Sin hacha y sin plata y sin guitarra y sin documentos, EFRÉN KAMBA'I ECHEVERRÍA, en Asunción, era un pájaro fuera de su querencia. Se sentía un extraño en medio de un monte diferente, hecho de cemento, bocinas, urgencias y luces perpetuas.
En 1967, desde Curuguaty-donde había trabajado para José López, un contratista de la empresa devoradora de bosques FINAD-, él y otros compañeros llegaron a la capital para reclamar varios meses de salarios caídos.
Pasaron las horas, los días y las noches sin que el patrón mostrara la cara de sus billetes. A Efrén le debía 7.500 guaraníes lo cual, en aquella época era ya una suma respetable considerando, por ejemplo, que el pasaje en ómnibus en la capital costaba sólo 5 guaraníes.
Sin dinero para regresar al obraje en busca de un empleador solvente y cumplidor, el músico limeño -de Lima, departamento de San Pedro- no tenía más remedio que quedarse en la ciudad que le era tan ajena. Al principio "acomodó" -en el patio de su amigo DOROTEO PÉREZ QUINTANA, en Villa Morra-, un viejo camión en desuso para su vivienda.
Al año siguiente las cosas mejoraron. Ello implicaba que le habían traído sus documentos, volvió a tener una guitarra compañera y sus bolsillos ya no estaban tan desolados. Ya no habitaba el Inter destartalado de la Caballería sino que era huésped de una ex-peluquería en Dr. Weiss y Pacheco.
"Un día de llovizna estaba por irme al Mercado 4 cuando un auto le arrojó casi a mis pies a un perro callejero. Me miró con desesperación, como diciéndome che salvamína. Le tomé cariño en el acto y dije kóa che sociorã. Le alcé y comprobé que tenía uno de los brazos roto. Le puse una tarabilla. Andaba por ahí renqueando. Se quedó conmigo, de compañero", cuenta con sabor a inocencia Efrén.
En el tiempo en que el can se recuperaba, el guitarrero compartía con él su tiempo y su comida. Le partía en dos sus empanadas. Le dejaba la mitad de su guiso y permitía que comiera el pan de su mesa frugal. Él le llamaba Perrito simplemente. Ya curado el perro, Kamba'í le fue cortando la amistad. Le parecía que para su amigo retornaba el tiempo de recuperar su libertad, de hacerse dueño otra vez de las calles asuncenas, sin sueño en los párpados y sin timón.
"Una tarde se paró delante de mí y agitó sus dos patas delanteras a manera de reclamo. Perecía que me decía: recuerdas cuando tenía lesionado el brazo y me curabas y me alimentabas y me mimabas y hoy ya no haces nada de eso. Eres ingrato conmigo. Me retaba, che ja'óko", rememora el compositor.
Ante tan amoroso deseo de permanecer con él pero conservando todos los derechos adquiridos, Efrén no tuvo más remedio que consentirlo. Le contó el episodio a su amigo Doroteo Pérez Quintana.
-Nearruinadoitereíta nde rejapóirõ chupe la música (Serías muy inútil si no fueras capaz de componerle una música) -, le desafió su amigo, tras recordarle que hasta una gallina había sido motivo de su inspiración, aludiendo a RYGUASU KOKORE.
Fue entonces cuando Efrén Echeverría compuso en su guitarra JAGUA'I KARẽ. La melodía retrata al animal cojo caminando a duras penas.