítica que redimió al nativo y su lenguaje, haciendo de éste el idioma del país.
En cada una van cediendo los mejores frutos de las empresas conquistadoras y civilizadoras. Son asuncenos los fundadores de la universidad cordobesa y los centros de educación de Buenos Aires y Santa Fe; los primeros letrados de la ciudad madre se prodigan en la difusión del saber por toda la Provincia Gigante; a comienzos del siglo XIX, dentro de su limitado y aislado perímetro, restarán escasas y magras instituciones culturales que pronto serán reveladas por los recelos del dictador José Gaspar Rodríguez de Francia.
Poco o nada aportó al Paraguay la España del siglo de oro, como poco o nada asimiló, al asumir su autonomía, de las grandes corrientes de ideas que emanaban de la Europa del Siglo de las Luces. Probablemente, la única excepción la constituya el soplo vivificante del ideal comunero, que tan profundamente arraigó en el carácter nacional. Sólo las generaciones cultas de comienzos de este siglo XX incorporaron al país, tardíamente, toda esa riqueza de saber con que se nutrían otros pueblos americanos.
Presentamos a las mujeres que directa o indirectamente colaboraron en la formación del pueblo paraguayo. Rendimos sincero homenaje por su constante contribución, ellas ocupan un destacado lugar en nuestro pasado histórico, digno de gratitud.
Estas mujeres han acompañado al guaraní bravío en su incesante guerra; han sido la compañera estoica y silenciosa del conquistador hispano; han actuado en la fundación de pueblos y ciudades para poblar nuevos asentamientos a lo largo y ancho del Río de la Plata; han actuado con valor en la Revolución de los Comuneros; han vibrado al igual que los próceres en la gesta libertadora; han brillado por su heroísmo inigualado en la Guerra Grande; han sido las reconstructoras, organizadoras y educadoras del Paraguay de la posguerra.
Fueron mujeres de temple, que soportaron con estoicismo durante los trágicos años que sus maridos permanecieron en la cárcel por orden del dictador, que con altura y dignidad mantuvieron el espíritu para salvar el honor de la Patria.
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