PortalGuarani.com
Inicio El Portal El Paraguay Contáctos Seguinos: Facebook - PortalGuarani Twitter - PortalGuarani Twitter - PortalGuarani
CARLA GUILLÉN BALMELLI
  UNA TÍA PARA UN VELORIO - Autora: CARLA GUILLÉN BALMELLI - Año 2019


UNA TÍA PARA UN VELORIO - Autora: CARLA GUILLÉN BALMELLI - Año 2019

UNA TÍA PARA UN VELORIO

Autora: CARLA GUILLÉN BALMELLI


 Idioma; Español

Año: 2019

Asunción - Paraguay

Cuento Paraguayo



GANADORES DEL 25. ° CONCURSO DE CUENTOS 2019

 CATEGORÍA

 MAYORES DE 25 AÑOS

 1.er PREMIO

 Título: UNA TÍA PARA UN VELORIO

 Seudónimo: DIOSA EN PIJAMA

 Nombre:  CARLA MERCEDES GUILLÉN BALMELLI




UNA TÍA PARA UN VELORIO


Eran las dos de la mañana cuando el celular, que sonaba insistentemente, despertó a Blanca. Era María contándole que la tía Faustina acababa de fallecer. Antes de que pudiera reaccionar, ya había cortado la llamada.

En el sitio sobraban lugares para estacionar. “Es la ventaja de asistir a velorios de viejos; sus contemporáneos ya son postres de gusanos”, pensó Blanca.

Ni bien ingresó al pequeño salón iluminado con excesiva discreción, divisó dos figuras conocidas: sus hermanas Laura y María sentadas en torno al cajón. Se veían pensativas y tristes. Un par de sillas más, dos coronas, unas velas, un portarretrato con la foto de la difunta en su primera comunión y un crucifijo completaban la escena.

Se saludaron con dos besos que quedaron flotando en el aire y se dirigieron al salón de al lado. María iba vestida de negro riguroso. Acababa de someterse a un tratamiento de pigmentación de las cejas, por lo que las tenía de un extraño color, mezcla de negro y rojo. Blanca, la más moderna y tonta de las tres, llevaba un conjunto de color pastel y maquillaje al tono y Laura, la menor, iba con un pantalón deportivo y una camisa blanca.

—¿No había otra foto un poquito más reciente? —preguntó Blanca.

—Era en la que se veía más decente —respondió Laura.

 —Además en todas las otras fotos aparecía al lado de Antonella —mencionó María.

Se mostraban incrédulas por la muerte de la tía que pensaban, que aun con noventa años, las enterraría a todas ellas. La tía siempre atribuyó, como secretos de su longevidad, a que era la más inteligente de sus catorce hermanos y a que se divirtió con varios novios sin cometer jamás la insensatez de llegar con ninguno de ellos al altar. “Hasta la entrada de la iglesia vale lo que aprecias”, solía decir. Consideraba que el matrimonio era una pérdida de tiempo y una distracción para mujeres que, como ella, se atrevieron a usar pantalones cuando todas las demás iban con faldas. Decía, además, que ella había desarrollado una versión de la teoría de la relatividad más útil que la del mismo Einstein.

Laura, arquitecta de profesión y alma, mencionó que el salón velatorio le parecía muy oscuro, a lo que María respondió con su acostumbrada ironía, que la situación económica de ninguna estaba pasando por su mejor momento como para velarla en un estadio.

Muerta de curiosidad, Blanca preguntó a María qué se había hecho en las cejas, al tiempo que le ponderaba por lo hermosa que se veía. Sin responderle, se dirigió al bar donde servían un café, que de café solo tenía el color y unas masitas inofensivas en apariencia.

Empezaba a oscurecer y el salón seguía pareciendo una habitación de fantasmas. Unas pocas amigas de la difunta habían hecho su aparición, lloraron un poco y rezaron menos de lo que lloraron.

—Chicas, más vale que aparezca alguien o vamos a tener que ponerle rueditas al cajón para empujarlo entre las tres. Así como estamos, con carencia de calcio y calambres, si nos meten en una licuadora, sale la cuarta parte de la Venus de Milo —mencionó María.

—¿Es ocurrencia mía o este velorio está resultando un poco aburrido? —preguntó Blanca.

—Pocas emociones y sobre todo pocos asistentes. Los chismes no surgen por generación espontánea; hay que alimentarlos. Estoy tentada de salir a la calle e invitar a la gente a sumarse a nuestra causa: todos por tía Faustina —respondió con ironía María.

Cerca del mediodía se presentó Ninfa, la empleada de la fallecida, quien hacía más de quince años la cuidaba.

—Mis pésames para la familia. Me va a hacer falta doña Faustina. Era especial, pero yo le quería igual.

—Sí, Ninfa. Siempre te portaste muy bien con ella. Santa paciencia le tenías —respondió Laura.

—Muchas misas van a tener que hacerle a su tía. No va a llover. “Mala señal para el muerto si no cae lluvia desde el cielo”, solía decir la difunta. Parece que veía el futuro. En realidad veía muchas cosas —comentó con un toque de malicia.

Se acercó a las tres hermanas y mencionó en tono muy bajo, como si alguien más pudiera escucharle.

 —Medio cabezudita era tu tía. A veces quería ser malita, pero ahora seguro que Dios la tiene en su santa gloria.

Ninfa miró detenidamente a María, mientras ésta se llevaba la mano al cuello con disimulo.

 —Muy lindo te queda ese collar de piedras verdes que era de tu tía. Parece que se te quiere subir el color a tus ojos. Ese collar es más lindo que el de piedritas de colores que te regaló antes; el que era de su mamá, ¿te acordás?

María iba cambiando de color. Laura y Blanca la miraban sorprendidas por toda la información que Ninfa, con toda maldad o con toda inocencia, les estaba proporcionando. María se sintió descubierta e hizo un ademán de levantarse, pero Laura la detuvo señalándole la puerta de entrada. Había llegado, después de seis meses de ausencia, Antonella entallada en un elegante vestido negro de marca y tacos infinitos del mismo color. Se movía como si estuviera desfilando en una pasarela. Llevaba en la mano una caja de pañuelitos. Al acercarse al cajón se deshizo en lágrimas. Miró la foto del portarretrato y lloró aun más.

Las tres hermanas se acercaron al cajón y observaron sin disimulo a la prima. Ella sabiéndose observada, con total hipocresía las saludó de manera muy cariñosa. Ninfa, en tanto, alejada de la escena, parecía disfrutar del espectáculo.

—Hola primas…estoy destrozada… muy fuerte es esto… así de golpe… sin preaviso. Tantos recuerdos. No puedo creer.

—Me imagino Antonella, ¿la querías como si fuera tu mamá, verdad? —preguntó con sarcasmo María.

 

—¡Más que a una mamá! Ustedes saben que no me casé por ella. Me cansé de rechazar novios que me ofrecían una vida de Cleopatra.

—¿Te cansaste? No recuerdo que tuvieras tantos pretendientes. Debe ser porque soy quince años menor que vos —acotó Laura en un estreno exitoso de malicia.

Antonella dirigió a Laura una mirada fulminante y luego volvió a centrarse en la tía.

 

—Hermosa está…tiene una cara de paz… un cutis de porcelana…ni una arruga. Parece que se está riendo y que en cualquier momento va a levantarse. ¡Y qué bien le queda ese trajecito! Ese color le da vida.

Entre dientes murmuró María.

 —Eso es lo que menos querrías vos.

 —Que la tía Faustina descanse en paz, que Dios le tenga en su santa gloria y San Pedro le reciba con las puertas abiertas —dijo Laura.

—Y que después las mantenga bien cerradas —respondió Blanca muy seria—. Era una broma.

—Seguro que tía ya se encontró con los abuelos y con tu mamá…bueno…con tu mamá no sé…con lo especial que era, ¿a qué lugar habrá ido a parar tu mamá? Por cierto María, ¡qué lindas tus cejas nuevas!

Las tres hermanas le dedicaron una mirada de poco aprecio, se santiguaron y se dirigieron nuevamente al salón contiguo. Quedaron calladas hasta que Laura rompió el silencio.

—¿Escucharon lo que dijo? Lo más seguro es que ella termine encontrándose con mamá.

 —Aun así pienso que no vale la pena pelear con Antonella. Finalmente, la familia es la familia —mencionó Blanca.

—Vos mejor no pienses Blanquita, que cuando pensás, tiemblo. Prefiero más ser  desconfiada que boba como vos, con todo respeto te digo. No me tomes a mal, sabés que te quiero más que a mi vida, pero nunca te caracterizaste por tener muchas luces.

—Es cierto lo que dice María: tu arbolito tiene más luces que vos.

 —Ustedes tampoco son perfectas y si no, mirate vos María —dijo Blanca.

 —¿Mirarme qué? Estoy espléndida.

 —No te hagas la tonta. Al parecer hay cosas de tía Faustina que…

 Antonella irrumpió en el salón al escuchar la conversación. Blanca dejó la frase sin terminar.

 —¿Qué es lo que hay que saber de María y tía Faustina? —preguntó ansiosa.

 La situación se iba tornando muy densa. La desconfianza iba apoderándose de Antonella y el nerviosismo de María. Ninfa en silencio, observaba escondida en un rincón, el cumplimiento de la última profecía de su patrona: “Vas a ver Ninfa lo que se va a armar en mi velorio cuando se encuentren las cuatro parásitas”.

En ese momento llegó al lugar un hombre de traje oscuro, de unos 40 años, completamente alterado y el rostro desencajado. Se dirigió directamente a las hermanas.

—Así las quería encontrar, ¡juntitas las bandiditas! —gritó descontrolado.

 Todas se miraron totalmente desconcertadas. Antes que puedan articular palabra, el desconocido toma el control de la situación.

—¿Qué pensaron? ¿Qué nadie iba a enterarse? ¿Qué somos unos idiotas? —seguía gritando.

 Las cinco mujeres estaban atónitas.

 —La fiscalía está en camino. ¡Treinta años por lo menos van a recibir! ¡Ladronas, asesinas!

 —¿Qué robaron? – preguntó Antonella al borde de un ataque de histeria. Antes de que el hombre siguiera gritando, María reaccionó.

—¡Te juro Antonella que sólo me quedé con unas estatuas de Lladró que tía tenía en su dormitorio! Ella me las regaló.

El desconocido se abalanzó sobre María, con la mirada inyectada de odio.

 —Vos sos la peor de todas…con tu disfraz de viuda negra ¿A quién querés engañar? Siempre le odiaste y te quedaste con toda su plata. Con engaños le hiciste firmar la transferencia de sus propiedades.

Antonella al escuchar las palabras “su plata” y “sus propiedades” empezó a enloquecer. Su rostro se desfiguró y la compostura practicada durante seis meses en Londres desapareció de un plumazo.

—¿Con qué plata te quedaste? ¿Qué hiciste qué con las propiedades? Apenas me fui y te aprovechaste de la tía.

—¿Es que además te quedaste con plata? ¿En qué lío estás metida? —preguntó asustada Laura.

Antonella cayó en el sillón desmayada, Laura y Blanca estaban mudas y María, petrificada.

 Sus cejas estaban completamente rojas.

 —Juro por Dios que sólo me quedé con las estatuas de Lladró. Las devuelvo si quieren ¡Para lo feas que son!

El desconocido tomó del brazo a María y le arrastró hasta el cajón. Al mirar a la muerta, el desconocido se transformó. La fue soltando. Miró de nuevo a la muerta. La comparó con una foto que extrajo con disimulo de su bolsillo. Volvió a guardarla. Mientras se retiraba, habló como si nada hubiera sucedido.

—Disculpen señoras, pero me equivoqué de velorio. ¡Mis pésames por la doñita!

 El hombre abandonó el salón velatorio a ritmo de pausa. Ya en la calle, volvió a sacar la foto del bolsillo y con una amplia sonrisa dijo mirándola: “Misión cumplida, doña Faustina. Descanse en paz”.



Revista CENTENARIO - Edición 311 - Setiembre 2019 - Página 12



Fuente:  CARLA GUILLÉN BALMELLI

Registro: JULIO 2020



GALERÍA DE MITOS Y LEYENDAS DEL PARAGUAY

(Hacer click sobre la imagen)

 

 

 

 

ENLACE INTERNO A ESPACIO DE VISITA RECOMENDADA

EL IDIOMA GUARANÍ, BIBLIOTECA VIRTUAL en PORTALGUARANI.COM

(Hacer click sobre la imagen)

 

 

 

 

ENLACE INTERNO A ESPACIO DE VISITA RECOMENDADA

(Hacer click sobre la imagen)

 






Bibliotecas Virtuales donde se incluyó el Documento:
LIBROS,
LIBROS, ENSAYOS y ANTOLOGÍAS DE LITERATURA P...






Buscador PortalGuarani.com de Artistas y Autores Paraguayos

 

 

Portal Guarani © 2024
Todos los derechos reservados, Asunción - Paraguay
Desarollador Ing. Gustavo Lezcano, Contenidos Lic.Rosanna López Vera

Logros y Reconocimientos del Portal
- Declarado de Interés Cultural Nacional
- Declarado de Interés Cultural Municipal
- Doble Ganador del WSA