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GABRIEL CASACCIA (+)
  GABRIEL CASACCIA, UN NOVELISTA PARAGUAYO - Por ANNICK SANJURJO CASCIERO - Sábado, 21 de Mayo de 2022


GABRIEL CASACCIA, UN NOVELISTA PARAGUAYO - Por ANNICK SANJURJO CASCIERO - Sábado, 21 de Mayo de 2022

 GABRIEL CASACCIA, UN NOVELISTA PARAGUAYO


Por ANNICK SANJURJO CASCIERO

Historiadora y escritora

Este año 2022 se cumplen 115 años del nacimiento del escritor, cuentista y novelista paraguayo, fundador de la narrativa paraguaya contemporánea: Gabriel Casaccia (Benigno Gabriel Casaccia Bibolini).

Nació en Asunción en 1907, abogado de profesión, Gabriel Casaccia fue escritor por vocación.

Su carrera literaria comienza en 1930, con la publicación de su primera novela, Hombres, mujeres y fantoches (1) a la que siguió una pieza teatral, El Bandolero (2), y luego, en 1938, El Guajhu (aullido) (3), una colección de nueve cuentos. En 1939 apareció una novela corta, Mario Pareda (4), a la que siguió otra colección de cuentos, El pozo (1947) (5), de la que forma parte Víspera de boda, que había ganado en 1940 el primer premio en el concurso de cuentos de La Nación de Buenos Aires.

Todas estas obras pasaron más o menos desapercibidas. Nadie sospechó entonces que esos primeros “aullidos” serían la brújula que marcaría nuevos rumbos en la literatura paraguaya, lo que la llevaría a traspasar las fronteras del secular aislamiento paraguayo. Efectivamente, La babosa (Buenos Aires, 1952) (6) es la primera novela que atrae la atención internacional –su traducción al francés, La Limace (7), por la Editorial Gallimard, aparece en 1959. Constituye, además, un hito en la novelística paraguaya, hasta entonces prácticamente inexistente. Sin embargo, no fue bien recibida en el Paraguay, y el autor fue tildado de antipatriota y “vendepatria”. La llaga (1964) (8), publicada también en Buenos Aires como sus demás novelas, obtuvo el premio de la Editorial Kraft. En 1966 aparece Los exiliados (9), que mereció el premio Primera Plana de la Editorial Sudamericana. Finalmente, Los herederos (1977) (10) y Los Huertas (11) (publicada póstumamente en Asunción en 1981) fueron finalistas en otros concursos literarios bonaerenses.

Para comprender la novelística de Casaccia hay que ubicarse en su tiempo histórico y en su tiempo cultural. Cuando se le preguntó al autor cuál era el aspecto más positivo o valioso de su obra, su contestación fue:

El haber terminado con una literatura falsa e idealizadora, que creaba en mis compatriotas una falsa idea sobre sí mismos. El Paraguay vivió muchos años cerrando sus ojos a la realidad. Creó mitos como una autodefensa inconsciente a la postración y miseria en que le dejó la guerra de 1870. En esa guerra sufrió la derrota y la invasión, y se sintió fundamentalmente humillado y ofendido en su orgullo. Buscó una compensación en el cultivo de la historia. En ella se idealizó y se creó una imagen falsa de sí mismo. El primer libro que se levantó con crudeza contra esa imagen irreal fue mi libro La babosa. El paraguayo nacionalista se sintió herido y vejado con esa novela. Por eso algunos críticos la consideran como un libro que aventó esos mitos tras los cuales ocultaba el paraguayo una realidad que lo acosaba.

Efectivamente, la peculiar historia del Paraguay, así como su situación geográfica de “isla rodeada de tierra”, y de más poderosos vecinos, llevó a la sociedad paraguaya a vivir en un obligado encierro en el que las corrientes innovadoras llegaban cuando hacía ya mucho habían dejado de serlo. Culturalmente este país vivía un anacrónico y rancio romance con una realidad falsa, exagerando la bravura de sus héroes pasados, ahogada en temas ingenuo-sentimentales expresados en un diálogo amorfo y convencional y en una prosa que apabullaba por su falsedad. En palabras del mismo Casaccia, “la vida literaria en Asunción prácticamente no existía... Había que ser dueño de una vocación muy fuerte para ponerse a escribir en medio de ese vacío y ese silencio. Era un ambiente dominado por la política y por seudointelectuales”.

La reacción de Casaccia fue, entonces, dar en tierra con esos mitos de falsa grandeza y, al hacerlo, dio vida a su “antihéroe”. Sin duda, su novelística es de personajes, y ahí radica la fuerza de sus obras. El autor no explica, no describe, no moraliza ni enjuicia. Deja que su protagonista se vaya contando a sí mismo. Al comenzar la narración, este ser ha entrado en una crisis desencadenada por un evento cualquiera, el que es equívocamente interpretado por él como la verdadera causa de su malestar interior. Como este personaje no ha buscado nunca comprender apropiadamente su pasado, ni puede ni le interesa hacerlo, vive un presente falso, por lo tanto, su proyección futura será también irrevocablemente equívoca. Sobrevendrá entonces la frustración, y el personaje seguirá viviendo en soledad su crisis hasta su completa degradación. En realidad, algunos se salvan, pero hasta esta salvación es equívoca, pues los que se salvan son los que fueron capaces de alguna acción generalmente destructiva para los demás.

Este ser casacciano no es ciertamente el campesino, como muchos lo han querido ver. Ya en 1962, el mismo Casaccia declaraba que “para conocer a fondo al campesino paraguayo y llevarlo a la literatura hay que dominar el guaraní... Es por eso que yo nunca me atreví a escribir una novela netamente campesina. Nuestro campesino piensa, siente y se expresa en guaraní”.

Tampoco es el hombre citadino completamente insertado en la cultura occidental. Es, sí, como consecuencia de ese aislamiento geográfico, histórico y sociocultural al que lo somete su propio medio, un ser que vive irrevocablemente desubicado, un hombre anodino fruto de profundas rupturas. La primera es la producida por el choque de dos culturas diferentes, la ancestral y la occidental, ya que, habiendo perdido la rica esencia de la primera no logra hacer completamente suya la complejidad de la segunda. El hecho de que la mayoría de la población hable todavía el guaraní, hecho sin duda loable, es muy sintomático. Existen, por otra parte, otras rupturas también provocadas por el mismo medio, como las políticas, causadas por regímenes dictatoriales que se fueron sucediendo desde tiempos de la colonia; las económicas y sociales, que ejercen una terrible presión moral sobre ese individuo que no logra levantar cabeza sin llegar jamás a comprender el por qué.

Todo esto, el mismo personaje casacciano nos lo cuenta, no en guaraní, aunque lo hable –y de vez en cuando el autor hace que se exprese en esta lengua–, sino en un lenguaje que le es sumamente peculiar, un castellano entrecortado por expresiones y construcciones que provienen de la lengua vernácula. Con esta forma de hablar cotidiana, particularmente paraguaya, sencilla y sin rebuscamientos, el novelista desnuda con brutal sinceridad a sus caracteres. Es como si en este escritor hubiera una innata y profunda repulsión por las falsedades sociales y culturales, entonces, en esa constante búsqueda de autenticidad, denuncia, desmitifica, destruye y da vida a un personaje que nada tiene de heroico.

Todas estas vidas, si así se las puede llamar, transcurren en Areguá, un pueblo muy antiguo y pintoresco a orillas del lago Ypacaraí, a unos 30 kilómetros de Asunción, pero al que solo se accedía por ferrocarril. Casaccia solía pasar ahí considerable tiempo durante su juventud. Mucho ha cambiado este lugar desde entonces, pero en la época en que el escritor lo frecuentaba, como todo pueblo, su silencio era abrumador. Solo se escuchaban con claridad las campanadas de la iglesia que llamaban a misa o a algún entierro. En su calle principal, una larga avenida que desciende de la iglesia, ubicada en una loma, hasta la estación del ferrocarril, solo había antiguas casonas donde solían ir a pasar las vacaciones de verano familias pudientes de Asunción, entre ellas la del escritor, pero que para entonces permanecían cerradas por falta de uso. Nada ni nadie transitaba por ella, salvo, de vez en cuando, alguna carreta tirada de bueyes. La quietud de este lugar era casi tan grande como su silencio. Allí no pasaba nada trascendente, como en realidad no pasa nada trascendente en toda la narrativa de Casaccia. Sin embargo, gracias a ella, Areguá se vuelve un lugar emblemático, y es aquí donde ahora el escritor “descansa en paz”, cumpliendo un deseo suyo. El mismo novelista ha declarado que:

Una de las satisfacciones que creo he encontrado en mis creaciones literarias es que merced a ellas he recobrado ese “tiempo perdido”; he podido volver a ese pasado y a ese pueblo de Areguá, que en otra forma se hubiesen perdido para siempre... La conclusión que saco es que quizá mis novelas no sean más que una continua búsqueda de ese pasado que quedó en Areguá... Sin buscarlo, mis novelas giran alrededor de ciertos tipos de personajes muy semejantes, emparentados entre sí, muy parecidos en su sicología. Hay una afinidad espiritual muy grande entre ellos... Abúlicos, luchando inconscientemente por superar un oscuro complejo de inferioridad. Yo creo que a través de ellos pinto un cierto tipo de paraguayo, muy influenciado y dependiente del medio social.

Irónicamente, ese no pasar nada, esa falta de angustia existencial, esa infinita soledad, esa ausencia de voluntad espiritual para evitar el fracaso, ese perder pie en el desconocimiento de sí mismo, es lo que hace que el personaje casacciano se eleve al plano universal. Estos seres se encuentran en todas partes. Lo que ocurre es que mientras el ruido de las grandes urbes los esconde y mimetiza, el silencio de un villorrio los revela.

Gabriel Casaccia ha triunfado. Criticado o no, pesimista o esencialmente realista, este escritor ha logrado sacar al Paraguay del anonimato literario. Ha denunciado, sí, mordazmente y sin piedad, pero al hacerlo ha dado vida a seres de carne y hueso que caminan por las calles del mundo entero.

Bibliografía

  • Hombres, Mujeres y Fantoches, Criterio Ediciones, 1930
  • El Bandolero, Criterio Ediciones, 2007.
  • El Guajhu, Ediciones Castaneda, 1978 *
  • Mario Pareda, Criterio Ediciones, 1930.
  • El Pozo, 1947, Ayacucho Ediciones, 1947
  • La Babosa, Editorial Lozada, 1952,
  • La Limace, Editorial Gallimard, 1959
  • La Llaga, Editorial G. Kraft, 1964
  • Los Exiliados, Editorial Sudamericana, 1966
  • Los Herederos, Editorial Planeta, 1975
  • Los Huertas, I981, Ediciones NAPA

*Nota: El Guajhu inspiró una presentación audiovisual y un DVD, creado por Annick Sanjurjo. Southern Cross Presas, 1975, accesible “en línea”; YouTube, etc.).

Varias de las obras nombradas están accesibles en El Portal Guaraní

Fuente: ULTIMA HORA (ONLINE)

www.ultimahora.com

Sección CORREO SEMANAL

Sábado, 21 de Mayo de 2022

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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