TESTIMONIOS DE LA GUERRA GRANDE y MUERTE DEL MARISCAL LÓPEZ
TOMO I
Recopilación, Introducción y Notas de JULIO CÉSAR FRUTOS
Colección IMAGINACIÓN Y MEMORIAS DEL PARAGUAY
Dirigida por:
RUBÉN BAREIRO SAGUIER y CARLOS VILLAGRA MARSAL
Edición especial de SERVILIBRO para ABC COLOR
Asunción-Paraguay 2007 (107 páginas)
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ÍNDICE
Propósito: RUBÉN BAREIRO SAGUIER - CARLOS VILLAGRA MARSAL
Introducción: JULIO CÉSAR FRUTOS
TESTIMONIOS DE LA GUERRA GRANDE
Biografía militar// General Pedro B. Duarte
Diario de Guerra// José Segundo Decoud
Crónica de Guerra// Capitán Leandro Pineda
Asalto al Fuerte de Coimbra// General Francisco L Resquín
MUERTE DEL MARISCAL LÓPEZ
Cerro Corá// Coronel Silvestre Aveiro
Marzo de 1870// Efraím Cardozo
Apuntes biográficos// Coronel Juan C. Centurión
1° de marzo de 1870. Cerro Corá // Alférez Ignacio Ibarra
Exposición y protesta// Mme. Elisa Alicia Lynch
PROPÓSITO
Esta Colección de doce volúmenes, que hemos denominado IMAGINACIÓN Y MEMORIAS DEL PARAGUAY tiene, según sus apelativos lo sugieren, el objeto de alcanzar a la mayor cantidad posible de lectores testimonios directos, memorias e interpretaciones de nuestra historia patria y de los avatares de nuestra identidad nacional, vale decir, de nuestro pasado caudaloso de infortunios como de instantes de épica generosidad y eminentes temporadas de realizaciones políticas y de cohesión social.
Al propio tiempo, la Colección incluirá textos significativos de nuestro imaginario, tomando en cuenta que la poesía y la narrativa se constituyen con frecuencia en registros más iluminadamente intensos de la condición, los anhelos, vicisitudes, denuncias y esperanzas de un pueblo. Para plasmar ambos objetivos, integramos esta docena con libros de triple progenie: unos, aunque relativamente accesibles, tan representativos que su inclusión resulta imperiosa en el conjunto; otros éditos en folleto o en libros de escasísimo tiraje, la mayor parte aparecidos en el siglo XIX o a principios del siglo XX, por lo cual resultan ahora inhallables y su publicación un verdadero rescate; por último, textos rigurosamente inéditos y de tal modo valiosos, que nos parece sorprendente que no hayan visto la luz hasta ahora.
Para lograr una mayor amplitud en términos forzosamente breves, tanto en cantidad como en número de páginas, en algunos de los volúmenes se inserta una pluralidad de autores que escriben sobre idéntico material, y de quienes se introducen sólo fragmentos lo suficientemente comprensivos de textos más extensos, corno se ha hecho en los libros sobre la Guerra Grande y la ciudad de Asunción. Con el mismo criterio, en alguna ocasión se publica una antología, en el caso bilingüe, tal la de la poesía en guaraní.
En otras oportunidades, los textos son una selección de carácter unitario de los mejores fragmentos o capítulos de un autor y un libro determinados.
Por fin, hemos procurado presentar las diferentes tendencias y reflexiones en la interpretación de nuestro pasado histórico, cuyos hombres y hechos siguen aún siendo ejes de polémica, incluso por quienes poco o nada conocen sobre el particular.
Bien sabemos que es imposible cifrar en doce libros lo dicho y escrito sobre un sitio que desde hace cinco centurias ya se había constituido raigalmente como nación. Pese a ello, creemos que la muestra es lo bastante representativa como para entreabrir el entendimiento y proseguir el diálogo sobre nuestra categórica individualidad paraguaya.
INTRODUCCIÓN
No es éste un libro más sobre la Guerra Grande. Se trata de una selección de textos de autores que fueron actores y combatientes. El deseo de los involucrados en esta labor cultural es el rescate de la historia en la categoría que le corresponde como maestra de la vida, en un momento en que las ciencias sociales ocupan una secundaria categorización.
No es propósito del compilador crear, sino difundir lo que existe, con excepción de aportes absolutamente inéditos, como el "Diario de Guerra" de José Segundo Decoud y un testimonio del capitán Leandro Pineda, que ahora se dan a conocer.
Se justifica aquí la inclusión de un texto de Elisa Alicia Lynch, a su vez desconocido. Si bien la polémica irlandesa no reúne la categoría de combatiente, fue la compañera del Mariscal López en todo el curso de la guerra y tuvo la misión final de darle sepultura con sus manos, al igual que a su adolescente hijo Panchito López.
El testimonio de los memorialistas Juan Crisóstomo Centurión, Francisco Resquín, Silvestre Aveiro, Pedro B. Duarte e Ignacio Ibarra, si bien son conocidas sus obras, merecen una mayor difusión. Sin duda, es una buena idea realizar una relectura de sus actuaciones que suscitarán nuevas interpretaciones. La visión del relevante historiador contemporáneo doctor Efraím Cardozo, cierra con su habitual objetividad esta necesaria recreación cultural.
La Guerra Grande o la Guerra de la Triple Alianza, como es denominada, será interpretada de forma distinta pollas sucesivas generaciones de paraguayos y de extranjeros, y no son escasas las obras que se publican con novedosas interpretaciones. En la sección Civil y Judicial de nuestro Archivo Nacional existen numerosos folios de testimonios de actores de la Guerra Grande que están a la espera de la labor del paciente investigador que los aireen y le den vida.
Todo parece indicar que la Guerra Grande, merece una auténtica interpretación actual sin cargas ideológicas ni chauvinismo -de lo que fue-, y cómo pesa en la vida para guaya y en la región rioplatense. Este conflicto, que tuvo como eje central un Tratado Secreto que guardaba el real objetivo de dos repúblicas y un imperio, el deseo de apropiación territorial en dos de los aliados, mereció en su tiempo la calificación de Toribio Pacheco, el Canciller peruano: "Por muy fundadas que sean las quejas que se han formulado contra el régimen interno del Paraguay, eso no es suficiente, desde luego, para justificar una guerra que se lleve de fuera, con el objeto de alterar sus instituciones o hacer desaparecer su nacionalidad.
"Conviene mucho a la América la existencia de naciones mediterráneas, como Bolivia y el Paraguay, porque ellas tienen que servir forzosamente para la civilización de la par te interior de este vasto continente, y cualquier tentativa que se hiciera para destruirlas, sería un paso atrás en la senda del progreso americano".
Proféticas estas palabras, que dan la sensación de que el espíritu aliancista del Siglo XIX se proyecta en el tiempo mercosuriano, para frenar los impulsos y la dinámica con que deben activar los bloques del Siglo XXI.
En este tiempo que existe un clamor de patriotismo real, no el engañoso patrioterismo, no se debería dejar de considerar el papel y el valor desinteresado de los combatientes del setenta, que de esa virtud republicana hicieron demostración generosa en Yatay, Humaitá y un largo etcétera.
La división de la publicación en dos secciones obedece a un sentido práctico: lo que puede ser considerado el combate primero ofensivo, luego la resistencia defensiva y el día final de la epopeya el 1º de marzo, donde aparece finalmente la figura solitaria del Mariscal López, Presidente de la República y generalísimo de un devastado ejército.
Debe advertirse que en esta obra se mantiene la grafía Original.
No podría finalizar esta introducción sin recordar a Manuel Gondra, quien en 1908 en una conferencia política ante lo más granado de su partido señalaba que, se debía tener siempre presente el pasado de la patria, al final nuestro tirano fue el único quien murió con la palabra Patria en sus labios.
JULIO CÉSAR FRUTOS.
Asunción, junio de 2007
General PEDRO B. DUARTE (*)
BIOGRAFÍA MILITAR
Obs.: Se mantiene la escritura original del documento
El 16 de enero de 1865, recibí órden para establecer un campamento al otro lado del río Paraná, esto es á la izquierda y en la costa del arroyo Pindapoy. Incontinentí verifiqué, moviendo ese mismo día á dos mil hombres, poniéndome yo á la cabeza, dejando en mi lugar á la Villa, como interino al capitán de infantería Don N. Cárdena, hasta tanto el Gobierno delibere.
El 17 de Abril del mismo año, recibí órden superior para entregar el mándo del Ejército al teniente coronel Don Antonio de la Cruz Estigarribia y á la vez ponerme yó á sus órdenes como segundo Gefe de dichas fuerzas.
El 5 de Mayo corriente, recibí nueva orden para que con 400 hombres, fuera á tomar el pueblo de Santo Tomé (pueblo argentino), que dista treinta y dos leguas de Pindapoy. En la misma tarde del 5 salimos en dirección á nuestra Comision. A las seis de la mañana del dia diez, entramos en el referido pueblo sin mayor esfuerzo, habiendo solo habido un muerto de parte de los enemigos, y un herido de bala entre los mios.
El dia 22, estando acampado en la falda del Cerro Volas cuá, horas 12 m., recibí parte del oficial comandante de la guardia avansada, que tenia como vanguardia, de que venia sobre nosotros una fuerte columna. Le hice decir á que se retirara bajo fuego y así lo hizo el oficial.
Mandé tomar caballos y ensillar, saliendo al encuentro con trescientos cuarenta hombres, 200 infantes y 140 de caballería todos á caballo; dejando sesenta hombres de caballería al resguardo de los caballos de reserva y nuestros equipajes.
La columna enemiga no bajaba de dos mil hombres y mandada por los Coroneles Paiva y Reguera (Don Isidoro). Traia dispersada por delante una guerrilla de 150 tiradores al mando del Capitan Velasco (correntino). Tenia yo solo 61 tiradores en la caballería y para contrarrestar- la guerrilla enemiga tuve que parejar los tiradores con lanzeros, tomando yo en persona el mando de la guerrilla y dejar con la reserva el Alférez Don Fermín Colman y el de igual clase Don N. Lugo. En la ala derecha de la guerrilla lo tuve al Alférez de caballería Don Cirilo Ibañez, y en la izquierda al Alférez Don Miguel Brite. Al princio era desfavorable á nosotros la refriega, por la superioridad de nuestro adversario. Tuve un herido de bala, y de mí me la volteó el kepí con otra. Entonces ordené una carga la cual nos ha sido favorable, haciéndolos poner á nuestros enemigos en precipitada fuga, y nosotros persiguiéndolos hasta anochecer y luego nos retiramos esa noche como á tres leguas á pasar la noche en la costa de un carrisal del río "Uruguay", de donde despaché esa noche á dos hombres con el parte (por su puesto verbal) ante el Comandante Estigarribia en Pindapoi comunicándole lo ocurrido ese día y pedirle el restante del Batallón de Infanteria y Caballería que tenía con-migo, á fin de hacer otras operaciones que deben ser muy lucrativos como el quitar caballos y desparramar toda esa gente. En esta primera ocasión de mi pedido he sido muy desafortunado con mi Gefe.
Yo no sabía nada de las apreciaciones que habia en la Comandancia de Estigarribia sobre i proceder en el asunto de la guerrilla y en el pedido que le hice, pues en vez de aprobar mis actos habia criticado escándalosamente y en público. El 1° de Julio volvió a visitarnos con sus tentativas los Coroneles Paiva y Reguera pero con mayor número de gente. Estabamos á campados en la costa de Tareyrí, y por un amigo correntino supe con anticipacion que venían sobre nosotros el ejército de dichos Coroneles. Así pues, hice mover mi gente dirigiéndome al encuentro, y como vieron la decisión de mi columna, hicieron una precipitada retirada, esto es, hasta no poder darles alcanzo ni noticia, fraccionándose en dos grandes grupos, uno dirigiéndose á Caáybaté, y la otra tomó el camino de Santo Tomé, entonces volvimos para atrás y venimos á acampar en Caazapaba en la costa de un monte. El dia siguiente 2, dispusimos levantar el campamento, criando apareció una columna paraguaya de la parte de Pindapoy, mande descubrir y me dijeron que era el Capitan de caballería Don José del Rosario Lopez; afectivamente, llegó y se me presentó con 600 hombres, mitad caballería é infanteria: hubo una grande lluvia en aquel momento y resolví no levantar el campamento y pasamos otra vez la noche en aquel punto.
El 3 nos pusimos en marcha tomando el camino e Caáybaté y dormimos en la costa de Isla-guazú, de donde el 4 tomamos el camino de Santo Tomé; y nos campamos como á treinta cuerdas del pueblo á la espera del Comandante Estigarribia que venia en marcha. El 10 del miso Julio, llegó el Señor Comandante con su columna de 9000 hombres de las tres armas, trayendo 5 piezas de cañones volantes, calibre 3 y 5, y un obus de á 10.
El 12 del corriente me entregó el Batallon 16 y el resto del 28 que tenia á mis órdenes, y lo mismo el restante del Regimiento 24 y el todo del 26 de caballería, 18 carretas y 20 canoas. Mi fuerza componía de 2500 plazas y 21 Oficiales, y se repartian en la forma siguiente:
Un Oficial con 80 de tropas en las canoas. Un Oficial y 60 de tropas con las 18 carretas. Un Oficial y 30 de tropas en el abasto. Un Oficial y 30 de tropas con la caballada.- En el hospital y el parque un Oficial y 40 de tropas; pocos enfermos habia.
El Comandante Estigarribia verificó el pasaje del río "Uruguay", en el paso de Hormiguero frente al pueblo de San Borjita, (territorio brasilero) el 133 tuve noticias que el Mayor Asunción (brasilero) con 500 hombres los hacia pasar obligado con sus animales al otro lado del "Uruguay" á los moradores de las inmediaciones de los pasos de los garruchos que dista 14 leguas atrás de nuestra marcha, cuya noticia comuniqué al Señor Comandante, como tambien de una espedicion de 600 hombres con caballos de repuesto que hice esa misma noche al mando de los Tenientes Elias Cabrera con 200 hombres de caballería y Cirilo Patiño con 400 de Infanteria. En esta sgunda ocasion fuí también desafortunado con mi Gefe, en la espedicion que hice, pues que desaprobó agriamente, pero yo estaba tran tranquilo en mi proceder, puesto que era para limpiar el trancito y asegurar nuestras comunicaciones que fácilmente puedan ser interceptada.
El 16 del corriente recibí nueva órden del Comandante para marchar en paralelo á su columna mañana temprano, esto es, el 17, y en efecto así lo hice. La comisión que despaché al mando de los Tenientes Cabrera y Patiño, quedaron atrás. El Comandante Estigarribia despues del parte que yo le habla dado habia dispuesto tambien despachar una comisión de 400 hombres al mandó del Capitan de Caballeria Don José del Rosario Lopez, con el objeto de privar el pasaje denunciado y perseguir á la fuerza que verificara; pero con la marcha que hicimos quedó tambien atrás y en su venida de regreso sufrió un revez en la costa del arroyo Mbutuy.
El día 19 pasamos el arroyo Aguapey y nos campamos del pueblo de la "Cruz" como á media legua. Aquella noche llegó á nuestro campo el Sargento-Mayor Oriental, don Justiniano Salvañach, quien siempre acompañaba la columna del Comandante Estigarribia, y nos contó el caso sucedido á la gente del Capitan Lopez en Mbutuy.
El 20 pasé á Itaquî (pueblo brasilero) en donde á la sazon se encontraba campado mi Gefe, con quien á objeto de conferenciar sobre una instruccion recibida del Gobierno dispuse aquella visita. Fuí recibido muy bien y conversamos largamente esa vez. A la tarde regresé á mi campo cuando me lo contaron al momento que los Coroneles Paiva y Reguera arreaban forzados á las pobres familias y habitantes del territorio.
Entónces dispuse despachar al Teniente de Infanteria Don José Zorrilla con 200 hombres de su arma, montado á caballo, para que por la via de tres cerros se dirijiera y llegara al paso público del arroyo Guaviramí á las 6 de la mañana del dia 21, y yo en persona con 400 hombres de caballeria tomé el camino, de la costa del "Uruguay" para protejerle su operacion; y así se hizo logrando sorprender y tomar á tres guardias, abanzadas con setenta y seis hombres entre Oficiales y tropas y diez y siete carretas con familias y las demás pasaron al otro lado del arroyo que estaba muy grande. A las guardias desarmé y los largué para que hicieran lo que quisiesen, ya sea seguir á sus Gefes ó las fuerzas paraguayas, puesto que nosotros no los consideramos como enemigos á ninguno de ellos, y á las familias de las carretas les dí papeles en la que encargaba á las partidas paraguayas que los respetasen con todos sus intereses. Aquella noche se desvandó el Ejército correntino, algunos iban á sus casas y trescientos setenta y ocho hombres se me presentaron por la mañana siguiente entre esos vino el Capitan Velazco, aquel de la guerrilla y otros del pueblo y vecinos de la Cruz entre ellos vino un Teniente (alias José hí).
Después que caí prisionero, supe que habian venido todos esos hombres á presentarse al Mariscal Lopez y terminar sus dias entre los Paraguayos.
El 24 pasamos al arroyo Guavirami, y estando en ese trabajo, nos alcanzó los Tenientes en comision con toda la tropa que llevaron.
El 27 continuamos nuestra marcha y dormimos al establecimiento del Coronel Paiva, lugar llamado Paso-pypucú.
El 28 levantamos nuestro campamento y como á tres leguas de marcha, nos alcanzó el Teniente Don Joaquin Guillen, enviado del Mariscal Lopez, trayendo otra nueva instruccion á causa de no haber cumplido Estigarribia la primera y el ascenso de Sargento mayor al Capitan Don José del Rosario Lopez y quince mil pesos fuertes para compra de vestuarios para las dos columnas, tres dias estuvimos én aquel lugar á causa de un mal tiempo que nos vino.
El l ° de Agosto continuamos nuestra marcha y alcanzamos el Paso de los Libres (pueblo Argentino), y campamos como á una legua del pueblo, después del regreso de los esploradores. El dia 3 verifiqué una visita en persona á todos los del pueblo, llegando de casa en casa y todos se manifestaron muy contentos, solo se quejaron de la escases de carne, por la forzosa retirada que les hicieron á esos vecinos los Coroneles Paiva y Reguera.
Incontinenti, hice traer del abasto cinco reses y mandé carnear haciéndolas repartir á todos. El diá siguiente se hizo lo mismo, y á la tarde vinieron varios hombres, entre ellos el Francés, Don Andrés Pené, quien dijo de que con una ya era suficiente, y asi se hizo.
El 8 del mismo Agosto, dispuse despachar á 4 hombres sueltos en el interior de la Provincia en busca de noticias, dos de ellos en dirección de Entre-Rios y los otros dos restantes en la de Mercedes, y ambas Comisiones con plazo de nueve días, á mas tardar, los cuales regresaron sucesivamente á la noche siguiente de 11 á 12 p.m. dandome cuenta los de la costa del Uruguay que fueron los primeros llegados de que venían sobre nosotros el General Flores con ochomil hombres de las tres armas y ocho piezas de artillería, trayendo la vanguardia el General Goyo Suarez y el General Enrique Castro mandaba la caballería; mas tarde llegaron los de la parte de Mercedes y contaron que el General Paunero venia con cuatro mil hombres, trayendo veinticuatro piezas de artillería.
El 10 comuniqué esta noticia á mi Gefe Estigarribia, quien en vez e apreciarla murmuraron con el Padre Duarte (Blas Ignacio), su director y los Orientales Pedro y Justiniano Salvañach y Don Pedro Sipitria; éste último Señor ha sido mas moderado y prudente en sus críticas.
El 14 recien despachó á mi enviado, que fué el Alférez Don Domingo Lara, con la órden de que volviera á despachar á otras personas de mas confianza que los anteriores. El Alférez era mi Ayudante y en su estadía en la Comandancia, observó las conversaciones que se hacían muy particularmente las apreciaciones que del Comandante Estigarribia, con su director el Padre Duarte Don Blaz Ignacio. Una mañana oyó decir que yo anaba con paños tivios con tos enemigos por que les temia, y que ellos hacían lo posible para perjudicarlos, destruyendo y quemando casas y pueblos y que ninguna de estas cosas no hacía yó por tímido. Rato despues salió de bajo de la carpa el Comandante Estigarrivia y encontró allí al Alférez Lara, y le dijo las mismas textuales palabras que acababa de oír estando adentro con el Padre Duarte.
El 15 del corriente en una prima noche lluviosa, despaché nuevamente á otros cuatro hombres, segun la recibida órden; los cuales fueron y cayeron dos en poder de los enemigos escapándose los otros dos. Al amanecer llegaron los escapados y contaron, que los enemigos se encontraban cerca de la costa del arroyo Miriñay como ocho á nueve leguas y que el Ejército Correntino se encontraba sobre la costa del arroyo Capihiquisé.
Tenía yo dos grandes guardias establecidas una en el camino de la costa del Uruguay y otra en la de Mercedes, cada una con ciento veinte y cinco hombres.
El 16 por la mañana dieron juntos parte que aparecía una fuerte columna de las tres armas; entónces órdené se reunieran ambas guardias en una tapera próximo al lugar, y dispuse sacar trescientos cincuenta infantes y cien de caballería, que con las dos grandes guardias se componía la fuerza de setecientos hombres, dejando el resto de mi gente á cargo del Teniente de infantería Don Cirilo Patiño. Cuando ya estabamos reunidos con las dos grandes guardias, comenzé el descubrimiento por medio de una guerrilla dispersada de 24 hombres y una mitad de reserva. Los enemigos á su vez hizo lo mismo pero con mayor número de gentes y viendo yo aquello aumenté mi guerrilla con 400 hombres y ellos envían un Regimiento de caballería y comienzan á preparar toda su gente; entonces mandé los 300 restantes, á fin de ver mejor el número y elementos de que disponen, como efectivamente tuve lugar de verlos y cal-cular la fuerza con todas las piezas de artillería que tenían. Las piezas eran treinta y dos y las gentes no bajaban de 10 á 12.000 hombres. Conseguido el objeto del descubrimiento, hice retirar mi gente dejando toda la caballería en observación hasta oscurecer. A mi regreso de la descubierta me encontré con el Padre Duarte, (Director del Comandante Estigarrivia), el Teniente Guillen y Don Pedro Sipitria, conductores de las correspondencias Oficiales del Comandan-te y las particulares del Ejército. Llegamos como á las 4 p.m. en mi campamento y dispuse para que se carneara entre unos sanjeados de unas quintas que habían á nuestra inmediacion, ordenando á la vez la mudaba de la gente en aquel lugar, quedando yo con el Cabo Felipe Brites á escribir el parte para el Comandante Estigarrivia. Estando en ese trabajo se acercó el Teniente Guillen y el Padre Duarte diciéndome, que si tuviese confianza en ellos podían llevar el parte verbalmente al Comandante; y les contesté, que aunque ya he tenido hace poco una leccion por igual cosa, pero podían decirlos al Comandante, que si tiene que darme proteccion que pasara esta noche con toda su gente ó que me enviara siquiera la mitad y que mas tarde había de mandarle el parte y pedido por escrito. Así despaché á ellos y ordené para que con 18 canoas el Alférez Lugo se ponga á la disposicion del Comandante Estigarrivia en Uruguayana. Terminada mi comunicación remití por el Cabo Nicanor García, con órden de quedar á ayudarlo tambien en el pasaje.
Al día siguiente, 17 de Agosto, al amanecer mismo, apareció la columna enemiga, trayendo por delante una gran guerrilla dispersada á la que contesté con otras mías, y pude sostenerme así hasta medio día. A las doce y media nos trajo el ataque general, al cual no pudimos resistir por la gran superioridad que tuvieron, tanto en hombres como en armamentos; pues nosotros no teníamos ni una pieza de Artillería, y nuestros fusiles eran de chispa (El fusil de chispa es un arma de avancarga y sin estrías, de corta efectividad, no más de cincuenta metros. El proceso de carga y disparo demoraba un tiempo valioso, que ponía en desventaja al ejército paraguayo. El ejército aliado utilizó armas de repetición, de largo alcance y de efectividad hasta cien metros.); ellos por supuesto de mejor sistema y con numerosa Artillería. Allí tuve la desgracia de caerme prisionero y de serme llevado á la pesencia del General Don Venancio Flores, quien me ha insultado groseramente con palabras descortéses y hasta me ofreció cuatro balazos, pero le contesté, entre ese gentio de aquel momento que recibiría como dirijida de su mano (el público aplaudió mi contestacion y creo haber sido salvo de aquella pena, mediante el Coronel Magariño Oriental, quien me ha ofrecido la garantía de mi vida en el campo de la batalla, y tambien el General Paunero; quienes hablaron en voz baja á Flores. Despues de eso me hizo varias preguntas, pero con moderacion, y yo le contesté conforme á sus preguntas en términos educados.- Estuve dos y medio días sin provar alimento en la guardia de un señor Sargento mayor de apellido Retolaza, rodeado de 12 centinelas; á la tarde del tercero día, recibí orden para acompañarlo al Coronel Oriental Don Goyo Castro, quien con un Oficial y seis de tropa se hizo cargo de mi individualidad y tomamos el camino de la Concordia, (pueblo entreriano) en donde se hallaba el Presidente de la República General Don Bartolomé Mitre, quien entonces mandaba en Gefe "El Ejército Aliado". Al siguiente día, que fué el 23 de Agosto, sin verlo al señor Mitre, me hizo embarcar en el vapor "Pabon" y el 25 del mismo partimos para Buenos Aires. El 28 me llevaron en el Parque, en la casa del Coronel Martinez, Ministro de Guerra y Marina, y el 30 me hizo trasladar en el cuartel del Retiro. Me tuvieron allí noventa y dos dias preso. Durante ese tiempo me pasaron la suma de un peso fuerte diario. Tuve varias visitas de amigos y á la vez tentaciones entre otras. Primeramente, del Comisario de Guerra entónces, Don Santiago Albarracin, quien me ofre-ció un sueldo de ciento ochenta pesos m/c. de Buenos Ai-res, para que fuera con el "Ejército Aliado" de baqueano: rechasé modestamente la oferta. Pocos dias despues volvió á ofrecerme, para que me hiciera reconocer en mi clase y como Gefe de la Nacion y arme el mando de un cuerpo de línea en la frontera del Sud. Esta vez me enojé y respondí con insolencia, y no volvió mas. Despues hice una solicitud al Gobierno, (que entónces se hallaba en ejercicio el Vice-Presidente Don Márcos Paz) para que me diera de dia la puesta franca, á fin de poder trabajar y alcanzar siquiera para cubrir la vergüenza y otras necesidades urgentes para vivir: Entonces me remitió 6 camisas, 6 calzoncillos, 3 sábanas y 3 tohallas; mas tarde vinieron un sastre, un zapatero y un sombrerero á tomarme las medidas, los cuales me hicieron un traje á mi eleccion.
(*) El General PEDRO B. DUARTE, pilarense (1829-1903) cayó prisionero en la Batalla de Yataí, después de luchar con denuedo. El enemigo le rindió honores por el valor desplegado y no le quitó el sable. Terminada la guerra, se dedicó a la política, fue diputado, ministro de guerra. Es uno de los fundadores de la ANR. De su folleto "BIOGRAFÍA MILITAR DEL GENERAL PEDRO DUARTE", publicado en 1890, se extrae la selección que se publica en esta obra.
Alférez IGNACIO IBARRA
1° DE MARZO DE 1870
CERRO CORÁ
Quince años atrás, el 1° de Marzo de 1870, tenia lugar el último hecho de armas que abrió la tumba al déspota y al mismo tiempo coincidió con la muerte del despotismo.
Echemos, aunque sea al correr de la pluma, una mirada alrededor de aquella aciaga época, de pruebas para muchos, de sacrificios para todos.
López, con su ejército cercenado y pobre, mas por la miseria que sufria y por las matanzas que él propio ocasionaba en sus filas, que por las balas enemigas, habia llegado á Cerro-Corá, después de infinitas marchas y contramarchas, á los seis meses de haber abandonado sus posiciones en Azcurra.
Más de cinco mil hombres y otros tantos de mujeres y niños, quedaban hechos cadáveres á lo largo de la lúgubre ruta que se seguía. En Cerro-Corá ya no tenia López sino unos cuatrocientos hombres, mas o menos, exclusive una especie de retaguardia compuesta de limitadísimo número de gente ya enteramente estenuadas por el hambre y el continuo trabajar á que las marchas forzadas las sometían.
Cerro-Corá está situado sobre la falda misma, puede decirse, de la gran Cordillera de Amambay y Maracayú, teniendo por lindes á un lado el Aquidabán y al otro un brazo del mismo río.
Allí había instalado López su último campamento, donde ya no reinaba más que un profundo desaliento por la falta absoluta de víveres para la subsistencia. El hambre ofrecía entonces los cuadros más siniestros y desoladores: aquí se veía á un hombre que parecía lleno de vida flaqueársele las rodillas y caer ya para siempre, allí á otro y á otros acercárseles la muerte tras una lenta y desgarradora agonía; más allá, en fin, á mujeres y niños convertidos en verdaderos esqueletos luchar aun examines y en vano por alcanzar alguna especie de alimentación que les prolongase por más tiempo la vida que se les escapaba... ¡Quien pudiera pintar con sus vivos colores aquellos cuadros que la adversidad presentaba en el seno de unas pobres gentes de continuo heridas por sus punzantes dardos!
López, entre tanto, aparentaba la misma calma y tranquilidad que cuando otros lugares ocupaba. Nada había cambiado en él el horrible espectáculo de tanta miseria que le rodeaba.
Su corazón, poco á poco endurecido por la práctica incesante de atroces crímenes, sin duda estaría ya totalmente petrificado en aquel entonces. El hombre ya no se paraba en nada: era implacable como la muerte, y bastábanle los más fútiles pretextos ó las más ligeras sospechas para arrancar á lanzasos, con pasmosa frialdad, la vida á sus subordinados.
Si cupiera á los pueblos enorgullecerse de la saña y los crímenes de sus tiranos, por cierto que nosotros no nos privaríamos de levnatar bien erguida la frente entre los demás.
López, militar adocenado, ha demostrado no pertenecer á la clase de los tiranos vulgares, propiamente hablando, él ha sido un gran tirano, tirano cruel y bárbaro, hasta la última acepción de la palabra, que no ha respetado nada, nada absolutamente, ni los mismos vínculos de la familia.
El fusilamiento de su hermano Benigno en Pykisyry, la prisión y los durísimos tratamientos de Venancio y su muerte causada por el hambre, así como las prisiones sufridas por su propia madre y sus dos hermanas; pruebas son indisputables de que en su pecho no latía el más apagado sentimiento de humanidad.
Ciertas referencias, que á nada conducían, de una antigua criada de la madre, referencias que han ocasionado la prisión de varios, y últimamente ciertas declaraciones arrancadas á éstos á fuerza de torturas, dieron margen á un siniestro proceso contra aquélla y sus hijas.
López mandó que se le presentara una petición de allanamiento contra las mismas, y la proveyó así:
Sea interponiendo desde ahora para su tiempo, todo mi valer en favor de mi madre, y en el de mis hermanas, aquello que la ley pueda aun permitirme"; y pronunció al firmar esta providencia las siguientes palabras: la copa está servida, es preciso beberla (1).
Desde entonces llovieron los vejámenes y las torturas sobre las víctimas del hijo y del hermano. Encerradas en un viejo coche y sometidas á continuas declaraciones, eran trasladadas de un punto á otro, detrás del ejército desde Curuguaty hasta Cerro-Corá. Ellas sobrevivieron, es verdad, á sus desgracias, mas no por que se hubiese ablandado el férreo corazón del tirano, pues que ya era de presumirse que un nuevo y sangriento desenlace acabaría con ellas, sino porque un occidente tal vez inesperado sobrevino en aquellos instantes á restituirlas su libertad.
Era el 1° de Marzo, y se aproximaban aceleradamente fuertes columnas brasileras.
López, tres días antes, el 25 de Febrero, viendo que su gente se encontraba enteramente dominada del más profundo desaliento, y en la necesidad de despertar en su seno alguna animación -si es que el hambre podía alguna vez conciliarse con el entusiasmo- recurrió al medio de distribuir medallas ese mismo día, rodeado el acto de toda solemnidad. Formó un gran círculo, habló con sus gracias peculiares en contra del enemigo y permitió que otros varios le siguieran en el uso de la palabra. Se leyó después el decreto que confería las medallas y se distribuyeron las cintas de que debían ir pendientes al pecho de cada uno de los agraciados. Las medallas contenían estas inscripciones: en el anverso, VENCIÓ PENURIAS Y FATIGAS; en el reverso, CAMPAÑA DE AMAMBAY Y MARACAYÚ - 1870.
Y no se equivocó del todo, alguna animación volvieron á experimentar sus extenuados compañeros; aunque la miseria iba acentuándose mayormente de día en día en sus filas.
Uno de sus espías (2), le dio cuenta el día 1° por la mañana (3) de la aproximación del enemigo. López manda sus órdenes á la artillería que cubría el paso del Aquidabán por donde había de penetrar aquel. Pocos isntantes habían transcurrido cuando dos brigadas -una al mando del comandante Floriano de Peixoto, actual Presidente de Matto-Grosso, y otra al mando del comandante Martins- pasaron aquel río sin la menor resistencia de nuestra artillería. Es que los cañones no valen nada por sí solos; necesitan de brazos vigorosos para hacerse oír.
López forma entonces apresuradamente sus filas, y se coloca atrás montado en su bayo. El enemigo avanza entre tanto, con la infantería en el centro descargando desde luego sus fusiles á la ventura, y con la caballería dividida en columnas guerrilleras á los flancos, intentando cortarnos la retirada. Llega pocos segundos después la primera haciendo nutrido fuego; y López al ver que de sus filas caían varios, ya muertos ó ya heridos del plomo enemigo, como asi mismo que empezaba á cundir la desmoralización en los demás en presencia de la infinita superioridad numérica de los brasileros, dobla las riendas al caballo y pronunciando la palabra ¡seguidme! se dirige al galope hacia el montecillo opuesto por cuyo medio corría rapidísimo uno de los brazos del Aquidabán. Al llegar ahí se detiene en la costa y se le acerca un bizarro escuadrón de caballería riograndense, no sin antes haber muerto ó dispersado á varios que le impedían el paso.
Forman en el acto los brasileros un semi círculo en frente mismo á López y le dicen: "Mariscal, rendíos, que teneis seguros vuestra vida y vuestros intereses”. -Tirad miserables, les contesta él con enérgica voz, muero con la Patria. Más ó menos las mismas palabras se cambian otra vez; y López recibe entonces la primera herida en uno de los muslos. Siguen á estos algunos segundos de silencio; los brasileros le repiten de nuevo su intimación y él vuelve a rechazársela enérgicamente. Dos de aquellos avanzan hacia él con ademanes de apoderarse de su persona; pero se defiende este con su espada y en ese instante recibe otra herida, leve al parecer, poco más abajo de la sien derecha. Sigue á esto nuevamente el silencio, y trascurridos así algunos segundos, López encaminaba su bayo hacia la picada que él mismo había hecho abrir en el montecillo para entretenerse con la pesca, aunque no había peces, en el brazo ya citado del Aquidabán. Como que la picada era angosta el caballo no podía andar, y tuvo que apearse entonces para alcanzar el barranco más inmediato del río. Al dar unos pasos cayó al suelo á causa de que la herida del muslo le hacía flaquear una pierna. Dos más (4) y el que estas líneas escribe, únicos que hasta ese momento le seguían, lo alzan de los brazos y lo vuelven en actitud de andar; pero al dar dos ó tres pasos queda enteramente imposibilitado de mantenerse en pié. Los tres individuos lo acomodan entonces sobre el mismo barranco donde quería alcanzar, y allí presa de las emociones y no menos de las heridas que acababa de recibir, quedóse solo aguardando la muerte, en tanto que la fusilería enemiga talaba el montecillo con sus vivas é incesantes descargas. Antes aun que penetrara el enemigo hasta él, un alférez Silva (5) que vive actualmente en Carapeguá, se aproximó á ofrecerle su compañía, pero él la rehusó y lo despidió entregándole como recuerdo un látigo que llevaba en la mano. Después entraron los brasileros y lo masacraron de la manera seguramente como ellos mismos lo refirieron en sus correspondencias escritas desde Humaitá al Jornal do Comercio de Rio Janeiro.
Así terminó su borrascosa y sangrienta carrera el mariscal Francisco Solano López.
Quince años han permanecido ignorados estos detalles que acaso también han de contribuir en algo á la historia nacional, detalles que, si bien pobres é incompletos por ahora, pueden más tarde continuarse con los numerosos episodios de la campaña denominada de Amambay y Maracayú. López, juzgado por muchos bajo las impresiones del momento, pasaba por un tirano vulgar á la vez que por un cobarde. Una y otra afirmación carecen de peso; pues como tirano están sus hechos que lo colocan al mismo nivel de los más famosos que presenta la historia, y como cobarde prueba lo contrario exactamente la resolución de haber preferido la muerte cuando se le garantizaba la vida y los intereses, y cuando, por otra parte, la cobardía podía hacerle aun concebir la fuga para mantenerse errante, con un puñado de hombres, por los desiertos de nuestros valles.
En lo que no ha tenido acierto, o ha dicho una impropiedad es en aquello de morir con la Patria. López ha muerto sí, pero la patria aunque desangrada, pobre y con sus territorios desmembrados, ha sobrevivido á la catástrofe y permanece en pié, con nuevas y más felices instituciones, que le dan motivos mejor fundados para aspirar al mismo grandioso porvenir que sus demás hermanas de América, que llevan sus pasos hoy en día á la vanguardia de la civilización. López ha muerto solo, SIN la patria y ha debido más bien decir que moría POR la patria, ó por su palabra de ser el último en morir empeñada en la protesta del 30 de Agosto.
(*) El Alférez IGNACIO IBARRA (1854-1892) durante todo el curso de la Guerra perteneció al círculo de absoluta confianza del Mariscal, siendo su casi único Escribiente, dada su condición de ágil escritor. Permaneció a su lado hasta el momento postrer de su existencia. Fiel a su memoria fundó La Democracia (1881-1901), inaugurándolo el 1° de marzo de 1881, en recuerdo de aquel día. Hombre de la cultura, cultivó el género histórico. En 1886 fue diputado y objeto de un secuestro. Fue uno de los fundadores del Centro Democrático. El texto que a continuación se edita fue tomado íntegramente del publicado en La Democracia el 1° de marzo de 1885. La Revista del Instituto Paraguayo lo publicó en febrero 5 de 1870, hace 120 años. Se trata de un clásico de la literatura histórico militar.
(1) La solicitud á que se refiere el autor es de la fecha 15 de Diciembre de 1868 y es del tenor siguiente:
Informado á la voz de que mis hermanas Juana Inocencia López, esposa del General Vicente Barrios, y Rafaela López de Saturnino Bedoya, aparecen en el proceso de conspiración y traición á la Patria complicadas en el crimen de sus maridos, y aunque abochornado y afligido de un procedimiento semejante, en cuanto la ley pueda permitirme vengo á pedir al Consejo de Guerra que ha de juzgar la causa, que tomando en consideración el desgraciado extravío de una débil mujer que las mas veces se deja arrastrar á los mas grandes precipicios por la influencia del hombre, si del mérito del proceso resultaren tan culpables que la Ley les imponga la última pena, el Consejo les alivie y conmute en otra, esperando que tanta aberración y tanto olvido de sus deberes para con la Patria, sirvan por lo menos para su enmienda en adelante.
Cuartel General en Pikysyry, Diciembre 15 de 1868. LÓPEZ Silvestre Aveiro Oficial 1° de la Secretaría General
(N. de la D.)
(2) El alférez Ibarra, de Caazapá. (N. del A., quien ha revisado esta publicación).
(3) Antes de salir el sol. (N. del A., 1897).
(4) El Coronel Silvestre Aveiro, vecino de la Capital, y el Sargento Mayor de rifleros don Manuel Cabrera, de Humaitá. (N. del A., 1897).
(5) Alférez Victoriano Silva, ayudante del Ministro Caminos, vecino de Carapeguá. (N. de la D.)
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