LOS ECOS DE LA PRENSA EN 1887
UNA PROPUESTA DE CONCILIACIÓN POLÍTICA
Por JULIA VELILLA L. DE ARRÉLLAGA
y ALFREDO M: SEIFERHELD
Revisión técnica: Alfredo Seiferheld/
Documentación: Biblioteca Nacional de Asunción/
Fotografías: Martín F. Sannemann
Editorial Histórica. Asunción-Paraguay 1987
Serie: “Documentos para la historia”
Prólogo: Juan Carlos Herken Krauer
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PRÓLOGO: En la década de 1880 tuvieron lugar dos procesos significativos para la historia contemporánea del Paraguay. El primero de ellos fue la aceleración de la venta de tierras públicas y el ingreso de capitales, fenómeno que estuvo insertado en el auge regional platense con centro en la Argentina. El segundo de ellos fue la emergencia de los partidos políticos en el Paraguay, que se cristaliza concretamente en dos instituciones, cuya vigencia llega hasta nuestros días.
Resultaría pretensioso establecer una correlación demasiado directa entre ambos fenómenos. De hecho, el Paraguay vivió un renovado proceso de crecimiento económico en la década citada y se integra efectivamente a la economía mundial. Para mediados de ese decenio, el valor real de mercado ce las exportaciones paraguayas superaba el récord de la época de los López; la agricultura se recuperaba en parte y el volumen poblacional del país -al final de la década- empezaba a acercarse al de antes de la Guerra de la Triple Alianza (1864-1870). Que esa recuperación hubiese podido tener lugar en un período de tiempo relativamente corto es algo que subraya la capacidad de supervivencia de una sociedad.
Pero el Paraguay de los 80 no era el mismo que el Paraguay de los López, por lo menos en algunos aspectos. Y las expresiones sociales, culturales y políticas que empezaban a surgir tenían asimismo su perfil original. Por lo menos a ciertos niveles. En cada momento histórico se cristalizan tanto el pasado, como el presente y el futuro. Había hombres nuevos e ideas nuevas, pero también hombres del pasado e ideas del pasado. De esa interacción permanente entre herencia, coyuntura y avenir aparecen, en ocasiones, nuevas instituciones.
Conviene reiterar entonces una primera pregunta clave: el porqué del surgimiento de organizaciones políticas que por lo menos a nivel del lenguaje se manifiestan como nuevos tipos de acción social en ese momento histórico preciso. Porqué no antes o después. Existen explicaciones que podrían acentuar aspectos culturales, conexiones internacionales, e inclusive la hipótesis del desarrollo "natural" de un sistema social que seguía siendo relativamente joven. Todos esos factores deberían entrar en un intento de explicación global del fenómeno. Estamos aún lejos de brindar una interpretación rigurosa del tema del surgimiento del bipartidismo político paraguayo. Pero el trasfondo es claro: en esa década se produce la mencionada expansión económica con profundas inserciones en la región y en el mundo, y el Estado paraguayo empieza a desprenderse de la mayor parte de los activos físicos valiosos que le restaban. Divisiones y grupos políticos ya existían antes. Luchas por acceso al manejo de los instrumentos estatales también existían antes.
Quizás convendría remarcar como posible pista, que en ese momento histórico especial el Estado se convierte en un actor clave - incluso determinante- del proceso de transferencia de gigantescos stocks de riqueza real y potencial. Es posible que la lucha por el control de ese Estado requiriese, ahora, de formas más sistemáticas de organización política. Incluso si ese cambio se redujese a la retórica o a los símbolos. Al mismo tiempo, la enorme restructuración de la tenencia y uso de la tierra que empieza a tener lugar en la época habría de generar formas más agudas de conflicto entre clases dirigentes y el resto de la población. Surge así la cuestión agraria, que a nivel político podría haber requerido un tipo de clientelismo más organizado.
Los autores de este ensayo nos presentan una compilación sobria, pluralista y acertada de las manifestaciones de la prensa paraguaya en el año 1887, cuando aparecen las dos organizaciones que se constituirán en el Partido Colorado y el Partido Liberal. Contamos entonces con un nivel de análisis del surgimiento de esas instituciones, el de la lucha a través de la prensa escrita. Este nivel de análisis es valioso tanto por lo que expresan esos documentos como por lo que dejan de expresar. El discurso periodístico de las organizaciones políticas embrionarias se caracteriza, como señalan los autores, por oscilaciones, ciertas incoherencias y ciertas dificultades estilísticas. Pero ello corresponde a la época y a una sociedad que aun estaba luchando por recobrar su autosustentación. Una advertencia inicial sería entonces la de emprender la lectura de los documentos con los ojos de hoy, pero también con los de ayer.
El primer elemento común del conjunto de los artículos es el desarrollo de temas que parecen traspasar épocas y lugares: la necesidad o no de los partidos políticos, las formas de representación social, y, sobre todo, la cristalización de acusaciones y defensas en figuras individuales. Es el político el que conforma, hasta cierto punto, la imagen de la organización partidaria, y no al revés. Este acento en las figuras centrales se conecta a su vez con dos o tres ausencias claves en el discurso político reproducido a través de la prensa escrita.
La más llamativa de ellas es la falta de una discusión ideológica o programática, propiamente hablando. Existen quizás matrices implícitas y proto-ideológicas, que darían lugar a un cierto tipo de debate programático ex post. Esa raíz latente es a su vez centralizada en la experiencia personal y la posición en la época frente a la era de los López. Quizás convendría recordar que en la medida en que la era de los López fue la raíz subyacen-te y primaria de un debate programático para el nuevo Paraguay, ese debate tampoco podría haberse llevado en forma muy explícita. Si bien las tropas aliadas habían abandonado el territorio del país en 1876, existía aun un fuerte control por parte de la Argentina y Brasil y un temor considerable al resurgimiento de un nuevo Estado paraguayo con capacidad de alterar el equilibrio regional. Habría que esperar a los comienzos del siglo XX para que esa discusión -ausente o subyacente en la década de 1880- empezase a cobrar una nueva dimensión, esta vez ya en términos de nociones primarias sobre el nacionalismo y el liberalismo. Pero, conviene remarcarlo, éste es un debate que no precede o acompaña al origen de los partidos políticos en el Paraguay. Y una figura como Cecilio Báez habría de subrayar cotidianamente a lo largo de su vida que ambos partidos no estaban divididos por conceptos sociales, raciales o religiosos.
Los autores utilizan el material documental presentado como base para una introducción analítica que globaliza a su vez la práctica política del Paraguay desde la Guerra de la Triple Alianza hasta nuestros días. Esta visión de conjunto es acompañada por planteamientos sobre hipotéticas evoluciones del pro-ceso. Esta es tarea que a su vez corresponde a los historiadores, siempre y cuando esté respaldada por la experiencia personal en la investigación y el criterio razonado que concede la convivencia con diferentes etapas del pasado. Esa convivencia otorga, generalmente, un cierto sentido innato para diferenciar entre lo fundamental y lo accesorio. Esa comprensión se traduce a su vez en una suerte de capacidad de asombro: pera ese asombro no suele darse frente a la novedad de los cambios sino frente a la persistencia de las constantes.
Los autores, al reunir los requisitos mencionados, centralizan su presentación analítica en la vigencia de un cierto tipo de bipartidismo, en el predominio de similitudes antes que de diferencias entre esos partidos, en la necesidad del diálogo y de la reconciliación. Es decir, en la necesidad de la emergencia de un sentido común que traspase las barreras personalistas, partidarias e ideológicas. Conviene insistir en que existen pocas sociedades nacionales que son capaces de posponer los conflictos internos y canalizar las energías para una postura sólida y conjunta. Ocurre generalmente frente a situaciones internacionales conflictivas, y parecería haber sido hasta ahora un raro privilegio de sociedades anglosajonas -Inglaterra, EE.UU.- y algunas otras europeas.
Pero quizás las diferencias fundamentales entre la experiencia de esas sociedades y los intentos similares en América Latina residan no en la carencia de propuestas o de intentos, sino más bien en la capacidad de implementación y sobre todo en la estabilidad de ese tipo de soluciones. La integración cada vez mayor de los sistemas nacionales al sistema mundial otorga, de hecho, las condiciones objetivas para la vigencia de ese tipo de soluciones. Y América Latina ha hecho progresos en esa dirección. No existen imposibles históricos para que el Paraguay quede al margen de la institucionalización continental.
Estas propuestas son necesariamente tentativas y con una cierta dosis polémica. Eso es inevitable. Pero poseen el gran merito de apuntar al cauce central del proceso político yal rol indiscutible de los partidos que surgieron en 1887. Corresponde entonces que las respuestas y las críticas eventuales reúnan el mismo respaldo de mesura, experiencia y criterio analítico que caracteriza a este trabajo. Si la investigación histórica enseña algo, es que una noción posible de progreso societal descansa en la capacidad de una sociedad de no repetir los errores del ayer. Y es a los historiadores a quienes corresponde en parte el señalar los lazos entre el pasado y el presente. Si éstos tienen necesidad de ocuparse de los políticos, llegará un momento en el que los políticos tendrán que atender al mensaje de los historiadores. Asunción, diciembre de 1987.
JUAN CARLOS HERKEN KRAUER
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ÍNDICE:
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PRÓLOGO: JUAN CARLOS HERKEN KRAUER
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UNA PROPUESTA DE CONCILIACIÓN POLÍTICA
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ACTAS PRELIMINARES Y FUNDACIONALES DE 1887
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LA PRENSA: REFLEJO DE SU TIEMPO (Selección de artículos)
II
UNA PROPUESTA DE CONCILIACION POLITICA
Por sugerencia de la Academia Paraguaya de la Historia, nos comprometimos a realizar un trabajo relacionado con un acontecimiento estelar en la vida de nuestra República: la fundación de sus dos primeros partidos políticos, cuyo centenario se conmemora en 1987.
En cumplimiento de ello, ofrecemos estas ideas y esta selección de artículos de fondo de los cinco periódicos por entonces existentes en el país, que abarcan un período de siete meses (junio a diciembre de 1887), los que permitirán apreciar tanto nuestro personal criterio sobre el tema, como la manera en que aquellos hechos memorables se reflejaron a través de nuestra incipiente prensa libre.
EL DIFICIL PARTO DE LA LIBERTAD.
UN DURO APRENDIZAJE DEMOCRATICO.
El "Centro Democrático" y la "Asociación Nacional Republicana", convertidos en Partido Liberal el uno, y Partido Colorado la otra, nacieron con escasas semanas de diferencia, de la misma madre, joven y respetada: la Constitución de 1870. A los diecisiete años de vida, en 1887, había alcanzado ella madurez infrecuente, y demostraría ser, con el correr del tiempo, la más democrática de las cartas fundamentales que los paraguayos adoptamos desde nuestra emancipación.
Como era natural, ambas nucleaciones vieron la luz con rasgos comunes aunque con rostros diferentes. Entre sus fundadores se entremezclaban jóvenes guerreros de la contienda de 1864 - 1870 con hombres que se habían mantenido al margen del enfrentamiento o habían integrado el grupo de los "legionarios". En aquel país todavía devastado, en que casi sólo la mujer producía y fructificaba, ni siquiera los hombres sobrevivientes eran los mismos; la conmoción había sido tan grande que nada ni nadie pudo ser o permanecer igual que antes del apocalipsis. Sólo sus ideales y afanes permanecieron enhiestos en medio de ese paisaje desolador, y sus propuestas y mensajes apuntaron a reconstruir el país, esta vez en libertad.
La tarea se presentaba como obra de titanes en medio de tanto infortunio. Aunque la mayoría del pueblo apenas subsistía en lo económico, la pasión por la política se agitaba incontenible en el pecho de los hombres, y a ella muchos le dedicaban una febril actividad. Mas, la distorsionadora influencia de los vencedores, a cuyos intereses favorecía la anarquía, alentó la desorientación y los enfrentamientos.
La Asamblea Nacional Constituyente, convocada cuando aún combatían heroicamente los restos del ejército paraguayo, para sancionar la Carta Magna, dio la ocasión para iniciar el desarrollo de las actividades políticas. Bajo el impulso del liberalismo que irrumpía en el mundo y en el Río de la Plata, pocas diferencias doctrinarias separaban a los hombres. Las posiciones se asumían, pues, más como adhesión a los caudillos que atraían y aglutinaban a los bandos.
Además del parentesco sanguíneo que de suyo ligaba a muchos de nuestros hombres más prominentes -y que lo siguen teniendo hasta hoy- era común que algunos que inicialmente optaron por un sector luego se inclinaran por el otro. Cualquier insatisfacción con alguna composición ministerial o legislativa, decidía el paso al adversario, con todos los pertrechos, para ser entonces, como a menudo ocurre, los combatientes más ardientes de la nueva causa.
Surgieron entonces los primeros periódicos, en un país que nunca antes había conocido sino los oficiales, editados y censurados por el gobierno. Convertidos en verdadero poder público, tenían la difícil misión de orientar la opinión nacional, confundida ante el espectáculo de la patria "flotando a merced del capricho de la suerte".
La Carta Magna garantizaba solemnemente la libertad de prensa y desde sus columnas cada bando levantaba la bandera de los principios de libertad de expresión y de opinión con los que se sentía identificado. Empero, sus páginas, las más de las veces, estaban cargadas de frenéticas agresiones contra el grupo adverso, lo que condujo a intolerancias y enfrentamientos lamentables. Así, se suprimían algunos diarios que pronto volvían a surgir con otros nombres o se amordazaba a la prensa con leyes inconstitucionales; se asaltaban imprentas; se apresaba, sancionaba y perseguía (como a José de la Cruz Ayala, apodado "Alón") y hasta, asesinaba a periodistas. El ejercicio nuevo de vivir en democracia era un duro aprendizaje que cobraba sus primeras víctimas.
Sin embargo, la sensatez predominó muchas veces sobre el espíritu de facción. La misma Constitución, pese a las persecuciones violentas que la precedieron, fue casi íntegramente inspirada por la minoría ilustrada de la época, entre la que destacaba José Segundo Decoud, y la mayoría dominante antepuso su patriotismo a la intransigencia ciega y utilizó sus luces y su concurso para la obra institucional.
Por muchos años, la lucha por el poder siguió sorda y despiadada, con el apoyo e injerencia indisimulados de los poderes aliados. Para exaltar a sus protegidos, éstos habían exigido, en un primer momento, sólo una intransigente resistencia al Mariscal Francisco Solano López, pero con el tiempo todos los brotes de resurgir nacionalista fueron abortados para asegurar el sojuzgamiento del vencido. Las élites civiles fueron finalmente dispersadas o eliminadas (como en el caso del Dr. Facundo Machaín) y los caudillos militares surgieron con fuerza y ocuparon los espacios mayores del panorama político nacional.
Con esa realidad hubo que construir el país. Si bien la pasión desbordaba a todos, el patriotismo logró imponerse muchas veces. Los principios liberales y democráticos arraigaban lentamente y más de una vez, los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial se enfrentaron en busca del difícil equilibrio, mientras en no pocas ocasiones, las revoluciones intestinas agregaron más luto y desolación al país.
El juego de los intereses individuales y de las ambiciones encontradas fue siempre hábilmente manejado por quienes se beneficiaban con nuestra desunión, y muchos valores se malograron, ganados por el desencanto y el escepticismo, pero no menos permanecieron en la lucha y se dieron un lugar en la vida pública, en la medida de sus fuerzas e inteligencias.
EL RETIRO DE LAS FUERZAS DE OCUPACIÓN:
FINAL DE UNA EPOCA.
Luego del retiro total de las tropas aliadas, el 22 de junio de 1876, ciertos caudillos militares, huérfanos de la tutela extranjera, sólo atinaron al arbitrio más elemental: el de eliminar por la violencia a sus oponentes, para mantener el dominio del poder. Los sucesos se fueron precipitando uno tras otro, tejiendo dramas de sangre que marcaron largos períodos de inestabilidad.
Así transcurrió la primera década y se llegó a la presidencia provisional (4/IX/1880 a 25/XI/1882) y luego constitucional (25/XI/1882 a 25/XI/ 1886) del general Bernardino Caballero, guerrero de prestigio en la pasada guerra, que cuando se alzó con el poder provisional a la muerte del presidente Cándido Bareiro -aunque la Constitución estipulaba que debía sucederle el Vice-Presidente Adolfo Saguier- supo disimular la irregularidad de su asunción sumando a su condición de caudillo de los cuarteles una cualidad nueva: la comprensión de las funestas consecuencias de las revoluciones y violencias en las que él mismo había intervenido reiteradas veces; y para superarlas, trató de rodearse de consejeros capacitados que le ayudaran a promover una buena administración. Y lo logró.
Lentamente prevaleció así en los hombres públicos la convicción de que era necesario actuar más como conductores civiles que como caudillos militares, y comenzó a diseñarse la organización de un partido político que logró atraer a personalidades antes adversas, como la incorporación al sector oficialista de José Segundo Decoud, dirigente destacado del grupo liberal, destrozado por los manejos imperiales.
Los diarios participaban activamente en la discusión de los problemas del país y desde sus páginas se llevaban violentos ataques incluso al Poder Judicial. Cuando durante el gobierno de Caballero se planteó en las Cámaras una severa interpelación al Ministro de Hacienda, Juan de la Cruz Jiménez, el hecho precipitó la formación de un grupo adverso al régimen. Reaparecieron, en la oportunidad, hombres con tradición liberal que habían sido proscriptos y dispersos. Antonio Taboada se convirtió pronto en el líder oposicionista. La batalla parlamentaria tuvo así enormes repercusiones, al nuclear a grupos disidentes del oficialismo, hecho que más tarde conduciría a la fundación y organización del partido opositor.
Las elecciones para Representantes ante el Congreso, el año 1887, dieron lugar a encarnizadas campañas en Villarrica, Pilar y Villeta, que provocaron represiones y abusos contra la oposición y llevaron, finalmente, a la fundación de los dos partidos -ya precedidos por la formación de sucesivos clubes- cuyo proceso es conocido.
La hora de las grandes transformaciones había llegado a la República. Y comenzaron a perfilarse los conductores de ese imperioso momento de renovación histórica. Algunos eran maduros y espectables líderes con fuego en el alma; otros, la mayoría, parlamentarios fogueados e incisivos, o periodistas valientes y talentosos. Figuras consulares, soldados ilustres y una juventud poseída del "sueño dorado del porvenir", apretaron filas en ambos bandos.
Las circunstancias habían madurado para el alumbramiento de los primeros actores de nuestra embrionaria democracia. Aquel año político de 1887 debe marcarse como un ciclo culminante de la construcción de la República. La fundación de los dos partidos -el uno (liberal) en la oposición y el otro (colorado) en el gobierno- traza una línea de separación histórica inconfundible que irá llenando el porvenir y sus repercusiones llegan hasta nuestros días.
La prensa se agitó aun más y aparecieron periódicos nuevos, cuya prédica provocaba exaltación en los espíritus. Nunca antes la opinión nacional, impulsada por la prensa, había alcanzado mayor iniciativa, animando la participación masiva del pueblo en los acontecimientos. Hubo sí que lamentar nuevas bajas de ciudadanos. Hasta las damas, habitualmente extrañas a estas cosas, desbordantes de emoción cívica, tomaron lugares de vanguardia. El país entero comprendió que debía asumir el cuarto de hora intransferible del momento y así lo hizo.
LA PRENSA DE 1887 Y LOS ECOS DEL TIEMPO NUEVO
La selección de los artículos que incorporamos como colofón permitirá reconstruir la lucha y la virulencia apasionada que aquellos acontecimientos provocaron. Con la antorcha de esa prensa, aún cuando ella estaba totalmente politizada, pretendemos iluminar ese breve pero decisivo período que abarca los meses cruciales de 1887.
Asunción era por entonces una ciudad de sólo veinticinco mil habitantes. Cinco diarios circulaban en ella, disputándose los favores de la opinión pública alfabeta. (*) Ellos eran:
- "La Democracia", un vespertino ahora de oposición, fundado en 1881 por Ignacio Ibarra, quien seguía siendo su director en 1887. Este medio desapareció en 1904.
- "El Paraguayo", oficialista, tenía como editor responsable al uruguayo de nacimiento Eduardo Anaya. Había visto la luz en 1885 y cerró cuatro años más tarde. Entre sus redactores estaba el argentino Antonio Ruiz Hernández.
- "La Nación", apoyaba las gestiones del presidente general Patricio Escobar y de los colorados. Vivió un año (1887-1888) y entre sus redactores figuraba el boliviano Teodoro Chacón.
- "El Independiente", también vespertino, era de oposición. Sus primeros números circularon en 1887 y fue el segundo vocero oficioso de los liberales. Sus fundadores eran Liberato Rojas, Juan Ascencio Aponte y Manuel Ávila. En 1887 tenía entre sus redactores a Juan Manuel Sosa Escalada y Alejandro Audivert. Sus últimos ejemplares son de 1893.1
Hay que admitir que el tono panfletario campea en muchas de las páginas de la prensa de 1887 y que la denuncia de una infamia lleva fácilmente a otra. Incluso la redacción, desde el punto de vista idiomático, tiene deficiencias indisimulables, que reflejan nuestra escasa cultura. Las crónicas, como por ejemplo la versión que cada fracción hace de los violentos sucesos de Villarrica del 12 de junio de 1887, que llevaron, como quedó dicho, a la formación del "Centro Democrático", pierden objetividad y se tiñen de intencionada parcialidad.
Con el paso de los meses, sin embargo, se escuchan también voces moderadas que piden la concordia y proponen una leal confrontación de ideas y programas; pero en las más de las veces el cromatismo y el fanatismo se imponen, incitando inexorablemente a las acciones violentas. Una de aquellas excepciones, que puede resumir algunos pensamientos todavía vigentes, pertenece a "El Imparcial" del 6 de diciembre de 1887 (Año II, No. 296, p. 1). Bajo el título de "Los partidos políticos", dicho medio, que por entonces era pro-oficialista, hace una valoración sumamente objetiva del "Centro Democrático" -al cual hasta augura un porvenir por su juventud- y recuerda la preexistencia de los partidos. A ambos enraíza con el pasado y admite en los liberales las ideas renovadoras. El artículo es, asimismo, una invocación a la no violencia, pero subraya un desequilibrio de las fuerzas, pues anticipa el triunfo de los colorados, en caso de confrontación electoral. Transcribimos a continuación su contenido:
Las distintas opiniones en que se encuentra dividido el criterio político de la nación, hizo surgir la imperiosa necesidad, de asimilar los elementos dispersos, y de aunar los antiguos partidarios y reunirlos bajo una misma bandera, seguidos de todos aquellos que se identifican con sus antiguos y gloriosos hechos y están conformes con sus ideales y con la política que desarrolla.
Bajo el nombre de Asociación N. Republicana, quedó constituido; y a la capital y a la campaña se dió amplio conocimiento de este acto importante que nadie desconoce en la actualidad.
Era absolutamente preciso, ante las polémicas y discusiones diarias, conocer de una vez, y con entera certeza, los elementos, las fuerzas de que se disponía.
Estas eran sabidas del caudillo, del jefe, pero esto no era suficiente.
Políticamente, los partidos se acrecientan y entusiasman conociendo su importancia, notando y observando su número, viendo desplegada su bandera, y a sus primeros hombres, aquellos que los han guiado al peligro y los han sacado triunfantes en los días de prueba, ocupando los primeros puestos del país, que por su historia y desvelos, moralmente les corresponden.
Las circunstancias, más imperiosas siempre que la voluntad del hombre, exigieron este proceder y comportación, aclarando de una vez las dudas que pudieran existir, y disipando las nieblas que pudieran ocultar la importancia de un partido que está formado de la mayoría de la nación, que está, por su historia, acostumbrado al triunfo y a la victoria y que siempre que la patria lo ha necesitado, para su independencia, libertad o progreso, ha reclamado su puesto en la vanguardia.
Desde aquella fecha su programa se hizo público a la nación y recorrió todos los ámbitos de la República, llamando a sus filas a todos aquellos que voluntariamente quisieran unirse, y juzgaran y creyeran, que dentro de sus ideales, se encontraba encerrado el progreso del país, y que ligados por esta aspiración estuvieran conformes con los actos del gobierno y con la marcha que éste determina a la política nacional.
La lucha del partido liberal, alejado del poder, nuevo en la implantación de sus ideas, combate en distinta forma, a la cual -según nuestra opinión- se ve obligado.
Necesita la propaganda pero distinta, no tiene para aumentar sus filas necesidad de hacer historia.
El porvenir, más que ningún otro, lo espera el partido liberal.
Una juventud que se aparta de las prácticas establecidas, que ambiciona otras formas, otra política, alguna parte de esta juventud violenta si se quiere y sobre todo impaciente, unida ante el pensamiento de ingerir otra marcha y otra conducta al gobierno de la nación, sobreexcitada por la lectura y el estudio, intranquila y fogosa, espoleada por la emulación del adelanto que percibe, que ve y estudia en otras naciones, forma, en nuestro modesto parecer, el núcleo del centro liberal.
Por una parte el germen sano, robusto, batallador de un pueblo, confiando en su pasado, aleccionado por la experiencia, convencido de sus triunfos, y satisfecho de sus sentimientos patrios; y por otro la nueva idea, la nueva luz, otros horizontes, otras esperanzas, nuevos rumbos que emprender, nuevas teorías que implantar, los colegios desplegando sus banderas, aspirando posesionarse de las Cámaras para guiar por bellas creencias los destinos del pueblo paraguayo.
En ese estado nos encontramos. Vivimos entre dos escuelas.
Nos hallamos con un pie en lo real y la mirada fija en lo romántico.
La lucha política sujeta a girar entre estos dos ideales no puede ser perjudicial a la nación, siempre que cada uno marche a compás y uniforme, como los polos de la tierra.
Un rompimiento de esta marcha sería el atraso del país, el desequilibrio de la política; valdría tanto encomendar que la fuerza eligiera y demarcara cómo se habría de gobernar.
Un plebiscito daría y concedería el triunfo al Partido Nacional Republicano; esto debe saberlo el Círculo Liberal.
Marchemos, pues, como pueblos cultos y civilizados.
Sólo un proceder se impone a todos, y el cual no se debe descuidar. Evitar las manifestaciones bruscas, las reyertas, el desbordamiento de las clases atrasadas, de la sociedad que sólo arrastran en pos de sí desgracias para ellos, sentimiento para todos y vergüenza para la Nación.
Los ataques principales de la prensa, sin embargo, -como se verá al final- iban casi siempre dirigidos a los hombres o a las gestiones e irregularidades administrativas, cuando no a la recíproca recriminación de los supuestos vicios de cada grupo. Todos coincidían, empero, en proclamarse apasionados defensores de los principios de la libertad, la justicia y la democracia, consagrados en la Constitución. A su vez y generalmente, el adversario respondía a las denuncias con insultos sin levantar los cargos. Muchas de estas páginas de antaño podrían, por ello, lamentablemente, adecuarse con la mayor justeza a varias circunstancias actuales.
En esencia, ambas facciones reproducen dos tendencias viejas como la historia del hombre: la voluntad de poder y la voluntad de limitar ese poder. A cien años de distancia no hemos progresado mucho. Más bien, sus centenarios fundacionales nos encuentran en retroceso, porque a pesar de las deficiencias de antaño, es admirable comprobar que en las dolorosas circunstancias por que atravesaba la República en 1887, existían nada menos que cinco periódicos. La libertad de prensa era, pues, una realidad; el elemento insustituible para alcanzar y fortalecer la democracia, que tantos paraguayos anhelaban.
LOS INTENTOS DE CONCILIACIÓN Y CIEN AÑOS DE HISTORIA.
Fundados ambos partidos y tendidas las líneas, el gobierno comenzó a hacer gobierno y la oposición a actuar como tal. Pero en el fondo de los espíritus subyacía un afán sensato: el de la conciliación.
Ya en la década de 1870, pese a la crisis desatada, se intentaron soluciones paradojales y se buscaron reconciliaciones, incluyendo en los gabinetes a caudillos enfrentados. En varias circunstancias y sin distinción de antecedentes políticos, los hombres procuraron unirse como último recurso ante los peligros de la anarquía y la incertidumbre sobre el porvenir de la República a que ella conducía. Así señalamos, como primer antecedente, la fundación de un club llamado "Sociabilidad Paraguaya" que se realizó en casa de José y León Iturburu un 20 de mayo de 1877 y cuyo objetivo era "desarrollar un programa de cultura, de concordia y de defensa común"2
Cuando una década después los dos partidos comenzaron a ocupar sus lugares, se alzaron también voces que reclamaban un acercamiento, un compromiso de anteponer la condición de compatriotas a la de correligionarios. Eran los primeros intentos serios de conciliación entre colorados y liberales.
En 1889, a dos años de la fundación material de los partidos, ya se realizaron gestiones entre los jefes del Partido Liberal, Antonio Taboada, y del Colorado, Bernardino Caballero, para alcanzar una unificación. Mentor de ellas era Otoniel Peña, uno de los fundadores de la A.N.R., pero por entonces alejado de la política activa. Peña escribió el 9 de septiembre de aquel año a Taboada y a Caballero, manifestándoles que "las divisiones políticas existentes han ocasionado hondas y lamentables perturbaciones en la marcha tranquila y pacífica de los pueblos de la campaña", pero aclaraba que "no condeno por esto la existencia de los partidos en un pueblo regido democráticamente". 3
Peña, quien había sido Secretario de la Convención Nacional Constituyente de 1870, afirmaba también en aquella intermediación que en el interior reinaba el desquicio y que "todos miran con desconfianza y temor nuestro dudoso futuro". Reclamaba, por ello, "la concordia y la unión fraternal de todos los ciudadanos", para lo cual sugería como "indispensable la franca y leal conciliación de los partidos existentes", de suerte a que ambos, reunidos, se pusieran de acuerdo en un candidato presidencial para el período 1890-1894.4
Si bien el pedido tenía carácter coyuntural, era un intento sumamente serio por acercar ambas posiciones. No ha llegado a nuestras manos la respuesta de Taboada, pero sí la de Caballero, publicada el 20 de septiembre de ese año y escrita dos días antes. En su contenido hay un par de frases que revelan sinceridad de espíritu del remitente: "La idea de la conciliación franca y leal ha estado siempre en los propósitos del partido que tengo la honra de presidir -decía Caballero- aún en los momentos en que con mayor encono se ha estado sosteniendo la pugna de los dos bandos".5 Y agregaba el jefe republicano: "No es difícil la conciliación entre dos agrupaciones políticas a quienes no separa ninguna cuestión de principios".6
Esta expresión es todavía hoy un terminante mentís a quienes han pretendido, desde entonces y en su nombre, dividir a los partidos paraguayos, como si el uno fuera depositario de todas las virtudes y el otro de todos los defectos. Pocos lo han dicho, hay que reconocerlo, con esa claridad. Porque, en verdad, ninguna cuestión de principios separaba -ni separa- desde un plano estrictamente teórico, a quienes se dicen colorados de quienes se sienten liberales.
Así lo entendería algunos años después el gobierno colorado del general Juan B. Egusquiza (1894-1898) quien inició un acercamiento hacia los liberales, traducido en la sesión a éstos de algunas bancas parlamentarias y puestos administrativos y judiciales.
Los lineamientos de su gobierno habían sido ya formulados por el mismo Caballero en su "Carta-Programa" del 25 de Noviembre de 1893 cuando respondió a la solicitud de sus correligionarios para aceptar la proclamación de su candidatura a la presidencia de la República por el periodo 1894-98. En ella expresaba el general Caballero que "los partidos llevan ya más de seis años de vida" y que "están realmente formados, y bajo este punto de vista hay que reconocerles en lo sucesivo su representación política y darles una justa participación en la marcha oficial del país". El jefe colorado afirmaba además: "El sistema republicano que nos rige, tiene por base la discusión y no se concibe la discusión sin opiniones diferentes, porque es hasta opuesto a nuestra naturaleza el suponer que todos los hombres podamos pensar de la misma manera". Y concluía afirmando que "no se les puede impedir, aunque estén en la oposición, que representen el papel que les corresponde en el gobierno, so pena de obligarles a convertirse en conspiradores del orden público"7
"La paz de la República y los principios de equidad -continúa Caballero- requieren, pues, que la futura presidencia no excluya a ningún ciudadano, sino que forme el contingente de la administración pública con toda prescindencia de los matices políticos y consultando sólo la competencia y la moralidad de las personas". El general retirado, reclamaba finalmente que debía iniciarse "una nueva era, que permita utilizar en provecho de la Patria el concurso de todos los buenos ciudadanos que se encuentren dentro o fuera del país, y que estén dispuestos a servirla, sean cuales fueren sus opiniones políticas".8 Estas expresiones, formuladas a menos de dos años de los sangrientos sucesos del 18 de octubre de 1891, eran una invocación a la concordia y a la amnistía, infrecuente hasta entonces en la vida política paraguaya.
Siguiendo estas directivas, Emilio Aceval (1898-1902), el último presidente civil colorado, electo antes de 1904, fue incluso más lejos al incorporar a su trunco gabinete a liberales de los "cívicos", provocando ello una ruptura con la mentalidad de varios de sus correligionarios, partidarios acérrimos de la discriminación en la distribución de los cargos públicos.
Las grietas que separaban a los iniciales seguidores de Caballero y de Taboada se fueron, sin embargo, ensanchando, pese a las intenciones en contrario de algunos. A finales de 1904 se intentó un nuevo gobierno con participación ministerial de colorados y liberales -dos y tres carteras respectivamente- para liquidar las secuelas de la revolución de ese año, que había puesto fin a la era colorada, en beneficio de los triunfantes liberales. Al siguiente año, Antonio Sosa, ministro que fue en la cartera de Hacienda del derrocado gobierno colorado del coronel Juan A. Escurra (1902-1904), admitía que "nos parece lo mismo que gobiernen liberales o colorados, ya que somos hermanos paraguayos antes que todo, y los unos como los otros tienen derecho a alternar en el poder, que eso es justo".9
EL PACTO CABALLERO-FERREIRA Y OTROS. INTENTOS SIMILARES
En 1909 el propio Bernardino Caballero se alió en su exilio de Buenos Aires con el principal enemigo de su partido y cabeza de la revolución de 1904, general Benigno Ferreira, en un pacto militar conocido como "verdi-rojo", para poner término a la preeminencia liberal-radical de Manuel Gondra y del presidente Emiliano González Navero. En septiembre de 1911, los seguidores del ex presidente coronel Albino Jara, los liberales "democráticos" de Ferreira y los colorados de Caballero suscribieron en la casa-quinta de éste otro interesante e histórico documento por el cual se declaraba "incorporado a las prácticas democráticas del país el principio político de la coparticipación de los partidos políticos orgánicos en el gobierno".10
El fugaz mandato presidencial del dirigente liberal Liberato Rojas (1911-1912), también fue un desesperado intento de unión, ahora de jaristas, liberales cívicos y colorados para sostenerse en el poder, el que poco después pasó transitoriamente a manos de éstos, presidido por Pedro P. Peña. Verdad es que estos esfuerzos eran coyunturales, forzados por la necesidad de recuperar el mando o sostenerse, pero significaron precedentes interesantes de conciliación en nuestra vida política pasada.
Superada la anarquía a partir de la presidencia de Eduardo Schaerer (1912-1916), fue éste el primer civil en completar un mandato constitucional de cuatro años. Le sucedió Manuel Franco, quien murió en el cargo en 1919, proveyéndose la presidencia con el Vice-Presidente José P. Montero. Los comienzos de la década del veinte fueron de nuevo de inestabilidad, con un Ejército que, aparentemente del todo profesionalizado, se dejó tentar por la política. En 1922 estalló la más larga de las guerras civiles del Paraguay. Al frente del país se hallaba Eusebio Ayala, quien meses antes de concluir la lucha fratricida, en 1923, dio su lugar a Eligio Ayala, electo por el Congreso. Era una guerra intestina, provocada por disidencias entre los liberales, uno de cuyos sectores se ganó el favor del grueso del Ejército, arrastrándolo a su causa.
Eligio Ayala asumió así el poder durante una de las dos más sangrientas revoluciones internas que sacudieron al país en este siglo. Y lo hizo sin imponer un solo día de estado de sitio. A pesar de ser el vencedor de la guerra civil, por primera vez en nuestra atormentada historia, la venganza no fue un recurso político. Electo presidente constitucional en 1924, diría en su mensaje de apertura al Congreso en 1925: "Sin alardes hemos restablecido la calma y el orden, hemos abierto sendas legales para que los desterrados puedan reincorporar sus energías a la actividad productora del país, hemos procurado serenar las pasiones airadas y rencorosas, y disminuir el fanatismo y la intolerancia en política; hemos desusado el lenguaje de la exaltación y la injuria permanentes, y hemos recurrido a la inteligencia antes que a los mórbidos instintos del pueblo. Hemos asegurado la libertad del sufragio y la verdad del escrutinio".11
Gracias, al prestigio moral que la capacidad y la honestidad otorgaron a Eligio Ayala, éste logró imponer una convivencia democrática durante su fecunda gestión presidencial de 1924 a 1928. Esta experiencia -aunque breve- desmintió la reiterada versión de que por los "peligros internos" o por falta de tradición o preparación, los paraguayos no podíamos aspirar a la democracia.
Sus palabras no eran declaraciones líricas sino realidades prácticas. Es así como en ese período, los liberales obtuvieron la colaboración de prominentes colorados para la administración de la justicia, la diplomacia, etc., actitud proseguida por su sucesor, José P. Guggiari (1928-1932), hasta los sangrientos incidentes de octubre de 1931. Cuando al año siguiente llegó la guerra, de hecho se planteó la tregua política y se logró la colaboración de todos los ciudadanos para la defensa del país, lo que permitió el triunfo de nuestras armas.
En 1936 triunfó un levantamiento militar que derrocó al presidente Eusebio Ayala y puso término a 32 años de predominio liberal. Su reemplazante, un destacado militar de la guerra del Chaco, el coronel Rafael Franco, solamente pudo sostenerse hasta agosto de 1937 cuando de nuevo el Partido Liberal, aunque muy menguado en su poderío en beneficio del Ejército, recuperó transitoriamente el poder con Félix Paiva a la cabeza. Paiva constituyó varios gabinetes y en agosto de 1939 entregó la banda presidencial al general José Félix Estigarribia, el conductor victorioso de la guerra con Bolivia. En febrero de 1940 Estigarribia endureció su gobierno, imprimiéndole un carácter autoritario. Hasta su muerte, en septiembre de ese año, se sentaron de nuevo en una misma mesa ministerial hombres de los partidos liberal y colorado, así como representantes del Ejército y del sector "tiempista". Este segundo gobierno respondió menos a un programa de conciliación que a un afán de fortalecer o hacer un gobierno que apoyara determinadas reformas apartadas de las disposiciones constitucionales. A Estigarribia lo sucedió su ministro de Guerra y Marina, Higinio Morínigo, quien gobernó casi siempre alejado de las mayorías y apoyado en el Ejército.
En julio de 1946 se formó bajo Morínigo una coalición de colorados, franquistas y militares. Los escasos meses de su duración y la intolerancia que siguió a su derrumbe en enero de 1947 demostraron que las bases en que se había sostenido eran de una endeblez total. Después, la tragedia de 1947. De ahí en más, antes que conciliación, hubo enfrentamientos y segregación. La política se tornó cada vez más sectaria y desaparecieron paulatinamente de la administración pública, los tribunales y el cuerpo diplomático, quienes no pertenecían al triunfante Partido Colorado, también dividido por entonces en varios sectores. Ya no había lugar ni para liberales, ni para franquistas, ni para otros. Ni en las escuelas ni en los cuarteles, como maestras o como jefes y oficiales de las Fuerzas Armadas. Ni sus nombres podían ya identificar a las calles, plazas y promociones de estudiantes.
Pero esta situación fue dándose a veces en forma casi solapada, y el último en derrumbarse fue el Poder Judicial. En la magistratura, en efecto, los jueces conservaron su independencia hasta comienzos de los años sesenta, cuando poco a poco se les fue despojando de su libertad de decidir y terminó por exigírseles acatamiento a la voluntad del Poder Ejecutivo. En la diplomacia, también los cargos fueron ocupados por colorados, del sector predominante. Ernesto Gavilán, dirigente liberal y candidato presidencial por su partido para las elecciones de febrero de 1963, fue la última excepción en la diplomacia: poco después de los comicios fue nombrado embajador paraguayo en Londres.
LA DISCRIMINACIÓN COMO NORMA
La discriminación política, que hoy abarca la mayor parte de los sectores del país, constituye sin duda una notoria diferencia entre las administraciones liberales de 1904 a 1939 y las que les sucedieron desde 1947. Si para aquéllas la idoneidad era también la regla, aunque a menudo distorsionada por el partidismo, para éstas lo es la lealtad partidaria y personal. Además, durante unos pocos lustros de gobiernos liberales, particularmente entre 1924 y 1935, se hizo en el Paraguay, como se dijo, un intento serio de democratización, que no prosperó simplemente porque pocos estaban preparados para sostenerlo.
En ese marco anduvo el tiempo, pero ni colorados ni liberales dejaron de ser los partidos mayoritarios. Soportando décadas de llanura -cada uno a su manera- ambos se fortalecieron antes que declinar. La concreción, en 1979, del denominado "Acuerdo Nacional", puso de nuevo a colorados y liberales juntos, aunque pertenecieran a sectores del llano. Ello, sin olvidar como antecedente la llamada "Unión Nacional Paraguaya" de finales de los años cincuenta, protagonizada por liberales y febreristas en el exilio, que tuvo la simpatía de sus compatriotas colorados en igual situación.
Con todo, la intolerancia política siguió siendo la regla y afectó también casi sin exclusiones a los seguidores de partidos nacidos en el siglo que corre. Para los colorados, los liberales han sido -en la propaganda política- los herederos de la "legión" que vino contra López, aunque entre sus fundadores no figuran los legionarios. Pero los unos heredaron los nombres y los otros los sentimientos. Los liberales, por su parte, a menudo han tenido en menos a sus adversarios, ignorando que los talentos de Manuel Domínguez, Fulgencio R. Moreno, Blas Garay o Ignacio A. Pane desmienten rotundamente la supuesta inferioridad intelectual colorada.
Con la eclosión en nuestra historia de la revolución de febrero de 1936, un tercero en discordia apareció en el escenario. Sus partidarios decían ser los primeros en continuar la obra trunca de los López, los iniciadores de la reivindicación del Mariscal -que colorados y liberales nunca habían hecho institucionalmente- y los defensores de las clases campesina y obrera. En 1936 comenzaron a cobrar cuerpo los argumentos que todavía hoy se emplean -muchos de ellos atinados- sobre la despreocupación de los partidos tradicionales por los verdaderos problemas del Paraguay. Partidos fundados por la burguesía y por las clases pudientes, éstas no habían podido, desde luego, interesarse por la denominada "cuestión social", por entonces todavía apenas mencionada: ni dedicarse con la eficiencia necesaria a los problemas de las clases desposeídas. Estas debían ser, según el nuevo partido, más bien sus adversarios antes que sus adherentes. Pero tampoco podían explicar cómo, en 1936, después de tantos años de supuesta explotación de la ignorancia campesina por parte de los partidos tradicionales -que cumplían medio siglo de vida a fines y después del gobierno de Rafael Franco- la mayoría de los paraguayos seguía optando por el rojo o por el azul.
Las ideas de Febrero serían difusamente retomadas en el gobierno de Higinio Morínigo (1940-1948), cuyos primeros meses fueron de acercamiento a aquéllas y los años posteriores de rechazo de todo nexo con los partidos establecidos. Incluso, se buscó eliminarlos por vía de decretos, como ocurrió en 1942 con el Partido Liberal y estuvo a punto de hacerse con el Partido Colorado, para constituir después uno nuevo "desde arriba", que fuera no un "partido" sino un "entero" según la jerga de Morínigo.
Por extraño que parezca, los partidos tradicionales han sufrido tantas o más persecuciones a manos de sus propios correligionarios que de sus adversarios. Las sucesivas crisis que han vivido y viven, han sido casi siempre desencadenadas por la clase dirigente, pues el pueblo poca o ninguna participación tuvo o tiene en las decisiones políticas trascendentes. Mucho más se ha hecho a espaldas de él que con su consentimiento. Hay que admitir que a esta situación han contribuido las distancias geográficas y la extremada pobreza de los campesinos paraguayos, objetos antes que sujetos de su propia historia. Arrastrados a menudo a las convenciones o elecciones de autoridades, han sido manipulados y aprovechados. Intermediarios y autoridades locales, la mayoría de las veces, los vaciaron de su propia voluntad y entendimiento para logros políticos personales. Hicieron de carne de cañón en las revueltas, y de exiliados forzados en tiempos de crisis. Cruzaron y recruzaron las fronteras por persecuciones o en busca de mejores salarios. Hoy siguen reclamando un pedazo de tierra labrantía, de la que se les privó por tanto tiempo. Ese campesino, mayoritariamente colorado y liberal, que ha visto a sus partidos sólo teóricamente en el gobierno en noventa de los últimos cien años y no ha sentido más progreso que aquél que el tiempo trae consigo, constituye quizá el ochenta por ciento del electorado paraguayo, pero está en permanente minoría. Produce casi todas las divisas de exportación del Paraguay, pero es la clase más desprotegida, en bienestar material, en salud y en educación.
EL CONCEPTO REAL DE DEMOCRACIA Y ALTERNANCIA
Ese pueblo, sea liberal o colorado, desconoce en gran medida el concepto de civilidad, de alternancia en el poder y de democracia, por culpa ajena antes que por propia. Nuestra historia le ha privado también cruelmente de la posibilidad de aprender. En 177 años de vida independiente, cinco gobernantes paraguayos han sumado solos cien años de gobierno, en tanto se reparten los restantes, otros cuarenta presidentes. De ellos, han completado sus mandatos constitucionales solamente tres civiles desde 1870. Los gobernantes se han muerto de viejos en varios casos, tras décadas de mando. Tiene el Paraguay de hoy una de las escasas constituciones del mundo que prescriben las reelecciones presidenciales indefinidas, y cuenta con unas Fuerzas Armadas cuyos integrantes deben obligatoriamente pertenecer al Partido Colorado de gobierno.
Tales características, sumadas a otras, no avalan, precisamente, la posibilidad de un cambio inmediato hacia una democracia. Aunque los comicios se realizan cada cinco años para renovar -o confirmar en este caso- al Ejecutivo, éste es al mismo tiempo y por la propia Constitución Comandante en Jefe del Ejército. ¿Se pensó, alguna vez, cómo podría definirse la situación si un dirigente político no colorado accediera a la primera magistratura, por las urnas, con ambos caracteres? ¿Sería acaso el Comandante en Jefe de un Ejército cuyos miembros políticamente le son adversos? La respuesta a esta encrucijada solamente podrá encontrarse replanteando el papel de las Fuerzas Armadas. Como factor de poder, cuya gravitación no puede ignorarse, y como institución bien organizada que es, habrá que buscar su participación efectiva en el desarrollo del país, pero sin partidismos, inconcebibles por su propio rol nacional, y funestos por aleccionadoras experiencias pasadas. En los últimos 35 años, por ejemplo, no hemos tenido ningún Ministro de Defensa civil, que diera una orientación civilista y democrática a su formación intelectual y a su composición, y este grave déficit puede también incidir negativamente en nuestro futuro.
Verdad es que una democracia no se hace del día a la noche, especialmente cuando existe poca tradición que la facilite. Pero verdad es también que existen sólidas y auténticas tendencias democráticas en ambos partidos tradicionales, dignas de rescate,
consideración y emulación. A pesar de haber pasado 35 años desde la última elección de un presidente civil (Federico Chaves, febrero 1953) y uno menos desde el cruento golpe militar-liderado por el general Alfredo Stroessner, a diario se observa una mayor presencia y conciencia de la sociedad civil en lugares de los que había sido desplazada compulsivamente o se había retirado voluntariamente.
Así como la formación de los partidos políticos surgió hace cien años como espontánea floración de un proceso que había madurado lentamente, casi forzado por las circunstancias, hoy parece claro que estamos viviendo nuevamente la etapa previa a anheladas transformaciones.
Al desgaste evidente del cada vez más pequeño sector del Partido Colorado que apoya al gobierno a partir del 1º de agosto de 1987, y al cada vez mayor aislamiento internacional de éste, se suma el consenso generalizado de todos los sectores honestos de nuestra ciudadanía (en especial de la juventud que abarca el 60 por ciento de la población) sobre la necesidad imperiosa de un cambio hacia un sistema democrático. La extrema corrupción de la administración pública, la falta de elementales libertades, la irritante parcialidad política que se fue agudizando en la última década, están impulsando la toma de conciencia colectiva sobre la necesidad de llegar a un pacto social que posibilite una salida pacífica hacia una etapa de transición democrática, con participación de toda la ciudadanía honesta.
La represión de reuniones pacíficas y la supresión paulatina de la libertad de prensa apenas pueden disimular esta realidad, y se hace evidente que a cien años de los memorables acontecimientos que evocamos, el ya largo y doloroso camino recorrido ha fortalecido la convicción general sobre la necesidad de una renovación político-social que nos permita mirar con optimismo el porvenir y ocupar un lugar ponderado en el concierto de las naciones civilizadas.
Este proceso arrastra, como es de suponer, divisiones y desencuentros. Pero las divisiones y los movimientos antagónicos no son fuente de discordia en sí, ya que mediante ellos surgen generalmente los mejores y la práctica democrática contempla necesariamente esa puja. Sólo se puede elegir cuando hay alternativas para ello, y esa es una opción que hace mucho tiempo no conoce el país.
UNA PROPUESTA DE CONCILIACIÓN
En 1947, colorados y liberales se enfrentaron, entre otros, sin pedir tregua, con las armas. Ese año, el Partido Colorado cumplía 42 de llanura y, a pesar de todo, se mantenía poderoso y con un gran caudal de simpatizantes. Desde entonces ha transcurrido casi igual tiempo para el Partido Liberal -ya caído por vez primera en 1936- y hoy podría decirse de él lo mismo. Un partido que pervive con tantos adherentes después de medio siglo de oposición, no es un partido más. Sus raíces están, evidentemente, muy aferradas a la tierra. Pero en los cuarenta años que pasaron desde aquella revolución debieron haber perimido, aunque sea de muerte natural, las diferencias entre colorados y liberales, lo que en cierto modo equivale a decir las diferencias entre paraguayos en el ejercicio de sus opciones. No ha sido así, por desgracia.
La generación de la revolución, específicamente la que quedó en el gobierno, no buscó, con excepciones honrosas, desarmar los espíritus y amnistiar al vencido; desde entonces algunos incluso han hecho un esfuerzo por que los odios perduraran y las heridas se mantuvieran abiertas. No se han escuchado muchos reclamos de paz ni de concordia; por el contrario, el enemigo de 1947 es el enemigo de 1987 y parece que lo será aún por largo tiempo. Esa violencia espiritual que no cesa, no ha contribuido a acercar a liberales y colorados. Y si comprensible era ella en los momentos inmediatamente posteriores a la guerra civil, hoy carece de razón y de sentido. Liberales y colorados se enfrentaron a menudo sólo por el control del poder político y no en defensa de ideales superiores y claros, por más que ambos los esgrimiesen como motivos; y si mucho debe a ambos partidos la evolución cívica del Paraguay -por lo menos a sus hombres más esclarecidos- es también mucho lo que adeudan al país por lo que hicieron mal o por lo que dejaron de hacer tanto tiempo.
Deuda que todavía puede ser saldada si pensamos seriamente en el porvenir, aunque sigamos estudiando y recordando el pasado, cuyas experiencias, negativas y positivas, son necesarias y válidas. Pero desistiendo del empeño de convertir ese pasado, o la historia, en una mera tribuna política para convalidar lo que hicieron los unos y denunciar lo que hicieron los demás. Por ese camino, nunca construiremos un edificio que albergue por igual a todos los paraguayos.
La conciliación o reconciliación entre los dirigentes decentes y dignos de los partidos liberal y colorado se nos aparece, por todo esto, en este año de su centenario fundacional, como una necesidad práctica y urgente, aún cuando sus logros -la unión de ambos pueblos- no se obtengan a corto plazo ni sea un requisito la pérdida de sus identidades. Ambos partidos cuentan con la mayoría absoluta del electorado paraguayo, obtenida acaso mediante el uso de elementos y simbolismos prácticos o artificiales, como la tradición, los colores o las poleas. Eso poco importa. En política, la realidad puede ocupar más lugar que las ideologías, los programas de gobierno, los discursos y las buenas intenciones. Por lo menos en la política latinoamericana, que es la que nos concierne.
En esa tesitura, la transición hacia una democracia en el Paraguay deberá necesariamente basarse en las verdaderas mayorías. Hay que reconocer que este país mantendrá por mucho tiempo su bipartidismo, más todavía si admitimos que en democracia, los partidos de fuerte raigambre tienden a fortalecerse antes que a debilitarse. Colorados y liberales tienen en común mucho más de lo que se supone, de malo y de bueno, incluyendo su necesidad de modernización y la adecuación de sus programas partidarios, en la práctica, a los reclamos no ya solamente de los campesinos, sino también de estudiantes, obreros, empleados; etc.
Colorados y liberales podrían comenzar por hacer una severa autocrítica como punto de encuentro. Coincidirán en que a menudo los afanes personalistas privaron en sus dirigentes y que sus diferencias sirvieron a fines demagógicos antes que patrióticos y constructivos. Igual culpa merecerá el industrial o el estanciero liberal que durante tanto tiempo facilitó con su lucro e indiferencia la postergación de otras clases populares, como el viejo "tradicionalista" colorado, ahora defenestrado de la Junta de Gobierno de su partido. No ha sido menor el pecado de quienes ocuparon sus bancas parlamentarias en años de severas violaciones a los derechos humanos, por haber pertenecido a la oposición, que el de quienes, con su silencio, optaron por la omisión.
Pero liberales y colorados mantienen, en esta larga carrera de un siglo, una singular ventaja sobre otros sectores: tienen más pueblo. Un pueblo que festejará la conciliación con la polca "18 de octubre" en las seccionales coloradas o con la polca "Colorado" en los comités liberales. En Paraguay, aquello de que "la mayoría manda" deberá dar lugar a que "la mayoría gobierna", en terminología civilista. Pero una mayoría honesta, consciente, que permita que acaben las estériles luchas en el campo y la ciudad, entre caudillos, presidentes de seccionales o de comités, respetando al mismo tiempo los derechos de las actuales minorías políticas, étnicas y culturales.
Quizá se necesiten muchos años de democracia para alcanzar una conciliación, pero la meta inicial y final debe ser esa: reconciliar a colorados y liberales, sembrando ya hoy la semilla de la concordia. Lo demás vendrá por añadidura. Con el tiempo se podrá alcanzar incluso la propuesta alternancia y quizá el cogobierno, como en otros países democráticos. Un gobierno de unión nacional, forjado sobre la mayoría decente de liberales y colorados, sin prescindencia de los hombres útiles y honestos del país, cualquiera fuese su credo político, podrá acabar en poco tiempo con cien años de rencillas, que tuvieron como principal perdedor al Paraguay.
Un Paraguay que precisa de una pacificación, que quita le pueda dar el diálogo. Diálogo entre pares, entre hombres honestos y patriotas que antepongan esta condición a sus beneficios y egoísmos personales.
Pero está claro, no obstante, que un diálogo o una conciliación difícilmente podrán ser efectivos en los días que vivimos, en que el gobierno paraguayo se ha empeñado, a través de la Junta Electoral Central, por escoger -así literalmente- a los sectores de oposición, en este caso a los liberales menos representativos, para tal función. Como corolario, la misma J.E.C. está ahora autorizada a prohibir de oficio a los partidos considerados "irregulares" el uso de sus nombres y símbolos, debiendo dar, según una modificación de la ley electoral del presente año, participación al juez de primera instancia en lo penal sobre toda "violación" que hubiere. Para colorados y liberales disidentes, que son la mayoría de la oposición paraguaya, se trata pues de una especie de regreso a la disposición de 1942 sin haberse comprendido en 45 años tan clara lección de la historia: los símbolos no están sólo afuera; están también dentro de cada ciudadano, del sector político que fuere y de nuevo la paradoja: el proyecto de modificación de la ley electoral, aprobado en 1987, surgió en el Parlamento nada menos que de representantes de uno de los dos partidos liberales reconocidos por el gobierno, lo que reitera aquello de que con frecuencia colorados y liberales han sufrido más dura persecución de parte de sus propios correligionarios que de sus adversarios.
Para cualquier democracia será necesaria la libre opción ciudadana. Cinco o más partidos podrán ofrecer mañana esa opción sin odiosas discriminaciones como las actuales. Movimientos sociales, campesinos, estudiantiles, sindicales, religiosos, obreros, etc. deben tener cabida en plenitud de libertad, para que sus reclamos se oigan sin la acción represora de la policía o de las autoridades en quienes delegaron el gobierno y a las que se debe respetar pero alguna vez se deberá dejar de temer. En ese marco, que es aspiración común de tantos paraguayos, los colorados y liberales tendrán en sus manos las herramientas adecuadas para forjar la democracia que aspiramos.
Este breve ensayo no tiene por meta detectar las intimas razones del desencuentro de tantas décadas, sino apenas plantear la opción de la conciliación como un punto de partida, quizá novedoso, pero posible, de unidad nacional.
Los artículos periodísticos que se reproducen avalan cuanto afirmamos. La intolerancia de 1887 ha variado muy poco, como poco han madurado muchos dirigentes colorados y liberales para adherirse al plan sugerido en 1889 por Otoniel Peña y tan calurosamente acogido por Caballero, de conciliar las posiciones en base a lo que ambos partidos tienen en común.
Conforme a la óptica con que se los observe, cien años es un tiempo corto y extenso a la vez. En la vida independiente del Paraguay, representa más de la mitad de su existencia. No sería utópico pedir que el siglo XXI encuentre a los paraguayos más próximos los unos a los otros. Esa tarea corresponderá, en lugar destacado, a los políticos, y entre ellos a quienes, como liberales y colorados, tienen la mayor responsabilidad.
Con una democracia asentada, las garantías ciudadanas estarán aseguradas y la dinamización de todos los partidos, existentes y por existir, será apenas una de sus consecuencias. Colorados y liberales podrán incluso relegar al pasado sus divergencias internas, para interesarse en cuestiones superiores como lo son el gobierno del país, el bienestar y felicidad de sus hijos y el destino nacional. Tendrán la oportunidad de demostrar que estos cien años iniciales no han pasado en vano. Si no lo logran, el país seguirá condenado al autoritarismo, ora colorado, ora verde-olivo, azul o incoloro. Y en este país se postergarán indefinidamente las ansias de libertad de sus habitantes.
Pero confiamos en que la sensatez y el patriotismo, una vez más, habrán de imponerse y que la luz triunfará sobre las sombras. Los que soñaron y lucharon por ello, desde la atalaya de cien años de historia, así nos lo exigen.
Julia Velilla L. de Arréllaga
Alfredo M. Seiferheld
Asunción, diciembre de 1987.
CITAS
1) Centurión, Carlos R., "Historia de la Cultura Paraguaya", tomo I, Biblioteca "Ortiz Guerrero", Asunción, 1961, p. 354. Ídem, referencias en los mismos diarios. Biblioteca Nacional de Asunción.
2) Freire Esteves Gomes, "Historia Contemporánea del Paraguay (1869-1920)", Biblioteca Paraguaya, Ediciones Nana, Asunción, 1983, p. 153.
3) "El Paraguayo", año IV, No. 1.054, 11 de setiembre de 1889, Asunción, p. 1.
4) Ídem, ídem.
5) "El Paraguayo", año IV, No: 1.062, 20 de setiembre de 1889, p. 1.
6) Ídem, ídem.
7) "Carta-Programa" del General Don Bernardino Caballero. Asunción, 25 de noviembre de 1893. Imprenta de "La Libertad".
8) Ídem, ídem.
9) Sosa, Antonio, "Vida Pública", Editorial Adolfo Grau, Buenos Aires, 1905.
10) Jaeggli, Alfredo L., "Albino Jara. Un varón meteórico", Buenos Aires, 1963, p. 229.
11) Ayala Eligio, Mensaje al Congreso Nacional del 1º de abril de 1925. En "El Estado general de la nación durante los gobiernos liberales". Vol. II, Archivo del Liberalismo, Asunción, 1.987, p. 577.
III
ACTAS PRELIMINARES Y FUNDACIONALES DE 1887
ACTA DE LA REUNION PREVIA DE CIUDADANOS LIBERALES,
EL DOMINGO 26 DE JUNIO DE 1887,
EN UNA CASA DE LA CALLE VILLA RICA No. 50
(HOY PRESIDENTE FRANCO), ASUNCION. (*)
En la Ciudad de Asunción, Capital de la República del Paraguay, a los veinte y seis días del mes de junio del año mil ochocientos ochenta y siete, los que suscriben, ciudadanos paraguayos, reunidos en la casa "Villa Rica" número 50, previo cambio de ideas, ACUERDAN:
1.- Fundar un Centro político, con el objeto de propulsar por todos los medios los derechos que asisten a los hombres, defender lo que nuestras leyes nos acuerdan y luchar en la medida de nuestras fuerzas por el triunfo de todas las causas justas del pueblo.
2.- Celebrar una Asamblea General el día dos de julio entrante e invitar a ella a determinadas personas, reservando someter a esta asamblea el nombre que deberá llevar la asociación.
3.- Postergar para aquella misma asamblea la formación de un Acta fundamental y declaratoria de las causas y fines de la asociación.
4.- Nombrar una comisión provisoria compuesta de los señores Antonio Taboada, Juan A. Aponte, Bernardo Dávalos, Fabio Queirolo y José Ayala, para dirigir las invitaciones acordadas y los trabajos preliminares, fijando el local de la casa de la calle "Asunción", número 1 para las deliberaciones de la indicada Asamblea.
Después de todo lo cual se dio por levantada la sesión a las cuatro y media de la tarde.
A. TABOADA - J. AYALA - P. DECAMILLI - FABIO QUEIROLO
(*) Como en todas las demás transcripciones se respeta aquí la redacción originad, con leves variantes, como la eliminación de los acentos superfluos.
ACTA PRELIMINAR DE LA FUNDACION DEL "CENTRO DEMOCRÁTICO"
LLEVADA A CABO EN LA SALA DE LA
"SOCIEDAD RURAL" DE ASUNCIÓN
Nos, los abajo firmados, reunidos en la casa calle Asunción núm. 1 el día sábado 2 de Julio del año 1887, a las 7 y media de la noche, con el objeto de establecer un centro político, convencidos de la imperiosa necesidad de su existencia, procedimos a una formal declaración de que desde la fecha queda instalado dicho centro, bajo la denominación de Centro Democrático, con los propósitos y fines que se establecerán en el acta definitiva de constitución.
Y para que conste, firmamos la presente acta, fecha ut-supra.
Cirilo Solalinde, A. Taboada, I. Benegas, Juan A. Aponte, Rafael A. García, José M. Fretes, Emilio Cabañas, A. Zayas, Ignacio Ibarra, M. Ávila, D. Candia, Adolfo R. Soler, Florencio Quintana, M. I. Mora, Vicente F. Espínola, A. Echanique, Juan Cirilo Mendoza, Felipe Torrents, Lino Vergara, A. Fernández, Luis Caminos, Avelino Garcete, M. Urdapilleta, José Z. Caminos, Guillermo González, Genaro Pérez, Pedro P. Caballero, F. Milleres, Sinforiano Cano, J. Martínez, R. Decamilli, Pastor Idoyaga, José M. Ortellado, Juan B. Dávalos, F. Queirolo, F. Fernández, M. Paradeda, José Ayala, Constantino Arrúa, José A. Alfaro.
VERSIÓN AMPLIADA DEL ACTA PRELIMINAR DE FUNDACIÓN DEL
"CENTRO DEMOCRÁTICO" DEL 2 DE JULIO DE 1987.
En la ciudad de Asunción, a los dos días del mes de julio de mil ochocientos ochenta y siete, reunidos en el local de la calle Asunción número 1, por expresa invitación de la comisión iniciadora de la formación de un centro político, los señores Cirilo Solalinde, Antonio Taboada, Ildefonso Benegas, Juan A. Aponte, José Irala, Bernardo Dávalos, José María Fretes, Emilio Cabañas, Rafael García, Antonio Zayas, Ignacio Ibarra, Daniel Candia, Adolfo R. Soler, Manuel Mora, Salvador Echanique, Vicente Espínola, Juan C. Mendoza, Felipe Torrents, Constantino Arrúa, Lino Vergara, Antonio Fernández, Avelino Garcete, Luis Caminos, Dr. José Zacarías Caminos, Guillermo González, Genaro Pérez, José A. Alfaro, Pedro P. Caballero, Francisco Milleres, Sinforiano Cano, Juan Martínez, Rómulo Decamilli, Pastor Idoyaga, José M. Ortellado, Francisco Fernández, Martín Urdapilleta, Fabio Queirolo, José Ayala, y con asistencia de los señores Florencio Quintana, Manuel Ávila y Manuel Paradeda, componiendo un total de cuarenta y un asistentes, y previa las explicaciones dadas por los mismos informantes de la Comisión de iniciación de las razones y motivos que se han tenido en vista para la convocatoria, a fin de uniformar las ideas, en la conformidad de la formación de una asociación que corresponda a las grandes necesidades sentidas para la propaganda de los principios de buen gobierno y defensa de los comunes derechos y de las leyes de la República; conforme todos los presentes sobre la bondad y justicia de las ideas en el sentido indicado, se firmó por unánime voluntad una acta provisoria declarando la asociación política bajo la denominación de "CENTRO DEMOCRÁTICO".
En consecuencia se formó una Comisión Directiva provisoria, recayendo la designación de la Asamblea en los señores:
CIRILO SOLALINDE, Presidente - ANTONIO TABOADA, Vice Presidente - Dr. ZACARIAS CAMINOS, JUAN A. APONTE, EMILIO CABAÑAS, JOSE IRALA, IGNACIO IBARRA, JOSE M. FRETES, Vocales - BERNARDO DAVALOS, Tesorero - JOSE AYALA, Secretario - FABIO QUEIROLO, Pro-Secretario - PEDRO P. CABALLERO, ROMULO DECAMILLI y LUIS CAMINOS, Suplentes.
Seguidamente la Asamblea designó tres de sus miembros para que en comisión formulasen el ACTA FUNDAMENTAL definitiva de la asociación y los ESTATUTOS REGLAMENTARIOS del mismo, quedando los señores Dr. F. Zacarías Caminos, Pedro P. Caballero y José Ayala los encargados de estos trabajos, debiendo ser, una vez terminados, sometidos a la consideración de la asamblea. Después de tomadas estas resoluciones, la Asamblea dio por terminadas sus deliberaciones y se levantó la sesión. La nueva C.D. resolvió tener sesiones ordinarias los miércoles y sábados de cada semana, a la 1 1/2 p.m., con lo que se levantó la sesión.
ACTA DE FUNDACIÓN DEFINITIVA DEL
"CENTRO DEMOCRÁTICO", DOMINGO 10 DE JULIO DE 1887
En la ciudad de la Asunción, a los 10 días de Julio de 1887, por cuanto el Pueblo Paraguayo en su constitución política ha acordado a los ciudadanos, entre otros derechos como el de la libertad de la prensa y el de la palabra, el de la reunión y declarado así mismo inviolable la ley electoral, a fin de que por estos medios que se consideran los más eficaces pueda establecerse para los actos de los gobiernos, no solamente una barrera a sus avances posibles, sino también un medio de ilustrar a los mismos en el examen y resolución de las cuestiones de su competencia que afecten los intereses de la comunidad e intervenir espontánea y libremente en la formación de los poderes del Estado que deban encargarse de los destinos de la República.
Y considerando que en el derecho de la reunión está comprendido el de la formación de asociaciones políticas para hacer más eficaz el uso de esos mismos derechos, por cuanto la unidad de acción lleva consigo mayor cooperación de inteligencia en el examen de los negocios del Estado e imprime mayor autoridad moral en el ánimo de los gobernantes, encaminándoles de este modo por el sendero que les señala la verdadera voluntad del Pueblo.
Y teniendo presente la necesidad sentida de un tiempo a esta parte de una agrupación semejante, nos los abajo firmados nos hemos reunido espontáneamente y constituimos por resolución unánime una sociedad política que denominarnos Centro Democrático, para hacer uso de los derechos que nos acuerda la Constitución Nacional y las leyes de la República en la forma que se determinará en los estatutos respectivos.
Cirilo Solalinde, I. Benegas, José Ayala, F. Soteras, O. Rivarola, Pedro J. Alarcón, Florencio Quintana, Juan Filisbert, P.P. Domeque, F. Ramírez, S. Ibarra Legal, Manuel Paradeda, Evaristo Torres, Pedro V. Gill, Rosendo Fernández, Eduardo D. Doria, Emilio Cabañas, José Franco, Cornelio Escobar, Mariano Riquelme, Simeón Irigoitia, Pedro A. López, Victoriano Palacios, Guillermo González, M. Fleitas, Rafael A. García, J.C. Mendoza, A. S. Echanique, Adolfo R. Soler, Liborio Palacios, L. Rivarola, G. Viveros, José M. Fretes, Avelino Garcete, Patricio Gadea, F. Torrents, M. Ávila, Diego Téllez, Teófilo Manzano, José S. Fernández, F. Bogado, Z. González, Pedro P. Caballero, D. Candia, Cecilio Báez, Miguel G. Ortiz, Juan B. Dávalos, Luis Caminos, Genaro Pérez, P. Bobadilla, M. Rodas, Juan I. Bargas, E. Giménez, Sinforiano Cano, José Z. Caminos, F. Queirolo, J.G. Gómez, Venancio León, Vicente F. Espínola, A. Zayas, Liberato M. Rojas, J. Mena, A. Fernández, A. Gaona, A. Taboada, F. Fernández, Evaristo Román, Ignacio Ibarra, José Z. Ibarrola, Víctor M. Soler, Juan A. Jara, Pastor Idoyaga, José M. Collar, José J. Goiburú, E. Núñez, J. Martínez, Tomás Armoa, J. María Carrillo, P. Ríos, José Astigarraga, H. Gayoso, Salvador Fernández, Faustino Díaz, Juan A. Aponte, Juan J. Alvarenga, Juan de la Cruz Ayala, R. Decamilli, Manuel Frutos, Silvano Castelví, E. Fernández, José M. Ortellado, Jaime Tellez, Fernando Franco, Apolinario Ortiz, José Vera, Lucas Amarilla, Onofre Romero, Elías Maldonado, José M. Delvalle, Serapio Méndez, F.E. Mena, N. Queirolo, Antonio Peralta, Donato Ugarte, Victoriano López, Juan B. Villalba, M. Urdapilleta, Anselmo Marecos, José C. Ríos, Pedro R. Ortiz; Juan Martínez, Lorenzo Palacios, Enrique Regis, Lino Bogado, Juan A. Duarte, Manuel Sosa, Ignacio Astigarraga, Francisco Sosa, José María Mesa, Félix Rodríguez, José Domingo Gayoso, José Isidoro Gayoso, José Valiente, Daniel Valiente, Valentín Gómez, Sebastián Báez, Miguel Castro, Lino Bargas, Manuel Vázquez, Antonio González, C. Talavera, Marcos Riera, Juan V. Ayala, Constantino Arrúa, Doroteo Trujillo, J. A. Alfaro, Benjamín Moliné.
ACTA PRELIMINAR DE FUNDACION DE LA
"ASOCIACION NACIONAL REPUBLICANA",
QUE DESCRIBE LA REUNION DEL
JUEVES 25 DE AGOSTO DE 1887.
En la Ciudad de la Asunción, a los veinte y cinco días del mes de Agosto de mil ochocientos ochenta y siete, reunidos los ciudadanos que suscriben y a indicación del General Don Bernardino Caballero y a proposición del Señor Don José S. Decoud, resolvieron constituirse en agrupación política, con el laudable objeto de ocuparse preferentemente de todas las cuestiones de interés público que interesen la prosperidad y el engrandecimiento y felicidad de la patria, así como de propender al afianzamiento de las libertades públicas consagradas por la Carta fundamental de la República; y con el fin de dar una forma conveniente a este pensamiento, se procedió a nombrar una comisión provisoria encargada de redactar el programa y estatutos de la asociación. A moción del señor Don José G. Vera fueron electos por aclamación para componer dicha comisión los señores Bernardino Caballero, Higinio Uriarte, José G. Granado, Santiago Cardozo, Juan G. González, José S. Decoud, Ángel Benítez, Juan Crisóstomo Centurión, Remigio Mazó, Esteban Rojas, Miguel Alfaro, Guillermo de los Ríos, Héctor Carvallo, Zacarías Samaniego y Jaime Peña.
En seguida el señor Higinio Uriarte manifestó la necesidad de nombrar un Presidente y secretario provisorio para dirigir los trabajos conducentes a la organización definitiva de la asociación, quedando electos los señores Bernardino Caballero para Presidente y Juan G. González, como Secretario.
Acto continuo se resolvió por aclamación de los presentes que la asociación lleve el nombre de "Asociación Nacional Republicana", con lo que terminó el acto, firmando a continuación los ciudadanos presentes:
Bernardino Caballero, Cantalicio Guerrero, Higinio Uriarte, Lorenzo Ortellado, Zacarías Samaniego, Dionisio Loizaga, Juan G. González, Esteban Rojas, Ángel Benítez, Constantino B. Valiente, José G. Vera, Juan Crisóstomo Centurión, A. Saldívar, Fernando Riquelme, Calixto Gill, Héctor Carvallo, Félix de los Ríos, P. Ozcari, Manuel Fleitas, M.G. Granado, Juan E. Silva, Marcos Riquelme, José M. Villamayor, Ángel Avalos, Andrés Escobar, Santiago Cardozo, Remigio Mazó, Sabas Riquelme, L. Bareiro, Benito J. Villalba; Eliseo Vargas, C. Machaín, M. Carmona, José S. Decoud, Juan Egusquiza, Juan Giménez, José Vargas, P. Segovia, José R. Mazó, J. Moreno, E. Chamorro, Francisco Zorrilla, Félix González, A. Elizeche, M. Morínigo, José G. Granado, A, Zárate, Juan J. Cardozo, Juan G. Granado, Antonio Cabrera, Pedro A. González, Juan C. Arrúa, Ángel Martínez, J. Peña, J. Bogarín, P. Zárate, Félix de los Ríos, Pedro P. Vázquez, Pedro Rojas, M. Godoy, R. Peña, C. Stuart, Gil Ramírez, J.E. Godoy, Pedro Fernández, Francisco Noce, Remigio Mazó, Ramón Encina, Alberto Samaniego, Rolón Troche, M. Viera, Joaquín González, E. Fleitas, Ramón Benítez, J. Andrés González, José Pedrozo, Juan C. Torales, Gregorio Narváez, Lorenzo Pérez, B. Giménez, B. Gómez, T. Alfaro, Blas Aquino, Miguel Alfaro, Higinio Céspedes, V; González, Pedro A. Vera, José D. Espinoza, Juan C. Meza, José L. Páez, Eduardo Colmán, Francisco Lamas, Tomás Aquino, Pedro Román.
ACTA DEFINITIVA DE FUNDACIÓN DE LA
"ASOCIACIÓN NACIONAL REPUBLICANA",
REALIZADA EL DOMINGO 11 DE SEPTIEMBRE DE 1887
EN EL TEATRO OLIMPO DE ASUNCIÓN.
En la ciudad de Asunción, a los once días del mes de setiembre de mil ochocientos ochenta y siete, reunidos en Asamblea General los socios y los que se adhieren al patriótico pensamiento de la Asociación Nacional Republicana, a invitación de la Comisión Provisoria nombrada en la primera reunión del 25 de agosto del mes próximo pasado, con el objeto de discutir y aprobar los Estatutos y el Programa confeccionados por dicha Comisión; abierta la sesión, y dada lectura a cada uno de los expresados documentos, fueron aprobados sucesivamente por aclamación y sin modificación alguna.
Enseguida y a moción del socio señor don Carlos Rojas, fueron propuestos y electos para componer la Junta Directiva los ciudadanos siguientes: Presidente: Bernardino Caballero; Vicepresidente 1º: José Segundo Decoud; Vicepresidente 2º: Higinio Uriarte; Secretario: Juan G. González; Pro-secretario: Remigio Mazó; Tesorero: Santiago Cardozo; Vocales: Miguel Alfaro, Ángel Benítez, José González Granado, Juan C. Centurión, Zacarías Samaniego, José R. Mazó, Federico Muñoz, Juan de la Cruz Giménez, Germán Miranda, Cantalicio Guerrero, Esteban Rojas, Miguel Viera, Félix de los Ríos y Jaime Peña.
Acto continuo se resolvió por aclamación que todos los socios presentes recorrieran en procesión cívica las calles Palma y Progreso hasta la quinta del General don Bernardino Caballero, como una manifestación de la importancia de esta asociación, y la popular y general aceptación del patriótica pensamiento que le sirve de credo y de norma para sus futuros trabajos políticos.
Con lo que terminó el acto, firmando a continuación todos los ciudadanos presentes:
Bernardino Caballero, José Segundo Decoud, Higinio Uriarte, Juan G. González, Santiago Cardozo, Juan Crisóstomo Centurión, Zacarías Samaniego, José R. Mazó, Miguel Alfaro, Federico Muñoz, Ángel Benítez, Esteban Rojas, Germán Miranda, Juan de la Cruz Giménez, Félix de los Ríos, Jaime Peña, Miguel Viera, Cantalicio Guerrero, José González Granado, Carlos Rojas, José G. Vera, Juan B. Egusquiza, Guillermo de los Ríos, José Tomás Sosa, Dionisio Loizaga, Francisco Campos, Patrocinio Zelada, Federico Bogarín, Froilán Zárate, Pedro Ocariz, Héctor Carvallo, Marcos Morínigo, Otoniel Báez, Claudio Gorostiaga, Ángel María Martínez, Rufino Mazó, Gaspar Centurión, Augusto Cálcena, Manuel Solalinde, Zoilo González, Calixto Gill, Juan E. González, Juan E. Silva, M. González Granado, Marcos Riquelme, Eduardo Fleitas, Juan C. Acuña, José M. Villamayor, Benito Escauriza, Sabás Riquelme, Luis Bareiro, Agustín Encina, Carlos Stewart, Adolfo Elizeche, E.A. Godoy, Ramón Encina, A.C. Argaña, Juan Francisco Recalde, Constantino C. Valiente, Eliseo Vargas, M. Carmona, Pedro A. González, C. Machaín, Juan G. Granado, Juan E. Acosta, José C. Viveros, F.J. Gorostiaga, Remigio Cardozo, H. Céspedes; José M. Almada, Gregorio Gorostiaga, José Villagra, Vicente Ramírez, Tomás Alfaro, Eusebio Mongelós, Manuel S. Argaña, Mariano Escauriza, Pedro Alfaro, José A. Espinoza, Roque Encina, Luis Melgarejo; Eduardo Colmán, Vicente González, Salvador Vacari, M.F. Riquelme, Policarpo Bazán, Matías Arrúa, José A. Cabriza, Alberto Samaniego, Sebastián Patiño, Francisco Lamas, Juan R. Barrios, Rodolfo Guanes, Benigno Fernández, Domingo Otazú, Pedro Rojas, Ramón Peña, Gil Ramírez, Pedro J. Fernández, J.S. Pedrozo, Francisco Noce, M. Julián Godoy, Juan B. Candia, Rufino Caballero, Manuel Samaniego, Cándido Figueredo, Carmen Hermosilla, Benito S. Villalba, A. Saldívar, Lorenzo Ortellado, Abelardo Doldán, V. Melgarejo, Francisco Villasanti, Pedro Cálcena, P.A. Segovia, Félix Moreno, Pablo Recalde, Benjamín Pesoa, José J. Páez, Juan C. Meza, David Garcete, Francisco Mora, Benjamín Molinas, José F. Casco, Juan F. Cardozo, José D. Sosa, Manuel Guerreros, Justo Valiente, Juan J. Rojas, Juan Morínigo, Roque Bogado, Feliciano Bermejo, Juan B. Ramírez, J. Giménez, Fulgencio Jara, Wenceslao Segovia, Isidro Noguera, Francisco Zorrilla, Ramón Ferreira, Lino Ayala, Alejandro Villagra, José Díaz, Inocencio Gamarra, Ramón Leguizamón, H. Ferreira, Ramón Benítez, Pedro A. Vázquez, J.E. Caballero, R. Troche, José M. León, Pablo Franco, Laureano Ferreira, Francisco Samaniego, José Maíz, Prudencio Vallovera, José Tomás Aquino, Vicente Fariña, Zenón Monges, Vicente Sánchez, Pedro T. Núñez, Gervasio Montiel, Silvano Franco, Cayetano Ramírez, Miguel Trinidad, Manuel Romero, Bernardo Insfrán, Higinio Galeano, Crisólogo Lezcano, Héctor Espinoza, Tomás Almada, José Luis Maldonado; Juan Leguizamón, Agustín Laguardia, Juan E. Oviedo, B. López, Manuel Ruiz Díaz, Carlos Arce, Constantino Almirón, Francisco Rodríguez, Narciso Arévalos, Martín Rojas, Nicolás Domínguez, Eustaquio Paniagua, Cándido Giménez, Mauricio Alvarenga, Feliciano Aranda, Dionisio Riveros, Elías Quiñónez, T. Genes, J.C. Alderete, José G. Gómez, Dionisio Ortíz, Clemente Fleitas, Benito Salinas, Dionisio Vera, José del Rosario Fariña, Narciso Méndez, José Miranda, Juan Echeverría, Blas Cáceres, José T. Ortíz, Jorge Guanes, Juan Paredes, J. Eleuterio Benítez, Miguel Vallejos, Sebastián Prieto, M. Gaona, Martín Cañete, C. Ledesma, Basilio A. Roa, Gabriel Cabañas, Alejandro Chávez, Pedro Ramírez, R. Santa Cruz, Ramón Ortiz, Bartolo Paiva, Vicente López, Agustín Bareiro, Sotero Franco, Pascual Cáceres, Norberto Samaniego, Vicente Mongelós, Hipólito Martínez, Leocadio Ortega.
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