DE CARA AL CORAZÓN
Poemario de ELVIO ROMERO
© Editorial Losada S.A.
Buenos Aires – Argentina
1961 (74 páginas)
AQUEL DÍA...
SE ASOMBRÓ EL ALBA; TIEMBLA TODAVÍA
por darte a ti, por darme la alegría.
Bello debió de ser el nacimiento
de aquel día apacible, de aquel viento
cuyo rumor nos llega y se arremansa
donde tu propio corazón descansa:
sobre mi pecho, como en una cumbre
donde tiende la luz su mansedumbre,
y el claro acento de mi voz, su esencia,
recobra alturas de halo y transparencia.
Estábamos ayer con la sencilla
anhelación de hallar la maravilla;
tu pecho como un pájaro encendido
volaba a ciegas sin ningún sentido;
mi corazón, lo mismo que ese frío
ramaje encapotado entre el rocío,
como guitarra en trance de agonía
sufriendo por la activa melodía.
Era una noche que aguardaba el riego
del albor montaraz deshecho en fuego.
Todo estaba con sed, con apetencia
de iluminarse con nuestra presencia,
todo a punto de ser amanecida
claridad fecundando nuestra vida;
los frutos suspendidos en las ramas
y en los braseros las radiantes llamas.
Bello debió de ser el nacimiento
de aquel día apacible, de aquel viento.
Tú aguardabas también la hechicería.
Y hoy sabemos los dos que en aquel día
dejó la vida, con un mismo trazo,
dos raíces de amor y un solo brazo.
CONOZCO LO QUE TRAES
ESCUDRIÑO EN TU PECHO,
tenaz escalo adentro buscando el buen abrigo,
como quien satisfecho puede arrimarse al fuego;
escucho atento, entredormido, el canto
de tus venas azules. Y de pronto
puedo sentir que vibro, me reconcentro y crezco.
Conozco ya, conozco
las lámparas que traes, la bujía
que enciendes, los pequeños diamantes que te cubren
el corazón, la fuente silenciosa
que va de pronto a revelar al mundo
su guardado tesoro;
conozco desde siempre lo que diste a mi pecho,
la pura alfarería que reposa en tus ojos.
Comprendo que tú guardas
la piedra que escogí para el misterio
y el bruñido milagro con que lleno mis días,
la inocencia que acaso perdí por los caminos,
la llama de un yesquero entre las sombras,
el leño tibio de un rincón, el puro
recogimiento que nos dan las lluvias...
No olvides lo que quiero,
la rectitud sin tacha, el cristal tenue
de la copa que llenas cuando la sed me agobia,
la luz para las noches sofocantes,
el golpe conmovido de tu andar silencioso,
y el hilo de tu negra cabellera.
Pequeña mía, vuelo
de pluma casi inmóvil por el aire,
tú eres mi albura, el cofre
que guarda las antiguas maravillas,
imán de mis vasijas taciturnas,
un sol que va escalando mis colinas. . .
ELLOS
HOY TIENEN POR ASIENTO
una menguante luna en sobresalto,
por sortija un impúber meteoro,
por tálamo nupcial los hondos ramos
de un trino jubiloso en el espejo
sonámbulo de azahar de los naranjos!
Tanto esplendor les unge que el lucero
les alhaja con miel de fuego cárdeno,
tanto celaje de claror les besa
que el alba cela y baja hasta sus brazos,
tanta luz; en canteras, les desvela
que el cielo fragua un sol a sus costados.
Recorren las praderas
con la mirada hacia un rincón lejano,
viadores sin reposo de la tarde
con la alforja madura de milagros,
ceñidos a un alfanje de aventuras,
alfareros de un viento ensimismado,
caminantes de todos los recodos,
trajineros de todos los regatos.
Más infinitos van que el infinito,
más montaraces que los montes altos,
más taciturnos que una paz nocturna,
más verdes que los árboles callados,
más sonoros que el eco de la sangre,
más soledosos que el silencio claro.
¿Acaso la dulzura
pudo imantarlos en su ardiente prado,
sellar sus sueños en un solo viento,
en el brillo boreal de un solo canto?
¿Qué raíz sosegada les dio el fuego
de ese arpegio de luna entre sus párpados,
que ya son como riesgos de semilla
sobre el activo surco emocionado?
Dejad que lleven sus bruñidos panes
como sonoros soles en las manos.
Y que al ras de su azul milagrería,
la tierra acoja el ramo enamorado!
QUISIÉRAMOS
TODO ESTÁ CLARO, HERMOSA.
De tiempo en tiempo quiero
bajar la voz, lavarla, levantarla en el día,
darla así, simplemente, como un agua sencilla
que te visite al signo de la luna y las flores,
atestiguar el iris de tus ojos,
cantar bajo su sombra.
De tiempo en tiempo quiero
pisar la tierra firme de nuestra sola estrella,
llegar sin que nos cerquen los aires enemigos
a los ocultos sesgos de tu rostro,
sin mirar la congoja dura de nuestros años,
sin ver la herida viva que sangra entre sus fimbrias.
Quisiéramos, hermosa,
y no hay sitio de pronto para la calma, somos
una cuerda tendida en el espacio,
nuestra música triste resuena entre disparos
y nuestra voz levanta su sombra entre las ruinas.
De tiempo en tiempo quiero,
quisiéramos,
en puntas de pie, inmóviles, lograr nuestro equilibrio,
aunque somos perfiles sin reposo
mientras la sangre sigue vigilando a la sangre,
mientras el luto sigue con furiosa guadaña,
mientras un aire turbio
nos recuerda por siempre su espanto y sus heridas.
Así, sólo en sordinas
puedo, de tiempo en tiempo, celebrar tu belleza,
atestiguar el iris de tus ojos,
claramente cantar bajo sus sombras.
D I R Á N
DIRÁN: ¡QUÉ AMOR OSCURO,
qué antiguas y bravías piedras,
qué trepadora sombra encabritada
como un golpe salvaje entre sus venas,
qué noche de presagios, qué profundos
modos de oír su sangre, qué severas
napas nocturnas les orea el pecho,
qué oscura estrella sobre sus cabezas!
Dirán ¡qué amor oscuro,
qué estrella oscura sobre sus cabezas!
Dirán ¡qué matutina,
qué pura cerbatana les enfrenta,
qué pedrería alrededor les teje
la estera, el reposorio de sus penas,
qué anillo firme, qué desarbolada
y hendida claridad su amor engendra,
qué luna tempestuosa en cada labio,
qué estrella clara sobre sus cabezas!
Dirán ¡qué matutina,
qué clara estrella sobre sus cabezas!
HALLAZGO
AL COMIENZO ERA ANDAR, BUSCAR DEBAJO
del pozo, de la arena, de la quietud baldía,
de la hondura un consuelo, un no sé qué sonoro
para su sed, para su herida fría.
Y era siempre el hurgar, meter en medio
de su piel, de su sangre, de su melancolía
la mano en busca de algo, de algo que no supiera,
de algo que fuese todo su aliento y su alegría.
Quería tener toda la plenitud, buscaba
descender a las fuentes de su origen, quería
desentrañar la luna que dormía en el fondo,
aunque fuera su muerte o su agonía.
¡Ya no cabía declinar! Su frente
bajo el agudo esfuerzo se hería y reducía.
Ninguna frente nunca pensó como esa frente
en cuánta oscura piedra se hundiría.
Y era siempre el hurgar. ¡Con qué pausada
expectación tocó lo que encontró ese día,
una luna profunda, un sol, toda su imagen,
todo el amor cantando al mediodía!
V E S T I M E N T A S
MÁS ALLÁ, MÁS ALLÁ EL AMOR CULMINA,
fuera de nuestro ser, más para adentro,
más en la tierra, más hacia su centro,
donde la sangre ardiente peregrina.
Estoy en ti, no estoy, estoy afuera;
estás en mí, no estás, vas adelante,
la tierra en nuestro amor surge vibrante,
por su espesura gris sube y espera.
Nos tiran raíces hondas. Se adelantan
al ras de nuestro andar densos temblores,
un tiesto de amapolas y esplendores,
activaciones que en nosotros cantan.
La tierra llama a nuestro amor, quisiera
que en su fulgor o en sus profundos bozos
de luz se laven todos los sollozos,
todo su ardor de encandilada hoguera.
No podremos huir al estelaje
enconado de sombras de su herida,
aunque ahora de amor andas vestida,
aunque andamos vestidos de follaje.
La tierra engalanada está de arcillas,
de un ardor torrencial vamos vestidos;
ella de un hambre oscura, de sonidos,
de palas y cuchillos las mejillas.
Aunque en el fuego de un cercano día,
con amores se hará un traje radiante,
con ojales de flores adelante,
con hilo verde y fibra de alegría.
Vestida y verde, no con un crispado
gesto de ensangrentados crucifijos,
ella reuniendo a sus perdidos hijos,
nosotros, sonriendo a su costado.
NUESTRO LECHO
UN LECHO OSCURO, UN LECHO BROTA Y SUBE,
mujer, sobre el espacio de sol de nuestra vida,
un lecho verde y puro de savias forestales,
circulación de anhelos, majestuosa nube
que ayer no conocía.
Por sus cuencos se inician los caudales
donde el amor agita su llama conmovida,
su poderoso aroma que el tiempo no vulnera,
su asiento sin sosiego, sus joyas esponsales,
su honda cosechería.
Los dos allí escuchamos la pradera
de murmullo fecundo que en nuestra sangre anida,
la enamorada gracia que en tu pecho despierta,
su retraída brisa, su afirmada madera,
lo que siempre quería.
Umbral sin soledades, sal cubierta
por la mayor corriente de espuma estremecida,
donde germina el fruto de amor de tu cintura,
muchacha grácil, leve, fértil espiga abierta,
¡mujer de mi alegría!
Huerto donde te tengo, donde apura
mi sed el agua calma de tu copa extendida,
donde depongo el fuego que se obstina en mi frente,
donde amaina sus fueros la ardiente agricultura
que nuestra sangre envía.
Monte en donde me tienes, su relente
deshace las penumbras de mi herida y tu herida,
lecho tallado al golpe boreal de mis besos;
para tu femenina levedad tul ardiente,
cuenco para mi hombría.
Salgo de sus panales. Queda impreso
el sello turbulento de mi amor, su embestida.
Voy a sus hondonadas, recojo en esa umbría
circulación de lumbres y a su altura regreso,
como cuando regreso, mujer, hacia tu vida,
tranquilo, fuerte, pleno, esperanzado, ileso,
¡mujer de mi alegría!
LAS SONRISAS DORMIDAS
HOY BUSCAREMOS TODAS
las sonrisas dormidas de la tierra;
esta profunda noche, con sombra ensimismada
por cuestas y colinas, animando el cortejo
del perfumado otoño que guía un dios agreste,
esta noche andaremos buscando esas sonrisas
que nunca florecieron, las que nunca
subieron a los labios en libélulas rojas
rutilando el fulgor de su alegría...
Ven, mi pequeña amada;
ciñamos nuestros ojos a la dura intemperie,
que apartando los viejos rescoldos humeantes
oiremos, noche a noche, puesta la oreja en tierra,
todo el rumor que asciende por los húmedos tallos;
removamos las piedras por mirar si debajo
duermen sonrisas tristes que al frío fenecieron.
Salgamos esta noche,
visitemos las rutas, los montes, las cabañas
donde duermen sonrisas que jamás se encendieron,
que no cumplieron nunca su faena y reposan
como espumas suspensas, vertidas sin remedio
por guaridas oscuras y estancias polvorientas;
toquemos esta noche sus derrotadas lunas,
indaguemos su historia, sus nombres, sus orígenes,
de qué ser procedieron, en qué labios remotos
suplicaron latir, nacer en vano...
Son signos ancestrales,
música enajenada por patios y caminos,
grises coronaciones de bocas que bebieron
copas de amargo cáliz, cifras antepasadas,
mendicantes madejas, espesuras
que no pudieron cosechar, sonrisas inconclusas
de habitaciones temerosas, báculos vacilantes
en la ancianía de una pobre mano
que solamente carga sus pendulantes sombras,
que apenas sobrelleva su propia desventura.
¡Cuánta noche profunda,
cuánta ceniza hubieron de cubrir esos rostros
para inmovilizarlos en visajes de piedra;
cuánta lágrima tuvo que rodar hasta el punto
de lavar el vestigio final de una sonrisa,
de una dicha pequeña compartida en silencio,
para que no pudiendo germinar desprendiera
su luz de esos perfiles de infinita tristeza,
para que así cayera sus rutilantes frutos
de esas máscaras negras sin sosiego!
Ah, sonrisas dormidas,
dejad que en esta noche, con mi pequeña amada,
llegue hasta vuestras huellas, pise vuestra morada,
para soñar que pronto retornaréis al sitio
que las sombras poblaron de inhóspita amargura
y podáis, ya despiertas y joviales,
orlar algún contorno de hoyuelo enamorado
o alguna boca oscura con vuestras frescas alas.
Dejad por esta noche,
por esta noche sola, que os sueñe en nuestras caras...
FUEGO
PASA UN RÍO ENTRE LOS DOS,
un clavel que no se aquieta,
un aire en inflamación
que entre los labios se apresa,
una fracción de alegría,
una embestida resuelta,
vía láctea, meteoro,
una desvelada fuerza,
un beso, un vuelo, una nube
que van a morder tu lengua.
El beso que yo te doy
te deja una sola herencia:
constelarte en su fulgor,
en su fragancia, en su arena.
Activación de mi pecho.
Fruto viril. Apetencia.
Cárdeno deseo. Gloria.
Sed de posesión serena.
Remanso sin torcedura.
Paganía. Fortaleza.
El beso que yo te doy,
aunque leve y táctil, pesa
por no contener sus diques,
sus desproporciones bellas;
fatiga tus labios, baja,
por tus hoyuelos se enreda,
embiste tus brazos, sube,
hiere, escala, se cimbrea,
como labrando en la luz,
como levantando tierra.
Se apoya en tu corazón,
envio solar, esencia
de enamorado temblor,
de nunca extinguida hoguera;
sol, avidez, centelleo
de anegada transparencia,
de clavos que llevo adentro
donde mis hambres te acechan,
donde mis armas te forjan,
donde mis hierros te queman.
El beso que yo te doy
se forja en paz; su madera
columpia ramajes rojos
que te orillan y te llevan,
alhaja tu cuello, busca
tus estancias más secretas,
quiere medir tu estatura,
quiere respirar tus trenzas,
quiere ceñir tus suspiros,
quiere atravesar tu lengua.
Se apoya en tu corazón,
y allí te acosa y te cerca.
ESOS DÍAS EXTRAÑOS...
VIENES DE AFUERA. TRAES
vitales adherencias en la mirada clara.
Se te ve el regocijo. El júbilo te invade.
Repites nombres, cosas. Y al punto te detienes
en ese espacio grave de distancia que existe
entre el fervor que traes y el silencio que habito...
¿Qué tengo? ¿Qué contorno
de penumbra me sella y me fatiga?
¿Bajo qué precipicios cierro los ojos tristes
y apenas ya converso con brumas imprecisas?
¿Qué sucede que apenas te conozco,
que tu mirada clara se me borra en las manos
y me enredo en mi noche y mis recuerdos?
Pronto ves que no entiendo.
Que no estoy. Que no escucho.
Que irremediablemente me pierdo en esa umbría
donde, ciego y perdido, rompo mis pobres báculos,
que he bajado a esa estancia de fiebres invasoras
de donde extraigo, huraño y melancólico,
mis diarias cosechas, mis vinos silenciosos.
Algo quieres decirme. Algo quieres contarme.
Pero no estoy. No siento. Persisto en mi guarida.
Me hospedo en esa niebla donde a veces me pierdo,
bajo la estera oculta donde me afano y doblo,
en la triste carlanca donde enfundo mi sangre,
en mi agujero amargo.
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