UN GRAN TRUENO EN LA LITERATURA
Por PEDRO GAMARRA DOLDÁN
La literatura paraguaya tuvo un gran movimiento en obras de mérito, en el primer lustro de los años 50 del siglo que nos dejó.
Primero fue desde luego La Babosa, de Casaccia Bibolini, obra maravillosa, maldecida por los “dueños de la métrica cultural oficial”. No poco después vino la poética Ceniza Redimida, una de las obras máximas de un exiliado político social como era Herib Campos Cervera.
Al unísono, aparece la cuentística de Augusto Roa Bastos, gran premio Losada de 1953, en una época en que esta gran casa editorial reunía a autores de la más rica gama, toda una institución cultural. Roque Vallejos dijo con justicia que en Buenos Aires “estaba la pila bautismal de la literatura paraguaya”, no solo por el espaldarazo de su rica prensa, sino por la libertad de expresión, sobre lo nuestro.
Panorama y Alcor, dos buenas revisas culturales nativas, le dieron el respaldo local, aunque Alcor es de 1955, pero pudo poner en manos de sus ávidos lectores lo que la prieta prensa local no decía, o no se explayaba.
Roa Bastos tuvo la suerte de que la riqueza de su estilo narrativo no tenía precisamente una posición de encuentro o desencuentro con una ruda política que nos regía, y sus recoletos conceptos estéticos. Tenía su obra la capacidad de reproducir el ser nacional, en sus usos y costumbres, con el rico dominio que el autor poseía, para más muy conocedor de la dupla existente. Primero conocía profundamente el campo rural nuestro, cuando, por otra parte y en segundo término pudo dominar la riqueza expresiva, muy propia de los autores españoles del 98, con una tónica muy propia y un estilo personal. Tenía entonces Roa Bastos 35 años, pletórico aún de juventud y, por qué no, de experimentos y de novedades.
El libro contiene en su portada una bella composición, y un grabado firme y señero de Andrés Guevara. La dedicatoria del libro parece un compromiso de vida y obra. “A Miguel Ángel Asturias y a Hérib Campos Cervera”, porque aunque la obra de Asturias es esencialmente novelística, no dejan de tener los cuentos de Roa un gusto por la precisión y la adjetivación del genial guatemateco. La dedicatoria a Campos Cervera lo veo como una señal de hermandad, al escritor, este último que tanto nos habló de la necesidad de producir un arte comprometido.
Después de esta trilogía en prosa y poesía: de Casaccia, de Campos Cervera y de Roa Basos, la literatura ya no pudo ser igual, sino que ellas dieron un camino denso, valioso y útil.
El público los reclamó, los leyó y los gustó. Roa pudo vivir más tiempo que todos ellos, pero en ninguna de sus obras posteriores se apartó de ese concepto nacional, pese a argumentos más variados o diferentes. El compromiso con el arte, la palabra y reunir en vida el sentido de lo nacional y del despertar de un decir diferente al romanticismo o folclorismo, lo que Roa Bastos hizo es una obra nacional, con personal ética y valiosa estética.
Para concluir debo decir que la obra de Roa Bastos tuvo en mi generación y en las posteriores una gran influencia. Era ver a un autor desplegándoce sin timidez su obra literaria.
Todo lo que él produjo después de esta producción homenajeada no es sino un reafirmar del valor de la palabra en la formación del ser nacional.
El trueno entre las hojas
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