LA ECONOMÍA DE LA COLONIA (1537-1811)
Por DELFÍN UGARTE CENTURIÓN
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FACTORES PRODUCTIVOS, FORMAS DE PROPIEDAD Y SISTEMAS DE RELACIÓN DURANTE LA COLONIA
Aun cuando el descubrimiento de América y la conquista y colonización del Paraguay encuadran sincrónicamente en el contexto del naciente capitalismo mercantil europeo, la España de la conquista y colonización estaba todavía bien lejos del modelo de la economía capitalista.
Bien podría decirse que los países de la península ibérica participaban ventajosamente de una de las manifestaciones complementarias del proceso expansivo que, en la Europa del siglo XVI, comenzaba a desarrollarse como prolegómeno de un sistema de producción sustancialmente nuevo. En efecto, España y Portugal, lograron establecer y consolidar, durante los siglos siguientes, una infraestructura naval ultramarina de vastas proporciones; en el caso particular de España, el poderío de su célebre armada se extendería hasta comienzos del siglo XIX.
Entre tanto, muy por detrás de otros estados del norte europeo que pronto comenzaron a evolucionar en el sentido de afianzar algunas industrias claves que permitirían después el vigoroso surgimiento del industrialismo, particularmente en la Inglaterra de mediados del siglo XVIII, la península ibérica y, en el caso de nuestro particular interés, los reinos hispánicos unificados bajo el patrocinio de los reyes católicos y con el tutelaje, luego, de los Habsburgos, se debatía todavía en el trance de formas feudales de organización social y económica.
En España, sometida a lucha secular contra la dominación árabe, la situación se había presentado particularmente favorable al mantenimiento del poder de la nobleza y de los señoríos feudales, mientras la reducida burguesía se inclinaba hacia una situación francamente acomodaticia respecto a aquélla; la expansión ultramarina no llegó a modificar esa posición de primacía de la nobleza feudal, muy por el contrario, fortalecida cada vez más por la monarquía con las "mercedes" territoriales que le seguía otorgando según avanzaba la Reconquista.
Este tardío renacimiento del feudalismo español, reforzado por la feliz culminación de la Reconquista con la definitiva expulsión de los moros, cuando ya en el resto de Europa se acentuaba el paso hacia el capitalismo mercantil, tuvo influencias decisivas en el carácter diferencial de la colonización española en América. En efecto, esta circunstancia determinó el tipo de soluciones aplicado por los conquistadores al problema, sin precedentes, de organizar la producción en las nuevas tierras bajo su dominio.
Hasta entonces, la expansión del capitalismo comercial europeo se había realizado sin necesidad de intervenir ni modificar la organización productiva de los pueblos con los que se comerciaba: llegaban mercaderes europeos hasta Oriente o se establecía el contacto entre aquéllos y las caravanas de mercaderes orientales en puntos especiales de intercambio, siguiendo la cadena de transferencia mercantil en uno y otro sentido, sin ninguna incidencia directa ni alteración en las relaciones de producción qué imperaban en los sitios de tráfico y en las plazas de origen de este sistema de intercambio.
Distinta fue la situación con respecto a la América conquistada; aquí no había mercaderes con quienes tratar, sino indígenas integrados a universos culturales sustancialmente diferentes, con elementos de organización y técnicas que variaban notablemente de un pueblo a otro, pero en cuyas sociedades podía distinguirse, como atributo común, la posesión de enormes recursos humanos y naturales. Aun considerado el caso de las altas culturas americanas (maya, azteca e incaica), que practicaban ciertas formas de intercambio, lo cierto es que en América se carecía de una pauta establecida de intercambio comercial en gran escala, de tipo inter-estatal o intercontinental, como ya era práctica corriente en los estados europeos, asiáticos y norafricanos de la época del descubrimiento y la conquista del nuevo continente.
Se trataba, entonces, de aprovechar de esos recursos combinándolos adecuadamente con las necesarias dosis de técnica y capital, es decir, ordenándolos en patrones de organización productiva o funciones de producción. Y la forma peculiar en que los conquistadores españoles resolvieron este problema se halla, indudablemente, impregnada de influencias feudales como veremos a lo largo de este capítulo.
Efectivamente, la base jurídica del poblamiento español en toda América, sin que el Paraguay constituyese una excepción, fue la ya citada capitulación: contrato celebrado entre la corona española y los jefes expedicionarios o, simplemente, los empresarios particulares que los financiaban; tales capitulaciones tenían fuertes reminiscencias de las Cartas de Población ("cartas pueblas" o "fueros municipales") vigentes en la Edad Media y a través de las cuales los reinos hispánicos establecían las condiciones de fundación y poblamiento de pueblos y villas en los territorios baldíos.
Estas Cartas de Población habían significado ya un medio de ordenamiento del sistema de los señoríos feudales y, como tales, se le reconocen antecedentes desde los siglos VII y VIII; pero su importancia fue realmente crucial en el reino castellano durante la Reconquista ya que, a través de las mismas, se fijaban las normas para la colonización y el poblamiento de las tierras que iban siendo recuperadas del invasor moro. En ese sentido, se constituyeron en factor de extraordinaria magnitud en la formación y consolidación de nuevos y antiguos señoríos feudales, creando una clase privilegiada de "villanos". La expresión "villano" alude claramente al carácter fundador y poblador de las villas campesinas y rurales.
En las referidas capitulaciones se establecían los derechos de la corona española, por una parte, y las "mercedes" otorgadas a los conquistadores, por la otra. Estas últimas, teñidas de un tinte notoriamente señorial: títulos nobiliarios vitalicios y, hereditarios; facultades para tomar posesión sobre tierras descubiertas y conquistadas y para repartirlas, junto con la población nativa o indígena que las habitara; atribuciones para erigir fortalezas (indicio claro del carácter militar posesivo de la acción de dominio), construir poblados y usufructuar, también en forma vitalicia y con carácter hereditario, de las mismas; autoridad para librar oficios públicos, mandamientos, ordenanzas y reglamentaciones, amén de otros reconocimientos de carácter lucrativo no menos importantes y decisivos como motivación de estas empresas.
La Corona, por su lado, se reservaba sus derechos: la toma de posesión de las tierras descubiertas y conquistadas debía hacerse siempre en nombre de los soberanos reyes de España; toda expedición debía llevar consigo a los renombrados "oficiales reales" -funcionarios de la burocracia monárquica, representantes directos de la Real Hacienda-; se estipulaban las regalías y beneficios que cada empresa debía producir a la corona, siendo los oficiales reales, precisamente, los responsables de su contralor. Desde luego, dado el carácter fuertemente religioso que imbuía a la empresa conquistadora, como un atavismo de la secular campaña contra el infiel musulmán, se determinaban, además, medidas tendientes a la conversión de los indígenas al cristianismo y a su trato humanitario.
A partir de este instrumento básico, original, se fue conformando, a lo largo de los siglos subsiguientes al descubrimiento americano, un cuerpo acumulativo de normas jurídicas destinadas a regir la vida de relación interna en las colonias hispanoamericanas y a precisar los términos de la relación colono-metropolitana. Este cuerpo normativo, cuyo antecedente inmediato es el derecho castellano, constituye una doctrina específica conocida como el derecho indiano.
Bajo el régimen jurídico de apropiación sancionado por este conjunto normativo, extraordinariamente amplio y complejo, quedaron sometidos de inmediato los recursos de valor económico hallados por los españoles en sus nuevos dominios. Y si recursos abundantes de esta naturaleza les brindó el Paraguay, ellos fueron, básicamente, la población nativa, la tierra, los bosques y los yerbales.
No nos corresponde entrar aquí al análisis de la dilatada disputa mantenida por juristas, políticos, religiosos y moralistas de la época, acerca del "justo título" que pudiera corresponderle a España para disponer á su arbitrio de tales recursos. Valga solamente el comentario marginal de que, en algunos casos al amparo de la copiosa acumulación de las normas jurídicas indianas y, en otros casos sobre la base de decisiones mucho más pragmáticas, nacidas de las propias necesidades y urgencias de la vida cotidiana, los conquistadores españoles en América se vieron, en todo caso, en la situación de resolver el problema básico e ineludible de organizar sus economías locales y los sistemas sociales de relación que ellas implicaban.
Hacia 1500 ya se habían condenado las relaciones esclavistas que comenzaron a implantarse en el llamado "período insular" de la conquista americana (islas Dominicana-Haitiana y caribeñas) y se declaraba a los indios como "vasallos libres de la Corona de Castilla", aunque de inmediato se admitía el derecho de declararles "justa guerra" cuando se resistiesen al sometimiento político o religioso. Y aun cuando, todavía a mediados del siglo XVI, se presentaban en América relaciones de tipo esclavista, sobre todo en vinculación con el régimen de explotación minera, lo cierto es que el proceso de vinculación entre los nuevos pobladores hispanos y los pobladores nativos de nuestro continente, evolucionó rápidamente en el sentido de conformar la sociedad colonial en base a las pautas de la servidumbre feudal; y esto es particularmente cierto para el caso del Paraguay.
Los indios, si bien considerados "vasallos libres del rey", veían condicionada su libertad por la cláusula jurídica que los consideraba como a "los rústicos y menores" del viejo derecho castellano y, como a tales, personas sujetas a tutela. Sobre estas bases quedaron sancionadas, de hecho, las instituciones del "repartimiento" y de la "encomienda" de indios. Sin embargo, conviene señalar que, entre ambas, no hubo diferencias sustanciales: en la práctica se trata más bien de dos fases de un mismo y único proceso.
El repartimiento de indios fue una práctica corriente en los primeros momentos del arribo español a las tierras americanas, tendiente a asegurarles mano de obra indígena impaga para el laboreo agrícola, el cuidado del ganado, la producción minera, la ejecución de obras públicas, etcétera.
La encomienda, por su parte, fue una de las instituciones más importantes injertadas por los españoles en la América colonial, siendo su origen feudal irrebatible: reconoce, en efecto, su antecedente en la encomendatio de la Europa medieval, a través de la cual el "vasallo" se somete al "señor" con fines de servidumbre en un régimen de aparente intercambio de intereses, ya que el vasallo recibe del señor, a cambio de su sometimiento, el llamado beneficium, es decir: el cargo de su manutención, generalmente por medio de la concesión de una parcela de tierra, mientras el señor exige de aquél su acatamiento, servicio y tributos, estos últimos pecuniarios o en especies.
Por la encomienda, en América y en el caso particular del Paraguay, determinados grupos de indios bajo régimen familiar o cacical, eran entregados a la autoridad de un español, el encomendero, que se obligaba a protegerlos jurídica y económicamente y a asegurar su adoctrinamiento cristiano, reservándose el derecho de beneficiarse de sus servicios personales para distintas actividades económicas y domésticas, cuidando del cumplimiento de las imposiciones instituidas para ellos en su carácter de "vasallos" del rey, vale decir, del Estado español.
La institución fue de vastos alcances en un territorio, como el paraguayo, poblado por grupos sociales que, como era el caso de los guaraníes, estaban aún ajenos por completo a los adelantos de la civilización europea. Estos grupos que, como ya hemos señalado en el capítulo anterior, se encontraban en el estado primario de una organización económica y cultural agrícola rudimentaria, sin estructuras políticas consolidadas siquiera en las formas más elementales de gobierno, sin explícitos sistemas jurídico-normativos que regularan las relaciones sociales internas ni las formas de propiedad de los recursos naturales, sin tampoco un verdadero arraigo a la tierra como factor productivo estable, dado el carácter precario de su tecnología agrícola que los obligaba a periódicas rotaciones espaciales y que, para más, demostraron una natural tendencia a aliarse con el conquistador hispano, por las razones que hemos señalado anteriormente, constituyeron un recurso de singular importancia para el fácil enraizamiento de un sistema de relaciones típicamente señorial-feudal como fue la institución de las encomiendas.
Y con la apropiación de la mano de obra servil indígena, se produjo -como una suerte de relación causal- la apropiación de la tierra y de todos los demás recursos naturales por parte del neo-poblador hispano.
Los españoles, por su parte, aportaron sus propios instrumentos de producción vinculados a la labranza de la tierra y a la artesanía, mejorando en gran parte la tecnología nativa, incorporando nuevos rubros agrícolas y aumentando, evidentemente, la producción y la propia productividad, como parte de un proceso cuyas bases económico-sociales estuvieron representadas por las encomiendas y por la organización de los pueblos de indios.
En lo que respecta a encomiendas, dos formas principales presentaron éstas en el Paraguay: la de mita y la de yanaconato. Conviene señalar, de paso, que -si bien el régimen de servidumbre implantado en el Paraguay bajo la denominación global de encomiendas reconocía claros orígenes europeos y, en este caso, ibérico-, las formas específicas adquiridas por ella en este país y las mismas denominaciones de mitayos y yanaconas asignadas a los indios encomendados, son formas de servidumbre propias de la América andina pre-hispánica que los españoles supieron aplicar, inteligentemente, imponiéndoles su sello peculiar señorial europeo, como claro testimonio del flujo transcultural operado en el continente americano.
La vigencia de la mita y del yanaconato fue efectiva en el Paraguay y perceptible desde los primeros momentos de la colonia y aunque muchas fueron las reglamentaciones, ordenanzas y restricciones que el poder central metropolitano y algunos gobernadores o funcionarios de la burocracia española pretendieron imponerles, sea para atemperar su rigor, sea para suprimirlas definitivamente, es lo cierto que ambas se extendieron a lo largo de casi dos y medio siglos.
El yanaconato fue el sistema de servidumbre personal prestado por el indio guaraní al encomendero español. Desde temprano se produjo el repartimiento de los indios a título de en comendados entre los primeros pobladores asuncenos y, en 1555, Irala no hizo sino formalizar lo que ya era una práctica corriente, repartiendo entre 300 encomenderos a una enorme masa de población indígena, estimaba en no menos de 100.000 almas.
El régimen de servidumbre personal yanacona no reconocía límites formales de carácter jurídico-legal: era perpetuo y obligaba a todos los indios por igual, niños, ancianos, varones o mujeres, implicando el sometimiento forzoso de los mismos para servir en la finca del encomendero en trabajos agrícolas y domésticos. Generalmente eran sometidos a este régimen los indios rebeldes o insumisos al contacto, los cautivos en las acciones punitivas contra las revueltas o los que eran sacados por la fuerza de sus comunidades de origen en las etapas más violentas del vínculo entre el conquistador y el poblador nativo, una vez que las primeras formas de relación amistosa y las alianzas signadas por el parentesco político, fueron rebasadas por el creciente espíritu dominador del colono hispano y por la tardía reacción del guaraní, decepcionado ya ante la falta de reciprocidad de parte de aquél y por la clara percepción de su verdadera condición de vasallo dominado.
El servicio de mita, en cambio, era un sistema reglamentado que pretendía evitar la comisión de abusos para con el indio y fijar normas reguladoras para su trato, su adoctrinamiento cristiano y sobre los límites y alcances de este régimen. Teóricamente, este servicio debía ser prestado solamente por los indios varones de entre 15 y 50 años de edad, en turnos de 3 a 4 meses de trabajo, quedando exentos los que no se hallaran comprendidos entre esas edades, las mujeres y los niños. El derecho a usufructo de mitayos era otorgado a un encomendero y se transmitía a su heredero, de allí su declarada duración de "hasta por dos vidas"; en caso de fallecimiento del heredero, siempre en teoría, el mitayo debía quedar libre.
La mita fue instituida formalmente ponla Corona como una alternativa de efectivizar el carácter de "vasallos libres del rey" que había adjudicado a los indios y, consiguientemente, como una forma de asegurarse la tributación que todo ciudadano libre, "vasallo" del rey, debía al Estado. Al cumplir el indio su turno de mita, cumplía con dicha obligación transfiriendo al encomendero la responsabilidad tributaria ante la Real Hacienda.
Pese a todo, casi ninguna de las reglamentaciones sobre encomiendas se cumplieron: el yanaconato, como servidumbre personal perpetua, siguió vigente largamente, aun cuando fuera expresamente prohibida; en cuanto a los mitayos, de hecho llegaban a la casa o establecimiento del encomendero con sus familias (mujeres e hijos), quienes se asentaban en rancherías bordeando la estancia encomendera, prestando también las mujeres ocasionales servicios; y cuando las necesidades de trabajo -por cosechas o cuidados especiales del ganado u otras faenas- así lo requerían; el turno se extendía por más tiempo del estatuido. Por lo demás, la mita se transmitía, normalmente, por más de dos generaciones y afectaba también a menores de 15 y a mayores de 50 años y, en fin, daba lugar a trabajos muchas veces difíciles de sobrellevar por la masa indígena no acostumbrada a ciertas actividades económicas desconocidas en su anterior sistema social y cultural: tal fue el caso de la explotación intensiva de los yerbales.
Demás está decir que estas formas de contacto hispano-guaraní, aunque marcadas por su carácter de sistema de relación servil, dominante el primero, dominado el segundo, constituyeron –sin embargo-, el marco propicio para el acelerado proceso de mestizaje biológico y de transculturación étnica, comenzando ya desde mediados del siglo XVI a observarse una creciente población mestiza, nacida del contacto del hombre español con la mujer guaraní.
Aunque este proceso implicó en mucho también la desintegración biológica, social y cultural de los pueblos guaraníes, como ya señalamos en el capítulo anterior, lo cierto es que, en torno a las grandes casas o establecimientos de los encomenderos, se fueron conformando así verdaderos núcleos poblacionales constituidos por la servidumbre yanacona permanente, los temporarios mitayos y sus familias asentadas en los alrededores y, posteriormente, y cada vez más, por los hijos mestizos que se sumaban al hogar del encomendero.
De esta manera, con la superposición del estrato hispano sobre el guaraní en su carácter de colonizador dominante y de las interrelaciones biológicas, étnicas y socio-culturales, que inevitablemente comenzaron a trabarse entre ambas poblaciones, fue emergiendo -ya para finales del siglo XVI y comienzos del XVII- una nucleación social propiamente paraguaya, criolla y mestiza, con sus peculiares modos de organización económica.
Hay que agregar aún el típico caso de los pueblos exclusivamente guaraníes que, creados por los españoles, comenzaron a surgir también a partir de la 2da. mitad del siglo XVI. Se trataban éstas de nucleaciones puramente guaraníes, con organización interna propia, con el sistema de cacicazgos fomentado por los españoles como una forma de estratificación político-social más estable que los antiguos cacicatos guaraníes y con sus propios cabildos indios organizados como núcleos funcionales del sistema de los táva (pueblos) guaraníes.
Estos pueblos, para el siglo XVII, componían ya importantes unidades de concentración poblacional estrictamente nativa, con la expresa prohibición para criollos y mestizos de penetrar en su perímetro geográfico -salvo el administrador "pueblero"- y en la gran mayoría de los casos conformaban florecientes centros de producción económica agrícola y artesanal. Por supuesto, en ninguno de ellos faltaba el llamado "cura doctrinero" con su correspondiente iglesia o capilla para realizar la labor catequizadora.
Todavía en tiempos de Carlos Antonio López, subsistían 21 de estos pueblos, ligados todos ellos estrechamente al desarrollo agropecuario de la colonia; tales los casos de San Estanislao, San Joaquín, Yuty, Caazapá, Atyrá, Tobatí, Altos, Yaguarón, Itá, Guarambaré, etcétera. Y sin embargo, en tan remoto tiempo desde su fundación, todavía el presidente López, al decretar su disolución como pueblos de indios y su conversión a la plena ciudadanía paraguaya, denunciaba acerbamente "que los indios naturales de los pueblos del territorio de la República, durante los siglos que cuentan desde su fundación, han sido humillados y abatidos con todo género de abusos, privaciones y arbitrariedades, y con todos los rigores del penoso pupilaje en que les han constituido, y perpetuado el régimen de conquista".
Pero pese a todo, fue sobre la base de estos elementos estructurales que se fue integrando la población colonial paraguaya con sus diversos estratos ya mencionados y con las instituciones básicas someramente analizadas hasta, aquí. Veremos enseguida, cómo se organizaron las diferentes actividades económicas en sus variados sectores y cómo evolucionó la economía de la colonia hasta los umbrales de la Revolución de la Independencia.
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LOS SECTORES DE LA PRODUCCIÓN DURANTE LA COLONIA
Muy pronto, en el Paraguay de la colonia, a los tradicionales cultivos guaraníes de la mandioca, el maíz y los porotos, se agregarían la vid y el trigo peninsular; la inserción de la cultura hispana era completa y no sólo ponía su marca en los sistemas de relación social y de organización económica: también se infiltraba en la misma tierra paraguaya con especies agrícolas desconocidas antes de 1537.
La mención no es casual ni metafórica: la incorporación del trigo estaba destinada a modificar sustancial y definitivamente la pauta alimenticia básica del Paraguay pre-hispánico, introduciendo el pan europeo para una ventajosa competencia con la mandioca, el maíz y sus derivados farináceos. Junto con el pan, otros nuevos alimentos se incorporarían a la dieta de la población colonial.
Pero el impacto inicial de estos productos fue aún más amplio: vinos provenientes de viñedos paraguayos se exportaban en el siglo XVI y comienzos del XVII al Río de la Plata y Lima; y del Paraguay se surtía Buenos Aires, en los primeros tiempos de su refundación, del trigo que luego cubriría generosamente los suelos de la provincia rioplatense.
Los españoles introdujeron aún más especies extrañas a la flora agrícola paraguaya: naranjos y otros cítricos, cebada, higos, melones y otros frutos, caña de azúcar y muchos más. Desde muy pronto, también, los españoles incorporaron el ganado. Primero el caballar, después el caprino, el ovino y, por fin, el vacuno.
Sin embargo, no todos los injertos resultaron propicios; tempranamente volverían a declinar el trigo y la vid y, en general, los cereales no se adecuaron al clima con la pobre tecnología que sustentaba sus cultivos. Nuevamente se dio paso al afianzamiento de algunas especies esenciales que llegaron a constituirse en carta de identidad nacional.
La mandioca mantuvo por siglos su extraordinaria vigencia como el complemento primordial de la alimentación rural, y aun de la ciudadana, y siguió siendo fuente y sostén de la rústica pero siempre utilitaria industria del almidón.
El cultivo del algodón nativo se intensificó para fortalecer a una creciente artesanía textil, ya que a la hilandería y tejeduría guaraní, se sumaron las hispánicas y tempranamente se comenzaron a producir lienzos para el consumo local e, incluso, para suplir a los inicialmente inexistentes valores de cambio.
Por su parte, los españoles valorizaron tempranamente, aunque con patrones culturales muy distintos, algunos de los productos que entre los guaraníes asumían valores más de tipo religioso y socio-ceremonial que económico y consuntivo propiamente dicho: así, el tabaco y la yerba mate estaban destinados a vertebrar la vida económica de la Provincia, sufriendo extraordinarias vicisitudes en el curso de la evolución comercial inter-provincial y colono-metropolitana.
Ellos, los pobladores hispánicos, a su vez, implantaron rápidamente el cultivo de la caña dulce de la que nacerían importantes industrias de tecnología rudimentaria pero de indudable peso en la economía nacional: azúcar, miel y aguardiente (la típica caña paraguaya que dio fama a nuestro país como al Caribe el ron). Entre tanto, no está demás enfatizar que la unidad productiva básica de la economía agrícola de la colonia, siguió estando representada por la chacra guaraní, aunque profundamente modificada por el nuevo concepto de la propiedad privada de la tierra, la apropiación de la misma por el poblador hispano, el empleo de la mano de obra indígena servil, la estabilidad del chacareo en las parcelas (agricultura sedentaria.), la utilización de nuevas tecnologías de cultivo, la progresiva incorporación de instrumentos y medios de producción llegados con la cultura europea (azadas y hachas de metal, arados, animales de tiro, aradura del suelo, etcétera).
Todo ello permitió, si bien no una próspera economía de intercambio sostenido e intensivo, ya que ni siquiera los medios monetarios de cambio se introdujeron en la Provincia del Paraguay en los primeros dos siglos y medio de la colonia, al menos la adecuada combinación de los elementos esenciales para la integración de una economía primaria y subsistencial, que hizo posible un poblamiento estable y creciente desde el momento mismo en que se fundó Asunción, primer asiento permanente del Río de la Plata.
Gracias a ella, en el transcurso de lo que restaba del siglo XVI y primeros años del XVII, esta ciudad asumió plenamente la capitalidad de la conquista, poblamiento y colonización de toda la vasta zona comprendida entre la cuenca rioplatense, el Alto Paraguay y el antiguo Guairá, que se extendía hacia el oriente, más allá del río Paraná, hasta la misma costa atlántica.
Fue ésta una época de definición y demarcación del hinterland colonial paraguayo y para sustentarlo estuvo la chacra guaraní con sus productos tradicionales más las aportaciones hispánicas ya citadas.
Sánchez Quell señala, en su Estructura y Función del Paraguay Colonial, que "al año siguiente de la fundación de Asunción, los españoles realizaron la primera cosecha. Entre otros productos, recogieron cuatrocientas fanegas de maíz y cuarenta y cinco fanegas de porotos. La segunda cosecha, realizada en 1539, produjo ciento sesenta fanegas de maíz y doscientas diez y ocho de porotos. En el mismo año, de la mandioca industrializada se extrajeron cuatrocientos quintales de almidón". Juan Francisco Aguirre, por su parte, en su obra que ya citamos, recuerda que los diezmos pagados por conquistadores y pobladores españoles al oficial de la Real Hacienda, el veedor Alonso de Cabrera, entre julio de 1539 y enero de 1541, fueron: "319 panacus de maíz de mandioca, 12 de pollos, 80 fanegas de maíz y 65 fanegas de frijoles".
Respecto a los mencionados "panacus", el propio Aguirre confiesa ignorar qué tipo de medida sería; nosotros entendemos que se trataba de cierto recipiente o canasta nativa y en cuanto a las fanegas y quintales corresponderían a antiguas medidas españolas equivalentes a unos 55 litros -o los correspondientes centímetros cúbicos-, la primera y a 46 kilogramos, la segunda.
Las menciones precedentes son oportunas, no porque las cifras citadas tengan validez estadística comparativa, sino fundamentalmente porque ilustran sobre la efectiva organización y funcionalidad económica ya vigentes en los primeros años de la conquista.
Deberíamos aún agregar la producción del tabaco, de tanta importancia para la economía paraguaya que, al decir de Félix de Azara en su Viajes por la América Meridional, el proyecto "era sacar de esta colonia 20.000 quintales que consumen las expendedurías de España", vale decir, abastecer a pleno las demandas metropolitanas de este producto. Las posteriores trabas al comercio de la Provincia del Paraguay, a las que aludiremos más adelante, habrían de impedir que esta expectativa se cumpliese: "se olvidó -dice Azara- que sujetar a un monopolio la venta de una planta era casi lo mismo que destruirla enteramente".
Pero hubo más; otra unidad espacial y económica hizo su inmediata aparición en la provincia: la estancia ganadera, destinada a un rápido desarrollo y expansión, creando una nueva fuente de actividad sin antecedentes en el Paraguay pre-hispánico. La ganadería vacuna habría de transformarse en un importante factor de consolidación de la economía colonial, incorporándose algunos de sus productos derivados al proceso productivo más amplio, sea como bienes de consumo (carne, leche), sea como parte de algunas industrias básicas (queso, curtiembre, cecina), sea como parte del sistema de intercambio regional y colono-metropolitano.
El primer plantel ganadero vacuno hizo su aparición en Asunción en el año 1555 y fue también el primero del Río de la Plata. Fue una expedición realmente prodigiosa, desde la costa atlántica por tierra y por agua, viajando gran parte por el río Paraná y "haciéndolas caminar muchas leguas por tierra, y después por el río en balsas", como cuenta Ruy Díaz de Guzmán en su obra La Argentina. Apenas siete vacas y un toro fueron el resultado final de este sacrificado trajín, pero otros aportes posteriores, como los del Adelantado Juan Ortíz de Zárate, en 1568, procedentes del Alto Perú y llegados por la vía del Alto Paraguay, permitieron un rápido crecimiento de la ganadería paraguaya.
A fines del siglo XVIII, Félix de Azara, en su obra ya citada, comentaba que "hay en estos países un gran número de rebaños de vacas salvajes y domésticas", agregando que "se exporta anualmente para España cerca de un millón de pieles y cueros".
Tan fecunda había sido la ganadería, que las estancias resultaron estrechas para contenerla, más aún cuando no se utilizaban cercas de ningún tipo, tornándose gran parte del ganado salvaje o "cimarrón" y procreándose en ese estado en cantidad tanto o más apreciable que en cautiverio y domesticidad.
También para mediados del siglo XVI se contaba ya en Paraguay con cabras y ovejas y el ganado caballar se volvió tan abundante a partir de los primeros animales de esta especie llegados con la flota de Pedro de Mendoza que, pronto -al igual que ocurrió con el vacuno-, numerosas manadas de equino cimarrón poblaban el paisaje paraguayo.
Con el ganado vacuno y el caballar domesticado y aposentado en las amplias estancias de encomenderos y hacendados, con la servidumbre yanacona y mitaya que se iba "acriollando" poco a poco en estas unidades domésticas y, a la vez económicas, y con la creciente población mestiza paraguaya, se conformaron los elementos estructurales de la actividad pecuaria paraguaya: de ella surgiría una mano de obra especializada en el manejo del plantel ganadero (capataces, troperos, peones), con la característica forma de movilidad ecuestre, la incorporación de nuevas pautas alimenticias para la población indígena, rápidamente consolidadas en patrones culturales peculiares de la población rural paraguaya y además, y esencialmente, a partir de ella se incrementarían actividades subsidiarias que, en lento y progresivo proceso, culminarían en la época moderna de nuestra historia con las importantes industrias derivadas de la carne.
Entre tanto, quizás las más importantes industrias de esta temprana etapa de organización de la economía colonial, fueron las que Aguirre comenta: "Los naturales poseían el algodón, pero su beneficio no pasaba del tejido de las mantas. Se introdujo el telar y se curtieron los cueros de siervos y venados y se tuvo el vestido". Azara complementa la información, señalándonos que "casi todo el algodón permanece en el lugar mismo en que se recolecta y se hace de él una tela tan basta que apenas puede usarse para camisas de esclavos o de pobres", para agregar enseguida: "Es verdad que el hilado y los telares son muy imperfectos, porque apenas se conoce la rueca y el torno de hilar, así como tampoco la ranura practicada en el extremo del huso. El telar, el peine y otros instrumentos del tejedor no son mucho más conocidos".
La tecnología y los medios de producción para las artesanías, indudablemente, no había recibido contribuciones de sustancial importancia. Las pequeñas industrias eran toscas y rudimentarias. De nuevo Azara apoya estas afirmaciones diciendo que "no hay máquinas para fabricar el azúcar en grande como en otras partes" a pesar de que "el azúcar es de muy buena calidad y se exporta, aunque en pequeña cantidad, a Buenos Aires".
No cabe duda de que el Paraguay comenzó su economía colonial con una producción básicamente agropecuaria, de tipo subsistencial, y sólo secundariamente desarrolló algunas artesanías e industrias de gravitación también esencialmente local.
Sin embargo, y a pesar de las trabas que desde temprano -y en forma cada vez mayor-, se le fueron imponiendo, pronto comenzó también a desarrollar una apreciable dinámica exportadora que conoció de los altibajos propios de su irremediable dependencia de las decisiones políticas y administrativas metropolitanas. Estas cristalizaron enseguida en el cierre del puerto de Buenos Aires que, refundada por asuncenos en 1580, era o podía haber sido su natural puerta de salida para el tráfico comercial con la metrópolis. Y se agravó aún más su situación con la división de la unidad colonial, materializada en 1621, poniéndose a aquélla ciudad como cabeza de la naciente Provincia del Río de la Plata y a Asunción como capital de la Provincia del Paraguay, condenada ya para siempre a una irremediable mediterraneidad y a una dependencia económica secular del transporte fluvial y de la predisposición arbitraria de las autoridades "porteñas" (o bonaerenses) para obstaculizar su libre tránsito.
A pesar de todo, esa ligazón vertebral del Paraguay con sus vías de navegación fluvial, qué representaron para el país -durante siglos- su única posibilidad de vínculo con las demás provincias y con la metrópolis, dio también lugar a una activa industria que, desde muy temprano, dinamizando los más diversos oficios artesanales, produjo la primera embarcación americana que habría de cruzar el Atlántico para llegar al continente europeo. "Era la Asunción, desde sus principios, -dice Aguirre- un puerto que aunque tan mediterráneo, comprendía las proporciones de un arsenal (...) Consta que cuantos ejercicios necesitaba la construcción y la marina se hallaban entre ellos: gente de mar, carpinteros de ribera, calafates, herreros, toneleros, cordeleros, etc.". Y si para estas construcciones navales el español debió poner el hierro, el Paraguay donó generosamente sus maderas de las especies más variadas.
Aquella primera carabela, la "Comuneros", fue además, como con acierto señala el historiador Rafael Velázquez en su estudio sobre la Navegación Paraguaya, "obra de maestros de ribera españoles y de auxiliares guaraníes, que la trabajaron en la playa de Asunción, con maderas paraguayas y con herrajes forjados en las primeras fraguas establecidas en esta ciudad". Vale decir, un producto más de la conjunción social y cultural hispano-guaraní.
Prematuramente se inició, pues, la explotación de las selvas paraguayas y sus maderas fueron requeridas y utilizadas sobre todo por los astilleros de donde siguieron saliendo embarcaciones para la navegación fluvial y marítima, así como para la fabricación de carros y carretas, piezas diversas, muelles para embarcaderos, mobiliario y utilería doméstica. Un punto más adelante nos referiremos con mayor detalle a esta copiosa producción. Por ahora, digamos que fueron sobre todo los pueblos de indios, muy especialmente algunos como Itá y Yaguarón, los que se caracterizaron por el rápido surgimiento de gente de oficio y artesanos diversos (herreros, carpinteros, ceramistas, hilanderos) que se vincularon a estas industrias y a otras más que fueron peculiares del Paraguay colonial, como la fabricación de instrumentos musicales, lienzos y tejidos, cántaros y otras cerámicas, dulces, miel, caña, azúcar, etcétera. .
Por último, y no por menos importante, ha de mencionarse la intensiva explotación yerbatera que, desde los mismos orígenes de la colonia, iniciaron los españoles en el Paraguay, una vez que descubrieron sus magníficas propiedades como infusión supletoria del té o del café difundidos en Europa. Apelamos nuevamente a la cita de Azara que nos ofrece un importante dato sobre la yerba mate, al afirmar que "su uso es general en el país y también en Chile, en el Perú y en Quito. Los españoles lo deben a los indios guaraníes de Monday o de Mbaracayú, y está de tal manera extendido, que la extracción, que no era más que de 12.500 quintales en 1726, alcanza hoy a 50.000 (...). El consumo medio por cada habitante es de una onza por día".
La explotación o "beneficio" de los yerbales paraguayos adquirió visos de verdadera "economía de plantación", en el sentido en que se alude a los extensos cultivos del algodonero en los Estados Unidos o de la caña de azúcar en los países antillanos y en ciertas zonas del Brasil; basada fundamentalmente en la mano de obra esclava. Quizás por ello la legislación hispano-indiana ha asimilado el yerbal a la categoría de "mina" y su laboreo tiene connotaciones extractivas más propias de la dura faena productiva dé los minerales que de la simple recolección del fruto natural.
Natalicio González formula esta acertada apreciación en su Proceso y Formación de la Cultura Paraguaya. "La equiparación entre yerbal y mina no es puramente retórica; traduce una dura realidad. Los indios de las encomiendas encuentran su tumba en la selva verde a donde van en legiones de forzados a extraer la cotizada hoja del caá".
De que no es ésta una simple exteriorización del agudo genio del escritor guaireño, es testimonio irrebatible el del padre Ruíz de Montoya que el propio Natalicio González se encarga de transcribir: "Tiene la labor de aquesta yerba consumidos muchos millares de indios; testigo soy de haber visto por aquellos montes osarios bien grandes de indios, que lastima la vista el verlos".
Así entonces, sobre los fundamentos de la chacra guaraní-hispanizada, de la ganadería vacuna y su complemento caballar, de las artesanías y pequeñas industrias, del lento y trabajoso avance del sistema mercantil interregional y colono-metropolitano y de la explotación intensiva de los bosques y, sobre todo, de los yerbales paraguayos, se estructuró la organización de la economía de la colonia. De su evolución durante casi tres siglos, nos ocuparemos en rápida síntesis.
3
DE LA ECONOMÍA NATURAL A LA ECONOMÍA MONETARIA
La economía colonial paraguaya reconoció y vivió las tres etapas clásicas del proceso de desarrollo que Max Weber ha definido en su Historia Económica General.
Es curioso que, pese al empuje que pudiera haberse esperado de una población acostumbrada al comercio, a la navegación ultramarina, a los dinámicos y estratificados burgos y a una industria que, aunque incipiente, era ya significativa, como era el caso del conquistador hispano, aquélla se hubiese visto de nuevo en la encrucijada de recomenzar un proceso cuyas primeras etapas la retrotraían a las formas más elementales de la organización económica.
En este hecho jugó, sin duda, la propia inercia nativa, con su secular economía de consumo pero también tuvo su influjo el pesado arrastre de las formas feudales que el español trasplantó en esta tierra.
De la conjunción de ambas formas y de sus respectivos contenidos, en un escenario todavía en mucho virgen a la acción civilizadora del hombre, nació primero la economía natural "cuyas necesidades quedan cubiertas sin recurrir al cambio, como ocurre, por ejemplo, con el señor territorial que hace descansar la satisfacción de sus necesidades sobre las economías de las haciendas agrícolas de los labradores", como señala Weber en su citada obra.
Pero, como ese mismo autor advierte, esta forma de organización económica casi nunca se presenta pura en la realidad de las relaciones sociales. Y así ocurrió en el Paraguay donde, apenas instalada la población española y entablado el contacto con la nativa, se iniciaron los primeros trueques o "rescates" que, aun cuando en sus comienzos no revistieran un carácter eminentemente económico sino mas bien social, como apoyo a la nueva interrelación entre pueblos y culturas extrañas, sentaron ya los cimientos de lo que sería muy pronto la siguiente etapa del sistema de organización económico-colonial.
En esta última, o economía natural de cambio, en la terminología weberiana, tuvieron activa gestión los "frutos del país" o "especies de la tierra" y es notable que, siendo la economía metropolitana de carácter ya monetarista, no se introdujeran en el Paraguay las monedas sino hasta bien avanzado el siglo XVIII.
Esto explica, en gran medida, que los sistemas de servidumbre indígena tuvieran la larga y rigurosa vigencia a la que hemos aludido en los comienzos de este capítulo, pues de alguna manera debía resolverse la curiosa contradicción que se planteaba a una potencia colonial que reconocía status de "vasallos libres" a los indígenas de sus colonias, exigiéndoles como a tales el pago de diezmo o tributo, cuando en ellas no circulaban los valores de cambio de la metrópolis. De allí la prolongada implantación del régimen de mita con el cual, por servicios prestados en la producción de la chacra encomendera, en su hacienda, en los yerbales, en alguna actividad doméstica o en las propias obras públicas, el indio "vasallo libre" pagaba su contribución forzosa en trabajo y en los productos del mismo.
Similar era la situación que se le planteaba al propio poblador hispano y en este orden la rigurosidad de los ofíciales reales que representaban a la corona y a la Real Hacienda, en cada gobernación provincial, no se prestaba a transigencias.
No es pues en nada casual que fuese uno de ellos, el factor Pedro de Orantes, el que con más insistencia incitara al gobernador Irala a establecer el sistema de repartimientos y encomiendas de indios. El lema era "dar a los cristianos servicio y a los indios amparo", cuando lo que se quería era, en realidad, "legalizar el empleo de sus brazos", como sostiene Branislava Susnik en su Etnohistoria de los Guaraníes.
Esta legalización del trabajo indígena permitió la rápida organización del laboreo agrícola con los resultados que ya hemos comentado un poco más arriba pero, de hecho, impuso además en forma muy rápida la necesidad de implementar e instituir sistemas y medios de cambio para que fuera posible, de alguna manera, tasar y valorizar los productos del trabajo y el trabajo mismo.
Inicialmente, como ya anticipamos, la economía natural de cambio se sustentó en el trueque o "rescate", modo de intercambio de productos que practicaban habitualmente indios y españoles, trocándose carne de animales de caza, pescado, miel, cera, cueros silvestres, hilos y mantas de fibras vegetales, tejidos, maíz, mandioca, maní, etcétera, por una parte; y por la otra: anzuelos, cuchillos, tijeras, hachas y algunos objetos más de poco valor para el hispano pero de fuerte impacto para el indígena.
En la medida en que las instituciones encomenderas de la mita y el yanaconato fueron decantándose, se produjo una copiosa documentación reglamentaria surgida de las propias autoridades coloniales o llegada desde España, mereciendo destacarse de entre toda ella las celebres ordenanzas de los gobernadores Irala, Ramírez de Velazco y Hernandarias y la no menos del Oidor Francisco de Alfaro. Sumóse a todo esto la propia dinámica interna del proceso de desarrollo del sistema de relaciones entre los diversos estratos sociales de la colonia (encomenderos, hacendados, yanaconas, mitayos, criollos, mestizos, indios pueblerinos), para que en el siglo XVII ya el régimen de servidumbre se hubiese ido transformando en diferentes tipos de prestación de servicios o "conchabos" que demandaban determinadas retribuciones.
Por otra parte, la fuerza expansiva de la ciudad de Asunción a todo lo largo del siglo XVI y parte del XVII, como centro difusor del poblamiento regional, fundando ciudades y "prestando socorros", al decir de Aguirre, a todas sus sufragáneas (como Santa Fe, Corrientes, Buenos Aires y otras), había provocado un progresivo y significativo avance del tráfico comercial en el área, sin olvidar a la siempre alerta Casa de la Contratación de Indias, en Sevilla, centro monopolizador de todo el sistema de relación e intercambio entre las colonias y la metrópolis.
Todas estas circunstancias imponían imperativamente el funcionamiento de alguna modalidad de cambio y así surgieron las "monedas de la tierra". El ya reiteradas veces citado Aguirre nos documenta sobre la ceremonia, siempre teñida de la solemnidad hispánica para estos actos, por la cual "en el puerto e ciudad de Nuestra Señora de Su Asunción", el 3 de octubre de 1541, Irala -como Teniente de Gobernador- y los tres oficiales reales. Garci Venegas, tesorero; Alfonso Cabrera, veedor y Carlos Doubrin, factor, ante el escribano de Su Majestad, "visto que no hay oro ni plata ni otras cosas en la tierra para poder contratar en manera de moneda, e que por esta causa se dejan de vender e contratar la hacienda de S.M. que en esta tierra se cobra, así cochinos, maíz, frijoles, mandiocas y aves y otras cosas que se cobran de los diezmos y quintos a Su Majestad pertenecientes (...) e por esto e porque las dichas cosas se ven vendidas al fiado y las deudas no se cobran por no haber moneda (...) dijeron que moderaban y moderaron que de aquí adelante valga un anzuelo de malla un maravedí, e un anzuelo de rescate valga cinco maravedises, e un escoplo valga diez y seis maravedises, una cuña de la marca que aquí se acostumbra hacer valga cincuenta maravedises y una cuña del ayunque de las que aquí se acostumbran valga cien maravedises".
De esta manera, estableciendo equivalencias con las monedas entonces en circulación en España, se conferían diferentes valores de cambio a los objetos que, sin duda, significaron los elementos de mayor impacto en el contacto intercultural hispano-guaraní: anzuelos y hachas de metal.
Sin embargo, con el tiempo, otras "especies de la tierra" también funcionarían como instrumentos de cambio: así el maíz, el algodón hilado o torcido, los lienzos medidos en varas, etcétera.
"Una operación -señala Aguirre- que acredita el bello ingenio de Irala" pero que, deberíamos agregar, indica claramente que ya la economía natural pura no era posible en el siglo XVI y en las condiciones de existencia de un sistema de relaciones colono- metropolitano ingentemente dinamizado por la economía mercantil de base monetaria.
Lo sui géneris es que con las monedas del país siguió mercando todavía la colonia por dos y medio siglos más y que todo intento de incorporar monedas españolas o provinciales antes del siglo XVIII fracaso. Para mayor problema, como señala Natalicio González, "el valor de los extraños circulantes del Paraguay oscila, en perjuicio de la buena marcha de los negocios; su consumo como mercancía -el hierro tenía empleo en la fabricación de barcos, arcabuces, proyectiles, etc.- y la dificultad para su renovación, plantean de un día a otro imprevistos problemas. La especulación florecía en un ambiente propicio".
Ante esta situación, hacia fines del siglo XVI intervenía el Cabildo asunceno para aumentar la nómina de utensilios intercambiables y establecer valores fijos para los mismos: el acero, el hierro, el caraguatá, la cera, el algodón y los lienzos se convierten en moneda fijándoseles diversos valores en pesos españoles. "El lienzo -dice N. González- se tornó moneda preferida para el comercio de exportación; el acero, el hierro, el caraguatá, la cera y él algodón, para el intercambio interno". Agreguemos a ellos, desde mediados del siglo XVII, la yerba mate y el tabaco que comenzaron a fungir como activos medios de cambio.
A pesar de todo, la situación no se normaliza nunca mientras estas especies, de indiscutible valor de uso, permanecen destinadas a esa doble función: mercancías e instrumentos de pago. Muchas confusiones y muchas enmiendas deberán plantearse todavía en el curso de los siglos XVII y XVIII. Dos factores, sobre todo, concurren a ello y ambos ya han sido mencionados al paso pero requieren ahora de un comentario poco más extenso.
En primer lugar, la consolidación de la población paraguaya con sus estratos criollo y mestizo y con sus numerosos e importantes pueblos indígenas.
Asentada aquélla en algunos centros urbanos de factura típicamente hispana y en los dispersos y numerosos valles rurales, de economía agrícola y ganadera, que a lo largo de los siglos de la colonia se fueron afianzando sobre todo en la región central, cordillerana, guaireña, caazapeña y paraguariense, había permitido irse a los táva guaraníes en verdaderos centros de producción donde el indio, aparte de perfeccionarse en un chacareo mucho más productivo y en una habilidosa faena ganadera, logró conformar también una importante capa de artesanos y gente de oficios. Sobre estas bases, la colonia se había expandido internamente lo suficiente como para que ya los simples rescates perdieran completamente su validez inicial.
La población indígena de los pueblos guaraníes, en efecto, había logrado capacitarse en múltiples artesanías tales como la carpintería, herrería, alfarería, platería, fabricación de instrumentos musicales y otras, además de acrecentar habilidades diversas según las necesidades provinciales se lo imponían: navegantes, remeros, canoeros, timoneles, milicianos.
Sus permanentes acercamientos a la población criolla y mestiza fuera para prestar servicio de mita o para enrolarse en las milicias que la provincia, con sus propios recursos, debía mantener constantemente organizadas para su defensa contra los reiterados peligros que la acechaban (rebeliones indias en general, malones chaqueños y malocas paulistas-bandeirantes, en particular), habían permitido una notable movilidad geográfica y social dando lugar a crecientes formas de integración poblacional guaraní-hispano-paraguaya.
En el transcurso de este proceso menudearon las prácticas de oficios y conchabos variados por jornal: ya fuera en estancias, ya en transporte de mercaderías por carretas o por río, ya en cualquier otra forma de prestación de servicio, la demanda y expectativa por pagos creció enormemente.
Por otro lado, importante fue el rol que jugaron en el proceso brevemente relatado, pueblos como Itá, Altos, Yaguarón, Itauguá, con sus artesanías, o Caazapá y Yuty con su fuerte potencialidad ganadera, así como otros tantos más. En todos estos pueblos se originaban los productos para la exportación: cerámicas (en particular los cántaros), algodón, cueros, telas, ruedas y otras piezas para carros y carretas y, en fin, los múltiples bienes que entraban ya a una circulación mucho más amplia y diversificada que los reducidos y primarios trueques de la primera época.
En segundo lugar, y a pesar de las múltiples complicaciones impuestas a la colonia paraguaya por la burocracia administrativa metropolitana y sus centros sufragáneos en América, asunto del que nos ocuparemos más adelante, el Paraguay incrementó sus exportaciones a lo largo de estos tres siglos anteriores a su emancipación.
Desde aquellos tempranos envíos de vino y trigo embarcados hacia Lima y Buenos Aires, pasando por las primeras remisiones de bienes de la tierra consignados a los oficiales reales de Sevilla, sobre las que Natalicio González nos recuerda: "panes de azúcar, yzy o trementina de la tierra, cueros de anta, de tigre y venado, unos crudos y otros adobados que costaron 2.638 cuñas", así como las "3.786 varas de lienzo de algodón que importaron a 60.846. cuñas", hasta llegar por fin a la notable y extensa lista de productos remitidos a Buenos Aires, Santa Fe, Corrientes y Misiones.
Sobre estos últimos, Azara se encarga de proporcionarnos una pormenorizada nómina de extraordinaria variedad de productos, con sus unidades de medida, cantidad unitaria por lugar de destino, precios unitarios y precios totales. Se trata de las exportaciones del quinquenio 1788 a 1792 y comprende: yerba, tirantes, vigas y trozos de madera, rollizos de petereby, palos de arboladura y vergas, tablones de lapacho, cedro e ybyraró, tablas, atravesaños, ligazones, carretas (y piezas de carretas: mazas, ejes, piñas, rayos para ruedas), palmas, tacuaras, palas de canoa, mesas de estrado, sillas y taburetes, papeleras, cajitas de costura, sirgas, azúcar, miel, dulce, almidón, sal, tinajas de barro, lienzo, algodón, cueros al pelo, aguardiente, cera, piedras de afilar y tabaco.
Había llegado pues la hora de la economía monetaria que, al decir de Max Weber, "hace posible una separación personal y temporal de los dos momentos del trueque, y libera de la necesidad de correspondencia entre las cosas cambiadas, con lo cual se crea la posibilidad del ensanchamiento del mercado".
En las condiciones que han sido expuestas, solamente un sistema de intercambio de base monetaria podía ya remediar las graves dificultades del comercio y dar la necesaria apoyatura al regular funcionamiento de la organización económica en el nuevo contexto.
Así lo entiende Natalicio González en su obra ya varias veces citada: "A medida que la economía paraguaya adquiere formas más complejas -dice-, la necesidad del numerario de plata y oro se hace sentir con mayor violencia (...). Es en 1779, en ocasión del establecimiento de la Real Renta del Tabaco, que se introducen las primeras monedas metálicas al Paraguay, fuera de los raros ejemplares que existían y que eran mirados como una curiosidad numismática".
Como se ve, la introducción del dinero o moneda metálica se liga a la institución del llamado Estanco del Tabaco, uno de los tantos mecanismos con los que la burocracia administrativa española obstaculizó o frenó, por siglos, el normal funcionamiento y expansión de la economía paraguaya, un proceso que merece su propio análisis por sus implicancias y por sus posteriores repercusiones.
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ANTECEDENTES Y SUBSTRATO ECONÓMICO DE LA IDEOLOGÍA DE LA INDEPENDENCIA
Desde un primer momento impuso España un férreo monopolio al comercio de sus diversas colonias americanas, sometiéndolas a un obligado y exclusivo circuito de intercambio: la totalidad de las exportaciones del nuevo continente debía dirigirse necesariamente a la metrópolis y de aquí debían proceder todas las mercaderías que importasen las colonias.
Fulgencio R. Moreno, en su Estudio sobre la Independencia del Paraguay, no vacila en calificar a éste como "un régimen monstruoso" y aporta aún otros comentarios que ayudan a comprender la rigurosidad de su juicio. En efecto, dice Moreno, "este tráfico no se realizaba tampoco libremente: estaban determinados, tanto España como en América, los puertos por donde única y exclusivamente se podía efectuar (...). Merced a este sistema, el Río de la Plata, que tenía ante sí la anchurosa y recta vía del Atlántico, se veía obligada a encauzar su comercio por el lado del Pacífico, haciendo un larguísimo viaje por tierra y por agua que embarazaba su expansión y elevaba enormemente los precios".
Agrega todavía más: "Mientras Buenos Aires clamaba por el comercio directo con la metrópolis, los comerciantes de Lima, beneficiados con este sistema, se oponían con tezón a aflojar las ligaduras", para rematar su análisis en esta significativa síntesis: "De manera que aún dentro del sistema de monopolio, el comercio estaba monopolizado por unos pocos".
Por cierto, una visión globalizadora y de conjunto de la época colonial americana permite sostener que, aun cuando la empresa conquistadora, en su fase inicial, fue de transferencia de instituciones feudales, en su larga evolución se mantuvo conforme con las pautas originales del proceso que había dado por origen el descubrimiento del continente: la fuerza expansiva del capitalismo comercial europeo, al que hemos aludido en el primer capítulo.
En efecto, los arreglos feudales en la colonización española del nuevo mundo americano, no modificaron el hecho básico de que las tierras conquistadas sirvieron, en definitiva, al desarrollo del capitalismo comercial cuyo centro se desplazaba de la península ibérica al norte europeo.
No se olvide que, muy pronto, a España y Portugal siguieron ventajosamente en la propagación del tráfico ultramarino otros estados europeos que luego se verían directamente involucrados en el extraordinario desarrollo del capitalismo en su fase ya plenamente industrial, fundamentalmente Inglaterra pero, además, Holanda y Francia. Las marinas de estas naciones no necesitaron atenerse a la autorización papal para comenzar, de inmediato, una fuerte competencia a la acción conquistadora y colonizadora de las católicas potencias ibéricas.
Además, el mecanismo de explotación de las colonias-feudos, implicaba la subyacencia de un elemento típicamente capitalista: la organización del comercio a través de grandes compañías que manejaban el tráfico entre los centros metropolitanos -fundamentalmente Sevilla y Cádiz- y los coloniales.
De hecho, en la colonización española se advierten mezclas difusas de instituciones feudales y capitalistas, lo que parece natural si se tiene en cuenta que la conquista tuvo lugar en momentos en que el desarrollo del capitalismo comercial coexistía con supervivencias deterioradas de un feudalismo declinante, como ya hemos anticipado.
Esa naturaleza híbrida de feudalismo y capitalismo, ha demostrado tener una durabilidad pertinaz en la historia económica de las antiguas provincias hispano-americanas.
La fuerza con que actuaron las corporaciones mercantiles en la estructuración del modelo económico de las colonias en América, no fue menos decisiva -en realidad- para la suerte de éstas que la transferencia de instituciones feudales. El poderoso grupo de mercaderes, constituyendo una verdadera cadena entre los centros de Cádiz, Sevilla, Panamá, Lima y, desde el siglo XVII, Buenos Aires, tuvo mucho que ver en la configuración de la política económica del imperio español.
Ya por presión de los mercaderes limeños se había cerrado, desde 1593, el puerto de Buenos Aires, debiendo el comercio de las colonias de la cuenca rioplatense -el Paraguay incluido- realizarse por el largo camino Buenos Aires, Tucumán, Alto Perú, Lima y Callao, a lomo de mulas; desde allí, por el Pacífico, hasta Panamá; luego, nuevamente por tierra, hasta el puerto panameño-antillano de Portobelo y desde allí en las flotas de mar hasta Sevilla. La medida de excepción, consistente en autorizar uno o dos viajes directos anuales desde Buenos Aires, por el Atlántico, en los llamados "navíos de permisión", prácticamente en nada atemperaron el rigor de aquel sistema.
Todo aquello igual, pero en sentido inverso, regía para las importaciones provenientes de España con destino a estas colonial meridionales. Este "monstruoso régimen" de monopolio dentro del monopolio, como diría Moreno, ejercido en directo beneficio de la clase mercantil limeña, duraría prácticamente hasta las postrimerías de la época colonial.
En este contexto, la situación del Paraguay, ya de por sí grave, puesto que su único camino de salida era su río homónimo que lo llevaba a entrar en la referida cadena desde Buenos Aires, se tornó verdaderamente crítica cuando, desde 1621, se hizo efectiva la disposición de la corona española que, en 1617, había separado del dominio paraguayo a sus antiguas posesiones de Concepción del Bermejo, Corrientes, Santa Fe y Buenos Aires para crear con ellas la Provincia del Río de la Plata con esta última por capital.
Desde ese momento, y cada vez más, su dependencia fue doble pues no tardaron las propias autoridades provinciales "porteñas", en connivencia con la clase comerciante local prontamente constituida, en ejercer presiones cada vez más apremiantes e insostenibles para el comercio paraguayo.
En su Breve Historia del Paraguay, Efraím Cardozo habla de una verdadera "postración económica" del Paraguay ya a partir del cierre del puerto de Buenos Aires, hacia fines del siglo XVI, pero fue sobre todo durante el siglo XVII y, luego, en gran parte del XVIII, que se llegó a una verdadera situación de crisis económica.
En su ya citada obra sobre la navegación en el Paraguay colonial, Rafael Velázquez señala las diferentes imposiciones tributaras con que cargaba el comercio paraguayo en esa época: desde 1638, en Santa Fe, pagaba "un ilegal derecho de romana o romaneo", duplicación de uno similar pagado antes en Asunción; mientras exportó vinos, debió pagar, también en Santa Fe, "un derecho de mojón, de un real por cada botija de vino"; desde 1657 pagó la alcabala, impuesto a las ventas; desde 1663 se instauró, siempre en Santa Fe, el famoso puerto preciso que, de alguna manera y como escala obligatoria de la navegación paraguaya, existía en realidad desde la década de 1640. En el puerto preciso de Santa Fe se debió pagar, desde 1680, la sisa "un impuesto extraordinario de medio peso por arroba de la yerba mate que se vendiera en Santa Fe y Buenos Aires, y un peso para la que de la misma Santa Fe se llevara hacia el Perú y Tucumán".
El denigrante puerto preciso exigía además que todas las embarcaciones paraguayas fuesen totalmente descargadas en Santa Fe para control, pago del impuesto y posterior reembarque. Este impedimento, estas cargas y otras más, rigieron todavía durante el siglo XVIII, a veces temporalmente suspendidas pero siempre implacablemente restablecidas.
Es pues indiscutible la posición marginal que el Paraguay ocupaba dentro de la organización imperial española en relación con otros centros coloniales del continente.
Inicialmente centro dinámico del plan colonizador y foco de irradiación de la conquista en el cono sur americano, el Paraguay se vio luego desplazado a la condición de periferia del virreynato del Perú, primero, y del virreynato del Río de la Plata después, cuando en 1776 éste fue creado por la corona española para frenar el ímpetu expansivo del imperialismo portugués.
De esta manera, como afirma Efraím Cardozo en su Paraguay Independiente, nuestro país "quedó confinado dentro de sus selvas, donde, lejos de las grandes rutas comerciales y olvidado casi de la Corona, su pueblo soportó duras pruebas que vigorizaron su temple, le dieron un sentido heroico de la vida e hicieron del espíritu igualitario la base social de la comunidad".
Realmente el Paraguay constituía el último eslabón en la cadena que vinculaba a las colonias españolas del sur del continente con los grandes centros sub-metropolitanos de Panamá, Lima y Buenos Aires, y de éstos con la propia metrópolis. España, por su parte, dependía de las potencias más desarrolladas del norte europeo: Inglaterra, Francia y Holanda.
En este complejo sistema, la economía colonial paraguaya debió someterse a todas aquellas arbitrarias disposiciones de la burocracia administrativa y cumplir un rol cada vez más dependiente. Esta dependencia de un contexto funcional externo, se materializó internamente en una situación de creciente subordinación hacia una línea cada vez más reducida de productos exportables que, para más agravantes, siguió sujeta al régimen de monopolio y de exacciones sin medida.
Ejemplos significativos de ello lo constituyen la yerba mate y el tabaco. Respecto a este último, ya señalamos que la introducción de la moneda metálica se ligó, en su mismo origen, con el establecimiento del estanco del tabaco -y si bien la intención inicial era organizar la producción, fijar cuotas de exportación y asegurar precios fijos y anticipados a los productores, "desde el primer momento -al decir de Fulgencio Moreno-, despuntaron tres tendencias antagónicas: los intereses de la Renta, los intereses de los comerciantes y la desconfianza del campesino".
Tan contrapuestos intereses no tardaron en producir sus efectos. El mismo Moreno los comenta: mala administración, gran aumento del stock, disminución de la demanda y fijación de un cupo máximo de producción, disminución de la producción, cierre de la fábrica de tabaco negro de San Lorenzo y "ruina de la producción paraguaya".
Moreno agrega más: "Este golpe inopinado se hizo sentir en todo el resto del período colonial (...). Véase, pues, cómo hasta la creación del estanco del tabaco, que en las especiales condiciones del Paraguay pudo haber sido un accidente favorable, resultó tan sólo un nuevo elemento de perturbación económica, funesto para la producción. Parecía que una negra fatalidad empujaba cuando venía del lado del Río de la Plata!".
No fue mejor la situación con la yerba mate, aun cuando el Paraguay ejercía, en este caso, una suerte de monopolio propio, natural, sobre la explotación de este rubro.
De acuerdo con Félix de Azara, en su Descripción e Historia del Paraguay, la yerba mate representaba un 76 por ciento del valor total del comercio paraguayo a fines del siglo XVIII. Sin embargo, ese monopolio, lejos de significar bonanza para la economía paraguaya, la sometió al monocultivo y facilitó aún más la política de exacciones de la corona, al concentrar la fuente de la imposición en un sólo producto.
Natalicio González aporta algunas cifras que son realmente significativas. Así, nos informa que un tercio de yerba (siete arrobas) que en Asunción se cotizaba en 3 pesos 4 reales plata (3,4), pagando diferentes valores por alcabalas en el Paraguay, en Santa Fe, en Tucumán y Cuyo, en Potosí y en Perú, llegaba a tener finalmente un precio de 86 pesos y 7 reales (86,7). Quiere decir que en el Perú, "un tercio de yerba paga a las cajas reales 25 veces su valor de origen", esto es un 2450 por ciento más!.
Irritaba más esta situación -comenta Efraím Cardozo en su Paraguay Independiente-, si se consideraba que el importe de las gabelas paraguayas era destinado a costear fortificaciones y tropas en Santa Fe, Montevideo, Chile y Perú, y aun la guerra contra los piratas del Sur, en tanto que los paraguayos estaban obligados a prestar servicios periódicos sin paga y aportando cada uno caballos y víveres, en los numerosos fuertes y en las frecuentes incursiones contra los indios del Chaco".
Comentario aparte, en términos estrictamente económicos, merece la acción de la orden jesuítica, acción que se desarrolló en lo que es hoy el territorio nacional, en el área de los pueblos misioneros comprendidos entre los ríos Tebicuary y Paraná. Su presencia colaboro, en mucho, en completar el cuadro de estagnación económica que azotó a la colonia hispano-paraguaya durante casi todo su transcurso.
Puede afirmarse que, en esa región, se creó y consolidó –durante un siglo y medio- una verdadera "economía de enclave" en la que la mano de obra indígena y la explotación de los recursos naturales básicos del área, como la yerba mate y la madera, o de los que la propia orden religiosa incorporó, como la ganadería vacuna, fueron los pilares fundamentales. Tampoco han de olvidarse las artesanías diversas que los religiosos indujeron a practicar a los indios bajo su control.
Sin embargo es del caso señalar que esta economía, floreciente en gran parte del siglo y medio que duró la estadía jesuítica en la región, poco o nada se integró con la economía-civil de la colonia hispano-paraguaya y si alguna conexión tuvo con ella fue más bien para acrecentar los notables contrastes entre una economía estacionaria y crítica, como la colonial, y otra próspera, autosuficiente y basada en patrones de muy diversa índole como fueron los que prevalecieron en la organización político-administrativa y socio-económica de las misiones jesuíticas.
A propósito, señala Blas Garay en su Breve Resumen de la Historia del Paraguay: "Además de la agricultura, los jesuitas sacaban pingües beneficios de la ganadería, del laboreo de la yerba mate y del comercio de artículos extranjeros, en el cual nadie podía hacerles la competencia, pues abusando de los privilegios que se les concedieron, se sustraían a todo impuesto, y no pagaban gastos de transporte, porque lo hacían en embarcaciones propias; y como el mantenimiento de las Misiones costaba poco, pues tenían en ellas todo género de fábricas e industrias, realizaban anualmente una utilidad líquida de 1.000.000 de pesos, mientras por las mismas razones que favorecían a los Padres, languidecía y se arruinaba la Provincia del Paraguay".
La independencia económica de las misiones jesuíticas respecto a la colonia - o al menos su no integración efectiva como factor de acrecentamiento de la riqueza colectiva o de mejoramiento de la economía en el ámbito colonial civil-, se veía incrementada por una verdadera autonomía política de la que gozaban. En su Provincia -agrega Blas Garay-: "eran los jesuitas completamente independientes, pues ni los gobernadores, ni los Obispos se atrevían a visitarla, a pesar de tener a ello derecho, sin su venia, y solamente la daban de tarde en tarde y cuando les convenía. Además, obtuvieron para sus indios la concesión de usar armas de fuego, con pretexto de defenderse de los mamelucos, y desde entonces convirtieron cada reducción en una plaza militar, cerrada por las noches, y en la cual no podía entrar ningún extraño sin permiso ni permanecer más de tres días. Así las aislaron absolutamente de toda influencia que no fuese la suya".
Bien es cierto que el tema se presta a atención mucho más profunda y detenida, y es incluso objeto de polémicas, pero no cabe duda que, al menos, si la floreciente economía de enclave de las misiones jesuíticas del sur del río Tebicuary y del norte del Paraná, en lo que sería después la República del Paraguay, no fue enteramente perniciosa, al menos no aportó tampoco factores dinamizantes ni produjo efectos atenuadores a la crítica situación de la colonia y de su economía.
Nuestro autor ya citado señala que, en cambio, por las sutiles y evasivas formas de administración de sus bienes provinciales, amparados en la verdadera autonomía política y económica de que gozaban, los jesuitas "resultaban todos los años acreedores que no deudores del Real Erario" (Garay, B.; ob. cit.).
Abandonada pues a sus propias fuerzas, divorciada de un modelo económico sui géneris -como el misional jesuítico de la región misionera- que actuó más como un elemento exógeno de la organización político-económica provincial del Paraguay colonial que como, una economía regional, complementaria y dinamizadora de su fuerza productiva, la Provincia del Paraguay siguió desenvolviéndose en medio de sus precariedades y dificultades ya señaladas.
Concentrada su fuerza de trabajo en el monocultivo y drenada frecuentemente hacia la atención de emergencias militares, la provincia tuvo que desatender el desarrollo de otras actividades productivas y añadir un elemento más de dependencia con la necesidad de importarlo todo de la metrópolis, a precios exorbitantes.
El abastecimiento de la provincia por medio de importaciones significaba, al mismo tiempo, la multiplicación de los precios por efecto del complicado sistema de intermediación, que suponía la reventa de mercaderías en ocho y hasta en diez instancias, desde su salida de los centros de expendio hasta su llegada al consumidor.
Débil alivio trajeron los reglamentos de Libre Comercio de 1777 y 1778 a la empobrecida colonia. En sustitución de trabas legales, aparecían ahora mecanismos ocultos de drenaje de la riqueza paraguaya hacia los centros porteños de financiación, según surge de un revelador informe del gobernador Pinedo al Rey en 1777.
Se desprende de dicho informe una imagen bastante explícita de la red de comercialización de la yerba mate, en cuyas mallas quedaban atrapados productores y peones paraguayos. Los comerciantes de Buenos Aires adelantaban fondos a los acopiadores; éstos a su vez, hacían lo propio con los productores y, finalmente, eran las clases desposeídas las que debían sostener con su trabajo el flujo real de productos y servicios que alimentaba la compleja corriente financiera de intereses y comisiones, en todos los puntos de intermediación.
La estructura de la dependencia trascendía la plaza de Buenos Aires y llegaba hasta la misma Cádiz. Por supuesto, en cada nivel de intermediación existía una situación de dominio respecto al nivel superior y otra de sometimiento con relación al nivel superior. La "cadena de quiebras", mencionada por el informe de Pinedo (Archivo General de Indias, Audiencia de Buenos Aires, 322, Pinedo al Rey, 29 de enero de 1777), en realidad no es exactamente tal, sino un fenómeno muy similar a los actuales mecanismos de comercialización de productos primarios, en los cuales hay una serie decreciente de ganancias en el trayecto entre el centro de dominio y los estratos inferiores, vinculados directamente a la producción.
Al hallarse la provincia del Paraguay ubicada en el último peldaño de esta escala, como se ha visto, en esa situación encuentra en mucho sus profundas significaciones el proceso de emancipación nacional que eclosiona plenamente en los albores del siglo XIX.
El Paraguay lucha por su independencia en dos frentes, como señala Velázquez: por un lado el gobernador y el Cabildo, que representan el poder metropolitano; por otro, el poder porteño, que representa la dependencia económica que más de cerca y más crudamente ha afectado a la economía colonial.
"Todos estos hechos, y cuantos contribuyeron a la constitución económica del Paraguay, regulando su vida en un período de tres siglos, tenían forzosamente que consolidar en los espíritus un cierto orden de sentimientos", nos dice Fulgencio R. Moreno al momento de establecer las indiscutibles vinculaciones entre el proceso político independentista y el substrato social y económico que le dio su peculiar orientación. Y agrega aun que la historia documentada de la vida económica de la colonia, "revela la existencia de un fuerte sentimiento de solidaridad: solidaridad en el sufrimiento, solidaridad en las protestas, solidaridad en la indignación sorda que produce el esplendor ajeno considerado como causa de la miseria propia".
De que gran parte de los elementos estructurales de la organización económica de la colonia, constituyeron bases fundamentales en el proceso de formación del ser nacional, de la mentalidad nacional y del posterior desarrollo de la historia del Paraguay independiente, con fuertes reviviscencias de antiguos lastres coloniales y de renovados esfuerzos de la solidaridad y cohesión colectiva por fortalecer los fundamentos de la nacionalidad, serán aún pruebas más incontrovertibles las que surgen de las siguientes etapas de la evolución histórica de la economía paraguaya.