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MARGARITA DURÁN ESTRAGÓ

  TESTIMONIO INDÍGENA 1592 – 1627, MARTIRIO DEL HERMANO JUAN BERNARDO EN EL RITUAL ANTROPOFÁGICO GUARANÍ - Por MARGARITA DURÁN ESTRAGÓ y JOSÉ LUIS SALAS


TESTIMONIO INDÍGENA 1592 – 1627, MARTIRIO DEL HERMANO JUAN BERNARDO EN EL RITUAL ANTROPOFÁGICO GUARANÍ - Por MARGARITA DURÁN ESTRAGÓ y JOSÉ LUIS SALAS

TESTIMONIO INDÍGENA 1592 – 1627

 

MARTIRIO DEL HERMANO JUAN BERNARDO

EN EL RITUAL ANTROPOFÁGICO GUARANÍ

 

Por MARGARITA DURÁN ESTRAGÓ y

JOSÉ LUIS SALAS

 

 

BIBLIOTECA PARAGUAYA DE ANTROPOLOGÍA – Volumen 21

CENTRO DE ESTUDIOS ANTROPOLÓGICOS DE LA UNIVERSIDAD CATÓLICA (CEADUC)

Asunción – Paraguay

1994 (182 páginas)

Composición y armado: Gilberto Luís Riveros Arce

Foto tapa: Kurusu Poty - Colección "Museo Guido Boggiani"

 

 

 

INDICE

Prólogo

Introducción

1.      El Guairá en tiempos de Juan Bernardo

2.      Juan Bernardo: Fruto del mestizaje de los primeros años de conquista

3.      Primeros pasos de la Iglesia paraguaya

4.      La Orden Franciscana en el Paraguay: Juan Bernardo se incorpora a ella como hermano lego

5.      La espiritualidad franciscana del siglo XVI: Escuela en la que se formó Juan Bernardo

6.      Discípulo de Bolaños

7.      Joven entusiasta: Modelo de generosidad y entrega a sus ideales

8.      Ritual antropofágico de los paranáes: Marco referencial del martirio de Juan Bernardo

9.      Mártir por la causa del Evangelio

10. Declaración jurada de los testigos del martirio de Juan Bernardo

11. Fray Gabriel de la Anunciación ordena la búsqueda de sus restos

12. El obispo José de Palos OFM, da cuenta al rey de los prodigios que obran las reliquias de fray Juan Bernardo.     

13. Favores obtenidos por intercesión de sus reliquias

14. Fray Francisco de San Bernardino "reabre" la causa del martirio

15. Juan Bernardo en la mente colectiva de los yuteños, caazapeños y guaireños

16. Camino hacia su beatificación

Conclusión

Anexos

Bibliografía


PRÓLOGO

El libro "Testimonio Indígena 1592-1627. Martirio del hermano Juan Bernardo en ritual antropofágico guaraní'; de autoría de la historiadora Margarita Durán Estragó y José Luis Salas OFM, constituye un significativo aporte cultural para el mejor conocimiento de nuestros ancestros.

Dan valor a la obra el riguroso orden de coordinación de datos, los mensajes de profundo humanismo y la tesis que fundamenta el libro.

La calidad de la información veraz y objetiva, el método basado en los principios lógicos y el relato de una vida de sacrificios y enfrentamientos de dos civilizaciones diferentes conjugan una acerta­da simbiosis de dos pueblos que cruzaron su sangre para consolidar una nueva cultura, que sin ser netamente europea y singularmente guaraní, conformó una sociedad mestiza que caracteriza preponderantemente a la nación paraguaya.

Los autores se refieren a los tiempos de Juan Bernardo en su proficua misión.

Los hechos acaecidos en el Guairá son valiosos aportes para el conocimiento de la realidad histórica de la bella y vasta región enclavada entre la costa atlántica y el río Paraná.

El apostolado evangélico de los franciscanos es digno de ponde­ración. Sólo los hombres con mística y renunciamiento pueden domi­nar los rigores de la selva, la rebeldía indómita de los aborígenes y la codicia inmisericorde de los conquistadores.

El pueblo paraguayo le debe a estos cruzados de la caridad, a estos mártires del servicio las virtudes cardinales de la nación hispano­guaraní.

La investigación nos define los perfiles humanos de Juan Bernardo. Al referirse a los mestizos nos recuerda: "Los españoles se quedaron aquí, recibieron las hijas de los indios y cada español tenía buena cantidad de donde se siguió que en breve tiempo tuvieron tantos hijos mestizos, que pudieron con poca ayuda de gente de fuera poblar todas las ciudades que ahora tienen".

Uno de los frutos de ese mestizaje fue Juan Bernardo, oriundo de Ciudad Real, Provincia del Guairá, cuyos datos familiares se desconocen, pero sí se sabe con certeza que fue un destacado misionero franciscano, co-fundador de las primeras reducciones guaraníticas y discípulo del primer líder espiritual del Río de la Plata, Fray Luis Bolaños.

Recálquese que la Orden Franciscana enfrentó la tiranía y codicia de los conquistadores con dación y valor: José de Palos, filósofo al servicio del pueblo, para él no había miseria que no atendiese o necesidad que no aliviase. Fray Bernardo de Cárdenas, extraordina­rio misionero y talentoso cultor de las disciplinas científicas.

Este libro sobresale por su originalidad, rescata hechos desco­nocidos y en el proceso de investigación sus autores eligen los mejores caminos para ofrecernos una obra seria por sus informaciones obje­tivas y sus mensajes de gran trascendencia espiritual.

El marco referencial del martirio de Juan Bernardo y el ritual antropofágico de los aborígenes paranaenses, celebrado en las proxi­midades de Caazapá, testimonian el valor sublime de estos misioneros de la fe y de la caridad.

El pueblo paraguayo asimiló las sabias enseñanzas de los franciscanos: paz y bien.

La revolución del amor pudo más que cientos de arcabuces y miles de soldados.

El pueblo paraguayo plasmó en su espíritu la vocación de servir al prójimo, la sobriedad de sus costumbres, ordenando sus deseos; así como lo predicaba el filósofo Stuart Mill.

El Paraguay le debe a los franciscanos la cohesión y la perennidad de sus costumbres hispano-guaraní y su identidad nacional.

Esa comunidad del mboriahu ryguatã, del karai, de la kuña karai, marcó los perfiles de una sociedad de hombres sobrios, libres de la esclavitud del vicio, del egoísmo degradante y de la codicia perversa.

Congratulo a la historiadora Margarita Durán Estragó, por su fructífera labor en los campos de las letras y la docencia. Su versación, su vena de escritora ágil, castiza, la consagran como un valor de nuestra intelectualidad.

El padre español José Luis Salas, apóstol de Cristo, leal intér­prete de Francisco de Asís y culto intelectual, merece nuestra gratitud por su proficua misión.

Sólo los pueblos con fe, con disciplina social y sin el flagelo del capitalismo salvaje encuentran su bienestar en la práctica de la solidaridad y de la moral normativa.

No se recogerá suficiente bronce en el nuevo continente para honrar a estos paradigmas de la virtud. Tampoco se podrá reunir tanta riqueza para pagarles.

La obra de los misioneros franciscanos es inconmensurable, pertenece al patrimonio incorruptible del espíritu.

En dos sabias palabras, en guaraní, se plasma el ideal de Cristo: "Jekopy-ty ha tekojoja" - Solidaridad y justicia.

Miguel Angel Pangrazio


INTRODUCCIÓN

El hecho de incursionar en el campo de la historia franciscana en el Paraguay, me ha llevado a conocer muchos pueblos fundados por Bolaños y sus compañeros de misión.

Al llegar por primera vez a Caazapá, centro de las reducciones franciscanas del Paraguay y Río de la Plata, visitamos entre otros lugares históricos el oratorio de San Roque en el cementerio del pueblo. En aquella iglesia colonial nos recibió Doña María Roque Quintana, mujer anciana y muy piadosa, heredera de la custodia de las reliquias y la cruz de Juan Bernardo, misionero franciscano muerto por los indios paranáes en Jahapety, paraje ubicado en la entrada de dicho pueblo.

Al escuchar a María Roque el relato del martirio, narrado con tanta devoción e imaginación, me puse a pensar y valorar lo que aquel franciscano mártir supone todavía hoy para los sencillos habitantes del lugar, ya que sin saber mucho sobre él y su martirio, le profesan tanta devoción y cariño.

No me cabe la menor duda de que en el pasado aquella devoción al hermano Juan Bernardo debió haber tenido fuerte raigambre para que pudiera permanecer tan vívida en la memoria colectiva de aquella gente.

Es lamentable tener que reconocer que poco o nada se hizo hasta ahora por recuperar aquel pedazo de historia, velado por la indiferencia y el transcurrir de los siglos.

Con motivo de la recordación del cuarto centenario de su martirio en manos de los paranáes -1592-1992- la custodia franciscana del Paraguay "Fran Luis Bolaños", quiere honrar la memoria del hermano lego Juan Bernardo con este trabajo de inves­tigación histórica sobre su vida y su martirio.

La poca documentación existente sobre sus orígenes, su labor de misionero, cofundador de pueblos y colaborador en la elaboración del catecismo guaraní, se ve compensada en gran medida con la Información Jurada de 1627 en la que declaran más de una decena de testigos de su martirio, mujeres y hombres indígenas de las reducciones de Caazapá y Yuty, respectivamente. Su maestro Luis Bolaños y su compañero de infancia y de profesión religiosa, Gabriel de Guzmán, también dejaron sus testimonios sobre la vida y martirio de Juan Bernardo.

Este documento, de capital importancia para la etnohistoria paraguaya, la historia de la Iglesia en el Paraguay y en particular de la Orden Franciscana, se lo debemos en gran parte a José Luis Salas OFM, incansable hurgador del pasado franciscano en el Paraguay y actual procurador de la causa de beatificación del apóstol Luis Bolaños y de su discípulo y mártir Juan Bernardo.

Margarita Durán Estragó


1.      EL GUAIRÁ EN TIEMPOS DE JUAN BERNARDO

La antigua provincia del Guairá, tierra natal de Juan Bernar­do, lleva el nombre de un cacique guaraní que a la llegada de los españoles habitaba con su gente al norte del imponente salto del Guairá. Desde los inicios de la conquista, el Guairá alcanzó un gran prestigio y según Ramón I. Cardozo "estuvo a punto de dar nombre a todo el Paraguay".

Hablar de la conquista del Guairá es remontarse a la costa atlántica y encontrarse con los náufragos de la expedición de Juan Díaz de Solís que la ocuparon en 1516. Uno de los sobrevivientes de aquel naufragio, el portugués Alejo García, obsesionado por la noticia de oro y plata, se abrió paso hacia occidente. García dejó la costa atlántica y en compañía de un grupo de indios carios atravesó las tierras del cacique Guairá, al norte del río Yguazú, luego cruzó el Paraná hasta llegar al río Paraguay donde tomó rumbo norte. Llegó al Alto Perú a través del Chaco y al volver cargado de metales preciosos, los indios lo mataron a la altura del departamento de San Pedro (1524). Alejo García descubrió el Guairá mucho tiempo antes que los españoles conquistaran el Río de la Plata.

Dicha provincia se hallaba ubicada en el actual Estado de Paraná (Brasil) y tenía como límites, al norte el río Paranapanema, al sur el río Yguazú, al este Santa Catalina, en la costa atlántica y al oeste el río Paraná.

Las tierras del Guairá también fueron testigos de la travesía del segundo adelantado del Río de la Plata, Alvar Núñez Cabeza de Vaca y de los franciscanos Bernardo de Armenta y Alonso Lebrón, quienes salieron de Santa Catalina en octubre de 1541 llevando consigo una veintena de caballos y unos cuantos indios "baqueanos". En el cruce de las tres fronteras: Paraguay, Argentina y Brasil hay una placa recordatoria de aquel hecho.

Según los "Comentarios" de Alvar Núñez, éste y sus acompa­ñantes cruzaron grandes montañas y muchos ríos, como el Yguazú. El Paranapané, el Tacuary, nuevamente el Yguazú hasta encontrarse con sus majestuosas cataratas. Cruzaron el Paraná y llegaron a la provincia del Paraguay.

La ruta abierta por Alvar Núñez fue utilizada por muchos viajeros que desde España se dirigían a Asunción; entre ellos se puede recordar a Juan de Salazar de Espinosa, Isabel de Contreras y sus hijas y el capitán Hernando de Trejo. Con éste último vinieron algunos franciscanos, quienes improvisaron una capilla en las tierras de los Ybyrayás. Durante este viaje los hermanos Escipión y Vicente Goes trajeron al Paraguay, vía Guairá, siete vacas y un toro, los primeros animales vacunos llegados al Río de la Plata.

Fue allí, en la costa atlántica, donde Hernando de Trejo fundó San Francisco, probable lugar del nacimiento de su hijo Hernando de Trejo y Sanabria, en 1554. Este fue el primer franciscano criollo del Paraguay y hay quienes afirman que nació en Asunción.

Desde 1541, año en que Alvar Núñez abre el camino por el Guairá, hasta 1556 en que se funda Ciudad Real, lugar de naci­miento del hermano Juan Bernardo, la ruta de España a Asunción y viceversa iba de la costa atlántica (Santa Catalina) pasando por el Guairá hasta llegar a Asunción, centro de la conquista. Muchos viajeros utilizaban esta vía por desconocimiento del estuario del Plata o quizá por el peligro que suponía la navegación fluvial, aunque tampoco dejaba de presentar dificultades la ruta terrestre, principalmente por el inconveniente del transporte de los equipajes. Durante la travesía, los españoles se valían de los indios que hacían tanto de guías o baqueanos como de "bestias" de carga y hasta se hacían transportar por ellos, como Luis de Céspedes Xeria que se hizo conducir por los indios en una hamaca desde San Pablo hasta el Guairá (1).

En definitiva, la ruta hacia el Atlántico a través del Guairá era la más corta que la de Asunción - Río de la Plata - Santa Catalina. Los virreyes autorizaron el uso de dicha ruta por ser más corta que la de Panamá. Viajeros que iban al Perú lo hacían por el Atlántico, incluso después de la fundación de la segunda Buenos Aires, en 1580.

El continuo tránsito de los españoles por las tierras del Guairá hizo posible la comunicación de éstos con los diversos grupos guaraníes de la región. Estas parcialidades guaraníes eran las de YKuambusu, Tukuty, Tayoaba, Ñuatinguy, Ybyrembeta, Kai-yú y Guarayrú, entre otras (2).

Según Ruy Díaz de Guzmán, hacia 1552 llegaron a Asunción algunos caciques del Guairá pidiendo al gobernardor Domingo Martínez de Irala auxilio contra los tupíes, quienes empujados por los colonos portugueses de San Vicente, hostigaban a los naturales del lugar. Irala fue en auxilio de los guairáes y con indios de la región se dirigió hacia las tierras del cacique Guairá y luego al río Añemby donde los tupíes le cerraron el paso. Irala, logró imponer la paz en la región, iniciándose de esta forma la conquista del Guairá en 1552.

 

 

 

 

 

Hacer una fundación en el camino del Brasil era importante para los intereses de España y también para la salvaguarda de los indígenas, ya que los portugueses tomaban cautivos a los indios guaraníes y se los llevaban a sus dominios como esclavos.

El capitán García Rodríguez de Vergara fundó la Villa de Ontiveros en 1554, en la margen izquierda del río Paraná. Esta fundación duró poco tiempo y su escasa población se trasladó a Ciudad Real, fundada por Ruy Díaz de Melgarejo en 1556, tres leguas al norte de Ontiveros.

Aunque no se conozcan las causas del levantamiento de los guairáes durante el gobierno de Ruy Díaz de Melgarejo, es probable que el mismo haya sido generado por la explotación de los indios bajo el sistema de encomiendas. Ante el pedido de auxilio del citado teniente gobernador del Guairá, acude a su socorro el capitán Alonso Riquelme de Guzmán en compañía de unos sesenta soldados, quienes logran romper el sitio de la ciudad y ejecutar a los cabecillas de la rebelión, en 1561.

Melgarejo permanece en el Guairá hasta 1563 quedando en su reemplazo el capitán Riquelme de Guzmán. En ese tiempo el gober­nador del Paraguay, Francisco Ortiz de Vergara y el obispo Fernández de la Torre encabezaron el éxodo al Perú en busca de socorro y justicia para el Paraguay.

La provincia del Guairá vivió pacíficamente durante el gobierno de Riquelme de Guzmán hasta que en 1569, época del probable nacimiento de Juan Bernardo en Ciudad Real, los pobladores espa­ñoles del lugar se amotinaron contra su gobernador por haberles negado el permiso necesario para ir a España a informar al Rey del hallazgo de piedras preciosas, que al final no resultaron ser tales.

Este hecho guarda relación con el nombramiento del adelantado Juan Ortiz de Zárate, rico hacendado que vendió todos sus bienes para ir a España en busca de la confirmación del gobierno del Paraguay.

Las capitulaciones del adelantado Juan Ortiz de Zárate, que de hecho tuvieron vigencia desde 1568 hasta 1592, coinciden con la infancia y juventud de Juan Bernardo e incluso con los primeros contactos y el posterior ingreso en la Orden Franciscana, ya que entre los labradores, guerreros, mujeres y niños llegados con Ortiz de Zárate en 1575, arribaron al Paraguay los franciscanos Alonso de Buenaventura y Luis Bolaños a quienes se uniría aquel joven mestizo junto con Gabriel de Guzmán, cuando dichos frailes fueron al Guairá hacia 1582.

Precisamente en ese tiempo las ciudades del Guairá se hallaban azotadas por una terrible peste, de la cual morían gran cantidad de indios y españoles, sin sacramento alguno debido a la falta de sacerdotes. Alonso de Buenaventura y Luis Bolaños atendieron a los apestados de Ciudad Real y también a los de Villa Rica del Espíritu Santo y durante su permanencia en aquella provincia fueron muy bien recibidos por los indios a pesar de ser "gente belicosa que nunca habían podido desdeñar (los españoles) y que los demás de ellos comían carne humana" (3).

Los franciscanos permanecieron tres años en el Guairá, pre­dicando a los indios del lugar y llegando hasta "el riñón de la provincia". Félix de Azara encontró todavía en el siglo XVIII "los vestigios de la cruz de Bolaños" (4).

Volviendo a la rebelión de los guairáes, cabe destacar que Felipe de Cáceres, lugarteniente del adelantado Juan Ortiz de Zárate, no reconoció la autoridad de Melgarejo en el Guairá y envió a Riquelme de Guzmán con cincuenta hombres para que retomara su legítima gobernación. Melgarejo logró imponerse con cien arcabuceros que le cerraron el paso del Paraná y Riquelme tuvo que capitular.

A pesar de las garantías que Melgarejo ofreció a Riquelme, éste fue engrillado y encarcelado en la misma casa de Melgarejo, hasta que depuesto Felipe de Cáceres en 1572, el gobernador Suárez de Toledo mandó llamar a Ruy Díaz de Melgarejo para conducirlo preso a España a Felipe de Cáceres.

La salida de Melgarejo de Ciudad Real hizo que los vecinos del lugar pusieran en libertad a Alonso Riquelme de Guzmán y le dieran el título de capitán y teniente de gobernador y justicia mayor del Guairá.

Entre tanto, Juan Bernardo y Gabriel iban creciendo juntos en medio de ese clima político tan complejo y adverso a la paz y sosiego de los pobladores guaireños.

Tal como ya lo señaláramos, ambos jóvenes vistieron el hábito franciscano de manos de Alonso de Buenaventura, compañero de Luis Bolaños, cuando éstos entraron en el Guairá hacia 1582. Sin duda alguna, entre las motivaciones que impulsaron a Juan Bernardo y a su amigo Gabriel a unirse a los frailes para dedicarse a las misiones del Paraguay, están precisamente el testimonio de vida de aquellos religiosos -testimonio traducido en la radicalidad de su pobreza- su caridad para con los apestados y heridos de guerra, su dedicación y entrega a los indígenas, su bondad, su mansedumbre, su sencillez y su espíritu de oración y penitencia.

 

2.      JUAN BERNARDO: FRUTO DEL MESTIZAJE DE LOS PRIMEROS AÑOS DE LA CONQUISTA DEL GUAIRÁ

Una vez conquistado el Guairá, los indios del lugar que sumaban unos cuarenta mil "fuegos" (5) quedaron sometidos a los españoles y desde entonces tuvieron que vivir en constante lucha con otros grupos indígenas, más hostiles a la dominación española.

El fenómeno del mestizaje se fue manifestando como una realidad social debido al aislamiento que sufría la provincia a causa de la pobreza de la tierra. Este hecho hizo que dejaran de llegar más españoles al Paraguay y que tanto en Asunción como en Ciudad Real, los conquistadores se vieran librados a sus propias fuerzas, los que a falta de mujeres españolas, entraron en mestizaje con las indias guaraníes. A veces hacían amistad con los naturales y en muchas otras ocasiones los sometían por la fuerza, aunque ambos tenían un enemigo común que eran los indios del Chaco.

Son muchas las fuentes del siglo XVI que hablan del mestizaje:

"Los españoles se quedaron aquí, recibieron las hijas de los indios y cada español tenía buena cantidad, de donde se siguió que en breve tiempo tuvieron tanta cantidad de hijos mestizos, que pudieron con poca ayuda de gente de fuera poblar todas las ciudades que ahora tienen..." (6).

"Los primeros conquistadores y pobladores que pasaron a ellas no llevaron mujeres españolas, por cuya causa se casaron con hijas de los caciques, nobles de aquellas tierras, de quien proceden los descen­dientes de los dichos conquistadores, los cuales siempre han sido tenidos por hijos de españoles y tratados con los privilegios y exencio­nes de tales" (7).

"Era costumbre de los indios de la tierra servir a los cristianos y de darles a sus hijas o hermanas y venir a sus casas por vía de parentesco y amistad, y así eran servidos los cristianos, porque tenían los cristianos muchos hijos en la gente natural de aquella tierra y a esta causa venían a servir como a casa de parientes y sobrinos" (8). Sin embargo, pocas veces las mujeres se entregaron voluntaria­mente a los españoles, como tampoco los indios aceptaron sumisa­mente el servicio personal. Asunción y sus comarcas, al igual que las ciudades del Guairá, se fueron convirtiendo en centros de recluta­miento de mujeres guaraníes sometidas a la prostitución y al trabajo forzado.

Los testimonios que presentamos a continuación son claro índice de la violenta opresión, como también de la natural resistencia indígena:

"Los españoles han tomado una mala costumbre en sí de vender estas indias unos a otros por rescate..." (9). "Las venden y juegan y truecan en casamiento... se contratan por puercos y ganados y otras cosas menores, de las cuales se sirven para las labores del campo" (10). "Y visto esto por los naturales, procuran esconder sus mujeres e hijas en los bosques y sierras" (11).

Aunque el mestizaje de los primeros años de conquista fue desordenado y confuso y no respondió necesariamente a uniones permanentes entre españoles e indias guaraníes, los hijos nacidos de dichas relaciones eran reconocidos por sus padres y estaban equi­parados socialmente a los españoles.

Uno de los frutos de ese mestizaje fue Juan Bernardo, oriundo de Ciudad Real, provincia del Guairá, cuyos datos familiares desco­nocemos, pero sí sabemos con certeza que fue un destacado misionero franciscano, cofundador de las primeras reducciones guaraníticas y discípulo de fray Luis Bolaños; además, fue un elocuente orador guaraní y el primer mártir paraguayo de quien se tiene documentación escrita.

 

3.      PRIMEROS PASOS DE LA IGLESIA PARAGUAYA

La gran distancia existente entre España y el Río de la Plata, sumada a la pobreza de la tierra debida a la ausencia de minas, contribuyeron en gran medida a la tardía erección de un obispado y el envío de prelados y misioneros para dicha provincia.

Desde la fundación de Asunción en 1537, fueron muchos los pedidos de clérigos, religiosos y oficiales reales en favor de la creación de un obispado en el Río de la Plata. Entre tanto, el ministerio sacerdotal corrió a cargo del clero secular y de unos pocos religiosos llegados con el adelantado Don Pedro de Mendoza.

Con la construcción de la iglesia de La Encarnación junto a las barrancas del río Paraguay, se inicia en Asunción la labor misionera a cargo del capellán Francisco de Andrada, del racionero Gabriel de Lezcano y de los religiosos Juan de Salazar, mercedario y Luis Herrezuelo, jerónimo (12). En los comienzos de la conquista fueron muchos los indios bautizados sin un previo adoctrinamiento en la fe debido a las dificultades de la lengua indígena; de ahí que fue poco lo que pudieron hacer aquellos primeros misioneros en cuanto a la enseñanza de la doctrina cristiana.

Aunque muchos religiosos, movidos por su vocación misionera, llegaban a las "Indias occidentales" para difundir la doctrina cristia­na y ponerse del lado de los indios, los conquistadores, que también se llamaban cristianos y en cuyas expediciones llegaban aquellos religiosos, venían trayendo otras motivaciones que muchas veces chocaban con la utopía cristiana de aquellos misioneros. Fue por eso por lo que el franciscano Bernardo de Armenta, uno de los primeros en pedir al rey un obispado para el Río de la Plata, escribió en estos términos al referirse a su apostolado en la costa atlántica donde no habían llegado aún los conquistadores:

"La mala vida y mal ejemplo de los que acá viniesen por conquistadores, les harían menospreciar nuestra fe. Porque viendo que yo les hago guardar la ley de Dios a la letra... si viesen lo contrario en los que acá viniesen, dirían que éramos embusteros... y por esta causa... no está convertido todo el mundo, por ver la mala vida de los cristianos" (13).

La diócesis del Río de la Plata con sede en Asunción es erigida por bula Super Specula Militantis Ecclesiae, de Pablo III del 1 de julio de 1547. Su primer obispo electo, fray Juan de los Barrios, nunca llegó a su sede, pero aún así, su persona quedó ligada a la historia de la Iglesia en el Paraguay por haber erigido desde Aranda del Duero la

Catedral de Asunción. El obispo Barrios dispuso, asimismo, la constitución del cabildo eclesiástico con sus integrantes y dependen­cias correspondientes. Por cierto que el reducido número de clérigos residentes en Asunción no podía cubrir de manera alguna tales cargos, como el de arcediano, deán, chantre, tesorero, canónigos, racioneros y capellanes.

Recién en 1556, después de casi una década de la erección de la diócesis del Río de la Plata, llega a la sede de Asunción el obispo fray Pedro Fernández de la Torre, a quien los pobladores de la ciudad lo reciben con toda solemnidad. La iglesia de La Encarnación se convirtió provisoriamente en catedral del obispado, hasta que fue construida la nueva sede, junto a la bahía de Asunción. También el cabildo eclesiástico comenzó a funcionar, aunque con un reducido número de clérigos, conforme a la realidad de la incipiente Iglesia paraguaya.

El obispo la Torre participó activamente en los avatares polí­ticos de la ciudad; a la muerte del gobernador Irala se mostró partidario Francisco Ortiz de Vergara, nombrado por el cabildo de Asunción. El prelado acompañó al nuevo gobernador hasta el Perú con el fin de obtener la confirmación de su cargo por parte de la Audiencia de Charcas y pedir auxilio a las autoridades virreinales debido al aislamiento en el que se hallaba sumida la provincia del Paraguay.

Según Julio César Chaves, la expedición al Perú por poco dejó despoblada Asunción, ya que participaron de ella, además del go­bernador y el obispo, los capitanes y cuarenta vecinos principales de la ciudad, algunos con sus mujeres; además fueron doscientos espa­ñoles mancebos, cien indios amigos, setecientos caballos, unos diecio­cho navíos y gran cantidad de canoas (14).

El éxodo se produjo en 1564 y se prolongó por espacio de cuatro años. Entretanto, la Iglesia del Paraguay quedó a cargo del padre Francisco González Paniagua en calidad de provisor del obispado.

La labor pastoral del obispo la Torre se extendió más allá del ámbito religioso y entró en conflicto con el teniente gobernador Felipe de Cáceres, lugarteniente del adelantado Juan Ortiz de Zárate, del que ya hicimos mención al hablar del Guairá.

Esta época de disturbios y enconos entre el obispo la Torre y Felipe de Cáceres coincidió con la infancia y la niñez de Juan Bernardo en la provincia del Guairá.

Después de cuatro años de enfrentamiento entre las dos máxi­mas autoridades provinciales, el obispo la Torre apresó a Felipe de Cáceres en la iglesia Catedral tildándolo de luterano. El mismo obispo se empeñó en conducirlo preso a España, junto con Ruy Díaz de Melgarejo, gobernador del Guairá.

Al abandonar el escenario político Ruy Díaz de Melgarejo y Felipe de Cáceres, la calma volvió a la provincia y Alonso Riquelme de Guzmán no sólo logró su libertad sino que fue nombrado por los vecinos del Guairá como gobernador de dicha región, donde su hijo Gabriel y el amigo de éste, Juan Bernardo, pudieron crecer juntos viviendo una niñez feliz rodeados de sus familiares y vecinos.

La sede del obispado del Río de la Plata quedó vacante durante trece años hasta la venida del obispo fray Alonso Guerra, en 1585. Entretanto se sucedieron en el gobierno de la Iglesia varios provisores eclesiásticos, hasta que en 1582 el dominico Francisco Navarro de Mendigorria tomó posesión del cargo con el título de administrador y juez general, hasta la llegada del obispo Guerra.

Durante la administración eclesiástica de Navarro de Mendigorria ocurrieron algunos hechos que marcaron nuevos rumbos en la Iglesia, como la llegada de los franciscanos Alonso de Buenaventura y Luis Bolaños, quienes partieron para el Guairá hacia 1582, después de fundar la primera reducción guaranítica de Altos, traducir la doctrina cristiana al guaraní y atender a los indios comarcanos de Asunción. Es bueno destacar aquí el despertar de las vocaciones nativas en esta primera época de conquista, fruto sin duda del testimonio evangélico de estos misioneros franciscanos que re­corrían las selvas y los ríos del Paraguay "sin escolta ni compañía de españoles y se metieron entre los indios de aquel distrito cuarenta leguas de esta ciudad donde... asistieron mucho tiempo predicándoles y dándoles a entender la doctrina católica..." (15). Jóvenes mestizos como Juan Bernardo y su amigo de infancia Gabriel de Guzmán pidieron su ingreso en la Orden Franciscana a fin de seguir los pasos de Bolaños y su maestro Alonso de Buenaventura que supieron atraer a muchos jóvenes con su pobreza de vida y su total entrega a los naturales del Paraguay.

Cuando los novicios guaireños bajan a Asunción en compañía de Bolaños y Alonso de Buenaventura, se encuentran con la noticia de la llegada del obispo Guerra, que venía del Perú después de haber participado del Tercer Concilio Limense -1582-1583- en el que se había aprobado un catecismo único para todo el virreinato del Perú, del cual dependía el Río de la Plata.

El obispo Guerra se ocupó de la formación humana y cristiana de los hijos de la tierra a fin de prepararlos para el sacerdocio debido a la escasez del clero:

"Trabaja todo lo que puede enseñar a estos mancebos nacidos en esta tierra, criollos y mestizos para ordenarlos porque hay muy grande falta de sacerdotes y del Perú no quiere nadie venir a esta tierra pobre" (16).

Luis Bolaños aprovecha la llegada del obispo Guerra para ordenarse sacerdote, pues hacía diez años que había llegado de España con sólo las órdenes menores pensando que a su arribo al Paraguay encontraría un prelado en Asunción.

El obispo Guerra conoce los trabajos lingüísticos de Bolaños y le encomienda la traducción del catecismo limense, tarea que dicho fraile realiza con la ayuda de los novicios guaireños Juan Bernardo y Gabriel de la Anunciación. El catecismo guaraní de Bolaños, aprobado en el sínodo de Asunción de 1603 se convirtió en el catecismo de la Iglesia paraguaya durante más de dos siglos. Bolaños también tradujo el "confesonario y sermones", según el ritual peruano que regía para todas las diócesis dependientes del arzobispado del Perú (17).

Con la anuencia y apoyo del obispo Guerra, Alonso de Buena­ventura y Luis Bolaños fundan las reducciones de Itá y Yaguarón -1585-1587- donde Juan Bernardo y Gabriel de Guzmán, o de la Anunciación como lo llamaban en la Orden, tienen un protagonismo importante.

Una vez ordenado sacerdote Luis Bolaños, su maestro Alonso de Buenaventura viaja a España en busca de más misioneros y queda Bolaños con la responsabilidad del gobierno del convento de Asunción, de las reducciones guaraníticas fundadas por ellos y de la formación de los novicios Juan Bernardo, Gabriel y otros que se habrían sumado a los anteriores. Después de este viaje, Buenaventura volvió a España con el mismo fin y tuvo el mérito de aportar al Río de la Plata más de sesenta franciscanos misioneros, entre ellos, Martín Ignacio de Loyola, obispo del Paraguay.

Alonso Guerra sufrió el destierro por parte de los oficiales de la real hacienda debido a que trató de regularizar el manejo de los diezmos. Después de poco más de cuatro años de obispado, fue trasladado a Michoacán, en Nueva España. Al irse Guerra, la sede quedó vacante por otros trece años, los que fueron gobernados por Navarro de Mendigorria, Rodrigo Ortiz Melgarejo, hijo de Ruy Díaz de Melgarejo, fundador de Villa Rica del Espíritu Santo.

Fue probablemente durante el gobierno eclesiástico de Rodrigo Ortiz Melgarejo cuando Juan Bernardo fue a la tierra de los paranáes, donde recibió el martirio en 1592.

El obispo de Tucumán y hermano del gobernador Hernandarias, fray Hernando de Trejo y Sanabria, primer obispo paraguayo, visitó a su madre María de Sanabria que residía en Asunción en 1598, ocasión que fue aprovechada para la ordenación sacerdotal de Roque González de Santa Cruz y otros.

Aquella diócesis tan vasta en extensión -450 leguas- pobrí­sima en recursos humanos y materiales, con una población indígena explotada y un relajamiento de las costumbres debido al libertinaje generalizado, necesitaba con urgencia un obispo ejemplar que pudiera encauzar la labor pastoral del obispado, reformar las costumbres tanto de españoles como de indígenas, defender a los naturales del abuso de los encomenderos y propiciar la fundación de más reducciones y doctrinas de indios. Ese obispo vino a comienzos del siglo XVII en la persona de fray Martín Ignacio de Loyola, quien a poco de llegar a su sede convocó a los representantes civiles y religiosos de las ocho ciudades del Río de la Plata para la celebración del primer sínodo de Asunción, en 1603. Entre las personalidades relevantes de dicha asamblea se encontraba Luis Bolaños, traductor del catecismo guaraní y maestro del mártir guaireño, el hermano lego Juan Bernardo.

 

4.      LA ORDEN FRANCISCANA EN EL PARAGUAY: JUAN BERNARDO SE INCORPORA A ELLA COMO HERMANO LEGO

De acuerdo con las cédulas reales de 1535 dirigidas al padre guardián del convento de San Francisco de Sevilla, al prior de San Pablo de la misma ciudad y al adelantado Pedro de Mendoza, el rey ordenaba a los mismos el envío de franciscanos al Río de la Plata. Aunque no existen nombres concretos al respecto, Barco de Centenera escribió unos versos sobre el martirio de uno de los franciscanos llegados con Pedro de Mendoza en 1535.

"Aquí quiero no quede en el olvido

Un caso que me viene a la memoria

Del gran Patriarca enriquecido,

De bienes duraderos en la gloria

Seráfico Francisco ha merecido

Un hijo suyo palma de victoria

En tiempo de don Pedro lo mataron

Y el caso de esta suerte me contaron" (18).

En estrofa seguida, Centenera dice que este religioso fue muerto por los agaces, lo que hace suponer que el mismo acompañaba a Juan de Ayolas en 1536 o al capitán Juan de Salazar en 1537; lo cierto es que ningún franciscano estuvo presente en la fundación de Asunción, en agosto de 1537.

Muerto don Pedro de Mendoza a su regreso a España, el rey envió al veedor Alonso Cabrera para prestar auxilio a los españoles que quedaron en el Río de la Plata. Cabrera llegó al puerto de Santa Catalina en 1538 trayendo entre sus tripulantes a cinco franciscanos que venían de Andalucía con licencia del maestro general de la Orden para ocuparse en la conversión de los naturales (19). Dos de ellos quedaron ligados a la historia franciscana del Paraguay: Bernardo de Armenta, superior de la misión y comisario del Río de la Plata y Alonso Lebrón, procedente de las Islas Canarias.

Los expedicionarios quedaron en el puerto de los Patos (San Francisco) en espera de que amainaran los vientos para seguir viaje rumbo al Río de la Plata. Allí encontraron a tres náufragos de la expedición de Gaboto que ayudaron a los españoles y en especial a los frailes a comunicarse con los indios del lugar ya que hablaban la lengua indígena. En ese lugar Armenta fundó la provincia franciscana del Nombre de Jesús, en 1538.

Cuando la tripulación continuó viaje hacia el Río de la Plata, los frailes decidieron quedarse en la costa atlántica entusiasmados por el "éxito" de su labor misionera. Estos religiosos no sólo se ocuparon de la conversión de los indios, sino también se empeñaron en mejorar la producción de la tierra, pidiendo a España semillas y labradores que ayudaran a los nativos en las tareas agrícolas. Se conocen dos cartas de Armenta al rey, en las que se destaca el espíritu evangélico que le animó en su misión entre los guaraníes de la costa atlántica y también entre los nativos de Asunción y sus comarcas.

A pedido del adelantado Alvar Núñez Cabeza de Vaca, Armenta y Lebrón abandonaron la costa atlántica y acompañaron a éste en su viaje al Paraguay. Llegaron a Asunción en 1542 y al poco tiempo se enemistaron con el gobernador por no dejarles levantar capilla en la ciudad ni permitir que los indios los ayudaran en dicha tarea. Debido a su autoritarismo, Alvar Núñez cayó preso en 1544, ocasión aprovechada por los franciscanos para volverse a la costa atlántica a continuar con la misión allí iniciada.

Con el regreso de Armenta y Lebrón al puerto de los Patos, la presencia franciscana en el Paraguay quedó postergada por algún tiempo. Una veintena de frailes que debían venir con el obispo Juan de los Barrios no pudieron hacerlo por aplazarse dicho viaje a raíz de la muerte de Juan de Sanabria, en 1549.

En 1550 llegan algunos religiosos con la armada de doña Mencia de Calderón, viuda de Juan de Sanabria. Cuatro años más tarde y en compañía del capitán Hernando de Trejo, dichos frailes llegan al Guairá donde Ruy Díaz de Melgarejo fundaría la Villa Rica del Espíritu Santo, en 1570. No nos han llegado sus nombres ni destinos. Estos religiosos, y los que vinieron años más tarde como Francisco Daroca, quien residía en Asunción en 1570, se preocuparon por construir un convento de la Orden (20).

Con la armada de Juan Ortiz de Zárate llegan a Asunción en 1575, Alonso de Buenaventura y Luis Bolaños. A falta de convento de su Orden, estos religiosos se alojan en una de las ermitas de la ciudad y desde allí comienzan su labor misionera con los indios comarcanos, mientras aprenden la lengua nativa.

Según testigos de la época, Bolaños y Buenaventura fueron misioneros itinerantes debido a la escasez de religiosos dedicados a los indígenas y a la ingente labor que debían cumplir en tan vasto territorio. Después de pacificar a los indios de "río arriba" que se hallaban rebelados, fundan la primera reducción guaranítica de Altos, en 1580. Dos años más tarde vuelven a los indios del norte y se adentran en el Guairá donde prestan ayuda espiritual a los españoles e inician el adoctrinamiento de los naturales de la región. Durante su permanencia en Ciudad Real, situada sobre los saltos del Guairá, Bolaños y Buenaventura conocen a Juan Bernardo y Gabriel de Guzmán. Estos jóvenes guaireños solicitan su ingreso en la Orden Franciscana y en su misma tierra, rodeados de familiares y vecinos, reciben el hábito franciscano de manos del maestro Alonso de Buenaventura. Allí mismo, en tierra de misión, inician el noviciado por los caminos polvorientos y los montes del Guairá, ayudados muy de cerca por sus maestros Alonso de Buenaventura y Luis Bolaños. Cabe destacar que la misma Orden autorizaba la apertura de novi­ciados fuera de las "casas de formación" siempre que se tratasen de tierras de misión como era el caso del Paraguay.

Los discípulos guaireños se convirtieron en "maestros" de sus maestros en la enseñanza de la lengua guaraní. Juntos siguieron recorriendo la región hasta llegar a la tierra de los tupíes, cuando recibieron desde Asunción un llamado de parte del custodio del Tucumán, fray Alonso de la Torre, que venía a continuar la obra del convento que había quedado inconclusa desde hacía cinco años. Dicha obra la había comenzado el padre Pascual de Rivadeneyra en 1580 y no la pudo acabar por haber ido a España a dar cuenta a sus superiores de la situación de la Orden en el Río de la Plata.

Una vez en Asunción, como queda dicho, Bolaños aprovecha la llegada del obispo Guerra para ordenarse sacerdote en 1585 y con el apoyo y anuencia del mismo y la insustituible colaboración de Juan Bernardo y Gabriel de Guzmán o de la Anunciación, fundan cerca de Asunción las reducciones de Itá y Yaguarón, entre 1585 y 1587.

Hacia 1590 ambos jóvenes profesan en la Orden Franciscana. Antes que ellos lo había hecho en Lima, Perú, fray Hernando de Trejo y Sanabria, obispo del Tucumán y fundador de la Universidad de Córdoba.

Gabriel de la Anunciación llega a ordenarse sacerdote, en tanto que Juan Bernardo permanece como hermano lego.

Nos preguntamos por qué esa diferencia, ¿será que Juan Ber­nardo renunció al sacerdocio por humildad, o es que lo relegaron de dicho ministerio por no contar con la debida "limpieza de sangre" requerida entonces para el ministerio sacerdotal? Al no contar con otros datos biográficos de Juan Bernardo, que los atestiguados por Gabriel de la Anunciación con motivo de su martirio en 1592, no podemos saber si este joven era hijo de india o de mestiza, lo que podría definir en aquella primera época de la conquista, su admisión o no al sacerdocio.

Sea como fuese, ambas hipótesis honran al mártir paraguayo, porque si optó voluntariamente por la "minoridad", por permanecer como simple lego, es la humildad la que adorna en ese caso a Juan Bernardo. Si lo relegaron del sacerdocio por su ascendencia indígena de primer grado, por línea materna, el valor de su entrega generosa a la Orden, a pesar de las leyes canónicas discriminatorias de aquel tiempo, lo enaltece y honra en la persona de todos sus ascendientes indígenas marginados y humillados hasta el presente.

 

5.      LA ESPIRITUALIDAD FRANCISCANA DEL SIGLO XVI: ESCUELA EN LA QUE SE FORMÓ JUAN BERNARDO ADEMÁS DEL NOMBRE Y EL LUGAR DE ORIGEN DEL HERMANO LEGO JUAN BERNARDO, ES MUY POCO LO QUE SE CONOCE DE ÉL.

No se sabe de su familia, del registro de su bautismo e incluso su mismo nombre resulta difícil aclararlo ya que casi todos los cronistas e historiadores lo llaman Juan de San Bernardo, en tanto que los testigos de su martirio: indígenas y religiosos, lo nombran simplemente como Juan Bernardo. ¿Será que la gente del pueblo lo comenzó a llamar San Bernardo por su fama de santidad, fruto de los prodigios que obraban sus reliquias?

También se dan tres fechas de su martirio. Según testigos presenciales del hecho fue en 1592; otros creen que en 1594 teniendo en cuenta la fecha del epígrafe que aparece en el medallón dibujado a los pies del óleo del mártir, cuya copia tomada del original se conserva en el convento franciscano de Asunción y data de finales del siglo XIX; en tanto que el martirologio franciscano habla de 1599.

De entre las tres fechas mencionadas creemos que la más acertada es la de 1592 ya que está fundada en los testimonios del provisor y vicario general de la diócesis de Asunción, Mateo de Espinosa, del cura doctrinero de Yuty fray Gregorio de Osuna, de fray Gabriel de la Anunciación, quien despidió al mártir al dejar la reducción de Itá para ir hasta los paranáes y de más de una docena de indígenas de Caazapá y Yuty que presenciaron el martirio y declararon en 1627 que el hecho había ocurrido treinta y cinco años atrás.

La falta de cuidado por documentar la historia franciscana y principalmente por conservarla, fue una preocupación manifiesta de Luis Bolaños al decir en 1624: "Este descuido a nuestro pasado es digno de llorar con lágrimas de sangre". Lo decía precisamente, refiriéndose a los papeles del arca o archivo del convento de Asunción, relacionados con la vida y martirio de su discípulo Juan Bernardo.

Decíamos de él que provenía de Ciudad Real, provincia del Guairá y que se crió junto a Gabriel de Guzmán, nacido en 1569, lo que nos ayuda a ubicarlo en el tiempo. De su padre español habrá recibido las primeras letras al igual que la enseñanza de la doctrina cristiana. De su madre, posiblemente indígena, heredó la lengua guaraní hasta convertirse en "un gran lengua" como lo calificó su maestro Bolaños. También habrá legado de ella los valores culturales de su pueblo, como la reciprocidad o ayuda mutua, el valor del parentesco, el conocimiento de las propiedades medicinales de las plantas, el respe­to a la naturaleza, virtudes que las encontró y perfeccionó en la escuela franciscana de Alonso de Buenaventura y Luis Bolaños.

Al ingresar en la Orden y vestir el hábito franciscano, Juan Bernardo fue recibiendo de sus maestros las notas esenciales de la espiritualidad franciscana de fines de aquel siglo.

La recoleta franciscana de donde provenían sus maestros Luis Bolaños y Alonso de Buenaventura se caracterizaba por su reciente renovación en la austeridad. Las reformas de Pedro de Alcántara se habían extendido por toda España mediante su predicación, su dirección espiritual, sus escritos y correspondencias. Aquel penitente y prediador excepcional comía cada tres días y muy frugalmente, dormía sentado sólo dos o tres horas, andaba descalzo y un cilicio metálico le cortaba las carnes. Pedro de Alcántara y sus seguidores se flagelaban el cuerpo hasta sangrarse. Su consigna era: Rigor para sí e indulgencia para los demás.

La espiritualidad franciscana recoleta gustaba de la soledad del claustro, de la austeridad, del desprendimiento y de la penitencia, sin descuidar para nada la acción apostólica. Fue un volver a las fuentes originales de San Francisco, a su regla y testamento, a su espiritualidad tan identificada con la hermana naturaleza.

De la mayor austeridad recoleta salieron precisamente los hombres más activos y al mismo tiempo los más austeros, como Luis Bolaños, Alonso de Buenaventura, Martín Ignacio de Loyola y otros.

Los recoletos pertenecían originalmente a las casas de retiro dependientes de los franciscanos observantes, pero desde comienzos del siglo XVI y bajo la protección de cardenales y pontífices llegan a tener superiores autónomos, sin desprenderse de la observancia (21).

La piedad franciscana del siglo XVI, escuela en la que se formó Juan Bernardo, seguía fiel a la idea cristocéntrica de la Encarnación. Por eso sostenía la Concepción Inmaculada de María. Una de las oraciones que nos recuerdan esa devoción es el tradicional "Bendito y alabado sea el Santísimo Sacramento del altar y la Virgen concebida sin pecado original". Ya el catecismo guaraní de Bolaños lo recoge como un rezo fundamental.

La espiritualidad franciscana que bebió Juan Bernardo a tra­vés de sus maestros tenía mucha similitud con el "teko" o modo de ser guaraní; de ahí la espontánea y natural sintonía de lo nativo con lo franciscano. El sociólogo paraguayo Ramiro Domínguez dice que los guaraníes encontraron en los franciscanos el duplicado de llave de su cultura. Fue esa afinidad en lo cotidiano la que hizo posible la germinación de una espiritualidad franciscana injertada en la misma cultura indígena. Juan Bernardo es fruto de ella por ser hijo de aquel pueblo sencillo y pobre que supo captar de la espiritualidad franciscana aquellos elementos esenciales que todavía hoy conforman la cultura paraguaya.

Tal como lo hemos dicho, volver a la antigua austeridad de las reglas fue la nota característica del franciscanismo del siglo de Juan Bernardo. Austeridad manifestada en una vida de rigidez y observan­cia por dentro, pero de indulgencia, bondad y comprensión para los demás. Paz y bien para atraer y ganar "almas" al seno de la Iglesia y hacerse pequeño entre los más pequeños de los hijos de Dios.

La oración, la penitencia, la contemplación, la pobreza, la vida común en fraternidad, el sacrificio y hasta el martirio por la causa de Cristo, constituían los ingredientes esenciales de la espiritualidad franciscana. Juan Bernardo vivió conforme a ella, tanto que su maestro Bolaños, al tener que escribir algo de él con motivo de su martirio, lo alabó porque además de ser un gran lengua, "era muy pobre mucho" (22). La misma constatación la hizo su compañero de

infancia y más tarde doctrinero con él en las reducciones de Itá y Yaguarón: Gabriel de la Anunciación, quien dijo de él que "vivió religiosamente y con mucho ejemplo y virtud... gran celoso de espíritu en la predicación y muy caritativo con los indios..." (23).

Eso fue Juan Bernardo, un modelo de espiritualidad franciscana. Un hijo de la tierra guaraní que supo encarnar en su vida el espíritu del pobre y humilde Francisco de Asís.

 

6.      DISCÍPULO DE BOLAÑOS

La vocación misionera de Juan Bernardo provenía de la escuela franciscana de Luis Bolaños y Alonso de Buenaventura. Estos reli­giosos pertenecían a la recoleta franciscana, una de las ramas más austeras de la Observancia, que como ya lo expresáramos al hablar de la espiritualidad franciscana, la misma se destacaba por la práctica de una extrema pobreza y un alto sentido del valor de la oración y al mismo tiempo de la acción misionera.

El convento recoleto de Santa Eulalia de Marchena -Sevilla-, pueblo natal de Bolaños, fue el crisol donde fray Luis comenzó a forjar aquellas virtudes que le hicieron merecedor de su designación como futuro misionero del Paraguay.

En gran parte, la mística misionera de los franciscanos enviados a América estaba inspirada en fray Francisco de los Angeles Quiñónez, el mismo que en 1523 fuera nombrado ministro general de la Orden. Este redactó unas instrucciones para los misioneros, todas ellas saturadas de una gran fuerza evangélica:

"A fin de que en tan santa empresa no falte el mérito de la santa obediencia, a todos los que fuesen designados y se ofrecieren espontáneamente les mandamos por santa obediencia que realicen el viaje y se entreguen a la labor a ejemplo de los discípulos de Cristo Señor Nuestro".

"Plantar el santo evangelio e introducir nuestro evangélico modo de vivir" (24) fue uno de los tantos consejos que aquel maestro general de la Orden había dejado escrito para los misioneros de América.

Quiñónez se había inspirado en la regla de San Francisco, capítulo XII, que decía: "A ninguno den licencia para ir, sino a los que vieren idóneos para enviar".

De acuerdo a dicha regla, la selección de religiosos para las misiones de las llamadas Indias Occidentales recaía en los frailes más probos y ejemplares. Luis Bolaños obtuvo aquella licencia en 1572, año del inicio de su viaje a las tierras de los Guaraní, en la Provincia del Paraguay.

Una vez en Asunción donde llegan en 1575, Bolaños y Alonso de Buenaventura realizan los primeros contactos con los indígenas y en 1580 fundan la primera reducción guaranítica de Altos, en una región cercana a la ciudad de Asunción.

Mediante su persuasión, su caridad y su pobreza de vida, Bolaños y su compañero logran pacificar a los naturales de "río arriba" y se adentran en las tierras del Guairá, donde conocen a Juan Bernardo y a su amigo Gabriel de Guzmán.

En aquel medio hostil donde imperaban la discordia, la ambi­ción desmedida, las represalias y hasta la misma muerte, Juan Bernardo encontró en Bolaños y Alonso un remanso de paz, una esperanza conciliadora que pudiera lograr contener tanta violencia generalizada, tanta desolación y llanto indígenas.

"Si los dichos fray Alonso y fray Luis Bolaños... no hubieren comenzado a hacer las reducciones... los indios se hubieran menosca­bado e ido siempre a menos por las continuas rebeliones y alzamien­tos que han tenido: los españoles y conquistadores los han querido reducir a hierro y fuerza de armas, que ha sido causa de muchas muertes..." (25).

El testimonio de vida de aquellos religiosos, su caridad para con los naturales, los mestizos y españoles del Guairá, su mansedumbre, su espíritu de sacrificio y su constante afán por adentrarse en los montes en busca de indígenas a quienes pacificar y reducir a pueblos, fueron los detonantes de aquella decisión que lo llevó a Juan Bernardo a vestir el hábito franciscano y seguir los pasos de su maestro Luis Bolaños.

Acostumbrado Juan Bernardo a ver a los conquistadores y clérigos del Guairá escoltados por soldados bien armados y dispuestos siempre a matar, encontró extraño y reconfortante el hecho de que Bolaños y su maestro Alonso recorrieran los montes sin escolta alguna, confiados en Aquel que los sustentaba, tal como lo hace un niño indefenso en los brazos de su padre.

"Fueron sin escolta ni compañía de españoles y se metieron entre los indios de aquel territorio, cuarenta leguas de esta ciudad..." (26). Esta experiencia vivida en el Guairá junto a su maestro, fue calando muy hondo en la personalidad de Juan Bernardo, tanto que más de una vez Bolaños se vio en y la necesidad de contener su ímpetu misionero, siempre activo y dispuesto a emprender los trabajos más riesgosos en favor de la pacificación y adoctrinamiento de los indios.

Uno de los grandes obstáculos que encontró Bolaños para el acercamiento y adoctrinamiento de los indios fue la dificultad de la lengua. Juan Bernardo y su compañero Gabriel enseñaron la lengua guaraní a sus maestros:

"El padre Bolaños ejecutó su trabajo con el auxilio de sus compañeros" (27).

El hecho de poder ayudar a su maestro en algo tan consubstanciado con su propio ser, como era la lengua guaraní, habrá dado a Juan Bernardo una fuerte dosis de seguridad y contento por sentirse útil y hasta necesaria su intervención en la traducción del catecismo que Bolaños venía trabajando. Este testificó al respecto que su discípulo Juan Bernardo era "muy gran lengua y sin prepa­ración, en comenzando a hablar se le ofrecía tanta copia de cosas que antes se cansaba que le faltase qué decir, todo bien congruo, ele­gantemente" (28).

Su conocimiento de la lengua guaraní, su vocación misionera, su espíritu de sacrificio y pobreza, pues "era muy pobre mucho" (29) y especialmente su vinculación con los indígenas por ser descendiente de éstos, lo han convertido a Juan Bernardo en uno de los más eficientes colaboradores y cofundadores de pueblos indígenas al lado de- su maestro Luis Bolaños.

"Después de venidos del Guairá, le ayudó (Juan Bernardo) a hacer las reducciones de los indios naturales de Itá y Yaguarón, trayendo y sacando indios de las provincias de la Caraiba y de otras partes a la dicha reducción de Itá y en compañía de este dicho declarante -dice Gabriel de la Anunciación- de la provincia de Acahay y su comarca a la dicha reducción de Yaguarón" (30).

Su compañero de infancia y más tarde de noviciado y profesión religiosa, el citado fray Gabriel de la Anunciación, dice de él que fue un religioso ejemplar y un incansable misionero en la formación de nuevos pueblos. Gabriel testifica hasta con cierto asombro de cómo Juan Bernardo arriesgaba su vida penetrando en los montes sin compañía alguna, en busca de indígenas para incorporarlos en los pueblos fundados por Bolaños.

"Y algunas veces fue enviado solo a hacer que los indios que estaban metidos a tierra dentro en los montes y espesuras, con ritos y ceremonias de gentilidad e idolatría, saliesen a ser cristianos y reducirse en las dichas reducciones" (31).

Movido por esa vocación misionera tan activa y vivencial, Juan Bernardo quería llegar a todos los rincones de la provincia, aun a aquellos lugares más peligrosos e impenetrables como era la región del Paraná. La coyuntura se ofreció cuando hubo que rescatar a un fraile dominico que había caído en manos de los paranáes. Fue cuando Bolaños al fin lo dejó ir, recomendándole antes que fuese por indios que ya tenían noticias de ellos. Juan Bernardo fue a las tierras de los paranáes lleno de entusiasmo por hacerles conocer la palabra de Dios y evitar que en lo sucesivo nuevas guerras de "pacificación" continua­ran con el exterminio de los indígenas.

"Antes que fuese -dice Bolaños-, andaba él ya con grandes deseos de ir a esa provincia a predicar a los naturales de ella... Yo le avisé que antes que fuese enviase primero a algunos indios emparentados allá que los había para avisar a los indios de cómo yo le enviaba a lo que iba y que fuese por otro camino, por indios que ya tenían más noticias de nosotros..." (32).

Juan Bernardo desoyó el consejo de su maestro Bolaños porque le pareció "que no era necesario o porque Dios le tenía así ordenado" (33).

Bolaños conocía muy bien a su discípulo y sabía cuánto deseaba el martirio por causa del Evangelio; por eso recibió emocionado la noticia de su muerte, dando gloria a Dios por ello.

 

 

 

8.      RITUAL ANTROPOFÁGICO DE LOS PARANÁES: MARCO REFERENCIAL DEL MARTIRIO DE JUAN BERNARDO

Según testimonios de los indígenas que presenciaron el martirio de Juan Bernardo, dicha ejecución se llevó a cabo como parte integrante del ritual sagrado de los paranáes.

Juan Bernardo conocía muy bien el ritual antropofágico de dichos naturales y principalmente el rito de ejecución de sus prisioneros. Sus conocimientos le venían de su origen guaraní y de su labor misionera entre los mismos.

Cuentan los testigos del martirio que Juan Bernardo rechazó la "chicha" ceremonial que los principales caciques del lugar le habían ofrecido como rito preparatorio a su muerte. El fraile se negó a beberla y a participar de sus ritos por considerarlos "paganos" e "idolátricos" según la religión cristiana.

Al ir a los paranáes, Juan Bernardo sabía a lo que se exponía y más aún en tiempos de guerra, pero su afán por comunicarse con aquellos nativos dándoles a conocer la doctrina cristiana, estaba por encima de la misma muerte.

Para poder interpretar en su momento el contenido de las declaraciones de los testigos de la muerte de Juan Bernardo y saber valorar en su justa medida su vocación misionera, describiremos brevemente el ritual antropofágico de los paranáes.

Para los Guaraní, la venganza era una herencia de sus antepasados y romper con ella era romper con su teko yma o antiguo modo de ser. Un niño guaraní nacía como futuro vengador y, según Métraux, la madre cubría sus senos con la sangre del enemigo para que su hijo de pecho la probara y más adelante frotaba con ella el cuerpo, las piernas y los brazos del niño para que cuando grande fuese valiente como aquel enemigo capturado en la guerra.

La condición plena del hombre guaraní se daba con el primer cráneo partido: era su primera venganza, su primera renombración, ya que cada vez que mataba o quebraba un cráneo, el matador cambiaba de nombre. Para el guaraní, el quebrar el cráneo a sus enemigos era más importante que la misma antropofagia.

Todo niòo era hijo de un matador y las mujeres despreciaban por cobarde al hombre que nunca hubiera matado. La venganza le reportaba "honra" y cuantos más renombres obtenía, mayor prestigio poseía. Según Métraux, los indios cambiaban de nombre después de matar al enemigo para que el alma de la víctima no pudiera vengarse del matador.

La ceremonia de ejecución del enemigo comprendía varios ritos que se prolongaban durante varios días. En el rito de separación de la víctima, los indios fabricaban unas sogas con las que ataban del cuello al prisionero y en medio de cantos y danzas lo llevaban a una cabaña donde permanecía con los instrumentos para el sacrificio. El prisionero recibía una doncella para que durmiera con él. Si de esa unión nacía un hijo, éste era sacrificado cuando grande. Durante el rito de inculpación identificaban al prisionero con el grupo al cual pertenecía y le recordaban las atrocidades cometidas contra los suyos. Con el rito de preparación a la víctima llegaba el momento de adornar al prisionero con pinturas a fin de consagrarlos a los espíritus que debían recibir el sacrificio. Venía luego el rito de liberación y captura simbólica consistente en una lucha simulada en la que hombres y mujeres liberaban al enemigo para luego volverlo a capturar, repitiéndose la ceremonia hasta el cansancio.

El rito de venganza simbólica era el último antes de la ejecución. Con la soga al cuello lo llevaban a empujones de un lugar a otro y por el camino le tiraban barro, palos y piedras. Comenzaba luego a correr la bebida y en medio de danzas y cantos, los caciques animaban a chicos y a grandes a vengar a su nación. Al prisionero lo hacían beber con exceso para que no padeciera tanto al morir.

 

 

 

 

 

 

 

El rito de ejecución comenzaba con el traslado del prisionero al lugar del sacrificio. Por el camino la víctima los amenazaba diciéndoles que su pueblo vengaría su muerte, lo que animaba aún más a sus enemigos a la venganza.

Al llegar al sitio de ejecución lo colgaban del horcón de la cabaña con la soga que llevaba al cuello y el matador le daba un golpe certero con ambas manos. Seguidamente despedazaban el cuerpo de la víctima, le abrían las entrañas y la comían asada durante un festín que se prolongaba durante toda la noche.

Frente a su cabaña el matador exponía la cabeza del prisionero clavada en una estaca. Con los dientes de la víctima hacían collares y con los huesos de las piernas fabricaban flautas. Para el Guaraní constituía gran prestigio poder lucir al cuello largos collares con dientes humanos o coleccionar alrededor de su casa las cabezas de sus enemigos.

El matador debía evitar que el espíritu de la víctima se vengara contra ellos; por eso tomaba algunas precauciones, como cambiar de nombre él y todos los que colaboraron en la muerte, además de su mujer y parientes.

Cuando el matador llegaba a su casa corría en diferentes direcciones a fin de librarse de la venganza. Con dientes de de alguna fiera se hacía incisiones profundas en la cara, en el pecho, brazos y piernas. Sólo el que contaba con muchos nombres y cicatrices podía llegar a ser el principal y dirigir las guerras (

Para un mayor conocimiento sobre el ritual antropofágico de los Guaraní, ver entre otras las obras de: Núòez Cabeza de Vaca, Alvar. "Comentarios" (hacia 1550), Asunción, 1902. Schmidl, Ulrico. "Crónica de viaje a las regiones del Plata, Paraguay y Brasil"(hacia 1560), Buenos Aires, 1948. Métraux, Alfred. "Areligião dos Tupinambás", Brasiliana, vol. 267, São Paulo, 1979. Schaden, Egon. "Aspectos fundamentais da cuitura Guarani", Sáo Paulo, 1974. Viveiros de Castro, Eduardo. "Araweté os deuses canibais", Rio de Janeiro, 1986. Chase Sardi, Miguel. "Avaporú". Algunas fuentes documentales para el estudio de la antropofagia guaraní. Separata de la "Revista del Ateneo Paraguayo", n. 3, octubre, 1964, Asunción. Carneiro Da Cunha, Manuela y Viveiro de Castro, Eduardo. "Vinganca e Temporalidade: os Tupinambás". Rio de Janeiro, Tempo Brasileiro, 1986. Fernandes, Florestán. "Organizaçáo Social dos Tupinambá", 2a edic., Sáo Paulo, 1963.)

 

Como lo veremos más adelante, la prisión y ejecución de Juan Bernardo se ajustó, casi sin variantes, al ritual antropofágico de los paranáes, con la única diferencia de que en este caso no llegó a consumarse por el temor que tuvieron los indios ante aquel corazón que "seguía latiendo y hablándoles de Dios".

 

 

9.      MÁRTIR POR LA CAUSA DEL EVANGELIO

Todos los que lo conocieron a Juan Bernardo coinciden en destacar su gran pasión por predicar la Palabra de Dios a los naturales de la provincia del Paraguay. Ya en el Guairá, siguiendo los pasos de su maestro Alonso de Buenaventura y Luis Bolaños, Juan Bernardo se adentraba en los montes buscando la amistad de los indios, compartiendo con ellos su casa y comida y hablándoles de Dios en su lengua nativa.

Su entusiasmo por difundir el Evangelio entre los indios le dio la valentía y el coraje suficientes para llegar hasta los Caraiba, una de las parcialidades guaraníes más rebeldes a la dominación españo­la. También logró reducir a los acahaienses, con quienes Luis Bolaños fundó las reducciones de Itá y Yaguarón.

Todo esto lo cuenta fray Gabriel de la Anunciación, compañero de Juan Bernardo en las misiones del Parauay: "Después de venidos del Guairá, le ayudó a hacer (a Bolaños y Buenaventura) las reduc­ciones de los indios naturales de Itá y Yaguarón, trayendo y sacando indios de las provincias de la Caraiba y de otras partes a la dicha reducción de Itá y en compañía de este dicho declarante, de la provincia de Acahay y su comarca a la dicha reducción de Yaguarón y algunas veces fue enviado solo a hacer que losindios que estaban

metidos a tierra dentro en los montes y espesuras, con ritos y ceremonias de gentilidad e idolatría, saliesen a ser cristianos y reducirse en las dichas reducciones" (39).

En los pueblos de Itá y Yaguarón había algunos indios emparentados con los paranáes y por su intermedio, Juan Bernardo llegó a tener noticias de ellos y de la violencia en la que vivían debido a las constantes guerras de conquista. El Paraná y su gente atrajo el interés apostólico de Juan Bernardo; quería llegar a ellos para predicarles la Palabra de Dios, hacerles cristianos y reducirles a pueblo como a los demás grupos indígenas.

Juan Bernardo pidió una y otra vez a su maestro y guardián, Luis Bolaños, que lo dejara ir a las tierras de los paranáes. Bolaños no se arriesgaba a enviarlo porque sabía que dichos indios vivían en pie de guerra contra los españoles desde hacía más de cuarenta años, negándose a trabajar para los encomenderos.

Juan Francisco Aguirre escribe en su Diario, sobre la guerra "a sangre y fuego" llevada a cabo contra los paranáes por una tropa de soldados comandada por el general Bartolomé de Sandoval, en 1593-­1594. Se sabe, sin embargo, que desde años atrás, los españoles venían combatiendo contra dichos indios al mando de Pedro de la Puente y Alonso de Vera y Aragón, capitán y justicia mayor de Asunción (40).

Con la captura y ejecución de sus enemigos, los paranáes vengaban a sus parientes caídos en la resistencia indígena. Esa suerte corrió un hermano lego dominico, que en 1592 viajaba por el río Paraguay rumbo a Asunción, con papeles muy importantes procedentes de España y de la Real Audiencia.

Las autoridades civiles de Asunción y particularmente el rector de la Compañía de Jesús, el padre Juan Boneso, pidieron a Luis Bolaños, entonces guardián del convento franciscano de Asunción, que enviara al hermano lego Juan Bernardo a las tierras de los paranáes a fin de rescatar al dominico y a sus papeles de manos de aquellos indios.

Es importante resaltar aquí las buenas relaciones que en ese tiempo se daban entre franciscanos y jesuitas, principalmente. entre éstos y fray Luis Bolaños a quien tenían como al misionero más experimentado y virtuoso de aquel tiempo. Igual respeto y considera­ción le brindaban los dominicos por sus méritos propios y porque históricamente ambas órdenes siempre estuvieron hermanadas.

Bolaños conocía el peligro que suponía el cumplimiento de dicha misión y no lo hubiera enviado al hermano si no fuera por el gran deseo que éste tenía de ir hasta los paranáes a predicarles la Palabra de Dios.

El capitán Victor Casco de Mendoza, regidor de Asunción, fue el portador de la carta de Bolaños al hermano Juan Bernardo, residente en la reducción de Itá. En dicha carta, Bolaños le mandaba bajo santa obediencia que fuera a los paranáes para rescatar al hermano dominico y a sus papeles. Le pedía, además, como medida de prudencia que antes de partir, enviara hasta los paranáes algunos indios emparentados con ellos para decirles que iría de parte de Bolaños y que fuese por indios que ya tenían noticias de los padres.

Esto fue lo que declaró Bolaños al respecto; "Antes que fuese andaba él ya con ganas de ir a esa provincia a predicar a los naturales de ella y la causa porque yo le envié fue, que entonces los indios del Paraná andando con sus canoas por el río Paraguay, (capturaron) a

un fraile lego de Santo Domingo, que de las Corrientes traía cartas y papeles de mucha importancia de la Audiencia Real y del Rey, y porque no matasen los indios al fraile... me importunaron mucho el Padre Rector de la Compañía de Jesús y el Teniente y otras personas, que enviase a ella a nuestro hermano para que él, con su buena doctrina y ejemplo pudiese llegar donde el otro hermano estaba y librarle y traerle a él y sus papeles, yo no lo enviaba si no tuviera tan gran deseo y ganas de ir... Yo le avisé que antes que fuese enviase primero a algunos indios emparentados allá que los había para avisar a los indios de cómo yo le enviaba y a lo que iba y que fuese por otro camino, por indios que ya tenían más noticias de nosotros, no lo hizo o por parecerle que no era necesario, o porque Dios lo tenía así ordenado..." (41).

Cuenta Gabriel de la Anunciación que cuando Juan Bernardo recibió la carta de su guardián, el hermano se llenó de gozo y de temor. De gozo porque al fin tendría la oportunidad de llevar la Palabra de Dios a los paranáes y de temor, por la muerte casi segura que allá le esperaba.

Sin tardanza alguna, Juan Bernardo escogió como compañeros de viaje a dos indios de Itá y a otros dos de Yaguarón. Luego de confesarse y recibir la Comunión de manos de Gabriel de la Anun­ciación, doctrinero y compañero suyo en las citadas reduciones, Juan Bernardo se despidió de los indios con mucha emoción y lágrimas y aprovechó la ocasión para predicarles y alentarles a que persevera­ran en la fe de Jesucristo. También dejó escritas algunas líneas para Bolaños, pidiéndole su bendición antes de partir y como si estuviera él allí presente, se puso de rodillas para recibirla.

Corría el año de 1592; la guerra por la pacificación de los paranáes se hallaba en su punto más álgido. Cuando Juan Bernardo y sus compañeros indios llegaron a los paranáes, éstos ya habían sacrificado al dominico. Juan Bernardo cayó prisionero como espía de los españoles y los indios de Itá y Yaguarón, a pedido del hermano, huyeron por los montes regresando vivos a sus pueblos. Según sus ritos y costumbres, los paranáes mataron a Juan Bernardo ese mismo año de 1592.

Aunque en el capítulo siguiente ahondaremos en detalles sobre el martirio de Juan Bernardo, conviene destacar aquí la generosa disposición del fraile ante su inminente martirio. De rodillas espera aquel momento, mientras con bondad y mansedumbre trata de persuadir a sus captores a que aceptaran la Palabra de Dios. Igual­mente les promete que muy pronto llegarían sus hermanos para fundar con ellos una reducción. Catorce años después, en 1606, Bolaños funda en ese lugar la reducción de Caazapá.

 

10.    DECLARACIÓN JURADA DE LOS TESTIGOS DEL MARTIRIO DE JUAN BERNARDO

El informe de los testigos de la muerte de Juan Bernardo se escribió en 1627 a pedido del gobernador eclesiástico y vicario general del obispado del Paraguay, el bachiller Mateo de Espinosa, nombrado por el obispo fray Tomás de Torres, antes de abandonar éste Asunción para hacerse cargo del obispado del Tucumán.

Dicho informe contiene la declaración jurada de dieciocho testigos del martiro de Juan Brenardo, de los cuales dos son religiosos franciscanos y los demás, indígenas: hombres y mujeres de las reducciones de Caazapá y Yuty, respectivmente.

El objetivo de ese informe era documentar ad perpetuam rei memoriam el martirio de Juan Bernardo "para que no se dejase pasar en silencio caso que tanto importa al servicio y honra y gloria de Dios" (42).

Llevó trece días escribir dicho informe, del 11 al 23 de octubre de 1627 y participaron del mismo, además de Mateo de Espinosa, el secretario Juan Bautista de Irrazábal y el intérprete Diego Gaitán, nombrado por el provisor Espinosa "para más justificación, no obs­tante que sabe muy bien la lengua de los indios naturales por ser criollo nacido y criado en esta Provincia del Paraguay" (43).

En Caazapá declararon doce testigos, incluyendo a fray Gabriel de la Anunciación, amigo de infancia y compañero de Juan Bernardo en las reducciones de Itá y Yaguarón cuando éste fue a las tierras de los paranáes. También declaró fray Gregorio de Osuna, continuador de Bolaños en las reducciones de Caazapá y Yuty, donde llevaba más de quince años como doctrinero de dichos pueblos. Gregorio de Osuna en 1623, con un grupo de indios de Yuty, halló los restos de Juan Bernardo, después de treinta años de su martirio.

Una vez terminado el informe en Caazapá, las autoridades eclesiásticas fueron a tomar las declaraciones a los testigos de Yuty. Allí dieron su versión seis indígenas, uno de ellos, Martín Cabrera, fue el que indicó a Gregorio de Osuna el lugar donde habían enterrado al mártir y lo hizo a pesar de las amenazas de los principales caciques del lugar.

Cada uno de los testigos declaró con toda la formalidad de la ley y lo hizo por Dios, por Santa María y por la Señal de la Cruz "que lo hizo bien y cumplidamente con los dos dedos de la mano derecha y a la conclusión dijo: sí, juro y amén" (44).

El informe que ha llegado a nuestras manos consta de sesenta y tres fojas y es copia del original. El mismo data de 1751 y en ella fray Mariano Rojas da cuenta de que otra información original se guar­daba en el convento franciscano de Córdoba, Argentina.

No se sabe cuánto tiempo se conservó este informe en el archivo de la iglesia catedral de Asunción, tal como lo había ordenado Mateo de Espinosa. Al parecer, el último que lo leyó y afortunadamente lo copió, fue fray Antonio de Córdoba, autor de "Los franciscanos en el Paraguay". En dicho libro, Córdoba hace un comentario del informe y al pie de página aclara: "El original consérvase en el archivo de la Iglesia Metropolitana del Paraguay. Copia en poder del autor". Lo cierto es que para 1931 aquel documento escrito "ad perpetuam rei memoriam" ya no formaba parte de los papeles de la Catedral. Conocemos este dato mediante una carta escrita por el notario eclesiástico Tomás Aveiro al padre Luis Laborel, quien había solici­tado una copia de los documentos referentes a la muerte de Juan Bernardo a fin de publicarlos en la revista "Juventud Antoniana". Para entonces, el único documento existente en el archivo arzobispal de Asunción, sobre la prisión y ejecución del fraile, era una relación trunca del martirio, mas no el informe a que hacemos referencia.

Cuando ya creíamos imposible contar con tan valioso documen­to al que muchos autores, como Antonio de Córdoba, hacen alusión, el padre José Luis Salas, incansable hurgador del pasado franciscano en el Paraguay, encontró, a fines de 1992, una copia íntegra de dicho informe en un cajón del archivo del convento franciscano de Buenos Aires.

En Caazapá declararon doce personas, de las cuales la mayoría dijo haber presenciado la ejecución del fraile. Entre ellas: Fabiana Haembo, que dijo ser esposa de Guenduagna, uno de los matadores que murió repentinamente y María Ticú declaró ser cuñada del cacique Ticú Guazú, uno de los principales matadores. Juan Porangui y Antón Arabí dieron su testimonio antes de morir a fray Gregorio de Osuna, que lo había guardado por escrito y que en esa oportunidad lo pasó a Mateo de Espinosa junto con su declaración jurada.

Los tres declarantes de Caazapá que no estuvieron en la ejecución del fraile fueron: Martín Sánchez, de veinticinco años, curado milagrosamente por intercesión de Juan Bernardo; fray Gregorio de Osuna, doctrinero de Yuty, quien presentó al gober­nador eclesiástico una carta de Bolaños escrita desde Buenos Aires en 1624, relatando la muerte del hermano Juan Bernardo, testimonio que también quedó documentado en el informe de 1627. Osuna declaró como testigo del hallazgo de los restos del fraile y de las maravillas ocurridas en torno a sus reliquias. Fray Gabriel de la Anunciación se presentó a declarar como amigo de infancia de Juan Bernardo y testigo de la partida del fraile a las tierras de los paranáes.

Cuentan dichos informantes que al llegar Juan Bernardo a las tierras del cacique Cababayú hacia 1592, éste le advirtió del peligro que corría y le pidió que se volviese. Hasta antes del hallazgo del citado informe de 1627, se creía que Cababayú fue el que lo mató al fraile (45) y como tal aparece aquel en las obras de algunos autores, como `Pa'i Tucú" de Isidoro Calzada Macho; sin embargo, los testigos de la muerte coinciden en sindicar a Guarepá, cacique principal de los paranáes, como el responsable de la ejecución de dicho religioso.

Como queda dicho, la entrada del hermano Juan Bernardo a las tierras de los paranáes coincidió con una de las más sangrientas campañas de pacificación llevadas a cabo por los españoles. Este hecho explica la razón del ensañamiento de estos indígenas para con el inofensivo fraile.

Juan Bernardo fue capturado por los indios en las cercanías de lo que hoy es Caazapá. Según declaración de los testigos, los indios Candiaré y Guairaendé lo despojaron de su caballo, su sombrero y su hábito y desnudo lo llevaron a presentarlo a sus caciques. Otros documentos antiguos añaden que lo "vistieron de plumas a usanza de sus gentilicias ceremonias" (46). Con una soga al cuello y las manos atadas lo llevaron hasta la casa del cacique Ticú Manera. Por el camino le arrojaban barro, piedras, palos y cuanto encontraban a su paso. De allí lo trasladaron a empellones hasta el pueblo de Tarumandy, luego al de Yaguaperé y Guaperé, donde el testigo Juan Porangui dijo haberlo visto al hermano predicando a los que le insultaban y maltrataban.

Así declaró entre otras cosas el indio Ponrangui: "Que se halló presente cuando lo mataron al dicho hermano Juan Bernardo, dijo que la causa porque prendieron al dicho Juan Bernardo fue por no darle crédito que les venía a predicar la palabra de Dios enviado por su prelado... y que a media legua de esta reducción le prendieron, habiendo despedido el dicho fray Juan los indios amigos que había traído consigo y que aguardó la prisión hincado de rodillas y desnudo y atadas las manos y le trajeron apedreándolo con barro y sin parar en dicha reducción de Caazapá se pasaron de largo hasta la entrada del monte, donde el dicho hermano Fray Juan les tornó a hablar y decirles la causa de su venida, al cual no consentían que hablase y así le llevaron a Guarepá donde el dicho Juan Porangui (dijo este testigo) le había visto predicar la palabra de dios..." (47).

Todos los testigos del martirio coinciden en señalar el esfuerzo hecho por Juan Bernardo para convencer a los paranáes de los motivos de su presencia entre ellos. El fraile no se cansa en repetirles que él nada tiene que ver con los españoles, les dice que viene a predicarles la palabra de Dios y a cumplir la misión que le diera su prelado. Así lo expresa el indígena Gonzalo Bie de la reducción de Caazapá:

"Ellos atándole las manos y desnudándole le dijeron que era espía de los españoles, a lo cual respondió el dicho hermano que él no estaba sujeto a los españoles, sino a su prelado y a Dios y hacer lo que le mandaba su prelado" (48).

Andrés Ipoti testifica que cuando el cacique Cababayú le pidió que se volviese por parecerle espía de los españoles, Juan Bernardo le respondió: "Que no venía sino enviado de su prelado a predicar la palabra de Dios y a que le diesen un fraile dominico que le habían cautivado..." (49).

Isabel Cuya, indígena natural de Caazapá, también coincide con los demás al declarar que Juan Bernardo respondió a Cababayu diciéndole que fue hasta ellos: "Por mandato de su prelado a predicar­les la ley de Dios con deseo de que se hiciesen hijos de Dios y se salvasen y que le diesen mi hermano fraile de la Orden de Santo Domingo que lo habían cautivado" (50).

El cacique Guarepá había llegado cansado de perseguir a los españoles y al enterarse de la captura de "un espía", hizo junta con los principales caciques del Paraná "para matar al dicho hermano fray Juan según usanza de ellos" (51). Mandó que lo trajeran al prisionero para que le sirviera chicha y bebiera con ellos e hizo venir a una de sus hijas para ofrecerle en matrimonio, tal como acostumbraban los paranáes.

En cuanto a beber con ellos la chicha ceremonial, Fabiana Haembo dice que Juan Bernardo rehusó aceptarla: "Yo no he venido a eso ni me mandó eso mi prelado, ni Dios lo quiere -respondió el fraile- que yo vine a predicarles la palabra de Dios y a enseñarles la ley de Cristo" (52).

Fray Gabriel de la Anunciación declaró que el indio Porangui estando in artículo mortis le dijo que Guarepá no solamente pidió al hermano que bebiera con ellos, sino que se casara con una de sus hijas: "Mas también os habéis de casar con una hija mía, oyendo lo cual el dicho hermano fray Juan Bernardo -declaró Gabriel de la Anunciación- repugnando y contradiciendo a lo que le estaban diciendo, tornando temas sobre ésto les predicó la palabra de Dios y otras cosas..." (53).

La negativa del hermano, que respondía a su fidelidad a Cristo y a su Iglesia, llenó de ira a Aguarepá quien le dijo: "Haced lo que os mando que vengo cansado para veros y si no lo hacéis os tengo que matar". Juan Bernardo le contestó: "Hijo, yo no temo a la muerte, cuando vine acá bien sabía que había de morir y si vosotros me matáis, Dios os castigará". Oyendo eso Guarepá se enfureció aún más y lo hizo callar, pero el fraile les seguía predicando. Terminada la junta con cantos y danzas rituales, Guarepá ordenó su ejecución. A empujones lo llevaron arrastrando, tirándole de la cuerda por delante, dándole de palos haciéndolo "hocicar" una y otra vez.

Según las declaraciones de Gregorio Madriy, indio del pueblo de Japepoti, "Guyarepá mandó atar las manos (del prisionero) y con una soga a la garganta le iban tirando los que iban delante y los que iban atrás le iban dando empujones y viendo el cacique Guarepá que no cesaba de predicarles, mandó a los que tiraban de la soga por delante que tirasen al dicho Padre y le llevasen corriendo.." (54).

Al llegar a una cabaña abandonada lo metieron dentro. Juan Bernardo vio llegada su hora y pidió que lo dejaran encomendarse a Dios. Así lo cuenta María Ticú, natural del pueblo de Tamuntay, de unos sesenta años de edad, testigo de aquellos hechos: "Antes que lo mataran, hincado de rodillas en el suelo hizo oración a Dios y como veían los indios que se tardaba, le hicieron levantar y estando en pie el dicho hermano fray Juan, les habló y les dijo que él moría por amor a Dios y por predicar su santa ley y palabra y por la obediencia que debía cumplir de su prelado y que solo moría, pero que después vendría tiempo en que sus hermanos les predicarían la fe de Cristo y que se harían cristianos y que vivirían entre ellos sus hermanos y que los que lo mataban morirían presto y que serían castigados por Dios" (55).

Las amenazas del fraile avivaron aún más la sed de venganza de sus captores, quienes lo colgaron del horcón de la cabaña para matarlo con un golpe de "macana". Gonzalo Bie, de la reducción de Caazapá, declaró que unos indios le dieron con garrotes y lo mataron y después de muerto lo colgaron de un horcón y siendo la soga gruesa se quebró, segunda vez lo tornaron a colgar con un bejuco y allí les tornó a predicar estando muerto, y descolgándole, dice este testigo, abriéndole un indio, le sacó el corazón y viéndolo palpitar, lo arrojó al fuego con intento de comérselo y que de temor no lo hizo" (56).

Isabel Cuyá testificó que un indio le abrió y le sacó el corazón y el indio llamado el malo le echó al fuego diciendo: "Tengo que ver si habláis que hoy tengo qué comer, el cual no se atrevió a comerlo". También Fabiana Haembo declaró al respecto que "un indio de río arriba llamado malo, viendo que todavía predicaba la palabra de Dios, le abrió y le sacó el corazón, el cual esta testigo oyó decir que hablaba y que el dicho indio le echó al fuego diciendo, tengo que ver si habláis todavía, que os tengo que comer, el cual no se atrevió a comerlo y dentro de pocos días se murió el indio llamado el malo de repentina y súbita muerte" (57).

El indio Maracaná de Japepoti dijo que el corazón del fraile palpitaba en las manos de Avapochy y "que lo que hablaba era persuadirles a que fuesen cristianos y habiéndosele preguntado de cómo sabe todo lo susodicho respondió que se había hallado presente y que el principal matador murió aquel mismo día y los demás matadores principales dentro de tres o cuatro días y que todos sus hijos y parientes murieron dentro de breve tiempo y que hoy casi no hay memoria de ellos y más dijo este testigo, que después de un tiempo, pasando unos indios a pescar, uno de ellos quebro la cabeza y calavera que estaba junto al camino con un palo que llevaba en la mano, diciéndole, veamos si habláis y me matáis y que volviendo el dicho indio de la pesca, murió luego derrepente..." (58).

Cuando el gobernador eclesiástico Mateo de Espinosa le preguntó a Pedro Tiugay, de unos ochenta años de edad, cómo sabía lo que estaba testificando, éste repondió "que estuvo presente a todo lo dicho, que lo vio por sus propios ojos y que vio morir aquel día rabiando al matador, un principal y otro día a otro y que en tres días murieron cinco principales matadores y que sabe este testigo que algún tiempo después, pasando un indio a pescar, viendo la cabeza de un palo, dijo: veamos si me reñís o matáis, dándole con un garrote la hizo pedazos y que otro día murió derrepente el dicho indio. Y que esto sabe porque el dicho indio que quebró la cabeza vivía junto a la casa de este dicho testigo" (59).

Pocos hechos como éste pueden ser corroborados con testigos presenciales como ocurrió con la prisión y muerte de Juan Bernardo. Además de probar fehacientemente dicho martirio, la información jurada de 1627 aporta, como queda dicho, valiosos datos sobre el ritual antropofágico de los guaraní-paranáes, quienes vengaban con la muerte del enemigo a los espíritus de sus parientes caídos en las guerras de invasión y conquista españolas. Decíamos que romper el cráneo del enemigo era para los paranáes más importante que la misma antropofagia. No obstante, aquellos indios hubieran consumado con Juan Bernardo dicho ritual, si no fuera por el temor que se apoderó de ellos al ver los prodigios que obraba aquel corazón que seguía "palpitando y hablándoles de Dios" en las manos de Avapochy.

Si desde el punto de vista indígena, la prisión y ejecución de Juan Bernardo en manos de los paranáes fue una venganza expiatoria por los espíritus de sus muertos, desde la óptica cristiana esa misma prisión y muerte se convierten en martirio, por haber entregado voluntariamente su vida a cambio de la vida de un hermano y por predicar la palabra de Dios a los "altivos y belicosos" paranáes.

 


NOTAS

(6)     Informe de un jesuita anónimo referente a las ciudades del Paraguay y Guairá. Colección De Angelis, I. Jesuitas e bandeirantes do Guairá (1549-­1640). Biblioteca Nacional de Río de Janeiro, 1951. Doc. XXXII 162/174. Velázquez, Rafael Eladio. "Paraguay en la época de Roque González de Santa Cruz", en "Roque González de Santa Cruz. Colonia y reducciones en el Paraguay de 1600". Edición a cargo de Bartomeu Meliá, Asunción, 1975, p.16.

(8)     Relación de Diego Téllez de Escobar al rey (s/d 1556?). Esta cita fue tomada de Blas Garay por Velázquez en la obra ya citada, p. 16.

(9)     Informe del padre Francisco de Andrada, en 1545, en "Una Nación. Dos culturas" de Bartomeu Meliá, RP Ediciones - CEPAG, Asunción, 1988, p. 82.

(13)   Carta de fray Bernardo de Armenta al Dr. Juan Bernal Díaz de Luco, oidor del Consejo de Indias; la misma está fechada en el Pto. de San Francisco (Brasil), el 1 de mayo de 1538. "Historia Eclesiástica Indiana" de Gerónimo de Mendieta, BAC, Madrid, 1977. Durán Estragó, Margarita. "San José de Caazapá. Un modelo de reducción franciscana". Comisión Nacional Quinto Centenario, Asunción, 1992, p. 155. Supra.

(16)   Carta de Hernando de Montalvo, del 23 de agosto de 1587, en "Sentido Misional de la Conquista de América" de Vicente D. Sierra, Buenos Aires, 1944, p. 232. Durán Estragó, Margarita. "Aporte franciscano ala primera evangelización del Paraguay y Río de la Plata", Ediciones Don Bosco, Asun­ción, 1992, p. 67.

(20)   Fray Francisco de Daroca pide permiso para viajara España, en 1570. A.N.A. Vol. 8. Copia de Documentos. Durán Estragó, Margarita. "Presencia franciscana en el Paraguay". Biblioteca de Estudios Paraguayos. Universidad Católica, vol. XIX, Asunción, 1987, p. 314.

(22)   Información del martirio de fray Juan Bernardo. Año 1627. Archivo del convento franciscano de Buenos Aires, f. 25. Ver anexo.

(27) Noticia póstuma referente al catecismo del P. Bolaños. Biblioteca del Museo Mite de Buenos Aires, en “A Fray Luis Bolaños”, p. 101.

(40)   Necker, Louis. "Detalles de los movimientos de resistencia activa de los guaraníes en la colonia española", en "Indios guaraníes y chamanes francis­canos...". Biblioteca Paraguaya de Antropología, vol. 7, Asunción, 1990, pp. 219 y ss.

(42)   Encabezamiento de la Información de 1627 suscrita por el provisor y vicario general Mateo de Espinosa. Archivo del convento franciscano de Buenos Aires. Supra.

(44)   Esta fórmula la repetían todos los testigos al final de su informe, en 1627.

(45)   Parras, Pedro José. "Diario y derrotero de sus viajes". Buenos Aires. 1943. pp. 194-197. En estas páginas el autor habla de la tenacidad con que los indígenas de Caazapá conservaban sus tradiciones y el cariño que manifes­taban a los franciscanos que iniciaron dicha reducción. Al respecto, Parras cuenta el hecho de que un cacique de mitad del siglo XVIII no podía ocupar ningún cargo en el cabildo de su pueblo por ser descendiente del cacique Cababayú a quien se le atribuía el martirio del hermano Juan Bernardo. El Visitador Parras preguntó a dicho cacique acerca de esa versión y éste respondió "que todo lo que los indios decían de sus ascendientes era verdad y que en atención a eso se reconocía indigno de la menor honra". A pedido de Parras aquel cacique llegó a ocupar un puesto en el cabildo, pero en las sesiones, siempre se mantuvo de pie.

(46)   "Mera relación que se hace de noticia que se ha podido adquirir del martirio del siervo de Dios fray Juan Bernardo, religioso de la Orden de NPS Francisco entre los indios de Caazapá en su primitiva". Archivo del convento franciscano de Buenos Aires. Durán Estragó. "San José de Caazapá...". Op. cit., pp. 221 y ss. Supra.

(47)   Testimonio del indio Juan Porangui, de unos 50 años de edad. Información... f. 27-28. Supra.

 

 

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VIVEIRO DE CASTRO, Eduardo. "Araweté os deuses canibais", Río de Janeiro, 1986.

 

ARCHIVOS

Archivo Nacional de Asunción.

Archivo General de Indias - Sevilla.

Archivo franciscano de Asunción.

Archivo franciscano de Buenos Aires.

Archivo del Arzobispado de Asunción.

Archivo diocesano de Villarrica del Espíritu Santo.

 

CRUZ DE FRAY JUAN BERNARDO, procedente de Jahapety,

lugar de su martirio en 1592 (Caazapá).

Oratorio de San Roque en el cementerio de Caazapá.

Foto: diario "Última Hora"

 

 

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