PANORAMA POLÍTICO DEL PARAGUAY.
LA POSGUERRA DEL CHACO (1936-1946)
(No se consigna autor, posiblemente escrito
por HIGINIO ARBO
en 1946)
CUADERNOS HISTÓRICOS
Publicación Bimestral del
“ARCHIVO DEL LIBERALISMO”
Año III – N° 17
Setiembre – Octubre 1990
Revisión Técnica: MARÍA G. MONTE DE LÓPEZ MOREIRA
Impresión y Montaje: El Gráfico S.R.L.
Hecho el depósito indicado por la Ley 94/51 de derechos intelectuales
"Archivo del Liberalismo"
Asunción – Paraguay (76 páginas)
PRÓLOGO
Parecería que la historia paraguaya estuviese mutilada. La mayoría de los investigadores del pasado se han detenido en las postrimerías de la guerra del 70.
Con algunas excepciones, existen hoy algunos estudios e intentos fragmentarios de análisis, pero que no ofrecen visiones abarcadoras de nuestras últimas décadas. La interpretación histórica es, de suyo, materia que exige amplio conocimiento de los hechos, unido a una capacidad reflexiva que sólo poseen los espíritus adiestrados en una honda meditación sobre los móviles que impulsan las acciones del hombre en sociedad.
¿Por qué cayó el Partido Liberal en 1936? ¿Cuáles son los fenómenos políticos que desde entonces pueblan nuestras crónicas? ¿Qué significa el febrerismo en su aspecto sociológico? ¿Por qué aparece Morínigo? ¿Qué importancia tiene el militarismo en nuestro acontecer ciudadano? ¿Cuál es la influencia del nazifascismo y del comunismo en el Paraguay? ¿Es posible medir la fuerza y la debilidad de los partidos tradicionales?
Son, todos éstos, fenómenos que requieren sagacidad histórica para ser desentrañados. Sin una interpretación siquiera aproximativa a nuestro acontecer histórico reciente, es imposible comprender lo que ahora nos está pasando y es aún más problemático avizorar lo que nos aguarda en los recodos del camino.
El “Panorama Político del Paraguay”, atribuido a Juan Francisco Pérez Acosta que hoy ofrece el Archivo del Liberalismo, es un ponderable intento de introspección nacional, enfocado sobre las causas que dieron origen al movimiento armado del 17 de febrero de 1936, que encumbró al coronel Rafael Franco, y sobre el período de gobierno del general Higinio Morinigo, pero no omite una somera revista de la presidencia del mariscal José Félix Estigarribia.
El "Panorama Político del Paraguay” trata de bucear en la etiología de los acontecimientos registrados en el período 1936-1948, uno de los menos conocidos por las nuevas generaciones de paraguayos.
Decía Eusebio Ayala en 1923, a poco de abandonar la presidencia provisional de la República, que el conocimiento histórico es necesario, imprescindible, para el dirigente político. Gran verdad, lamentablemente olvidada a menudo. Pero también ese conocimiento es necesario para quienes mañana serán los gobernantes de nuestro país. La juventud reclama con justicia un puesto en la dirección de los asuntos públicos, ya que un 65 por ciento de la población está por debajo de los 30 años y un 45 por ciento tiene menos de 20. Todo ese inmenso contingente es aquél cuya suerte mañana estará en juego pero es, igualmente, el que con sus aciertos y desaciertos influirá en el destino nacional. Si no se arma de aptitudes para tomar decisiones cuando le toque gobernar, su buen éxito estará en duda.
El opúsculo que hoy ve la luz es uno de los muchos elementos que los jóvenes de hoy, y los no tan jóvenes, tienen a su alcance para penetrar el sentido de lo que sucedió hace medio siglo. Habrá otros, más o menos valiosos, y a todos ellos habrá que acudir para formarse una idea de los acontecimientos de aquella época.
No deseamos terminar este breve prólogo sin recordar a Alfredo M. Seiferheld, joven historiador, fallecido prematuramente y fundador de este Archivo y que antes de su desaparición abrió nuevos caminos en los estudios historiográficos. Cuando la historia del presente siglo era materia desnaturalizada por los designios propagandísticos de un régimen superado, o cuando era simplemente suprimida de los textos de enseñanza, Seiferheld y otros jóvenes historiadores comenzaron a arrojar luz sobre cosas antes desconocidas.
Esta generación de historiadores tuvo el mérito de enseñamos que la historia es una unidad, en la que tanto el pasado como el presente y el futuro no sólo poseen él mismo valor, sino que están indisolublemente eslabonados.
Asunción, Octubre de 1990
A LA JUVENTUD PARAGUAYA
Los apuntes y reflexiones que contiene este opúsculo se refieren a un período asaz crítico de la vida política de nuestro país en la postguerra del Chaco. La primera parte contiene lo atinente a sus Consecuencias inmediatas y la segunda a las mediatas o más lejanas, pero que no por eso dejaron de seguir gravitando pesadamente sobre los destinos patrios, entremezcladas, en cierto modo, con las derivaciones de la postguerra mundial.
Es éste un estudio objetivo, imparcial y sintético, y, por lo tanto, ilustrativo de la situación paraguaya, en lo interno y en lo externo, en el curso de la última década (1936- 1946), poco menos que desconocida no obstante su proximidad al foco visual —acaso por eso mismo— u olvidada en el vertiginoso y febril desplazamiento de la vida contemporánea.
La circunstancia de haber sido compilado y redactado por un antiguo residente en el país, conocedor de sus hombres y de sus vicisitudes y testigo de los acontecimientos que relata, aunque ajeno a los intereses y a las pasiones en juego, da a este aporte el valor de una orientación apreciable.
La primera parte, relativa a los antecedentes y proyecciones del movimiento llamado “febrerista” y que recién ahora se da a conocer, por no haberla tenido antes, fue escrita a fines del año en que aquél se produjo (1936), no para ser publicada sino como informe confidencial, entonces, para una personalidad del exterior, y a su pedido, y, a pesar del tiempo transcurrido, cobra nueva actualidad en los momentos presentes en que, tras el derrumbe de la situación que surgió de dichos sucesos y desaparecidas igualmente las que le siguieron, se advierten nuevas tentativas de reedición que repercuten en el escenario nacional.
Esta sumaria recapitulación es, al propio tiempo, una exposición crítica del panorama político del Paraguay, como su título lo indica, y complementan sus informaciones algunos datos de carácter restrospectivo, pero que guardan relación, más o menos directa, con el asunto principal.
Al darlos ahora a luz con consentimiento del autor, ya que en forma casual han llegado a nuestro conocimiento, creemos prestar un positivo servicio a las nuevas generaciones paraguayas que en su gran parte, o en su casi totalidad, ignoran muchos episodios que son, no obstante, elementos esenciales de juicio acerca del caótico periodo que siguió al cataclismo de 1870, y sin los cuales no es fácil darse cabal cuenta del proceso histórico político operado y menos apreciar con criterio ecuánime hechos y actuaciones de este pasado reciente, máxime cuando ha habido manifiesto y persistente propósito de desfigurarlos y revestirlos de artificiosas e interesadas modalidades.
A nadie como a la juventud que es la dueña del porvenir y en cuyas manos estarán los futuros destinos del país, interesa conocer estos pormenores para que, libre de prejuicios y de subalternas pasiones, pueda tener más serenidad en sus juicios y realizar obra ponderable y benéfica.
Es también un deber de la joven oficialidad que ha abrazado la carrera de las armas con el noble propósito de servir de escudo a la patria y a sus instituciones, conocer los antecedentes de los hombres públicos y de las agrupaciones partidarias que aspiran a ejercer el gobierno a fin de que no sea puesta al servicio de ambiciones o de maquinaciones con el disfraz del patriotismo y no se deje sorprender por los que lo explotan en su provecho personal.
Si grande es el interés que despiertan en la actualidad los estudios históricos como medio de conocer y de juzgar el pasado, incluso el muy remoto de pueblos extinguidos o de épocas lejanas, que tan a lo vivo apasionan todavía, con mayor razón debe ser objeto de atención todo lo que nos afecta más de cerca y en forma directa y gravita señaladamente sobre la suerte de nuestro país y la de sus hijos.
Por todo ello esperamos que estas páginas puedan ser de alguna utilidad como contribución, siquiera fragmentaria, a la historia, aún inédita, del Paraguay contemporáneo.
Por nuestra parte, agregamos que no nos guían otros fines que los expuestos y al propiciar esta publicación, procedemos individualmente, sólo como ciudadanos anhelosos de propender a que se rinda culto a la verdad.
No es su objeto avivar rescoldos del pasado, que ayer fueron incendios devastadores, sino mostrar sus peligros para no reincidir en insensatos extravíos.
Los EDITORES.
Asunción, Junio 1º de 1946.
PRIMERA PARTE
LA REVOLUCION DE FEBRERO (1936) — ANTECEDENTES Y PROYECCIONES
I
ANTECEDENTES HISTÓRICOS
La anterior guerra del 70 y su escuela. — Nueva Constitución política
El movimiento revolucionario del 17 de febrero de 1936 en el Paraguay sale del marco de los tantos movimientos subversivos que han agitado este país y reclama por lo mismo un examen atento de sus antecedentes y posibles proyecciones.
Producido aquél a raíz de una cruenta guerra de tres años, aún no del todo liquidada, (1), y cuando tocaban a feliz término las negociaciones diplomáticas que durante largo tiempo mantuvieron viva la atención mundial en torno a los beligerantes, señaladamente con motivo de la reunión de los mediadores que actuaban en Buenos Aires con lisonjero éxito, el cambio brusco operado en el Paraguay y la detención o deportación de los hombres de primera fila que estaban al frente de sus destinos en los precisos momentos en que en el exterior se consideraba más afianzada que nunca dicha situación y se creía que el país se encaminaba firmemente hacia un resurgimiento promisor, natural era que a la primera impresión de sorpresa siguiese el deseo de conocer las causas del movimiento súbitamente estallado, ya que un suceso de tal magnitud para el escenario en que ocurría en tales circunstancias, no podía ser únicamente el fruto del acaso o de la improvisación aventurera y debía tener sus factores determinantes profundos, aunque no manifiestos.
Al propósito de esbozarlos responden estas líneas para las cuales se ha puesto a contribución un examen sereno de los hechos, la confrontación de las versiones recogidas de los mismos actores y las informaciones oficiales y de prensa en el teatro de los sucesos, unido todo ello al conocimiento del medio y a un sincero anhelo de veracidad en la información y de imparcialidad en su comentario.
Para apreciar mejor dichos sucesos, se impone, ante todo, y en estricta justicia, un breve resumen de los antecedentes históricos relacionados a su vez con la Constitución nacional vigente en el Paraguay desde el año 1870, la que también hizo crisis con la formación política a que dio lugar.
El Paraguay durante los primeros períodos de su vida nacional (1811 a 1870) vivió bajo la obsesión del peligro exterior y conformó a esta modalidad su estructura política, adoptando el régimen de las dictaduras de tipo romano en aquel período aun informe de la existencia de las nacionalidades americanas.
La guerra del 65 al 70 que aniquiló casi totalmente la población y riqueza paraguayas, trajo como consecuencia inmediata el cambio del régimen imperante, adoptándose una organización liberal e individualista, en consonancia con las ideas dominantes, para regir los destinos de un pueblo prácticamente inexistente y cuyos pocos sobrevivientes habían sido formados casi todos en moldes bien distintos.
A juzgar por sus resultados, la nueva Carta orgánica, penosamente gestada y en la que sus redactores cifraron tantas esperanzas, no tuvo la virtud de formar y de arraigar hábitos genuinamente democráticos que, desde luego, no se improvisan. Vése así que el país ha vivido de tumbo en tumbo, en una ininterrumpida sucesión de revoluciones, motines y deposiciones, interpoladas con estado de sitio, tanto bajo el predominio de rojos como de azules, indistintamente.
Algunos paréntesis de relativa tranquilidad que rápidamente hacían retoñar los brotes de ilusorios progresos, pronto se esfumaban ante nuevas e inesperadas convulsiones, a veces al día siguiente de clamorosos cambios y promesas que parecían abrir nuevos horizontes tras las borrascas.
A las cuestiones puramente internas —no hay que olvidarlo-— se habían agregado, agravándolas, las de orden externo. Sometido el país durante varios años a la ocupación extranjera, tuvo que sufrir también el juego de las influencias contrapuestas de sus propios vecinos con su apoyo e incitaciones a los grupos nativos. Las rivalidades políticas de aquéllos soplaron fuertemente agitando la superficie apenas encalmada después del turbión de sangre del fatal quinquenio, contribuyendo a, mantener el país en permanente intranquilidad.
Estas inquietudes y factores de perturbación se complicaron pronto con el recrudecimiento de las pretensiones bolivianas sobre la parte del Chaco que quedaba al Paraguay después del tratado de 1876 y del laudo Hayes, al punto de haber llegado a utilizársela como arma política en las disputas domésticas. Ya desde los lejanos días en que la candidatura presidencial del Dr. Benjamín Aceval, que llegó a ser sustentada en el seno del Partido Liberal, era rudamente combatida por algunos de sus miembros a consecuencia del tratado Aceval - Tamayo, los partidos o fracciones opositoras han esgrimido este recurso sumándolo a los de orden casero, tal como se vio igualmente a raíz de los tratados Benítez - Ichazo, Soler - Pinilla, etc.
La vida política y administrativa del país en tales condiciones fue una larga sucesión de ensayos de no felices resultados, cuyas consecuencias se traducían en inorganización e intranquilidad; en falta de garantías políticas y de condiciones adecuadas para el trabajo, el adelanto y el bienestar de sus habitantes; en despojos y expoliaciones por obra de vividores influyentes o de los caudillos turnantes; en desvalorización ruinosa y estancamiento económico, y en la emigración de millares de excelentes braceros que pasaron a poblar y enriquecer, en ininterrumpidas caravanas, las comarcas vecinas de Matto Grosso, Formosa, Chaco argentino y Misiones preferentemente, regiones donde no llegó una caudalosa corriente inmigratoria de ultramar, siendo, no obstante todas ellas emporios hoy de insospechada prosperidad arrebatada al Paraguay por culpa de sus propios hijos.
De no haberse producido esta nueva y no contenida sangría, su población actual, no es aventurado afirmarlo, hubiera quizá quintuplicando en los setenta y seis años transcurridos desde su gran hecatombe, dadas su fecundidad y sobriedad, reveladas ya desde los primeros días del coloniaje, unidas a las facilidades de subsistencia en su suelo fértil, de abundantes recursos naturales y de privilegiado clima.
Forzoso es convenir en que, a despecho de tan favorables factores, la experiencia de este largo y accidentado período ha sido dolorosamente negativa, no habiéndose logrado alcanzar o producir los beneficios primordiales que tuvo en vista la Carta constitucional, que eran, entre otros, “asegurar la tranquilidad interior” y “promover el bienestar general”.
El mismo Parlamento que, según aquélla, debía ser la expresión de la soberanía popular, más nominal que efectiva, ha sido disuelto varias veces y los comicios para la formación de los poderes electivos han sido ensangrentados o viciados, o por la fuerza, o por el fraude, o por los estados de sitio, o por las abstenciones, como ocurre en las democracias incipientes y con instituciones de trasplante, sin el necesario abono de una población de autonomía económica, dueña de verdad de sus propios destinos, y sin el sedimento y robustecimiento de tradiciones populares y, antes bien, con resabios de la educación en la escuela del despotismo.
En estas condiciones, la Constitución del 70 tenía un valor puramente teórico y había perdido mucho de su autoridad y prestigio, a pesar de su continua invocación, casi siempre verbalista y declamatoria. Hasta puede decirse que había caducado de hecho, en cierto modo, antes aún de haber entrado plenamente en vigencia, por los atentados con que la escarnecieron sus propios autores.
Los extensos y en ocasiones borrascosos debates que precedieron a su sanción, parecen haber sido un presagio de la agitada y tormentosa existencia que le deparaba el transcurso del tiempo. Las facciones se manifestaron turbulentas en el seno de la misma Convención constituyente. Sabido es que el primer Presidente provisorio de la República designado por aquélla, Dr. Facundo Machaín, en lugar del Triunvirato, fue depuesto a las pocas horas de su elección, y que el primer mandatario constitucional que entró a gobernar el país, después de haberla promulgado solemnemente, Cirilo Antonio Rivarola, uno de los más fogosos demócratas de su tiempo y a la vez responsable de aquel grave desafuero, disolvió luego el Parlamento que lo encumbró, siendo sustituido por el nuevo que convocó, incidencia parecida a la que ha ocurrido ha poco en España con Alcalá Zamora, primer Presidente de su nueva república.
En verdad, tan grave descarrilamiento al iniciar la marcha, era un mal comienzo y ha sido siempre un pésimo ejemplo, de muy funestas consecuencias.
No es posible negar, con todo, que el país haya realizado algunos progresos, siquiera como promisora muestra de los que podía lograr; pero tampoco se puede desconocer que son los debidos al crecimiento puramente vegetativo, y, en todo caso, han sido efímeros y de poca entidad y consistencia. (2).
En resumen: la hermosa Constitución fue un mito en la práctica. El aumento de la población del Paraguay sufrió considerablemente, tanto como su progreso material, no obstante sus grandes posibilidades, y a pesar de algunos loables esfuerzos por mejorar su administración y sus finanzas, siendo la cotización de su valuta, cada vez más depreciada, el mejor índice del bajo nivel económico en que se debate su vida rutinaria, frecuentemente entorpecida por los azares de la mala política, compañera inseparable de la mala moneda, según es principio axiomático.
En estas desventajosas condiciones hubo que afrontar una nueva guerra, la del Chaco.
II
ANTECEDENTES PROXIMOS
La guerra del Chaco y la postguerra. — Cambios ideológicos y políticos operados.
Expuestos ya los antecedentes históricos, que podrían llamarse remotos, del movimiento revolucionario operado en el Paraguay, véase en otro rápido resumen los que podrían ser sus antecedentes próximos.
Estos deben buscarse en el reciente conflicto armado del Chaco boreal, que fue, a la larga, una secuela del mismo estado de inanición en que quedó el país a raíz de la anterior guerra del 70 y de su mal dirigida convalecencia, llena de calaveradas políticas sucesivas, sin que hombre o partido alguno esté habilitado para arrojar la primera piedra.
En tan penosos ensayos —llamémosles así— se perdió con frecuencia la visión de los grandes intereses nacionales, posponiéndolos al de los partidos, o de los círculos y aún a los puramente personales, y así se ha visto cómo el Paraguay llegó al período crítico de su conflicto con Bolivia en condiciones harto desfavorables, tanto en lo político como en lo económico y con escasa preparación militar, malograda cabalmente por dicha causa.
La proximidad cada vez más inminente de un conflicto armado contribuyó a aumentar las inquietudes que llegaron a traducirse en manifestaciones públicas y en interpelaciones, aunando en cierto modo a todos los descontentos con la gestión gubernativa e intensificando las críticas de que ésta era objeto.
Entre tanto, habían surgido dos nuevos núcleos opositores que venían a agregarse a los partidos o fracciones políticas ya existentes: uno era el llamado Liga Nacional Independiente y otro el incipiente movimiento obrero que, a imitación del de otros países y en parte, bajo sus inspiraciones, había empezado a hacer sentir sus reivindicaciones gremiales, trasladándolas luego del terreno de las prédicas teóricas al de los comienzos de organización y de ejecución.
Paulatinamente fueron tomando cuerpo las nuevas ideologías, favorecidas por su notorio incremento en los países de origen y por el estado precario de la economía nacional, la ausencia de leyes previsoras y los continuos trastornos domésticos. Demás está decir que en el Paraguay, como en otros países de este hemisferio, hicieron su aparición más reciente los elementos extremistas que llegaron a provocar no obstante diversas perturbaciones y algunos de cuyos elementos procedían de las filas universitarias, a través del marxismo.
Estallada la guerra, la suprema necesidad de la defensa hizo desaparecer, al menos en sus manifestaciones agudas, las escisiones que trabajaban el ambiente; pero esto fue sólo de nombre, pues en realidad los trabajos de zapa siguieron su curso en las mismas filas combatientes a favor de una larga campaña militar que favoreció el contacto directo de sus dirigentes o agentes con las masas movilizadas, a la vez de adiestrar a éstas y entrenarlas mejor para todos los azares de las luchas que luego se prolongan generalmente después de la paz y repercuten en lo interno. No en vano se ha dicho que las guerras son siempre un excelente caldo de cultivo de las revoluciones (3).
Terminada la contienda germinaron con más fuerza las disidencias internas y las prédicas subversivas de todo orden, al punto de que se mantuvieron el estado de sitio, el cierre de órganos opositores y el destierro de dirigentes, mientras por otro lado, con la proximidad de las elecciones para la renovación del Poder Ejecutivo, se diseñaban nuevas desinteligencias en el seno del partido dominante, al extremo de que su Convención ordinaria de año nuevo para la proclamación de candidatos tuvo que aplazarse para el 1º de marzo. (1936).
Entre tanto, ya no era misterio el propósito de producir un movimiento como el que ocurrió, en efecto, en ese intervalo.
Es sugestivo observar que la guerra del 70 trajo al país una nueva Constitución para servir de norma a la reorganización nacional y a su vida política. Parece ser que la guerra del Chaco, a igual de lo que ha ocurrido en otros países, en casos similares, tendrá análogo efecto, según lo han anunciado desde el primer momento los directores del movimiento en sus proclamas (4).
Y tal como en Europa surgió de la primera guerra mundial el nazifacismo en unas partes y el comunismo en otras, son éstos también los factores que complican ahora en el Paraguay las ya de suyo complejas dificultades en que se desenvuelve su azarosa existencia.
Antes fueron las rivalidades de los vecinos las que se habían mezclado al juego de la vida nacional paraguaya y a los cubileteos de predominio personal. Era el “imperialismo’ político, que combatía Alberdi. Ahora se trataría de un imperialismo más peligroso y difundido, que tiene sus focos europeos en Berlín, Roma o Moscú, ya que los agentes de la tercera internacional (5), no ocultan su contacto y simpatía con algunos dirigentes de los últimos sucesos del Paraguay y hasta se ufanan de que hubieran podido llevar su propaganda a las mismas trincheras, al paso que el presidente Franco, por su parte, no ha hecho misterio de sus simpatías por Hitler, y algunos actos de su gobierno han sido calificados con razón de totalitarismo neto.
A todo esto debe agregarse que los sectores nuevos, aunque conserven aparentemente el barniz nacionalista, como el de los estudiantes, de cuyo seno ha salido en el Paraguay, de medio siglo a esta parte, la clase gobernante que ahora suscita su repudio, difícilmente pueden sustraerse a las solicitaciones y maquinaciones extremistas, y es justamente uno de los más eficaces conductos que éstos eligen y recomiendan para la conquista y la implantación gradual de sus planes de avasallamiento.
Así, muchos de estos elementos románticos que empiezan siendo fervorosos nacionalistas, terminan convirtiéndose al comunismo o facilitándole su camino y su obra, por lo cual no es fácil determinar al primer golpe de vista y de una manera definitiva la verdadera filiación ideológica de algunos de los grupos nuevos que aparecen integrando el conglomerado revolucionario del Paraguay, y menos predecir cuál será su resultante y su rumbo final.
Vale la pena, por tanto, acumular elementos de examen y de juicio en torno a un movimiento que se presenta con caracteres dignos de ser estudiados y conocidos.
III
FACTORES POLITICOS
Los partidos tradicionales y su desgaste
La breve enumeración de los factores, mediatos e inmediatos, mencionados en los dos capítulos precedentes, hace ver las múltiples dificultades que se han presentado para realizar una obra orgánica eficaz en el Paraguay.
Primeramente fueron el estado de extenuación en que quedó el país tras la guerra de la triple alianza y las complicaciones de su liquidación, con la perturbadora ingerencia de los vecinos en sus asuntos, a que se agregaron las originadas por las pretensiones bolivianas, que iban tomando cuerpo con la prolongada postración del vencido, y finalmente la formación y aparición de nuevas ideologías que se intensificaron después del primer gran conflicto europeo, sumado todo ello a las de la reciente y aniquiladora guerra del Chaco boreal.
La acción de los partidos, persistentemente inorgánicos y extremadamente individualistas, tampoco ha favorecido la función gubernativa, sirviéndole de base sólida para realizar obra francamente constructiva, y antes bien, fue su mayor obstáculo casi siempre.
El partido Nacional Republicano o “colorado” que gobernó al país durante treinta años (1874 - 1904) sufrió la primera escisión seria fraccionándose en caballeristas y egusquicistas (del nombre de sus respectivos jefes, los generales Caballero y Egusquiza) y después en abstencionistas, o intransigentes, y eleccionistas o “infiltristas”. Como ocurre en tales casos, estas fracciones se han hecho mutuamente las más acerbas críticas e inculpaciones.
El Partido Liberal o “azul” (primitivo “Centro Democrático”) no escapó a análoga bifurcación, dividiéndose primero en radicales y cívicos, ya desde el llano, con diversas ramificaciones subalternas posteriores, como, por ejemplo, la de radicales gendristas, jaristas, schaeristas, etc.
Tan ocasionales y personales eran algunas de estas divergencias en uno y otro campo político, nunca del todo deslindado, que se ha visto unidas a las fracciones de un partido con las del adverso, como ser: a liberales cívicos con colorados egusquicistas, llamados por eso “verdi - rojos ’ y colorados y cívicos con jaristas (1912).
La guerra del Chaco produjo, al menos nominalmente, la unificación de las diferentes fracciones.
Basta esta somera enumeración para comprender el prematuro y profundo desgaste de los partidos tradicionales del Paraguay, a cuya sombra tenía que surgir necesariamente el caudillismo autoritario del interior que reemplazó al antiguo absolutismo de las autoridades delegadas de los gobiernos dictatoriales anteriores al 70, las cuales, cuando menos, obedecían estrictamente a la única directiva acentuadamente nacionalista del gobierno central.
Es de notar que en la competencia a que se entregaron los partidos en sus esfuerzos proselitistas, llegaron a elaborar paulatinamente seductores programas de gobierno, más o menos modernizados, como carteles o “idearios” para atraer a las masas a su seno.
Así, el Partido Liberal, reorganizado en 1911, elaboró un excelente programa redactado justamente por el doctor Eusebio Ayala, en el que se contemplan prolijamente los problemas agrarios, económicos, monetarios y sociales con amplitud de vistas. Algo, por el estilo, han hecho los republicanos posteriormente.
No ha sido, pues, la falta de buenos programas lo que ha originado la ineficacia de dichos organismos políticos, sino sus modalidades excesivamente individualistas y personalistas que parecen constituir una tara hereditaria y étnica.
España, por sus errores políticos y económicos perdió su Imperio y no obstante las sabias, previsoras y severas disposiciones de su monumental código de “Leyes de Indias”, no consiguió evitar ni las extralimitaciones de sus funcionarios ni la explotación de los indígenas. Algo parecido ha ocurrido también en la vida de las nacionalidades que surgieron de sus vastos dominios americanos: la falla no ha estado en las leyes, ni en las constituciones, ni en las cartas orgánicas de los partidos políticos, sino en los demás factores ya señalados que los han llevado uno tras otro al fraccionamiento, al debilitamiento, a la ineficacia y al desprestigio, vale decir, a la anarquía, de tan ruinosas consecuencias siempre.
IV
DESARROLLO DE LOS SUCESOS DE 1936
Conjunción de fuerzas opositoras. — El ejemplo de los grandes.
Durante la guerra del Chaco y bajo el imperio ineludible de la necesidad y del peligro común, rigió automáticamente una tregua política tácita, tanto de las fracciones liberales, que llegaron a proclamar su unificación, como de los opositores; pero una vez terminada la lucha, amenazaban estallar de nuevo las disensiones.
Paralelamente a esto, asomaba el serio problema del nuevo período presidencial, en torno al que se concentró la atención de los dirigentes y se descuidó el campo militar, dejándolo librado al juego y a la acción de los diversos elementos adversos que lo trabajaban, cada uno por su lado, ya desde los campamentos.
La prédica de todos los descontentos, antiguos y nuevos, de los distintos sectores, enemigos declarados o encubiertos de la situación, se intensificaba en el seno del elemento militar y bajo el nombre de “ex - combatientes” y de “reservistas”, empezaron a organizarse dos grupos que, coincidiendo en la finalidad de derrocar al gobierno constituido, diferían, sin embargo, en su programa, pues el uno era de tendencia extremista y estaba en contacto con agentes y métodos de esa índole, y el otro, presidido por el propio coronel Franco, era nacionalista; y como este jefe era un factor importante para la unidad de acción, se logró reunir a ambos grupos, al menos aparentemente, bajo una sola comisión directiva provisoria, ya en vísperas de los sucesos de febrero. Los estudiantes y obreros eran un complemento de los primeros. En cuanto al “campesinado” que también se invocaba, no llegó a organizarse ostensiblemente.
Tampoco faltaba el ejemplo de los grandes países, de Europa y aun de América. Las convulsiones y cambios ocurridos en Rusia, Italia, Alemania y la misma España con el gobierno dictatorial de Primo de Rivera primero y luego con el derrocamiento de la monarquía y el establecimiento de la república con tendencias izquierdistas, tuvieron honda repercusión en los países latino americanos, como Méjico, Cuba, Perú y Chile, y aún el Brasil donde casi simultáneamente estalló una intentona de ese carácter. Por lo que hace a la Argentina, estaba fresco el recuerdo de la prisión y confinamiento de los expresidentes radicales Irigoyen y Alvear, con grave desmedro para la autoridad de sus grandes figuras políticas y el consiguiente desprestigio de los partidos que habían gobernado hasta entonces.
No puede negarse que estos ejemplos de los países mayores influyen sobre los pequeños que observan y recogen sus lecciones, buenas o malas, y tratan de imitar y de implantar sus métodos. No en balde se ha dicho que el ejemplo viene de arriba.
El caso argentino del 6 de setiembre de 1930, fue expresamente mencionado como análogo para explicar el estallido revolucionario en el Paraguay, aun cuando sus móviles fueran diferentes.
Las escasas fuerzas militares que permanecieron fieles al Gobierno, se veían en el duro caso de tener que enfrentar a los que habían sido sus ex camaradas de la víspera en los campos del Chaco y prefirieron rendirse sin mayor lucha. La sola policía, escasamente equipada y con elementos muy inferiores, no podía prolongar una resistencia estéril. Tal fue el desarrollo fulminante de los sucesos cuyos detalles son harto conocidos para que haya necesidad de volver a exponerlos.
V
EL NUEVO GOBIERNO REVOLUCIONARIO
Sus tendencias, divergencias e integrantes.
El nuevo Gobierno que surgió del movimiento armado del 17 de febrero de 1936, a los pocos días de firmarse y festejarse jubilosamente el protocolo adicional de paz del 21 de enero de dicho año, suscripto en la capital argentina tras laboriosas negociaciones, no fue preparado, como otros, por los partidos tradicionales, si bien arrastró a diversos grupos, y entre éstos, a la Liga Nacional Independiente, de más reciente formación y aun escaso elenco partidario, que estuvo ya en contacto con una anterior intentona del entonces mayor Franco contra el gobierno del ex-Presidente Guggiari.
El conglomerado revolucionario que participó en la nueva situación, estaría compuesto de los siguientes grupos:
a) Jefes militares y oficiales reservistas, con Franco a la cabeza, como Presidente provisorio;
b) Liga Nacional Independiente, representada en el nuevo gobierno por su presidente, el Dr. Juan Steffanich como Canciller y Ministro interino de Guerra;
c) Colorados, representados virtualmente por el Ministro de Agricultura, Bernardino Caballero;
d) Ex-cívicos, como los hermanos Freire Esteves, Ministros del Interior y de Hacienda, compañeros también de Franco (y con él emparentados) en su anterior intentona.
e) Ex - combatientes.
f) Estudiantes, representados en el nuevo gabinete por el Ministro de Justicia e Instrucción Pública, Dr. Anselmo Jover Peralta;
g) Obreros y campesinos.
Los cuatro primeros grupos son tildados por los restantes de no ser propiamente revolucionarios, en el sentido amplio que ellos dan al vocablo, sino transaccionistas y nacionalistas, y algunos hasta “fascistas”.
Así, del propio presidente Franco han llegado a decir que tuvo que capitular ante sugestiones extrañas al movimiento revolucionario y disponer entre otras, la deportación de caudillos comunistas (Creydt, Barthe y Cañete) y la promulgación del Decreto - Ley Nº 152 que obstaculiza la propaganda y la organización de algunos de los grupos referidos.
De Stefanich recuerdan sus anteriores vinculaciones con el capitalismo, como ex - abogado del Banco El Hogar Argentino, no obstante su renuncia a dicho cargo al ingresar al gobierno, y se ha llegado a conjeturar que, sería el primer sacrificado en caso de conflicto con los colegas, y parece ser que, en efecto, fue el primero que tuvo que presentar dimisión, aun cuando no le fue aceptada.
De Caballero dicen estar vinculado a uno de los viejos partidos, y a los Freire Esteves se les sindica como de tendencias fascistas y personalistas, también extremistas a su modo.
De todos estos nuevos grupos, el único que había empezado a organizarse como partido en embrión era la Liga Nacional Independiente, con elementos de selección, aunque sin haber llegado a hacerse aún de pueblo, por lo que lo han llamado “cabeza sin cuerpo", y su misma semiaristocracia selectiva le alejaba un tanto de las masas, cuya preponderancia no fomentaba tan abiertamente.
El grupo de ex - combatientes, designación bastante vaga, abarcaría todos los ex - movilizados, entre los cuales hay un poco de todo: estudiantes, obreros, paisanos y hasta liberales y colorados de diversos matices.
En lo que todos concuerdan es en que el nuevo Gobierno, aun cuando se dice “popular”, carece de un partido propiamente dicho, como no sea esta masa amorfa, de consistencia aun problemática, cada uno de cuyos componentes pretende atribuirse, sin embargo, un papel decisivo o predominante en el movimiento.
De ahí la necesidad en que se ha visto de contener impaciencias y de procurar hacerse de un partido por decreto, para lo cual ha empezado por declarar, identificado al movimiento revolucionario con el Estado, concepto también vago y elástico, aunque de evidente cuño totalitario, según el cual podría hasta sostenerse que los que no son revolucionarios o adherentes, no estarían dentro del Estado o tutelados por éste, quedando excluidos de todo derecho, incluso los del voto, de reunión, de prensa y propaganda, etc.
Si no existe un partido orgánico en torno al nuevo Gobierno, menos puede haber un programa común, a cuya obediencia y cumplimiento deban amoldarse los actos de sus componentes y simpatizantes.
Todo lo que en este sentido se ha hecho y dicho no pasa todavía de la región nebulosa de las proclamas y de las promesas, y de algunos anuncios de reformas que necesitarán en su hora la piedra de toque de la práctica para saber si se trata de meras fantasías o de simples palabras que con frecuencia se olvidan o se ven desmentidas por los hechos.
Lo que puede decirse es que estos estados de incertidumbre son propensos a las extralimitaciones de los más audaces y a los extravíos de los fanáticos, que nunca faltan en tales casos, y en modo alguno pueden ser apropiados para atraer los brazos y los capitales que el país necesita premiosamente, a despecho de todas las fraseologías e ideologías, dado que ningún gobierno patriota cotidianamente cuerdo puede pretender edificar nada estable con prescindencia de esos factores esenciales y a base de la despoblación y de la ruina de las nacientes industrias, máxime en un país de muy escasa y aún mermada población y donde en realidad no hay fortunas y menos clases plutocráticas.
VI
PERSPECTIVAS DEL FUTURO INMEDIATO
Medidas drásticas — Gravedad de los problemas pendientes.
Dados los antecedentes, múltiples y complejos, de este movimiento, la forma como ha surgido y los elementos que integran su elenco directivo, tampoco es fácil establecer cuál será su orientación definitiva y la eficacia de su acción.
No sólo no se tiene aún un programa definido, o tan siquiera puntos de vista uniformes, aceptados por todos los que en aquél participan, sino que estos mismos carecen de experiencia en la difícil ciencia del gobierno, como carecen de un punto de apoyo firmemente basado en una entidad orgánica, medianamente responsable.
Si en 1870 no había pueblo para asimilar y aplicar los postulados de la nueva Carta Magna, en 1936 tampoco existe sino este conglomerado heterogéneo por lo que se trató de formar improvisadamente, hasta por decreto, un simulacro de partido — inocuo como todo simulacro —, a base de la anulación total de las fracciones políticas preexistentes y de la prohibición de toda actividad, en forma no menos totalitaria.
Y así se tuvo que comenzar con medidas drásticas, como ser: la disolución de los tres poderes del Estado; la prisión o deportación de casi todos los miembros prominentes del Gobierno depuesto, empezando por el Presidente y el Mariscal de la Victoria; el confinamiento de gran número de meritorios militares y civiles; la ocupación de todos los órganos de prensa para utilizarlos como cosa propia en la propaganda a favor de diversos sectores; la consiguiente su-presión de todo control y de toda crítica adversa; la deportación de algunos elementos extremistas al día siguiente de haber sido recibidos jubilosamente en palacio; el cierre ulterior de algunos órganos revolucionarios; la prohibición a los partidos políticos y a aun a ciertos grupos revolucionarios, de organizarse en entidades autónomas, habiendo originado algunas de estas medidas los primeros descontentos y resistencias y hasta acerbas censuras de ciertos sectores al Decreto - Ley ya mencionado y particularmente al Ministro del Interior.
En medio de todo esto, llama la atención que después de varios meses, no haya podido proveerse aún la cartera de guerra, y ello tratándose de un movimiento encabezado por militares y que ha tenido el carácter indiscutido de un levantamiento de tropas armadas, erigidas por sí y ante sí en suprema autoridad plebiscitaria.
Así, pues, ante la evidente gravedad de los problemas políticos, económicos, sociales y hasta internacionales de la hora presente en el Paraguay, no se ve todavía en sus nuevos dirigentes la cohesión necesaria para abordarlos con éxito y, antes bien, han empezado a surgir disidencias que llegaron a originar la renuncia del Canciller, seguida, a lo que parece, de una crisis total de gabinete, la cual, a estar a los anuncios publicados, ha quedado solucionada al menos transitoriamente.
El consenso general, dentro y fuera del país, es que se presentan serias dificultades prácticas al nuevo gobierno y que si éste no logra desenvolverse normalmente, unificando y consolidando su acción, definiendo su programa y ofreciendo garantías efectivas de orden, de seriedad y de estabilidad, se verá en el caso de seguir apelando a las medidas drásticas que van encaminadas a una franca dictadura (6).
Por el momento, el país camina al borde peligroso de la anarquía y muchos temen que este estado inorgánico y de régimen discrecional pueda prolongarse mucho tiempo sin lograr encarrilarse por nuevas vías constitucionales, con muy ingratas y desfavorables perspectivas para la economía nacional, amén del serio peligro exterior que entraña la desarticulación general y de las propias fuerzas armadas ante la subsistencia de las cuestiones que llevaron a la guerra con Bolivia y cuya solución provisoria y a medias, es hasta ahora tan sólo un armisticio protocolizado que ojalá no degenere en nuevas hecatombes.
No se olvide que la anarquía política que siguió a la guerra del 70 hizo factible la guerra del Chaco. Que no se reincida en errores tan fatales.
La anarquía y la desorientación de los partidos dominantes han sido la triste consecuencia de no habérseles formado en la verdadera escuela de la democracia, turnándolos en el ejercicio del poder público y entrenándolos así en las delicadas y complejas funciones del mando. Esto presupone, ciertamente, una gran disciplina y preparación cívica de las masas y, sobre todo, una mayor de los ciudadanos llamados a dirigirlas desde el gobierno y aún desde la oposición.
Es obvio que tal grado de educación no puede lograrse de la noche a la mañana y menos bajo el régimen de los absolutismos absorbentes o de las dictaduras partidarias entronizadas en el poder con pretensiones de inamovilidad.
Asunción, Noviembre de 1936.
NOTAS
(1) Así era en la época a que se refiere este resumen. (N. de los E.)>
2) Casi todo el patrimonio privado formado en el Paraguay con penosos sacrificios, ha desaparecido o ha emigrado a la Argentina, incorporándose a su economía, en busca de mejores y más seguras inversiones.
En cuanto a la moneda, el cambio con la argentina ha llegado al 77 c/legal y más por 1 m/a, sin que lo haya mejorado el paliativo del “guaraní”, que equivale a $ 100 c/legal. (N. de los E.),
(3) Es cabalmente lo que ocurrió en el Paraguay y Bolivia. (N. de los E.).
(4) Esto también se produjo en 1940. (N. de los E.).
(5) Entonces existía aún el "Commitern”, disuelto con posterioridad (N. do los E.).
(6) Los hechos ocurridos poco después corroboraron elvaticinio. No obstante el pomposo rótulo de “Unión Nacional Revolucionaria", la disolución del conglomerado se produjo muy pronto. El representante del coloradismo en el gabinete, Dr. Caballero, que pretendía nuclear el movimiento en torno a su partido, no pudiendo lograrlo, conspiró y, descubiertas sus maquinaciones, fue alejado. Análoga suerte cupo a los ministros Freire Estoves y Jover Peralta.
Recientemente otro de los actores principales del movimiento, el coronel Federico W. Smith, en una polémica de prensa, reveló las profundas discrepancias que se agitaban en el seno caliginoso del “febrerismo”, habiendo publicado últimamente cartas demoledoras para el coronel Franco, según puede verse en el Apéndice.
Tanto él como Freire Esteves y otros colaboradores, han exteriorizado sus protestas contra las medidas despóticas del franquismo, de que, a su turno, fueron víctimas y de las que hasta ahora se quejan amargamente.
Es más: en publicación también reciente de otro actor, a quien cupo intervención muy directa, se afirma que el anuncio del viaje del coronel Franco a Asunción tuvo que hacerse “para desbaratar la serie de contragolpes y acomodos que se fraguaban entre los autoconvidados al festín revolucionario y para tranquilizar a la opinión amiga”, y que en consecuencia, “fue preciso inventarle una proclama conteniendo lo que se dio en llamar “programa Franco” — es su propio redactor quien ahora revela estas curiosas intimidades — y que para ello tuvieron que “lanzar bajo su firma un documento con compromisos de realizaciones patrióticas que ignoraba el coronel Franco”.
Agrega al respecto lo siguiente: “Al gestionar su edición en un volante por la imprenta de La Nación (el órgano de la Liga Nacional Independiente), se me advirtió que se denunciaría que el documento era apócrifo”, no obstante lo cual “se le dio una amplia y urgente difusión en las fuerzas armadas, el estudiantado, y sobre todo entre los ex combatientes” que, por lo visto fueron todos engañados en esta forma.
Cumplido este objeto —prosigue el autor— “este manifiesto incómodo fue sustituido por la famosa acta plebiscitaria, etc., rechazada por jefes militares y civiles cuando se la presentó al principio, e impuesta después por el mismo coronel Franco (otra simulación, por lo visto) al hacerse cargo del gobierno”.
No es posible pedir más claridad ni amplitud en la confesión. (N. de los E.)
SEGUNDA PARTE
DIEZ AÑOS DESPUÉS
I
MÁS COMPLICACIONES
Las reflexiones que trasuntan las precedentes líneas fueron trazadas en el período del gobierno que advino en el Paraguay el 17 de Febrero de 1936 con el manoseado título de “revolución paraguaya”, título repetido después por el que inauguró el infortunado mariscal Estigarribia y, una vez más, por su sucesor.
Está visto que en el Paraguay la frase ha entrado de moda y se la repite como slogan político desde entonces hasta hoy. En los últimos tiempos, las revoluciones no las hacen los partidos opositores sino que los mismos gobiernos se jactan de patrocinarlas y ejecutarlas a su manera, a su gusto y paladar, cumpliendo al pie de la letra aquello de “yo me lo guiso y yo me lo como”.
En la accidentada década transcurrida desde entonces se han producido, entretanto, tales novedades y complicaciones, internas e internacionales, que hoy sería útil hacer conocer estos apuntes a las nuevas generaciones, dado el manifiesto interés que se advierte en extraviar su juicio y arrastrarlas por los precipicios del error.
Los hechos producidos al poco tiempo de trazados aquéllos, han venido a corroborar los augurios nada halagüeños con que finalizaban. A esto cabe agregar la caudalosa experiencia recogida en estos diez años durante los cuales a los problemas y complicaciones de la postguerra del Chaco han venido a sumarse, agravándolos, los de la postguerra de la nueva conflagración mundial que le siguió de cerca y, como eco lejano de todo ello, los resabios de nuestra propia postguerra del 70 que se entremezclan con fines puramente partidistas a los de la actualidad, como si no fueran suficientemente arduos por sí solos para enconarlos más todavía.
Por todo ello se han completado dichos apuntes con los de esta segunda parte, máxime cuando acaba de surgir la iniciativa de un nuevo simulacro de “Concentración Revolucionaria Febrerista” con remiendos y pretensiones de nueva entidad en el escenario político nacional, a base de lo que ya era un ensayo fracasado.
Y así, con simulacros superpuestos, con falsedades inauditas, con mentido fervor democrático se está tejiendo una maraña de embustes que mal pueden llevar al país a puerto de salvación.
Al precedente del “franquismo” que fue de suyo un experimento bastante desastroso, efectuado antes de cicatrizar siquiera las graves heridas de un pueblo inmolado en una guerra de exterminio, se pretende agregar este injerto que hace recordar lo trágico que resultó para el castigado Paraguay el “jarismo”, con sus contubernios multicolores que aspiraban a dar apariencias de gobierno a la caleidoscópica sucesión de apetitos incontrolados y de mandatarios funambulescos.
Un gran estadista argentino, el Dr. Carlos Pellegrini, emocionado ante la promisoria resurrección del Paraguay, trazó el año 1890 juicios alentadores en un artículo célebre titulado “Veinte años después”. Por desgracia, no se puede decir lo mismo al trazar ahora estos apuntes complementarios “diez años después” del terremoto político que siguió al sismo del Chaco.
Pareciera que, tras lecciones tan rudas y dolorosas, nada se ha aprendido y nada se ha avanzado en el terreno de la moral política y de la verdadera democracia, cada vez más contaminada con los virulentos detritus de esa mezcla de anarquía y demagogia en que predominan instintos exaltados por los desplantes lamentables de sedicientes o sediciosos conductores, con ansias de predominio a cualquier precio.
(N. de tos E.: Sigue después el autor).
II
UNA GRAN FIGURA DESVANECIDA
Para colmo del infortunio, aquéllos en quienes más podía confiar el país y con cuya leal y patriótica colaboración tenía derecho a contar el pueblo paraguayo, fueron los primeros en abandonarla y en traicionar la alta misión de que fueran investidos.
Queremos referirnos en este capítulo a otro factor que ha contribuido a conducir al país al estado de postración institucional en que se halla sumido. Y al tocar este punto, es inevitable recordar la desairada y extraña actuación del Mariscal Presidente, generalisimo José Félix Estigarribia, ungido con las máximas distinciones, dentro y fuera del país, y luego con la primera magistratura por el mayor número de sufragios que han acusado en tiempo alguno los comicios en el Paraguay, lo que se explica dada su culminante actuación en la campaña militar, el obligado alejamiento de que fue víctima y luego su no menos destacada participación en la firma del tratado definitivo de paz, cuyo aniversario es siempre recordado y celebrado.
Nadie como él tenía el apoyo de civiles y militares, salvo contados grupos, para haber realizado una obra eminentemente reparadora y de afianzamiento institucional. Llevado al gobierno bajo los auspicios del Partido Liberal que había recuperado el poder en agosto de 1937; respaldado por él y por toda la nación, por el Parlamento, por el Ejército y por su personal prestigio, jamás mandatario alguno estuvo en condiciones tan ventajosas y excepcionales para iniciar un período de verdadera reconstrucción nacional, sin ataduras partidistas y sin distinción de banderías.
Un fatal destino parece haberlo apartado súbitamente de su alta misión. Fueron tales y tan graves los desaciertos en que incurrió en poco tiempo, que ha llegado a formularse sobre él este juicio lapidario: cuando los mismos gobiernos “de facto” buscan legalizar su situación y encarrilarse por las normas legales, el Presidente Estigarribia ofrece en la historia de estos países, el desconcertante caso de un gobernante constitucional, rodeado de tan favorable ambiente que prefirió renunciar a su elevada jerarquía legal y convertirse en gobernante “de facto”.
Es más: llevó su precipitación y su error a imponer apresuradamente por su sola voluntad una nueva Constitución después de la disolución “automática” del Parlamento, designando, al efecto una simulada comisión redactora, sin las consultas ni los estudios previos indispensables en tan importante materia, y sin adoptar o escuchar siquiera su dictamen, y de tal modo puso en vigencia una nueva Carta política, sin Convención constituyente como lo había dispuesto poco antes (Decreto Nº 1077 del 27 de abril de 1940) y mediante simple Decreto-Ley (Nº ,2.242 de 10 de julio idem), aprobado pro forma por otro simulacro plebiscitario.
Y como para completar la obra prometida de restauración institucional, poco después se declaró por sí y ante sí (sin necesidad siquiera de decreto esta vez) Dictador absoluto, previo amordazamiento de prensa (esto por decreto), nuevos pasos, todos ellos en la fatal pendiente del desprestigio y de la dictadura, ya confesadamente implantada por un úkase, redactado al estilo de los Monarcas absolutos.
En esta forma el laureado Mariscal que ya llevaba sobre sus espaldas la falta inicial de tino de haber aceptado una pensión graciable desproporcionada que causó general extrañeza, se hizo un voluntario hara kiri político, abriendo las válvulas a las invectivas y las recriminaciones, cuando bien pudo haber aplacado su fuego devorador y salvado al país de una nueva recaída.
El Mariscal Estigarribia repitió así, en forma más grave aún, el triste atentado del primer Presidente contra la Constitución nacional, pues cuando menos éste no osó derogarla.
El Partido Liberal, que había propiciado esta elección, retiró su concurso al Presidente Estigarribia tan pronto como éste le anunció sus propósitos para los que le pidió apoyo.
Minado en poco tiempo su prestigio y hasta criticado por actos de descortesía internacional y por medidas de carácter personal autoritario, es fama que su inminente deposición manu militari estaba ya resuelta cuando un accidente fortuito puso trágico fin a su autoridad declinante.
De otros pudiera decirse que no es dable pedir peras al olmo. Mas, tratándose de un hombre público de su talla, la patria tiene derecho de exigir otra conducta y otros ejemplos.
No hacemos su proceso. Anotamos impresiones y juicios, que tal vez a muchos puedan parecer severos; pero el Mariscal Estigarribia, por sus antecedentes y las circunstancias en que le fue confiada la dirección de los destinos nacionales, tenía más que ningún ciudadano y magistrado el deber indeclinable de estar a la altura de esos antecedentes y de esa máxima confianza de que había sido objeto y, sobre todo, de llevar al país que le había colmado de honores excepcionales, como a ningún otro de sus hijos, al alto nivel que también como ningún otro merecía.
Victorioso como militar, Estigarribia fracasó rotundamente como político. Es deplorable la tendencia que se advierte en los militares elevados a altas funciones directivas a manejarse desde ellas como en los cuarteles, con voces de mando creyendo que todos están obligados a obedecerles ciegamente, sin reparar en frenos legales o constitucionales no autorizan tales procedimientos.
Las consecuencias de semejante obsecación pesan después dolorosa y largamente sobre los pueblos aherrojados, víctimas expiatorias de estos monstruosos desmanes.
III
FACTOR NUEVO: LA IDEOLOGIA TOTALITARIA
Aun cuando no puede afirmarse con rigurosa exactitud que el totalitarismo sea un factor nuevo en estos países, que lo han conocido y sufrido en carne propia y en forma muy cruel desde sus orígenes nacionales, en cambio, su sistematización por los dirigentes de las grandes naciones europeas en estos últimos tiempos ha contribuido a darle relieve y difusión haciendo surgir en nuestro continente imitadores, manifiestos o embozados, sobre todo, entre los elementos predispuestos a tomarlos como modelos para cohonestar sus objetivos y procedimientos.
A este título, cabe intercalar esta digresión que explica por sí sola muchos de los aspectos y sucesos de este período de nuestra post guerra.
Muchas personas se sorprenden y se asombran de la aparición o supervivencia de característicos focos nazi-fascistas más o menos virulentos en diversos países sudamericanos, en algunos de los cuales han logrado peligroso desarrollo y arraigo y sobreviven al doble desastre de dos guerras: las del 14/18 y del 39/45.
Llama especialmente la atención que cuando en Europa, Asia y África han sido totalmente vencidas y destruidas las hasta ayer poderosas fuerzas del nazifascismo, pereciendo trágicamente sus implantadores y caudillos principales y estando procesados sus cómplices y secuaces bajo el peso de acusaciones contundentes que, más aún que a los culpables, incriminan al régimen que pretendieron imponer al mundo, aquí en este continente llamado “tierra de libertad” subsistan ideologías y organizaciones que llegaron a adquirir gran predicamento, incluso en el seno de algunos gobernantes y preponderantemente en la clase militar, organizaciones de neto cuño nazifascista, camufladas bajo el disfraz de inofensivos centros culturales, de beneficencia, deportivos, etc., aparte de los más poderosos de la banca, la industria y el comercio de ese sector, con el no disimulado proyecto de dominar estos países a base de sus métodos, de su prédica y elementos inspirados en la odiosa Gestapo.
El fenómeno, por absurdo y extraño que parezca, tiene, sin embargo, explicación, habida cuenta de su largo proceso preparatorio. La siembra, en efecto, ha sido persistente y prolongada y en algunos casos alentada por dirigentes o ambiciosos políticos ilusionados por programas falaces o extraviados por su miopía, cuando no guiados lisa y llanamente por sórdidos intereses personales de predominio, contribuyendo así a favorecer la germinación de la mala semilla con la esperanza de recoger óptimos frutos, a expensas del país.
Recuérdese que ya antes de la primera guerra mundial el prestigio militar del prusianismo, verdadero Deus ex máquina de todo el sistema, se había consolidado considerablemente después de su resonante victoria del 70 y era tenido como formidable poder invencible, juzgándose, en cambio, despectivamente a las democracias (Norte América, Inglaterra, Francia, Bélgica, etc.). Bajo el influjo de esta obsesión predominante, varios de estos países, llevados de tales prejuicios y del propósito de hacerse también fuertes organizando planteles de ejércitos modernos o modernizados, contrataron misiones e instructores alemanes, enviados oficialmente, mientras por otro lado se mandaba allá jefes y oficiales a completar su preparación militar o efectuar adquisiciones de elementos bélicos, jefes y oficiales que eran fatalmente absorbidos y contagiados por el ambiente guerrerista y regresaban llenos de admiración para sus maestros e imbuidos del espíritu de superioridad que se les inculcaba, juzgándolo superior a todo lo hasta entonces conocido.
Puede decirse que en este sentido el general Körner en Chile fue un verdadero precursor y dejó huellas no sólo en dicho país, sino en otros del continente. Atraídos por el prestigio de tan descollante figura, como los insectos por la luz, fueron allá jóvenes oficiales de otros pueblos sudamericanos, entre ellos un grupo destacado del Paraguay, varios de cuyos componentes pasaron después a Berlín. No tardó en actuar también en él una respetable misión militar alemana presidida por el mayor von Leichnitz que dejó igualmente profundas raíces, no obstante haber tenido que regresar al estallar la guerra del 14, seguros sus miembros de llegar a destino, como llegaron en efecto, y sobre todo, del triunfo de sus armas, en lo que fallaron.
A este respecto, es digno de mención un episodio sugerente. Numerosas personas, jefes y amigos, acudieron a despedirlos a su partida de Asunción por tren y, como se previniera a su jefe que, según noticia recién llegada y aún no publicada en la prensa local, Gran Bretaña había entrado en la guerra a favor de Bélgica y que, por tanto, les sería difícil el viaje, von Leichnitz contestó sonriendo y ufanándose de una gran seguridad, como si estuviese en posesión de un gran secreto político - militar, que tal noticia no podía ser cierta, pues Inglaterra no estaría jamás contra Alemania. Tal era la convicción de su superioridad.
Algún tiempo después de la victoria aliada, dicha misión fue reemplazada en el Paraguay por una francesa no menos nutrida, y últimamente había también una argentina, presidida por el coronel Schweitzer hasta producirse la guerra del Chaco, mientras en Bolivia actuaba igualmente una misión militar alemana, encabezada por el general Hans Kundt, reemplazante allí del famoso capitán Roehm, alter ego de Hitler.
En la Argentina actuaba en 1914 el mayor von Fanpel como profesor en la Escuela Superior de Guerra, quien regresó después de la primera contienda mundial, ya con el grado de general y como consejero militar del ejército argentino.
Vuelto a Alemania para dirigir el vasto movimiento de preparar el avasallamiento de este continente, lo reemplazó en la Argentina el general Günther Niedenführ, agregado militar a la vez de la Embajada de su país en las capitales argentina y brasileña, con la cooperación de los entonces coroneles germanos Wolff y Kriesche, contratados por el general Juan Carlos Sanguinetti, siendo éste agregado militar en Alemania entre 1935 y 1937.
Otro jefe alemán, el mayor R. L. Berghamer, era instructor militar en el ejército del mencionado país y adscrito, como los anteriores, al nombrado agregado militar de la Embajada alemana en Buenos Aires, General Niedenführ.
No es menester describir la vasta maquinaria que el Reich llegó a montar en la Argentina y algunos de cuyos pormenores son del dominio público desde que fueron puntualizados por datos y denuncias de las naciones aliadas y hasta pudieron documentarse en parte en una investigación parlamentaria y los expedientes judiciales formados en consecuencia.
Donde no hubo misiones o instructores militares, no por eso dejó de actuar en análogo sentido de expansión y de dominación la política del Reich, como en el Uruguay, el Brasil y otros países donde se registraron similares tentativas de penetraron absorbente.
Lo más curioso, aunque también lo más lógico en el caso, es que toda esta turbia política y envío de misiones militares germanas a estos países, a pretexto de hacerlos fuertes, tenía en vista, en realidad, el interés de debilitarlos al estimular entre ellos rivalidades y fomentar el choque de unos con otros o en todo caso, ponerlos al servicio de sus propios objetivos. La guerra del Chaco fue evidentemente dirigida a la finalidad capital de afianzar el predominio alemán en pleno centro del continente, contando, como pan comido, con el avasallamiento del Paraguay.
Véase, pues, como la semilla nazifascista trasplantada a estos países prendió, arraigó y se reprodujo rápidamente como cizaña, a base de una prédica intensa dirigida desde las centrales alemanas a través de sus Embajadas y múltiples organizaciones de todo orden.
A despecho de la derrota sufrida por los “invencibles” en 1918, producido el advenimiento del hitlerismo, éste empezó a robustecer su propaganda con una sistemática campaña contra el “imperialismo” norteamericano, aprovechando para ello algunos errores políticos de anteriores gobernantes estadounidenses (después totalmente rectificados por su gran Presidente Roosevelt, pero que dejaron rescoldos difíciles de extinguir de inmediato), y contra el “capitalismo” anglo - yanki - ruso (!).
Simultáneamente se fomentaba el “nacionalismo” más agudo, en estrecha conexión con el “militarismo”.
En este caldo de cultivo preparado cuidadosamente durante muchos años, el virus inyectado sin descanso tenía que producir una infección aguda cuyas consecuencias hubieran sido catastróficas para todas estas Repúblicas, que se proponían tomar a su debido tiempo “por teléfono” de no haber triunfado la causa de la libertad y de la democracia encarnada en la defensa tesonera y heroica de las naciones aliadas.
IV
EL CASO DEL PARAGUAY
Como complemento ilustrativo de los antecedentes que han quedado anotados, no será ocioso señalar algunos episodios reveladores del nefasto influjo que la penetración alemana alcanzó en el Paraguay donde formó igualmente un importante foco de actividades, en íntima conección con el plan general trazado para todas estas naciones, mencionando de paso como derivación funesta las deprimentes consecuencias que aquélla ha tenido y sigue teniendo en la perturbada vida política del país, con sus repercusiones inevitables sobre las garantías y-libertades ciudadanas y en el bienestar general del pueblo.
El primer plantel para el ejército y la marina del Paraguay se había formado en la Argentina, siguiéndole al poco tiempo, el envío de otro grupo a Chile donde estaba vivo el prestigio de la organización militar implantada por el general alemán Körner, según queda dicho. Demás es agregar que los que se formaron en el país trasandino, regresaron llenos de fervorosa admiración por la escuela de que procedían, donde no se ocultaba su rivalidad con la escuela argentina, y pregonaban al unísono sus excelencias y superioridad sobre ésta, hasta en las voces de mando, mentalidad reforzada luego con la ida de varios de los allí egresados a seguir los estudios de su ramo en la misma Alemania.
Aun cuando ambos núcleos coincidían en la urgente necesidad de modificar fundamentalmente los primitivos y rutinarios cuarteles y la enseñanza militar en el Paraguay, para formar un plantel de tropas en consonancia con los adelantos alcanzados y las posibilidades del país, para lo cual hasta lucharon juntos varios de los componentes de uno y otro grupo en la campaña revolucionaria de 1904, pronto surgieron entre ellos discrepancias y choques originados en buena parte por sus diferentes tendencias, métodos, educación y conceptos de que estaban imbuidos y hasta por rivalidades profesionales. Estas diferencias que ya habían empezado a manifestarse en forma alarmante en el curso de dicha campaña, llegaron a tener pronto gran repercusión en la vida política del país y en sus destinos ulteriores.
Fruto de ese ambiente fue el surgimiento y encumbramiento del atolondrado coronel Albino Jara (uno de los formados en Chile), y los sangrientos sucesos del 2 de Julio de 1908 (derrocamiento del gobierno del general Ferreira), y los de 1911, en que, arrebatando la presidencia al titular constitucional Manuel Gondra de quien era ministro de guerra y marina, formó un gobierno de corte totalitario y personal con el apoyo de algunos jefes y oficiales formados en la Escuela Militar organizada poco antes.
Este Jefe, de nefanda memoria, que llegó a suprimir todas las garantías, encarcelar universitarios y parlamentarios respetables, tratando de amordazar la prensa y llevarse por delante todos los frenos y conquistas de que puede ufanarse una sociedad culta, incurrió, además, en el crimen imperdonable de sacrificar a prisioneros espectables, amigos y ex - compañeros de la víspera en los campamentos y luego en el gabinete, y a ultimar heridos sacados de poder de la Cruz Roja, convirtiéndose así en un siniestro precursor del terror, que había inaugurado con Fortín Galpón.
En su alocada sed de mando pretendió infructuosamente organizar desde el gobierno un remedo de partido. Pero incurrió en tantos desmanes que al poco tiempo fue derrocado por sus propios camaradas de cuartel, aun cuando no por eso terminó el período de desquicio político y administrativo que dejaba en pos de sí, mientras él fue a vivir, o mejor dicho, a conspirar en el exterior como “deportado con sueldo”.
Fue tal el relajamiento en los grupos amorfos que había tratado de nuclear y que lucraban a su amparo, con la colaboración de algunos elementos desplazados que quedaron en la oposición, y tan grande la anarquía superviniente, que en un momento dado llegaron a actuar simultáneamente unos contra otros, tres ejércitos revolucionarios de jaristas, colorados, y radicales hasta que estos últimos lograron recuperar el poder en 1912, pereciendo Jara en uno de los combates.
Dicho está que cuando la guerra del Chaco (1932 - 1935), a su estallido actuaba en Bolivia una misión militar alemana, que no se retiró, como era su deber, en esa emergencia, presidida por el nombrado general Kundt, quien dirigió personalmente el ejército del altiplano. Este hizo en dicha campaña un ensayo en pequeño y por primera vez, de los lanza llamas y de los tanques hasta entonces desconocidos en las guerras, siendo digno de mencionar incidentalmente a este respecto que la aviación de bombardeo, entonces en pañales, se había estrenado también en el Paraguay en 1922 en ataques, por cierto infructuosos como los de aquellos otros elementos, contra el barco de guerra gubernista frente a Posadas, y luego también, y en mayor escala, en el Chaco.
El Paraguay vino a ser así como el conejillo de Indias en el que se hicieron anima vili los primeros experimentos de tan terribles elementos de destrucción y el más grave todavía de la ya entonces preparada penetración militar alemana en este continente. El fracaso del citado Jefe por el triunfo de las armas paraguayas, impidió el desarrollo de un plan más amplio en estos países, para el que se habían acumulado elementos de tal magnitud que llamaron justamente la atención en los vecinos, como bien lo demuestran las sensacionales revelaciones del eminente hombre público chileno Gonzalo Bulnes.
Como es sabido, el ensayo se repitió el año siguiente en España tu mayor escala, con el apoyo directo de Hitler y de Musolini, con trágicos resultados que son del dominio público, y poco después en Abisinia contra su indefenso Negus.
Entre tanto, las consecuencias de la guerra del Chaco para el Paraguay, y también para Bolivia, han sido la implantación en ambos de gobiernos de tipo totalitario y la exacerbación del “nacionalismo” como medida de justificación de aquéllos, con su correspondiente cortejo de persecuciones y crímenes, la disolución de parlamentos y de partidos, amordasamiento de la prensa y de la radio y otras lindezas de que disfrutan sus pueblos.
X
EL “NACIONALISMO” EN BOGA
Dados los antecedentes someramente expuestos, se explica que haya recrudecido en estos últimos años una anacrónica campaña multiforme contra los ciudadanos y los partidos, que cumpliendo indeclinables deberes de civismo, tuvieron que enfrentar los desmanes de mandones omnipotentes.
A éstos les resultaba cómodo presentarse a los ojos de sus pueblos como los salvadores providenciales, como los Mesías ungidos por ellos mismos y por sus acólitos, como los hombres superiores, fulminando contra los demás, así fuesen los más calificados exponentes de su cultura, los denuestos en boga y las diatribas bien conocidas, lanzados a modo de clisé, persistentemente, creyendo poder así impresionar a la opinión y engañar incautos para ocultar la propia insignificancia o la ausencia de cualidades elementales de estadistas en quienes apelan a tan indigno medio.
En tal forma, los motes de “traidores” y de “vende patrias” son simples escudos tras de los cuales se parapetan los déspotas de todos los tiempos y de todos los países.
En su ciega ofuscación, ni siquiera reparan en el enorme absurdo que resultaría de tener un remoto viso de verdad sus interesadas imputaciones contra sus adversarios, pues de ser éstas exactas, la nación entera ofrecería en tal caso el raro y deplorable caso de que sus hombres más preparados y sus numerosos simpatizantes no serían más que una masa vil y despreciable de traidores y de traficantes, de usureros y de expoliadores, de delincuentes y de malos ciudadanos, indignos de tal título y hasta de protección legal, a quienes sería lícito y patriótico perseguir y aun ultimar como a alimañas peligrosas.
Y bien mirado el punto, acaso sea éste el verdadero objetivo que persiguen los autores e inspiradores de prédicas tan repudiables, esto es: eliminar adversarios y toda oposición o control, justificando en esta forma, con esta mezcla de arbitrariedades y de fanatismo, sus siniestros planes personales y los atentados de lesa patria que perpetran contra las instituciones, contra la libertad, contra los que no les responden ni se instrumentan a su servicio ni los endiosan, contra la economía nacional y privada, contra los mismos derechos humanos todos, contra las garantías constitucionales y legales, contra la cultura y todo lo que constituye el acervo moral, jurídico, económico y político de un país civilizado y libre.
Definidos el verdadero carácter y la siniestra ideología subyacente en el fondo de tales propagandas a que se entregan ciertos gobernantes que se revisten de falsos ribetes legales, con que se ha pretendido implantar y encubrir más o menos desembozadamente métodos y sistemas que los convierten en simples instrumentos de un pretendido “nuevo orden”, nada de extraño tiene que se haya tratado de afianzar su predominio por el régimen del terror o de la fuerza, en que, por desgracia, cuentan con consumados maestros, apelando a las persecuciones, deportaciones, detenciones, atropellos de todo género; prensa y propaganda dirigida, radio intervenida al servicio exclusivo del oficialismo, disolución de partidos y de sindicatos, prohibición de todo medio de expresión de la opinión pública y sobre todo de censuras que impliquen contralor de los manejos gubernativos, encarcelamiento de catedráticos y de universitarios, destituciones, etc., todo ello completado con estado de sitio, tregua partidaria, decretos - leyes y otras medidas que se han visto con explicable estupor, en apoyo de un mandatario impuesto al pueblo y que se ha propuesto tranquilamente gobernar sin control ni Cámara de Representantes.
Con lo que se lleva enunciado sucintamente, es fácil darse cuenta de las proporciones y estragos que ha llegado a alcanzar el cáncer que se ha estado incubando en las entrañas de algunos organismos nacionales.
Si las medidas de fuerza enumeradas han experimentado alguna atenuación, siquiera aparente, después de la rotunda victoria de las naciones aliadas y el estrepitoso derrumbe del nazifascismo europeo y nipón y de todos sus secuaces y “quislings”, ha sido solo por virtud de la imposición moral y material de tales sucesos y por un instinto de simple conservación que obliga a simulaciones calculadas y a variar algo el modus operandi, aunque sólo dentro de ciertos límites, y sin renunciar en modo alguno a los propósitos, a los planes y a las ideologías en que estaban enrolados, tratando de cubrirse con un aparente barniz, muy superficial por cierto, de legalidad, a cada paso desmentida en los hechos.
Para ocultar sus propias lacras se disfrazan de patriotas inmaculados y hasta de demócratas (!) y recurren a la verborrea de un "nacionalismo” hueco, con una saña que revela a las claras su odio a los compatriotas que podrían hacerles sombra y un extraño “racismo” predicado y practicado no ya contra extraños sino contra los propios hijos del país.
VI
EL “NACIONALISMO” EN EL PARAGUAY
El “nacionalismo” que se esgrime en el Paraguay como arma política para cohonestar los mayores desafueros e impedir el control del partido liberal, único que, por lo visto, resulta temible al oficialismo, es una forma de campaña racial (nazismo) dirigida contra los miembros de aquél, sindicados de “legionarismo” como en otros países se emplea el mote de “judaismo”.
Para ello trata de revivir modalidades de un pasado muerto que actualizan empeñosamente, habiendo llegado a valerse de tal recurso para decretar la disolución de dicha entidad, como si las personas jurídicas, en el peor de los casos, pudieran ser responsabilidades por las faltas de algunos de sus miembros, o como si los partidos políticos pudieran ser creados o disueltos por voluntad de los gobernantes, lo que seguramente ignora el “Doctor Honoris causa” adueñado de los destinos de la nación.
De ser ello así, equivaldría a suprimir y hacer imposible toda oposición y a legalizar la dictadura que la anterior Carta política declaraba “nula e inadmisible”.
De aquí la necesidad de examinar este aspecto curioso de la conducta y de la propaganda gubernista y de hacer algunas consideraciones retrospectivas a su respecto, ya que el actual primer Magistrado, mientras por un lado reclama la unidad de la familia paraguaya y el apoyo de todos sus conciudadanos y habla de repatriación de los connacionales, en forma tan plañidera como farisaica, por otra se entrega personalmente en proclamas, discursos y giras a una virulenta campaña de difamación y de odiosidad que está muy, lejos de constituir la misión de un gobernante, en el verdadero sentido del vocablo.
Menos que nadie puede incurrir en esta aberración el Presidente cuya firma aparece al pie de la nueva Constitución en la que se lee este precepto: No está permitido predicar el odio entre los paraguayos”. (Art. 35).
Al proceder así, el titulado mandatario incurre no sólo en abierta violación de sus deberes constitucionales y de gobernante, sino en perversidad manifiesta, que es otra característica netamente nazista.
Al solo objeto de evidenciarlo mejor, van las siguientes reflexiones que no están animadas ni remotamente del propósito de vindicar a los que han incurrido en faltas de leso patriotismo y sí únicamente del de examinar su actuación pasada, tal como se ha hecho con los antecedentes relacionados con la aparición y desarrollo del nazifascismo, ya que el no respetar la Constitución y las garantías tutelares del pueblo es también otra forma de atentar gravemente contra la Patria y sus instituciones y de incurrir en el crimen de traición.
Con este criterio, se hace a continuación un breve examen que abarca los siguientes puntos: A) ambiente en que surgió el legionarismo; B) actuación que tuvo en el país a la terminación de la guerra; C) actuación conjunta de liberales y colorados; D) el “nacionalismo” de estos últimos.
A) FACTORES AMBIENTALES
La vieja polémica, llena de pasión y de diatribas, que se produjo entre los gobernantes del Paraguay del período dictatorial y los paraguayos emigrados, no lleva trazas de extinguirse, a lo que parece, y de tiempo en tiempo sus llamaradas se renuevan, propagándose aún a personas o a organismos políticos de actuación muy posterior.
Para juzgar hombres y hechos con alguna dosis de justicia, hay que tener en cuenta las características del medio y del momento, o sea, del ambiente de la época respectiva.
Bien ha dicho O’Leary, escritor que no puede ser tachado por los nacionalistas, ocupándose justamente de este tópico, que "los hombres son el producto del ambiente en que viven. No es el tirano el que hace la tiranía — dice Alberdi—, es la tiranía que hace al tirano. Nuestros grandes hombres rindieron tributo al ambiente en que se educaron. No podían escapar a una ley inflexible de la naturaleza”.
Y, a mayor abundamiento, agrega a continuación: “¿Cuál es el hombre que en la historia se sustrajo al ambiente de su época?”. (Véase Apéndice).
Lejos también de nosotros el propósito de justificar a los llamados “legionarios” cuyos errores y pasiones son notorios, anotamos el fenómeno con el único objeto de examinar cuáles pueden haber sido los móviles que los impulsaron a obrar con tanta obcecación.
Alejados del país involuntariamente casi todos, sin posibilidad de volver al suelo natal ni de dedicarse en él a actividad alguna (comercio, industria, profesión, etc.), se vieron forzados a permanecer en tierra extraña y en un medio crudamente adverso a las dictaduras, en que bullía el odio a los tiranos, empezando por el del país donde se refugiaron (Rosas), no siendo, por tanto, de extrañar que se contagiaran del romanticismo político entonces imperante que inspiraba las exacerbadas prédicas y hasta se magnificaran agravios, pues tal era el ambiente predominante, que trascendía a los mismos documentos oficiales impregnados del fanatismo que trasuntaban en fórmulas obligatorias como la bien conocida de: “¡Mueran los salvajes e inmundos unitarios!”, etc.
Es sabido, además, que la guerra civil argentina contra su Dictador se complicó con la ubicación en la capital uruguaya del centro director de la campaña, y aun con la intervención armada de Francia e Inglaterra, pues todos consideraban lo más natural valerse del apoyo extranjero para derribar al déspota.
Así surgió luego la primera triple alianza de argentinos, uruguayos y brasileños contra Rosas, a la que fue invitado también el gobierno paraguayo que le prestó simpatía, lo que nada tiene tampoco de particular dado que D. Carlos Antonio López ya había acreditado en 1846 sus emisarios ante el gobierno de la Defensa de Montevideo y se había adelantado a firmar alianza con Corrientes y enviar en consecuencia tropas contra al gobernante argentino, al mando del joven general Francisco S. López. No era tampoco la primera vez que provincias argentinas gestionaban el auxilio armado del Paraguay con el mismo objeto. Tales intervenciones estaban entonces en plena función y eran moneda corriente.
Con estos antecedentes, los emigrados paraguayos no tuvieron inconveniente en formar parte, más nominal que efectiva, en la nueva alianza contra López, llevados de lo que ellos juzgaban aunque erróneamente a nuestro entender, que era una cruzada patriótica.
Entonces no se conocía el verdadero alcance del tratado de alianza, mantenido en secreto, y solo más tarde divulgado. Lo que se decía era que la guerra no era contra el Paraguay sino para derrocar a su gobernante, tal como había ocurrido anteriormente en Caseros.
Cuando se conoció posteriormente el texto del tratado algunos paraguayos se retiraron de la Legión y otros siguieron en ella por el interés personal de salvar a sus familias y parientes a muchos de cuyos miembros pudieron recoger en el mayor grado de extenuación y de miseria. Tampoco faltaban quienes creían que no se salvaría el país de un total desmembramiento y su consiguiente desaparición si no surgía un gobierno propio después de la guerra frente a los aliados.
Algo de esto ocurrió en Francia recientemente con el Mariscal Petain, el héreo de Verdún, frente a Alemania, en un medio más evolucionado que el Paraguay de la preguerra.
Con sobrada razón ha podido decir el escritor prenombrado, insistiendo en el mismo punto: "¿Por qué hacer de la historia un pretexto para realizar campañas de odio político y de exclusivismo cerrado?”... “Digamos al mundo —continúa el mismo— que aquellos paraguayos, por el solo hecho de ser paraguayos, no pudieron venir contra su patria; que fueron engañados: que en su delirante extravío, creyeron que la guerra era contra un hombre en el que veían un enemigo irreconciliable”. (Ver Apéndice).
B) ALEGATOS DE DESCARGO
Repetimos que no nos erigimos en defensores de los “legionarios" cuya mentalidad no compartimos. Nos limitamos a reproducir a continuación algunos, entre otros, de sus alegatos con respecto a su actuación en la reconstrucción nacional, en la que colaboraron indistintamente aquéllos, con colorados y neutros.
1 — Los miembros de la legión durante la guerra tuvieron escasa participación en acciones militares, pero salvaron a muchos compatriotas prisioneros, así como a gran número de las principales familias paraguayas rescatadas por ellos de la terrible vía crucis de la “residenta” y de una muerte segura y que fueron luego el núcleo de la reconstrucción del país.
2 — Exigieron de los aliados como base para formar el Gobierno Provisorio (1869 -1870) la revisión del tratado de la triple alianza y la discusión de los derechos territoriales del Paraguay, lo que permitió salvar el Chaco.
3 — Protestaron contra la ocupación de Villa Occidental por la Argentina.
4 — Tuvieron actuación principal en la redacción y aprobación de la libérrima Constitución de 1870, en la que también participaron—justo es destacarlo— muchos colorados cuyos jefes y Presidentes, sin excepción alguna, han aceptado y hasta festejado dicha obra en todo el tiempo de su gobierno, no obstante las tiradas destempladas y transnochadas de algunos escritores que de tiempo en tiempo la suelen mencionar despectivamente, cuando en realidad, es digna de elogio, según lo han reconocido los mismos publicistas de esa filiación como el catedrático de la materia Dr. Domínguez que no puede ser tildado de “legionario”.
Si la Constitución no se cumplió siempre por tirios ni troyanos, y hasta fue arrollada y avasallada en estos últimos tiempos, no es cosa de que tengan culpa sus autores.
C) ACTUACION CONJUNTA DE LIBERALES Y COLORADOS DESPUES DEL 70
Al hablar de “liberales” y de “colorados”’ también es justo establecer una salvedad y es la de que debe entenderse que se hace con ello referencia a hombres que solo con posterioridad figuraron como jefes, directores o afiliados en los partidos de dicha denominación que surgieron recién en 1887.
Entre otros hechos, son dignos de mención los siguientes que demuestran por sí solos la absoluta falta de consistencia y de sindéresis con que se formulan los cargos rotundos y fulminantes de “traidores” y de “antipatriotas” contra determinados hombres de ese período, olvidando, en cambio, a otros como los actuales que han incurrido legalmente en dicha sanción como reos de lesa Constitución y de dictadura:
1 — No pocos de los que después fueron colorados y ocuparon importantes cargos durante el gobierno de este sector, figuraron también en la Legión Paraguaya o participaron activamente en la constitución y actuación del Gobierno Provisorio formado en 1869, entendidos con su propio jefe, el coronel Iturburu, Carlos Saguier, Félix Egusquiza y su grupo.
Entre los primeros cabe mencionar al capitán Tomás Aquino, alferez de marina Ángel Benítez, alférez Juan de la C. Giménez, Zacarías Jara (después coronel), Santos Miño (después coronel y Jefe del Cuartel de Caballería), etc., y entre los segundos a Cándido Bareiro, Juan José Brizuela, Pedro Fernández, Carmen Hermosilla, José M. Mazó, Pedro Molinas, Federico Muñoz, José Gaspar Ortellado, Zacarías Samaniego, etc.
2. Tomaron, parte al lado de legionarios, en la Convención Nacional Constituyente y en la sanción de la Constitución del 70, sindicada de obra legionaria, figurando especialmente entre los convencionales Agustín Cañete, Juan Bautista Gilí, Emilio Gilí, Pedro Loizaga, Gregorio Narváez, José G. Ortellado, Ángel Samaniego y el propio Presidente de la Convención José del R. Miranda.
3. Tuvieron activa participación, al lado siempre y al servicio de legionarios, en las maniobras para nombrar a Cirilo Antonio Rivarola Presidente Provisorio, a raíz del golpe de Estado organizado con la cooperación activa de Cándido Bareiro y de su grupo contra el Dr. Facundo Machaín, y poco después consagrado primer Presidente constitucional, justamente el que suscribió el decreto que ponía al Mariscal López fuera de la ley, y autor de otros decretos, manifiestos y proclamas contra el mismo y de quien el propio general Caballero fue Ministro.
4. Colaboraron como Ministros del Presidente Jovellanos después de haberle hecho una revolución (dos mejor dicho, en 1873 y 1874), movimientos en que actuaron asimismo legionarios junto con los jefes de aquélla (Caballero, Bareiro, etc.).
5. Colaboraron con el gobierno liberal surgido del movimiento revolucionario de 1904 que encabezó el general Ferreira, actuando dos ministros colorados en el gabinete del Presidente provisorio señor Gaona que reemplazó al coronel Escurra.
6. Colaboraron activamente en el movimiento revolucionario de 2 de Julio do 1908, que contribuyeron a precipitar y agasajaron con banquetes a su jefe, el coronel Jara, como luego cooperaron su sucesor, Liberato M. Rojas.
7. Colaboraron con los gobiernos liberales posteriores como miembros del Parlamento y como diplomáticos.
8. Colaboraron con el gobierno del coronel Franco.
9. Colaboraron con el del coronel Morinigo (hoy general).
Los colorados son políticos afortunados. A pesar de su conocido y persistente “colaboracionismo”, incluso con “legionarios”, se les exime de toda acusación y únicamente los liberales son los reprobos.
Es, sin embargo, evidente que con la misma lógica debió declararse también fuera de la ley a los “nacionalistas”.
Lejos está de nuestro ánimo propiciar semejante medida que, de puro absurda, cae de lleno en el plano de la aberración mental y de la anormalidad cerebral y política de quienes la conciben y la apoyan. De igual modo, este comentario que se hace solo como argumento “ad absurdum”, no va dirigido contra todos los componentes del partido colorado entre quienes hay personas sensatas que de seguro no comulgan con tan torpes procedimientos y acusaciones. El reza solo con los que patrocinan o secundan tan descabellada prédica para que puedan darse cuenta del contrasentido que sostienen.
D) NACIONALISTAS "INTOCABLES"
Corroborando el juicio que antecede, van los siguientes hechos que hacen ver que en el criterio de algunos, o de muchos, de los plumistas oficiales, así como hay una categoría de ciudadanos “réprobos”, hay otra privilegiada de nacionalistas “intocables”, no obstante la íntima y a veces estrecha convivencia de éstos últimos con los primeros que demuestran no pocos episodios de la vida política paraguaya, como ser:
1. Tratos, connivencias y colaboración con los auténticos miembros de la Legión o participación personal en la misma, como ha quedado evidenciado en el capítulo precedente.
2. Manifiestos y juicios de Caballero y otros prohombres que con él actuaron, contra el régimen y la persona del mariscal López que los deja muy mal parados, por cierto, ante sus panegiristas del “nacionalismo”. (Ver Apéndice).
3. Después de haber cooperado a hacer a Rivarola Presidente por dos veces, primero como Provisorio y luego efectivo, y también a Barreiro, socio político de los legionarios, llevaron en el período de su dominación, a la Primera Magistratura a tres “legionarios”: Juan G. González, general Juan B. Egusquiza y Emilio Aceval, conocido antilopista, a pesar de no haber actuado en la Legión este último, y si bien los derrocaron después, fue ya al término de su mandato o por motivos puramente electorales o internos.
4. Durante veinte años tuvieron como consejero áulico y primer Ministro de hecho a otro legionario, José Segundo Decoud, a quien llenaron de honores, y como Ministros o en elevados cargos públicos a varios otros de la misma ideología, como Federico Alonso, Mateo Collar, el nombrado González, Zacarías Jara, Eusebio y José Machaín, Ángel y Otoniel Peña, etc.
5. Los directores del partido colorado durante el largo período de treinta años de su actuación en el gobierna jamás se acordaron de reivindicar la memoria del Mariscal López cuando nada les hubiera costado hacerlo, teniendo en sus manos el poder para ello y, sobre todo, cuando habían sido sus compañeros hasta Cerro Corá.
6. Así como entre los colorados y en su gobierno figuraban no pocos “legionarios”, del propio modo, entre los fundadores del partido liberal había también muchos que actuaron en el ejército patrio, como el mayor Eduardo Vera, Manuel Avila, Adolfo Saguier, Pedro V. Gill, Octaviano Rivarola, Cirilo Solalinde, coronel Florentín Oviedo, J. Guillermo González, Marcelino Rodas, Antonio Taboada, Juan A. Aponte, Antonio Zayas, Manuel I. Frutos y muchos más, no faltando tampoco entre sus escritores lopistas declarados, todo lo cual evidencia que la clasificación que se estila hacer, es arbitraria y la dictan intereses puramente políticos de los que se esfuerzan en revivir los anatemas y enconos de tiempos pretéritos, que los mismos Jefes fundadores del coloradismo, con mejor criterio, trataron de olvidar y como el propio O’Leary, “pontífice máximo del nacionalismo” como se le llama, ha preconizado. (Ver Apéndice).
7. Cuando a fines de 1897 surgió la célebre denuncia de “anexionismo” formulada por Juan Silvano Godoy contra el Ministro de Relaciones Exteriores colorado José Segundo Decoud, y fue llevada aquélla a la Cámara de Diputados, que la desestimó, por la mayoría colorada, hizo la defensa del acusado, no un liberal, sino el Dr. Manuel Domínguez como miembro informante de la comisión especial y sus discursos de entonces figuran como parte de sus tesis doctoral que versó sobre la “Traición a la Patria", cuya lectura es recomendable a los libelistas del tema.
Y cosa singular: el celoso “nacionalista” denunciante, no era colorado, ni tampoco los que trataron de rebatir al Dr. Domínguez y sostener la acusación, Dres. Audivert, Báez y sus colegas, diputados Caballero, Insaurralde y Soler, todos liberales y antianexionistas.
8. — Ocurrió también en esa época la grave escisión en el coloradismo entre “caballeristas” y “egusquicistas”, plegándose a este último grupo numerosas figuras calificadas del partido (Arrúa, Bogarín, Corvalán, los Chaves, Dr. Domínguez, los hermanos Mazó, Guillermo De los Ríos, E. Mongelós, F. R. Moreno, J. E. Pérez, R. Silva, P. Zelada, etc.) en apoyo de un legionario que acababa de dejar la Primera magistratura, el general Egusquiza, jefe de dicho movimiento, y del sucesor señor Aceval.
En el periódico “El Progreso”, órgano de este grupo y cuyos directores eran Domínguez y Moreno, pueden leerse sabrosos e instructivos comentarios sobre la actuación de los jefes y fundadores del Partido Nacional Republicano, cuya lectura contribuirá poderosamente — así lo esperamos — a reforzar la erudición de los plumistas del nacionalismo, ya que no pueden acusar de “legionarismo” a ninguno de los nombrados y menos a los dos últimos a quienes siempre presentan como dechados de la causa nacional.
9. — Producida la revolución liberal de 1904, de la que era jefe el general Ferreira, se plegó al movimiento, dando un manifiesto el Dr. Manuel Domínguez, vice-presidente de la República del gobierno colorado que presidía el coronel Juan A. Ezcurra.
También actuó entonces como jefe del batallón revolucionario Nº 5, en el cuartel general de Villeta, otro espectable miembro del partido colorado y distinguido escritor, Arsenio López Decoud, quien era uno de los jefes de confianza del general en jefe. Y no se dirá de ninguno de los dos que eran “legionarios”.
10. — Los colorados entregaron el gobierno a los liberales firmando el pacto del Pilcomayo del 12 de Diciembre de 1904. Según los apologistas del “nacionalismo”, habría sido ello una flagrante “traición a la patria”. Y los primeros que por ello y como “entreguistas” debieron haber sido fusilados, dentro del criterio con que juzgan, debieron haber sido los propios generales fundadores del partido colorado.
11.— En 1912 el mismo general Caballero, Presidente vitalicio y Jefe indiscutido del Partido Nacional Republicano, firmó en Buenos Aires con el general Ferreira, el abominado legionario, un pacto político de cooperación entre republicanos y cívicos.
La verdad es que en dicho documento el general Ferreira ha arrancado no sólo al general Caballero sino a todos los correligionarios de éste y a todos sus detractores la más amplia vindicación a que puede aspirar un hombre público, reduciendo a silencio para siempre a sus adversarios de antaño e invalidando todas sus invectivas, anteriores y posteriores.
12. — En orden a política internacional, con respecto al litigio de límites con Bolivia, el “nacionalismo” colorado tampoco salió airoso con los tratados Quijarro - Decoud (1879), Aceval - Tamayo (1887) y Benitez -Ichazo (1894), suscriptos en el período de su predominio.
El tratado Quijarro - Decoud, primero de la fatídica serie suscrita bajo el signo del “nacionalismo” colorado, cedía lisa y llanamente a Bolivia toda la zona de Bahía Negra (!).
En cambio, no se recuerda que el primer gobierno liberal surgido del movimiento de 1904, se preocupó de tomar posesión efectiva del Chaco, de establecer comunicaciones con su interior y, sobre todo, de preparar su defensa organizando la primera Escuela Militar y adquiriendo artillería moderna y 10.000 mausers (Misión Duarte), como primera adquisición de un plan de 30.000 malogrado infelizmente, y un aviso de guerra.
Tampoco se recuerda que a gobiernos liberales se debió la construcción de los modernos cañoneros “Paraguay” y “Humaitá” que tan eficaces fueron para la defensa del Chaco.
VII
ALGUNAS INTERVENCIONES EXTRANJERAS Y OTROS EPISODIOS
Aunque no han faltado intervenciones extranjeras después de 70, los “nacionalistas”, como obedeciendo a una consigna, nunca mencionan las que pueden afectar a los “intocables” y que han sido varias.
1. — Cuando Barreiro y su grupo preparaban el primer golpe a favor del triunviro Rivarola, se cuidaron de asegurarse previamente la conformidad de argentinos y brasileños, ocupantes a la sazón de la capital (1870). Las maniobras políticas de esa época eran consultadas o inspiradas por los aliados, conjunta o aisladamente, y aceptadas sin chistar.
2. — Siendo el general Caballero Ministro de Guerra de Rivarola (1872), conspiró contra éste, de acuerdo con Gilí, obedeciendo a insinuaciones de la diplomacia brasilera. Descubierta la intentona y arrestado, fueron alejados ambos.
3. — Con elementos reunidos en la vecindad, volvieron al año siguiente y consiguieron llegar por sorpresa a la capital donde pretendieron imponerse a favor de una transacción insinuada por sus amigos, los jefes aliados, la que no fue aceptada por el Gobierno, y habiendo sido rechazados en combate, Caballero y los suyos repasaron el Paraná vertiginosamente.
4. — Vencido el movimiento de 1873 que encabezaron Caballero, Barreiro y compañeros contra el gobierno de Jovellanos, aquéllos se refugiaron en la Argentina donde obtuvieron recursos y elementos para proseguirla. (Ver José Bianco, “Negociaciones internacionales”) .
5. — Triunfante la nueva revolución de 1874 en Campo Grande, dirigida por los mismos mencionados, el Ministro brasileño en Asunción (donde sólo quedaban fuerzas de este país), impuso que permaneciera al frente del gobierno el vicepresidente Jovellanos, en ejercicio entonces del Ejecutivo, pero entrando a formar parte del Gabinete los Jefes de aquélla, sus protegidos. (Siempre el general Caballero y su séquito).
6. — Como este acomodo no fue del agrado de otros jefes revolucionarios (Molas y su grupo), éstos no lo aceptaron y resolvieron proseguir la lucha, habiendo llegado a vencer a las fuerzas gubernistas a las mismas puertas de la capital, y tomar prisionero a su jefe el general Serrano, Ministro de Guerra. En medio del desconcierto que ocasionó tal suceso, el gobierno en pleno sólo acertó a pedir al Ministro brasileño por nota suscrita por todos sus componentes, incluso los “intocables”, el apoyo de sus fuerzas, las que, en efecto, salieron a campaña, precedidas por un pelotón de guardias nacionales, que llevaba la bandera nacional como disfraz.
7. —El Brasil no veía con buenos ojos las negociaciones de 1876 con la Argentina, que simulaba, no obstante, apoyar, y una de cuyas consecuencias fue la desocupación del país por las tropas brasileñas, por lo que maquinó, bajo cuerda el levantamiento del general Serrano, ex compañero de gabinete de Caballero y su grupo (revolución de Caacupé), habiendo sido derrotado y ultimado después de hecho prisionero por un piquete al mando de Emilio Gilí, hermano del Presidente, a quien después y en venganza dio muerte Regúnega, hijo natural de Serrano (1877).
8— Para la deposición del Presidente González el 9 de Junio de 1894, por el movimiento encabezado por el general Caballero, descendió de su fondeadero en Corumbá la cañonera brasileña “República” que ese día se situó con los fuegos encendidos en la bahía, frente a los cuarteles, en connivencia con los viejos amigos. El ministro brasileño Cavalcanti en Asunción presentó después a Itamaratí la cuenta, bien abultada por cierto, de la aventura, la que fue abonada, con la única observación puesta al pie, de puño y letra del propio Río Branco: “¡Qué ladrao!”
9.— Cuando estalló la revolución de 1904 el general Caballero se dirigió en telegrama cifrado a su protector de Río, invocando la vieja amistad que los unía y que se tradujo ostensiblemente en el envío de varios buques de guerra brasileños al Paraguay, los que eran controlados por otros tantos argentinos.
10. — Revolución colorada preparada y armada en Corrientes y encabezada por José Gilí. (1909) y secundada por los Dres. Romero Pereira y López Moreira al norte con elementos reunidos en Corumbá.
11. — La intervención brasileña fue manifiesta en 1912. En la legación a cargo de Loureiro se reunían abiertamente Ricardo Brugada y los colorados que apoyaban al Presidente provisorio Liberato Rojas y cuando éste fue depuesto, se lo embargó en un buque de guerra brasileño que lo llevó a Corrientes; pero una vez sofocado el movimiento que le obligó a huir en forma tan “espectacular”, aunque sin honores oficiales ni de ninguna clase, fue vuelto a traer en la misma forma más “espectacular” aún, esta vez con grandes honores. El buque conductor del mandatario derrocado y fugitivo, hizo salva a su desembarco y se le entregó nuevamente el mando, no obstante haber hecho de él doble abandono: primero por su asilo en un buque de guerra extranjero y luego por su salida del país. Pero no había nada que decir, puesto que actuaban en su favor los “intocables”. Todo eso era constitucional y muy correcto y en nada afectaba al “nacionalismo” de los colaboradores.
12.—Al poco tiempo surgieron nuevas complicaciones. Rojas al fin fue depuesto “oficialmente” por sus propios amigos colorados, a pesar del pacto solemne en su apoyo, ya mencionado, por un alzamiento dirigido por el jefe de policía, Dr. Cayo Romero Pereira (colorado) que había reemplazado a Emiliano Rojas, hermano de aquél, y sucedióle, en consecuencia, en el poder el Dr. Pedro Peña, impuesto al simulacro de Parlamento por las fuerzas coloradas que acudieron a la capital. Peña, a su vez, fue desalojado a los pocos días por la revolución liberal triunfante (marzo de 1912). Nuevo viaje a Corrientes, esta vez de un transporte de la armada brasileña llevando al ministro de Guerra Eugenio Garay con un batallón colorado que de Corrientes volvió a actuar como revolucionario, como si tal cosa. Al fin y al cabo, ya había el precedente consagratorio de lo del Presidente Liberato.
13. — Las complicaciones de este orden habían llegado a tomar un cariz sumamente grave en esos días. En la bahía de Asunción estaban concentradas dos poderosas escuadras: la brasileña en línea frente a la costa sur y en la banda norte la argentina, llenando materialmente dicho espacio de agua, pues se habían ido reuniendo y reforzando gradualmente. En un momento dado maniobró la flota argentina enfilando hacia la entrada de la bahía y situándose en la correntada, aguas arriba, en posición dominante sobre la otra que quedaba embotellada.
La tensión entre ambas fuerzas navales, realmente imponentes, era muy grande y alcanzó a tal punto que llegaron al zafarrancho de combate, con las bordas abatidas y los artilleros listos.
Si no saltó entonces la chispa de la conflagración, se debió, sin duda, a la circunstancia, que puede llamarse providencial, de haber ocurrido en esos críticos instantes el fallecimiento del canciller brasileño, Río Branco, y, a los pocos días, el del general Caballero, en Asunción. En la cancillería argentina actuaba Zeballos, viejo rival del Barón.
Con este inesperado desenlace, puede decirse que terminaron las intervenciones armadas en el Paraguay, las que duraron toda la vida de los dos viejos amigos prenombrados.
El general Caballero a su regreso de Río de Janeiro donde fue llevado en calidad de prisionero al terminar la guerra, ocupó el cargo de Inspector General de Armas y luego el de Ministro de Guerra en el gobierno de Rivarola. Así, pues, desde el primer día de su aparición en el escenario de la vida pública hasta su muerte, el jefe del “nacionalismo” republicano estuvo bajo el influjo de la intervención extranjera. Había iniciado su carrera política al servicio de gobiernos tildados de “legionarios” y tuvo siempre a su lado como consejeros y candidatos a conocidos legionarios.
La verdad es que no se puede absolver a los “intocables” de estas maniobras políticas de leso nacionalismo que para nada suelen mentar sus correligionarios, como tampoco se puede absolver al partido nacional republicano (colorado) de su participación en motines, revoluciones, componendas y consiguiente anarquía desde 1869, que es costumbre imputar sólo a sus adversarios, y que patentiza el esquema siguiente:
1.— Connivencias con legionarios desde los mismos preliminares de la formación del Gobierno Provisorio (1869) y exaltación de Rivarola por un golpe de Estado en que participaron activamente (1870);
2. — Nuevo golpe de Estado contra Rivarola y maquinaciones contra su gobierno, de cuyo gabinete eran miembros (1872) ;
3 y 4.— Revoluciones contra su sucesor Jovellanos (1873 y 1874), sin perjuicio de colaborar luego en su gabinete;
5. — Renuncia arrancada manu militari al vicepresidente Adolfo Saguier, a la muerte del Presidente Barreiro (1879), reemplazándolo Caballero;
6. — Idem, al Presidente Juan G. González (1894);
7. — Idem, al Presidente Emilio Aceval (1901);
8. — Instigación y participación en el alzamiento de Jara contra el Presidente Ferreira (1908);
9. — Conspiración del año siguiente (1909) contra el mismo Jara;
10. — Ayuda política y militar a su sucesor Liberato M. Rojas (1911 y 1912);
11. — Deposición del mismo (1912);
12. — Colaboración con el gobierno revolucionario del coronel Franco (1936) y conspiración contra el mismo;
13. — Colaboración con el gobierno dictatorial del coronel Morínigo.
Sobre los hombres que actuaron en esa agrupación pesan crímenes que han ensombrecido hasta el nombre del país, como la luctuosa masacre del 29 de octubre de 1877 en la cárcel en que también fue inmolado el ilustre estadista Dr. Facundo Machaín, defensor de los presos políticos bárbaramente ultimados junto con él; el asesinato del general Germán Serrano y su secretario después de tomarlos prisioneros; el del expresidente Cirilo Antonio Rivarola, apuñaleado y muerto al salir de la casa del Presidente Barreiro, cuando vino a la Capital bajo la promesa sagrada de garantías oficiales (31 de diciembre de 1879), etc,
Escritores colorados de fuste han sido siempre los primeros en presentarse a rendir servil vasallaje y entonar loas a gobernantes despóticos como los coroneles Franco y Morínigo, al mismo tiempo de mendigar subsidios o prebendas suculentas a pretexto de hacerles reclame, dentro o fuera del país, a sabiendas de que su ingénita obsecuencia sería espléndidamente retribuida. ¡Y vaya si lo ha sido!
Es imposible que Morínigo haya olvidado que fue ministro en el gobierno liberal del Dr. Paiva y que con su sucesor, el general Estigarribia continuó actuando en el gabinete con ministros liberales, hasta que, habiendo perecido éste en forma trágica e inesperada, consideró propicia la oportunidad —oportunista como es— para encaramarse al poder.
Y para sostenerse en él concibió el insensato designio de eliminar tan luego al partido del que se había aprovechado para subir, pues bien sabía por las elecciones de 1937 para la renovación del Parlamento y las subsiguientes que consagraron la fórmula presidencial Estigarribia - Riart, el poderoso electorado con que contaba y que no ha logrado destruir en cinco años de cruda hostilidad, de persecuciones de todo género y de campañas insidiosas por todos los medios a su alcance.
Y para completar el tópico de las intervenciones extranjeras, no por desarmadas, menos eficaces, no hay que olvidar las solicitadas y consentidas por Morínigo. No era secreto la intervención directa de la embajada alemana aun en la designación de determinados funcionarios, y el propio Presidente explicaba a algunos jefes y colaboradores, cuando se vio obligado a dar sus pasaportes al representante germano, que tales medidas eran sólo paliativos y apariencias.
Tampoco se ignoran su servilismo y sumisión al Brasil, como antaño, ni sus humillaciones ante los reclamos y amonestaciones de Washington.
Las interferencias argentinas, acompañadas también de préstamos cuantiosos, son asimismo demasiado recientes y conocidas.
Así, pues, Morínigo ha batido el record en tan deplorable terreno.
TERCERA PARTE
ESQUEMA POLÍTICO
ESQUEMA POLÍTICO
El panorama político del Paraguay está dominado, como en casi todas las repúblicas latino americanas de democracia embrionaria, por el factor casi siempre preponderante del militarismo. Vése así que apenas surgido el país a la vida independiente (1811), el Dr. Francia se hizo elegir Dictador Perpetuo tan pronto como logró imponerse a los militares que no le respondían, a base de tropas de que se rodeó y que seleccionó y hasta instruyó él mismo para respaldar su gobierno, no habiendo trepidado en llevar al cadalzo a los mismos espectables jefes del movimiento emancipador con quienes compartiera al comienzo el poder, al que imprimió luego un sello unipersonal y absoluto.
Terminada la dictadura vitalicia con su fallecimiento ocurrido en las postrimerías de 1840, surgieron sucesivas Juntas militares de Gobierno, integradas por los comandantes de cuarteles, todas efímeras, hasta que Carlos Antonio López, primero como “Cónsul de la República” (1842) y luego como Presidente (1844) logró instalar un gobierno estable, gracias al apoyo del Comandante Mariano Roque Alonso (su compañero consular) de quien había actuado como secretario poco tiempo antes. Reelecto varias veces, ejerció la Presidencia hasta su deceso (1862).
Tanto bajo su gobierno que moderó en lo posible su carácter dictatorial, como bajo su sucesor, el Paraguay prosiguió y acentuó su preparación militar ante los conflictos y amenazas de la vecindad que pronto degeneraron en la conflagración de 1864 - 1870 que el Paraguay tuvo que afrontar en las desfavorables circunstancias que le creaba su aislamiento anterior y su situación mediterránea.
Sobre las ruinas de un poderío nacional, relativamente considerable para su tiempo, surgieron simulacros de gobiernos, necesariamente inestables y precarios, a los cuales incumbía, no obstante la muy ardua misión de reconstruir el país, completamente devastado por una cruenta guerra, y de dotarle de nuevos moldes institucionales, adoptando al efecto los principios liberales de las Cartas políticas norteamericana y argentina, sus modelos, mientras por otra parte y simultáneamente había que hacer frente a los intereses rivales de los vencedores cuyas fuerzas ocuparon la capital paraguaya hasta 1876, así como a las ambiciones encontradas de los grupos de sobrevivientes y a las conmociones armadas que promovían y que se han sucedido casi sin interrupción.
La escasez de hombres preparados para las tareas del gobierno a tono con las nuevas instituciones y su inexperiencia como estadistas, suscitó al poco tiempo, a medida que la prensa libre iba surgiendo, una acentuada oposición que se tradujo en la formación del Partido Liberal en 1887, año en que para contrarrestarlo y apoyar al gobierno, hizo igualmente su aparición el Partido Nacional Republicano, llamado también “Colorado”, formado con el elemento oficial y con su auspicio. Uno y otro sufrieron poco después importantes escisiones a impulsos de tendencias divergentes.
A fines de 1879 asumió la presidencia de la República el general Bernardino Caballero (después presidente vitalicio del partido oficial) a raíz de un golpe de estado contra el vice presidente que debía ejercerla por muerte del titular Cándido Bareiro, siendo reelecto aquél para el período siguiente (1882-86). En 1894 otro movimiento de cuartel encabezado por el mismo, depuso al Presidente Juan G. González, repitiéndose la maniobra en 1901 contra el Presidente Emilio Aceval.
El Partido Liberal después del fracaso del movimiento revolucionario del 18 de Octubre de 1891 en que tuvo pérdidas sensibles, entre ellas la de su jefe militar el mayor Eduardo Vera y el joven diputado Juan Machaín, organizó a mediados de 1904 un movimiento nacional que dirigió el General Benigno Ferreira, mediante la unificación de sus dos fracciones (cívicos y radicales), y con la cooperación también de disidentes del coloradismo, al que desplazó del gobierno, ejerciéndolo hasta la terminación de la Guerra del Chaco (1935) y la firma del tratado definitivo de paz bajo el interinato del Dr. Félix Paiva (1937-1939).
Aun cuando el Partido Liberal entró a gobernar en 1905, las escisiones volvieron a aparecer en su seno, como antes en la oposición. A la deposición del nuevo Presidente provisorio Juan B Gaona (1905), siguió el 2 de Julio de 1908 la sublevación militar que depuso al Presidente Ferreira. Reemplazado en el nuevo periodo presidencial por un eminente ciudadano Manuel Gondra, este fue derrocado a su vez por su Ministro de Guerra, Coronel Albino Jara (17 de Marzo de 1911), a menos de dos meses de su toma de posesión del gobierno. Jara se erigió en dictador, habiendo llegado a atentar contra miembros del Parlamento, de la juventud universitaria y de la prensa.
La reacción de ésta, como órgano de la opinión pública, contra sus desmanes fue tan rotunda que originó la caída a breve plazo del ensoberbecido e impulsivo Dictador, así como la de la no menos impúdica y corrompida camarilla que lo rodeaba, encabezada por Liberato Marcial Rojas, surgido en lugar de su Protector en virtud de otro movimiento de cuartel y derribado meses después tras una sangrienta revolución campal que hizo el Partido Liberal contra el infiel ex correligionario y mandatario, coaligado éste con grupos adversos.
No debe olvidarse que a raíz de la deposición de Gondra, también se levantaron en armas sus numerosos amigos, infructuosamente, encabezados por el denodado Adolfo Riquelieu. Jara ensangrentó el país con crueles venganzas, reveladoras de su amoralidad, persiguiendo implacable a sus mejores amigos y protectores de la víspera y entregóse al mayor desenfreno tratando de formar vanamente en torno suyo un partido o núcleo de apoyo. La opinión pública le hizo el vacío y la prensa lo fustigó valientemente.
Después de dos períodos presidenciales (1912-1916 y 1916- 1920), ejercidos por los radicales Eduardo Schaerer y Dr. Manuel Franco cuyo período completó el Dr. José P. Montero, por fallecimiento del titular, ocupó nuevamente la presidencia Manuel Gondra, a la sazón representante diplomático en Washington (anteriormente a su primera presidencia lo había sido en Río de Janeiro), con la mala suerte de haber sido luego depuesto por otro alzamiento, complementando su período varios Presidentes interinos (Dres. Eusebio Ayala, Eligió Ayala y Luis A. Riart). En los períodos sucesivos (1924 -28; 1928-32 y 1932-36) ejercieron la primera magistratura los Dres. Eligió Ayala, José P. Guggiari y Eusebio Ayala respectivamente, este último hasta el 17 de Febrero de 1936, a mediados de cuyo año terminaba su período.
La victoria de las armas paraguayas en la guerra que sostuvo en defensa de la región occidental de su territorio (Chaco), fue empañada por el alzamiento militar contra el “Presidente de la Victoria”, a quien reemplazó el coronel Rafael Franco implantando un régimen de molde totalitario.; no hizo misterio de su simpatía por Hitler, explícitamente declarada en una publicación de prensa al día siguiente de su encumbramiento; disolvió el Parlamento, se incautó de los periódicos y dictó un Decreto - Ley declarando identificado al Estado con el Gobierno de la Revolución, lo que anulaba toda otra nucleación política y todo control.
Eminentes hombres públicos, como el propio expresidente Dr. Ayala y el Mariscal Estigarribia, fueron encarcelados y confinados otros a inhóspitos campos de concentración, y aún los componentes de sus efímeros gabinetes se vieron desplazados unos tras otros.
Para cohonestar el movimiento se gestó un programa agrario, olvidando que el programa del Partido Liberal, reformado en 1911, incluía tanto en su parte dispositiva como en la correspondiente exposición de motivos de cada capítulo, las más avanzadas ideas sobre legislación agraria y social, fomento de la pequeña propiedad y otros tópicos con que han querido hacer méritos los infaltables desvalijadores de ajenas iniciativas en el campo adverso.
En poco tiempo el descrédito más completo hundió a aquel sediciente gobierno, expulsado el año siguiente por mano también de militares que invistieron al Dr. Félix Paiva (liberal) como Presidente Provisorio, quien restauró el imperio de la Constitución, efectuó elecciones generales para reconstruir el Parlamento y designar nuevos mandatarios constitucionales, resultando consagrados por extraordinario número de sufragios Presidente y Vice Presidente de la República el Mariscal José Félix Estigarribia y el Dr. Luis Alberto Riart, que como canciller firmó la paz del Chaco en 1935 y el primero el tratado definitivo de paz en 1938.
Infelizmente, el nuevo mandatario incurrió en actos inconsultos notorios (autodisolución del Congreso, abrogación y sustitución por simple decreto de la Constitución; supresión de la prensa independiente; autoproclamación de Dictador, etc.), defraudando fundadas esperanzas y enagenándose prestigio. El nuevo gobierno que se había iniciado el 15 de Agosto de 1939 terminó trágicamente el 7 de setiembre del año siguiente por la muerte del Mariscal Estigarribia en un accidente de aviación.
Con el apoyo financiero logrado cuando ejercía la representación diplomática en Washington y otros recursos posteriormente obtenidos de los gobiernos del Brasil y Argentina, empeñados siempre en atraer a su esfera de influencia al Paraguay, se han iniciado en este país, con el concurso de técnicos suministrados por aquellos, algunas obras públicas con las que se pretende paliar el encadenamiento de su libertad, cual lo han hecho los maestros del facismo y del nazismo en su afán de aparecer ante sus respectivos pueblos como seres providenciales interesados en la suerte de sus habitantes sobre los cuales pesan, sin embargo, gastos y presupuestos incontrolados, en creciente aumento que desde luego, no tienen la aprobación previa de los gobernados, con su inevitable corolario: el aumento progresivo del costo de la vida y la inflación que crecen en proporciones alarmantes y precipitan al país por una fatal pendiente, conduciéndolo a una segura ruina en que tienen que desembocar los despilfarras del que gasta más de lo que tiene.
Desaparecido Estigarribia en forma tan inesperada, Campo Grande puso en posesión del gobierno, con prescindencia total del vicepresidente, al coronel Higinio Morínigo, autoascendido poco después a general y bajo cuya administración, sobre no funcionar el Congreso, se ha disuelto por Decreto, los Partidos políticos (como si por decreto se hubiesen formado), o se ha mantenido la “tregua política” y prohibido sus actividades, y en los seis años que lleva de permanencia en la Casa de Gobierno, omitió convocar a elecciones para formar la Cámara de Representantes que prescribe la nueva Constitución por él refrendada.
La mordaza a los partidos y a la opinión, creyendo que así podría manejarse sin control, fue un gesto contraproducente y suicida. Los partidos no se disuelven por decretos ni por caprichos de gobernantes omnímodos, pues, como bien se ha dicho, se disuelven solos cuando han terminado su misión.
De lo que no se olvidó fue de darse a sí mismo otro ascenso, elevando su categoría de “provisorio” a definitivo, con la consiguiente prórroga automática, mediante otro simulacro de elecciones en que no se permitía desde luego ni candidatos competidores, ni campaña o propaganda de ninguna clase, salvo la realizada por el interesado, oficialmente prevalido de todos los medios de locomoción por cuenta del Estado y de imposición que le aseguraba un estado de sitio permanente.
Entre tanto, las deportaciones y confinamientos han seguido sin interrupción, matizadas con rotundas y fingidas invocaciones a la democracia y el consabido repudio de las “ideologías extremistas”, pour l ‘exportation.
Abogados con acreditados estudios, exministros y plenipotenciarios, militares de relevante actuación en la campaña del Chaco, etc., no podían volver al país, pues tenían licencia oficial, “malgré lui” para residir fuera de él por tiempo indeterminado, sin perjuicio de que con frecuencia la prensa oficial, por extremar el agravio, hizo blanco de sus aleves ataques a todos, censurando su espíritu de ausentismo.
Si a algunos, muy contados, se ha permitido regresar al país, o quedar en él, es a condición de vivir alejados de la capital en pueblos de campaña donde se les fija residencia, o de vivir poco menos que como prisioneros en sus casas, imposibilitándoles sus trabajos profesionales.
Gran número de conocidos intelectuales, exparlamentarios, periodistas y de altos funcionarios de recientes administraciones, han tenido que sumarse a la enorme masa de población flotante paraguaya en la Argentina y Brasil, como si no fueran suficiente aporte para los vecinos los contingentes de centenas de millares de emigrados que han salido arrancados al suelo nativo por los aluviones demográficos de forzado “turismo” que arrastran el Paraguay y el Paraná aguas abajo, y hasta aguas arriba también, empujados asimismo por el desnivel económico y de valores, la depauperación cada vez mayor de los cultivos e industrias, el cierre o languidecimiento de no pocas fuentes de la producción rentable o la falta de alicientes y de horizontes para el trabajo que permita labrar una posición siquiera modesta en la propia tierra.
Y a propósito de emigraciones, cabe decir que después de las que originaron los graves y sucesivos disturbios políticos, con frecuencia sangrientos, de los primeros tiempos del período constitucional, especialmente del 70 al 80, siguieron las empezadas también por motivos económicos, como el total desvalijamiento del fondo en oro del Banco Nacional, evaporado por maniobras intescrupulosas que dejaron sin respaldo el papel circulante, arrastrando al cierre a dicho establecimiento y a los similares Banco del Comercio y Banco del Paraguay y Río de la Plata de Asunción e implantándose la inconversión (1890) y progresiva depresión y deslizamiento por su fatal pendiente de ingentes valores humanos y materiales.
Cuando se produjo el movimiento de 1904, que llevó al no al Partido Liberal, ya habían surgido en los contornos nuevas ciudades como las de Formosa, Resistencia, Posadas, etc., y loa vecinos territorios de Argentina y Brasil estaban llenos de pobladores paraguayos, dueños algunos de establecimientos ganaderos, y cuyo éxodo incontenido databa de muchos años atrás, con la consiguiente erradicación de gran número de familias nativas y las formadas en base a ellas.
Informes, fidedignos permiten afirmar que sólo en el Territorio del Chaco argentino han emigrado unas 15.000 familias paraguayas de 1941 a 1946, período de la tiranía moriniguista, siendo dicho éxodo el más intenso que se haya producido.
El Gobierno por boca de su propio jefe o de sus voceros, se siente poseído en ocasiones, como acto de contrición por sus procederes, de repentino y cristiano amor al prójimo y entonces dedica largas e insustanciales tiradas a predicar la concordia entre todos los paraguayos y aun ofrece repatriaciones generosas, más de simples promesas que da realidades, olvidando que es él quien en primer término fomenta la despoblación y el alejamiento de tantos brazos y cerebros que el Paraguay, más acaso que cualquier otro país del hemisferio, necesita para llenar los enormes claros de su pobreza demográfica y económica, todo ello sin perjuicio de retractarse al día siguiente y esgrimir la diatriba, sembrar el odio y extremar las persecuciones, especialmente contra los “infames y pérfidos liberales” contra quienes el gobierno mantiene una campaña de crudo sectarismo rayana en los extravíos del racismo.
Aunque liberales y colorados están en el mismo plano de inacción forzosa como partidos, la fobia oficial se reserva toda para los primeros, acaso porque los segundos en alguna forma buscaron congraciarse, como “colaboracionistas” que han sido casi muchos de ellos, incluso del jarismo y aún de los odiados liberales.
Si existiera verdaderamente ese pregonado espíritu de concordia para encarar el porvenir del país, no sería imposible formar un gran bloque nacional con los mejores elementos de todos los matices sin exclusiones basadas en intereses de círculo, que deben posponerse ante los de la patria. No faltan en dichos bandos hombres experimentados, ecuánimes y bien intencionados y jóvenes ilustrados, cuyo concurso podría aunarse en un esfuerzo solidario como se logró en la defensa del Chaco.
Asunción, Junio 1º de 1946.
NOTA. — Escritos estos apuntes complementarios, cuya impresión en folleto ha tenido que efectuarse fuera del país, se produjeron los sucesos del 9 de Junio último que han desplazado a algunos jefes militares, renovándose con este motivo, bajo el imperio de las circunstancias, las viejas promesas que se venían repitiendo de un tiempo a esta parte sobre amnistía amplia, libertad de prensa, convocatoria a elecciones, etc.
Entretanto, el actual mandatario (de sí mismo) trataría de ganar tiempo, según es su conocida táctica, ya en camino de cumplir ocho años de Presidencia (el doble del período constitucional anterior), en vez de los dos meses de interinato que le correspondía por la acefalía presidencial de 1940, sin haberse acordado para nada de convocar a elecciones para constituir la Cámara de Representantes, de la que ha prescindido por completo.
En cambio ha estado absorbido en el orden interno por jiras y visitas como turista sempiterno, viajando continuamente de arriba y con la mesa puesta y el infaltable menú de discursos y homenajes a expensas siempre del pueblo, y en lo externo por la profusa y también ininterrumpida distribución de condecoraciones a granel.
El mismo simulacro de elecciones que hizo a las cansadas y a guisa de paliativo, después de tres años de interinato (en vez de dos meses), y al solo efecto de prorrogar sus funciones, no permitía desde luego competidor alguno, y en cuanto a la más reciente derogación de las restricciones de prensa y de tregua política, se ha hecho después de haberlas mantenido en vigor casi seis años, al cabo de los cuales recién parece haberse dado cuenta de que eran una monstruosidad e incluso las ha censurado rudamente, sólo ahora.
Como disfraz de todo ello había hecho incluir en 1943, en que se ungió mandatario “constitucional”, un voto de engañifa para una nueva reforma de la Constitución, como si ella fuera un juguete con que los gobernantes “de facto” pueden entretener la animadversión de sus pueblos. Ningún miembro del gobierno, pasado el trance electoral, se acordó después de volver a operar al paciente, pero al amparo del silencio, trataban de perpetuarse per omnia sécula.
La amnistía que, cediendo a la inmensa presión de todo el país, acordó posteriormente, pero limitada a colorados y a febreristas, es, en realidad, ilusoria, pues no benefició en resumidas cuentas a casi nadie, salvo al jefe de los últimos, y prescindió del gran número de exiliados que representan, sin duda alguna, una gran masa ciudadana.
Y, en presencia de todo lo expuesto, cabe preguntar: ¿Qué es, en definitiva, la tan mentada “revolución paraguaya”? ¿Cuáles son sus pregonados y hasta hoy desconocidos “postulados”? ¿Dónde están el reconocimiento y el amparo efectivos de los principios de libertad y justicia que aseguren la convivencia y felicidad del pueblo paraguayo?
A juzgar por lo que enseñan y demuestran una década de mistificaciones y de negación sistemática de todos los derechos ciudadanos y de las garantías constitucionales y la persistente subversión institucional, que hasta ahora han sido sus únicos frutos, no vemos otro resultado ni que puedan ufanarse de ello sus apóstoles y panegiristas, y menos los funcionarios que los invocan de continuo en juramentos, en discursos, en artículos, en programas y en declaraciones altisonantes, dirigidas a un pueblo “cansado de escuchar palabras” y más cansado aún de mentiras; postulados que “reafirman” cada día ampulosamente con su “indeclinable adhesión” a presuntos principios con los que se sienten “totalmente identificados”. Pero rara vez que se han visto obligados a referirse al cumplimiento de las falaces promesas que formulan los titiriteros políticos bajo los insistentes apremios de la opinión pública, se cuidan de destacar entre líneas los peligros que ello podría entrañar y agregan que sólo podrá llevarse a la práctica tan loables intenciones cuando “las circunstancias lo permitan”, para lo cual es indispensable que todos callen y les dejen hacer, y que esperen confiados con cordura, prudencia, moderación, comprensión, etc. etc., y que, entretanto, colaboren y cooperen a mantener la tranquilidad general, o sea, el régimen dominante.
La adocenada frasealogía oficial sobre estas materias es típica. Así, en las últimas declaraciones de un Ministro saliente, puede leerse todo un rosario o letanía de frases por el estilo. En dicho documento se habla empalagosamente de la “inquebrantable decisión por el respeto al orden jurídico establecido como medio de efectivizar y restaurar la vigencia de sus principios inalienables”.
Y para arrojar la culpa del “continuismo”, en que se inspiran todos sus actos, sobre las agrupaciones políticas, agrega, a renglón seguido como un sarcasmo, que éstas deben “apresurar la estructuración de su organización dentro de las normas legales que regulan el ejercicio de los derechos cívicos, para que puedan ejercitarse en toda plenitud” (Hasta ahora no lo habían permitido).
El “desiderátum” para ello es el consabido “Estatuto político — añade — que al par de garantizar todos esos derechos reglamenten su ejercicio de acuerdo a los principios consagrados por la nueva orientación que exige la realidad de una auténtica democracia, sin fraudes que puedan desvirtuar el contenido esencial de la libertad que tienen los pueblos de regir su destino por su soberano arbitrio”. Son manifiestamente los clisés que están de moda en los gobiernos totalitarios y que sacan a relucir cada vez que se les recuerda sus promesas siempre diferidas. A ello se suma la necesidad de preparar previamente el funcionamiento de la Junta Electoral y el correspondiente anteproyecto, sin recordar que en 1937 el gobierno liberal pudo hacer elecciones para reconstruir el Poder Legislativo, como el Ejecutivo luego en 1939, sin haber tenido que diferirlos por argumentos de tal laya, tan en boga en el seno de los gobiernos “revolucionarios” al uso.
Bien se ha dicho a este respecto que “un pueblo, como el de la Bastilla, puede ser revolucionario y con ello se cubre de gloria, pero un gobierno no lo puede ser y si presume de tal, degenera en tiranía, cuando no se cubre de ridículo. Un gobierno sólo puede hacer evolución, siempre que deba ser progresiva y benéfica. La palabra “revolución” de la que tanto se ha abusado en estos días, ha ido perdiendo gradualmente su significación real, a modo de una moneda también desvalorizada como su congénere, la del nazifascismo”.
Tanto Franco, como Estigarribia y Morínigo, justamente los tres que se han desgañitado en la cacareada “revolución paraguaya”, que, al fin ha resultado un revulsivo para ellos mismos, se han singularizado por sus maniobras o su agresividad contra el Partido Liberal, cual si hubiesen obedecido ciegamente a perverses sugestiones de algún “genio maligno”, agazapado tras de ellos, que se hubiese complacido en insuflar su vanidad y en soplar sobre sus mentes atrabiliarias ruines venganzas u odios implacables.
En cualquier caso, los que recurren a la violencia para imponerse, deben tener en cuenta que el ejército no puede convertirse en fuerza de ocupación del propio país, ni en simple guardia pretoriana al servicio de ninguna dictadura, con olvido de su papel constitucional de defensor de las instituciones nacionales.
Nuevas noticias, que se suceden ahora en forma vertiginosa, como cuando hace crisis un cáncer de imposible curación, informan de haberse comenzado la obra impostergable de su extirpación, con la renuncia colectiva de todo el gabinete de los “identificados" para dar lugar a cambios directivos que auspicia y reclama la opinión pública en avalancha arrolladora que tumbará cuanto se oponía a los anhelos nacionales.
La dictadura y sus simulacros ya no intimidan ni engañan a nadie, pues son armas de doble filo que, tarde o temprano, se vuelven contra los mismos que las esgrimen.
Los esfuerzos desesperados que despliega el gobierno para contener la marea de reprobación que lo ahoga, le han resultado efímeros e infructuosos y a estas horas ya estará convencido de que no se puede atajar las grandes corrientes populares, siempre impetuosas, y menos atreverse contra ellas, pues es también sabido que cuando se pretende ponerles diques, sólo se logra provocar una inundación.
Los dictadores se parecen bastante a los que suben sin esfuerzo propio ni valimiento personal por escaleras mecánicas, en tanto que el pueblo tiene que subir por cuestas escarpadas, o, a lo sumo, por rudas escaleras de piedra, con penosos sacrificios y todas las cargas. Y sucede con frecuencia que cuando están arriba, por lo común sin merecerlo, ni siquiera se dan cuenta de que han llegado donde jamás tal vez soñaran y quieren continuar subiendo. Y entonces se produce lo inevitable: la caída, también automática, por la pendiente opuesta, o el salto en el vacío. (N. de los E.).
ADVERTENCIA FINAL
Los editores reiteran que no proceden por inspiración de ninguna comisión partidaria, sino obedeciendo sólo los dictados do sus convicciones personales.
Los hechos someramente expuestos, se van olvidando con el transcurso del tiempo, y es menester recordarlos a loa desmemoriados para que no se borren de la conciencia nacional y se opere una especie de “prescripción liberatoria” a favor de sus autores.
Ante el deprimente espectáculo, cada día renovado, de invectivas que parecían constituir la razón de ser de cierto órgano desorbitado de la prensa oficialista, se afirmó el propósito de dar a luz este opúsculo, que es una pálida réplica, que ya tardaba bastante en producirse, para desenmascarar a los fariseos de la prensa y del patriotismo y a los chacales predicadores del odio a ultranza.
Estas escuetas reflexiones sólo van dirigidas contra los que se han entregado a una aviesa campaña de difamación y de denuestos, pretendiendo extraviar con ella a la opinión, sin darse cuenta de que nada serio ni duradero es dable edificar a base de tan deleznables y reprobables procedimientos.
ULTIMA HORA
Al entrar en máquina este último pliego, han ocurrido graves actos de violencia que ensangrentaron las calles de Asunción, en ocasión del regreso de los miembros del Directorio liberal en el exilio. Son ellos el triste fruto de la prédica insensata y persistente de odio y de fanatismo cavernario, a cuyo amparo trata de encubrirse el “continuismo”, a despecho de la voluntad popular.
APENDICE
EL GENERAL BERNARDINO CABALLERO
A sus conciudadanos
Sesenta años de encierro, de obscuridad y tiranía deben ser más que suficientes para que las tristes lecciones de esos tiempos no vuelvan jamás a repetirse en los hoy despoblados bosques de nuestra querida patria.
Acabamos de purgar en una guerra tremenda contra un poder colosal, las culpas que pesaban sobre nosotros y sobre nuestros padres. Nuestro aislamiento, nuestro encierro, la falta de espíritu público entre nosotros, entregaron los destinos del país a tres tiranos, de los cuales dos no tienen paralelo en la historia de los siglos.
Aprovechemos la sangrienta lección que ellos nos legaron para evitar nuevos desastres en el porvenir.
La hecatombe del pueblo paraguayo, llevado al sacrificio por la férrea voluntad de un mandón que él mismo se dio y consintió, es una enseñanza harto cruel para que el pueblo olvide que es preferible levantarse y luchar para asegurar la libertad, que doblegarse cobardemente a la voluntad de los tiranos. Vencidos por la Alianza en lucha leal, a la que fuimos conducidos por las ambiciones de un hombre, que lanzó al fuego nuestro hermoso pabellón, había llegado para nuestro pueblo el momento para recoger el fruto de tanta sangre. En el postrer combate se había roto el último eslabón de la cadena que lo oprimía y era el instante en que debía erguirse libre, purificado por la sangre y el fuego.
Paraguarí, 22 de Marzo de 1872.
Vuestro amigo
BERNARDINO CABALLERO.
(Al iniciar la revolución de ese año)
OTRO MANIFIESTO
De Matías Goiburú, José D. Molas y Nicanor Godoy
No se borrará de la memoria de la nación paraguaya que para destronar a la familia López ha sido necesaria una guerra de cinco años, la devastación de su territorio y medio millón de víctimas.
Jamás olvidará que los López y Francia llegaron a adquirir el poder soberano y omnímodo hasta identificar con sus personas el Estado y la Patria, porque dispusieron de tiempo para asegurar su influencia y subyugar el espíritu público.
A los López se les permitió que formaran escuela, que educaran tres generaciones consecutivas en la obscuridad y la abyección, para imprimir en ellas su sistema, darle forma y apoyarse en la tradición y la rutina, arraigando en las masas la idea de que el gobierno les pertenecía.
...Y el Paraguay ha purgado su falta de más de medio siglo. Los hijos de este desventurado país, ofuscados por tanta degradación, llegaron hasta a olvidar los sentimientos naturales innatos en el hombre, convirtiéndose en verdugos de sus hermanos y en delatores de sus padres.
(Manifiesto redactado por don JUAN SILVANO GODOY y publicado en Corrientes en abril de 1877).
Molas y Goiburú fueron compañeros de Caballero, Bareiro y su grupo cuando su alzamiento contra Jovellanos.
JUICIOS DE JUAN E. O’LEARY
(Párrafos)
Hoy pienso que es obra de patriotismo olvidar las faltas de nuestros hombres para encomiar sus virtudes. Enriquecer nuestra historia, no con grandes ni pequeños monstruos, esclavos miserables, ladrones vulgares y traidores odiosos, sino con héroes nobilísimos, aunque infortunados, patriotas insuperables, estadistas de talla no vulgar, espíritus selectos, hombres y no alimañas, es la misión de todos los buenos paraguayos.
¿Nos reporta, acaso, algún provecho decir que Francia fue un demente, don Carlos un déspota, el Mariscal una pantera, Berges un tinterillo, Díaz un animal, Rivarola un tilingo, Gill un bandido, y Ferreira un traidor?
Con semejante pasado ¿tenemos derecho a la vida?
Un pueblo que no produce sino locos, asesinos, ladrones o idiotas, ¿es digno de llamarse civilizado?
¿No es más digno, más patriótico, más grande, olvidar las faltas de los actores de nuestra historia, para sólo presentar a las generaciones presentes y futuras el bello ejemplo de nuestra grandeza moral?
Los hombres son el producto del ambiente en que viven. No es el tirano el que hace la tiranía -— dice Alberdi — es la tiranía el que hace al tirano. Nuestros grandes hombres rindieron tributo al ambiente en que se educaron. No podían escapar a una ley inflexible de la naturaleza...
¿Cuál es el hombre que en la historia se sustrajo al ambiente de su época?
¿Quién no tuvo horas de debilidad? ¿Quién no cometió errores?
La estirpe mística de los varones perfectos — diré haciendo una cita de segunda mano — sólo existe en las regiones de la fábula o en la musa de Plutarco.
La enseñanza de la historia no hay que ir a buscarla en su parte teratológica.
Las monstruosidades poco o nada enseñan.
Hay que prescindir de la parte monstruosa de la naturaleza, para inspirarse en su parte divina.
Arrojemos un piadoso olvido sobre los extravíos del sombrío Dictador Francia, para sólo recordar este hecho innegable, que hace enorme su figura: a él debemos la patria en que nacimos.
Olvidemos las pasadas faltas de Don Carlos Antonio López, para sólo recordar que obra suya fue toda nuestra grandeza pasada.
Y así desde Francia hasta el General Ferreira, cubramos nuestra historia con un velo de tolerancia.
No nos odiemos más.
Amémosnos, buscando en el pasado fuerzas que nos vinculen, y no sentimientos que nos disuelven.
Hermanos en el dolor pasado y en el infortunio presente, no hallaremos consuelo a nuestras congojas ni remedio a nuestros males, sino en una solidaridad fraternal.
Para esto no hace falta cercenar nuestra historia, tratando de borrar lo inborrable.
Generosos con los muertos seamos generosos con los vivos. Olvidemos lo que nos deprime y ensalcemos lo que nos enaltece, sin que el olvido importe la justificación de faltas irremediables, ni la alabanza impida que haya habido errores.
¿Por qué hacer de la historia un pretexto para realizar campañas de odio político y de exclusivismo cerrado?
¡Nuestra historia, poema grandioso de dolor colectivo, no puede servir sino para unirnos!
¡Ese ayer aseguró nuestro presente!
Sin esa levadura empapada en lágrimas, hubiésemos desaparecido.
El dolor en común, que dijo Renán, obró el milagro de nuestra resurrección.
BASTA YA DE POLIZTAS NI DE LEGIONARISTAS.
¿Qué López tiene derrotas? ¿Y qué? ¿Acaso no fue suficientemente grande para que no las tenga?
¿No fue acaso, la encarnación de nuestra resistencia?
¿No murió con el último de sus soldados?
Convengamos en que es torpe pretender anular una figura paraguaya que los vencedores respetan y admiran, reconociendo que crece por momentos en la historia.
Sobre todo la disyuntiva es siempre ésta: López, fue un loco o fue un mártir.
Si fue un loco, un monstruo, un tirano sin entrañas nada más, queda probado que el pueblo paraguayo, al seguirlo, daba pruebas de un completo cretinismo.
Si fue un mártir, aparece más grande, iluminado por nuestro heroísmo desgraciado.
Pero si quedamos con López, tendremos que repudiar a los legionarios, me diréis.
NADA DE ESO.
Para ellos también quiero perdón, más aún, olvido.
Aquel error, aquella mancha, debemos atenuarlos con generosidad, velando por nuestro propio nombre.
Digamos al mundo que aquellos paraguayos, por el hecho de ser paraguayos, no pudieron venir contra su patria; que fueron engañados: que en su delirante extravío creyeron que la guerra era contra un hombre en el que veían un enemigo irreconciliable. Y a nosotros no nos digamos nada. No pretendamos engañarnos. Callemos estas páginas, borrémosla, en homenaje, a nuestro porvenir
Seamos paraguayistas. Nada más. Toleremos nuestros defectos, unámonos, olvidando odios mezquinos de banderías políticas, trabajemos, seamos honrados, amemos la libertad, seamos gratos y consecuentes con nuestro pasado, y habremos asegurado nuestro porvenir.
Por el angosto y tortuoso camino del odio iremos al abismo.
Tales son mis sentimientos íntimos, expresados con toda sinceridad, después de leer una página de historia que, conmoviéndome profundamente, ha provocado estas reflexiones.
Ausente de la patria, reconcentrado en mí mismo escribo estas palabras de tolerancia, teniendo ante mis ojos el cuadro real de nuestro presente, haciendo votos porque ellos hallen eco en el corazón de mis compatriotas.
A bordo del “París”, Febrero 3 de 1908.
JUAN E. O’LEARY.
(Juicios escritos en viaje al exterior, comisionado por el gobierno del general Ferreira).
Recomendamos la lectura de estos párrafos al Presidente Morinigo y a sus infatuados turiferarios.
OTROS JUICIOS
Pero, desgraciadamente, él (López), que pretendía rastrear las luminosas huellas de Napoleón, de quien conocía la vida en detalle, no llegó jamás a aprender las tres altas cualidades del capitán del siglo: mandar personalmente las batallas, ofrecer la paz al vencido después de las victorias y abdicar al mando supremo siempre los vitales intereses de la patria lo exigiesen. (JUAN SII.VANO GODOY Memorias).
La tiranía de López, hablamos de la del mariscal, porque es irrisorio llamar tiranía al gobierno de don Carlos Antonio, tiene, con la verdad desnuda de exageraciones y prevenciones, suficientes títulos a la condenación universal, para que se intente, adulterando hechos y números, ennegrecer todavía sus sombríos tintes. (ARSENIO LÓPEZ DECOUD. Documentos históricos de Juan Silvano Godoy, página 62).
Si cupiera a los pueblos enorgullecerse de la insania y los crímenes de sus tiranos, por cierto que no nos privaríamos de levantar la frente bien erguida entre los demás; López, militar adocenado, ha demostrado no pertenecer a la clase de los tiranos vulgares, propiamente hablando; él ha sido un gran tirano, tirano cruel y bárbaro, hasta la última acepción de la palabra, que no ha respetado nada absolutamente, ni los mismos vínculos de la familia. (IGNACIO IBARRA, “La Democracia”, 19 de Marzo de 1885, Asunción).
(Ibarra fue asistente del Mariscal López hasta Cerro Corá).
El patriotismo nos impone el deber de reaccionar contra nuestro pasado político y social: de corregir las faltas y errores en que nuestros antepasados han incurrido al plantear el régimen político que debía dirigir los destinos del país, pues, a no obrar así, nos haríamos hasta un cierto punto cómplices de ellos, y lastimaríamos la moral y la justicia, que nos manda repeler todo aquello que es malo y repugna la conciencia humana. (JUAN CRISÓSTOMO CENTURIÓN. Conferencia en el Ateneo Paraguayo).
(El Coronel Centurión fue herido gravemente en Cerro Corá).
Dos días antes (21 de Diciembre de 1868), habían sido fusilados como conspiradores, el hermano del Presidente, don Benigno López, su cuñado el general Barrios, el Obispo Palacios, el coronel Alem y otros. Estas no fueron las únicas atrocidades de López, que en el curso de la guerra hizo ejecutar muchas injustas condenas de muerte, dictadas por tribunales incapaces de oponerse a las venganzas del sanguinario presidente. En estos procesos eran generalmente, fiscales el P. Fidel Maíz, los coroneles Crisóstomo Centurión, Aveiro y otros”. (BLAS GAGAY. Compendio elemental de historia del Paraguay, pág. 203).
CARTAS DEL CORONEL SMITH
Sobre el coronel Franco
Señor Director de “El País”
De mi consideración:
Habiendo aparecido en el diario de su digna dirección un suelto intitulado “A propósito de la verdad histórica sobre la revolución del 17 de Febrero de 1936”, sin firma responsable en el que se pretende poner en tela de juicio los conceptos vertidos en una carta abierta que dirigiera al distinguido amigo J. Rodolfo Bordón, me permito rogarle quiera, en honor a la verdad dar a publicidad lo siguiente:
Primero. — La revolución del 17 de Febrero de 1936 fue una explosión popular; por tanto no puede ni podrá ser patrimonio exclusivo ni de" Stefanich ni de Franco; quienes antes bien se empeñaron, desde la asunción del poder, en desalojar a los autores civiles y militares de la Revolución, para luego entregarla a la reacción.
Segundo. — La proclama del Ejército Libertador al pueblo de la República, fue elaborada por el Dr. Gomes Freire Esteves, después de haberme sugerido la idea, por intermedio del señor Facundo Recalde, con motivo del ofrecimiento de la primera magistratura de la nación, de esperar la llegada del Coronel Franco para intervenir en la solución del problema político creado a raíz del derrocamiento del Presidente Ayala.
De ahí el llamado urgente al mencionado compañero de armas.
Ese gesto, por demás generoso y caballeresco del ilustre republico Dr. Gomes Freire Esteves, no puede menos que honrarlo y enaltecerlo, y nos da la pauta de su robusta personalidad
Tercero. — La Nación no puede ni debe, bajo ningún concepto exponer otra vez sus destinos confiando a hombres que ayer dieron pruebas de inaptitud y pusilanimidad.
Al agradecerle, Señor Director, la publicación de la aclaración que antecede, me place saludarle con mi más alta consideración y estima.
Villarrica, Mayo 8 de 1946.
FEDERICO W. SMITH,
En otra carta posterior (Junio 6, 1946), dirigida en respuesta al señor F. B. Molas López, como a uno de los autores civiles de la Revolución del 17 de Febrero de 1936, le expresa que entre las condiciones (la primera) que exigió cuando se le ofreció la jefatura militar del movimiento figura “la presidencia provisional (de la República) para un ciudadano civil”.
Agrega en dicha carta lo siguiente: “en cuanto a que esas aspiraciones y propósitos (los del movimiento triunfante) fueron bien pronto traicionados por un grupo de retrógrados y ultramontanos, que aparecieron a modo de paracaidistas (trascribe palabras de Molas López) estoy de acuerdo con Ud.” y añade luego haber sido el mismo (Smith) “víctima de persecuciones innobles” (que detalla) ), “persecuciones — agrega —• que prosiguieron implacablemente en el extranjero”.
El señor Molas López (colorado y colaborador del ministro Bernardino Caballero), en la carta que contesta y confirma el coronel Smith, decía que “la dictadura liberal del Dr. Eusebio Ayala había sido reemplazada por la dictadura nazi - fascista del coronel Franco” y que “se organizó una policía tipo gestapo” bajo el gobierno de este último.
INDICE
A la juventud paraguaya
PRIMERA PARTE
LA REVOLUCION DE FEBRERO (1936) — ANTECEDENTES Y PROYECCIONES
I — Antecedentes históricos — La anterior guerra del 70 y su secuela — Nueva Constitución política.
II — Antecedentes próximos — La guerra del Chaco y la post-guerra — Cambios ideológicos y políticos operados.
III — Factores políticos — Los partidos tradicionales y su desgaste.
IV -—Desarrollo de los sucesos de 1936 — Conjunción de fuerzas opositoras — El ejemplo de los grandes.
V —El nuevo gobierno revolucionario — Sus tendencias, divergencias e integrantes.
VI — Perspectivas del futuro inmediato — Medidas drásticas — Gravedad de los problemas pendientes.
SEGUNDA PARTE
DIEZ AÑOS DESPUES
I — Más complicaciones.
II — Una gran figura desvanecida.
III—Factor nuevo: la ideología totalitaria.
IV — El caso del Paraguay.
V — El “nacionalismo” en boga.
VI — El “nacionalismo” en el Paraguay:
A) Factores ambientales.
B) Alegatos de descargo.
C) Actuación conjunta de liberales y colorados después del 70.
D) Nacionalistas “intocables”.
VII — Algunas intervenciones extranjeras y otros episodios.
TERCERA PARTE
Esquema político
APENDICE
Un manifiesto histórico — del general Bernardino Caballero.
Otro manifiesto — de Matías Goiburú, José D. Molas y Nicanor Godoy.
Juicios de Juan E. O’Leary.
Otros juicios — (Juan Silvano Godoy -— Arsenio López Decoud —• Ignacio Ibarra — Cnel. Juan C. Centurión — Blas Garay).
Cartas del coronel Federico W. Smith sobre el coronel Franco.
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