LA CANDELARIA DE CAPIATÁ
Artículo de
MARGARITA DURÁN ESTRAGÓ
La imagen de la patrona de Capiatá cuenta con una rica y curiosa historia que la damos a conocer con motivo de la festividad de la Virgen de la Candelaria, a celebrarse el 2 de febrero.
INTRODUCCIÓN
La Candelaria es una de las más antiguas solemnidades marianas y tuvo su origen en el Oriente como “fiesta de la luz o de las candelas”. La misma pasó a Occidente mucho antes de la conquista del Nuevo Mundo y desde comienzos del siglo XV se expandió por las Islas Canarias (España). Cuenta la tradición que, en Tenerife, dos pastores guaches —aborígenes del lugar— cuidaban su rebaño cuando vieron aparecer a cierta distancia a una mujer que portaba en la mano izquierda una candela y con la otra sostenía a un niño, quien, a su vez, mantenía en sus manos un “pajarito de oro”.
Transcurrido el tiempo, aquella imagen fue enaltecida como María y su festividad se halla identificada universalmente con la Purificación de la Virgen y la presentación del Niño Jesús en el Templo, costumbre judía que practicaba toda madre al cumplirse 40 días del parto de un hijo varón; con esta recordación se cierra el tiempo de Adviento o ciclo de Navidad.
La Candelaria es la principal patrona de las Islas Canarias y estas fueron una escala obligatoria de los viajeros españoles. No es ninguna novedad pues destacar la onda expansiva que pudo haber tenido dicha devoción mariana a la hora de fundar pueblos y ciudades en las tierras de ultramar. Probablemente hayan sido canarios los ocupantes más influyentes de los “amenos valles” de Capiatá y Areguá, que desde comienzos del siglo XVII escogieron a la Virgen de la Candelaria como augusta patrona de dichos pueblos.
UN TEMPLO PARA LA CANDELARIA
Como la mayoría de los pueblos del Paraguay, Capiatá surgió por poblamiento espontáneo; esta vez, bajo la protección y amparo de la reducción franciscana de San Blas de Itá.
Existen versiones de que el gobernador Gregorio de Hinestrosa fundó Capiatá en 1641, pero tal hecho no se dio. Tampoco en 1715, cuando el gobernador y capitán general de la Provincia, don Gregorio Bazán de Pedraza, envió al Cabildo de Asunción un auto consultivo sobre la posibilidad de fundar una villa en el Valle de Capiatá y elegir un alcalde ordinario, dos regidores y un procurador. La propuesta de fundación no tuvo eco favorable en el Cabildo; los intereses de los señores alcaldes ordinarios de Asunción se verían perjudicados con el desmembramiento de su jurisdicción, “por componer dicho Valle de Capiatá la parte más principal de esta República”.
La solicitud de Bazán de Pedraza al Cabildo se debió al pedido formulado por el cura del valle y los vecinos españoles del lugar, a raíz de los delitos y excesos que se cometían y que quedaban sin castigo por falta de jueces. El Cabildo adujo como razón de su negativa la suma pobreza en la que se hallaba la República, agregando: “En caso de que hubiese medios con que poderse fundar la dicha villa o persona que capitulase nueva fundación a su costa, fuera más conveniente ejecutarla en las tierras de las costas que están despobladas como la que se está ejecutando mediante el celo de su señoría en los campos de Guarnipitán” (Villeta).
El obispo José de Palos visitó el valle de Capiatá en 1724 y, según su percepción, aquel poblado no se había constituido formalmente, lo que coincide con nuestras aseveraciones; él lo llamó simplemente “ermita” o capilla.
En 1740, se erigieron las parroquias de Piribebuy y Carapeguaá, y, en esa ocasión, Capiatá ascendió a la categoría de villa al constituirse en viceparroquia, al igual que Pirayú. La población del área de Capiatá ascendía a mitad del siglo XVIII a 3795 habitantes. El aumento considerable de su gente sumado a la basta extensión del curato de la Catedral de Asunción fueron motivos más que suficientes para que, dos décadas más tarde, la viceparroquia de Nuestra Señora de la Candelaria se elevase a parroquia, con cura propio y jurisdicción competente.
El templo actual de Capiatá data de mediados del siglo XVIII. Cuando la visitó el obispo Manuel Antonio de la Torre, en 1761, la obra se hallaba parada desde hacía tres años debido a las continuas calamidades de langostas y seca. Dijo haber ayudado económicamente para su conclusión. Este templo es una de las más preciadas joyas de la arquitectura paraguaya, contemporáneo al de Yaguarón, y su retablo mayor es de un barroco colonial parecido a aquel, lo que hace creer que lo trabajó el tallista portugués José de Souza Cavadas, el mismo que fue contratado para esculpir los altares de Yaguarón.
Poco después de la terminación del templo, el gobernador de la Provincia, Carlos Morphy, en su calidad de vicepatrono real, concedió licencia de creación de la Parroquia de Nuestra Señora de la Candelaria, junto con la de Pirayú, el 7 de octubre de 1769.
El primer cura de Capiatá fue el padre Miguel Antonio Antúnez y se desempeñó como tal por espacio de tres décadas. La iglesia sufrió modificaciones con el transcurso del tiempo, las más significativas fueron la eliminación del “coro seguido en todas las tres naves, con su escala, pasamanos con balaustres torneados y el balcón al lado de afuera con los mismos balaustres”. También fue demolida la torre de madera exenta que se menciona en un inventario de 1841. Otra relación de bienes de 1874 describe junto al templo un cementerio amurallado con su correspondiente casa de depósitos de cadáveres, cubierto de tejas, con frontis y una sola puerta. Firman como testigos de la relación de bienes: José Félix Lara, Mariano Zayas y Gregorio Ricardo. Es muy ilustrativo hallar entre los enseres del templo “un sepulcro de rejillas y arcos dorados”; se trata del “cajón fúnebre” que la iglesia prestaba a la familia del difunto para su traslado desde el domicilio al templo, donde se lo sepultaba en una fosa cavada en el suelo del mismo. Esta costumbre recién comenzó a cambiar desde 1842 con la creación del Cementerio General de la Recoleta y, tras él, la de los cementerios en el interior del país.
EL SITIAL VACÍO
Cuando en febrero de 1868 la ciudad de Asunción fue declarada punto militar y sus habitantes tuvieron que evacuarla por orden del mariscal López durante la Guerra Grande (1865-1870), aquella doliente peregrinación conformada por mujeres, enfermos, ancianos y niños de la capital rumbo a Luque produjo desolación, angustia y dispersión entre los habitantes de los poblados vecinos. Las autoridades locales se apresuraron a poner a salvo los bienes patrimoniales de cada localidad, entre ellos las más preciadas imágenes de su devoción. La guerra con sus terribles secuelas sepultó en el olvido y la indiferencia muchos sucesos acaecidos durante aquella hecatombe, la mayoría de ellos siguen ocultos sin que nadie pudiera dar alguna explicación de los mismos. Tal es el caso de la imagen de la patrona de Capiatá, que permaneció fuera de su sitial por espacio de más de setenta años hasta que alguien se ocupó de dilucidar aquella inadvertida desaparición. Durante la posguerra, el vecindario adquirió una imagen sustituta, la que con el tiempo quedó como la auténtica efigie de la Candelaria.
Siendo párroco de Capiatá el padre Virgilio Roa (1939), se enteró a través del obispo auxiliar de Asunción, monseñor Aníbal Mena Porta, que una señora octogenaria le había dicho durante una de sus giras pastorales a Capiatá que la antigua patrona no era la que estaba en el camarín de la Virgen. Virgilio Roa comenzó a interrogar a los más ancianos de la comunidad y con sus manifestaciones, firmadas ante el comisario de la localidad, inició las gestiones ante el arzobispo de Asunción, monseñor Sinforiano Bogarín. Consultado monseñor Mena Porta sobre dicha imagen, elevó un informe a Bogarín declarando que había “observado en el templo local que la imagen colocada en el nicho no guardaba relación con el estilo y la antigüedad del altar, observación —dice— que me impulsó a preguntar a una anciana octogenaria... que me contestó que ella había oído decir que la imagen primeramente colocada en el referido nicho era la patrona, nuestra Señora de la Candelaria, que había sido llevada a Asunción”. Mena Porta preguntó luego a Manuelita Peña (ver retrato), encargada durante muchas décadas del cuidado y aseo de la Catedral, y ella le contestó que oyó decir que durante la guerra la referida imagen había sido traída por orden del mariscal López a la Catedral de Asunción.
Con todas esas referencias y a juzgar por el estilo, pintura, colorido y otros detalles, el obispo manifestó que esa imagen “es la que efectivamente fue sustituida por otra en el altar de la Iglesia Parroquial de Capiatá” .
El arzobispo Bogarín ordenó su traslado: la misma se hallaba envuelta en una sábana en el despacho parroquial de la Catedral sin que nadie la pudiera identificar a pesar de los atributos propios de una escultura de la Candelaria. “Dicha imagen —dice la resolución firmada por monseñor Bogarín— será colocada en el nicho central del Altar Mayor, en sustitución de la que provisoriamente fue allí instalada y es venerada como la patrona titular. La talla que estuvo como titular será siempre de propiedad de la iglesia” y quedó autorizada para que ella saliera en procesión debido al gran peso de la imagen original. También dispuso que se la recibiera a la titular con una “solemne manifestación piadosa para celebrar la restitución de la sagrada imagen a su antiguo trono”.
Se pudo conocer luego que el padre Manuel Antonio Adorno, párroco de Capiatá durante la Guerra Grande, trasladó la imagen hasta la Catedral con el fin de preservarla tal vez de la profanación y rapiña de las tropas aliadas, y allí quedó.
RETORNO A CASA
La noticia de aquel “hallazgo” sorprendió a los capiateños, quienes no conocían el hecho y tenían a la imagen sustituta como la titular del pueblo. El padre Roa encomendó al pintor Kunos la limpieza y restauración de la pintura de la imagen. En vísperas de la fiesta patronal, la trasladaron hasta la casa de Juan Pablo Benítez, distante del pueblo un kilómetro, para de allí llevarla en procesión hasta la iglesia parroquial.
A las 19:30, las autoridades del pueblo y “un inmenso concurso de fieles”, que portaban antorchas encendidas y entonaban cánticos piadosos, se reunieron delante de la casa del señor Benítez para conducir a la Patrona hasta la iglesia parroquial.
En la plazoleta de la iglesia, junto a un altar preparado para la ocasión, recibieron a la sagrada imagen, el vicario general del Arzobispado, monseñor Hermenegildo Roa, y los sacerdotes Alvado y Ascencio Ayala. Este último dio lectura de la resolución arzobispal por la cual se ordenaba la traslación de la imagen de la Candelaria a la iglesia de Capaitá y luego, como hijo del pueblo, el padre Ayala dio la bienvenida a la venerada imagen y lo hizo en nombre de sus compueblanos. Terminada la alocución, la Candelaria fue introducida de nuevo a su casa, donde se cantó una solemne víspera en su honor.
Concluido el acto religioso, el pueblo congregado en la iglesia acompañó a la otra imagen de la Candelaria hasta la casa parroquial, donde quedó guardada, según lo dispuesto por el Arzobispado de la Santísima Asunción.
Al día siguiente, 2 de febrero de 1940, TUPASY CANDELARIA ÁRA, terminada la Misa Mayor y la prédica del pa’i Ayala, se llevó a cabo la gran procesión alrededor de la plazoleta del templo. El oficio religioso terminó con la entrada triunfal de la sagrada imagen, la que fue colocada en su camarín después de más de setenta años de ignorada ausencia.
Si la imagen de la Virgen se salvó del saqueo durante la Guerra Grande, el niño que tenía en brazos no pudo sustraerse de un sacrílego robo en tiempos de paz. La madre del niño Jesús quedó con los brazos vacíos y abiertos como queriendo recuperar a su hijo. Gracias a las gestiones hechas por monseñor Agustín Blujaki y las investigaciones llevadas a cabo por las instituciones policiales del Paraguay y la Argentina, el niño Jesús fue hallado y recuperado en la ciudad de Buenos Aires, junto con otras imágenes y ornamentos también robados.
El 10 de enero de 1979, el niño retornó a los brazos de su madre. La devolución de aquella histórica pieza estuvo a cargo de monseñor Agustín Blujaki, incansable defensor del patrimonio artístico-religioso del Paraguay.
Retrato de la “señorita” Manuelita Peña, limpiadora de la Catedral de Asunción desde comienzos del siglo XX. Ella colaboró con las autoridades eclesiásticas en el esclarecimiento de la identidad de la Candelaria de Capiatá depositada en la Catedral durante la Guerra Grande. Pintura sobre tabla de monseñor Aníbal Mena Porta, segundo arzobispo de Asunción (1889- 1977). Museo Juan Sinforiano Bogarín- Asunción. (Foto: Ramón Duarte Burró).
Fuentes:
Archivo Nacional de Asunción.
Archivo del Arzobispado de la Santísima Asunción.
29 de Enero de 2012
Publicado en el Suplemento Cultural
del diario ABC COLOR,
Domingo, 29 de Enero del 2012
Fuente digital: http://www.abc.com.py
ENLACE A OTRO DOCUMENTO DE MARGARITA DURÁN ESTRAGO
LA BATALLA DE TACUARY
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