III-PLENILUNIO
1
Si me quieren matar,
yo me sé defender.
Si buscan guerra
yo solo se la daré.
Si ellos han visto cosas,
yo las he visto también.
Yo soy un hombre;
pero los hombres tal vez
pueden convertirse en lobos
si no se logran comprender.
(La tierra está vieja y cansada
de alumbrar hijos
sin desearlos tener).
Compañero, no se preocupe usted:
yo puedo cambiar el pellejo
aquí no más, donde me ve.
Hombres de arcilla; con ojos
de pus y vermes hasta los pies,
cómo le darán cabida,
qué alcanzarán a entender.
2
Despacito.
Despacito no más
hasta que cargue mi fusil.
La brisa arrastra un hediondo
aliento, y oigo ladridos por, ahí.
Dejemos este ramo
de angelito que acaba de morir.
El ha de andar husmeando
muy cerca de aquí.
Hombres a la altura del odio;
trasegados por el miedo.
Ciegos. Armando la trampa
para otro ciego.
Ya está montada la escena.
Ya tiene vigencia el mito.
Pronto pondrán la mano
los alcohólicos
y el sifilítico.
-Madre, no quiero morirme
lejos de tu angosto nicho.
3
Tierras de Mbopikuá
-gruta de vampiros –
Nace aquí el viento del este
como una exhalación del cerro
sobre el caserío.
En cada ladera se afila un puñal
y a cada paso se escucha un grito.
Todas las mujeres son madres
o están en cinta, o bordan el paño
para su angelito.
Frente al rancho de la víctima
el zarzo del asesino.
La luna cuelga su farol
amarillo.
. - Noche
para guardar las ollas
y recogerse los niños.
Los perros tiritan, cansados
de erizar el viento con sus ladridos.
Juan León, en su faena
con las cruces
y los cirios.
4
Juan León: ¿és cierto que te gusta
salir los viernes con la piel de lobo?
-Cierto. Y me pongo muy feo,
para asustar a los carreteros
en el arroyo.
- ¿Y que duermes en el cementerio
y te comes las velas?
. - Todo
es cierto. Y que robo a los muertos
su tesoro.
-Juan León: por qué te persiguen
los hombres con tanto enojo?
-Porque profano las tumbas
y a los muertos me los como.
- Mentira.
Mentira.
Pero voy a contarle a mamá,
que lo sepa todo.
-No te olvides
de hablar de mis colmillos
y de mi rabo.
-Pedazo de bobo.
5
Los perros del matadero
beben el agua ensangrentada.
Las burreras cargan achuras
para venderlas en la plaza.
Hay moscas que zumban
y croar de ranas.
. - Al parecer
no hubo venta esta mañana.
Miro a los hombres cargando al hombro
las reses faenadas,
como animales mitológicos
mordidos de mil llagas.
Contra la cerca, aprietan los chicos
sus barrigas azuladas.
El hambre congrega a todos
como una novia de dos caras.
A mi me dejan la sangre,
para beberla a sorbos
-como leche agria-
No importa si me tienen por Luisón
en la comarca.
6
He empezado a comprender
que al fin, tal vez tengan razón;
porque he perdido la cuenta
de lo que soy.
Qué vale ser hombre.
Qué importa ser Luisón.
-Ambos se comen a los muertos
hasta que la muerte acaba
con los dos.
Ellos se ceban en mi
tal como los persigo yo.
Sólo los niños saben
comprendernos mejor.
Mi cuerpo sufre de atroces
vértigos que quiebran mi voz.
Mi rostro asume apariencias
nunca vistas bajo el sol.
Soy huérfano,
madre; empeñado a la vida
por algún error.
7
Cuidado,
hermano, este asunto sigue mal.
Ha entrado en esto el alcalde
y cuentan que te quieren matar.
Vamos conmigo al cerro:
allá hay otros que han huido
de la autoridad.
No me asustan los fantasmas.
En la cárcel, hay luisones
más bravos que en Sulimán.
Si no tienes una pistola,
quédate con mi puñal.
-Hoy es viernes, y no puedo
subir contigo hasta allá;
las cruces están más pobres
que nunca, porque nadie
las mira más.
- Hermanito,
déja a los muertos en paz.
Poca ayuda les darías
si no logras escapar.
8
Y qué dicen los muertos?
-Los muertos también imploran;
pero no tienen ya voz
ni gesto.
-Madre, me tendrás contigo
al otro lado del tiempo?
Costras de antiguos odios.
Llagas de mil resentimientos:
postemas de superstición
y tábanos del miedo:
uno dos tres,
uno dos tres,
ya cuece el diablo su puchero.
Pronto, corran los vampiros
a envenenar el viento.
Primero salgan los niños,
rezando un padrenuestro.
Ya está la bala bendita
marcada en cruz;
y marchemos.
IV-MENGUANTE
1
Luna menguante.
Tiempo de aguardar la lluvia,
y de quemar rastrojos
en el socavón del aire.
La noche alarga sus colmillos
azules por el levante.
Las palabras se agrietan
sobre los labios sedientos,
sin sonar. Como dichas
en balde.
He pensado muchas veces
si vale la pena arraigarse
en estas laderas, hendidas
al sol. Calcinadas
de parte a parte.
La chamusquina del campo
sube a la sangre,
y andan todos pendencieros
al ponerse la tarde.
Tierras en barbecho;
de frutos en agraz.
Hombres reducidos
a nivel de rumiantes.
2
La cañadulce este año
quedó en pie, sin colocar.
Los trapiches de la loma
sangran el mosto
para hacer miel y destilar.
Se venderá mucha caña;
pero no habrá carne
ni pan.
Las mujeres rezan al santo.
Los hombres prefieren jugar.
Entre tanto, hace ya tiempo
que no se duerme en Sulimán.
El caso del luisón
no es más historia,
sino verdad.
A diario se oyen más víctimas
de Juan León, en su apariencia animal.
Ahora ha dejado a los muertos,
para asediar a los vivos
sin darles tregua
ni paz.
3
Hacia el matorral, resbalan del cielo
los primeros relámpagos.
Sobre la tierra exhausta, el aire
se condensa en oscuros presagios.
Para andar el camino,
ahora van de dos a dos, y armados
con machetes y palos.
La trayectoria del luisón,
es una interminable serie
de duelos y estrago.
Hasta las bestias parecen presentir
algo raro,
no abandonando los corrales
ni en busca de pasto.
Es una triste historia
la suerte de este muchacho.
Nadie lo quiso bien,
y al fin, él mismo se convenció
de que era malo.
Nunca pude saber
si era luisón. -En cambio
sé que también hizo mucho mal,
acaso, sin buscarlo.
4
Como un resabio de especies subhumanas
que al morir se han pegado a la tierra
como una llaga,
aquí impera todavía
la ley de la venganza.
Familias enzarzadas en querellas
sin palabras,
festejos que terminan
en alaridos y lágrimas;
la muerte es otra forma
de intoxicar el alma.
Rostros sin luz volcado; hacia el vientre;
sedimento de innúmeras nostalgias,
rígidos, a fuerza de gritar.
Ajenos,
como máscaras.
Desmesurados en la risa
y en el llanto,
saben hallar su propia pausa
para buscar el tiempo de morir
-vestidos de gala-
Juan León -al saberse perdido-,
ha de buscar por su cuenta
el tiro de gracia.
5
Los que tengan hacha, con el hacha.
Los que tengan armas, con sus armas,
los que tengan dientes, con los dientes:
Para matar,
es igual el garrote
que el machete.
Que apelotonen los niños
toda su furia inocente.
Que las madres encrespen su grito estridente.
Que las viudas agucen sus zarpas
y las vírgenes su gracia de sierpes.
Si quedan hombres todavía
que han escapado a la muerte,
vengan también. Aquí hay faena
para el cobarde y el valiente.
Que el capillero haga oración
y el adivino eche sus suertes.
Que los ancianos nos bendigan,
hasta que se purgue el aire
de tanta peste.
San Miguel Arcángel:
líbranos del dragón
infernal; ahora
y en la hora de la muerte.
6
Embriagado en la hiel de su propia desgracia,
él los está esperando.
. -Huérfano en su grandeza
ha de vestir la máscara de la antigua tragedia.
Ya no podrá volverse atrás. Toda su suerte
se desmorona hacia la inmolación
sangrienta.
Hay un coro de ranas que repite mil veces
su nombre, con voz agorera.
El está por encima de todos. Encandilándose
con la luz de su irremediable inocencia.
-Juan León: estamos contigo;
aunque tú no lo presientas.
Pero él sigue, absorto y magnífico,
en el pináculo de la escena.
Todo está preparado
para el sacrificio. Hasta en las cosas
hay un despliegue orquestal de fin de fiesta.
Solo y desfigurado
por un extraño vuelco de conciencia,
acepta al fin su signo protagónico
para morir como una fiera.
7
Desde el callejón sube un enjambre
de voces agrias por la ladera.
Hora de mediodía.
El sol incendia el pajonal,
cegando a fuego las retinas.
Los hombres llegan a caballo.
Las mujeres a pie, bajo una catedral
de sombrillas.
Los niños levantan torbellinos de polvo
con su algarabía,
mientras los viejos cantan salmodias
y los timoratos se persignan.
Todos vienen armados
contra la fiera maligna.
De paso, se escurren anécdotas
que mueven a risa.
(Para asumir su papel, ellos no necesitan
de túnica talar. Viven en la tragedia,
de noche y de día).
Por Paso Pé
comienza a levantarse un turbión
de truenos y ceniza.
8
El cielo rompió sus cántaros
sobre las bocas y los párpados.
Hubo un suspiro de alivio
desde los cuerpos extenuados.
El luisón rodaba por las zanjas
como un sangriento gabazo.
En la lluvia, se lavan los rostros
amoratados.
Himnos piadosos de júbilo
con el "Alabado"
bajan hasta Sulimán, rescatando a la gente
de su antiguo pánico.
En la plaza de la iglesia
dejan los hombres su montado.
Las mujeres entran a prender
su vela al santo.
El raudal que baja del cerro
trajo los restos del muchacho.
Presas de santo temor,
nadie se acercó a mirarlo.
Dicen que el aguacero es signo
de alma salvada.
. - Tal vez al fin
encuentre el pobre su descanso.
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