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WOLFGANG PRIEWASSER (+)
  EL ILMO. DON FRAY BERNARDINO DE CARDENAS - Por WOLFGANG PRIEWASSER


EL ILMO. DON FRAY BERNARDINO DE CARDENAS - Por WOLFGANG PRIEWASSER

EL ILMO. DON FRAY BERNARDINO DE CARDENAS.

Por WOLFGANG PRIEWASSER.

 

Asunción: ACADEMIA PARAGUAYA DE LA HISTORIA,

2002. 715 pp..

Editado con el auspicio del FONDEC

 

Edición digital:

BIBLIOTECA VIRTUAL DEL PARAGUAY



ÍNDICE GENERAL (LOS ENLACES SON EXTERNOS A LA PÁGINA DE LA BVP)


Contiene el grupo siguiente: (80 Kb.)

Nota del Hno. René Vargas, ofm. Ministro de la Provincia Misionera San Antonio O.F.M. - Bolivia - al Hno. José Luis Salas.

Nota de Roberto Quevedo - Presidente de la Academia Paraguaya de la Historia.

Presentación del libro. Fray José Luis Salas, ofm

Biografía de Wolfgang Priewasser. Fray José Luis Salas, ofm

A manera de introducción Fr. Luis M. Oefener, ofm

Prólogo del autor

 

Algunos documentos fotográficos:

a) Detalle del retrato original de Fray Bernardino de Cárdenas. Pintado por Fray Diego de Umanzoro en 1669 San Juan de Letrán del Cuzco (Perú).

b) Cruz Pectoral del Ilmo. Bernardino de Cárdenas. Coro de la Iglesia del Convento de Lima.

c) Autógrafo de fray Bernardino de Cárdenas, tomado de un escrito fechado en Potosí el 23 de junio de 1653.

d) Copia a plumilla del retrato existente en Cuzco por F. C. Jordán.

e) Detalle ampliado del retrato del Cuzco donde figuran las dos mitras de sus dos episcopados como también la inscripción.

f) Detalle de la inscripción del retrato.

g) Inscripción de la lápida al lado derecho del altar mayor del templo de San Francisco de Cochabamba.


Capítulo I (19 Kb.)

BERNARDINO DE CÁRDENAS. SUS PRIMEROS AÑOS EN LA PROVINCIA SERÁFICA DE LOS XII APÓSTOLES DEL PERÚ

Capítulo II (18 Kb.)

FR. BERNARDINO VA DE MISIONERO A LOS LECOS. UNA LECTURA OPORTUNA EN CAMATA

Capítulo III (27 Kb.)

EN BUSCA DE LOS REBELDES. EL MAESTRE DE CAMPO AMARGA A FRAY BERNARDINO

Capítulo IV (22 Kb.)

EN LA VILLA IMPERIAL. EL CONCILIO PLATENSE (O ARGENTINO). PEREGRINUS APOSTOLICUS

Capítulo V (26 Kb.)

EN COCHABAMBA. EL MONASTERIO DE CLARISAS EN OROPEZA. TRIBULACIONES. UNA CARTA DEL REY. EN EL MINERAL DE CAYLLONA

Capítulo VI (39 Kb.)

DE NUEVO EN POTOSÍ. UN PANEGÍRICO DE EFECTOS INESPERADOS. EN LA DIÓCESIS DEL OBISPO DE TUCUMÁN

Capítulo VII (45 Kb.)

LAS DUDAS DEL ILMO. MALDONADO SOBRE SI PODÍA CONSAGRAR A FRAY BERNARDINO

Capítulo VIII (43 Kb.)

ESTADO RELIGIOSO Y POLÍTICO DEL PARAGUAY

Capítulo IX (23 Kb.)

LA CÉLEBRE CAUSA DE LA CONSAGRACIÓN DE MONS. CÁRDENAS BAJO EL ASPECTO TEOLÓGICO-CANÓNICO. TOMA DEL GOBIERNO DE LA DIÓCESIS. LA CUESTIÓN CANÓNICA SOBRE LA JURISDICCIÓN EPISCOPAL DEL ILMO. CÁRDENAS EN EL PARAGUAY

Capítulo X (82 Kb.)

TIEMPO BONANCIBLE. VISITA CANÓNICA INTERRUMPIDA. PRIMER DESTIERRO

Capítulo XI  (27 Kb.)

DESTIERRO DE CÁRDENAS EN CORRIENTES

Capítulo XII  (57 Kb.)

EL RETORNO DE MONS. CÁRDENAS A ASUNCIÓN. EL GOBIERNO DE D. DIEGO DE ESCOBAR OSORIO

Capítulo XIII  (32 Kb.)

EL ILMO. CÁRDENAS EN ASUNCIÓN DESDE 1646 HASTA 1649, SEGÚN EL INFORME DEL P. PVL. FERRUFINO

Capítulo XIV  (100 Kb.)

CÁRDENAS ES NOMBRADO GOBERNADOR. DESAPROBACIÓN DE LA REAL AUDIENCIA. CÁRDENAS DECRETA LA EXPULSIÓN DE LOS JESUITAS. NOMBRAN GOBERNADOR A GARABITO. GRAVES SUCESOS QUE OCURRIERON Y NUEVO DESTIERRO DEL OBISPO

Capítulo XV  (46 Kb.)

EL JUEZ CONSERVADOR EN ACCIÓN CONTRA MONS. CÁRDENAS. COMENTARIOS

Capítulo XVI (69 Kb.)

PEREGRINOS APOSTOLICUS - BORRASCA NO CALMADA. FRAY VILLALÓN - EN POTOSÍ - DEMORAS EN LA CIUDAD NATAL

Capítulo XVII (63 Kb.)

LOS "ÚTIMOS AÑOS DE MONSEÑOR CÁRDENAS. SU MUERTE. ALGUNOS DATOS DE SU VIDA PENITENTE


APÉNDICES

Apéndice I  (19 Kb.)

Lo que aconsejó el Obispo de Santiago de Chile

Apéndice II  (16 Kb.)

El argumento de la retractación de S. Gabriel de Cuellar Mosquera

en contra del Obispo. Lo que retractaron otros

Apéndice III  (82 Kb.)

– Tomo Primero - El impresor al público

– Prólogo

Apéndice IV  (24 Kb.)

Copia del Auto lanzado por el llamado Juez Conservador fray Pedro

Nolasco, contra el Ilmo. Cárdenas y sus parciales. (Colección Gral. etc., t. I, pág. 364)


ESCRITOS COMPLEMENTARIOS

Índice escritos para complementar los sucesos del año 1640

Contiene el grupo siguiente: (96 Kb.)

1. Expulsión de los jesuitas

2. La expulsión de los PP. Jesuitas de su Colegio (abril de 1649). Intervención de las comunidades religiosas

3. Cómo dispuso el Obispo Gobernador sobre los bienes del Colegio de San Ignacio. Otros actos de su gobierno

4. Las gestiones de los expulsos - Sebastián de León, Gobernador Interino

5. Causas de la resistencia contra Sebastián de León. Octubre 1649

6. Preocupaciones de su Ilma.

1) Calidad canónica de las Reducciones jesuíticas

2) Encomiendas y las Misiones jesuíticas

3) Las supuestas minas jesuíticas y el Ilmo. Cárdenas

4) Catecismo guaraní y el Ilmo. Cárdenas

5) El Ilmo. Cárdenas y los Diezmos o Veintenos de las Doctrinas


Contiene el grupo siguiente: (93 Kb.)

7. Cómo Sebastián de León tomó posesión de su gobierno

8. 1649. El regreso de los jesuitas expulsados por Cárdenas a Asunción según la relación del P. Provincial Ferrufino a su general Vicente Caraffa (Pastells, t. II, págs. 221-223, nota)

9. El Ilmo. Cárdenas ante la Real Audiencia de charcas. El destierro a Potosí (1651-1654)

10. El tratado del P. Francisco Contreras contra un edicto del Obispo del Paraguay

11. Capítulo sobre los viajes de fray Juan de San Diego Villalón a España y Roma. Éxitos de las diligencias de fray Juan


DOCUMENTOS Y ACLARACIONES

Primera Parte. Contiene el grupo siguiente: (145 Kb.)

– Copia: Carta en que el primer Concilio Platense delega al R.P. Bernardino de Cárdenas, como Visitador y Delegado suyo para la Arquidiócesis, y los Obispos Sufragáneos. Su fecha: La Plata, 14 de mayo de 1629 (Colección General: T. I, págs. 326-328)

– Carta del R.P. Gregorio de Bolívar, Comisario Apostólico, al R.P. Fray Bernardino de Cárdenas, Delegado Conciliar. Su fecha: San Lorenzo (Santa Cruz de la Sierra), 8 de octubre de 1633. (Colección General, etc., T. I, págs. 340-341)

– Dictamen de fray Bernardino de Cárdenas sobre que no se venda ni vino ni chicha a los indios

– Nota sobre la demolición del Convento domínico en la Asunción por el Ilmo. Cárdenas

– De cómo los PP. Domínicos dan poder contra el Ilmo. Cárdenas

– Copia: Reclamación del P. Procurador de los PP. Dominicos. Fecha: La Plata, 8 de enero de 1643. (Catálogo del Archivo Nac. Nº 1488)

– El litigio con los PP. Dominicos (1642)

– Auto de excomunión del Provisor del Obispado. 1 de noviembre de 1644

– Carta-edicto del Ilmo. Obispo, fray Bernardino de Cárdenas, en defensa de sus derechos y de sus actos en el Paraguay. (In alumnos S.J.)

– Copias de cartas del Obispo del Paraguay y las del de Tucumán. Catálogo del Archivo Nacional de Sucre Nº 1509. Fechas: Corrientes, 3 de enero de 1645; Rioja, 4 de abril de 1645

– Respuesta del Ilmo. Sr. Maldonado, Obispo de Tucumán a la carta precedente

– Copia: Respuesta o informe fiscal en Charcas

– Copia: Carta original del Ilmo. Cárdenas a la Real Audiencia de Charcas. Fecha: Corrientes, 6 de enero de 1646. Catálogo del Archivo Nacional de Sucre, Nº 1528


DOCUMENTOS Y ACLARACIONES

Segunda Parte. Contiene el grupo siguiente: (144 Kb.)

– Año 1646. El Ilmo. D. fray Bernardino de Cárdenas nombra Provisor suyo a fray Manuel Cabral

– Copia de una carta original del Ilmo. Cárdenas. Su fecha: Potosí, 29 de julio de 1652. Catálogo del Archivo Nacional de Sucre, Nº 1715. Está dirigida al Pdte. Marín

– Copia de dos cartas escritas en favor de los PP. del Paraguay por el Ilmo. Sr. fray Bernardino de Cárdenas (Año 1643)

– Del Archivo Gral. de Sucre, Nº 1517. Año de 1645. Recurso del Hno. Francisco de Ojeda, s.j., contra el Obispo Cárdenas ante la Audiencia de Charcas

– Copia de un escrito (catálogo del Archivo Nacional de Sucre, Nº 1521) en el que se pide la protección del Gobernador Hinestrosa. Fecha: 29 de julio de 1645

– Copia: Testimonios de los PP. Jesuitas de Asunción contra el Obispo Cárdenas. Fecha: Asunción, 16 de julio de 1647. Catálogo delArchivo Nac. de Sucre, Nº 1563

– Memorial del P. Julián de Pedraza S.J., procurador general de la Compañía en Indias

– Segundo Memorial (último) del Padre Julián Pedraza

– Copia del tomo III de la "Historia de la Compañía del Paraguay, Río de la Plata y Tucumán" por el P. Pedro Lozano, S.J. Publicada por Andrés Lamos, Bs. As., 1874, Imprenta Popular

– Proceder de los PP. de la Compañía de Jesús contra dos Hermanos Legos O.F.M. Año 1660. Número 41 del Archivo de la Provincia Franciscana del Río de la Plata

– Juicio de un P. Jesuita sobre el litigio entre la Compañía y Mons. Cárdenas


Contiene el grupo siguiente:  (141 Kb.)

ÍNDICE DE LAS PIEZAS QUE CONTIENE ESTEVOLUMEN IIº

– Papel en verso sobre el recibimiento del Venerable Obispo D. Fray Bernardino de Cárdenas y persecuciones que le suscitaron los Regulares de la Compañía

– Nota: Colección General, tomo I, pág. 229

– Copia: Carta del Cabildo Eclesiástico dirigida al Ilmo. D. Fray Bernardino de Cárdenas en Potosí. Fecha: Asunción, 9 de octubre de 1640. Colec. T. II, pág. 75

– Copia: Quejas de algunos canónigos de Asunción y vecinos contra la conducta del arcediano Mateo Espinosa ante el Pdte. de Charcas. Su fecha: Asunción, 9 de diciembre de 1640 (Archivo Nacional de Sucre, Nº 1455)

– Copia: Exhortatoria del Obispo Cárdenas al Cabildo secular de Asunción sobre la observancia del Patronazgo Real en las Reducciones Jesuíticas. Su fecha: Asunción, 28 de julio de 1648. (Colección Gral., etc., T. I, págs. 314-316)

– Año 1650. Obispo Cárdenas. Acusaciones del Cabildo Eclesiástico de la Asunción contra el Obispo. Asunción del Paraguay. A Su Majestad. 1650

– Año 1567. Informe del Provisor Adrián Cornejo a S.M. en 1657

– Copia: Carta del Cabildo de Asunción al presidente de la Real Audiencia de Charcas. Su fecha: Asunción, 19 de diciembre de 1661. (Archivo Nacional de sucre Nº 1791)

– (Año de 1655). Copia: Testimonio del recibimiento que hicieron al Obispo del Paraguay en la ciudad de La Paz. (Colección Gral., etc., T. I, pág. 374)

– Copia: El Cabildo Eclesiástico de La Paz nombra al Ilmo. Cárdenas para el beneficio o Parroquia de S. Sebastián y Sta. Bárbara. (Curato de las Piezas, con 625 ps. anuales). Año 1655. Colección Gral., T. I, pág. 377 y sgtes.

– (Año de 1656). Copia de una carta que escribió el Cabildo de la Ciudad de La Paz al Excelentísimo señor Conde de Alvadeliste, Virrey del Reino del Perú (Colección Gral., T. I, pág. 379)

– Copia: Carta del Obispo Aresti al Pdte. de Charcas sobre su diócesis. Su fecha: Asunción, 16 de julio de 1631. (Archivo Nacional de Sucre, Nº 1.407)

– Episodios coloniales. El Ilmo. D. fray Bernardino de Cárdenas. Sus gestiones en pro del patronazgo real (1647-1648)

– Exhortatorio del Obispo Cárdenas al Gobernador, etc., sobre la observación del patronazgo real

– Obispos del Paraguay. Obispos antecesores, etc., de Cárdenas


ÍNDICE DE LAS PIEZAS...

Segunda Parte. Contiene el grupo siguiente: (181 Kb.)

– Elección del Ilmo. Cárdenas como Gobernador de Asunción. (Colección Gral., T. I, pág. 39) con sus Actas respectivas

– Cuestiones canónicas

– Copia: Breve del Papa Urbano VIII (1623-1644) dado en favor del Cabildo Eclesiástico de Chuquisaca para poder tener (jueces) adjuntos. Su fecha: 13 de setiembre de 1630. Sacado del libro 9º del Cabildo de dicha Catedral, págs. 103 y 104

– Copia: Testimonio dado por el Obispo de Tucumán por haber consagrado sin Bulas al Ilmo. Sr. Don Fray Bernardino de Cárdenas. Su fecha: Santiago del Estero, año de 1641. (Colección Gral., T. II, pág. 14)

– Copia: Carta del Obispo de Tucumán sobre el no haber permitido al Pontifical al Ilmo. Cárdenas (al Pdte. de la Audiencia). Córdoba, 14 de noviembre de 1651. Catálogo del Archivo Nacional de Sucre Nº 1598)

– Nota al capítulo sobre la jurisdicción episcopal

– Nota al Capítulo, donde se trata de su consagración, etc.

– Carta que don Pedro González de Mendoza, Fiscal del Consejo de Indias, escribió al Obispo del Paraguay, 20 de de abril de 1639

– Copia de la carta de felicitación que dirigió el Gobernador, D. Gregorio de Hinestrosa, al Pdte. de la Real Audiencia de Charcas (D. Francisco Nestares Marín). Archivo Nacional de Bolivia, Nº 1.520. Fecha: Asunción, 14 de junio de 1645

– Copia de la carta del P. Mercedario de la cual habla el Gobernador Hinestrosa en su carta al Presidente de Charcas

– Copia de un escrito (Catálogo del Archivo Nacional de Sucre, Nº 1.521, en el que se pide la protección del Gobernador Hinestrosa. Fecha: 21 de julio de 1645

– Copia: Carta del Virrey Mancera respecto de Mons. Cárdenas. Catálogo del Archivo Nacional Nº 1.518. Lima, 29 de julio de 1645

– Copia de una carta del Virrey a la Real Audiencia de Charcas

– Copia: Cartas de vecinos de Asunción a la Real Audiencia sobre los desacuerdos habidos entre el Obispo y Gobernador. Fecha: Asunción, 1648. Catálogo del Archivo Nacional de Sucre, Nº 1.582

– Copia: Carta de vecinos del Paraguay contra los religiosos a la Real Audiencia de Charcas. Su fecha: Asunción, 4 de abril de 1649. Catálogo del Archivo Nacional de Sucre, Nº 1.597

– Copia: Carta del Pdte. Marín a la Real Audiencia de La Plata. Su fecha: Potosí, 28 de enero de 1650. Catálogo del Archivo Nacional de Sucre, Nº 1.639

– Copia: Carta del Presidente Nestares Marín a la Real Audiencia, sobre el nombramiento del gobernador Diego Blásquez de Valverde. La fecha: Potosí, 4 de mayo de 1655. Archivo Nacional de Sucre, Nº 1.729

– Copia: Comisión del Virrey al Oidor Don Andrés de León y Garavito al Paraguay. Lima, 30 de junio de 1649. Catálogo del Archivo Nacional de Sucre, Nº 1.602

– Año 1650. Acusación del visitador Andrés de León y Garavito contra el Obispo Cárdenas

– Copia: Carta del Virrey a la Real Audiencia de la Plata sobre la restitución del Obispado a Mons. Cárdenas. Fecha: Lima, 31 de mayo de 1651. Catálogo del Archivo Nacional de Sucre, Nº 1.687

– Copia: Carta del Gobernador Valverde al Presidente de la Real Audiencia de Chuquisaca. Fecha: Asunción, abril 30 de 1657. (Catálogo del Archivo Nacional de Sucre, Nº 1.746)

– Copia: Carta del Cabildo de Asnción al Presidente de la Real Audiencia de Charcas. Su fecha: Asunción, 19 de diciembre de 1661. (Archivo Nacional de Sucre, Nº 1.791)

– Copia: Carta del Pdte. D. Francisco de Nestares Marín a la Real Audiencia de Charcas sobre cartas recibidas de Fr. Gaspar de Arteaga. Fecha: Potosí, 6 de setiembre de 1650. Catálogo del Archivo Nacional de Sucre, Nº 1.668

– Carta del Hno. Fr. Juan de San Diego Villalón. Fecha: Julio 20 de 1659. (Sacada de una obrita anónima que se guarda en el Convento OFM, en Cochabamba. Parece ser contemporánea con Cárdenas y contiene la defensa del Lic. Carrillo)

– Algunas otras afirmaciones falsas del P. Pedraza, S.J., refutadas por Fr. Villalón. Colección Gral., Tomo I

– El Obispo D. Juan de Palafox. Su lucha por la jurisdicción episcopal

Relaciones entre la jurisdicción episcopal y exención deregulares

 

Contiene el grupo siguiente: (132 Kb.)

– Copia: Año 1655. Del pedimento de Fr. Juan Villalón, sobre si el nombramiento del titulado Juez Conservador de Fr. Pedro Nolasco, de los PP. Jesuitas en Asunción (1649) fue aprobado por la Audiencia de Charcas. (Colección General de Documentos, etc., T. I, págs. 358-359)

– Carta de Fr. Villalón al Virrey del Perú (1659)

– Mons. Cárdenas - el R.P. Pedro Romero, S.J.

– Algo sobre los indios mitayos en Potosí

– De cómo el ex-virrey Salvatierra describe lo ocurrido con el obispo Cárdenas

– Bernardino Cárdenas, Obispo. (Copia tomada del "Diccionario Histórico Biográfico de La Paz", págs. 181-184)

– Da. Mariana de Austria agradece al Presidente de Charcas. 1670

– Mons. Cárdenas y las tres misas de finados

Obispos del Paraguay

Notas: Gobierno eclesiástico del Paraguay

– El Lic. Gabriel Peralta durante el gobierno eclesiástico del Dr. Adrián Cornejo

– El Dr. Adrián Cornejo, gobernador eclesiástico

Gobernador del Paraguay en tiempos de Mons. Cárdenas

Época de Felipe IV. Influencia de la Compañía de Jesús

– Notas acerca del Patronazgo Real


 

 

Nota del Hno. René Vargas, ofm. Ministro de la Provincia Misionera San Antonio O.F.M. - Bolivia - al Hno. José Luis Salas:

 

PROVINCIA MISIONERA SAN ANTONIO O.F.M.

Cochabamba 28 de setiembre de 1999

Hno. José Luis Salas

Casilla 1313. Asunción

Paraguay


Estimado hermano: Paz y Bien

                                                        La carta enviada a Carlos Folgado me ha sido entregada. Enterado del contenido hice las consultas respectivas. El resultado es que nosotros podemos dar visto bueno, en razón de que el trabajo de recopilación fue hecho por un hermano nuestro. La documentación misma es nuestro patrimonio espiritual.

                                                        De modo que todos los que consulté me dijeron que no sólo debíamos dar nuestro asentimiento sino también alentarlo, ya que, como dices "lo de Cárdenas no es un tema consumado.

                                                        Te deseamos éxito en tu trabajo de investigación histórica, en su momento, esperamos recibir algún texto.

                                                        En Cristo y Francisco.

                                                        Hno René Vargas, ofm. Ministro Provincial


(Hay un sello que dice: Provincia Misionera San Antonio OFM Bolivia)

Calle Bolívar No #-0445. Telf. (04) 224275 . Fax (002-591-4) 250650 . Casilla 894. Cochabamba - Bolivia


Nota de Roberto Quevedo - Presidente de la Academia Paraguaya de la Historia:


Con la publicación de la biografía de Bernardino de Cárdenas, Obispo-Gobernador del Paraguay, cabeza de la Revolución de los Comuneros del siglo XVII, la Academia Paraguaya de la Historia inicia la publicación de trabajos de investigación sobre historiografía paraguaya.

Agradecemos a FONDEC (Fondo Nacional de la Cultura y las Artes), pues mediante su aporte se ha podido realizar la impresión de este trabajo, fundamental para el conocimiento sobre la actuación de nuestro insigne y discutido Obispo, por graves asuntos entre la antigua Provincia del Paraguay y la Compañía de Jesús y sus "reducciones".

Asunción, Setiembre 27 de 2000

Roberto Quevedo

Presidente



PRESENTACIÓN

El 3 de enero de 1996, con un saludo de amigo y el auspicioso augurio de "un próspero año nuevo" recibí una carta y una encomienda postal de Bolivia. El envoltorio postal era portador de un alentador primer signo de ese positivo anhelo de prosperidad para el año que recién se iniciaba, al menos yo lo recibí así, su contenido era: un manuscrito de unas 800 páginas sobre la persona y tema del notable franciscano y obispo Mons. fray Bernardino de Cárdenas, escrita en Bolivia hace unos setenta años por el "prefecto de misiones" franciscanas fray Wolfgango Priewasser.

La carta que me notificaba el envío del manuscrito, proporcionando datos adicionales, decía: "Creo que (Priewasser) lo escribió alrededor de los años 20-30 de este siglo. Fue ordenado posteriormente por otro fraile austríaco que también trabajaba aquí Padre Luis M. Oeffner".

"A modo de ensayo biográfico" escribió Wolfgango esa obra consagrada a "El Ilmo. D. Fr. Bernardino de Cárdenas". En el prólogo, dando las razones que le movieron a su extraordinario trabajo en dimensión y profundidad, alega: "Ninguna biografía extensa, completa o cronológica existe sobre fray Bernardino de Cárdenas, franciscano, natural de La Paz (Bolivia), dos veces mitrado. Los compendios enciclopédicos, que se ocupan de él, son generalmente insuficientes y plagados de errores. Y, sin embargo, no se encuentra en el siglo XVII otro obispo, cuya vida, por los sucesos notables, ruidosos y sumamente trágicos a la vez, haya llamado tanto la atención de la América latina y aun de una gran parte de Europa" (1). Ese prólogo está datado en Oruro el 18 de marzo de 1916.

El benemérito que se interesó por el rescate de este ensayo biográfico, que el mismo autor Priewasser lo reconoce como "compendioso" pero "deficiente" , ha sido el Padre Luis M. Oefner, que lo hace preceder de un prefacio propio " A modo de introducción" y refiere el estado en que encontró la obra " incompleta y llena de borrones", pero que él la ha depurado y trabajado hasta poner, con las deficiencias del caso, en nuestras manos en el año 1966 sin pretensiones de dar a publicidad, dice él, editándolo sólo "para nuestras bibliotecas y para algunos amantes de la Historia franciscana".

Guiados por estas premisas fácilmente podemos sacar la conclusión de las muchas dificultades que ofrecía el manuscrito y aún hoy presenta en bastantes aspectos. Con todo, ante la idea de abandonarlo en algún recóndito archivo para que duerma el sueño del olvido, nos parece acertado que la obra sea publicada, se nos hace digna de ello por los valores que exhibe ya en el texto de la biografía, o bien, en la variada y numerosa documentación que adjunta tanto de un color como de otro, favorable o desfavorable a Cárdenas, más cuatro apéndices y los detallados índices, el general, de nombres de personas, y de nombres de lugares, etc. Se puede constituir la obra en fuente de nuevas investigaciones.

Por otra parte a favor de su publicación se han manifestado varias personalidades, entre éstas aducimos el testimonio del Dr. Josep Barnadas, quien interesado en la causa de Bernardino, habiendo tenido en sus manos el escrito opinó que "el texto debe ser trabajado y publicado «pro manuscripto» porque desde la fecha de esta obra de Priewasser nada ha salido acerca de Cárdenas y su enfrentamiento con los jesuitas; por ello este texto tiene una relevancia e importancia histórica". Cree, además, que "el caso Cárdenas-Reducciones-SJ es el más sonado e importante de la época colonial en América Latina" (2).

Más de uno estimará que el tema de Cárdenas y sus confrontaciones con los de la Compañía está ya trillado y acabado. Los múltiples escritos del pasado y las dos, al menos, publicaciones jesuitas de los últimos años (Astrain, Asunción, 1995 (3); Rouillón Arróspide, Asunción, 1997) (4) reiterando invariablemente los mismos conceptos y puntos de vista de escritos anteriores, pareciera que dan por concluido, al menos desde la óptica jesuita, todo lo decible sobre el franciscano obispo Cárdenas, considerándolo, como lo estiman, un obispo "perseguidor", "perjuro", "calumniador" y "extragavante" y otros calificativos más del mismo calibre (5). Tampoco con esta obra se van a dilucidar bastantes interrogantes, pero puede ser que ayude a poner el fiel de la balanza más en equilibrio.

A los franciscanos, estando en juego un religioso de prestigio en la Orden, no nos es fácil encajar semejante final de los sucesos, tampoco es cosa de resignarse a aceptar esta imagen deteriorada del obispo Cárdenas entreviendo que existe otra más ajustada a la realidad histórica. Es lo que le ocurría a Priewasser sin duda y lo expresa cuando dice: "Vacilé largos años sobre si debía poner mano a una biografía de Cárdenas... Como franciscano sentí, al leer la crónica de la Provincia de San Antonio, profunda simpatía por el obispo perseguido, por el misionero denigrado". En su concepto, en el nuestro y el de muchos otros, y de la Iglesia misma, que se ratificó, después de la expulsión, en concederle, aunque tardías, resoluciones favorables, obispado como el de Santa Cruz de la Sierra, justificando sus actuaciones (6), Cárdenas tuvo lados rescatables, honorables, ejemplares. Su vida no se reduce ciertamente a lo ya dicho.

Este manuscrito concienzudo, hecho con la puntillosidad del caso por un franciscano austríaco, nos parece sale en defensa de esa dignidad denostada y a mirar la vida y los hechos de Cárdenas con ojos de más ecuanimidad, aceptando no pocos juicios adversos. Por otra parte abarca algo más, como debe ser, que el tiempo de las graves discusiones. El currículum de este fraile obispo no se circunscribe a sóla la época paraguaya, ni al tiempo de su episcopado, cuenta con otras facetas variadas y complementarias, con un antes y un después.

El historiador franciscano Lino Canedo, que tuvo en sus manos el Manuscrito cuando estaba al frente de la "Academia de Historia Franciscana de América", en Washington, por más que estuviera convencido de que el aporte de este trabajo meticuloso de Priewasser fuera positivo, pensara que podría añadir nuevos elementos a la investigación en orden a clarificar y poner las cosas más en su lugar creando un juicio menos desfavorable a Cárdenas y más objetivo con el conjunto de la polémica, con todo, a la hora de darlo a la prensa, reputaba que era mejor no "resucitar" una amarga y vieja polémica y que sería "más prudente dejarlo todo en paz" (7). Eso lo decía por los años de 1950, guiado, sin duda, por una actitud de paz muy franciscana.

Pero mucho agua ha corrido debajo del puente desde ese entonces y la historiografía ha avanzado no poco en este medio siglo transcurrido. En la actualidad, los anteriores fanatismos por defender a capa y espada, sin perdones ni disculpas, las propias opiniones por más que fueran equivocadas y parciales, así como muchos "ismos" dejaron de ser norma última. Se justificaría, por no aludir más que a un ejemplo, que en tiempos de antaño los de la Compañía, u otra congregación religiosa mantuvieran como sagrado el no disenso o la prohibición de voces discordantes por el honor de la congregación, pero ¿en la actualidad? (8). Francamente extraña y nos cuesta pensar que la apertura al reconocimiento de propios yerros no sea más aceptado, e incluso más cristiano.

Hoy se admite con mejores ojos un aporte ajeno, aunque sea diverso; hoy se tolera más adjuntar nuevos puntos de vista complementarios, o dar diversas lecturas a un mismo suceso, o bien sostener apreciaciones desiguales sobre un personaje, estando en juego la realidad de los acontecimientos, sabiendo que todo eso enriquece la plural e inabarcable veracidad histórica.

Pues bien, tomando en cuenta esta visión abierta de la historia, que también es la nuestra, aquellas personas a quienes se ha pedido parecer sobre la oportunidad de la publicación de este escrito, hecho evidentemente con afecto y en defensa, más que nada, de fray Bernardino de Cárdenas, no tan sólo eso, también con la seriedad y el respeto que se merecen tanto los puntos de vista franciscanos como la lectura hecha por los jesuitas (mírese la liberalidad usada por Priewasser en la documentación y la crítica a varias de las posturas de Cárdenas frente a los jesuitas), lo reiteramos, por ello ha parecido que vale la pena publicarlo, aceptando, lógicamente, sus limitaciones. Sin duda, teniendo en cuenta esos rasgos, también los miembros de la Academia de la Historia del Paraguay, que tiene como lema "super omnia veritas", han juzgado un escrito de interés y digno de publicación, tomando incluso sobre sí las cargas de su impresión.

Además, los estudios hechos hasta hoy se han limitado a un período y a tratar aspectos parciales de su vida, no se abarcaba, al menos que nosotros sepamos, toda la amplia gama de temas que componen la personalidad de Cárdenas, ni mucho menos. Esta misma biografía sufre de grandes vacíos y silencios aún.

Fray Alberto Cortés, franciscano argentino, intuitivo y amante de la verdad histórica, fallecido tempranamente, en respuesta a una carta consulta que yo le dirigí hace ya bastantes años, decía: "Hablando de «huecos de cosas importantes» de la historia franciscana del Paraguay en el siglo XVIII, entre ellos, está la relación profunda entre franciscanos y la Revolución de los Comuneros, que no suele aparecer desarrollado y que para mí tiene una importancia capitalísima porque muestra el enfrentamiento de los dos proyectos pastorales de fuste: el nuestro (franciscano) y el de los jesuitas.

La Revolución de los Comuneros fue sostenida por los frailes. Fray Juan de Arregui será elegido Gobernador del Paraguay porque los frailes lo ayudan. El jefe de la revuelta Antequera, fue alojado en el convento de Córdoba. Y en Lima, cuando se lo iba a ajusticiar, los frailes salieron a defenderlo e intentaron librarlo de la muerte. Murieron varios frailes, entre ellos el Guardián de Lima, incitando contra las órdenes del virrey. Si bien este movimiento es ambiguo como tal, no deja de constituirse en una oposición a las autoridades peninsulares, lo que indica entre otras cosas la independencia de los frailes frente al poder institucional y su ligazón a la sociedad real, criolla y mestiza de su época... Es simplemente para alertarte sobre la importancia de un tema que ustedes lo han soslayado. Y ¿qué decir de su antecedente inmediato el Obispo Cárdenas? Ahí también tienes tela, tela para rato ¡y qué tela!" (9).

La relevancia que para la historiografía paraguaya y americana tiene la personalidad del Obispo Cárdenas no se puede despachar con decir: "Fray Bernardino de Cárdenas. Natural de la Paz, electo en 1638. Consagrado antes de que se expidiese la Bula, sólo dejó en el Paraguay recuerdos de su extravagante conducta, debiendo abandonarla para residir en Santa Cruz de la Sierra, donde murió" (10). Ni su vida de franciscano, ni su episcopado se restringen al tema puntual y crispante de las confrontaciones entre él y los jesuitas por más que, comunmente, estos sucesos hayan hecho correr más papel y tinta que el resto de sus actuaciones. El contrapunto real debe ser bastante diverso y mucho más matizado y abarca otras realidades. El lugar del fallecimiento hay que ubicarlo en Arani en el año 1668, cumplidos 89 años.

Que durante el breve episcopado acaecieran no pocos escándalos y que se dieron posturas antievangélicas, hay que aceptarlo. Del mismo modo es indiscutible que también hay sucesos merecedores de elogio que, seguramente, las intencionalidades mismas en los sucesos más turbios de ambos lados, Bernardino y los franciscanos por un lado y jesuitas por el otro, fueron santas y excusables. Cárdenas pocos días antes de la muerte, "hablando de sus diferencias con los jesuitas sobre cosas del gobierno de nuestro Obispado", dirá "fue porque siempre nos pareció defender la verdad en servicio de Dios y del Rey y no por manchar tan santa religión" (11). En todo caso las responsabilidades negativas debieran ser compartidas, en el caso al que nos referimos, a partes iguales entre el Obispo y los seguidores de San Ignacio, los autores reales y los morales y otros involucrados. Por varios lados se cometieron extremos demenciales y del mismo calibre; no solamente de parte del obispo quien casi siempre es el que termina mal parado.

Las polarizaciones han ocurrido, al parecer de más de uno, por haber hecho que las derivaciones y los accidentes fueran tanto o más relevantes que la sustancia de los temas discutidos y los contenidos de los problemas mismos. Desde otro punto de vista, pero apoyando eso mismo, dice Priewasser: "Las disidencias, hechas por cuestiones fundamentales, por cuestiones de principios, se convierten entonces en hechos aislados, odiosos, sirviendo de pasto para la maledicencia y para las calumnias" (12).

Por otro lado, no parece, como hemos insinuado ya, suficiente ni históricamente acertado reducir el ciclo vital de esta relevante personalidad, que vivió cerca de noventa años, a esos diez escasos transcurridos en Paraguay, o al estrecho período de su enérgica y aun exacerbada conducta de los años de episcopado dejando de lado otras dimensiones, como casi siempre se ha hecho. Hay que considerar, en honor a la verdad, también el resto de su larga trayectoria, con un antes de unos sesenta fecundos años de destacadas actuaciones en el Bajo y Alto Perú y Bolivia; años de gran aceptación y elogioso proceder al interior de la Orden Franciscana en la que gozó de gran estima, llamándolo "religioso de talento, adornado de sólidas virtudes y misionero apostólico celoso y eficaz" (13), y otorgándole puestos de relevancia. Tampoco se puede soslayar el asentimiento conferido por el Concilio provincial celebrado en el Arzobispado de la Plata, donde entre el Arzobispo y cinco obispos asistentes, los seis unánimemente lo invistieron con el título de "Delegado General del Concilio de la Plata"; mientras que el Rey y la Iglesia le juzgó merecedor de varios cargos de responsabilidad. Esta obra de Priewasser le concede un espacio considerable de varios capítulos a desarrollar esta fecunda faceta de su vida que cobra un interés complementario poco conocido.

El tan vapuleado y desterrado obispo Cárdenas tuvo además un prolongado después de más de veinte años, en los cuales, luego de ser expulsado de su diócesis, tomando distancia del epicentro de los lamentables y dolorosos sucesos, iría a parar a Chuquisaca resuelto a recluirse y descansar, aunque no pudo mantener el pretendido sosiego debido a que, por más que renunció a su diócesis de Paraguay, le vino la oferta del obispado de Popayán, al que también renunció, pero que luego aceptó, sin embargo, la silla de Santa Cruz de la Sierra y, últimamente, el obispado de La Paz en el que falleció a la edad de 89 años (14). La muerte hay que situarla en Arani y el Obispado de La Paz no aconteció. Cosa inexplicable de parte de Roma la concesión de nuevos episcopados, si fueran verdades tan evidentes las graves anomalías que se le imputan en su actuación paraguaya.

La cuestión misma que ha derivado en el grave problema de Bernardino y los franciscanos enfrentados a los jesuitas y éstos a aquéllos, dando la impresión de una guerra de simples revanchas entre congregaciones, parece exigir una revisión más a fondo, pues, en opinión de no pocos, encierra también otros aspectos que se han ladeado: como el que denomina Alberto Cortés "dos proyectos pastorales de fuste", tan diversos pero pastorales al fin; o también el punto de vista desarrollado en una tesis de última hora por la argentina Mercedes Avellaneda y que entitula: "Conflicto y poder religioso por el control de las reducciones en el Paraguay colonial" (15). Tampoco se puede desdeñar, a mi humilde entender, lo que pudieron haber supuesto, ya en la raíz del problema, los modos de visualizar la vida religiosa con enfoques diversos, cuyo origen estaría en los carismas fundacionales franciscano y jesuítico. Podría ser importante calibrar la incidencia de ello en éste y otros sucesos y más perceptiblemente en la antagónica postura de ambas congregaciones en el tema comunero. Creemos que estos podrían ser verdaderos temas, dignos de distraer la atención hacia contenidos de mayor relieve.

Si se hubieran tomado en cuenta estos y "otros" pequeños grandes matices, que todavía apenas están insinuados, los enfoques de la polémica serían de otro tenor. En todo caso, lo nuclear nunca recaería en la diatriba, la anécdota y el agravio. Ampliar, pues, el panorama del problema hacia otros polos es lo que se sugiere, y tratarlos sin considerar, como lo expresa Astrain, "la borrasca más fiera que jamás padeció la Compañía en el Nuevo Mundo" (16). Borrasca, que sabemos emergió en Paraguay ya con Mons. Cristóbal Aresti, quien optó por alejarse a Buenos Aires, se prolongó con mayor acritud con Cárdenas, y se dio con otros obispos y con idénticos protagonistas y problemas similares. En todos los casos las "naves" que debieron ceder a los rigores de la tempestad fueron las de la jerarquía.

No eran cosa triviales las divergencias que andaban en juego en el litigio, era el privilegio de la exención canónica por encima de la jurisdicción episcopal, la facultad de exoneración de pagos de diezmos, etc. por parte de los jesuitas, mientras que por lado de los Obispos se defendía la jurisdicción episcopal y el patronato regio, doctrinas o curatos en manos de los clérigos, los diezmos (17). No fue queja exclusiva del Obispo del Paraguay Mons. Cárdenas, como hemos dicho, sino que la misma problemática se vivió , coincidentemente casi por los mismos años y en muchos puntos de una semejanza notable, con el obispo de Buenos Aires fray Cristóbal de la Mancha y Velazco (18) en el curso del primer Sínodo de 1655, y con el Obispo de Puebla Don Juan de Palafox (1645) en México (19). Y en todos ellos, obispos catalogados por una parte del pueblo por santos, tuvieron como muro de contención a la Compañía.

Después de estas consideraciones me inclino, por una conclusión más ceñida con la verdad, sobre Mons. Bernardino de Cárdenas, que sería el criterio que sugiere el franciscano Lino G. Canedo cuando dice: "No es el lugar de ahondar en los motivos y en las circunstancias de la vieja cuestión. Sin embargo, sea lícito advertir que lo escrito sobre el tema está generalmente lleno de parcialidad y pasión. Por otra parte, Cárdenas tiene en su haber mucho más que su conflicto con los jesuitas y no debiera ser juzgado a través de este sólo episodio. El estudio completo, documentado e imparcial del enérgico obispo del Paraguay prestaría un gran servicio a la historia sudamericana en su época" (20).

"Ese servicio mayor a la historia sudamericana" por el que aboga Canedo es el que debería suscitarse y el que se pretende al publicar este manuscrito. Ello requeriría que comenzando desde los historiadores, y en forma particular de los inmediatamente involucrados jesuitas y franciscanos, se realizara una revisión de la singular personalidad de Cárdenas en primer lugar, y luego del fondo de los sucesos, acercando las diversas lecturas a una visión de la realidad más abierta y verídica y, lógicamente menos apasionada. Mercedes Avellaneda que constata esa realidad estrecha y parcializada se propone en su tesis "un intento de superar esta disyuntiva" y acota: "Todos estos trabajos cayeron en la disyuntiva de reconstruir los sucesos ocurridos para defender la actuación de un grupo determinado y dieron por resultado distintas versiones de los hechos sesgados por la perspectiva adoptada" (21).

¿Acaso los tiempos modernos no han logrado relativizar una variedad de temas, incluso ideologías, que hasta hace unos años atrás se daban como seguras, inamovibles, e irreconciliables, cual muros de "Berlín" que jamás vendrían a derrumbarse? Hoy se van dando pasos a la revisión en muchos aspectos, se acepta reconocer propios errores y pedir perdones. La Iglesia lo ha hecho en más de una oportunidad en los últimos años, recuérdese a Galileo, a Lutero, a los detentores de varios cismas, los perdones solicitados últimamente por el Papa en nombre de los pecados de la Iglesia. Lo hemos hecho los religiosos con los de fuera. Posiblemente hemos dejado de hacerlo hacia dentro y en el horizonte de Paraguay flota, cual nebulosa, un tema de conflicto y no abordado con el respeto que se merece y la amplitud necesaria.

En honor al "estravagante" y "violento" Cárdenas, tachado de locura, hay que decir que alguna vez, días antes de su muerte el 16 de octubre de 1668, reconoció sus errores y se doblegó ante su conciencia de cristiano hasta aceptar sus excesos y pedir perdón por las afrentas inferidas a los de la Compañía. Lo refiere Lucía Galvez y concluye:"Cárdenas nunca más volvió al Paraguay. Poco antes de morir pidió perdón a los Padres de la Compañía de Jesús en un codicilo de su testamento, dejándoles " su pectoral, su cáliz de oro y una imagen de María Santísima" (22). Gesto que lo honra.

Con posturas de este tenor, si se dieran de parte de todos los involucrados, se hubieran roto los viejas hostilidades, reconciliado más las congregaciones religiosas tan meritorias por otra parte en la evangelización, como son los jesuitas y los franciscanos, y se hubieran evitado recuerdos no del todo conformes con la verdad histórica y descalificatorios de Pastores, salvo contadas excepciones, de nuestra Iglesia paraguaya, donde la mayoría pasan al recuerdo como poco ejemplares y hasta con reputación de nocivos (23). De paso hubiera ganado la historia.

Cárdenas resulta para los franciscanos un ejemplar más entre las personalidades y el rico episcopologio franciscano paraguayo. Los que estuvieron al frente de la Iglesia de Asunción está formado por nada menos que por once obispos, realmente variados, algunos de ellos muy representativos. Haciendo una sucinta memoria de ellos vamos a encontrar al franciscano andaluz Mons. fray Juan de Barrios que tuvo el privilegio de ser el primer Obispo del Paraguay, aunque no alcanzó a llegar a la diócesis, pero que a la distancia erigió canónicamente la Catedral Asuncena. El que a continuación fue nombrado fray Pedro Fernández de la Torre, también franciscano, es el primero en tomar posesión de la sede, tiene en su haber, actuaciones loables y no pocas discutidas, dando, en medio de todo, según historiadores, un balance positivo (24). El más destacado por su actuación y calidad en esta primera etapa de organización de la Iglesia del Paraguay y Río de la Plata fue, indiscutiblemente, fray Martín Ignacio de Loyola, el verdadero planificador de la diócesis, audaz y benemérito realizador del primer Sínodo de Asunción en 1603 (25).

Después de un lapso de unos cuarenta años vino el protagonista en este escrito, y el cuarto franciscano, Mons. fray Bernardino de Cárdenas. Después de lo ya escrito aparcándolo por el momento, mencionamos a los otros obispos franciscanos, pero de quienes ofrecemos solamente los nombres. Ellos son : el sucesor inmediato de Cárdenas, fray Gabriel de Guillestegui, fray José de Palos, fray José Cayetano Paravicino y fray Luis de Velazco y Maeda.

A un franciscano también le cupo ser obispo en el momento de la transición y afianzamiento de la Independencia en la época del Doctor Francia, a fray Pedro Antonio García de Panés. Y franciscano será el primer obispo paraguayo que tome las riendas de la Iglesia local en tiempo de Carlos Antonio López, su propio hermano fray Basilio Antonio López. Un abanico, pues, de obispos, por su variedad, es el aporte de la Orden Franciscana a la Iglesia paraguaya. Ningún otro país de Sudamérica tuvo tantos obispos franciscanos, que honran a la Orden de San Francisco por estar considerado el Paraguay, dentro del contexto de los países y de la Iglesia, como pobre y marginal.

Volvamos ahora a Mons. fray Bernardino de Cárdenas, ya para concluir. Aunque su tiempo de episcopado en Paraguay no fue muy largo, pues que a duras penas alcanzó a ser de diez años, sin embargo fue una coyuntura de graves conflictos, sin duda por su fuerte personalidad, hay que reconocerlo, pero también fue un acérrimo defensor de los intereses eclesiales en juego, participó, si se quiere con ambigüedades, en problemas sociales y económicos en pugna en el momento, valores que él vive con pasión denodada enfrentando sus deberes de obispo a la postura, también, intransigente y pertinaz de " la exención" y otros privilegios y alcanzando a ser Gobernador del Paraguay por aclamación del pueblo.

Estamos seguros de que muchos estudiosos de la historia del Paraguay y de los temas candentes de la misma, como éste que tiene como protagonistas principales al franciscano obispo Cárdenas y la Compañía de Jesús y que encierra, para los más, aspectos no del todo dilucidados todavía, interrogantes inconclusos, problemas no resueltos, acogerán con simpatía este voluminoso escrito y, más allá de las excentricidades en pos de objetivos para hoy inconcebibles, se servirán de sus puntos de vista y de la abundante documentación aneja, para juzgarlos, aquilatarlos mejor y, naturalmente, hacerse con un juicio más aproximativo con el fondo de los sucesos.

Hoy nadie duda del denodado empeño puesto por los jesuitas por llevar a buen puerto el timón de sus empresas por el Reino: Que a la lectura de este libro, nadie dude del apasionado y certero ideal de fray Bernardino de Cárdenas en pro de lo que él juzgaba derecho de Pastor de la Iglesia del Paraguay y "servicio de Dios y del Rey nuestro Señor".

Fray José Luis Salas,ofm

Villarrica, 24 de diciembre de 1999


NOTAS DE LA PRESENTACIÓN

1) PRIEWASSER, Wolfgango. "El Ilmo. D. Fr. Bernardino de Cárdenas". Ensayo biográfico. Manuscrito.

2) Ibídem.

3) ASTRAIN, Antonio "Jesuitas, Guaraníes y Encomenderos", CEPAG, Asunción, 1995.

4) ROUILLON ARROSPIDE, José Luis. "Antonio Ruiz de Montoya y las Reducciones del Paraguay", Centro de Estudios Paraguayos "Antonio Guasch", Asunción, 1997, págs. 328-338.

5) ASTRAIN, op. cit. Págs. 162-187. Llama poderosamente la atención el hecho de que al hacer resumen de una obra en siete tomos se escoja con tanta amplitud precisamente todo lo relacionado con el obispo Cárdenas.

6) GUAL, Pedro. "Cuestión canónica entre el Iltmo. Sr. Obispo del Paraguay y los RR. PP. Jesuitas", Lima, 1879, págs. 88-91.

7) Carta de fray Tomás Kornacki. Sucre, 3 de enero de 1996. Otro tanto les ha ocurrido y han pensado los franciscanos, como fray Antonio Santa Clara Córdoba, que no quedaron conformes con la imagen ofrecida por la historia general apoyada exclusivamente en la visión jesuita y dejaron sus estudios sin darlos a publicidad.

8) CONTRERAS, Francisco. En el escrito de réplica a la consagración episcopal de Cárdenas dice que lo constrenía a ello: "La ley de la caridad, que tan estrechamente obliga a los que somos de un mismo cuerpo y religión".

9) Carta de fray Alberto Cortés, Buenos Aires, 19/8/89.

10) Guía Eclesiástica del Paraguay. Conferencia Episcopal Paraguaya. Año 1989. Pag. Año 1963, 1981, etc. Todos repiten invariablemente los mismos conceptos. A partir de la última Guía de 1997 se ha dado un nuevo giro tratando de poner las cosas más en su lugar. "Fue un prelado austero,virtuoso, penitente. Aunque la historiografía jesuita lo vea diferente, los que estudiaron su vida sin apasionamiento consideran a Cárdenas como un misionero apostólico y un religioso ejemplar". Págs. 34-35.

11) Escritura del Testamento. ANB. EC N¡. 44, año 1673.

12) PRIEWASSER, op. cit. Prólogo, pág. 3.

13) Notas biográficas sobre Mons. Fray Bernardino de Cárdenas, de probable autoría de Fr. Santa Clara Córdoba. Manuscrito del Archivo de San Francisco de Buenos Aires, 37 páginas.

14) Notas biográficas sobre Mons. Fr. Bernardino de Cárdenas de probable autoría de Sta. Clara Córdoba. En la nota (15): Archivo Gral. De Indias. Sevilla. Audiencia de Buenos Aires.Copia en el Archivo del Convento de Buenos Aires "estábades consagrado real y verdaderamente, y ser válidos los sacramentos que habíades administrado". Agregaba: "He tenido por bien resolver que volváis a residir a vuestra Iglesia, y así os ruego y encargo que, luego que recibáis este despacho, por mano del Arzobispo de la Iglesia Metropolitana de dicha provincia de los Charcas, a quien he encargado te lo remita, ejecutéis vuestro viaje a la dicha Iglesia Catedral del Paraguay a ejercer vuestro oficio pastoral, y llegado que seáis a ella, procederéis como Padre piadoso, olvidando todas las ocasiones pasadas y admitiendo a vuestra gracia con amistad y amor paternal a los que en alguna manera se apartaron de ella mediante las dichas inquietudes". Lo del Obispado de La Paz parece que no se concretó, aunque algunos lo dan por cierto.

15) AVELLANEDA, Mercedes.Tesis de licenciatura. "Conflicto y poder religiosos por el control de las reducciones en el Paraguay colonial". Sin año.

16) ROUILLON ARROSPIDE, op. cit. pág. 338.

17) No queremos darle trascendencia mayor al problema surgido con el Catecismo guaraní y sus palabras. La cuestión nunca hubiera adquirido relevancia a no ser por el descuido o la oculta intención que pudo tener Montoya de ignorar en la publicación de 1640 al autor fray Luis Bolaños. Esta oculta intención es la que cree existió el autor del escrito "Catecismo Guaraní" en la Revista de la Biblioteca Pública, pág. 6, llamándole "injustificable omisión". Buenos Aires, 1882, págs. 3-31.

18) CARBIA, Rómulo. "Historia Eclesiástica del Río de la Plata", Buenos Aires, 1914, Tomo I, págs. 185-193.

19) Entre los escritos de Priewasser, que no incluye esta biografía, hay un capítulo dedicado a "El Obispo Juan de Palafox", de siete páginas. Archivo del Convento franciscano de Cochabamba.

20) CÓRDOBA SALINAS, Diego. "Crónica Franciscana de las Provincias del Perú", Academy of American Francciscan History Washington, D.C. 1957. Nota 8, pág 203.

21) AVELLANEDA, op. cit. pág. 3.

22) GALVEZ, Lucía. "Guaraníes y Jesuitas, De la Tierra sin mal al Paraíso", Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1995.

23) ROUILLON ARROSPIDE. Op. cit., pág. 338. "Declaramos que aunque es verdad que siendo Obispo de la provincia del Paraguay tuvimos algunas diferencias con los religiosos de la Compañía de Jesús sobre cosas del gobierno de nuestro Obispado, fue porque siempre nos pareció defender la verdad en servicio de Dios y del Rey nuestro señor y no por manchar tan santa religión y así, si en algo excedí, pido perdón a los dichos religiosos".

24) Anuario eclesiástico.

25) BRUNO, Cayetano. "Historia de la Iglesia en Argentina". Editorial Don Bosco, Buenos Aires 1966, págs. 240-241.



A MANERA DE INTRODUCCIÓN

Estando en Lima, en nuestro convento de los Descalzos en el año 1944, una tarde, al entrar en el coro alto, antes de la entrada vi una chapa, en forma oval de plata con la siguiente leyenda: "Pectoral que recibió el golpe de una bala (que tiró cierto émulo) al S. D. Fr. Bernardo Cárdenas, siendo obispo de Paraguay".

El pectoral tiene de alto 15 centímetros: es de cristal de roca. En el centro del crucero tiene una fractura de parte a parte, que deja casi desunidas las cuatro piezas de la cruz, es decir los brazos y la parte alta y baja.

El pectoral está incrustado en una cruz de madera.

Desde aquel momento comencé a interesarme por la personalidad de D. Bernardino de Cárdenas. En la Historia de la Orden había escuchado su nombre, se decía que tenía un gobierno muy movido, que tenía sus diferencias con los Padres de la Compañía de Jesús, que fue sepultado en la hermosa iglesia de Arani, y trasladado más tarde a la iglesia de San Francisco de Cochabamba, donde yacen sus restos en la pared del presbiterio con una inscripción grabada en una placa de mármol. De ahí preguntaba en Lima a algunos padres sobre la vida de este gran misionero, pero era poco lo que me podían informar sobre sus trabajos y sobre su vida.

Al regreso del Perú a la misión de Chiquitos encontré en la Librería "Cisbert", en La Paz, el libro, titulado: EL KOLLA MITRADO por Augusto Guzmán, escritor boliviano natural de Cochabamba que, en la primera página del libro, escribe: "Fray Bernardino Cárdenas, hijo del Kollasuyo, dormía disecado, disperso, pulverizado y olvidado, en los viejos testimonios de la historia, donde juntando cenizas y despojos, he procurado darle fisonomía y movimiento de personaje, a imagen y semejanza de su propia vida".

He leído este libro que tiene forma de novela con un fondo histórico, pero está muy lejos de exponer la figura eminente de este gran cohermano.

Llegado de Cochabamba, busqué a nuestro P. Wolfgango Priewasser, conocedor de la historia como pocos, para preguntarle sobre vida y virtudes de Mons. Cárdenas. Asomó una sonrisa picaresca en su cara, que parecía ya un pergamino viejo, y me hablaba del gran interés que tuvo durante muchos años para sacar a luz la figura del eminente misionero paceño, del prelado desafortunado de Asunción. Me decía que ha reunido cantidad de material para la publicación de una biografía del ilustre franciscano, pero que sus apuntes los tenía aún sin orden y arreglo, además quedan muchos vacíos en la larga serie de años que vivió aquel Prelado. Muchos sucesos de la vida de Cárdenas en el Paraguay quedan aún oscuros. Hay varias cosas en que el Obispo no sale bien librado, pero casi todas admiten excusa razonable, y bien ponderado todo, los jesuitas del Paraguay y Tucumán en aquella desastrosa lucha no quedan en buen terreno. Tratándose, sin embargo, de asuntos tan delicados no he querido continuar esta labor.

Quería animar al buen anciano, que a la sazón frisaba en sus ochenta abriles, para que ordene sus papeles y compagine sus apuntes a fin de que algo concreto, basado sobre la verdad histórica pueda publicarse.

Los últimos meses del P. Wolfgango estaban sombreados por cierta amnesia senil y en estas circunstancias ha quemado muchos papeles y manuscritos, sin que nadie pudiera darse cuenta.

Después de la muerte del P. Wolfgango, autorizado por la Rev. Curia Generalicia, he recogido los libros y escritos del P. Wolfgango y he encontrado, diseminados entre muchos papeles, apuntes y notas para una biografía sobre la vida del Obispo Cárdenas, se trata de un ensayo histórico, basado sobre la verdad documentada, en cuanto esto fuera posible, pero el trabajo es incompleto, lleno de borrones. Además encontré cantidad de anotaciones, copias de documentos, etc., que tienen relación con el Obispo Fr. Bernardino de Cárdenas.

He recogido todo lo que pude encontrar y entregué todos los escritos a un Padre, Licenciado en Historia, en Roma, para que estudie los documentos y haga aparecer el libro tan deseado para los religiosos de nuestra Orden y para la Historia de la Iglesia de Bolivia, mas, debido a los trabajados de lector y la atención de la sacristía en el Santuario de Copacabana, no le dieron lugar para dedicarse a esta tarea tan complicada.

Luego me he puesto en comunicación con diferentes personajes competentes y autoridades en el ramo de la Historia, y nada he podido conseguir.

Se aproxima el año 1968, en que se recordará el centenario de la muerte del gran Prelado por tercera vez, por tanto me he animado a unir los apuntes y notas para abrir camino hacia una biografía histórica de D. Bernardino de Cárdenas a fin de que, a base de esta publicación, algun historiador competente se anime a desenterrar los documentos de los archivos formando con sus resultados una página más para la gloria de la Iglesia, de nuestra amada Orden Franciscana y para honra de la seráfica Provincia de San Antonio, cuyo ínclito hijo era el Obispo Fr. Bernardino de Cárdenas.

De paso sea dicho, que no pretendo dar publicidad al trabajo sino compaginar los datos y editarlos para nuestras bibliotecas y para algunos amantes de la historia franciscana.

Santa Cruz, noviembre de 1966.


Fr. Luis M. Oefener, O.F.M.



PRÓLOGO DEL AUTOR

Ninguna biografía extensa, cronológicamente o completa existe sobre Fr. Bernardino de Cárdenas, franciscano, natural de La Paz (Bolivia), dos veces mitrado. Los compendios enciclopédicos, que se ocupan de él, son generalmente insuficientes y plagados de errores. Y sin embargo no se encuentra en el siglo XVII otro obispo cuya vida, por los sucesos notables, ruidosos y sumamente trágicos a la vez, haya llamado tanto la atención de la América Latina y aun de una gran parte de Europa. Otros libros se ocupan casi exclusivamente de su vida como Obispo del Paraguay, pero sin indagar los motivos o las causas de sus acciones y sin orden cronológico, dando así lugar, mezclando todo, a erróneos conceptos y falsas apreciaciones, haciendo además caso omiso de la imparcialidad que debe guiar los relatos históricos.

Aun la misma Provincia franciscana de San Antonio de los Charcas, a la cual había adherido el P. Cárdenas, al ser separada ésta de la Provincia de los XII Apóstoles del Perú(1.), no nos ha dejado, fuera de los pocos datos suministrados por la Crónica de Mendoza, ningún escrito sobre su hijo más célebre; y menos aún se ocupa de él el P. Diego de Córdoba Salinas, cronista de la Provincia de los XII Apóstoles (2.).

Aún los pocos compendios que en La Paz han dedicado a su famoso paisano, son muy defectuosos, erróneos y parciales (3.).

Ignorados quedan los datos sobre los primeros decenios de la vida del celoso franciscano; y aún las noticias sobre los últimos años de su vida y sobre la silla episcopal, que ocupaba, son contradictorias. Sobre su obispado en el Paraguay se omiten, casi en todos los autores, precisos datos cronológicos y las cuestiones canónicas, civiles y aun dogmáticas, que motivaron las hondas e irreparables divergencias y luchas entre el obispo y los PP. Jesuitas del Paraguay.

Las disidencias, hechas por cuestiones fundamentales, por cuestiones de principios, se convierten entonces en hechos aislados, odiosos, sirviendo de pasto para la maledicencia y para las calumnias.

Mientras los unos, como el pueblo contemporáneo, apellidan a Monseñor Cárdenas el santo obispo; lo proclaman los jansenistas y demás enemigos de la Compañía, mártir y víctima de los jesuitas, y luchador impertérrito por la dignidad episcopal, por la fe, y por el patronato real (4.).

A éstos sirve Cárdenas y su vida agitada, de pretexto, para lanzar mordaces insultos contra los hijos de San Ignacio de Loyola.

En cambio, diversos escritores jesuíticos y otros adictos a su causa nos describen a fray Bernardino como un anciano ambicioso, lleno de maldades, de venganzas, de rarezas, hipocresías y aun de chocheces; en fin, como a un hombre moralmente enfermo.

¿Cómo, pues, en medio de tan diversos juicios, defender al ilustre prelado contra los gravísimos cargos levantados contra él, en Charcas, en Madrid, en Roma y en tantos libros?

¿Cómo sincerar, conociendo la propia incompetencia, la escasez de fuentes, la imposibilidad de registrar personalmente los respectivos archivos, la conducta del que en su tiempo llamaban el Crisóstomo, el apóstol del Perú?

¿Cómo llegar a un criterio sereno, imparcial, y sin herir a nadie?

Vacilé largos años sobre si debía poner mano a una biografía de Cárdenas, siguiendo las huellas de los PP. Pedro Gual y Marcelino de Civezza. Como franciscano sentí, al leer la crónica de la Provincia de S. Antonio, profunda simpatía por el obispo perseguido, por el misionero denigrado; pero, por otra parte, me acobardaron tantas dificultades.

Sin embargo viendo que aun en modernas publicaciones se prescinde completamente de las defensas del mismo Cárdenas y de las obras publicadas en su favor, creí decoroso poner sobre la tumba del venerable obispo, cuyos restos guarda Cochabamba, mi pobre escrito, en defensa y honra suya, y en obsequio a aquel a quien había dedicado fray Bernardino los largos años de su santo ministerio, aunque he leído lo que un insigne escritor reprochaba a su adversario: "Si le ha quedado rastro de pudor, debería avergonzarse de reproducir delante de gentes, que tengan ojos y alguna lectura, el nombre del obispo Cárdenas (5.).

La presente biografía, a pesar de ser, por falta de fuentes, tan deficiente de datos, y compendiosa, es, en cuanto yo sepa, la primera historia algo completa sobre Monseñor Cárdenas. Podrá, por tanto, servir de base para nuevos estudios.

No es mi intención promover alguna polémica ni mancillar en manera alguna a la benemeritísima Compañía de Jesús. Si resultasen algunos errores de los evangélicos obreros del Paraguay, sabido es que faltas personales, particulares, no se deben atribuir a ninguna corporación como a tal y menos a la Compañía, bajo mil títulos respetabilísima, por sus méritos por la Iglesia.

En esta biografía me he valido igualmente de los escritos de los amigos como de los adversarios del obispo Cárdenas, admitiendo la veracidad de sus relatos, hasta que otros hechos, circunstancias o razones internas la desmintiesen o diesen lugar a serias dudas. A veces he prescindido de ciertas nimiedades referidas por Charlevoix y otros con la intención evidente de exhibir a Cárdenas como visionario, como hombre extravagante, fingiendo una vida santa y penitente, por cuanto la misma conducta del prelado, los relatos de los cronistas de la Orden, la estima y veneración del pueblo por tan largos años y la fidelidad de sus amigos demuestran lo contrario.

Norma empero siempre me ha sido el dicho de la Sgda. Escritura: "Vae qui dicitis malum bonum et bonum malum".

Refiérense de Mons. Cárdenas algunos dichos proféticos, algunos hechos extraordinarios. Al respecto, como en los demás puntos, quede toda la biografía absolutamente sujeta a las disposiciones pontificias, especialmente al respectivo Decreto de Urbano VIII.

* * *

He utilizado las siguientes obras, y las citaré en adelante sólo por sus autores:

a) Obras favorables a Cárdenas:

1. P. Diego de Córdoba Salinas: Crónica de la Provincia de los XII Apóstoles. Lima, 1651. Habla sólo por incidencia de fray Cárdenas, describiendo la pacificación de los pueblos de Sogo, Challana, etc.

2. P. Diego de Mendoza: Crónica de la Provincia de San Antonio de los Charcas del Orden de N.P.S. Franciscanos. Madrid, 1665. Trata de Mons. Cárdenas, de quien el autor era amigo, sólo en el Libro I, c. XV-XVII, caso sobre la misma materia como fray Salinas, omitiendo, probablemente por insinuación del mismo Cárdenas, todo detalle sobre la vida y carrera claustral del mismo, y sobre sus peripecias en el Paraguay.

3. Colección general de documentos... tocante al Ilmo. D. Fr. Bernardino de Cárdenas, desde 1644-1660. Madrid, Imprenta de la Gazeta, 1768. Dos tomos. La obra refiere casi exclusivamente documentos, que sirvieron en la causa de Cárdenas. El fin de esta edición era la justificación de la expulsión de los PP. Jesuitas de los dominios españoles, como lo dan a entender los prólogos de los dos tomos. El segundo tomo, del cual con frecuencia me sirvo, contiene los tres "Discursos jurídicos", muy bien escritos aunque demasiado extensos, del Lic. D. Alonso Carrillo, abogado de los Reales Consejos. Esta obra, ya impresa y traducida en italiano (toscano) en tiempo de Cárdenas, fue compuesta a instancias de Fr. Juan de S. Diego Villalón, procurador de Mons. Cárdenas y amigo abnegadísimo y diligentísimo del mismo. Se nota en los tres discursos el empeño de no herir a los adversarios, guardando la debida imparcialidad. Esta defensa, por fundarse en documentos trasmitidos por Cárdenas, tiene especial importancia para la defensa de su causa.

4. P. Pedro Gual (O.F.M.): Cuestión canónica entre el Ilmo. Sr. Obispo del Paraguay y los RR.PP. Jesuitas. Lima, 1879. Esta obrita resume magistralmente los argumentos en pro de la licitud y validez de la consagración episcopal de Mons. Cárdenas, y las virtudes del mismo; pero, publicada con motivo de un artículo del diario "La sociedad" (n. 2496), Lima, con el título: "Noticia sobre la vida y escritos del Ilmo. Sr. Dr. D. Bernardino de Cárdenas", pasa por muy encima los demás episodios de la vida de ese prelado, afirmando, erróneamente (pág. 10) que éste, humilde y obediente, aceptó la silla de Santa Cruz de la Sierra, que se le confirió en 1666, pero que no tomó posesión de ella, porque en el mismo año le dio el rey, impetrándole Bulas de Su Santidad, el obispado de La Paz, que ocupó.

5. P. Marcelino da Civezza: Storia Universale delle Missionni francescane, Prato, 1891. Se ocupa de Mons. Cárdenas en el Vol. VII, Parte II, págs. 138-153. Trae algunos breves comentarios sobre las persecuciones sufridas por este obispo, y un documento hallado sobre una visita practicada en Cailloma.

6. Mendiburu: Diccionario histórico-biográfico del Perú. Parte primera, t. II, pág. 166-167.

7. P. Mendieta: Libro de la causa del venerando P. Solano. L. II. c. 7.


b) En contra de Mons. Cárdenas escriben:

1.- P. Pablo Hernández (S.J.): Organización social de las Doctrinas guaraníes de la Compañía de Jesús. Barcelona, 1913. 2 tomos. El docto autor refiere en esta excelente obra incidentalmente diversos episodios, que hablan muy poco en favor del obispo franciscano, aduciendo algunos documentos nuevos e interesantes.

2. J. Cretineau-Joly: Historia religiosa y literaria de la Compañía de Jesús. Traducida al castellano, Barcelona, 1845. Se ocupa del prelado asunceño en varias partes (v.g. tom. II, pág. 267 y ss.), confundiendo hechos, datos etc. acumulándolos de tal manera, que el lector deba formarse una idea muy desfavorable del obispo, aunque, a veces, diga indirectamente algo en pro del mismo.

3. P. Pierre Francois-Xavier de Charlevoix (Jesuita): Historie du Paraguay. A Paris. Chez Didot, Giffart et Nyon, 1756, 3 tomos. Esta obra, aumentada por el P. Muriel fue traducida, con notas, al castellano por el citado P. Pablo Hernández, y forma parte de la "Colección de libros y documentos referentes a la historia de América". Lleva por título: Historia del Paraguay, escrita en francés por el P. Pedro Franc. Javier de Charlevoix-P. Nuriel y el P. P. Hernández. Madrid 1910. VI tomos. Especialmente el tomo III se ocupa del litigio entre el prelado paraguayo y los jesuitas. Es la obra más temible para poder salir airoso en la defensa de Mons. Cárdenas. A pesar de la multitud de datos y del placer que se nota en el autor para describir las maldades episcopales, padece la obra de exageraciones e inexactitudes.

4. Henriòn: Histoire generale des Missions catholiques. París 1847. Esta obra interesante, traducida también al castellano, sigue en sus apreciaciones de Mons. Cárdenas al P. Charlevoix.

5. Dr. Francisco Jarque (Xarque): Insignes misioneros de la Compañía de Jesús. Libro I: Vida del P. Simón Mazeta. L. II: Vida del P. Francisco Díaz Taño. En este libro trata el autor sobre Cárdenas muy extensamente, pero sin nombrarlo. A pesar de ser casi contemporáneo comete varios errores sobre la vida del citado prelado. Libro III. Estado actual de las misiones. Pamplona, 1687. El autor, al publicar su obra, a la cual, según todas las apariencias, han contribuido los PP. de la Compañía, enviando noticias y documentos, debe haber publicado su obra en edad avanzada. El Sr. Jarque había estado de cura en la matriz de Potosí, donde conoció, tal vez ya por el año 1640 a Mons. Cárdenas. Atribuye ciertos actos del prelado a su edad que, según él, había ya oscurecido la lucidez de su entendimiento.

De paso citaré en mi biografía sobre Cárdenas algunos otros autores.

Oruro, 18 de marzo de 1916.


NOTAS DEL PRÓLOGO

1.) Consta de la aprobación, que dio el obispo Cárdenas a la Crónica de dicha Provincia escrita por el P. Diego Mendoza. Esta (última) separación sucedió en 1637.

2.) En varios lugares de su "Crónica", impresa en el año 1651, refiere algunos hechos notables del P. Cárdenas (pág. 151 - 153; Lib. VI, cap. 7 y 8), entonces Obispo del Parguay y promovido a la silla de Popayán, pero concluye: "Yo, por seguir el consejo del Espíritu Santo; que dice: Ante mortem ne laudes hominem quemquam, dejo la pluma para los que a su tiempo merecieren coronizar sus virtudes".

3.) Encontré en la biblioteca del colegio paceño algunos recortes sin indicación del año de su publicación ni de su procedencia; pero los que supongo tomados de "El Comercio de Bolivia" (La Paz), y escritos por D. Carlos Bravo. Se nota en ellos marcada prevención contra la Compañía de Jesús. En el "Diccionario histórico-biográfico de la Paz" (págs. 181-184) se hallan notables errores sobre Cárdenas.

4.) Entre ellos: Francisco de Paula G. Vigil, "Los Jesuitas", Lima 1863.

5.) Centinela contra los errores del siglo, París, 1847 T. IX pág. 159 (nota).

 


Detalle del retrato original, se halla en el Salón General del antiguo convento de San Juan de Letrán del Cuzco (Perú). Fray Diego de Umansoro, Obispo de Santiago de Chile, dedicó este recuerdo a su amigo y maestro Fray de Cárdenas el año 1669.

Cárdenas está con los vestidos episcopales sobre el hábito franciscano, sentado junto a una mesa sobre la que se hallan las dos mitras, símbolo de su doble episcopado. En medio del cuadro está la inmaculada. El lienzo fue retocado en 1708, por un pariente del Obispo: fray Buenaventura Ponze de Cárdenas.

 


CAPÍTULO I


Bernardino de Cárdenas. Sus primeros a–os en la Provincia seráfica de los XII Apóstoles del Perú

Los cronistas de la Orden indican Chuquiabo, como entonces comúnmente se llamaba la ciudad de La Paz (Bolivia), como lugar del nacimiento de Bernardino de Cárdenas. Pero ninguno menciona la fecha.

Queda al respecto como única fuente conocida la inscripción de un cuadro que se halla actualmente sobre la portada del "Salón general" (antes universitario) del antiguo convento de San Juan de Letrán del Cuzco, sede casi durante dos siglos de los superiores de la Provincia de San Antonio de los Charcas.

En medio de dicho cuadro se halla la Virgen Inmaculada y a uno de sus lados el retrato del obispo Bernardino de Cárdenas y al otro el del Ilmo. D. Fr. Diego de Umansoro, Obispo de Santiago de Chile, quien dedicó (en 1669) este recuerdo a su finado amigo y maestro Cárdenas. Los retratos de los obispos son de tamaño natural. Al Ilmo. Cárdenas presenta el pintor con vestidos episcopales sobre el hábito franciscano, de aspecto venerable, algo calvo, con barba larga y espesa, sentado delante de una mesa, sobre la cual se hallan colocadas dos mitras, símbolos de los dos obispados, que sucesivamente poseyó D. Fr. Bernardino.

Estos lienzos hizo renovar en 1708 el P. Guardián, fray Bonaventura Ponze de Cárdenas, pariente (probablemente sobrino por parte de madre) del difunto prelado. Sospecho que entonces se haya introducido algún error sobre el año del nacimiento de Cárdenas.

"El Ilmo. y Rvmo. Sr. D. Bernardino de Cárdenas, natural de la ciudad de Chuquiabo (La Paz), hijo de esta S. Provincia, Lector de Teología en este Convento, varón verdaderamente apostólico en la conversión y educación de los indios y muy insigne predicador. Obispo del Paraguay y electo de Popayán y después en posesión de Santa Cruz de la Sierra, murió a 24 de octubre de 1668 en Arani, lugar de su obispado. Murió de 105 años, 5 meses y 6 días. Nació el 19 de mayo de 1562 años: cuarto hijo de don Celestino Félix de Cárdenas y de doña M. Teresa Ponze. Cajeros reales de Quijo, en estas villas del Alto Pirú".

Actualmente ya no se puede leer el lugar ni el año de su nacimiento, por estar borrada esta parte de la inscripción, a consecuencia de haberse puesto con refuerzo para componer la rotura que el cuadro había sufrido (1).

A pesar de los datos tan precisos sobre la fecha del nacimiento del cuarto hijo de don Celestino Félix de Cárdenas, opino que se trata de un error del pintor o de su dirigente, siendo el año probable del nacimiento el de 1578.

A esta afirmación me inducen las siguientes razones:

a) La insólita edad de 105 años, apenas creíble en un hombre que haya sufrido las penalidades, trabajos y amarguras a las cuales estuvo sujeto aquel prelado; según dicho cuadro hubiera tenido el obispo al ser citado por la Real Audiencia (1650) como 88 años.

b) El abogado Carrillo, defensor de Cárdenas ante el Consejo de las Indias y, por tanto, bien enterado de los asuntos de su cliente, afirma en su "Discurso" (1. C.T. II. pág. 35) hablando del sitio del obispo en la catedral de Asunción en 1648: "Estaba así encerrado el obispo... aunque de más de 70 años de edad".

c) Todos los autores, incluso el abogado Carrillo, aseguran que Cárdenas entró en la Orden Franciscana siendo aún muy joven. Generalmente refieren que tenía entonces 18 años. En la aprobación o laudatoria dada por el Ilmo. D. Fr. Bernardino al manuscrito de la crónica del padre Mendoza, La Paz, a 10 de agosto de 1656, dice éste, que en cuanto a lo historial de la crónica había sido testigo "por más de 60 años de hábito".

Entró, por tanto, antes del mes de agosto de 1596, o sea a fines de 1595 o a principios del año 1596, en el noviciado seráfico.

Nada hay que advertir contra el día de su nacimiento, indicado en el referido lienzo; mayo 19, cayendo la fiesta de San Bernardino de Siena en el 20 de mayo, siendo, a la vez, día de bautismo del niño Cárdenas.

Considero, por tanto, el día 19 de mayo de 1578 hasta hallarse otra fecha más segura, como fecha de su nacimiento (2). Don Bernardino de Cárdenas nació en La Paz, capital de Bolivia, o Chuquiabo, como se decía en el siglo XVI. Su nacimiento fue el año 1579. Ignoramos las particularidades de su niñez y primera educación. Solamente nos consta que a los quince años de su edad, el 31 de julio de 1594, fue admitido como alumno en el colegio de San Martín de Lima, gobernado, como sabemos, por los Padres de la Compañía. Allí siguió la carrera de sus estudios y poco después entró en la Orden de San Francisco. En el bautismo se le había impuesto el nombre de Cristóbal; pero al entrar en religión adoptó el de Bernardino, quizá por la devoción que sentía a este famoso predicador que tanto ilustró la Orden de los Menores.

Algún escritor, fundándose en que en La Paz no se había conocido jamás otra familia española de Cárdenas, fuera de los descendientes de don Félix y de su esposa, supone que también el Ilmo. D. Ml. Angel del Prado (Cárdenas), Obispo de Santa Cruz (desde 1846) y promovido después (1855) a la silla metropolitana de Charcas, haya sido entroncado con los padres del Ilmo. D. Bernardino.

Varios Cárdenas encontramos años después entre los dignatarios de la ciudad paceña y aún en el cabildo eclesiástico.

Un tal don Pedro de Cárdenas fundó en 1565 en el valle de Cochabamba la Villa de San Pedro de Cárdenas, restaurada pocos años después por el virrey Toledo, quien le dio el nombre de Oropeza. No he podido averiguar sobre si existe algún parentesco de este Cárdenas con el padre de Bernardino de Cárdenas.

Contemporáneos de Bernardino de Cárdenas refieren que éste era sobrino del famoso padre Diego de Sosa, alumno de la Provincia de los XII Apóstoles, lo que hace suponer que una hermana de doña María Teresa, casada con un tal Sosa, había venido años atrás a América, teniendo allá familia.

* * *

La educación del niño Bernardino tuvo, según la bella expresión del Lic. Carrillo, "por objeto la virtud", y así no es de maravillarse que el joven Cárdenas, al contar apenas 18 años, "despreciando las delicias con que le convidaban las riquezas paternas", haya entrado por los años 1596 al noviciado del convento franciscano de Jesús, en Lima, perteneciente a la Provincia de los XII Apóstoles, fundada o iniciada por los años 1542 (3).

Ignórase si entonces hayan vivido aún los padres del joven Cárdenas. Lo cierto empero es que la familia Cárdenas demostraba mucho cariño y apego a la Orden Franciscana. Lo prueban el nombre de pila dado al niño Cárdenas, las relaciones de familia con el padre Sosa y la entrada en la Orden de uno de los hijos de un hermano de fray Bernardino y a quien, muchos años después, encontraremos en el convento de Asunción con el nombre de fray Pedro de Cárdenas y Mendoza.

Fray Bernardino hizo, concluido el año de noviciado, la profesión solemne y recibió, concluidos sus estudios, en los que sus maestros conocían su gran inteligencia y sus prodigiosas dotes para el púlpito, la unción sacerdotal, probablemente por los años 1602 o 1603, tal vez de manos de Santo Toribio de Mongrovejo, Arzobispo de Lima.

Nada se nos refiere sobre el tiempo de la estadía de fray Bernardino en Lima. No es de creer, en lo demás, de que el piadoso religioso no haya tenido algunas relaciones con San Francisco Solano y Santa Rosa, quienes por entonces con el santo arzobispo, llenaban a la ciudad de los Reyes con la fama de su santidad y virtudes.

Fuera de duda queda que fray Cárdenas durante el tiempo de los estudios teológicos, se haya dedicado con ahinco al perfeccionamiento de sus conocimientos de los idiomas aymara y kechua, cuyo estudio tanto inculcaba el santo arzobispo, reuniendo tres concilios provinciales, y haciendo efectivas, en manera especial, las resoluciones del tercer concilio limense (1583). Virtióse entonces, bajo la dirección de los obispos, el catecismo del tercer concilio, por sabios y piadosos lenguaraces, en los idiomas principales de los indígenas del Perú.

Imposible empero es, según lo dicho, el que el P. Cárdenas haya brillado, como asegura el P. Armentia (4) en el concilio limense de 1583 entre tantos hombres insignes como un sol, pues tenía entonces apenas 5 años.

La Provincia de los XII Apóstoles, conociendo las dotes del joven sacerdote lo destinó como lector de teología al convento máximo del Cuzco, probablemente antes del año 1613, dándole el título de predicador general. Entre los discípulos más insignes de fray Cárdenas figura fray Diego de Umansoro Obispo de Santiago de Chile, quien, aun después de muchísimos años, se recordó de su querido P. Lector, haciendo colocar su retrato en el convento de Cuzco.

Fruto de su profesorado fue: "Prelecciones y Apartado bíblico o guía para leer con fruto las Sagradas Escrituras", 1. Vol. 4¼ mayor. Su impresión parece se hizo por el año 1638 (5).

En el año 1614 hallamos a fray Bernardino de guardián en el convento de la Observancia en Chuquisaca. Era ese convento, por la importancia de la Real Audiencia, de sumo interés para la Provincia y se ponían, en consecuencia, en él sólo superiores de experiencia y sagacidad. No contento aún con esta distinción nombró el Padre Provincial Bartolomé de Solís a fray Bernardino, de acuerdo con su Definitorio, Vicario Provincial de los conventos de Chuquisaca (Observancia y Recoleta), de Potosí, Oruro, Chuquiabo, Cochabamba, Mizque, Pocona y Tarija (Cuzco, 16 de junio de 1614). Este nombramiento, que se halla en el primer tomo de la "colección de documentos", etc., demuestra lo que debe juzgarse del relato del Charlevoix sobre esta guardianía en La Plata. "Ocurriósele cierto día – escribe (t. II. pág. 454) – salir del convento con la cabeza descubierta de ceniza, llevando a cuestas una pesada cruz y seguido de todos sus religiosos (sin duda, añado yo, poseídos también de la ardiente fantasía de su guardián), que iban con las espaldas descubiertas y azotándose hasta verter su sangre. No todos aprobaron el hecho y a la primera noticia que de él recibieron los superiores mayores de su Orden, lo depusieron y le prohibieron (probablemente al nombrarle visitador), que saliese del convento. Aprovechó del retiro para estudiar la Sagrada Escritura y cuando volvió a aparecer en el púlpito (sería ya fuera de la iglesia de su convento), se atrajo más que nunca los aplausos del público" (antes tan escandalizado por la azotaina).

Queda un nuevo vacío en la carrera de fray Bernardino. Sabemos, sin embargo, que en el año 1619 estaba de guardián en el importante convento de la villa imperial. A él se le encargó el sermón fúnebre cuando el venerable siervo de Dios, fray Vicente Vernedo, sacerdote domínico, hubiese sido llamado a la eternidad (19 de agosto de 1619).

La concurrencia fue inmensa, puesto que fray Vicente había muerto con fama de santidad (6).

A principios del año 1621 fue llamado el Guardián de Potosí a Lima, donde el Comisario General fray Juan Moreno Verdugo juntaba, mediante Capítulo, de nuevo, la Provincia seráfica de Charcas con la de los XII Apóstoles, de la cual la había separado el Capítulo General de la Orden, celebrado en Roma en 1607.

A Lima había precedido a Cárdenas la fama de que (según Carrillo) "en los reinos del Perú no había otro a quien los indios mostraban tanto amor y reverencia" como a fray Bernardino. Quien empero esperaba al humilde fraile con el fervor de un misionero fue Su Excelencia, el Virrey del Perú. A fray Cárdenas iban a cumplírsele los deseos, ya tanto tiempo fomentados, de poder dedicarse a la conversión de los indios bárbaros.


Notas:


(1) Léese solamente: "Ilmo. y Rmo.", etc., hasta "lugar de su obispado de 105 años de edad".

(2) Consérvase en Madrid, Archivo Histórico Nacional, n. 242. Es un Catálogo de los colegiales que hubo en el Real de San Martín, desde el día 10 de agosto de 1582, en que se fundó, siendo virrey don Martín Henríquez, hasta el 12 de enero de 1771. En este catálogo se van anotando el nombre, edad y patria de los alumnos que se reciben, añadiendo después algunas notas sobre lo que fueron. Leemos, pues, en este documento: Año de 1594, N¼ 107, don Cristóbal de Cárdenas de Chuquiabo. Entró en 31 de julio de quince años. Fue religioso de San Francisco, donde se nombró fray Bernardino. Fue lector de teología, predicador muy apostólico, definidor de esta provincia, comisario visitador de idolatrías por el Concilio provincial argentino, donde quemó doce mil ídolos y Obispo del Paraguay, donde pasó muchos trabajos, y murió electo de Popayán".

(Veáse: Padre Antonio Astrain, S. J. Historia de la Compañía de Jesús en la Asistencia de España: Madrid: 1916. Página 569 del Tom. V.

(3) En el "Diccionario histórico-biográfico de La Paz", pág. 91, se dice: "A la edad de 16 años fue enviado a Lima donde tomó el hábito religioso".

(4) "Relaciones históricas de las misiones franciscanas de Apolobamba", La Paz, 1903, pág. 10. Según esta obra salían de la pluma de fray Bernardino los siguientes libros: "Catecismo mayor, menor y tercero en aymara, kichua, puquina y guaraní", "con las aprobaciones del Concilio limense". De los demás libros, citados en dicha obra (págs. 10 y 11), me ocuparé de paso en esta biografía, pero declarando no conocer ninguno y ateniéndome a la autoridad del referido Padre. Emulo en este apostolado de fray Cárdenas fue el franciscano fray Luis de Oré, natural de Guamanga, autor del "Símbolo indiano" para los obispados de Lima, Cuzco, Charcas y Tucumán; más de un "Manuale Peruanum" y de "Arte indiano en aymara, quichua, puquina, mochina, guaraní y brasílica".

(5) Sólo para dar una idea cómo Charlevoix-Hernández (tomo II. pág. 453) trata de fray Cárdenas cito un trozo de su libro, en el cual designa La Plata como ciudad natal del mismo, error que corrige su traductor, fundándose en Lozano, "Historia de la Conquista", III, cáp. 16: "Nació don Bernardino de Cárdenas en La Paz, ciudad del Alto Perú, de una familia distinguida por su nobleza y entró muy joven en la Orden de San Francisco. Dotado de ardiente fantasía, después de un estudio bastante superficial de la Teología y de los Sagrados Cánones, se lanzó muy luego al ministerio de la predicación, en el cual con su gran memoria, aplomo y facilidad, no le fue difícil crearse insigne nombradía en unas regiones en que es más fácil de lograr aplauso por la brillantez que por la solidez, y en que el entusiasmo da gran apariencia de santidad. Era, por otra parte, hombre de visiones y revelaciones, que tenía mucho cuidado de publicar el mismo; en una palabra, era quizá el más consumado y peligroso extático que haya habido jamás". A estos asertos sobre el carácter de fray Bernardino, que ningún hecho cierto comprueban, opongo sólo la vida y las obras del fraile Bernardino, las conversiones obradas, la conducta de los superiores hacia Cárdenas, admirándome de cómo la "brillantez" de los discursos y el "entusiasmo", sin obras, hayan podido influir tanto en los embrutecidos ánimos de los indios: Los dichos de los admiradores contemporáneos, referiré más abajo.

Henrión, "Histoire generale des Missions catholiques", tomo II. pág. 116.


 

CAPÍTULO II


Fr. Bernardino va de misionero a los Lecos.

Una lectura oportuna en Camata

La nueva Provincia de San Antonio no se había descuidado de la conversión de los indios bárbaros. Sí podemos creer a una carta del Ilmo. Sr. Gregorio Campos, Obispo de La Paz, escrita en 1767, ya se hizo en el año 1609 una seria tentativa, aunque infructuosa, por la conversión de los chuncos, nombre con que generalmente se designaba a las tribus, que no eran chiriguanos, es decir aún desconocidas, y que a mediados y fines del siglo XVII se aplicó en particular a los indios de raza y lengua tacana, que ocupaban ambas márgenes del Tuichi, sus afluentes, gran parte de las márgenes del Madre de Dios y del Beni y que estaban rodeadas por las tribus de Lecos por el Sur de Mosetenes, Amos o Haches (1).

Con el fin de poder dedicarse a esas conversiones obtuvo la Provincia de San Antonio importantes facultades del Papa Paulo VI y el título de comisario de misiones para el padre Gregorio de Bolívar, natural de Alcarras en España, pero hijo de la Provincia, varón de grande espíritu y especial ansia de la conversión de estos infieles (2).

Fray Gregorio principió, de acuerdo con las autoridades de La Paz y con el Virrey de Lima, su apostolado entrando por Songo, pueblo distante como 14 leguas de La Paz, por montañas muy ásperas y fragosas sendas hasta llegar a los territorios llamados después Apolobamba (1621). Acompañábale como intérprete el mestizo Diego Ramírez, habitante de Chuquiabo, sabedor del idioma aymará y del quechua, que según parece, entendían al menos algunos hombres entre aquellos infieles.

Era el tal Ramírez de índole perversa e hipócrita. Consideraba el nuevo oficio como ganga para hacer fortuna. Ignorando aún fray Gregorio el idioma de esos bárbaros tuvo que contentarse con las seguridades, que le daba Ramírez sobre las buenas disposiciones de los indios. Logró éste las simpatías de los infieles y hasta indujo a uno de los caciques, que le permitiese llevar a Cusabandi, uno de sus hijos, a Lima, prometiéndole mil cosas de la generosidad del virrey y dejando al misionero ignorante de sus secretos planes, casi como rehén entre los chunchos.

Parece que llevaba una carta de recomendación del padre Gregorio, quien esperaba obtener, mediante este mensajero, auxilios nuevos del Virrey, príncipe de Esquilache. Al llegar Ramírez a la ciudad de los Reyes presentó al joven indio con traje adaptado a las circunstancias y con vistosas plumas, asegurando, que era hijo del "Gran Chuncho", jefe de aquellas tribus, y aficionadísimo a hacerse cristiano con los suyos.

El placer y el contento del buen virrey no fueron pocos. Cusabandi, que ya entendía algo de castellano, fue instruido aún más en la doctrina cristiana y solemnemente bautizado, sirviendo el mismo virrey de padrino, dispuesto a fomentar a todo trance la conversión de los paisanos de su nuevo ahijado, heredero probable de la influencia paterna.

Hallándose el príncipe en estas disposiciones y esperando mucho del celo del padre Cárdenas hizo llamar a éste, proponiéndole este nuevo campo para su actividad, el que aceptó fray Bernardino muy contento. El virrey se dirigió luego mediante Acuerdo del Consejo Real al P. Comisario Gl. Moreno Verdugo, solicitándole el envío del padre Bernardino como misionero de los chunchos, donde había tanta esperanza de buenos frutos evangélicos.

Mucho sentía el Padre Comisario tal demanda, por otra parte casi indeclinable. Accedió; pero en testimonio de la grandísima estima de que gozaba fray Cárdenas en la Provincia seráfica, dijo al virrey que le daba los ojos de su cara; lo uno por el gran cariño y aprecio, que tenía de fray Bernardino, y lo otro por la importancia que tenía el Padre y por la falta que iba a causar su ausencia a la Provincia. Con fecha 22 de mayo de 1621 extendía el Padre Comisario General en Lima una patente, en la que nombraba al padre Cárdenas lector y predicador, jefe de la misión entre los chunchos, concediéndole un sacerdote y un lego como compañeros (3).

Asuntos de la Orden, los preparativos para la empresa y otras circunstancias detuvieron al nuevo misionero entre infieles durante el resto del año en Lima, de donde salió, provisto con regalos generosos del virrey para los futuros neófitos, en el año siguiente.

Acompañábanle, por una nueva concesión del Padre Comisario, los PP. Bernardino Medina, Luis Ramos, Alonso Mejía (Mescia) y fray Francisco de la Cruz, indio donado. Venía también con ellos el mestizo Ramírez con su protegido Francisco de Borja Cusabandi, ambos muy ufanos por las atenciones y regalos recibidos en Lima.

El fervor de los misioneros y sus esperanzas se disminuyeron notablemente a su paso por La Paz, donde fray Bernardino obtuvo recibimiento festivo de los suyos y de muchos amigos. Encontraron allá a fray Gregorio de Bolívar, quien después de haberse persuadido plenamente de la nulidad de las disposiciones de aquellos indios para el cristianismo había logrado salir con no poco trabajo de aquellas inhospitalarias regiones.

Fray Gregorio trató de disuadirles de semejante entrada, pero en vano. Fray Cárdenas, de su parte, insistió inútilmente para que volviese fray Bolívar con ellos. Había que llenar el compromiso con el virrey. Fray Bernardino continuó, pues, acompañado con los votos de los paceños, su expedición haciendo su entrada a los bárbaros, por Camata, pueblo que le pareció más a propósito para abastecerse por la penosa travesía de la Cordillera (4).

Después de haber trepado los misioneros montañas asperísimas, atravesando pantanos, sufrido hambres e indecibles trabajos, hallaron por fin un indio Leco , con quien podían avisar al padre de Cusabandi de la feliz llegada de su hijo. El viejo cacique vino muy contento al encuentro de los advenedizos. Enterado por su hijo, del proyecto de los religiosos, se mostró dispuesto a favorecerles, especialmente después de haber recibido la camisa de razo prensado, que le había mandado el virrey.

De acuerdo ya con el cacique dividió fray Cárdenas, como superior, a sus compañeros los trabajos, que debían hacer. Mientras el viejo indio se llevaba a su hijo con el padre Ramos y el Donado, embarcándoles en una canoa en dirección a su ranchería, habitada por unos veinte indios, quedaba fray Bernardino con el padre Mejía en el pueblito, donde se había verificado el encuentro del indio descrito por el picarezco Ramírez en Lima como el "Gran Chuncho" con su hijo Cusabandi. Estaba situado el pueblito sobre el Tuichi, afluente del Beni.

El padre Medina fue enviado a explorar con Ramírez y algunos indios las regiones circunvecinas, siendo muy pocos los indios que se habían encontrado hasta la fecha. Fray Cárdenas con Mejía principiaban su tarea predicándoles por varios meses, con empeño y admirable paciencia las verdades del cristianismo, aprendiendo al mismo tiempo el idioma de los indios, que resultaron ser Lecos y no Chunchos, como les había hecho creer Diego Ramírez. Los indios continuaban tan infieles, tan haraganes y tan viciosos como antes. Las expediciones del padre Medina no dieron tampoco mucho resultado. No descubrían pueblo alguno formado, sino sólo algunos galpones y bugíos pajizos habitados por indios infieles, que solían salir de vez en cuando al rescate de los frutos de su tierra, a la de cristianos.

Por añadidura principiaron a escasear también los víveres, no habiendo hecho los indios provisiones para sus huéspedes; fastidiaban los abundantes mosquitos, garrapatas y hormigas y las travesuras de Dieguito Ramírez, quien se paseaba entre los bárbaros, haciéndoles creer que era un rey inca, producido directamente por un adoratorio o ídolo, que tenían los Lecos y que por ende le debían mucho respeto, no pocos regalos y ciega obediencia.

Ya casi un año había pasado el padre Bernardino con su compañero en medio de aquellos salvajes, y no viendo frutos, que correspondían a sus fatigas y mortificaciones, resolvieron retirarse del pueblito Tuchi.

Fuéronse a Camata, esperando noticias de los PP. Medina, Ramos y del hermano Donado. El cura, muy contento de sus nuevos auxiliares, invitó mientras tanto a los Padres a ejercer el ministerio de la predicación entre los indios de Camata, donde hallaron la mejor acogida. Con los dos Padres había venido también el mestizo Ramírez a Camata.

Un día, registrando fray Bernardino la escasa biblioteca del señor párroco, cayó su vista sobre el comentario, que hace Tostado, interpretando el verso: "Que nadie desprecie ni escandalice a los pequeños" (cap. 18 de S. Mateo). Escribió el célebre comentarista: "Importa más cuidar de los recién convertidos, pequeñuelos aún en la fe, que de mil infieles, de los cuales no se sabe si entrarán en la Iglesia". ¿No había él, fray Bernardino, despreciado esas multitudes de indios peruanos, que le seguían a tropel, ávidos de oír la palabra de Dios, mientras esos bárbaros Lecos la rechazaban?

Luego eran su verdadero apostolado los indios del Perú. Convencido, que ésta era la voluntad divina, escribió fray Cárdenas un informe al virrey dándole cuenta de la esterilidad de su expedición misionera. Ramírez, al saber de esta misiva a Lima, que descubría sus embustes, desapareció repentinamente de Camata; medida muy prudente, pues llegaron más tarde órdenes muy severas del nuevo virrey (5) para que fuese aprehendido.

Al mismo tiempo escribió el padre Bernardino a fray Luis Ramos, ordenándole regresase con el Donado al convento, "si no había esperanza de aquella conversión".

Un mestizo de Camata fue el portador de esta carta, que bastante susto le causó; los primeros indios que le encontraron creían que era un espía de los españoles y querían matarlo. Ablandados al fin por sus ruegos le dejaron libre, mandándole regresase inmediatamente y llevando ellos mismos la carta al padre Ramos.

En hora buena llegó la llamada condicional del Padre Superior. Aunque al principio fray Luis con el hermano Donado habían tenido un recibimiento bueno de parte del pueblito del padre de Cusabandi, decayeron paulatinamente sus ánimos al ver que sus enseñanzas eran casi infructuosas, que las reprensiones hacían peligrar sus vidas y que aun Cusabandi, en quien habían puesto parte de sus esperanzas, nuevamente embrutecido, había vuelto a la idolatría. Pudieron sin embargo bautizar a algunas criaturas moribundas.

Iguales experiencias desconsoladoras había hecho el padre Medina y desanimado había salido con no pocos sufrimientos al pueblo de Challana, a donde le siguieron, poco después, el padre Ramos y fray Francisco – despidiéndose amigablemente de los indios – y llegando rotos, maltrechos y cansadísimos de su penoso y largo viaje a ese pueblo, de donde continuaron su regreso a La Paz.

No había llegado la hora de la conversión de aquella tribu. Pero quedó echada la semilla del Evangelio, aunque en pésimo terreno, teniendo ya los indios noticia de los misioneros, quedando así facilitadas las relaciones, que muchos años después abrieron los Franciscanos con los Lecos.

Triste, sin duda, volvió el padre Cárdenas con el padre Mejía a Chuquiabo (1623), "conociendo – como escribe el padre cronista Mendoza (pág. 99) – , la imposibilidad así de la tierra, como la de aquellos bárbaros, atendió (nuevamente) de propósito en el ministerio de los indios convertidos, donde ha sido siempre grandioso el fruto de su predicación y doctrina" (6).

En uno de sus viajes por el Perú, tal vez de ida a Lima, paró fray Bernardino, predicando en Huancavelica, donde a la sazón estaba de gobernador el célebre jurisconsulto, antes oidor de la Audiencia de Lima, don Juan de Solórzano y Pereira. Solórzano quedó muy prendido del predicador y su amigo. Solórzano, autor entre otras obras: "De indiarum jure disputatio", dos tomos, regresó a España en 1627; fue luego fiscal del Consejo de Indias, y desde 1642 consejero del Consejo de Castilla, murió en 1653 ó 1654. Sostuvo aun desde España relaciones amistosas con el misionero franciscano.

Pocos meses después del arribo de su respetado compatriota debían palpar los paceños la eficacia de la predicación de fray Bernardino entre los indios convertidos.


Notas:

(1) P. Nic. Armentia: "Descripción del territorio de las misiones franciscanas de Apolobamba". La Paz, 1905, pág.116.

(2) Más detalles al respecto y también sobre la entrada de Fr. Bernardino pueden verse en la Crónica del padre Mendoza, pág. 99, ss.

(3) Mendoza, 1. c. Colección, etc., tomo I.

(4) Ya hacia el año 1587, había elegido esta vía por Camata don Juan Alvarez Maldonado, fundando en el valle de Polobamba (Apolobamba) la villa de San Miguel, que no tardó en desaparecer, como también el pueblo, que allá había fundado en 1562 don Juan Nieto, quien también había practicado su expedición por Camata. Siete años antes de la llegada de fray Cárdenas y de sus acompañantes había pasado por Camata (14 de junio de 1615), en busca de nuevas conquistas, el capitán Pedro de Legui Urquiza, con despachos de capitán general, gobernador y poblador de las tierras de chunchos y provincia de "Tipoane" y título de corregidor de la recaja (Arecaxe, Aricaxa) con soldados y tres religiosos. Fundó cerca de la cordillera de Colapillosa, la población de Nuestra Señora de Guadalupe (10 de agosto de 1615), pero por falta de víveres tuvo que abandonar todo, retirándose con 305 suyos, hostigado por los indios lecos. Los presagios de fray Gregorio, fundados en la índole ensoberbecida de los Lecos, tuvieron, pues, harto fundamento. (cfr. Armentia, Descripción, etc., págs. 1 y 2).

(5) Don Diego Hernández de Córdoba, marqués de Guadalcazar. Fue virrey de 1622 hasta el año 1629.

(6) En Camata, según un apunte que he encontrado, concluyó el padre Cárdenas su obra "El modo de leer provechosamente las sagradas Escrituras".

 

 

CAPÍTULO III


EN BUSCA DE LOS REBELDES. EL MAESTRE DE CAMPO AIKARGA A FRAY BERNARDINO

Al regreso de las regiones de los lecos, estaba fray Cárdenas de Definidor Provincial, oficio, que le había sido conferido en el mencionado Capítulo de Lima (1621).

En la Congregación intermedia de septiembre de 1623 se le eligió por segunda vez guardián del convento de La Plata (1). Pero fray Bernardino, sea por motivos de humildad u otras razones, presentó inmediatamente la renuncia del nuevo oficio, que le fue admitida, permitiéndosele el regreso al convento paceño.

Este acto fue una providencia para la ciudad natal del ya célebre fraile.

Por el mes de diciembre de 1623 se habían sublevado los indios del pueblo de Songo bajo el cacique principal Daniel Huanaiquile (2), contra los españoles, matando ante el altar de la iglesia a don Francisco Ortiz, teniente corregidor, a pesar de sus ruegos y del asilo sagrado. Los rebeldes metieron al cura Diego Patiño en estrecha prisión, custodiándolo rigurosamente, mientras tanto dieron muerte a otros veinte españoles y a dieciocho mestizos e indios forasteros. La revolución cundió por Challana, en los anexos Simaco y Challapa o Cachapa, y en las chácaras del contorno, más de veinte leguas. Pertenecían estos pueblos al repartimiento del conde de Villamor, y se calculaba, entonces, la distancia de Songo a La Paz unas catorce leguas. Los rebeldes estaban, por la posición de sus pueblos, casi en un sitio inexpugnable por la aspérrima montaña, cerros, ríos y nieves, teniendo además como último refugio las regiones de los Chunchos. Fiados en esto, y hostigados por los agravios y vejaciones de los corregidores (de Larecaja), sus tenientes y otros moradores blancos de sus pueblos, se habían revelado, echando especialmente mano a sus arcos y flechas, en cuyo ejercicio eran muy diestros, por estar en frecuente guerra con los Chunchos. Como los indios en aquella mañana de matanza no habían perdonado la vida, ni aun a las mujeres blancas, entró gran temor y cuidado en todos los pueblos comarcanos y en sus corregidores. Por ser aquella jurisdicción la del Larecaja, se juntó éste con el de la más cercana provincia (de Omasuyos) reuniendo una compañía de más de sesenta soldados, con los cuales pretendió la entrada en el pueblo de Songo. Empero los indios le hicieron, defendiéndose valientemente, retirarse con sus milicianos a otro pueblo, en cuya iglesia estos se fortalecieron.

"Allí los tuvieron cercados los naturales, y con tan grande aprieto, que pidieron socorro al cabildo de Chuquiabo, el cual empero, previniendo el peligro en que estaba la ciudad, por haber indicios y avisos fidedignos de que había también conjuración entre aquellos indios y los de toda la comarca, no quiso dejarla desamparada de armas y gente española. Salían además los indios alzados a las estancias comarcanas a robar los ganados, matando a los españoles que topaban. Del estruendo de las armas españolas (en otros tiempos formidables para ellos) y cajas, que en estas ocasiones oían en la ciudad, se reían los indios, por estar muy proveidos de armas, flechas con mortal veneno, fosas y trampas peligrosísimas en los caminos, y sobre los pasos angostos de las laderas, piedras y galgas para impedir la entrada de los españoles. Tenían hasta puentes levadizos y otras prevenciones, sin contar con la cercana talanquera y guarida de los Chunchos.

El peligro de las vidas para los españoles y mestizos estaba de manifiesto y el riesgo de la reputación española, sin mencionar, como dice el cronista Córdoba Salinas, "la perdición de las almas de aquellos miserables indios, por haberse de juntar con los infieles, que tenían a mano, volviendo las espaldas a Dios y a la fe".

D. Diego de Lodeña, corregidor en La Paz, comunicó inmediatamente el peligro, que amenazaba a la ciudad y aun una gran parte del Perú por el incremento que estaba tomando la rebelión entre la indiada.

El virrey, marqués de Guadalcazar, a quien tocó no solamente contener los desórdenes habidos en Potosí, sino también esta sublevación, mandó, parece, algunas fuerzas, cometiendo la pacificación de este alzamiento con título y poderes de maese de campo, al mismo Lodeña.

* * *

Los sublevados, ya calmadas las primeras furias, habían entrado en algunas reflexiones sobre las posibles consecuencias de su proceder. Así es, que recibieron con cierta complacencia las cartas, que les enviaban el Ilmo. Sr. Pedro de Valencia, obispo de La Paz (1616-1631) (3) y el corregidor Lodeña, ambos empeñados en librar al infeliz cura Patiño, del peligroso cautiverio, en que le tenían los indios de Songo. Ambas autoridades pedían en términos muy comedidos, el envío del párroco a la ciudad, para que diese cuenta de los agravios, que habían motivado tal motín y tales estragos, defendiendo al mismo tiempo, por ser bien informado, la causa de los indios. Accedieron los naturales, y el señor cura, al ver aquel pedazo de cielo abierto a su libertad, prometió de buen corazón lo que le pedían y encargaban sus temibles feligreses.

"Fuéle fácil, dice el cronista Mendoza, cuanto los indios pedían". Con que le dieron guías, que le sacasen al camino hacia la ciudad, donde llegó con mucha brevedad a la casa del señor obispo, traspasado de miedo y hambre, que fueron sus mayores verdugos.

Dio razón de todo lo referido.

* * *

En La Paz se hizo, en vista del peligro común, cabildo abierto. Diversos fueron los pareceres para conjurar los grandes males que amenazaban. Nadie sabía dar consejos acertados, practicables, puesto que la represión de la rebelión a viva fuerza, parecía cosa casi imposible.

En medio de estas estériles discusiones se asomó de repente el P. Definidor Cárdenas y, sonriendo, ofrecióse a reducir aquellos pueblos, con tal que se les perdonasen sus delitos, sin peligrar sus vidas.

Recibióse la oferta con entusiasmo, y el Sr. Lodeña, quien sabía, que fray Bernardino era muy respetado y amado tanto de los españoles como de los indios, puso inmediatamente toda diligencia, en que éste hiciese la propuesta de entrada, pidiendo licencia por sus cartas y del Ilmo. Valencia, del M.R.P. Juan Moreno Verdugo, comisario general. Dióla, algo pesaroso el padre comisario, comprendiendo que podía peligrar la vida del celoso fraile; pero también la urgencia o importancia del negocio, y fray Bernardino se dispuso luego como hijo de obediencia.

La licencia dada por el Padre Comisario se extendía a los PP. Luis de Ramos, a quien vimos ya con fray Cárdenas entre los bárbaros, y Diego de Obando. Ambos habían ofrecido su ayuda en servicio de Dios y del rey.

Salieron, acompañados de los votos de los Paceños, a pie y sin ayuda de costa, de la ciudad y llegaron al pueblo de Songo. El trayecto no estaba libre de peripecias. Los indios vigilaban bien los caminos, armados para la defensa. Recibieron los unos humildemente los portadores de la paz, pero encontraron a otros no faltaban peligros de vida o maltratamientos de los indios, encarnizados con la sangre española y muy sospechosos del intento de los religiosos.

De Songo, donde fray Bernardino conocía de antes algunos de los sublevados, mandó al padre Diego al pueblo de Challana, para promover la pacificación conforme le había sido cometido por el cabildo paceño.

Fray Cárdenas reunió en la plaza de Songo a los indios y como padre les hizo una terrible reprimenda afeándoles su acción y mezclando en su discurso promesas de perdón. Arrepentidos, y aún atemorizados pidieron los infelices al predicador, que intercediese por ellos ante el virrey y el corregidor, lo que fray Bernardino, muy contento de su conducta, les prometió.

Durante su permanencia entre los rebeldes, en que los misioneros, tuvieron que sufrir mil trabajos, necesidades y atrevimientos de aquellos indios semibárbaros, quitáronles los Padres todos sus ídolos, reduciéndoles a la fe, colocando cruces en los lugares de sus adoratorios y predicándoles con frecuencia.

Poco a poco se habían preparado así los ánimos de todos, aun de los indios de los contornos, a entrar en paces con las autoridades del rey.

Pero no todos estaban conformes con estas disposiciones, entre ellos en primer lugar Daniel Guanaiquile, el cacique principal de Songo, y quien ahora con Gabriel Hayla dirigía a los rebeldes. Guanaiquile, como otro inca, se había hecho hacer en la plaza de Songo una especie de trono, de donde majestuosamente sentado arengaba a los indios, fomentando la oposición contra las propuestas pacificadoras. Juntaba al motín su propio entronizamiento.

Así le encontró un día fray Cárdenas al salir del templo, donde había celebrado la Santa Misa. Comprendió en el acto el peligro para la obra conciliadora que había emprendido y casi concluido. Mostróse entonces nuevamente el temple de aquel hombre, la firmeza y energía de su carácter, lo repentino de sus resoluciones, tal vez a veces no siempre prudentes, pero guiadas con intención recta, todo en fin, lo que más tarde en el Paraguay debía causarle tantos sinsabores, pero también la admiración de los que saben apreciar el valor y la firmeza de carácter.

Airado levantó el fraile su bordón y acercándose al admirado y alelado cacique le gritó en su idioma: "¡Ah perro, vos os atrevéis a sentar en trono delante de mí! ¿Vos sentado delante de un ministro de Dios y del Rey? Bajad de ahí, perturbador de la paz, inquietador de todos estos hombres, que queréis hacerlos culpados en vuestra maldad" (4).

El cacique, viéndose abandonado por los suyos, sujetados por el prestigio de fray Bernardino, bajó de su trono, y el fraile conociendo que aquel símbolo de poder, en frente del trono real, pesaría ante los españoles aún más que las matanzas hechas, hizo destruir inmediatamente el regio asiento de Guanaiquile.

Los indios, a pesar de sus buenas disposiciones, seguían desconfiados y no se descuidaban de su defensa, derrumbando caminos, quitando puentes y pertrechando los pasos más estrechos.

* * *

Don Diego de Lodeña, no teniendo noticias sobre el éxito de la misión de fray Bernardino y de sus dos compañeros, había reunido una numerosa milicia avanzando con recelo hacia Songo. La humedad de aquellos lugares había inutilizado la pólvora de los arcabuces, impidiendo las neblinas las defensas contra los posibles ataques de los indios.

Viendo don Diego estas dificultades y los temibles preparativos de los naturales, no avanzó más, esperando con los suyos noticias sobre los misioneros. Fray Cárdenas, informado de la gente de Songo del acercamiento del nuevo maestre de campo, no tardó en llegar a aquel sitio. Estaban los indios conformes con hacer las paces, con tal que se les otorgase el perdón prometido y que no entrase gente de guerra en su pueblo, amenazando en caso contrario con fuerte resistencia.

En la entrevista que tuvo el padre Cárdenas con el señor maestre, prometió éste el cumplimiento de lo prometido y pedido, pero exigía que se le dejase tomar posesión oficial, en nombre de Su Majestad, de Songo y de los demás pueblos sublevados en desagravio de los desacatos cometidos.

Al saber los indios, quienes desconfiados habían detenido durante la conferencia a los PP. Ramos y Obando como rehenes, el resultado de lo obtenido por sus parlamentarios, pidieron una nueva entrevista con el señor Lodeña, para ratificar ante ellos lo convenido.

Señalaron como lugar la "Apacheta", situada casi en la mitad del camino entre La Paz y Songo, poniendo por condición de que el señor maestre viniese solo acompañado de cuatro personas, prometiéndole toda seguridad y entrega del pueblo.

Algo receloso consintió el señor Lodeña, pero vino con su escolta de cuatro soldados al sitio señalado, pero siguióle desde lejos, disimuladamente, una compañía de soldados. Los naturales continuaron en sus emboscadas, pero hacían transitable el camino al lugar de la entrevista.

En la "Apacheta" esperaron los religiosos, Guanaiquile con sus jefes subalternos. Largas fueron las discusiones sobre las paces, en las que intervino nuevamente fray Bernardino en favor de los naturales. Guanaiquile prometió la entrega de Songo y de los otros pueblos alzados, y aun de los principales culpables, con tal de que él mismo quedase perdonado, y que el señor maestre no entrase en Songo con gente armada.

Accedió el señor Lodeña, pero solo aparentemente e insistiendo que tenía que llevar consigo una guardia de soldados, para que así se rindiesen más fácilmente los demás pueblos.

Consintieron de mal grado los indios, pero fiándose en las promesas confirmadas por los religiosos.

Al saber los demás el favorable giro de la conferencia salían de sus parajes, en que se habían ocultado para una defensa eventual, e industriados por el padre Cárdenas le rindieron las armas, echando a sus pies las flechas y arcos, y con otros diferentes, pues eran de flores y ramos, le recibieron otro día en su pueblo de Songo, con danzas y señales de obediencia y paz.

* * *

Lodeña había entrado en Songo con cincuenta soldados. Pero éstos se aumentaron poco a poco.

Dentro de pocos días vino de Challana a Songo, descalzo, con una soga a la garganta y ceniza a la cabeza, trayendo en pos de sí todos los indios de aquel pueblo y de sus chácaras y anexos, pidiendo misericordia al maestre de campo, la cual prometió y aseguró. Fiado en éste bajó el padre Diego de Obando a pie a las chácaras que estaban a quince leguas montaña adentro, y sacó todos los indios, que estaban retirados y bien seguros. "Con que se dio fin a un alzamiento de unos nueve meses, tan peligroso, y se atajaron las guerras y muertes y otros innumerables daños, y se redujeron a la obediencia de Dios y del rey, con general regocijo de todo el reino, dando gracias a la divina Majestad, que lo que no podían las armas y soldados hubiesen acabado tres frailes franciscanos, con sus predicaciones y ejemplos de modestia y mortificación, y no menos la reformación de los indios de aquellos pueblos, que hasta entonces habían estado casi sin noticia de Dios, ni del Evangelio, llenos de abominables vicios, con muchos errores e innumerables ídolos, a quienes habían ofrecido algunas cabezas de los españoles que mataron, y los dichos Padres los recogieron y enterraron en la iglesia".

* * *

La prometida impunidad de los indios fue relativa. En la noche del 4 de octubre de 1624 fueron ahorcados y colgados por orden de Lodeña, en el mismo atrio de la iglesia, donde los sublevados habían colgado antes los cadáveres de sus víctimas, los caciques Guanaiquile y Hayla con otros cuatro indios más culpables, regresando al día siguiente los naturales que habían venido a Songo escarmentados y asustados a sus casas.

Indignado quedó fray Bernardino con los dos religiosos al ver que se había violado la palabra oficial garantizada por él ante los indios, infligiendo un castigo justo en sí, pero ahora no en su lugar.

¿Qué dirían ahora esos naturales de la veracidad y buena fe de los frailes?

Para demostrar a los indios y españoles su justa indignación abandonó con los padres, protestando, al pueblo de Songo, emprendiendo el regreso a La Paz. Supiéronlo los capitanes llegados con la tropa y temiendo una nueva sublevación, ahora más temible, por no fiarse ya los indios de las promesas de los españoles, insistieron, en que el maese fuese inmediatamente en alcance del ofendido mediador, para que volviesen los tres sacerdotes al pueblo hasta restablecerse calma y tranquilidad completa.

"Así se executó, y lo traxeron por fuerza al mesmo pueblo para mayor seguridad de los españoles" (5). Excusóse el señor Lodeña con órdenes recibidas del Virrey (6).

* * *

Esta afrenta, aunque algo reparada, fue el pago de los religiosos por el inmenso servicio, que habían prestado al país.

Quedaban, pues, los padres – sin que el cronista nos indique el tiempo preciso – por aquellos lugares, plantando y confirmando en los corazones de los naturales la fe. Viendo el padre Cárdenas que las imágenes sagradas, que estaban en el templo de Songo, podían servir más de irrisión que de devoción, y viendo la falta de ornamentos y de cáliz que en él había, porque el que halló estaba quebrado por seis partes, con celo de la honra y culto de Dios, dio a aquella iglesia un cáliz costoso, casulla rica, misal, unos corporales y palias, y sobre todo la imagen de un Cristo rescatado de un hombre que lo mandó hacer, tan milagroso, que el día que le sacaron de la ciudad de Chuquiabo, para llevarla al pueblo de Songo, se repicaron las campanas, sin saber quién las hubiese tocado (7).

"Por lo cual los indios le han cobrado gran fe y devoción, y deseosos de arraigarla en sus almas, los de aquellos pueblos vinieron a la ciudad de Chuquiabo a pedir con toda instancia al Ilmo. Obispo de ella, que les dé por sus curas y padres espirituales a los frailes franciscanos, que hasta que ellos fueron no conocían a Dios (8).

Los sucesos de Songo y demás pueblos tuvieron ya años después su leyenda.

El Ilmo. Sr. Castro y Castillo, Obispo de La Paz, al informar en 1651 al rey sobre el estado de su diócesis, refiere: "Los Songos y Challanas alzaron la obediencia a su corregidor, porque, aunque todos los Yungas son en calidad de menos valor que las demás naciones de América, echados por el Inga como gente deshecha e inútiles, en las asperezas que viven, no por eso dejan de ser llevados de su bajeza de alterar atrevimientos crueles; pues tomando, rebelados, las armas estos dos pueblos y con más espíritu los Songos, que están con él de la Challana en un paralelo, mataron alevosos 32 personas españolas y criados indios suyos mientras estaban en sus camas rendidos al sueño, ajenos a traición tan lastimosa, gobernando el Perú el marqués de Guadalcázar (9).

Pero la justicia divina, para ejemplo de los vecinos y castigo de otros, fue servido enviar a los Challanas (si bien juez particular despachado por el virrey, fulminándoles criminal proceso a horca, e hizo cuartos de los más culpados) un tigre ferocísimo, que mató 26 indios y comió los catorce, creció el temor y el procurar remedio para cogerle con trampas, lazos y prevenciones, mas no cayó en ninguna y se presume que vadeando tan horrible bestia algún río, sobrepujó la corriente a sus fuerzas, porque nunca más apareció.

No quedaron los Songos sin pena, porque sus malhechores, los más de ellos murieron miserablemente y bajo de las terribles montañas del valle de Coroico, jurisdicción de la provincia Caracollo, donde hay las chácaras de coca de estos indios.

Apareció una culebra de dos brazos de largo, no muy abultada, de color ceniciento, ancha de vientre y angosta de lomo, todo de abajo y arriba armada de puntas agudas tan grandes como el dedo menor de la mano, que erizaba con violencia la cabeza chata con dos colmillos de jabalí en la boca, y al remate de la cola un hueso duro en forma de anzuelo, con que se sostenía derecha, monstruo jamás conocido en aquellos montes; el cual bandolero salía a los que allí caminaron, con ímpetu acelerado.

Fue muerto milagrosamente por un mestizo capitán de aquella frontera, que acometido de este feroz animal, le sobró el valor, y el bruto quedó sin vida" (Archivo de Indias: E 74: - C. 6. Leg. 47).

La agradecida ciudad de La Paz mandó de todo esto una certificación y testimonio a Lima. Una copia auténtica fue pasada al Convento de San Francisco de Jesús, de donde la transcribió sustancialmente el P. Cronista Córdoba Salinas (1. c. Libro I, cap. XXIII). Este testimonio, otorgado el 3 de marzo de 1625, probablemente después de la vuelta del padre Cárdenas a La Paz, ante Francisco de Vergara, escribano de cabildo, estaba firmado por el cabildo, justicia y regimiento de la ciudad.


NOTAS:

1. Colección, etc., tomo I.

2- En los mencionados recortes se hace una descripción novelesca sobre los motivos, que tuvo Guanaiquile para encabezar la sublevación contra Ortiz. Pero aquel relato, escrito con el fin evidente de mostrar la odiosidad española, no tiene fundamento.

3- Don Pedro de Valencia, tercer Obispo de Chuquiabo, era natural de Lima. Siendo chantre de esa metropolitana fue promovido a La Paz; perdió la vista y murió (1631) octogenario en la misma.

4- Crónica del padre Mendoza.

5- Mendoza, 1. c., pág. 108.

6- Por cuanto los indios, entre otras maldades, habían quitado la vida al teniente Ortiz en la iglesia, abrazando éste los pies de la estatua de Nuestra Señora, bañando en su sangre el altar y manto de la imagen, excusa el padre Mendoza el rompimiento del pacto solemne entre Lodeña y los naturales con las siguientes razones, en sí muy atendibles: "Así, pues, se fueron los indios a sus pueblos, quedando en ellos más sangre del rigor que la piedad del perdón; pues ésta les despierta la atrocidad, fiados en que los regaron con la paz, dejando sin castigo sus delitos; y aquella les pone freno a sus crueldades que, como naturalmente cobardes, son padres de crueldad, a quienes gobierna el temor; y las más de las veces miden sus atrevimientos con la paciencia del sufrido. Y fuera piedad cruel dejar sin castigo sus culpas" (Cap. XVII).

Pero aún así no sé cómo disculpar del todo ese proceder desleal, habiendo otros medios, para castigar los crímenes cometidos, sin quitar la vida, a los que se la tenían prometida. Guanaiquile y sus cómplices, aprisionados entre los indios, reunidos bajo el pretexto de formar padrón, en el cementerio del templo de Songo, recibieron antes garrotes, colgándose después sus cadáveres en la torre.

7- Estos relatos del padre Bernardino fueron sin duda obsequios que había obtenido de su familia o de los agradecidos paceños.

8- P.C. Salinas, 1c. Una breve relación sobre el alzamiento de dichos indios, aunque, en algunos puntos no esenciales, disforme con el relato de los contemporáneos cronistas de las Provincias de los XII Apóstoles y de San Antonio, se halla en el "Bosquejo de la historia de Bolivia", por Ordoñez López y Crespo. La Paz, 1912. Los autores hablando de Cárdenas (pág. 97 y 98) concluyen: "Consiguió sin más arma que la cruz del Redentor someter a la obediencia indios rebeldes, salvando así la vida a muchos pueblos". La relación del padre Mendoza, a quien he seguido, sin descuidar las anotaciones del P.C. Salinas, tiene el mérito de haber sido revisada (1656) por el mismo Dr. Fr. Cárdenas.

9- Don Diego Fernández de Córdoba, marqués de Guadalcázar, gobernó desde julio de 1622 hasta enero de 1629.



CAPÍTULO IV


En la Villa Imperial. El concilio platense

(o argentino). Peregrinus apostolicus

Fray Bernardino, sea por humildad, que le obligaba pedir su traslado, o por orden del Capítulo provincial, se hallaba en el año 1625 de nuevo en el convento de Chuquisaca, probablemente a fines del mismo año, de predicador y confesor. Pero siendo bastante reducida la población de Charcas y considerando la multitud de indiada, especialmente de mitayos, en Potosí, pidió al Superior de la Provincia permiso para poder pasar al convento potosino.

Permitióle el padre Francisco de Otálora, vicario provincial, escribiéndole, el 28 de febrero de 1626, añadiendo, que esperaba, al concederle esta licencia, que seguiría allá el padre Cárdenas "dando el ejemplo de acostumbrado y haciendo frutos que siempre ha hecho en servicio de nuestro Señor, y bien de los prójimos (1).

De esta carta y su fecha parece poderse deducir que el padre Bernardino no estaba durante la reventazón de una de las más importantes lagunas de la villa, y que estaba de súbdito, y no de guardián, en aquel convento, a pesar del relato contrario del padre Angélico Martarelli en su historia del Colegio de Propagande fide de Potosí.

Sin duda alguna, empero, vio el Padre los destrozos que habían causado las aguas en la villa.

El 1 de marzo de 1626 reventó la laguna de Caricarí, situada encima de una altura que sobrepasa el sitio de la población, causando enormes daños y derrumbes.

El convento de San Francisco quedó aislado entre dos brazos de agua, casi milagrosamente, por ser el que más peligro corría a la misma ribera de los ingenios, llevándose el agua todo el noviciado y caballeriza.

Los consternados frailes consumieron el Ssmo. Sacramento. Eran tan grandes los golpes de las piedras, unas con otras, que los cimientos de la iglesia, paredes y campanario cimbraron como pudiera con un gran terremoto. Sacaron entonces la milagrosa imagen del Crucifijo de la Vera Cruz en procesión al cementerio, por donde venía caudalosamente el río, cavando tan disimuladamente la calle y el cementerio, que algunas personas, pareciéndoles vadeable, al quererlo pasar se ahogaron con las cabalgaduras, sumergiéndose y perdiéndose de vista arrastradas por los torrentosas aguas. La fe de los religiosos fue bien premiada, cesando al punto las corrientes con admiración de los circunstantes (2).

Fray Bernardino podía, pues, oír de muchos favores divinos, pero también derramar consuelos y amonestaciones al infeliz y desconsolado pueblo.

* * *

Nuevamente dejan los cronistas un gran vacío sobre los siguientes años de fray Cárdenas.

¿Continuaba en Potosí, o invistió algún puesto de importancia en la Provincia?

Por el año 1628 estaba de lector y de definidor. ¿Pero dónde residía, en qué convento vivía?

Lo cierto es que su prestigio iba siempre en aumento, puesto que lo hallamos en 1629 asistiendo al concilio provincial de La Plata, como consultor teólogo. Este sínodo fue convocado por encargo de Felipe IV, por el Arzobispo don Fr. Francisco de Sotomayor, de la Orden franciscana (3).

Fue iniciado en 14 de mayo de 1629. Le asistieron los Ilmos. don Fernando de Campo, obispo de Santa Cruz, don Fr. Pedro de Carranza (de la Orden dominicana), obispo del Río de La Plata, don Fr. Tomás de Torres, Obispo del Paraguay (también de la orden de Santo Domingo) y electo ya de Tucumán.

Sin duda tomaron también parte en el sínodo algunos prelados regulares y algunos teólogos. No he podido hallar indicaciones sobre su duración, ni sobre las demás resoluciones aceptadas en el mismo.

El presidente de la Real Audiencia, como representante del patronato real, asistió también a las sesiones de los cuatro obispos.

Tratándose de la reforma de las costumbres y de la instrucción de los indios, bastante descuidada, o porque no había suficiente número de eclesiásticos o por no tener éstos bastante celo en el cumplimiento de su obligación. Mucho contribuían a esto también los cortos obispados de los pastores, los frecuentes cambios o traslaciones de los mismos y la circunstancia de que varios de ellos venían desde lejos, pasando así años hasta que conocían a fondo a su diócesis y sus necesidades.

El concilio hubo de recurrir a los regulares y el Definidor fray Bernardino fue uno de los primeros en quien pusieron los ojos los obispos allí reunidos.

Diéronle el título y encargo de predicador contra los indios idólatras, apóstatas de la fe, etc., "porque en la persona de V. P. concurren las prendas necesarias: celo ardiente, ejemplar vida y predicación en la dos lenguas generales de Indias" (4).

Concedióle además el sínodo, en el mismo día (14 de mayo), la facultad de administrar en el arzobispado y en los obispados sufragáneos los sacramentos, imponiendo fuertes castigos a los vicarios, curas y doctrinantes que le impidiesen durante su oficio.

Fray Domingo de Portu, comisario general de los Menores de las Provincias del Perú y Tierra Firme permitió a fray Cárdenas la aceptación de aquella comisión (Lima, 28 de julio de 1629), bendiciéndole. Al mismo tiempo ordenó a todos sus súbditos que favoreciesen al delegado del concilio. Dio licencia a fray Bernardino "para disponer de sus cosas y pedir limosna (pecuniaria) si fuese necesario para comprar cordones (para los Terciarios de la Orden)", permitiendo que llevase un sacerdote consigo como compañero.

Ya en fecha 18 de febrero del mismo año había enviado desde La Plata al mismo religioso el padre Alonso Briceño, visitador de la Provincia de los XII Apóstoles, con muchas alabanzas, concediéndole entre otras facultades la de "bendecir cuerdas (cordones para los terciarios) y asentar en la Cofradía (de la Tercera Orden) a los que tuviesen devoción".

Salió a pie y descalzo, cosa nunca vista en esta tierra tan áspera, con ejemplo general y durmiendo en el suelo, sin dejar pueblo... saliendo los indios de sus escondidos rincones por venir a buscarle, y oír la palabra de Dios, muchas leguas, cosa nueva en ellos... cantando todos los días misa con gran solemnidad a imitación del glorioso San Vicente Ferrer" (testimonio del padre Baltasar de los Angeles, procurador de corte de estas Provincias y Guardián del Convento de San Francisco - Colect. t. I., pág. 348 y ss.)

Don Fernando Altamirano, comisario apostólico y subdelegado general de la Cruzada en La Plata, permitió a fray Cárdenas y a su compañero (cuyo nombre no indica), con fecha 12 de mayo de 1630, el uso de altar portátil.

Fray Gregorio de Bolívar, comisario apostólico de misiones y entonces trabajando en San Lorenzo (Santa Cruz de la Sierra), comunicó desde allá (8 de octubre de 1630) a su querido padre Bernardino todas sus facultades, por si acaso solo o con otros quisiese emprender de nuevo la reducción de los indios bárbaros.

A estas gracias espirituales se añadieron las dadas para el predicador y visitador nombrado por el concilio, los favores de las autoridades civiles.

Un decreto del presidente y oidores de la Real Audiencia mandó con fecha 6 de junio (de 1629) a las autoridades: gobernadores, corregidores y justicias, a los caciques, "lacatas" (ilacatas) y principales indios, para que amparasen, ayudasen y socorriesen al Padre Delegado sinodal.

Con otro decreto, dado el 6 de junio de 1629 permite la Real Audiencia a fray Bernardino "para que pueda sacar de los pueblos, que le pareciera, cinco indios para el canto, pero sólo dos de cada pueblo".

Don Martín de Arriola, visitador general y oidor, creyó conveniente, con decreto despachado del pueblo de Santiago de Paso, a 23 de septiembre de 1631, conceder además algunos alivios a dichos músicos: "los cuales sean preservados de pagar tasa y acudir a mitas y servicios personales por el tiempo, que anduviesen en su compañía" (5).

Los poderes, aquí mencionados, la confianza del sínodo argentino, los favores otorgados, etc., a fray Cárdenas, hablan tan alto de la estima y veneración que gozaba de sus contemporáneos, que juzgo inútil insistir aquí más sobre este punto.

Charlevoix, en su descripción de fray Cárdenas, pasa de la procesión penitente de los frailes de Chuquisaca (1614), que según él acarreó la destitución del Padre Guardián, luego al concilio argentino, omitiendo naturalmente todos los méritos de aquel franciscano adquiridos para la sociedad civil y la juventud de la Orden durante 15 años. Nada hubiera que decir al respecto, si dicho autor, tan ponderado como clásico, en la materia, se hubiese atenido sólo al título de su obra: "Histoire du Paraguay", omitiendo las cosas del Perú, sin prevenir ya al lector contra fray Bernardino, pero se ocupa detalladamente, en algunos puntos, del fraile Cárdenas, para que quede ya prejuzgado el obispo Cárdenas del Paraguay.

El padre Charlevoix nos dice que el Padre Legado del sínodo argentino recorrió como tal gran parte de la Provincia de Charcas, predicando muchas veces al día; que había tenido ejemplar afluencia de pueblos que le seguían, no llamándole con otro nombre que el de Santo; que hacía todos los viajes a pie, llevando una gran cruz como bordón.

Charlevoix se muestra muy escandalizado por un acto de pública penitencia, que según sus fuentes ejercía en Chuquisaca el Padre Guardián, probablemente con sus religiosos, y que según dicho autor fue muy mal visto por los superiores de la Orden.

Sea lo que fuere, tales actos no eran en aquellas épocas de fe arraigada cosa muy insólita.

Cuando el terremoto del 31 de marzo de 1650 destruía gran parte de los edificios del Cuzco, hiciérose v.gr. notables actos de tales penitencias: "Salió – nos refiere el P. Cronista Diego de Córdoba – , el Cabildo secular en cuerpo, sin valonas, descalzos, encenizados y humildes

Los caballeros, depuesta su lozanía, a rostro descubierto, sin más aliño que el de sus propias carnes se azotaban con disciplinas de hierro. Las damas encenizaban su rostro y abofeteaban su belleza.

El Cabildo eclesiástico salió mortificado, sin cuellos, descalzos, los ojos y rostro postrados por el suelo. Siguiéronle los religiosos de Santo Domingo, San Agustín, Las Mercedes, la Compañía de Jesús y San Juan de Dios, descalzos, cubiertos de cenizas; unos sin capilla con sogas a la garganta, mordazas en la lengua; otros cargados de grillos y cadenas; los más haciendo extraordinarias y nunca vistas penitencias.

Tras de ellos los dos colegios descalzos, sin cuello, ni bonete, ni becas, cubiertos de ceniza; y el último los religiosos de San Francisco, agregada a su comunidad la de su Reconciliación, tan asombrosamente penitentes que causó horror al pueblo y a los ánimos entrañable devoción. Salieron con túnica todos; unos con cruces muy pesadas, con esterillas en los ojos, coronas de espina en la cabeza, descalzos y desnudos hasta la cintura, descubriendo asperísimos cilicios de cerda y malla; otros azotándose rigurosamente; otros raspados, vestidos de hierro con palos en la boca y sogas en el cuello.

Gobernaba este penitente escuadrón al R.P. fray Juan de Herrera, provincial, descubierto el pecho y enlazado de cadenas de hierro, con un Cristo en las manos, encenizado el rostro, predicando a voces penitencia.

Atónito quedó el pueblo de ver este espectáculo. No había persona, que compungida no mostrase por sus lágrimas y sollozos lo contrito de su corazón, lo tierno de su pecho.

Tan generales fueron las rogativas en todo el Perú por estos temblores, que no quedó ciudad, ni villa en que no se hiciesen procesiones especialmente.

Pero aquel historiador, aparentemente tan munido de noticias sobre fray Bernardino, no puede ocultar su antipatía contra el delegado conciliar.

Fue anunciado, por todas partes como un varón milagroso, favorecido por visiones y revelaciones del cielo, resonando todo el campo con las aclamaciones del pueblo, sin que, añado, el fraile dominado "por la pasión de pasar por un santo" se creyese obligado a rechazar aquellas manifestaciones, de que el escritor habla con tanta sorna. Algunos, opina, han extremado tal vez sus censuras, al ver ciertos aparatos y desarreglos (que no indica) en el ejercicio de su celo. No olvida de decir, que el P. Visitador se había puesto mal con varios eclesiásticos y religiosos "que había en los curatos de indios, a quienes abandonaban sus parroquianos por irse detrás de él" (6).

Cosa parecida decían también los fariseos del divino Maestro de Nazaret.

Ni una palabra del autor sobre las innumerables privaciones, incomodidades, mortificaciones, molestias de parte de las gentes y de los climas diferentes, que semejante vida exigía y sólo un celo extraordinario heroico hacía soportable, porque se trata de un apostolado de varios años.

El padre Charlevoix y los escritores que le siguen, refiriéndose a estos desarreglos del celo, como las recias disciplinas de sangre cobran público, ¿se habrán hecho cargo del rudo auditorio que seguía a Cárdenas y a quien imponían más estas muestras de penitencia que largos y bien meditados discursos? ¿Habrán olvidado que la Iglesia venera sobre sus altares a varios misioneros, que también usaban semejantes exterioridades y "aparatos" y que ha habido siglos, en que las penitencias se hacía con frecuencia públicamente?

Y ¿de dónde le consta las intenciones secretas del ilustre predicador?

Si fray Bernardino nada valía, si era un ser despreciable, hipócrita, en una palabra casi un malvado o loco ¿por qué tantas descripciones sobre sus extravagancias? ¿Andaré errado si supongo que se quieren preparar los ánimos a creer las patrañas, que se le atribuyen?

* * *

El Divino Redentor nos ha dejado por regla que por los buenos frutos se conoce el buen árbol.

Oigamos lo que algunos contemporáneos nos refieren sobre el misionero Cárdenas.

"Y no cumpliera en esta parte a historiador – escribe el P. Córdoba y Salinas en su Crónica – , si pasara en silencio lo que otros debidamene estampan y dignamente celebran del R. P. Bernardino de Cárdenas... de otras muchas hazañas espirituales, que por su medio se han conseguido, para bien de los indios y gloria de la Iglesia... a quien Dios ha comunicado el don de lenguas generales de los indios, con tan conocido fruto, que no ha habido ministro alguno de estos reinos que lo hecho mayor de estos tiempos, ni a quien los indios hayan tenido tan singular amor y reverencia, siguiéndolo a millares, llamándolo padre de los pobres, predicador apostólico y angel de su guarda, con que obligó a todos los prelados, arzobispos, obispos y padres del santo concilio provincial argentino... a que le nombrasen por su legado, para la extirpación de la idolatría en su arzobispado y sufragáneos; en cuya ejecución no dejó pueblo, estancia, quebrada, ni retiro de indios, por inaccesible que fuese, donde no publicase el reino de Dios. Llevóles la luz del Evangelio en partes donde jamás había llegado, extirpando maravillosamente las idolatrías, desterrando ritos gentílicos, derribándoles más de doce mil ídolos, predicando casi todos los días dos o tres sermones a españoles y a indios, en las dos lenguas generales del Perú, siendo innumerable el concurso que le seguía, saliendo los indios de sus cuevas, cimas y retiros, a buscarle y a oirle, con que han sido innumerables las almas, que ha ganado para Dios" (7).

Cosas parecidas nos repite el abogado Alonso Carrillo en su "Defensa" del obispo Cárdenas (8).

Y el padre Mendieta, comisario provincial, escribe del P. Bernardino: "que era incansable en el ejercicio de la predicación y vida apostólica, dotado de la gracia divina y del don de todas las lenguas generales de los indios con tanto fruto, que no ha habido ministro igual en aquellos reinos, siguiéndolo a millares" (9).

Omito el testimonio del cronólogo padre Mendoza por concordar en todo con los anteriores.


Notas:

(1) Colección, etc., tomo I.

(2) Mendoza, págs. 127-130.

(3) Fray Sotomayor era gallego; fue promovido en 1625 a la silla de Quito, y en 1628, después de la promoción del Ilmo. Fernando Arias de Ugarte, a la metropolitana de Lima (3 de julio de 1627), a las de Charcas. Murió por los años 1632.

(4) El decreto en que se dio esta comisión para el arzobispado y las diócesis sufragáneas a fray Cárdenas, puede leerse en la "Colección", etc., tomo I, págs. 326 - 345.

(5) Todas estas concesiones pueden verse, aunque algo diseminadas en el tomo I de la citada "Colección".

(6) Cfr. Charlevoix-Hernández, tomo II, págs. 454-458.

(7) 1. c. págs. 151-153.

(8) Colección, etc., pág. 12.

(9) L.C. cfr. Gual., págs. 104 y 105.

Capítulo V


En Cochabamba. El monasterio de Clarisas en Oropeza. Tribulaciones. Una carta del rey.

En el mineral de Cayllona.

Más de tres años ya habían durado las fatigas del Delegado sinodal. ¿Por cuánto tiempo duraba su comisión?

No he hallado indicación al respecto. No es empero creible, que el concilio ni los superiores de la Orden hayan puesto tiempo fijo para una tarea tan difícil, tan accidentada, y en territorios tan extensos.

Charlevoix asegura, que la pequeña ciudad de Oropeza fue el término del apostolado del Legado, ejerciendo éste allá su servicio con igual celo, gran concurso y éxito ruidoso (1).

Añade el citado autor, que entonces por Cochabamba se difundía el rumor, tal vez propalado por el mismo fraile, de que los indios que seguían a fray Cárdenas, le habían dado a conocer ciertas minas de plata descubiertas por ellos, mas con la condición de no decir a nadie dónde se hallaban, hasta haber tratado ellos con los españoles, nueva que las autoridades cochabambinas inmediatamente comunicaron al virrey Conde de Salvatierra, o como corrige el padre Hernández, a don Pedro de Leiva y Toledo, marqués de Mancera, como prueba de que fray Bernardino por las almas no olvidaba los intereses de la patria, adquiriendo así nuevos méritos.

El secreto, si efectivamente hubiese sido comunicado a fray Bernardino, era prácticamente, por la condición impuesta por los indios, de ningún valor. No veo la razón del por qué simples rumores de esta clase podían perjudicar la fama del misionero. Allá estaban los consabidos indios seguidores, para indagar, para preguntarles. Dueños eran de denunciar o de ocultar su pretendido secreto. Sin embargo deduce el referido historiador del Paraguay, de estos rumores, dejando a un lado a los indios, que el virrey Mancera, airado al no aparecer tales minas, de acuerdo con los superiores de la Orden llamaba a fray Cárdenas, ahora la fábula del Perú, a Lima, donde no se le dejaba entrar en el palacio del marqués. Los indignados superiores no ahorraron las reprimendas, obligándole en Lima a observar un retiro penitente, para tomar modales más religiosos y modestos, notando empero que a fray Bernardino le serían igualmente gravosos la soledad y la dependencia, y creía tener talentos que se hacían mal en sepultar en la oscuridad del claustro; y que finalmente se preocupaba en procurarse amigos y protectores, escribiendo memoriales para el Consejo real de Indias, sobre el modo de cristianizar a los naturales del Perú, opinando que los curatos de indios no se deberían confiar a regulares (2).

* * *

Examinemos el relato del padre Charlevoix.

Cárdenas estaba a principios del año 1634 en Cochabamba. Consta esta circunstancia de un documento otorgado en la ciudad de Oropeza a 13 de febrero de 1634 (3).

Sobre la actividad misionera de fray Cárdenas en dicha ciudad refiere una carta del padre Baltasar de los Angeles, procurador de corte, y entonces guardián del convento franciscano en Oropeza, escrita en febrero del citado año al R. P. Alfonso Pacheco, comisario general del Perú. Habla el Padre Guardián con muchas alabanzas del Padre Legado, del gran concurso que le sigue por los caminos, viniendo la gente de muchas leguas, por la instrucción dada a los indios. Añade el Padre que fray Cárdenas reparte rosarios y cordones de N.P.S. Francisco, causando admirables frutos.

"Y sin impedir esta obra tiene ahora otra entre manos, no menos provechosa, que es la fundación y edificación de un monasterio de Santa Clara, para el cual, a su devoción y persuasión, dejó una señora unas haciendas muy ricas, y ya tiene los cimientos abiertos y muchos materiales" (4).

A los méritos del P. Bernardino, puede, pues, añadirse el de haber procurado con su celo y prestigio, tan bien empleado, un asilo, un refugio a tantas vírgenes, imitadoras de la gran disciplina del pobrecillo de Asís.

Volviendo a la narración del padre Charlevoix, deshecho el ridículo cuento sobre las consecuencias de los rumores sobre nuevas minas descubiertas. Llama empero la atención, que denuncia ahora un escritor de la Compañía al padre Cárdenas complicado en asuntos de minas. Más después veremos al obispo Cárdenas delatar, sin razón, también sin fundamento, a los Jesuitas del Paraguay como poseedores de minas.

Menos fe aún merece la referida llamada de fray Cárdenas de Cochabamba a Lima, con el consiguiente retiro en el convento limeño.

El marqués de Mancera entró de virrey en 1639, dejando el mando el año 1648 a su sucesor, el conde de Salvatierra. Pasan por tanto 5 años entre la estadía de fray Cárdenas en Cochabamba (1634) y el arribo del virrey Mancera a Lima. ¿Es creíble, que fray Bernardino, encargado de recorrer el arzobispado y las diócesis sufragáneas, haya estado durante cinco años dando misiones en Cochabamba?

En la nota marginal (1. c. pág. 458) pone el padre Charlevoix, hablando de fray Cárdenas: "1643. Su porte en el retiro" (de Lima). En aquel año (1643) vivía fray Bernardino de obispo en el Paraguay. No podía, sorprenderse "de la recepción que le hicieron en el convento de su Orden (en Lima), al cual se recogió".

En el primer año del virreinato de Mancera (1639) estaba fray Bernardino ya con nuevas comisiones, y además con la carta del rey de ser obispo electo. Ya no era tiempo para meterle en retiros conventuales.

Hay más. En el año 1637 se erigió nuevamente la Provincia de San Antonio de los Charcas, con la sede provincial en el Cuzco. Como en el año 1607 quedó también ahora fray Bernardino incorporado a la Provincia nueva. En ella, y no en Provincia ajena (como hubiera sido el convento de Lima), debía verificarse desde el año 1637 su retiro.

La relación impugnada, es por las fechas citadas, bajo todas luces falsa. No inculpo con ello al padre Charlevoix, quien viviendo en Francia, no podía averiguar muchas circunstancias. La culpa tienen, principalmente, las fuentes turbias, que le fueron suministradas para su historia, fuentes impregnadas de prevenciones contra el fraile elevado a la silla episcopal, y que arrastraron al mencionado autor y con él a otros escritores, y que hacen tan difícil la defensa de fray Cárdenas.

Sin embargo, como luego diré, ha habido en los años siguientes graves amarguras y humillaciones para el misionero franciscano.

Desde la predicación evangélica de Fr. Bernardino en Cochabamba desaparecen, por varios años, las noticias sobre su vida.

¿Continuaba aún en los años siguientes de legado conciliar, o le retiraba el nuevo arzobispo de Charcas, D. Fr. Francisco de Borja, benedictino, la comisión, que le había confiado el sínodo argentino? (5).

Hay motivo de sospechar tal suspensión.

Fray Bernardino, varón celoso y enérgico, debía haberse acarreado durante su ministerio diversas enemistades, reprendiendo o castigando durante las visitas a las parroquias a los clérigos o doctrineros negligentes o escandalosos, quienes probablemente abrumaron al nuevo arzobispo, no conocedor aún de la arquidiócesis, con quejas y acusaciones.

A esta suposición me induce la tirantez de relaciones, que se nota – tiempo después – entre el arzobispo y fray Cárdenas, obispo electo del Paraguay. Aun siendo este ya obispo no le dispensa el metropolitano la protección correspondiente al levantarse una serie de persecuciones contra su sufragáneo.

Ninguna nota nos dice, sobre si la erección de la nueva Provincia de San Antonio haya influido sobre la posición o comisión de fray Cárdenas, o si la Provincia le hubiera confiado algún puesto eminente dentro de los 300 frailes, que por entonces, aproximadamente, contaba. Nada he podido hallar sobre los sentimientos del nuevo P. Provincial, fray Antonio de Posada, hijo de la Provincia seráfica de Salamanca, respecto de fray Bernardino (6).

Lo único que hallo son las palabras del cronista Córdoba y Salinas, quien sobre nuestro héroe escribe: "En tiempo, que se hallaba más humillado, le dio la mano el gran Felipe IV, rey de las Españas, lo presentó a Su Santidad el año 1638 por obispo del Paraguay, y le remitió sus reales cédulas" (7).

En la segunda mitad del año 1638 debe haber recibido fray Bernardino la primera cédula de Felipe IV (con fecha 21 de febrero de 1638), en la que le comunicó su elección para el obispado paraguayo. Luego era tiempo de la mayor humillación del célebre fraile o en el mismo año o en el anterior.

¿Pero en qué consistía esta humillación, justa o injusta?

Con la reserva, ya hecha antes, indico las obras escritas probablemente por fray Bernardino entre los años 1630-1640.

Vocabulario general en siete lenguas, incluso el latín y el castellano. Léxico general de los idiomas y lenguas más usadas, que son latín, castellano, aymara, kichua, puquina, guaraní y thakana. "Todos estos los corrigió y explicó para la estampa el Rmo. P. Predicador general y mayor lenguaraz de estos reinos don Bernardino de Cárdenas, hijo de la Orden de San Francisco en Lima".

Estas frases dan a entender que otro corría con la edición de estos libros.

Manual de Ritos para la recta administración de los sacramentos en estas regiones meridionales del nuevo mundo, con sus explicaciones y doctrinas en guaraní, aymará, kichua, puquina y thakana, por el Rmo. P. Bernardino de Cárdenas, predicador general y delegado del concilio argentino.

Parte de esta obra se imprimió en Madrid. "Manual y relaciones de las cosas del Perú", Madrid, 1634. "Historia indiana et indigenarum. Costumbres, leyes y política de los aborígenes". Un tomo folio menor (8).

La fama del celoso fraile menor había llegado a oídos de Felipe IV, rey de España (1621-1665), tal vez intervino en ello también algo el Sr. Fiscal del Consejo de Indias, don Juan de Solórzano.

Llegó como consecuencia la siguiente carta real:

Fray Bernardino de Cárdenas de la Orden de San Francisco: Por la buena relación, que se me ha hecho de vuestra persona, letras y vida, he tenido por bien de presentaros a Su Santidad para el obispado de la iglesia catedral de las provincias del Paraguay, que está vacío por promoción del maestro Francisco de la Serna al obispado de Popayán (9), esperando que con esta provisión nuestro Señor será servido y aquella iglesia bien regida y administrada: y porque el tiempo que se tardare en expedir las bulas, podrá ser de mucho daño y desconsuelo para las almas de los naturales, faltándoles su prelado, os ruego y encargo, que luego, que ésta recibáis, os partáis a dicha Provincia, y llegando, que seáis, presentéis al cabildo la dicha elección la carta que le escribo, y va con ésta, en que le encargo os dé poder para que gobernéis en él, entre tanto que llegan las bulas: y habiéndolo concedido, como lo espero, lo haréis, ocuparéis y entretenéis en dicho gobierno, pues lo podréis hacer con más comodidad.

Que procediendo vos, como confío, podéis estar cierto, que tendré memoria de vuestra persona, para haceros merced en lo que hubiere lugar.

De Madrid a 21 de febrero de 1638.- Yo el rey" (10).

Los reyes católicos tenían por concesiones pontificias, en premio de los eminentes servicios que habían prestado a la iglesia y que seguían prestando, el derecho (patronazgo real) de presentar dentro de sus posesiones ultramarinas, habiendo sedes vacantes, a la silla apostólica a los que creyeren ser dignos para tan eminente dignidad.

La presentación hecha por el rey valía lo que en otras partes la elección del cabildo eclesiástico, razón por la cual el presentado por el monarca llevaba desde entonces el título de obispo electo, puesto que el Papa confirmaba, casi invariablemente, al electo, mandándole la confirmación, hecha en el Consistorio, o el "fiat", mediante bulas.

Sólo en posesión de bulas podía ejercer el obispo electo la jurisdicción episcopal, residente hasta entonces en el cabildo.

Tan seguro estaba el rey de la confirmación pontificia, que, mediante "ruego y encargo" insistía, que fuese inmediatamente al Paraguay, dirigiendo – por delegación del cabildo eclesiástico – como gobernador de la diócesis de Asunción.

La cédula para el Cabildo de Asunción, al que el rey alude en la dirigida a fray Bernardino, lleva la fecha 27 de febrero de 1638, y en ella decía su Majestad al cabildo eclesiástico, refiriéndose a fray Cárdenas: "sus bulas se despacharán y enviarán con toda brevedad posible, para que pueda ejercer su oficio Pastoral; y conviene al servicio de Dios, haya quien gobierne esa Iglesia, y el dicho Obispado lo puede hacer con la comodidad y cuidado que se requiere. Os encargo, que queriendo el dicho Fr. Bernardino de Cárdenas encargarse de ello, lo recibáis y dejéis gobernar y administrar las cosas de su Obispado y le déis poder, para que pueda ejercitar todas las que vos pudierais hacer en él, entre tanto que se despachen y envien las dichas bulas" (11).

En el mismo año en que las galeras reales y los correos llevaban los referidos despachos al Perú, vemos desempeñar a fray Bernardino una nueva y odiosa comisión. Faltan noticias sobre los comienzos y las circunstancias de ella, pero consta que fue hecha por comisión del obispo de Arequipa y con facultades especiales de la Santa Sede.

¿Fue ejercido, sabiendo ya fray Bernardino su elección? No lo puedo determinar, aunque la fecha de la cédula real induzca a una respuesta afirmativa.

En el septiembre de 1639 estaba fray Cárdenas en el mineral de Caylloma, distante unas 17 leguas de la ciudad de Arequipa (12).

El Padre Visitador notó con santa indignación los abusos que se cometían con los infelices naturales (mineros): venta de chicha y vino a precios exorbitantes, adeudándoles, fomentando, al embrutecerles, sus vicios y los graves desórdenes de los cuales se quejaban los buenos.

El dictamen del padre Bernardino, escrito en Caylloma el día primero de octubre, concluye, después de serias reflexiones para los culpables: "Tratándose de una cosa de tanta importancia, como es la conversión de los pobres indios y su eterna salvación, de acuerdo con el Sr. Obispo de Arequipa y con el P. Comisario de estas misiones, fray Domingo de Oporto (13), y valiéndome de las facultades, con tal fin concedidas por la Santa Sede, sin temor por las muchas adversidades, a las cuales sé exponerme, ordeno y mando", etc.

Enseguida declara el Padre Visitador por excomulgados (latae sententiae) sin excepción alguna, a los cristianos de Caylloma y lugares vecinos, que directa o indirectamente: a) vendiesen a los indios vino o chicha, ganando más que 10%, o hiciesen sus pagos con tales bebidas; b) o las diesen al fiado o les vendiesen una cantidad que excediere dos reales o que alcanzase una botella entera o fuese suficiente para emborracharles, sin poder repetirse la venta de aquellas bebidas por una vez lícita; c) a los jueces y padres de familias, que no castigasen a los borrachos públicos.

En vez de castigar a los indios, añade el padre Cárdenas, por cosas de nada con bastonadas o cosas peores, castíguenseles estas ofensas públicas de Dios.

¿Por qué no refieren los que hablan tan mal de los tiempos coloniales estos rasgos, aunque estériles, tendientes para apartar al indígena de las borracheras y vicios anexos?

¿Cuándo alcanzó la cédula de Felipe IV, de 21 de febrero de 1639 a fray Cárdenas? No he podido saberlo.

Lo cierto empero es que la segunda cédula del mismo rey, con fecha 14 de julio del mismo año de 1638 (y de la cual más abajo me ocuparé) llegó en poder del obispo electo sólo en setiembre del año 1641.

¿Fue la culpa de la lentitud de los correos, o trabajaban adversarios ocultos para atrasar el envío de las cartas reales?

Son misterios que no he podido descifrar.

Al recibir el padre Cárdenas la cédula real, se puso en marcha hacia el Paraguay, despidiéndose de sus hermanos en la Orden en el Cuzco, pasando por Chuquisaca y llegando por el marzo de 1640 a Potosí. Acompañóle, según parece, al menos hasta Tucumán, su tío, fray Diego de Sosa.

En vista del respeto, manifestado siempre por fray Bernardino, por la autoridad real, se debe suponer, que el viaje haya sido emprendido muy luego después de la recepción de dicha cédula, es decir a principios del año 1640.

Charlevoix, después de repetir (en la nota marginal) de nuevo el año 1643, equivocadamente, y sin mencionar la cédula real de febrero de 1638, hace salir a fray Bernardino directamente de Lima a Potosí, "no difiriendo éste el usar de toda libertad, que le daba su promoción" (14).

Refiere además escandalizado, que fray Cárdenas llegó al convento potosino "vestido con el hábito de su Orden, una cruz pequeña (sobre el pecho) y la cabeza cubierta con un sombrero verde por debajo, como suelen llevarlo los obispos.

Da pena ver tanta tirria y tanto afán de desacreditar a un religioso de tantos méritos, como los tenía fray Bernardino.

Tenía éste, quien en vista de la primera cédula real, podía creerse con toda razón electo al volver a la villa imperial, aproximadamente 62 años de edad.


Notas:

(1) Charlevoix-Hernández, tomo II, pág. 456

(2) Charlevoix-Hernández, tom. II, pág. 456-459. La opinión, del padre Bernardino referida casi como una sentencia, reprochable, está de acuerdo con el estado religioso, que entraña retiro del mundo, razón por la cual sólo con licencia papal pueden hacerse cargo los regulares, definitivamente, de alguna parroquia, por deficiencia de clero secular o por otras causas graves.

(3) Colección, etc. Tomo I, pág. 345.

(4) Colección, 1. c.

(5) El Ilmo. Arzobispo Sotomayor murió por los años 1632 ó 1633. Felipe IV propuso como sucesor suyo a fray Francisco de Borja, maestro de la Universidad de Salamanca, quien en el año 1634 fue promovido a la silla de Charcas, llegando probablemente en el año siguiente a Chuquisaca.

(6) Fray Posada gobernaba la Provincia de 1637 hasta 1640. Le siguió, hasta el año 1643, fray Bernardo de Abona, hijo del convento de Recolección de Lima, quien había pasado a la nueva Provincia.

(7) L.c. pág. 153.

(8) Armentia: "Relación histórica de las misiones de Apolobamba", pág. 11. Enciclopedia universal ilustrada, de Espasa, Barcelona, tomo XI, pág. 836. El autor del artículo, valiéndose de la Biographie universelle, Besanzon, 1842, indica equivocadamente Chuquisaca como ciudad natal de fray Bernardino.

Como para las citas tengo que valerme de autores que no indican el valor literario o científico, ni aun las aprobaciones habidas, puedo únicamente decir, que son un argumento contra lo que escribe el padre Charlevoix sobre los "estudios bastante superficiales de la teología y de los sagrados cánones" del ilustre franciscano.

(9) El maestro fray La Serna, agustino, no estuvo nunca en el Paraguay. Su traslado a Popayan era promoción honorífica.

(10) Carrillo, 1. c. pág. 13.

(11) Toda la cédula se halla en el "Discurso Tercero" de Carrillo. Colección etc. tomo II pág. 74, nota. Como en la citada "Colección de documentos" se hallan integralmente los textos que menciono, omito con frecuencia copiarlos en su totalidad, transcribiendo sólo – por motivos de brevedad – lo esencial de los textos ad litteram.

(12) El padre Marcelino da Civezza, 1. c. pág. 142 y ss., de quien asumo el sobredicho episodio, llama la mina en cuestión "caillima", creo por equívoco del copista. El manuscrito original ("Dictamen etc."), muy extenso, se halla en la biblioteca nacional de Madrid, y lleva la fecha: 1 de octubre de 1639.

(13) Entiendo, que aquí se trata del Padre Comisario (apostólico) de misiones; de uno de los sucesores de fray Gregorio de Bolívar, nombrado por la Provincia de San Antonio, encargada, por largos años, a veces, de las doctrinas circunvecinas, de clima muy fríos, de Callali, Coporaque, Chivay, Tisco, Yanque y según parece, también por los años 1639 de Caylloma.

(14) Charlev - Hern. Tom. II pág. 460.

 

 

CAPÍTULO IV


De nuevo en Potosí. Un panegírico de efectos

inesperados. En la diócesis del obispo del Tucumán

Por Potosí era la ruta usual de Lima al Tucumán y Paraguay. Por allá debían pasar las bulas pontificias para el obispo electo, ignorando éste que sólo en el año de su llegada a aquella villa minera el rey promovía gestiones en su favor en Roma.

Inútilmente esperaba éste, por tanto, las bulas. Felipe IV, que ya en febrero de 1638 había anunciado a fray Bernardino su próxima presentación en Roma para el obispado de Asunción, lo hacía sólo por el mayo de 1640, preconizando Urbano VIII el día 18 de agosto del mismo año, a nuestro franciscano obispo del Paraguay.

¿Cuáles eran las causas de esta tardanza regia? ¿Olvido, manipulaciones secretas de los adversarios que le habían creado la legación del concilio argentino, o las disidencias que entonces existían entre el Vaticano y la Corte de Madrid?

Pero las últimas no impedían las preconizaciones de Su Santidad. Después del mes de febrero de 1638 había presentado el rey peticiones para dos obispos sudamericanos y estos estaban ya en el año 1640 en posesión de sus bulas y nuevas catedrales. Eran éstos don Feliciano de la Vega, natural de Lima, y promovido en 1639 a La Paz y en el mismo año al arzobispado de México, y el Ilmo. don Diego de Villagómez, obispo de Arequipa, trasladado a la metropolitana de Lima.

Con fecha 20 de marzo de 1640 anunció fray Bernardino al cabildo de la Catedral de Asunción la comunicación real, rogando se hiciese una rogativa pública por su persona.

Habiendo muerto el obispo Hernando de Vera... del Cuzco, y teniendo el Cabildo secular del Cuzco noticia de la elección de fray Cárdenas para el obispado del Paraguay, pidieron (con 14 firmas) al Rey como sucesor a dicho fray Cárdenas, por ser religioso ejemplar y de partes que se requieren por su mucha virtud y caridad, tan acepto a los españoles e indios con tanto extremo, que le siguen con particular amor y afición, de suerte que tienen por sin duda ha de ser el remedio de aquel obispado que tan necesitado está del Obispo. Ocupóse de esta Petición el Consejo en 19 de enero de 1640, no accediendo, por haberse ya mandado la Cédula de gobierno para el obispado del Paraguay, cuyo recibo aún no se había enviado por las bulas.

Causa de esta tardanza fue probablemente el defecto de un agente de parte de fray Cárdenas (Pastells: Tom. II - pág.23).

El obispo electo esperaba más de un año en Potosí, quienes estimaban en mucho a fray Cárdenas, hiciesen diversas suposiciones, en las que no quedaba bien librada la reputación del propio diocesano. Se hablaba de una maliciosa detención o desaparición de las bulas. Fray Cárdenas no recibía de ninguno de sus agentes de España, Lima y Cuzco carta sobre el estado de sus asuntos. Por otra parte sabía, que era notorio "el peligro común y general en este reino del Perú en coger y ocultar las cartas de personas públicas y, por la modestia de su estado y religión, no quería detallar los particulares sucesos y demasías en coger las cartas de los particulares y particularmente las suyas en Chuquisaca y Potosí" (1).

Corrían además diversos rumores sobre la llegada de las bulas, sin poder concretarse cosa cierta.

¿Qué hacía fray Bernardino durante los largos e interminables meses (15 ó 16) de su permanencia en Potosí?

Según Charlevoix, cosas poco loables. Se enriquecía a vista de ojos y con poca edificación de los fieles. Predicaba que siendo pobre religioso tenía necesidad de la caridad de los fieles; se hacía testar los bienes de un indio rico y moribundo, que ascendían a unos 10.000 ps. y otros 5.000 ps. de un tal Diego de Vargas; reunió "una capilla rica y magníficos muebles, con que adornar su palacio episcopal" (distante casi unos 600 leguas y con caminos pésimos); tomó "el puesto del finado cura de Potosí hasta que le nombrasen sucesor, y hasta hizo (con enojo disimulado del arzobispo) la visita de aquella parte de la diócesis de la Plata" (2).

Con permiso del citado historiador, el cual hace entrar a fray Cárdenas "sin un real" en Potosí, y salir de la villa cargado de dinero y muebles, sea dicho: que el pedir limosna de un franciscano, pobre por su estado, pero designado para la dignidad episcopal de una diócesis pobrísima y miserable como lo era entonces la del Paraguay, y quien además tenía que hacer un larguísimo y costoso viaje de conformidad con su nuevo estado, no era ninguna cosa deshonrosa, puesto que, según el mismo escritor las juntaba como cura y con medios lícitos.

Tanto afán por dinero parece en lo demás increible, en un hombre, quien hasta edad tan avanzada había sabido vivir como pobre fraile, edificando con su desprecio de las riquezas.

Aun admitida la verdad de los dos testamentos, no habría ningún mal en las circunstancias actuales en admitirlos y aun en solicitarlos, puesto que el mismo Charlevoix no se atreve a decirnos que fueron obtenidos por medios malos o con perjuicio de los herederos legítimos.

Sobre el difunto cura de Potosí se muestra el escritor, como de costumbre, cuando se trata de fray Cárdenas mal informado. En la iglesia matriz de Potosí había entonces tres curas de turno y casi una docena de parroquias en la villa, que tenía entre 60 y 70.000 habitantes.

Respecto a la visita canónica sería interesante saber, si aún perduraban las facultades de la legación del concilio argentino.

En los demás: no era su Ilma. el Sr. Arzobispo de Borja, como luego veremos, hombre de demasiado aguante, para dejar visitas y curatos a disposición de intrusos.

Así conviértense actos, que pudieran redundar bien mirados, en honra del humilde fraile, en hechos criticables y censurables.

Ninguno de los defensores contemporáneos del Ilmo. Cárdenas se ocupa de la estadía del mismo en Potosí, sin duda por no haberse levantado acusaciones al respecto. Quedo por tanto con el derecho de deducir de esta circunstancia, que su demora en la villa ha sido una época de edificación y de apostolado, como en los años anteriores.

El Sr. Jarque, quien por entonces o algunos años después, debe de haber estado de cura en la iglesia matriz de Potosí, se calla sobre la permanencia del célebre fraile en Potosí, a pesar de no economizar sus vituperios contra él en su obra, ya citada, por cuanto todo lo referido por Charlevoix le hubiera venido de perlas.

Celebraban los potosinos cada año con mucha solemnidad la fiesta del Apóstol Santiago, patrono y titular de la iglesia matriz.

El día 25 de julio de 1641 se habían hecho especiales preparativos para la fiesta. El sermón había sido encargado a fray Bernardino. A la misa solemne debían asistir su Ilma. el Sr. Arzobispo don Francisco de Borja, el Sr. Juan de Palacio, oidor de la cancillería de Granada y actualmente visitador de la Real Audiencia de Charcas, el cabildo de la villa y una concurrencia selecta. Hay que advertir, que el Sr. Arzobispo estaba en público desacuerdo, no sé por qué motivos o razones, con el Dr. Juan de Lizarazu, presidente de la Audiencia de Charcas, y amigo de fray Cárdenas. Subió el orador sagrado y, dada la fama del predicador, se esperaban cosas magníficas. Hizo fray Bernardino con su elocuencia acostumbrada los elogios del santo Apóstol y, al hacer las aplicaciones prácticas, recordó que también en el Antiguo Testamento había un Jacobo célebre y santo, quien tuvo una larga lucha de noche con el Angel, ponderando que el Angel pedía a la mañana a Jacobo le dejase ir para que, según el sentir de San Agustín, con la luz del día no se escandalizase a nadie, no habiéndolas visto luchar por la noche; no viéndose, pues, la justificación, sino sólo la lucha y la diferencia, de día, entre Jacob y el Angel. Entendió su Ilma. y con él el auditorio, que él, como ángel de la diócesis, no debería continuar en público sus luchas con el Sr. presidente de la Audiencia, sino componerse con él, secretamente. Con palabras veladas concluyó el orador amonestando a las altas autoridades, que, evitando escándalos, procurasen la paz y concordia.

El efecto del bien intencionado, pero tal vez no muy oportuno sermón fue desastroso para el padre Cárdenas.

Mientras el pueblo, al salir del templo, se hacía lenguas por la intrepidez y franqueza apostólica del predicador, aun con los poderosos, quedaban el Sr. Arzobispo y el visitador Palacio (poco amigo de Lizarazu) muy dolidos y resentidos con el panegírico del santo Apóstol.

Como consecuencia de ello mandó su Ilma. inmediatamente un exhortatorio escrito al convento franciscano, llamando a fray Bernardino sedicioso, ordenándole que se fuese luego a su iglesia (diócesis), "donde no, que lo echaría en un albarbadel". Verbalmente añadió el Ilmo. Sr. Borja al mensajero "otras muchas cosas e injurias, que no es éste lugar ni ocasión para repetirlas" (3).

Bien debía conocer fray Bernardino el genio de su Ilma. y el valor de sus amenazas.

Preparó apuradamente su viaje hacia el Tucumán, saliendo en el mismo día de Santiago (25 de julio de 1641) de Potosí. Las consiguientes murmuraciones contra el Sr. Arzobispo no eran a propósito para aplacar las iras del mismo.

Antes de su partida suplicó el atribulado fray Cárdenas a su amigo don José Sans de Lordici, oficial real de la villa, para que enviase en pos de él los despachos, que pudieran llegarle. El buen caballero prometió hacerlo, y cumplió, en su tiempo, la palabra, con el fin de evitar interceptaciones de las cartas.

Por el resentimiento del Sr. Arzobispo quedaba desvanecida toda esperanza de poder ser consagrado, algún día, por el mismo.

Charlevoix se contenta esta vez con contarnos que el Arzobispo, viendo, que el franciscano, andando tras testamentos, no era muy desinteresado, "le escribió, que le pedía saliese de su diócesis", yéndose al Paraguay, y que el fraile "dijo a los indios, que le profesaban mucha afición, que su partida era efecto del mal genio del arzobispo" (4).

Antes de llegar a Salta (agosto de 1641), ya en la diócesis del obispo del Tucumán, recibió Cárdenas una carta del cardenal Antonio Barberini (antes capuchino), sobrino de Urbano VIII, Papa reinante (1625-1644), y actualmente presidente o prefecto de la Santa Congregación de Propaganda Fide.

El cardenal Antonio Barberini: El tronco común de la familia radicó en Florencia.

Antonio fue muerto en Florencia 1571, dejó tres hijos: Carlos, nacido en 1569, Masseo (nac. 1568), después Urbano VIII (Papa desde 1623) y Antonio (il vecchio) para distinguirlo de su sobrino Antonio (nac. 1569) fue elevado a cardenal y obispo de Sinigaglia (1624). Compuso varios libros, entre ellos "Tractatus de antiquo modo eligendi in religione capuccinorum" (Roma, 1640) - Murió en 1646.

Antonio Barberini, il giovane, nac. 1607 y murió en 3 de ag. de 1671, Cardenal en 1627; Luis XIII le nombró protector de los intereses de Francia en Roma (1633) generalísimo de los ejércitos pontificios, fue derrotado por Montecuculi, se refugió en Francia, donde Richelieu le dio el nombramiento de limosnero mayor de Francia y el obispado de Poitiers (1652). Regresó a Roma en el año siguiente (1653). Escribió varias poesías.

Este pliego recibió fray Bernardino de un hombre de la casa del Sr. Lordici, a quien éste había despachado de Potosí, dándole orden "que no dijese a lo que iba, porque no le quitasen en el camino".

A este purpurado había escrito fray Bernardino, sin tener una noticia sobre las intenciones del rey respecto de su persona, una carta de cortesía y felicitación con fecha 1 de junio de 1637.

Su Eminencia, al contestarle de Roma a 12 de diciembre de 1638, le escribió:

"Illustri ac. Rmo. Domino, uti fratri, Domino Episcopo paraguayensi in Indiis orientalibus: Illustris ac Rme Domine uti frater", dándole así título de obispo. Después de haber agradecido por la atención demostrada por Fr. Cárdenas continúa el Sr. Cardenal: "Quod cum sim sacrae Congregationis de Propaganda Fide Praefectus, cupio ut amplitudo de statu tuae ecclesiae temporali ac espirituali... relationem cum mediis, quibus fides catholica propagari possit, mittas".

Al concluir le ofrece el Cardenal Prefecto su buena voluntad para obtenerle las acostumbradas facultades de la S. Sede.

Esta carta, sellada y firmada, fuera de la firma del Purpurado, la de su secretario: "Subscribit eius Secretarius, Franciscus Ingelus, Secretarius.- Domino Episcopo paraguayensi in Indiis orientalibus" (5).

Esta carta titula Charlevoix – sin aducir una sola razón – supuesta y falsificada. Pero al mismo tiempo refiere, que fue citada por el procurador del Ilmo. Cárdenas en un memorial al rey de España, para justificarlo, que se imprimió" (6).

El historiador alude a los "Discursos" del Lic. Carrillo, y sabiendo de ellos, como resulta de su cita, no debería haber prescindido de los argumentos, que éste aduce por su cliente y por dicha carta, argumentos y defensas que Charlevoix y los demás adversarios de Cárdenas consecuentemente eluden, silenciándolos.

Omito la ponderación de la gravísima injuria, que en esta imputación de falsificador, se expresa, sin un solo alegato justificable, contra un piadoso religioso, benemérito y anciano. Sólo diré: la carta del Cardenal llevaba el sello de la Santa Congregación; fue según declaración jurada del mismo Cárdenas, enviada en pos de él por un dependiente del Sr. Lordici, y fue presentada su copia por fray Villalón al mismo Alejandro VIII sin que el Pontífice ni la Santa Congregación, la cual tenía sus archivos y registros, hubiesen dudado de su autenticidad. Fray Bernardino, al recibir la carta del Ementísimo Barberini, tan allegado al Papa y por tanto bien informado de los asuntos de la Santa Sede, debía al leerla suponer, que por el título, que se le daba y por el informe oficial que se le pedía sobre la diócesis de Paraguay, que su preconización en Roma ya era un hecho. Confrontando las fechas entre la carta y promesa del rey (febr. 21 de 1638) y la bondadosa y cortés del Cardenal (diciembre de 1638) resultaba tiempo más que suficiente para la presentación, preconización y expedición de bulas.

La Santa Sede, y aun la Congregación del Prop. Fide, no podían ignorar la vacancia de la sede paraguaya, puesto que, años atrás, había sido promovido el Ilmo. Aresti, antecesor de Cárdenas, a la silla de Buenos Aires.

La carta del Em. Barberini no era dirigida a fray Bernardino de Cárdenas, sino al Obispo del Paraguay. Pero en cartas oficiales se prescinde con frecuencia del nombre de la persona, dirigiéndolas sólo a la autoridad o dignidad respectiva. El texto y la respuesta del Cardenal, suponen, pues, a Cárdenas como obispo confirmado.

¿De dónde provenía ese error del Cardenal? ¿Había Felipe IV efectivamente presentado a fray Bernardino en 1638 para el obispado de Asunción, difiriendo Urbano VIII la preconización, por acusaciones contra él presentadas o por otros motivos? ¿Sabía el Eminentísimo Prefecto sólo de la presentación y daba por un hecho la confirmación de parte de su tío?

Son preguntas a las cuales no sé contestar.

Pero repito: las circunstancias y la misma carta debían inducir a fray Bernardino en un error invencible, creyéndose ya obispo, a quien maldad ajena detenía las bulas.

Al llegar a Salta expuso el citado fray Cárdenas su situación a los PP. Jesuitas, mostrándoles las cartas recibidas.

¿Podía él consagrarse de obispo sin tener bulas pontificias?

La carta del rey le daba por presentado a la Santa Sede la del Cardenal le suponía ya confirmado y, por ende, con bulas.

El derecho canónico (C. Nobilissimus) disponía que se debía creer a las aserciones oficiales, verbales de los cardenales, por la eminencia de su dignidad. Igual privilegio gozaron también los reyes (7). Con mucha más razón sus escritos. Hay en la carta del Cardenal el sello, titulo oficial de obispo y pedido del informe sobre el estado de sus diócesis paraguaya. Hay, pues, aserciones oficiales. Lo mismo debe decirse mutatis mutandis, de la cédula de Felipe IV.

El envío de las bulas era probabilísimo y aun moralmente seguro. Ya había pasado el tiempo ordinariamente necesario para ello. Existían rumores insistentes sobre el despacho de las bulas, pero detenidas maliciosamente. Malas lenguas atribuían hasta al arzobispo de Charcas tamaña malignidad (8). En Potosí era este extravío objeto de todas las conversaciones "con gran sentimiento de las gentes, por ser amigos del Sr. Cárdenas" (9).

Tenía el padre Bernardino enemigos, unos por envidia, otros por resentimientos. Estas voces eran por tanto creíbles.

No debía ignorar fray Cárdenas lo sucedido con el arzobispo fray Francisco de Sotomayor (10), franciscano, al ser promovido del obispado de Quito al arzobispado de Charcas.

Al saber por cédula real su presentación en Roma había emprendido de Quito su viaje a Chuquisaca.

Desde Tarapaya (cinco leguas de Potosí) envió al canónigo don Alejo de Benavente, dándole poder (13 de enero de 1630) para que tomase en nombre suyo posesión del arzobispado.

El Sr. Benavente presentóse ad hoc el 18 de enero al Cabildo Eclesiástico, el cual, a excepción del canónigo Dr. Francisco Dávila, entonces maestre escuela, opinaba se le diese la solicitada posesión, aunque no existían aún las bulas de confirmación. Exponiendo el Sr. Dávila que esto lo prohibían decretos pontificios imponiendo graves penas, se convino, antes de decidirse, hacer junta de consultas de letrados, especialmente entre las Ordenes religiosas. De los últimos acudieron sólo algunos franciscanos.

Resolvióse no se debía dar posesión. Avisado el Prelado de la resulta, se conformó con aquel parecer sin muestras de enojo ni pasión.

Acudir a Roma significaba otra vez años de espera con posibilidad de las mismas contingencias.

Las necesidades de la diócesis paraguaya, privada ya por más de seis años del pastor, eran grandes, urgentes y amenazaban nuevos males. Regla, empero, aun para las disposiciones canónicas, era: animarum salus lex suprema. ¿No era suponible, aun en el peor de los casos, de que el Pontífice, en vista de tan extraordinarias circunstancias, diese la dispensa sobre el requisito de las bulas?

Además: La cédula real le encargaba la residencia en el Paraguay. Trasladarse de Asunción a otra sede episcopal para hacerse consagrar, al llegar, por fin, las bulas, significaba para fray Cárdenas, ya de edad avanzada, grandes fatigas; puesto que Asunción distaba como 300 leguas del Tucumán, próxima sede vacante, sin hablar de los gastos (11).

¿Podíase suponer la licencia tácita del Papa?

Los padres del colegio salteño con su rector el padre Cosme Sofía (12), opinaban que por ser las actuales circunstancias, graves y extraordinarias, tal vez no sucedidas desde muchos siglos a ningún otro destinado para la dignidad episcopal y por ser las leyes humanas sólo para los casos ordinarios, podía recibir la consagración episcopal, aun sin bulas.

Charlevoix, empeñado para descubrir en todas partes la mala fe de fray Bernardino, refiere, que éste con una carta fechada en Salta a 28 de agosto de 1641, mandó el parecer del P. Sofia y de los demás PP. al padre Diego de Boroa (a quien más tarde encontraremos en Asunción), rector a la sazón del Colegio y de la Universidad de Córdoba (del Tucumán), pidiendo su parecer y la respuesta a Santiago del Estero, a donde iba a llegar en el mes de septiembre. Era Santiago entonces sede del obispado, la cual en 1.700 fue trasladada a Córdoba.

Contestó el padre Boroa, según Charlevoix, quien trascribe la carta, muy cumplidamente, no faltando quien niegue la autenticidad de la misma. Escribió el Padre Rector: que a pesar del escrito del talentoso padre Sofia, "no se ha hallado aquí canonista ni teólogo alguno, que apruebe la consagración de un obispo sin bula".

Montado en cólera rompió fray Cárdenas, continúa el citado autor, (en presencia de los PP. portadores) la carta, sin comunicarla a nadie, ni aun al Ilmo. Maldonado, obispo de Tucumán; razón por la cual, informado éste de haberse hecho un parecer secreto, escribió más tarde, sin duda por no haberse guardado silencio al respecto, al Ilmo. Cárdenas, una carta llena de fuertes reproches por aquel "ocultamiento". "A mí y a la justicia nos hizo desmedida injuria, callándonos lo que nos podía servir para acertar, y más en materia tan grave" .

Sabiendo fray Cárdenas, como todo el mundo, que sin bulas no podía consagrarse, habiéndole también inculcado el rey en su cédula de 21 de febrero de 1638, busca en sus cuitas, luces, consejos y dictámenes en un colegio, cuya sabiduría se pregonaba por la América del Sur. Pregunta, si por tales o tales razones se pudiera prescindir – por excepción, suponiendo licencia presunta del Papa, si fuese informado bien de los aprietos del consultante – de la ley, que prescribiría no hacerse consagrar sin bulas.

El franciscano pide la solución de una duda canónica, la solución práctica de un caso extraordinario, no prevista por la legislación eclesiástica ni tratado por los canonistas, y los miembros del sabio Colegio le contestan con una vulgaridad, por no decir otra cosa.

También el lector, puesto en las apremiantes circunstancias de fray Bernardino, a cuyas consultas se contestaría con una cosa ya bien sabida, rompería una carta de esta clase, tal vez aun indignado; y si fuese caritativo, no hablaría a nadie de un parecer secreto, que manifestaba sagacidad para evitar compromisos, pero no la ciencia y competencia de una sabia corporación, que debía resolver, interpretando doctrinalmente, un caso importante de la legislación canónica.

En nada quedó, pues, injuriado el Ilmo. Maldonado, ni la justicia al romper la carta del Padre Rector. La indignación del Ilmo. Obispo demuestra sólo que había tenido un concepto demasiado elevado de aquel parecer "secreto", suponiendo, luces, donde no las había, si este episodio ha sucedido como lo refiere Charlevoix, siguiendo el relato del padre Andrés Rada, visitador de las misiones del Paraguay (14).

De este "parecer" del colegio cordobés se ha querido deducir, que había inspirado al Ilmo. Cárdenas sentimientos hostiles contra la Compañía, por de pronto disimulados. No hay, por lo visto, razón para ello.

Muy poco fundamento tiene tal imputación, veremos además en el curso de esta biografía.

Por septiembre de 1641 estaba el futuro obispo del Paraguay en Santiago del Estero, donde estaba o venía a propósito el diocesano del obispado de Tucumán, fundado en 14 de mayo de 1570.

Don fray Melchor Maldonado de Saavedra de la Orden de San Agustín (15) obispo del Tucumán desde el año 1632; murió en su diócesis en 1662, a la edad de 80 años; tenía por tanto en 1641 como 59 años. Era prelado virtuoso y celoso, y muy adicto a los PP. Jesuitas, los cuales, tanto entre los fieles como entre los infieles, prestaban importantísimos servicios a la diócesis. Anticipándome a los acontecimientos diré, que quedó al verse con fray Bernardino, prendado del mismo. Dejan empero ésta al Tucumán, si las cartas que se citan son auténticas, relaciones sui géneris entre los dos obispos, asumiendo el Ilmo. Maldonado el papel de maestro, quien tiene que corregir, aunque a veces destempladamente, un discípulo algo díscolo o incorregible. La serie de cartas, que citan los escritores de la Compañía, enviadas al Ilmo. Cárdenas, son, sin excepción alguna, reprensiones continuas, escritas en un tono que habla muy alto de la humildad del obispo del Paraguay, al aguantarlas. La intervención del Ilmo. Maldonado en una diócesis ajena, comprendía aun informes dirigidos al rey. Cartas e informes empero demuestran, que el obispo del Tucumán tenía solo relaciones parciales, unilaterales, que no se daba razón de los motivos, que asistían al obispo del Paraguay. ¿Serían éstos informantes los de la Compañía, tan ligados, tan íntimos de su Ilma?

Supongo que sí. Y si no ¿cómo se explica que sus escritores poseían las copias de aquellas cartas, citándolas como argumentos contrarios al obispo de Asunción? Eran correspondencias de un obispo al otro, cartas, en fin, de confianza (16).

Charlevoix, nos dice, que fray Cárdenas, se portó en el Tucumán como en Potosí, es decir, ejerciendo cargos parroquiales y sin hacer caso del diocesano y de sus licencias. No contento con esto, "habiendo ido el Ilmo. Maldonado a verlo en Santiago del Estero, no le hizo la menor cortesía y empezó por proponerle que le consagrase sin aguardar las bulas, las cuales le dijo, que sabía hacía mucho tiempo que estaban despachadas, pero que las habían interceptado sus enemigos" (17).

¡Bonito modo tenía el fraile franciscano para buscar un favor tan grande del señor Maldonado, como era el de la consagración, tan comprometedor, sin bulas y sin dos obispos asistentes!

Pero fray Bernardino, admitido en la casa del obispo, no fue sólo usurpador de facultades, que no le correspondían, sin que el Ilmo. Maldonado le castigase o reprendiese, no fue sólo descortés, sino importuno y aun molestísimo, con el bondadoso diocesano.

Pues, ya salido fray Cárdenas del Tucumán, se queja don Melchor, según Charlevoix, en una carta dirigida al obispo de Asunción: "Vuestra señoría ilustrísima no me dejaba sosegar de día y de noche, representándome y haciéndome representar incesantemente, de palabra y por escrito, la urgencia de remediar las apremiantes necesidades del Paraguay".

Que las descortesías y las importunidades de fray Bernardino no han forzado al Ilmo. Sr. Maldonado a consagrar al mismo, veremos en el capítulo siguiente, lamentando, de nuevo, la falta de veracidad en los relatos del padre Charlevoix.

Las bulas no llegaban, y fray Bernardino dedicábase, según su piadosa costumbre, a la salvación de las almas, predicando.

Oigamos el testimonio del Ilmo. D. Melchor, enviado por él mismo al rey y al Papa Urbano VIII:

"Lo juramos por nuestra consagración que (fray Cárdenas) nos ha enseñado, corregido y ayudado con las costumbres, con la modestia, con la humildad, con la predicación continua, con la constancia grande de sufrir... visitando las ciudades (de la diócesis), corrigiendo de día y de noche, haciendo la doctrina a los indios y negros, por su propia persona, confesándolos, dándoles de su propia pobreza limosna. Así nos avisaron nuestros curas y vicarios; y en esta catedral lo hemos visto; y reconciliado muchos odios en amor cristiano; y fue Dios servido, que viniese en ocasión del Jubileo plenísimo centenario, en que ha sido ministro de confesión y comunión, a todo género de gentes. Grande el concurso todos los días de indios y españoles a oír la doctrina. Y hoy certificamos, que habiendo concurrido juntos a la iglesia, estaba la capilla mayor llena de muchos para que los comulgue, y de indios para que los rezase. Y obras y celo apostólico, tan grande, no juzgamos, que lo debemos quitar a necesidades temporales y espirituales, tan graves, tantas, y tan continuas, en parte tan remotas como el Paraguay y casi imposibilitada de recurso a Roma y Madrid (18).

En Santiago del Estero recibió el Ilmo. fray Bernardino una segunda cédula de Felipe IV, fecha 14 de julio de 1638.

En ella le daba el rey el tratamiento de obispo efectivo: "de mi consejo"; le da encargos como si fuese ya obispo confirmado por el Papa, y como si tuviera tal poder, pero sin indicar el nombre del dignatario.

"El Rey Rdo. en Cristo Padre Obispo de la catedral de la ciudad de Asunción de las Provincias del Paraguay, de mi consejo:

Ruega y encárgale Felipe IV, que aparte por sí o por sus vicarios generales para las necesidades de la monarquía, alguna parte de las penas o multas pecuniarias, procedentes de las causas criminales eclesiásticas, añadiendo: "que las dichas condenaciones, que vos o vuestros vicarios generales hicieren, tengáis cuidado de aplicar y que se apliquen... dándome aviso en todas ocasiones de lo que por esta cuenta junta redes, y caja en que entrase" (19).

Entre la fecha de la primera cédula y esta segunda mediaban cinco meses, tiempo suficiente para la presentación de fray Bernardino en Roma, y el "fiat" de Su Santidad.

También esta cédula debía confirmar la opinión del obispo electo sobre el despacho de las bulas pontificias en su favor.

Al mismo tiempo recibió el Ilmo. Cárdenas otra carta que en él tenía que producir igual efecto.

Don Pedro González de Mendoza, fiscal del Consejo de las Indias, por cuya oficina tenían que pasar las bulas confirmatorias del Pontífice, había dirigido, con fecha 20 de abril de 1639 desde Madrid, un oficio al Señor Obispo del Paraguay, avisándole de su ascenso a la fiscalía, y que le diese cuenta en lo que pudiera serle útil en su nuevo oficio, fiscal, estando dispuesto a servirle. "Encargo – decía además don Pedro, a V.S. – mucho la educación, amparo y buen tratamiento de los indios, procurando castigar severamente a los eclesiásticos, que los tratasen mal; y que tengan doctrina suficiente... Fío de quien V.S. es, y de su gran celo, que acudirá a esto con mucha puntualidad" (20).

Parece que la Providencia Divina quería emular en Santiago del Estero todas las apariencias para poder hacerse una consagración, de la cual, como de un manantial, debían seguir para el Ilmo. Cárdenas raudales de amarguras.


Notas:

(1) Carrillo, pág. 103. Allá pueden leerse, extensamente, varios detalles sobre el correo de entonces y sobre las declaraciones juradas, que hicieron fray Bernardino y otras personas, ante el Obispo del Tucumán, con el fin de verificar la certeza moral del despacho de las bulas pontificias.

(2) Charl. Hern. Tom. II, págs. 460-462. Más tarde oiremos hablar al obispo del Tucumán de la pobreza del Ilmo. fray Cárdenas.

(3) De la declaración jurada del mismo fray Bernardino, hecha con motivo de su consagración ante el Ilmo. Maldonado, obispo del Tucumán. Cfr. Carrillo, pág. 105.

(4) Charl. Hernánd. T. II, pág. 462.

(5) El texto completo puede verse en Carrillo, pág. 14.

(6) Charl. Hernánd. T. II, pág. 463.

(7) Cfr. Bened. XIV, De synodo diocesana. L.s., c.5, n.6.

(8) Carrillo, Discurso tercero, pág. 91.

(9) Ibid. (nota).

(10) Era el Ilmo. fray Francisco de Sotomayor hermano del Ilmo. fray Antonio de Sotomayor, patriarca de las Indias y confesor de Su Majestad.

(11) El obispado de Buenos Aires, más cercano al Paraguay, estaba baco por la muerte del Ilmo. Aresti, acaecida en Potosí 1636.

(12) Pasó más tarde a la Orden de Predicadores, por los inconvenientes, que según dice, le acarreó en la Compañía el referido dictamen.

(13) Charl. Hern. T. II, págs. 464-466. Compendio con fidelidad el contenido de escritos, que sólo tienen importancia secundaria para la materia de que trato, pudiendo leer el que se interesare, en los libros citados, los demás detalles.

(14) El padre Rada, enviado por orden de Felipe IV, es el conocido antagonista del venerable Palafoz y Mendoza, obispo de Puebla de Los Angeles y de quien en su tiempo me ocuparé. Dicho Padre hizo una defensa de los PP. Jesuitas con motivo de su visita, defendiéndoles – a costo del Ilmo. Cárdenas – de cinco cargos que les habían hecho. Este informe, hecho al rey, se halla en el tomo segundo de la referida "Colección", etc.

(15) El P. Gual (1. c. pag.12) lo denomina equivocadamente benedictino.

(16) Luego hablaré de la consagración del Ilmo. Cárdenas. Mientras los aludidos escritores impugnan la validez o la licitud o ambas cosas de la consagración de Fray Bernardino, reprobando severísimamente su proceder, no tienen ni una sola palabra de crítica contra el obispo del Tucumán. Yendo al fondo de la cuestión, si hubiese habido delito en aquel acto, ¿quien era más culpable?, ¿el consagrante o el consagrado?

(17) Charlevoix.- Hern. T. II, pág. 467.

(18) Este documento, en el que el Sr. Maldonado alega uno de los motivos, que le impulsaron a consagrar al Ilmo. Cárdenas, puede verse, íntegro, en los "Discursos"de Carrillo, 1. c. pág. 75.

(19) Todo el texto de la cédula se halla en el primer "Discurso" de Carrillo, pág. 13. Probablemente se trata de una circular, que se dirigía a todos los obispos, cambiando sólo las direcciones y sin fijarse que en Asunción había sede vacante.

(20) Carrillo, pág. 13, ss. (transcribe todo el oficio)

 

 

CAPÍTULO VII (1)


Las dudas del Ilmo. Maldonado sobre si podía consagrar a fray Bernardino

Fray Cárdenas después de haber ponderado todo, pidió su consagración al diocesano del Tucumán.

Presentóle los documentos recibidos, los pareceres, las dificultades de hacerse consagrar yendo de simple sacerdote al Paraguay y las necesidades de aquella diócesis. Estas como hemos visto no eran pocas.

La iglesia de Asunción estaba vacante más de seis años; debía buscarse los santos óleos a distancia de más de 300 leguas; no se promovía a las ordenaciones, el mismo clero estaba dividido y peligraba la salud de tantas almas.

La petición no sorprendió al Sr. Maldonado. Sabía por una declaración jurada del obispo electo, que éste, a pesar de su respeto hacia el Sr. Arzobispo, no le hubiera pedido, aunque hubiese recibido las bulas a favor, sabiendo que por resentimiento iba a negárselo (2), y no había otro obispo dentro de una esfera de muchos centenares de leguas.

Tres dudas podían saltar en esta ocasión al Ilmo. Maldonado: sería válida su consagración, faltando bulas y dos obispos asistentes; sería lícita la consagración en las circunstancias actuales, no habiendo esos dos requisitos; y, finalmente, ¿podía hacerse cargo el obispo consagrado de la diócesis del Paraguay?

A pesar de opinar por la afirmativa en vista de las cédulas reales, de la carta del Cardenal Barberini y la del fiscal del Consejo Supremo de las Indias, quería aún tener más seguridades sobre el despacho de las bulas, prescritas para la licitud de las consagraciones episcopales por la "extravagante" del Papa Bonifacio VIII.

Fray Bernardino declaró bajo juramento, como los demás, llamados a declaración, citados en los "Discursos" del Lic. Carrillo, que su persuasión sobre la interpretación de las cartas y bulas dirigidas a él, era grande; razón por la cual había hecho el consabido pedido al Sr. Lordici en Potosí; que los rumores sobre la llegada de las bulas al Perú le parecían muy fundadas y que sólo por interceptación maliciosa podía explicarse el silencio de sus agentes en España, Lima y Cuzco, todas las personas de confianza, "siendo notorio" el peligro común y general en este reino en cojer y ocultar las cartas de personas públicas. Y por la modestia de su estado y religión no dice los particulares sucesos y demasías en cojer las cartas de los particulares, y particularmente las suyas en el Potosí y Chuquisaca" (3).

Entre los diversos testigos llamados para que declarasen lo que supieran sobre los rumores de la pérdida de las bulas, refiere D. Felipe de Alarcón, natural de Guamanga, interesantes detalles como se sabía emborrachar a los propios o "Chasqui", para poder apoderarse de la correspondencia que llevaban. Fray Diego de Sosa juró de haber visto en Chuquisaca una carta del padre Alonso de Cepeda, franciscano, en la que participaba, que habían pasado las bulas del Obispo del Paraguay, llevándolas un hombre venido de Lima; otra carta escrita en Lima por el padre Diego de Umansoro, en la que éste avisaba el despacho de las bulas, había visto en Potosí también otra del padre lector Antonio de Villabuena del Cuzco, diciendo "como habían pasado por aquella ciudad dichas bulas".

Existían por tanto no leves indicios, sino muy vehementes sobre la ocultación de las bulas.

* * *

Pudiendo leerse detalladamente en los "Discursos" del Lic. Carrillo y en el librito del padre Gual: "Cuestión canónica", etc, las razones, que indujeron al Ilmo. Saavedra para dar la consagración sin bulas y sin obispos asistentes al obispo electo del Paraguay, las repetiré aquí sólo sumariamente, advirtiendo, que algunas de las razones alegadas no valdrían en los tiempos actuales, en los que telégrafos, vapores y ferrocarriles facilitan tanto las comunicaciones entre América y Europa. No digo tampoco, que el proceder de los dos obispos era el más seguro, pero sí que era lícito, razonable y por tanto justificable, y además de ambas partes de buena fe.

I. La consagración sin obispos asistentes y sin bulas, es servatis servandis quoad essentiam sacramenti, válida.

Si la asistencia de dos obispos y la presentación de las bulas fuese de institución divina, es decir de esencia para la validez de la consagración, no hubiera podido dispensar nunca la Santa Sede de estas dos condiciones. Pero sabido es que la ley sobre la presencia de las bulas fue introducida por Bonifacio VIII (4), es por tanto una ley eclesiástica, humana, que no atañe la validez del sacramento. La presencia de tres obispos en las consagraciones fueron en gran parte originadas por la asistencia que antiguamente hacían los obispos vecinos en las elecciones de un nuevo obispo para evitar tumultos y para realzar la dignidad del electo. Esta costumbre fue elevada después a una ley eclesiástica de la cual desde S. Gregorio Magno hasta Pío IV habían dispensado con frecuencia los pontífices romanos.

Repasando la historia eclesiástica hallamos efectivamente que, según una tradición bien probada, referida por Belarmino, príncipe de los teólogos de la Compañía de Jesús (De Romano Pontífice, L.I. c. 23) consagró Cristo solo al apóstol Pedro de obispo, y éste a los demás apóstoles. San Pablo, según los Hechos de los Apóstoles, consagró a veces solo o con un compañero, a diversos obispos, como a Tito y Timoteo.

Esta doctrina hoy ya no disputable sobre la validez de una consagración sin bulas y obispos asistentes, era común entre los más eminentes teólogos y canonistas del tiempo de fray Cárdenas, como prueba el parecer de 60 sabios consultados, como en su tiempo veremos por fray Villalón (5). Fue además, aunque años después, declarada como doctrina sana y segura por la S. Sede al decir, que la consagración de Fray Cárdenas era válida. (S. C. C. 1 de septiembre de 1657).

Es, pues, más que extraño que más tarde digan y escriban algunos PP. Jesuitas que "la consagración del Ilmo. Cárdenas era nula o al menos dudosa, porque no había sido celebrada por tres obispos y por no haber presentado las bulas; y que por consiguiente debía consagrarse otra vez con condición".

Y más extraño es, que aun después de la declaración de la Santa Congregación del Concilio, aprobada por el Papa Alejandro VII, podía escribir J. Cretineau-Joly: "Esta consagración era nula por muchos motivos" (6).

II. Pero, si era válida dicha consagración, ¿podía admitirse su licitud ora por no estar presentes las bulas, ora por no asistir dos obispos? ¿Podía, en una palabra, haber casos, en que estas dos leyes de la Iglesia admitían alguna excepción, alguna licencia presunta de parte del legislador o sea del Papa? Y si había excepciones ¿era el caso de Ilmo. Cárdenas una de aquellas?

Contesto afirmativamente en ambos casos, no tanto por el estado objetivo de la cuestión, que parece estar fundada en algún error, sino por la persuasión, en que debían hallarse las conciencias de los dos obispos.

Contra la ley que exigían para la lícita consagración la presencia de las bulas, podíase argŸir:

a) Ninguna ley humana obliga, según la ciencia moral y canónica, bajo grave incómodo o grave daño.

Esperar aún las bulas, tal vez por años, como podía suceder, significaban para fray Cárdenas molestias y gravámenes incalculables. Ya desde el año 1638 podía esperar, según la cédula real, esas bulas. No llegaron aún, ¡y se estaba ya a fines del año 1641! La citada cédula encargaba con insistencia, aludiendo a graves responsabilidades, la pronta ida del obispo electo al Paraguay. Sin embargo había esperado fray Bernardino en Potosí las bulas hasta el mes de julio de 1641...

La ida al Paraguay por ahora sin consagración y la vuelta a Santiago del Estero de Asunción, sea al llegar las bulas, sea al pedir de nuevo a Roma y Madrid, en lugar de las perdidas, otras nuevas, significaba graves gastos y una infinidad de viajes penosos. Fray Bernardino tenía ya más de 62 años, y si por achaques de la edad más tarde no pudiera volver a Santiago o si muriese entre tanto el Ilmo. Maldonado, ¿dónde buscar un obispo consagrante? Ténganse además presente, que hasta tener las bulas ¿no corrían el riesgo de exponerse a la indignación real por tan larga desobediencia?

Además, los canonistas enseñaron que, en caso de una causa justa y urgente, podía un obispo – por epiqueya – dispensar en las leyes del Sumo Pontífice (7).

Tratándose ahora de una causa urgentísima, existiendo noticias que hacían presumir la existencia de las bulas de institución como moralmente certísima, ¿no podía dispensar el obispo del Tucumán en las leyes que embarazasen la consagración en un caso excepcional?

b) Regla canónica era que las aserciones oficiales de los cardenales y también de los reyes sobre la consecución de la dignidad episcopal, eran fidedignas y suficientes para la toma de la dignidad episcopal, dando a estos personajes la eminencia de su dignidad un carácter excepcional, no siendo por tanto comprendidos en la ley de Bonifacio VIII, quien por ella únicamente quiso evitar el peligro, que alguno se porte como obispo no siendo tal (8).

Ahora bien: el obispo Cárdenas tenía documentos de personas nobilísimas (del rey, del cardenal-prefecto, etc.) en que, como ya expuse, podía con toda razón suponerse ya obispo confirmado y aún en posesión de su iglesia, por las aserciones que contenían.

Luego podía hacer uso de una excepción, la ley de las bulas.

El fin propuesto por Bonifacio VII desaparecía, y por tanto también la ley.

c) La gracia hecha por Su Santidad, el "fiat" viene probada por las bulas, pero es independiente de las mismas. Dicha gracia puede ser probada aun sin bulas, por otras vías, v: gr: por un testimonio auténtico de la provisión y confirmación apostólica, especialmente cuando las bulas no llegasen en un tiempo competente. Como ya demostré arriba, los documentos que habían llegado a fray Bernardino, podía éste justamente considerar como testimonio auténtico que suplían las bulas, de cuya llegada había certeza sumamente probable (9).

El Ilmo. Cárdenas y así mismo el Obispo del Tucumán podían formarse en el caso expuesto un juicio práctico y recto de que en estas circunstancias existía una excepción de la ley dada por Bonifacio VIII, renovada por Julio III (1550-1555).

d) Finalmente, siendo el Papa, el padre de los fieles, para que éstos alcancen la vida eterna, no quería por cierto, que las leyes vigentes sobre la presencia de las bulas, redundasen para mayor mal de la diócesis paraguaya, o para imponer una carga casi insoportable al anciano fray Cárdenas, metido por parte en un error, que se puede calificar de invencible. Había por ende certeza moral de que, aun en el peor de los casos, el Pontífice hubiera dispensado de dichas leyes, más dañosas que benéficas.

El caso del Ilmo. fray Bernardino, admitía, consagrarse lícitamente sin los dos obispos, casi por las mismas razones, que militaron para creerse desobligado de la ley sobre las bulas presentes.

A instancias de Felipe II de España había permitido el 11 de agosto de 1562, el Papa Pío IV (1559-1565), que los obispos de las Indias occidentales podían hacerse consagrar, sin esperar licencias del Metropolitano, por un obispo de su elección "a quocumque maluerint Catholico Antistite" (gratiam), con tal que a la consagración – para mayor solemnidad – asistiesen dos o tres dignidades eclesiásticas (canónigos de las catedrales, etc.) (10).

Al mismo tiempo absolvió el Pontífice, y esto que la Santa Sede consideró incondicionalmente válidas las consagraciones hechas por un solo obispo sin otros dos obispos asistentes, a todos los obispos (ad cautelam) de las penas y excomuniones tal vez incurridas, por haberse consagrado sin aquella dispensa, sin encargar o mencionar la reiteración de dichas consagraciones (11).

Al dar el Sumo Pontífice las bulas de institución para los obispos americanos, añadía la dispensa sobre la asistencia de dos obispos al consagrante, conmutándola en la de dos dignidades catedrales.

Siendo para el Ilmo. Cárdenas y su consagrante cierto el despacho de las bulas, tenían que suponer, con la misma razón forzosa, la aludida dispensa, bastando por tanto la asistencia de dos canónigos de la catedral de Santiago. Solórzano y diversos doctores en derecho canónico hacían ya notar en tiempo de fray Bernardino, pues ni los cánones ni las constituciones de Bonifacio VIII y de Julio II imponían censura eclesiástica alguna contra el obispo que consagra y el que es consagrado sin presentar las bulas.

No se podían, pues, los dos obispos tener por incursos en penas o excomuniones, que no existían.

Aun dado el caso que alguna ley ignorada hubiese establecido tales censuras, quedaban libres de ellas los dos por su buena fe. Donde no hay culpa, no impone la Iglesia pena.

De hecho empero fueron expedidas en Roma las bulas y las dispensas para fray Bernardino 14 meses antes de su consagración.

III. Llegamos a la última duda.

¿Podía el Ilmo. fray Cárdenas, ya consagrado Obispo, hacerse cargo como diocesano del Obispado del Paraguay, sin tener aun las bulas de institución o posesión?

También aquí, pero siempre con la reserva ya hecha sobre el tiempo y circunstancia del caso, contesto afirmativamente permitiendo algunas advertencias.

En las Indias era por entonces costumbre generalmente aceptada, que estando presente, el obispo electo por comisión del cabildo con el título de gobernador o vicario capitular regía su futura diócesis no con jurisdicción propia, sino delegada, asumiendo la jurisdicción ordinaria, episcopal, al recibir y presentar las bulas correspondientes del Papa (14). Estas comisiones prohibió más tarde (1709) el Papa Clemente XI ("In suprema") . Pero no existiendo entonces tal legislación, no puede comprender a nuestro padre Cárdenas.

De hecho no asumía el Ilmo. Cárdenas el gobierno de su diócesis antes de recibir las bulas, jure ordinario, sino por comisión del cabildo, firmando: Fray Bernardino, obispo gobernador.

Consta del alegato judicial del Lic. Carrillo, a quien el mismo Cárdenas, o su procurador fray Villalón, en Madrid deben haber suministrado los datos correspondientes. Conocida la obediencia de fray Bernardino hacia la autoridad real no es tampoco de suponer, que haya infringido la orden dada en la primera cédula real, en la que le prescribió el gobierno por comisión por medio de ruego y encargo – tanto al obispo electo como al cabildo – . Finalmente, nos refiere el mismo Charlevoix, para quien el Ilmo. Cárdenas es usurpador de la jurisdicción episcopal, en una carta, que por lo visto podían copiar como otras muchas, con suma comodidad los religiosos de la Compañía, del Sr. Ilmo. Maldonado, en la que éste escribe a Cárdenas... "Protesté mi sumisión y obediencia al Sumo Pontífice, mi supremo jefe; declaré a Vueseñoría Ilma. que consagrándole, no le confería poder ni jurisdicción alguna; que no podía tenerlas antes de recibir sus bulas, si no es de su cabildo" (13) de la cual puede deducirse que el Ilmo. fray Bernardino, teniendo tantos encargos, declaraciones y condiciones, no haya obrado contra lo advertido por el obispo del Tucumán, a quien debía un inmenso beneficio, puesto que en la misma obra de Charlevoix no encuentro reproche al respecto de parte del Ilmo. Maldonado.

Aunque los Papas Bonifacio VIII ("Injunctae") y Julio III prohibían severamente a los obispos que no tuvieran aún las bulas, tomar posesión de las diócesis, no les imponían otra pena, que la nulidad de tal acto, pero sí censuras a los cabildos, que a tales obispos recibiesen, cediéndoles la jurisdicción episcopal. Por tanto: no castigaban los cánones con censuras la consagración, ni la toma de posesión de la diócesis sin bulas en los obispos; y siendo así, tenemos al Ilmo. Cárdenas, aunque hubiese cometido alguna arbitrariedad (lo que niego), estaba expedito y canónicamente libre y apto para la jurisdicción, que le conferían más tarde las bulas de provisión de Urbano VIII (14).

Con estas aclaraciones voy a los argumentos, que en el caso presente, particular y extraordinario, justifican la sentencia, de que el Ilmo. fray Bernardino podía recibir, aun sin poseer las bulas, la jurisdicción ordinaria del diocesano, cesando por ende la sede vacante.

a) Urbano VIII había declarado en 20 de marzo de 1625, es decir 16 años antes de la consagración de fray Cárdenas, que cesaba la jurisdicción episcopal, quedando vacante la silla, aun antes de expedir las letras apostólicas (bulas) desde el momento, en que el obispo, en el consistorio de Su Santidad, fuere absuelto del vínculo, que le unía con su iglesia, con tal que tenga o reciba de ésta un testimonio fidedigno, sea por el secretario del Sagrado Colegio, sea de cualquier otro medio ("vel alio modo"). ¿Bastaba, por tanto, un testimonio fidedigno para poder posesionarse de la silla de Asunción? Como ya quedó probado, poseía el Ilmo. Cárdenas documentos, que él y el obispo del Tucumán podían considerar como testimonios fidedignos sobre el despacho de las bulas confirmatorias.

No cabían en este caso censuras contra el cabildo receptor, puesto que el Pontífice Bonifacio VIII las imponía sólo para el caso, que hubiese presunción temeraria del futuro obispo ("praesumant"), pretendiendo éste poder pasarse sin bulas para poder posesionarse del gobierno y de la administración de la diócesis.

Ahora bien: de parte de fray Bernardino no existía tal presunción temeraria, habiendo más bien pruebas de la confirmación pontificia, sin hablar de las necesidades de la diócesis paraguaya.

b) Más fuerte aún es la razón siguiente:

En el Concilio Latenense (1215) había establecido Inocencio III, que los obispos "ultra Italia" (tales eran los de América) elegidos in concordia (es decir sin interposición canónica, por todos o por mayor parte de los electores) y cuya institución perteneciese inmediatamente al Sumo Pontífice, "podían dispensativamente administrar su iglesia, tanto en lo temporal como en lo espiritual, con tal que cuanto antes se presenten o manden personas idóneas para obtener la confirmación de la elección y la institución" (15).

Aprobando, pues, el Papa tal posesión, no se refiere a la claúsula restrictiva, puesta posteriormente por el Concilio Lugdunense (1245), que prohibe las posesiones de las diócesis "non obstante prohibitione juris" (a través de la prohibición del derecho). Tampoco la modifica la prohibición posterior de la extravagante "Injunctae" de Bonifacio VIII al inhibir a los obispos cualquier ingerencia en la administración "por la sola afirmación o promesa de la confirmación apostólica que tienen", puesto que en el fondo trata de presunciones temerarias.

El caso de fray Bernardino está entera y perfectamente comprendida en la ley lateranense. El nombramiento o la elección del rey suplía con ventaja la citada elección in concordia. El mismo rey encargaba, supliendo así la persona idónea de que habla el Concilio, de obtener en Roma la confirmación, institución y aun el despacho de las bulas y dispensas.

Luego quedaba lícita al Ilmo. Cárdenas la administración temporal y espiritual de la diócesis del Paraguay, por cuanto tenía más que la simple promesa o seguridad de la confirmación apostólica, aunque le faltaba el recibimiento material de las bulas.

Al hacerse, pues, la consagración del Ilmo. fray Bernardino, procedían los dos obispos según el sistema, que en la teología práctica se llama "Probabilismo", y cuyas doctrinas ya corrían por entonces en los libros hasta que el dominico Bartolomé de Medina en el mismo siglo formó de ellas un sistema formal. Encontramos ya la aplicación de los principios: ley dudosa no obliga – enfrente de una ley, cuya obligación es dudosa y no tratándose del valor de los sacramentos – , puede hacerse prevalecer la libertad personal, existiendo razones para creerse libre de la obligación impuesta por la ley.

Siendo los jesuitas ya en aquel siglo (XVII) los representantes principales de dicho sistema, causa extrañeza, que ninguno de los escritores adversarios, aduzca algún principio del Probabilismo en favor del obispo Cárdenas, abundando en cambio sus condenaciones, sin fundamento canónico.

El célebre Lamenais, apoyándose en Charlevoix, nos repite que Cárdenas no tuvo jamás jurisdicción en su diócesis; que no fue absuelto hasta después de haber salido de ella, de las censuras en que había incurrido, no sólo por la irregularidad de su consagración, sino por haber tomado posesión de su diócesis y usado de todas las facultades anexas a su carácter, y que no tenía (16).

"Charlevoix, después de asegurarnos, que fray Cárdenas había forzado al Ilmo. Maldonado con sus importunidades a la consagración – lo contrario veremos en la "Manifestación" del mismo y de la cual transcribiré algunos trozos – "lo que nunca se consolaría de haber hecho", informa: "que Cárdenas nunca tuvo jurisdicción en su diócesis... no sólo a causa de la irregularidad de su consagración, sino también por haber tomado posesión de su diócesis y usado de todas las facultades propias de su carácter, de las cuales carecía" (17).

Como bajo esta égida de calumnias se escudaron más tarde los enemigos del virtuoso prelado para hacerle la persecución atroz, tenaz y escandalosa que le hicieron, es justo que examinemos, anticipándonos a los sucesos, las razones en que se fundan para quitar antes el carácter episcopal de Cárdenas o al menos declarar dudoso, describiéndole, después de la declaración contraria de la Santa Sede que, aunque válidamente consagrado pero no era obispo con jurisdicción; de modo que las persecuciones antes de la decisión pontificia eran defensas muy justificadas contra las pretensiones de un simple fraile ambicioso, y después legítimas maniobras contra un obispo usurpador y excomulgado.

Once años después "a 11 de julio de 1656 – continúa el historiador citado – , hubo otra junta, en la que el cardenal Cesi presentó una súplica dirigida al Papa, en que los canónigos de Asunción, además de los defectos de la consagración, exponían otros cargos de acusación contra Cárdenas. La junta nombró al cardenal Albizzi para examinarlos y dar su parecer, y puesto que D. Bernardino había citado la carta del cardenal Barberini, se respondió que debía presentarla. En esto parece que quedaron las cosas por entonces, y no se terminó este asunto hasta 1658... cuando ya había sido nombrado para otro obispado" (19).

Con permiso del padre Charlevoix diré que la decisión aludida no fue dada en 1658, sino a 1 de septiembre y 15 de diciembre de 1657, y que el Ilmo. Cárdenas, aunque desterrado, era aún obispo legítimo del Paraguay.

He aquí la traducción de la declaración de la Congregación del Santo Concilio de Trento: (20)

"El obispo de la ciudad que se llama de la Asunción, de la Provincia del Paraguay en las Indias occidentales, tomó posesión de su obispado, habiéndose hecho consagrar por el obispo del Tucumán, sin haber presentado las Letras apostólicas que, sin embargo, habían sido otorgadas y expedidas ya y de ello en algún modo tenía noticia por avisos que había recibido.

Asimismo, fue consagrado por el susodicho Obispo sin más asistentes que dos canónigos, sin haber presentado la dispensa, que igualmente estaba concedida, teniéndose conocimiento, o por lo menos presunción (por ser costumbre que el Sumo Pontífice otorgue esta dispensa a los obispos que han de consagrarse en las Indias). Supuestos estos hechos, se pregunta en primer lugar:

Si la sobredicha toma de posesión sin haber presentado las letras apostólicas, ha sido legítima.

Segundo: si la sobredicha consagración hecha del modo expuesto, fue valida.

A la primera cuestión respondió en 1 de septiembre de 1657 la Santa Congregación de los Eminentísimos Cardenales, señalados por la Santa Sede Apostólica para interpretar el Concilio de Trento: que la toma de posesión no había sido legítima.

Al segundo punto, respondió en 15 de diciembre de 1657 la misma Santa Congregación, después de haberlo examinado maduramente:

Que la sobredicha consagración del Obispo del Paraguay había sido válida, pero nula en cuanto al ejercicio lícito de las funciones anexas al Orden; y que el obispo así consagrado y también el obispo consagrante tenían necesidad de absolución y dispensa, que la misma Santa Congregación juzgó se los debía conceder, si así pareciera al Santo Padre.

El cual, oída la relación y las razones alegadas, mandó el 6 de febrero de 1658, por efecto de su paternal bondad, que se otorgue a los sobredichos obispos la absolución y dispensa, por letras apostólicas en forma de Breve. F. Cardenal Paulucci, Prefecto C. de Vecchis, obispo de Chiusi, secretario de sus Eminencias. Gratis aun en cuanto al escrito (Charl. Henr. T. II. p. 470 - 471)

A esta traducción citada por Charlevoix hay que añadirle que este calla que estas resoluciones fueron atestiguadas, a petición de fray Juan de S. Diego Villalón, procurador del Obispo Cárdenas, y portador de la traducción italiana de los "cuatro Discursos" del Lic. Carrillo en pro del perseguido obispo y los cuales, sin duda, hubieran traído nuevas luces al revisar nuevamente la causa, en 27 de febrero de 1660 en forma de Breve expedido y redactado por la S. Congregación y firmado no por el Papa (Alejandro VII), sino por el Cardenal Ugelino.

Fray Juan, considerando las dificultades de una nueva decisión o la reforma de la ya dada o por no tener los documentos comprobantes a mano, desistió de promover una revisión sobre el modo, no verídicamente presentado ante la S. Congregación, de los motivos de la consagración, "pues – añade el Lic. Carrillo – , asegurada la base principal de la consagración válida, se debía asegurar el otro punto de la jurisdicción, que el obispo debía ejercer sobre los PP. Jesuitas del Paraguay, que tuviesen a su cargo curatos de almas y doctrinas de indios" (20).

En dicho Breve, como luego citaré, son las frases sobre las penas y censuras, según la declaración anterior incursas por los dos obispos, referidas con frases muy distintas, que les quitan toda certeza (21).

Siendo estas resoluciones de la Sagrada Congregación la base en que los escritores contrarios al Ilmo. Cárdenas apoyan a posteriori la justificación de los insultos, baldones y destierros inferidos a dicho Obispo, conviene hacer al respecto un pequeño estudio.

1¼) La relación de Charlevoix, que ya en 1645 se ocuparon 4 Juntas de Cardenales – a petición del mismo Fray Cárdenas – sobre sus asuntos, sin obtener alguna resolución, no es creíble. Y siendo verdad, probaría este hecho que en Roma se juzgaba innecesaria toda resolución, por cuanto la consagración y la posesión del obispado estaban en regla.

¿O puede suponerse, sin cometer alguna temeridad, que la Santa Congregación al callarse haya querido sancionar la continuación, Dios sabe por cuantos años, de los atropellos de leyes canónicas atribuidas al Ilmo. Cárdenas?

2¼) El caso de la consagración del Ilmo. fray Bernardino y la toma de posesión del obispado del Paraguay fue propuesta a la Congregación sin intervención alguna de los obispos de la Asunción y del Tucumán, señal evidente, que no eran ellos quienes tenían dudas, sino otros interesados con fines no muy buenos; de otro modo hubieran propuesto el caso verídicamente. No explican de ningún modo el alcance de los documentos, que antes de consagrarse obraban en poder del Ilmo. Cárdenas; dicen empero falsamente, que a fray Bernardino constaba sólo "algún poco, de algún modo" (aliqualiter constabat) el aviso de las bulas, mientras dichos documentos, bien mirados, hacían constancia de una manera moralmente cierta y suficiente para obrar válida y lícitamente.

3¼) Los proponentes del caso, fueron, según Charlevoix, canónigos de la Asunción, rebeldes contra la autoridad y dignidad del obispo Cárdenas, como en el curso de este ensayo biográfico veremos, por los PP. del colegio de la Compañía en Asunción. No es cosa de suponer, que aquellos canónigos, sin el apoyo y sin la protección de personas influentes, tal vez de la misma Compañía, tan estimada, y con razón, por Alejandro VII, en Roma hayan obtenido una sentencia que entraba tanto en sus miras. La resolución de la Santa Congregación demuestra, que tenía plena fe en los informantes. De otro modo no se explica un fallo que prescinde de los acusados, no oyéndose antes la defensa de los dos obispos.

"Es cierto – escribe el Lic. Carrillo – , que las dos preguntas no se hicieron con poder, delegación o encargo del obispo Cárdenas, ni tal consta en Roma; quién sería el celoso que las propuso a la Sagrada Congregación no se sabe" (22).

Nótase bien el proceder inicuo de los adversarios del Ilmo. Cárdenas. La consagración se hace en 1641; al año siguiente toma Cárdenas posesión pacífica de su obispado. Diez y seis años después – casi todos ellos empleados en hacer toda clase de guerra contra el antiguo apóstol del Perú – se consulta en Roma sobre la validez de su consagración y jurisdicción, forjando como coronación de los atropellos anteriores un caso falsamente expuesto, haciéndolo aprobar los de la Santa Congregación.

4¼) Ya al dar la Santa Congregación las citadas resoluciones había advertido el sabio Jesuita Avendaño: "La respuesta fue acomodada a la pregunta; y en ella no se hacía mención del valor y del testimonio auténtico, sin que hubiese necesidad de esto en práctica, supuesto que obispos de las Indias gobernaban las iglesias (antes de recibir las bulas) por la autorización de los cabildos, lo que evitaba controversias y litigios (23).

Correspondiendo, pues, la respuesta de la Santa Congregación al caso expuesto, pero no a los verdaderos hechos, digo con Carrillo: "Si la dicha Santa Congregación tuviera noticia de los instrumentos que después llevó fray Juan de S. Diego y de las defensas de don fray Bernardino, pudiera ser que la resolución saliera en otra forma, declarando no haber incurrido en censuras" (24).

En la resolución dada se nota, en lo demás, una cierta inseguridad respecto de la existencia de Censuras: "Ipsos civitatis Assumptionis et Tucumanensis episcopos – dice el referido Breve de 1660 – et eorum singulos a censuris et penis ecclesiasticis per eos occasione consacrationis, sicut praemittitur peractae, quomodo respective incursis, et quas ipsi incurrisse dici, censeri, praetendi vel intelligi possent, autoritate apostolica tenore praesentium absolvinus et plenarie liberamus".

Estas palabras, digo con el padre Gual, "las censuras y penas que ellos pudieran decirse, juzgarse, pretenderse o entenderse haber incurrido", nada determinan de cierto, y dan más bien sospecha de que se hizo entender a la S.C. que dichos señores obispos decían y juzgaban, que otros pretendían y entendían haber podido incurrir en dichas censuras y penas, y la Santa Congregación por cautela y para acallar reclamos, dispensó en esa forma hipotética.

Efectivamente, ¿en que censuras hubieran podido incurrir en los aludidos sucesos los dos obispos?

Los canonistas Diana, Suárez, Solorzano y otros hacen constatar que aun en las consagraciones sin bulas ni el obispo consagrante ni el consagrado incurren en censuras (25). La consagración en Santiago del Estero no cargaba, pues, a los obispos con excomuniones u otras penas. La ausencia de dos obispos conconsagrantes no podía tampoco, en aquellas circunstancias, como se ha dicho, ser causa de penas eclesiásticas. Lo mismo vale respecto de la toma de la autoridad, como gobernador capitular, de parte de Cárdenas. La buena fama de los dos obispos era notoria, conocida su piedad; la consagración se hizo después de diversas consultas, ponderándose las circunstancias, y después de muchas oraciones.

No es, por tanto, creíble que los sabios de una congregación sagrada que repetidas veces ha enseñado ser doctrina de la Silla Apostólica y de los canonistas, que no incurre en censuras, quien obra con conciencia recta, sin pertinacia, y de buena fe con ignorancia invencible o inculpable, hubiesen juzgado "incursos en censuras y penas eclesiásticas" a los dos prelados, si hubiesen tenido plena y verdadera noticia de lo habido.

Queda aún una hipótesis que explicaría por qué la Santa Congregación juzgó ilegítima la posesión y administración de la diócesis paraguaya de parte del Ilmo. fray Bernardino, La costumbre introducida por las cédulas reales de que el obispo electo hiciese después de saberse su presentación, por comisión del cabildo el oficio de vicario capitular era contraria a los cánones, aunque, como he dicho, la nueva legislación, más rigurosa que la antigua, principiaba desde el año 1709. Tal vez quería Roma desaprobar en esta ocasión tal costumbre, especialmente al decir los que exponían el caso Cárdenas, que de las bulas solo "aliqualiter constabat", mientras "in re valde vehemener constabat" de ellas.

El rey era considerado por entonces como vicario del Papa. Los obispos electos podían, pues, suponer que el rey, al mandar las cédulas de "ruego y encargo" al electo y a los cabildos sede vacante, tenía dispensa papal o al menos el consentimiento tácito del Pontífice.

Aun en este caso impedía la buena fe los efectos de la presunción temeraria, de la que habla Bonifacio VIII.

Este defecto de la ilegítima posesión (con poderes delegados por el cabildo) quedó de facto subsanado al llegar a Asunción las correspondientes bulas, exhibidas al cabildo y leídas ante los fieles.

Una prueba más de que la resolución o declaración de las censuras fue solo hipotética, hecha para desvanecer los escrúpulos, tranquilizar los ánimos y armonizar las partes contenientes, es la circunstancia de que la Santa Congregación no declaró inválidos los actos del ministerio del orden y jurisdicción del Ilmo. Cárdenas, ni ordenó su subsanación, acto necesario para remediar los males de un administración nula e inválida en una diócesis.

Consta, por lo expuesto, que no se puede citar con razón y justicia dichas resoluciones o Breve contra el Ilmo. fray Bernardino. Pero estas decisiones, en apariencia condenatorias, encierran la terrible acusación: de no haberse retrocedido, sólo para obtener una sentencia contraria al obispo del Paraguay, de un informe falso, desfigurándose los hechos ante la Silla romana.

* * *

Antes de continuar el relato biográfico, conviene echar una mirada sumaria sobre el campo de la futura pastoración del obispo electo. El estado político, económico y religioso del Paraguay, del siglo XVII, nos explicará, en gran parte como podían caer tantos males y persecuciones sobre el antiguo misionero de la Provincia de San Antonio de los Charcas.


Notas:

(1) Parece que este capítulo pertenece a la continuación del capítulo VI de esta biografía.

(2) Carrillo: pág. 103.

(3) Carrillo: pág. 103, donde pueden leerse las declaraciones literales de Fray Bernardino.

(4) Pontífice desde 1294 hasta 1303. Dicha Extravagante principia "Injunctae".

(5) Colección etc. T. II.

(6) Historia rel. polit. y lit. de la Compañía de Jesús, Barcelona, 1845. Tom. II, pág. 267.

(7) Cfr. Bened. XIV, de synodo dioces. L. XIII, c. 5, n. 7.

(8) Cfr. Can."Nobilissimus", dist. 97. La glosa ponderada por los canonistas González, Lotter, Passerino y Barbosa. Bened. XIV: de synodo dioces. L. II. c. 5 n. 6.

(9) Más al respecto puede verse en la obra del P. Gual, 1. c. pág. 20 ss.

(10) "Duo abbates duove alii dignitates ecclesiasticas habentes"

(11) Cfr. Solorzano: De ind. jure. T. II. L. 3, c. 6, n. 38; Villaroel (obispo): Gobierno político - pacífico (1636): In d. 1, part. qu. 1, art. 9, n 31 - Machado: T. II. L. 4. 6; tract. 2 docum. 5 et 6.

(12) También Vharl. Hern. recuerda esta costumbre. T. II. pág. 461.

(13) Ibid. pág. 467. La citada carta no lleva indicación de fecha.

(14) Cfr. P. Gual: pág. 16

(15) Cap. "Nihil est" 44; de electiones: L. I. Decret.

(16) Tradición de la Iglesia, T. III. pág. 44

(17) Charl. Hern. T. II, pág. 468.

(18) Ibid. T. III. f. 128 ss (3) Una nueva demostración de la ligereza del autor para recoger sin crítica las noticias contrarias al Ilmo. Cárdenas, puesto que la decisión sobre las cuestiones suscitadas contra el Ilmo. fray Bernardino, pertenecían no a la Congregación de Propaganda, sino a la del Concilio Trident.

(19) Charl. Hern. T. III pág. 129-130.

(20) El texto latino es como sigue.

(21) Al fin del Tom. II de la "Colección"

(22) El Breve dado a 27 de febrero de 1660 principia con las palabras: "Alias pro parte...".

(23) Al fin del Tom. II de la Colección.

(24) Cfr. Gual, pag. 23 y 24. Avendaño: Thesaur. Ind. T. II, Tit. 13 c. 13. Et in Addi. ad diet. cap. pág. 15

(25) Colección, T. II (fin).

(26) Gual. pág. 27.

 

 

CAPÍTULO VIII


Estado religioso y político del Paraguay

Entramos en el inicio de una nueva fase de la vida religiosa: las "misiones ambulantes" se convierten, en parte, en Reducciones.

También a este respecto tenemos que lamentar la ausencia de documentos o bien nuestra ignorancia de los mismos.

A propósito nos hemos abstenido hasta ahora de ocuparnos de la autoridad diocesana y de su posible influencia en el estado religioso del Paraguay en general y de las misiones en particular.

Tenemos que decir que las prolongadas "sedes vacantes" fueron una de las grandes calamidades del Paraguay colonial. La autoridad de los primeros obispos paraguayos quedó en gran parte aletargada por su lucha con la autoridad civil. Los gobernadores, sirviéndose del título de vice-patronato, pretendían derechos que eran del Obispo. Llovían en tal caso censuras eclesiásticas con los subsiguientes alborotos y desprecio de la jurisdicción episcopal. En el calor de la lucha se excitaban con frecuencia las pasiones de los representantes de la Iglesia y de la monarquía, resultando al fin un cúmulo de escándalos y de continuas y perversas denuncias ante el Rey, y ante el Virrey o la Audiencia de Charcas, siempre muy indulgentes con los enemigos de los obispos, cuando aquéllos podían alegar el celo por el patronato real.

El poder civil a su vez fue en Asunción durante aquellos años aciagos juguete de ambiciones, objeto de motines o dilacerado por discordias intestinas. Los vecinos no pensaban más que en adquirir encomiendas; los indios eran objeto de especulación, de libertinaje y tiranía. Y el clero, escasísimo, poco unido, mal instruido, desprestigiado, metido no pocas veces en abierta rebelión contra el diocesano o su Provisor no podía tampoco remediar tanto abuso y desconcierto.

El mal concepto sobre el cristianismo que todo esto debía producir en el aborigen, está a la vista.

Era preciso un cambio, eran menester nuevas leyes y nuevos hombres, y éstos no venían.

* * *

A 10 de enero de 1548 hubo un acto solemne en Aranda de Duero del obispado de Osma (España). Fray Juan de Barrios, obispo preconizado, franciscano, quien declaraba, de conformidad con bulas pontificias y Cédulas de Carlos V, erigida su nueva diócesis de La Plata (Paraguay). Señalóle por título la Asunción de la Virgen Santísima (1) y le asignó a la catedral cuatro dignidades: deán, arcediano, chantre, tesorero; y dos canongías, todas con sus competentes rentas.

Pero fray Barrios, por muerte o renuncia, no llegó nunca a su diócesis (2).

Siete años después de aquel acto, víspera del Domingo de Ramos del año 1555, hizo su solemne entrada en Asunción D. fray Pedro Fernández de la Torre, franciscano, primer Obispo del Paraguay. Había venido S. Ilma. con la armada de D. Martín de Urué, portador del Nombramiento real de Martínez de Irala por Gobernador de aquella Provincia.

En medio de la alborozada multitud de españoles, indios y mestizos había doce clérigos, dos frailes menores y dos mercedarios. Eran, si exceptuamos los pocos misioneros ausentes, toda la clerecía de la diócesis.

Irala, ausente al llegar el Obispo, acudió solícitamente a ofrecer sus respetos al primer Obispo de su gobernación.

Poco después los franciscanos abrieron, por insinuación del Gobernador, dos escuelas, de niños. Fueron muy concurridas. El plan de estudios de dichas escuelas abarcaba lo que entonces era el desideratum: lectura, escritura, cuentas y doctrina cristiana.

Pocos, sin embargo, podían ser los frutos espirituales del gobierno diocesano en aquella época de continuas guerras intestinas, que se extendían hasta Ciudad Real (en el Guayrá) (3) y en medio de los motines y tumultos de despiadadas conquistas y de las primeras luchas ruidosas entre la autoridad temporal y la espiritual del Paraguay.

El obispo dolióse de las terribles sublevaciones de los ultrajados indios del Guayrá y de los fieros combates que con ellos tenían los españoles a 25 o 30 leguas de la Asunción.

Muerto Irala, le siguieron en el gobierno dos yernos suyos: Gonzalo de Mendoza y, muerto éste, después de un año, Francisco Ortiz de Vergara, hermano de Ruy Díaz de Melgarejo. Aquel por designación del gobernador finado, éste por elección verificada el día 22 de julio de 1558 en virtud de la famosa Cédula de Carlos del año 1537; Cédula que también algún día dictarán los electores del Ilmo. D. Fray Cárdenas para elegirlo Gobernador.

Pero faltó la aprobación real para que el nuevo gobierno dejase de ser provisional y Vergara resolvió pedirla mediante la Real Audiencia de Charcas, establecida desde 1559. El Prelado con un séquito de siete sacerdotes, entre ellos uno o dos mercedarios, se ofreció a acompañarle en tal empresa. Otras personas notables de la Asunción se asociaron: Felipe de Cáceres, el factor Pedro Dorantes, el capitán Pedro de Somura, etc.

„uflo de Chávez, apoyando el proyecto, abrigaba intenciones siniestras y la falacia rodeaba al Gobernador que, al salir dejó por su lugarteniente a Alonso Riquelme de Guzmán (1564).

El Obispo designó como Provisor a Don Francisco González de Paniagua.

El viaje fue penoso. Navegando primeramente, se internaron después los expedicionarios por tierra en las regiones de Chiquitos (Travasicosio) – Santa Cruz de la Sierra – en medio de luchas con los naturales. Vergara apresado por Chávez, aunque por orden de la Audiencia obtuvo libertad, no consiguió, a pesar del apoyo del obispo, el mando del Paraguay, enviándole (1565) aquella para ulteriores gestiones al Virrey del Perú.

Cáceres y otros habían levantado cargos contra Vergara; pero más valían aún en la balanza del tribunal las espléndidas promesas de Don Juan Ortiz de Zárate con tal que se le diese aquel gobierno con título de Adelantado.

Efectivamente se le nombró Adelantado con la condición de ir a pedir en España la confirmación real, lo que éste luego cumplió delegando sus poderes a D. Felipe de Cáceres.

El nuevo Teniente, el Obispo y el resto de la comitiva, a la cual se asoció Juan de Garay, sobrino de D. Juan Ortiz de Zárate, hacían el regreso al Paraguay por el mismo camino hostigados por los indios, pereciendo Chávez por traición de los bárbaros, llegaron a la Asunción en 1569 y Cáceres se recibió inmediatamente del gobierno, y preparaba embarcaciones para ir al encuentro del Adelantado llevándole auxilios para su llegada de España, que se atrasó inopinadamente.

En la armada de Zárate, salida de San Lúcar en 1572, se hallaban Fr. Alonso, Bolaños y los otros misioneros.

El obispo, testigo de la falsía de Cáceres en Chuquisaca, tuvo poca benevolencia con el Teniente. Inicióse una guerra sorda, que luego estalló al censurar el nuevo Vicario General D. Alonso de Segovia, hombre de bríos y energías, duramente desde el púlpito a Cáceres. Dividióse la ciudad en bandos. El Sr. Segovia fue puesto en prisiones por orden del Gobernador, que además expulsó a los clérigos del edificio sagrado y prohibió al Obispo la entrada en la catedral. Segovia, temido por Cáceres fue desterrado; pero no pudiendo llevarle los conductores por el río Salado le fue permitida la vuelta a la capital, donde formó luego una conspiración para derrocar al mandatario.

El Obispo, al ver el ultraje inferido a su Vicario, había lanzado excomunión contra Cáceres por violador de la inmunidad eclesiástica. Vengóse éste quitando al Prelado las temporalidades y declarándole perturbador de la quietud pública, le extrañó del reino. En consecuencia, fingiendo ya al Prelado fuera del país, prohibió dar víveres al Obispo, a quien encerró en su propia casa emparedándole.

La piadosa intervención de las señoras de la ciudad salvó al Msr. de la Torre de morir de hambre. Logró refugiarse, secretamente, en el convento de la Merced, mientras el General le hacía buscar por todos los caminos para haberle a mano. El Provisor Segovia no descansaba. Halló modo para reunir en una noche lóbrega a sus parciales (14¼), concertando con ellos el modo de llevar a cabo al día siguiente la prisión de Cáceres "por contumaz a los mandatos de la Iglesia y acérrimo perseguidor de su legítimo pastor".

Cáceres, sin sospechar la presencia de los conjurados en la casa de Segovia venía de mañana con su escolta a la catedral para oir misa, sin hacer caso de las censuras que se lo prohibían. De repente óyense gritos: ¡Viva la fe de Cristo!, viéndose Cáceres y los suyos desarmados en un santiamén por la multitud que había invadido el templo.

Encabezábanla el Provisor y Fray Francisco de Ocampo, franciscano.

Cáceres fue llevado a la casa del Obispo. Tuviéronle allí apresado y engrillado durante un año (1572).

D. Martín Suárez de Toledo, a quien el Gobernador por desconfiado había quitado la tenencia, asumió el mando provisorio de la provincia, informando los facciosos en Charcas y Madrid de lo sucedido.

Convino el partido del Obispo enviar a Cáceres preso a España, donde el Obispo debía defender lo obrado ante el Consejo de Indias, llevando consigo ad hoc los correspondientes documentos. Poníase el buque bajo el mando del capitán Melgarejo. Juntamente con esta expedición salió de la Asunción la de Juan de Garay, encargado por Martín Suárez Toledo de la fundación de Santa Fe de la Vera Cruz, la cual fue realizada el 15 de julio de 1573.

El obispo, ya anciano no pudo llenar su cometido. Murió muy piadosamente en el puerto de San Vicente (Brasil), donde había encontrado la embarcación del Adelantado Zárate (1573).

Asistió al moribundo el P. José Anchieta (Anqueta), Rector del Colegio de la Compañía de San Vicente. Melgarejo resolvió volverse con el nuevo mandatario a la Asunción, y Cáceres se fue, libre o preso, a Madrid. El Consejo de Indias, no habiendo acusador, aceptó sus justificaciones, extrañándose no poco de las cosas del Paraguay.

Este episodio del Obispo de la Torre y de su defensa armada de la inmunidad eclesiástica es uno de los actos más dramáticos de la vida colonial; pero tales disturbios no podían favorecer la causa religiosa (4).

* * *

El obispado del Paraguay quedó vacante, de hecho, aproximadamente once años.

El nuevo Prelado era D. Fray Alonso de Guerra, domínico ejemplar, natural de Lima. Felipe II le había presentado a Su Santidad mediante oficio del 27 de septiembre de 1577. Pero su pobreza le impidió la ida al Paraguay durante cuatro años, aumentados después por haber tenido que asistir al Concilio Provincial de Lima (concluido en 12 de octubre, 1583) como sufragáneo de aquel Arzobispado.

Por fin, llegó a la Asunción en 1585, distinguiéndose por sus obras de caridad; pero también por su firmeza en lo que creía justo.

"Dio luego principio con ardiente celo a la reforma del clero e iglesia, porque halló la diócesis envuelta en una gran ignorancia y falto de sacerdotes aptos para los sagrados misterios, habiendo alguno entre los pocos que contaba el obispado, que no sabía la forma de conferir el bautismo (5).

Esta situación y el deseo de desarraigar diversos abusos le acarreó muchas hostilidades, que él sostuvo intrépidamente. En los recursos habidos sentenció a la Real Audiencia de Charcas y las excomuniones dadas no fueron quitadas por falta de enmienda. Todo lo cual vino a aumentar las turbulencias.

Esta vez era la autoridad civil la conspiradora. Los culpados, apoyados por sus dependientes, resolvieron descartarse del obispo, sin dar lugar a ser defendido. Capitaneábales uno de los Alcaldes ordinarios de la Asunción.

Después de haber llenado la ciudad con sus voces y con sus escándalos acudieron con grande tropelía... a casa del obispo, a quien encontraron vestido de pontificial con báculo y mitra esperándoles.

Sorprendidos al principio no tardaron los asaltantes en atropellar al Sr. Guerra, ya septuagenario: lo derribaron, le quitaron la mitra, le despojaron del báculo, despedazaron las sagradas vestiduras, y le llevaron entre insultos a la plaza, embarcándole río abajo en una balsa ya de antemano preparada. A la piedad secreta del cocinero de su verdugo debía el Sr. Guerra su vida, alcanzándole aquel algunos bocados mientras dormía su amo.

Llegaron, por fin, a Buenos Aires, término del obispado paraguayo, donde el atrevimiento inaudito de los vecinos de la Asunción causó grande escándalo (1586). Murió súbitamente allí el Alcalde y otros culpados sufrieron accidentes que hacían pensar en castigos divinos, se halló el obispo en aquella ciudad sin que hubiese quien le querellase o diese razón del por qué le prendieron.

Desde allí escribió el Sr. Guerra a S.M. pidiéndole recomendase la aceptación de su renuncia del obispado. En espera aún de la respuesta real tuvo el placer de ver llegar del Brasil – a principio de 1587 – cinco Padres Jesuitas enviados por su Provincial Anchieta al Tucumán.

Olvidando el generoso Prelado los ultrajes sufridos pidió a los PP. quedasen en su diócesis tan necesitada de sacerdotes. Estos, en vista de las órdenes recibidas de su superior al salir del Brasil no pudieron satisfacer tales deseos.

Felipe II rechazando la renuncia del Obispo le eligió para el obispado de Michoacán (Nueva España) ordenando al mismo tiempo severos castigos contra los que en la Asunción habían atropellado a su Prelado.

En su paso por Tucumán logró el Sr. Guerra, como veremos, el envío de los primeros jesuitas al Paraguay:

Su Ilma. llegó a Lima probablemente en los primeros meses del año 1588 (6).

El Sr. Guerra pobrísimo por su incansable caridad murió en Michoacán en 1594.

Al salir de su obispado del Paraguay había dejado como Provisor suyo al P. Francisco Navarro Mendigorría, también domínico, a quien había traído de Lima por capellán, confesor y mayordomo suyo.

En Asunción le cedió el Sr. Guerra, con asentimiento del Cabildo secular, la iglesia de la Encarnación (Anunciación), parroquia de los españoles, con sus cementerios, con el fin de traer religiosos de su Orden. El P. Navarro murió antes de 1621.

Pero cuando en 1621, bajo el gobierno de otro obispo domínico, Don Fray Tomás de Torres, pudieron los PP. Domínicos fundar una casa en la capital del Paraguay obtuvieron la devolución de dicha iglesia, que ya tenía cura nombrado (7).

Pero como para dicha casa, aún 40 años después, no habían obtenido la prescrita licencia real, veremos un día insistir en la demolición de aquel convento al Ilmo. Sr. D. Fray Bernardino de Cárdenas, en defensa del patronato regio.

Al suceder los referidos atropellos contra el Ilmo. Sr. Guerra, hallábase ausente el Teniente Gobernador D. Alonso de Vera y Aragón, ocupado entonces en la fundación de la ciudad de Concepción de Buena Esperanza, 15 de abril de 1585, sobre el río Bermejo, 30 leguas antes de su confluencia con el río Paraguay, en medio de los indios mocovís, plantel que fue abandonado del todo en 1632.

* * *

Después de doce años parecía que iba a tener la iglesia paraguaya un nuevo obispo en la persona del Sr. Tomás Vázquez de Liaño.

Obispo electo, aún sin consagración y sin bulas, se había embarcado el Sr. Liaño en 1596 con el nuevo Gobernador propietario Don Diego de Valdés de la Banda.

Pero ya durante el viaje tuvo el futuro obispo, cuyas virtudes pregona el P. Lozano, sus desazones con el Gobernador. Llegaron a la playa porteña el 5 de enero de 1597. Quedó el Sr. Liaño en Buenos Aires, subiendo el Sr. Valdés a la Asunción para hacerse cargo del gobierno, mandando luego escritos a las ciudades de que no se recibiese al Sr. Liaño con palio en las iglesias.

El Sr. Liaño, que según costumbres de aquellos tiempos había asumido, en virtud de encargos reales, la jurisdicción que correspondía al Cabildo "sede vacante", murió en diciembre del mismo año 1597, en Santa Fe de ida a la Asunción (8).

El Sr. Valdés bajó a la tumba, también en Santa Fe, en los primeros meses de 1598.

Estas luchas entre las dos autoridades, la religiosa y la civil, podemos decir que eran constantes. Pasados dos decenios nos presentará nuevamente la historia paraguaya la dura contienda que, el mencionado obispo dominico, Fray Tomás de Torres, sostendrá con el Gobernador Frías en defensa de la jurisdicción episcopal; pero con la diferencia de que esta vez se atribuye algo a la influencia de los PP. de la Compañía.

A estas disensiones hay que añadir las facciones que continuamente se formaban en pro o en contra de la autoridad episcopal o de los Provisores Generales, y se convendrá que una acción benéfica en pro de la Religión de los franciscanos escasos en número era sumamente dificil y que además esta situación, triste en sí, debía tomar dimensiones incalculables por los frecuentísimos cambios del gobierno civil, y por las nuevas conquistas y fundaciones que enfurecían a los naturales por cuanto para ellos significaba sometimiento al servicio personal.

No hay, pues, razón para decir en son de crítica que las misiones franciscanas eran de escasos frutos en aquellos tiempos; dígase más bien que éstos no les permitían hacer más.

* * *

La Real Audiencia de Charcas y el Virrey López García de Castro, atendiendo a las magníficas promesas de Don Juan Ortiz de Zárate, le habían dado, al deponer de hecho al Sr. Ortiz de Vergara, el título de tercer Adelantado, con tal que obtuviera personalmente la aprobación real. Los reveses que sufrió Zárate en su ida (1568), como también en su viaje a España hasta su llegada a la Asunción (17 de ocubre de 1672 hasta 1575), donde le recibió el capitán Martín Suárez de Toledo, que, como hemos dicho, reemplazó al fiero Felipe de Cáceres, habrían agriado su carácter sobremanera. Sus imprudencias y arbitrariedades le hacían objeto del odio común, del que le libró su prematura muerte acaecida el 26 de enero de 1576.

En su testamento, causa nuevas y graves discordias intestinas, por cuanto legó su gobierno a la persona que se casara con su hija doña Juana de Zárate, habida de doña Leonor Yupanqui, descendiente del inca Atahualpa y que había dejado al emprender sus viajes en Chuquisaca.

Mientras se llenaba esta condición dejó el gobierno interino a su joven sobrino Diego Mendieta, cuyas liviandades, abusos y crueles tiranías son conocidas. Puso a ellas término un motín promovido en Santa Fe. Tuvo muerte desastrosa en las costas del Brasil, al ser enviado por los sublevados a España.

El albacea, Juan de Garay, mientras tanto cumpliendo las disposiciones testamentarias, se había dirigido a Chuquisaca donde verificó el novelesco enlace de su prima y pupila doña Juana de Zárate con D. Juan Torres de Vera y Aragón, oidor de la Real Audiencia de Charcas, contra la voluntad del Virrey Toledo.

Garay, nombrado por Vera y Aragón Teniente Gobernador, llegó a fines de 1576 a Santa Fe, donde se admitía la tenencia sin oposición alguna: Por su iniciativa se fundaron entonces Villarrica del Espíritu Santo, Perico Guazú, la Colonia de Talavera y la ciudad de Jérez en el Guayrá.

Desde Asunción emprendió la famosa fundación de la "ciudad de la Ssma. Trinidad y Puerto de S. María de Buenos Aires" (11 de junio de 1580), repartiendo como encomienda entre los fundadores las tribus guaraníes de las islas inferiores del Paraná, que poblaron más tarde las aldeas de San Isidro y Conchas.

Garay tuvo que volverse a Buenos Aires, inquieto por el insensato y sangriento motín que habían promovido los criollos de Santa Fe con intención de separarse de España. Cuando llegó, halló la ciudad ya otra vez en poder del Teniente.

Don Juan, queriendo visitar la provincia, fue asesinado a traición por los bárbaros en 1584.

Le reemplazó en el mando Don Alonso de Vera, apodado por su fealdad "cara de perro", sobrino del oidor don Juan Torres de Vera y Aragón. Este, después de varias molestias, gestiones humillantes y prisiones obtuvo por fin en el año 1587 el título y los derechos de Adelantado.

Estando ya en su gobierno confió a sus parientes importantes funciones: Rodrigo de Zárate y Juan de Torres Navarrete gobernaban sucesivamente en Buenos Aires. Alonso de Vera, "el Tupí", fundaba por orden suya la ciudad de Corrientes (1588). La Real Audiencia prohibió delegaciones a parientes. Hastiado el adelantado del gobierno, sin cumplir aún tres años de mando, confió el poder a Hernando de Mendoza (1589-1590) y renunciando su cargo se embarcó en 1591 hacia su patria Andalucía. Con esto cesó también la tenencia de Mendoza.

Acéfala la Provincia se juntaron (1591) los vecinos de la Asunción y, en uso de la famosa Cédula de Carlos V (12 de setiembre de 1537 (9) que daba a los vecinos el derecho elegir, faltando gobernadores o tenientes, gobernadores interinos, dieron sus votos a Hernando Arias (Hernandarias) de Saavedra criollo, personaje que con los años iba a influir poderosamente en el desarrollo de un nuevo sistema de misiones (10).

La administración de Hernandarias de Saavedra, primer Gobernador criollo, como la de Irala, fue interrumpida y reanudada hasta cinco veces.

Ocupó Hernandarias el gobierno desde 1591 hasta 1593. Favoreció en este tiempo las empresas franciscanas y ayudó a los Jesuitas.

En 1593 había nombrado el Virrey por Gobernador a D. Hernando de Zárate, dejándole también en el mando de Tucumán.

Zárate delegó sus funciones en Don Juan Caballero Bazán. Zárate vino después al Paraguay y Río de la Plata, desplegando gran celo en las visitas. Fortificó Buenos Aires. Fue a la par de Saavedra gran favorecedor de la Compañía de Jesús, a la cual dio amplias facultades para fundar casas (11).

Muerto Don Hernando en 1595 nombró el Virrey, Marqués de Cañete, por mandatario a Don Juan Ramírez de Velazco, benemérito gobernador de Tucumán, a pesar de sus disensiones escandalosas con el Obispo Vitoria.

Ausente aún, delegó (1596) la tenencia en Hernandarias, mandándole después de su arribo por teniente a Buenos Aires. Igual cargo dio para Santa Fe a Don Antonio Añasco.

Velazco falleció en el mismo año de 1597 en la ciudad de Santa Fe, (12) probablemente después de la llegada al puerto (5 de enero de 1597) de Don Diego Rodríguez Valdés de la Banda, gobernador propietario por nombramiento real.

Muerto también Valdés en los primeros meses del año 1598, entró nuevamente Hernandarias. Vivía entonces en Buenos Aires o en Santa Fe. La cédula confirmatoria que nombraba a Saavedra gobernador propietario, lleva la fecha: 6 de noviembre – o según otros 18 de diciembre – de 1601. Esta vez duró el gobierno de Hernandarias hasta 1609, es decir casi once años.

El día 19 de julio de 1598 era una gran fiesta para la capital del Paraguay. Hízose la solemne recepción del gobernador acompañado de su hermano Don Fray Fernando, Obispo de Tucumán, quien venía a visitar a su anciana madre. Lleváronles procesionalmente, bajo palio, hasta la iglesia donde les diera la bienvenida el Provisor General Ortiz Melgarejo y desde allí les condujeron a la casa materna (13).

Con fecha 23 de abril había nombrado ya Hernandarias por su teniente al ya mencionado Don Antonio Añazco.

Esta vez pudo ensayar Hernandarias ya sin trabas sus condiciones distinguidas, especialmente de guerrero y organizador. Anticipamos aquí algunas noticias.

Emprendió expediciones hacia el estrecho de Magallanes; se fue hacia el Norte descubriendo parte del colindante Chaco. De sus empeños por la conversión de los infieles hablaremos luego. Insistió por la venida de los PP. Jesuitas y fue gran protector de los naturales. Para el Colegio jesuítico de la Asunción hizo durante este tiempo varias mercedes de tierras en que fundar y haciendas para su manutención; para el de Santa Fe trabajó personalmente en su fábrica; y el Colegio de Buenos Aires le debió el mayor fomento en sus principios (14).

La poca fructuosa expedición al Paraná y la desastrosa al Uruguay (1603) indujeron aún más a Hernandarias a fomentar el sistema de colonización que llamó "conquista espiritual". La cruz se asoma, por fin, al lado del sable; puédese oir con más frecuencia y con mejor disposición de los conquistadores la palabra de amor y las verdades eternas, en lugar de los alaridos del guerrero cruel o vagabundo y del indio salvaje.

La Historia del Paraguay, de sus habitantes y gobierno desde su descubrimiento (1535) hasta ser dividido su territorio fundándose la provincia Río de la Plata y el obispado de Buenos Aires (1620) es hasta aquella disminución de su extensión, una serie continua de rivalidades entre los jefes civiles y eclesiásticos, de luchas intestinas y con los indígenas sublevados o independientes y de fundaciones de nuevos establecimientos o poblaciones.

La capital Asunción, fundada en el día 15 de agosto de 1536 por Juan de Ayolas, tenía en la primera mitad del siglo XVII como mil habitantes blancos diseminados en la ciudad y en las chácaras de los alrededores y aproximadamente tres o cuatro mil naturales adictos al servicio de la ciudad y de los blancos.

El número de las casas algo decentes variaba entre sesenta o setenta, siendo las demás cabañas.

El poco comercio de entonces, su aislamiento y las discordias internas no favorecían a su engrandecimiento.

Pero la ciudad, fuera de la pobrísima catedral, contaba con otras dos iglesias seglares: Encarnación (Anunciación) y San Blas, dedicado al patrono de la diócesis.

Los monasterios de regulares con sus iglesias eran San Francisco, Nuestra Señora de La Merced, la Compañía de los Jesuitas y Santo Domingo.

La fundaciónde los conventos franciscanos y aun de La Merced parece se remonta a los primeros decenios de la fundación de la ciudad.

Los inicios del colegio jesuítico se remontan al año 1597 en el que el P. Juan Romero logró reconciliar el clero con el Vicario General que gobernaba la diócesis durante el destierro del Ilmo. obispo Alonso Guerra. Quedó concluida la casa en 1595 pero no la iglesia.

El entusiasmo de los asunceños se enfrió desde 1598, más tarde, por diversos motivos, retiráronse los PP. quedando solo en 1602 el anciano P. Filda. Por instrucción del nuevo obispo D. Fray Martín Ignacio de Loyola, franciscano y sobrino del santo fundador Ignacio de Loyola, fueron enviados en el año 1605 el P. Marcial Lorenzana y otro Padre. Estuvieron unidos los de Paraguay con la Provincia de Chile, pero luego, debido a la gran extensión de la Provincia del Paraguay, se separó la vice provincia de Chile (1625).

Nuevamente se encendió el antagonismo con los Jesuitas con motivo de las ordenanzas del visitador Alfaro, teniendo que abandonar su colegio (1613) volviendo empero de nuevo a instancias de la población, aunque eran hostigados por un vicario general (1614).

En 1616 visita el gobernador Fernando Arias las misiones.

En 1621 ya se informa a S. M. que no era posible suplir clérigos seculares por religiosos (P. Lorenzana).

1623: Se bautizan diversos indios en Asunción oficiando el gobernador Frías de padrino.

En la lucha entre el obispo Guerra y el gobernador fue éste excomulgado según Charveloix y puesto en entredicho la iglesia de los Jesuitas (1623) suspendiendo a los PP. (tom. II. pág. 204).

Un nuevo pleito en 1633 con el obispo Aresti nos cuenta Charlevoix suspendiendo a los PP. (tom. II pág. 341) también por cuestión de las doctrinas que el obispo convirtió en curatos, exigiendo que los doctrineros estuviesen sujetos al obispo.

El gobernador quería encomiendas pero cejó ante las cédulas que le presentaron.


Notas:

(1) El titular de la ciudad de la Asunción es San Blas, mártir.

(2) Lozano, III 23 - 118.

(3) Irala hacía fundar en 1554 con el capitán García Rodríguez de Vergara la villa de Ontíveros en un afluente de la margen izquierda del Alto Paraná. Formáronla gente aventurera, indisciplinada y revoltosa. Tal origen fue también causante de los no pocos excesos habidos en el Guayrá contra los indios y sus protectores Jesuitas y Franciscanos.- Nuflo (Onofre) de Chavez, Teniente de Irala, hizo fundar Ciudad Real en 1557 con el capitán Ruy Díaz Melgarejo, a tres leguas de Ontiveros, cuya reducida población se trasladó a la nueva villa.

(4) Lozano: III, 8-118. Martín García Merou: Historia de la República Argentina, 123-128... Al venir el Sr. La Torre le había hecho dar Carlos V cuatro mil ducados para ornamentos, pontifical, libros, campanas y otras cosas para el culto.

(5) Lozano: III, 486 - 498.

(6) Lozano: III, 485-494.

(7) Azara: (edición Uribe), II, 260.

(8) Lozano: III, 290-291; El Sr. Liaño había sido presentado para obispo del Paraguay el 14 de enero de 1596.

(9) Como esta Cédula sirvió de base para varias elecciones de gobernadores del Paraguay, siendo también la aducida por los revoltosos de la Asunción en la época de los Comuneros (1726-1735), y mucho antes por los electores del Ilmo. Sr. Cárdenas, (1649), la insertamos aquí íntegramente: "Don Carlos, por la divina clemencia, emperador siempre Augusto de Alemania, y Doña Juana su Madre, y el mismo Don Carlos por la gracia de Dios Rey de Castilla, de León,etc. Por cuanto vos Alonso de Cabrera Veedor de fundaciones de la Provincia del Río de la Plata, vais por nuestro capitán, en cierta armada a la dicha provincia, en socorro de la gente que allá quedó; que proveen Martín de Orduña y Domingo de Hermosa; y porque podría ser, que al tiempo que allá llegase, fuese muerta la persona que allá dejó por su teniente general D. Pedro de Mendoza Gobernador de las dichas provincias, ya difunto, y este al tiempo de su fallecimiento, o antes no hubiese nombrado Gobernador, o los Conquistadores o Pobladores no lo hubiesen elegido, os mandamos que en tal caso, y no en otro alguno, hagais juntar los pobladores, y los que de nuevo fueron con vos, para que habiendo primeramente jurado de elegir persona cual convenga a nuestro servicio y bien de la tierra, eligen por Gobernador en nuestro nombre y Capitán General de aquellas provincias, la persona que según Dios y sus conciencias pareciere más suficiente para el dicho cargo; y el que así eligiereis todos en conformidad, o la mayor parte, use y tenga el dicho cargo, al cual por la presente damos poder cumplido para que lo ejecute cuando nuestra merced y voluntad fuere, y si aquel falleciese, se torne a proveer en otro por la orden susodicha. Lo cual os mandamos que así se haga con toda paz y sin bullicio, ni escándalo alguno, apercibiéndoos que de lo contrario nos tendremos por deservidos y lo haremos castigar con todo rigor. Y mandamos que en cualquiera de los dichos casos, hallando en dicha tierra persona nombrada por Gobernador de provincia, etc. obedezcáis y cumpláis sus dichos mandamientos y le deis todo favor y ayuda. Y mandamos a los nuestros oficiales de la ciudad de Sevilla que asienten esta nuestra carta en nuestros libros que ellos tienen, y que den orden como se publique a las personas que llevares con vos en la dicha armada. Dada en la Villa de Valladolid a doce del mes de septiembre de mil quinientos treinta y siete. Por la Reina: El doctor Sebastián Beltrán. Licenciado Joannes de Carbajal. El doctor Vernal, licenciado Gutiérrez Velazquez. Yo Juan Vasquez de Molina, Secretario de su Cesarea y Católica Majestad, la hice escribir por su mandato con acuerdo de su consejo".

"Historia de la Conquista del Paraguay" por el P. Pedro Lozano, S. J., publicada por la Biblioteca del Río de la Plata" bajo la dirección de Andrés Lamas. Tomo II, págs. 163-165)

(10) Muerto el Adelantado Juan de Sanabria, vino su viuda Doña Mencia Calderón al concederse a su hijo Diego el adelantazgo, como precursora del mismo a la isla de Santa Catalina para fundar en el cercano Puerto de San Francisco (Don Rodrigo) la ciudad de San Francisco, conforme se estableció en las capitulaciones hechas con el Monarca. Esta ciudad de poca duración, situada entre la Cananea y Santa Catalina, estrenóse en 1552. Con Doña Mencia venían sus dos hijas Ana y María Sanabria. Doña María se casó con el viudo capitán Hernando Trejo y Figueroa, y muerto éste, en 1561, con el ya citado Don Martín Suarez de Toledo. Hijo de su primer matrimonio fue el Ilmo. Dn. Fray Fernando Trejo y Sanabria, Obispo de Tucumán; entre los de su segundo matrimonio es el más notable Hernandarias; nacido en 1561. (P. José M. Liqueno: Fray Fernando de Trejo y Sanabria. Córdoba, 1916. T. I. 17).

Doña Mencia con su familia se había establecido, después del fracaso de la expedición de su hijo Don Diego, en la Asunción.

Entre las condiciones contraidas por los Sanabria fue la de traer a su costo ocho religiosos franciscanos. El cumplimiento de esta cláusula es de suponer. Pero como no pudimos encontrar un testimonio fehaciente no hemos mencionado arriba este nuevo aumento de la familia franciscana del Paraguay. Al elegirse por Gobernador a Hernandarias estaba su hermano Fray Fernando de Ministro de la Provincia seráfica de los XII Apóstoles de Lima.

(11) Lozano: III, 280.

(12) Ricardo Jaimes Freire: El Tucumán del siglo XVI. Buenos Aires, 1914; pág. 201. Lozano (III. 290) le hace volver a Don Juan al Tucumán. Es equívoco del P. Lozano. Por ciertos detalles copio aquí parte de la petición o representación que Saavedra, por medio de su procurador el Dr. Salcedo de Cuerva (Madrid a 28 de marzo de 1610), dirigió a Felipe III "acabado el tiempo de su gobierno y dado la buena residencia que se requiere": "Y habiendo vacado el oficio de gobernador y capitán general de dichas provincias del Paraguay y Río de la Plata por muerte de Juan Ramírez de Velazco fue proveido en ella por orden de vuestra majestad, habiendo el virrey del Perú noticia de la importancia que sería la persona de dicho Hernandarias de Saavedra para el gobierno de aquellas provincias le proveyó en el interin que vuestra majestad lo provea, y estándolo sirviendo con la aprobación que se refiere, vuestra majestad ha servido de proveerle en él; y habiendo recibido el título de vuestra majestad hizo juntar el cabildo y algunos capitanes para soltar algunos caciques que estaban presos... por haber 30 años y más que los prelados ni gobernadores de aquellas provincias no tenían paz y andaban siempre con grandes diferencias hizo que se hiciese un sínodo (1603) para lo cual se convocaron todas las ciudades y vinieron los procuradores dellas y a su costa trajo letrados para que se hallasen en el y dieran su parecer en lo que conviniese asentar para que de ello resultase la paz y concordia entre los prelados y gobernadores y en todas las demás cosas....".

Como se ve en esta representación se hace preterición, tal vez por olvido, del gobierno de Don Diego Valdes de Banda. Menciónase en esta exposición que Saavedra había hecho muchas entradas en tierras de indios mezclados "procurando fuesen apaciguados y doctrinados, y que se dio traza en hacer iglesia catedral (en Asunción) por ser la que había muy vieja y estarse cayendo".

Hernandarias estaba casado con Doña Gerónima de Contreras hija de Don Juan de Garay.

(Cfr. Manuel M. Cervera: Apéndice a la historia de la ciudad y Provincia de Santa Fe. Tom.I, págs. 61 ss.

(13) "Y a la entrada, dice el libro capitular, de esta ciudad fue puesta una puerta con su cerradura y llave donde estaba la justicia y regimiento della, y como llegaron acompañados con la mayor parte de los vecinos y moradores de esta ciudad, en cumplimiento de lo que S. M. manda, Su Sría. hizo la solemnidad del juramento que es uso y costumbre, bien y cumplidamente, por el cual prometió guardar y cumplir todas las provisiones reales y privilegios que S.M. y sus antecesores tiene fechas y concedidas a esta ciudad y gobierno; y así hecho el juramento, el alcalde Pedro Sánchez Balderrama le fue a dar la llave en dichas puertas y Su Sría. le mandó que las abriesen, y así fueron abiertas y entraron en esta ciudad acompañados con los vecinos y moradores della a caballo, y fueron hasta la iglesia y casa del señor San Blas, patrón de esta ciudad".

(14) Lozano: III, 288. Con 200 hombres había llegado, vencedor, Saavedra hasta Tacui (unas 22 leguas lejos del Paraná) y Aguapey (9 leguas más adelante). La paz entonces obtenida fue transitoria, Ya en 1610 ponían aquellos bárbaros en aprietos a la ciudad de Corrientes.

* * *

Damos fin a la larga serie de los gobernadores, tenientes y pretendientes del mando de la Provincia del Río de la Plata o sea del Paraguay en el siglo XVI. ¡Historia de tantos vaivenes, idas y venidas y desapariciones!

 

CAPÍTULO IX


La célebre causa de la consagración de Mons. Cárdenas bajo el aspecto teológico-canónico. Toma del gobierno de la Diócesis. La cuestión canónica sobre la jurisdicción episcopal del Ilmo. Cárdenas en el Paraguay


Antes de proseguir la narración de las peripecias de la vida del nuevo Obispo, conviene hacer ciertas advertencias, para ahorrar repeticiones molestas, y para comprender mejor el alcance de las injusticias cometidas contra el Ilmo. Sr. Cárdenas. Conviene también aclarar, que esta obrita no tiende, bajo ningún aspecto, a atacar a la antigua Compañía de los RR.PP. Jesuitas, puesto que las faltas de algunos padres del Paraguay no deben atribuirse a la ínclita y tan benemérita Sociedad de Jesús, sino al error de unos cuantos, que deploramos con la parte más sana y virtuosa de la Compañía, lamentamos con ella los extravíos por la ciega pasión de privilegios, que indujo a aquellos a tan tenaz lucha contra el infeliz Obispo del Paraguay, pasión que ha desedificado tanto y dado que hablar a los herejes e impíos y que no ha contribuido poco al injusto decreto de expulsión de los PP. Jesuitas de Carlos III de España, que desgraciadamente no quedó circunscrito al Paraguay sino que produjo parecidos escándalos, disturbios y funestos resultados en las almas en México, con las contiendas con el venerable D. Juan de Palafox y Mendoza (1), Obispo de Puebla de los Angeles, en S. Fe de Bogotá con el virtuoso Arzobispo D. Bernardino de Almansa, en Salina con su respetable Arzobispo D. Fernando Guerrero, y en menor escala en Oxaca con su digno Obispo D. Juan de Borquez, y en Lima con el Metropolitano S. Toribio de Mogrovejo, en donde los PP. después de haber aceptado algunas parroquias, no quisieron sujetarse a la autoridad del Ordinario (2).

En cuanto a las graves diferencias, que luego veremos se suscitaron entre el Obispo Cárdenas y algunos Padres Jesuitas, fueron éstas, sin duda, exacerbadas por una mala inteligencia e influencias. Las tristes consecuencias fueron sin duda ajenas a la intención y voluntad primitiva de ambas partes, por cuanto aún no podían apreciar los inmensos males futuros.

Siendo en su generalidad PP. de la Compañía los promotores de las voces que corrieron sobre la invalidez o al menos la necesidad de repetir condicionalmente la consagración, me atendré en la resolución de los casos en cuestión en manera especial a autores de la misma orden, a fin de que se entienda de que tales doctrinas no se pueden atribuir a la Compañía como tal y que aquellos que divulgaron las noticias denigrantes contra el obispo Cárdenas, poco o nada podían proceder con buena fe, en vista de que había tantos doctores contrarios a sus opiniones y de la praxis de la Iglesia.

Me atendré también, como hasta ahora, con preferencia a los relatos del abogado Carrillo, por ser parte desinteresada en la contienda, por su acrisolado catolicismo, por su espíritu crítico y su fama y ciencia eminentes, cualidades que le merecieron la fiscalía de los Consejos reales; por sus argumentos legalizados y convincentes, que hasta la fecha nadie ha tentado refutar, trayendo más bien su famosa Defensa del Obispo Cárdenas la aprobación de las Universidades y Órdenes religiosas de España, y triunfos de la verdad en Madrid y Roma.

La defensa sobre la consagración del Sr. Cárdenas y toma de posesión de su Diócesis se adapta, como es claro, a la legislación canónica anterior, contemporánea a los acontecimientos referidos. Ha habido desde entonces, especialmente desde la Constitución de Clemente XI "In supremo" (1709), varios cambios que han hecho desaparecer las diversas razones, que antes militaban fuertemente en favor de Mons. Cárdenas. Ahora, por dar un ejemplo, no se puede alegar dificultad de recurrir a Roma por las distancias.

Pero se justifica esta defensa, a fin de que no se diga que la persecución, movida contra D. Fr. Cárdenas y la sentencia del "Juez Conservador" Pedro Nolasco no fueron dirigidos contra el obispo Cárdenas, sino contra fray Cárdenas, religioso de San Francisco, quien intentó ser Obispo sin Bulas, como dan a entender Lamenais, Cretineu-Joli, quien dice que la consagración de Mons. Cárdenas "era nula por muchos motivos", Charlevoix en su Historia del Paraguay y algunos otros (3). Es una afirmación y calumnia que ha servido, como expondré en los capítulos siguientes, de égida, bajo la cual se escudaron los Religiosos despreciadores de la autoridad episcopal de Cárdenas, como también el gobernador civil del Paraguay, P. Gregorio de Hinestrosa, y el capitán Sebastián de León, y los demás enemigos gratuitos del virtuoso Prelado, para hacerle la persecución atroz, tenaz y escandalosa, que le hicieron.

Quede también constancia de que el Rey, a pesar de su notificación al P. Cárdenas sobre su presentación a la Santa Sede (24 de febrero de 1638), no hizo ésta hasta 1640. Sólo entonces fue preconizado Fray Cárdenas por Urbano VIII en el Consistorio de 18 de agosto de 1640, despachándose sus Bulas sobre Madrid el 28 del mismo mes y año, es decir 14 meses antes de la consagración en Tucumán. No sabiendo empero entonces aquellos dos Prelados todas estas circunstancias, ni los errores expresados en las Cédulas reales y en los demás documentos, que podrían influir a la hora de verificarse la consagración, queda en buen pié su resolución y la buena fe de ambos.

Los motivos de la tardanza de la Santa Sede fueron, parece, las discordias que existían entre Felipe IV y Urbano VIII, quien ayudaba por entonces a las tropas francesas que guerreaban con los españoles en Italia, discordias, que, según fama, causaron la muerte del Nuncio Mons. Campegio en Madrid (12 de agosto de 1639) (4).

La buena fe del P. Cárdenas sobre la licitud de su consagración queda también intacta, a pesar de lo que en contra dice el P. Andrés de Rada, Visitador de la Provincia jesuítica del Paraguay en su informe (de agosto de 1664), destinado a Felipe II (5).

El caso, según el P. Rada es el siguiente: El P. Cárdenas, estando aún en Santiago del Estero, se había dirigido al P. Diego De Boroa, Rector entonces (6) del Colegio de PP. Jesuitas en Córdoba de Tucumán, pidiendo estudiar si podía consagrarse sin las Bulas. Remitióle el parecer de los teólogos cordobeses – Colegio y Universidad – por dos PP. del Colegio de Santiago. Pero al manifestar uno de los portadores, que el parecer era desfavorable, lo echó el Obispo electo, sin leerlo, al suelo, haciéndole quemar. Muy resentido el Ilmo Cárdenas – por un informe, que no había leído – escribió al P. Boroa desde Santa Fe, en su viaje al Paraguay (23 de enero de 1642) una carta muy áspera, llena de baldones y amenazas contra los PP, "amenazando lo que después ejecutó". Acción indigna por la gravedad y modestia de su estado. Después de 3 años, sabedor Mons. Saavedra de aquella acción y del informe, dirigió desde La Rioja al Ilmo. Sr. Cárdenas una carta (1 de julio de 1645) reprendiéndolo por su acción irritada, y el ocultamiento de aquel informe secreto antes de la consagración, porque "a mí y a la justicia nos hizo desmedida injuria".

¡Rara contradicción!

Cretineau-Joli a la vista de la "Historia del Paraguay" del P. Charlevoix y de otros documentos refiere al respecto: "Apenas hubo Cárdenas recibido la plenitud del sacerdocio (la consagración) pidió a la Universidad de Córdoba que reconociese por escrito la legitimidad de la consagración. El P. Boroa no pudo adherirse a semejante deseo, y por esta carta irritado el Prelado no tardó en manifestar su resentimiento" (7).

La autenticidad de esta carta niega uno de los defensores del Ilmo. Cárdenas, citado en el 1. tomo de la "Colección" etc. Realmente no es creible, que el prudente Prelado de Tucumán hubiese mostrado a los PP. Jesuitas una carta escrita tres años después de la consagración dirigida en son de corrección a otro obispo, para que la copiasen para remitirla a Madrid, como lo hace el P. Rada. Contradice al relato del P. Rada la virtud notoria del Ilmo. Cárdenas, lo imposible, que era ocultar el parecer de aquellos Regulares, puesto que a pesar de la pretendida información secreta, ya lo sabían los portadores, y por ende con mucha probabilidad los demás PP. del Colegio de Santiago del Estero. No es tampoco creíble que el P. Boroa, sabedor sin duda del parecer favorable de los PP. Jesuitas de Salta, no hubiese informado del parecer de los sabios de su Colegio, para que no diesen algún parecer comprometedor, y que todo esto haya podido quedar ignorado por el Diocesano, quien, como ya cité, declara en la "Manifestación"; "certificamos y damos fe, que ninguno de cuantos nos han hablado, han dudado de la materia".

Además, la respuesta referida por el P. Rada no correspondía al caso. Muy bien sabía el P. Cárdenas que "no podía autorizarse la consagración de un Obispo, que no puede presentar sus Bulas". La cuestión y el caso era: si se podía autorizar en tales graves circunstancias, y atendidos los documentos y testigos, que debían ignorar en su totalidad o en parte el P. Boroa y los canonistas y teólogos de Córdoba, que deponían a favor del despacho de las Bulas y su llegada a Potosí, que obraban en poder de los dos obispos, canonistas y teólogos, que opinaban por la afirmativa. "Lo cierto es, pues, concluimos con el P. Gual, que el Obispo Cárdenas ni antes ni después consultó a los PP. de Córdoba, y la supuesta carta del P. Boroa, si ha existido, es de fecha muy posterior".

Lo cierto empero es, que todas las religiones existentes en Tucumán asistieron a la consagración, y entre ellos también los Jesuitas, puesto que en el certificado sobre la consagración, firma entre otros, el P. Francisco Hurtado, miembro de la Compañía, como testigo.

El mencionado informe del P. Visitador Rada no fue nada feliz al querer defender a ciertos Padres de la Compañía, por la conducta observada respecto del nuevo Obispo del Paraguay. Pues al refutar el "Primer Cargo", de que era falso, que aquellos Padres "pudiendo y debiendo callar su parecer, que la consagración del Sr. Obispo D. Bernardino de Cárdenas había sido ilícita o inválida, lo publicaron como cosa cierta y definida, dando ocasión con esto a los disturbios, y escándalos que se han seguido (8). Añadió que el publicar las razones (ahora) "dichas" en secreto por los Padres de Córdoba en orden a disuadirle no se consagrase hasta tener las Bulas (9), era el mismísimo Cárdenas por haber publicado en su Catedral (5 de noviembre de 1644) un Edicto, en que queriendo apoyar su consagración había refutado dichas razones, que según el mismo P. Rada no fueron leídas por el Ilmo Cárdenas. Mirada, pues, bien la defensa, se convierte ésta en una terrible acusación contra esos Padres. Si, según ellos, era inválida o ilícita la consagración del P. Cárdenas, y si ésta su convicción fundada tenían oculta al menos hasta la publicación del referido Edicto, cooperaban con su silencio durante aquel trienio a que el Ilmo. Sr. Cárdenas administrase ilícita y aún inválidamente los SS. Sacramentos como Obispo: Las confirmaciones, confesiones, ordenaciones y matrimonios. Si no había tal persuasión respecto de la consagración, ¿por qué obraban más tarde como si fuese segura?, ¿por qué la publicaban después "como cosa cierta y definida"? El primer cargo "queda, de consiguiente, en pie, no está libre de contradicciones y envuelve como consecuencia lógica: Que "si era nula la consagración, el hecho de que aquellos Padres se reservaron in pectore la irregularidad, para exhibirla en caso de que fueran dañados sus intereses, es un cargo que en todo tiempo pesa sobre ellos, tan fuertemente, por cuanto pone de manifiesto la estudiada omisión de callar durante tres años" (10).

Aclaradas, pues, las bases, entremos en la cuestión de la validez o invalidez, licitud o ilicitud de la consagración de fray Cárdenas.

Digo por tanto:

a) La consagración fue válida, a pesar de las faltas de la pluralidad de Ministros (obispos) y de las Bulas pontificias. Según la doctrina católica, por más que en tiempo del P. Cárdenas había algunos teólogos de parecer contrario, consagra válidamente todo Obispo, observando la debida forma y materia y habiendo capacidad en el Consagrado, aunque no le asistan otros obispos ni haya las Bulas, siendo éstas dos condiciones sólo de institución eclesiástica, pero no divina.

No siendo, pues, la asistencia de dos o tres obispos mandada por Jesucristo, queda verificada la esencia o substancia del sacramento, aunque el Consagrante fuere un Obispo solo. Por eso consagró San Pedro, según Belarmino, príncipe de los teólogos jesuitas, después de haber sido consagrado él por el Salvador, sólo él a los demás Apóstoles. De Timoteo y Tito nos refiere la historia, que fueron consagrados por sólo San Pablo y lo mismo debe haber pasado en muchas de las consagraciones que hicieron los demás apóstoles por su aislamiento de otros provistos del poder de consagrar. Por la misma razón dispensaron los Papas del precepto canónico. Así concedió Gregorio II a Inglaterra que la consagración pudise hacer un sólo Obispo. Gregorio XIII dio al Patriarca de Littonia licencia para hacerse consagrar por un solo Obispo de su elección ("a quecumque maluerint Chatholico Antistite gratiam"), con tal que le asistiesen dos o tres dignidades o canónigos de las iglesias catedrales, absolviendo a los obispos, que anteriormente se hubiesen consagrado sin aquella dispensa por un sólo obispo, de las penas de excomunión suponiendo, de consiguientes, válidas sus consagraciones sin ordenar su reiteración. Y, ya se sabe, la Iglesia no puede dispensar de cosas esenciales de los sacramentos.

No es comprensible cómo los émulos del P. Cárdenas pudieran más tarde hablar y escribir, en vista de las dispensas pontificias, sobre la nulidad de su consagración, siendo además la doctrina sobre la validez de la consagración hecha por un solo obispo ya entonces tan común, que entre los 60 catedráticos y doctores de las Universidades de España, las de Alcalá, Salamanca, Valladolid y Sevilla, y los maestros teólogos y canonistas de todas las órdenes religiosas de la misma España, Domínicos, Agustinos, Carmelitas, Mercedarios, Clérigos Menores y diez lectores Jubilados Franciscanos, que más tarde fueron consultados sobre su parecer respecto de la validez de la consagración del P. Cárdenas todos libres y espontáneamente constestaron: es válida (11).

Lo mismo vale respecto de la necesidad de tener presente las Bulas. Son de precepto eclesiástico, una solemnidad accidental; no quitan ni ponen nada como tal al sacramento (12).

No descansaron los impugnadores del Ilmo. Cárdenas hasta que pudieron presentar a la Santa Sede dos cuestiones, siendo la segunda: sobre la validez de su consagración, dando así un espléndido triunfo al perseguido Prelado; pues la S. Congregación del Concilio, al examinar el caso propuesto, por orden del Papa Alejandro VII, declaró dos veces, que no obstante la consagración por un sólo Obispo y la falta de Bulas, era ésta válida (15 de diciembre de 1657 y Breve papal de 27 de febrero de 1660).


Notas:

(1) D. Juan de Palafox nació en 1600 en España. Concluido sus estudios entró en el consejo de guerra del Reino, después en el de Indias. Después de haberse hecho clérigo, fue presentado para Obispo (3 de octubre de 1639) en México, en donde por la defensa de los derechos episcopales tuvo graves luchas con algunos PP. de la Compañía. Llamado a España (1648) le destinó Felipe IV al Obispado de Osma (24 de noviembre de 1653), donde murió con fama de santidad el 30 de setiembre de 1659. Publicó entre otras obras: "Memorial por la dignidad episcopal". Estuvo también en correspondencia con Mons. Cárdenas, al saber las persecuciones que se hacía contra su persona, sin que se sepan más detalles al respecto. Carlos III y otros enemigos de la Compañía con los volterianos promovieron en Roma su beatificación, encomendando su causa a las Catedrales y Universidades de España. De la tacha del Jansenismo, que (como Mons. Cárdenas) le imputaron algunos PP. Jesuitas como el P. Tirso Gonzalez y algunos émulos suyos, le libró la refutación compuesta por los PP. Carmelitas: "Janseniani erroris calumnia a Ven". Episcopo sublata, Mantuae Carpetanorum, 1773 Madrid".

(2) Gual, pág. 97 y sgte. J. Cretineau-Joly, Historia Rel. Pol. y Lit. de la Compañía de Jesús, tom. 2; traducido al castellano Barcelona, 1845, tom. 2¼, pág. 275.

(3) Lamenais, Tradición de la Iglesia, etc. tom. 3, pag. 4; Cretineau-Joly op. cit. tom. 2¼ pág. 267.

(4) Pellicer, Avisos históricos, t. 2, pág. 37.- Felipe IV vivía durante su reinado casi en continua pugna con la S. Sede, y así se explican en parte, por qué varias resoluciones pontificias referidas más abajo, respecto de Mons. Cárdenas, no tuvieron celoso cumplimiento de parte de la autoridad real y sus oficiales.

(5) Dicho informe, hecho por encargo del P. Vicario General de los PP. Jesuitas, Juan Paulo de Oliva se halla en la "Colección de documentos etc." tom.2¼, págs. 5-19. Contesta muy deficientemente a cinco "cargos contra el Ilmo. Cárdenas, y tres contra el servicio del Rey. Este Visitador fue el mismo que en la nueva España había tenido contiendas con el Obispo D. Juan de Palafox.

(6) Más tarde en el Paraguay.

(7) Historia etc. tom. 4¼, pág. 268.

(8) Colección etc. Tom 2¼, pág. 5.

(9) Ibid. pág. 7.

(10) De los mencionados recortes, obra del Dr. Rosendo Gutierrez.

(11) Estos documentos "con sus razones pueden verse en el segundo tomo de la "Colección de documentos", etc., págs. 131-234.

(12) "An praenarrata consecratio fuerit valida? Respondit" (15 diciembre de 1657): "Re mature discussa, secundum ea quae proponebantur, supradictam consecrationem Episcopi Paraguariensis quantum spectat ad Sacramentum et impressionem Characteris, fuisse validam". Todo el rescripto con su traducción puede verse en la "Colección", etc., tom 2¼, págs. 244-248


CAPÍTULO X


Tiempo bonancible. Visita canónica interrumpida. Primer destierro

Consagrado ya el Ilmo. Cárdenas, obedeciendo a la Cédula real de 21 de febrero de 1638, se puso en camino para su futura Diócesis, en donde gobernaba como Provisor el Deán D. Pedro González de Santa Cruz, según se contaba con fervor y consejos de los PP. de la Compañía. Otros reconocían a D. Cristóbal Sánchez.

Ya desde Potosí habían anunciado al Cabildo la presentación a la Santa Sede del nuevo Obispo electo, rogando se hiciesen rogativas públicas por él (20 de marzo de 1640). Condescendió el Cabildo, según carta del mismo dirigida a Cárdenas a Tucumán (9 de octubre de 1640)se celebró la rogativa con la mayor solemnidad posible, a la cual asistió parte de la ciudad con notable devoción y alegría. Predicó el P. Miguel de Ampuero, Rector del Colegio de la Compañía en Asunción.

La atención del Cabildo había ido aún más lejos. Mandaba al Tesorero D. Diego Ponce de León (más tarde uno de los Canónigos rebeldes a la autoridad episcopal), y al virtuoso Pbro. Sebastián Alvarez, para que lo saludasen en nombre suyo, acompañando después a su Ilma. a Asunción.

Estaba, sin embargo, el Cabildo desunido. No en vano había escrito el Obispo de Tucumán, al publicar el acto de consagración, que era necesaria y urgentísima la ida del Obispo al Paraguay, pero que él no podía manifestar las razones, basta decir, que "inminet haeresis et schisma".

Uno de los díscolos fue el Arcediano Mateo de Espinoza.

Habiendo protestado, según parece, descomedidamente contra el envío de esos dos sacerdotes, no quiso ni siquiera firmar la carta de cortesía del Cabildo; éste, como ya tenía cuentas pendientes con él, lo hizo prender por orden del Sr. Deán, señalándole por cárcel su casa durante seis días.

Llegó su Ilma. a Santa Fe de la Vera Cruz, en enero de 1642. Embarcándose cerca de la confluencia del Salado con el Paraná, cuyo primer paraje había fundado D. Juan de Garay, caballero vizcaíno (1573), y viendo de paso la ciudad de San Juan de Vera, hoy Corrientes, arribó después de un trabajoso viaje al Obispado vacante de Asunción en marzo de 1642.

Los fieles lo recibieron con grandes aplausos y gozo, sabiendo ya que "era padre de los pobres" y "predicador apostólico".

"É y los Cabildos

le recibieron entrambos

con mucho gusto y contento

por tener tan gran prelado

y con mucha alegría

las Religiones llegaron

a tomar la bendición,

y una procesión formando

entonaron las capillas

el Hymno Te Deum laudamus

hasta que llegó a la iglesia,

a donde las gracias dando

a Dios por tantas mercedes,

las Religiones le honraron

dándole mil atributos

ya de Angel, ya de Santo

entre quienes se aventaja

la Compañía, llamando

de Serafin al Obispo,

de hombre divinizado,

y de hombre sin igual

en lo docto y en lo claro.

Ya con fecha 27 de febrero de 1638 había escrito el Rey al Cabildo eclesiástico sobre Cárdenas: "sus Bulas se despacharán, y enviarán con toda brevedad posible, para que pueda ejercer su oficio Pastoral, y conviene al servicio de Dios haya quien gobierne esa Iglesia, y el dicho Obispo pueda hacer con la comodidad y cuidado que se requiere, os encargo, que queriendo el dicho Fr. Bernardino de Cárdenas encargarse de ello, le recibáis, y le dejéis gobernar y administrar las cosas de su Obispado, y le déis poder para que pueda ejercitar todas las que vos pudiérais hacer en él, entre tanto que se despachen y envíen las dichas Bulas".

Según los deseos reales expresados en esta Cédula de "ruego y encargo" le ofreció el Cabildo a Mons. Cárdenas el gobierno de la diócesis, como Previsor y Gobernador con poderes dados por el Cabildo, de conformidad con la costumbre habida en las Indias.

Aceptó su Ilma. gobernando su futura diócesis hasta la llegada de las Bulas en nombre del Cabildo, no como propia o en virtud de la presentación real, sino como por comisión y facultades dadas por el Cabildo, pero tampoco como mero Vicario del mismo firmando: Fray Bernardino, Obispo Gobernador, sin ejercicio del Pontificial, ni de lo que pudiera tocar jurisdicción exclusivamente episcopal.

La aceptación de esta oferta debería ser más tarde para Cárdenas, como su consagración sin las Bulas, fuente de amarguras, diciendo y escribiendo sus enemigos, que se había posesionado del Obispado sin tener presentes las Bulas, y que era de consiguiente Obispo sin jurisdicción, Obispo intruso.

El canónigo Cristóbal Sánchez de Vera, que le había salido a recibir con cartas del Cabildo eclesiástico, en que le rogaban encarecidamente abreviase su camino a la ciudad y a su iglesia por las grandes necesidades que padecía. Atendiendo a las mismas determinó abreviar su viaje, deseando el remedio de la discordia y del cisma en que estaba la diócesis por la expulsión violenta que había hecho por el parecer del P. Diego de Alfaro, Rector del Colegio de la Compañía, con el Ilmo. Obispo D. Fray Cristóbal de Aresti, despojándole de ella y echándole con gran violencia, introduciendo al mismo tiempo en su silla y gobierno al Deán D. Pedro González de Santa Cruz.

Y proveyendo semejante suceso entregó al dicho Provisor Cristóbal Sánchez de la Vera la Cédula de V.M. que decía haber presentado a fray Bernardino de Cárdenas ante Su Santidad para obispo del Paraguay, ordenándole vaya luego, con la brevedad posible, en el ínterin que se despachan sus Bulas, a gobernar la dicha iglesia, y que el Cabildo de ella le dará el Gobierno, como V.M. se lo encarga y ordena en otra cédula. Ambas cédulas llevó dicho Provisor Cristóbal Sánchez. Y habiéndolas visto el Cabildo, en conformidad de ellas le cometieron uniformes los prebendados y sin repugnancia alguna, sino con muchas señales de alegría, el Gobierno.

El Obispo entró como Gobernador legítimo de la diócesis y fue recibido con grandes aplausos de chicos y grandes.

Cuatro meses después (junio de 1642) llegaron de Potosí las Bulas de confirmación otorgadas por Urbano VIII el 28 de agosto de 1640, es decir 14 meses antes de la consagración, y 18 antes de entrar el obispo en Asunción como Gobernador capitular.

El Padre Santo había instituido a Cárdenas para el Obispado del Paraguay en el Consistorio secreto habido en el Quirinal el día 13 de agosto de 1640 (P. Torrubia, "Chronica Franciscana").

Propuso entonces fray Bernardino a los Cabildos que lo recibieran como a Obispo lo que se hizo con nuevas solemnidades. Un P. Jesuita leyó las Bulas traducidas en romance al pueblo reunido en la iglesia catedral, donde también predicó. Desde entonces ya firmó Cárdenas "Obispo del Paraguay".

Debe notarse que en la diócesis desde su llegada todos le obedecían sin oponer duda ni escrúpulos respecto a su consagración; prestáronle más bien marcada deferencia y sumisión, no siendo en ello los últimos los PP. Jesuitas, quienes lo visitaban casi diariamente, teniendo particular placer en hablar con él. No faltaban entre esos Padres quienes llegaron al extremo de encarecer la felicidad de aquella diócesis por poseer un Obispo ejemplar, "que profesaba pobreza evangélica", que era un príncipe de predicación, un otro Crisóstomo, un nuevo San Carlos, que cuidaba a todas horas y en todo tiempo del bien de las almas.

Estos bonancibles tiempos duraron muchos meses, y aún años.

El obispo pagaba estas atenciones y deferencias con demostraciones de recíproco afecto y correspondencia amigable, "asistiendo frecuentemente al Colegio de la Compañía, donde predicaba, celebraba órdenes y confirmaba.

No faltaban envidiosos y murmuradores, quienes decían que el obispo estaba dirigido por los consejos de los PP. Jesuitas.

Parece, que por aquellos tiempos habían principiado los PP. Dominicos la construcción de un convento, pero sin la licencia del rey, entonces necesaria, so pena de tener que demolerse lo construido.

El destruirse las paredes atribuía el pueblo, por diversas causas ya resentido, a los PP. de la Compañía, a las maquinaciones de estos religiosos, valiéndose ad hoc del Obispo como instrumento. Faltan, empero, noticias detalladas y fidedignas al respecto. Seguro es, que los PP. Dominicos en 1649 tenían en Asunción un convento en forma, y que eran amigos del obispo, quien, si el relato mencionado fuera verídico, sin duda habría influido ante el rey después de cumplirse con la ley, para la rehabilitación de su convento.

Para conocer las virtudes de este eminente prelado conviene referir su método de vida.

No queriendo seguir la costumbre de vivir en una casa episcopal, escogió por morada suya una pieza baja que estaba adjunta, incorporada a la iglesia mayor, con puerta interior a ella y ventana a la calle. Los que fueron después sus enemigos, quisieron, según se contaba, varias veces asesinarlo intentando penetrar por esta ventana, pero siempre al obispo hallaron despierto, puesto en oración o meditando.

Sus alhajas, como el báculo, el pectoral, etc., no valían más de 200 pesos de a 8 reales.

En todo tiempo madrugaba muy temprano, decía misa al amanecer para toda la gente pobre y menesterosa que no tenía vestido para presentarse de día, confesaba a éstos y les daba la comunión. Predicaba siempre en esta misa, explicando el Evangelio del día.

A las 6 a.m. rezaba las horas en coro con todos los Clérigos jóvenes; concluido el rezo se hincaba de rodillas todas las misas rezadas que se decían desde las 7 hasta las 9; a esta hora se llamaba con repiques al pueblo, y el obispo se confesaba con el cura de la Catedral; si volvía a celebrar una misa cantada, cuando había de usar de la facultad de binar, exponía también otra vez el Evangelio, y era tal su facilidad para predicar que no repetía ningún discurso de la mañana.

Concluida la misa a la hora de costumbre se recogía en su habitación, tomaba un poco de agua caliente con azúcar, permanecía sólo hasta la hora de comer (a hora 12), y no lo hacía antes de dar de comer a sus pobres. Comía en la misma mesa en que escribía en la que tenía también sus libros, la capacidad de ésta era de cuatro palmas de ancho por cinco de largo.

Su comida no pasaba de dos potajes; acabada ésta, se recogía hasta las 2 p.m., hora en que rezaba en el coro con los clérigos; después hasta las cuatro leía rúbricas del misal y explicaba casos de conciencia.

Hasta el anochecer se ocupaba de asuntos de su dignidad y recepción de visitas, etc. A las 6 p.m. acostumbraba enseñar personalmente el catecismo a los niños, preparaba todo lo necesario para el día siguiente en los altares, después se confesaba para no incomodar a su confesor, haciéndole despertar antes del amanecer.

Oración y otras prácticas acostumbraba hasta las 9, en que cenaba; un guisado con pan y vino en pequeñas cantidades, era toda su cena. Sus ayunos eran frecuentes. A las diez se recogía y quedaba completamente solo.

Para sus gastos y los de su iglesia no tenía más que la limosna dada por el Rey en las cajas de Potosí.

No variaba su sistema a no ser para asistir a los enfermos, llevarles el viático y asistir a los entierros, para lo cual a veces ayudaba personalmente.

El trabajo, la oración, he aquí el lema de este Obispo.

(*) Hasta entonces las cosas corrían sin mayores contratiempos y por las vías normales, es decir, de buenas relaciones. Gracias a ello se disponía el obispo Cárdenas, animado por su cabildo y clero, a emprender una de las tareas propias de su responsabilidad episcopal, que era la visita pastoral a la diócesis, incluyendo en la visita, claro está, las reducciones, tanto franciscanas como las de los jesuitas. Y partió a dar cumplimiento y con toda normalidad, acompañado de miembros de su clero.

El que no se las traía todas consigo y estaba con deseos de hacer alarde de su autoridad y poder, no se sabe si instigado por alguien, era el gobernador Gregorio de Hinestrosa. Aprovechando la ausencia del Obispo, sin aparente mayor excusa, acaso simplemente por hacer sentir su potestad y amedrentar incluso al Obispo, mandó apresar al sobrino de éste, el Padre Pedro de Cárdenas y Mendoza, a quien se le acusaba de prevalecerse del parentesco del Obispo, pero también se le achacaban otras dudosas aventuras.(Hasta aquí la añadidura)

Ingresando en el Convento de San Francisco de Asunción el Gobernador con sus secuaces, apresaron a fray Pedro de Cárdenas y Mendoza, le vendan los ojos, lo engrillan y lo sacan arrastrando a la calle, lo embarcan en una mala canoa, ya preparada, y lo destierran a Santa Fe, distante 200 leguas, dejando sumido a la Comunidad en espanto e indignación.

Mons. Cárdenas se hallaba entonces, ya desde tiempo, en visita canónica, cumpliendo uno de sus grandes deberes pastorales, y accediendo a la vez a las instancias de ambos Cabildos.

Con una circular había anunciado al clero y a los fieles su intención, añadiendo el Prelado, que también iba a visitar las numerosas Doctrinas y Reducciones, ya desde tiempo cristianas, que administraban religiosos de diversas Ordenes, pero entre las cuales estaban las famosas Misiones de los PP. Jesuitas del Paraná y Uruguay, que formaban en número de 19 el núcleo más compacto y de más sistema y fama.

Al saberse tal determinación, principiaba a divulgarse, pero aún con cierto recelo, la doctrina falsa de que la jurisdicción del Ilmo. Cárdenas era muy dudosa. Por otra parte venían los PP. Jesuitas con ruegos de que desistiese de la visita a sus Reducciones en vista de sus excenciones. Pero Cárdenas no era de aquellos hombres que fácilmente ceden cuando ha tomado una resolución bien pensada.

Decía Su Señoría: "El Espíritu Santo, según San Pablo, puso a los Obispos a regir la Iglesia de Dios. Por esto, convirtiéndose un número regular de infieles, instituían luego los Apóstoles un Obispo, quien los gobernara en lo espiritual. El Papa Urbano, en las Bulas de mi institución me decía: ÔMe hace Obispo del ParaguayÕ. Si pues los fieles del Paraná y Uruguay en lo civil pertenecen al Paraguay, deben pertenecer también en lo espiritual al Obispo del Paraguay, a quien el Pontífice encarga que apaciente, rija y gobierne a los cristianos de esta grey".

¿Con qué derecho crean los Regulares parroquias, instituyen, quitan y ponen curas párrocos independientemente del Obispo?

¿Será válida la jurisdicción de esos curas misioneros, ejercida en fieles venidos del extranjero, sin autorización del Ordinario, que no han convertido, valiéndose tal vez de las concesiones papales?

¿Tolerando su independencia no es evidentemente obrar contra lo dispuesto por el S. Concilio de Trento y las Cédulas Reales, particularmente las relativas al Patronato real? ¿Quién administra a esos fieles el S. Sacramento de la Confirmación?

"Yo, añadió, he sido misionero, y sé muy bien cuales son los privilegios concedidos por los papas, particularmente por San Pío V, los PP. Jesuitas, mientras se hallan en las misiones vivas para convertir a los infieles, pueden sin licencia del Obispo predicar, bautizar, confesar y administrar el sacramento del matrimonio y ejercer los demás oficios de párroco; pero ya convertidos al cristianismo y formando pueblos de cristianos, no pueden crear parroquias, instituir en ellas curas párrocos y mudarlos a su arbitrio. Estas atribuciones son propias del Obispo, el cual por institución divina y por disposición del S. Concilio de Trento debe visitar esas ovejas de Cristo a él encomendadas y corregir y reformar lo que halle contrario a la ley de Dios y de la Iglesia y a la santa fe católica, como Pastor ordinario y como Delegado de la Silla Apostólica, en los casos que determina el Santo Concilio".

Además, añadió, graciosamente, esta visita es también voluntad del Rey; puesto que en su Cédula de 14 de julio de 1639 me ruega y encarga, que a su hacienda se apliquen multas y condenaciones hechas a culpables curas doctrinarios. ¿No defraudo la hacienda real, no investigando, si existen tales curas doctrineros?

No sabiendo con exactitud las exenciones que los PP. de la Compañía tenían respecto a aquellas Reducciones, ya cristianas desde algún tiempo, si había leyes terminantes para sujetarlas a la jurisdicción de los jesuitas. Su decisión de visitarles ¿fue errónea o no? Pero si la legislación canónica no hubiera sido clara, terminante, todas las probabilidades jurídicas estaban a favor de Cárdenas. De otro modo le hubieran convencido los P. Jesuitas, mostrándole las concesiones terminantes de la Santa Sede, y no hubieran tampoco obrado conforme obraron.

Lo cierto empero es, que la Santa Sede, al pedir ya muy tarde al Mons. Cárdenas una decisión al respecto y, fíjese bien el lector, no lo hacían los PP. Jesuitas, contestó (13 de marzo de 1660) que el Obispo puede visitar las Iglesias y Doctrinas, también de los PP. de la Compañía, en lo concerniente al cuidado de almas; que el derecho de examinarlos para oir las confesiones sacramentales de los fieles corresponde al ordinario y que, si los regulares no demostrasen suficientemente sus privilegios, el Obispo podía proceder contra ellos, aun con censuras, sin que aquellos tuviesen el derecho de buscarse un Juez Conservador.

El Obispo, según se vé, quería visitar sólo los curatos o doctrinas, que los religiosos tenían a su cargo desde tiempo, y que él consideraba en lo concerniente a la administración sujetos a la jurisdicción del Ordinario. No consideraba como tales las Reducciones novísimos cuyos indios no estaban aún firmes en la fe católica, pero estaba dispuesto a administrar en ellas el sacramento de confirmación y... de deshacer los malos informes, las persistentes y frecuentes calumnias que se diseminaban contra los PP. Jesuitas del Paraguay. Como prudente Prelado empezó, después de haberla concluido en la ciudad y lugares cincunvecinos, la visita canónica en las Reducciones, Doctrinas o curatos, de los misioneros franciscanos, sitos al sudoeste entre Asunción y el río Paraná. Designáronle dos Padres para visitar las reducciones de Yuty y Caazapá, fundadas por su hermano en la Orden, Fr. Luis Bolaños, siendo recibido con gran amor y estimación en las doctrinas. De allá pasó el Obispo a la no muy lejana Reducción jesuítica de Itapúa, distante sesenta leguas de Asunción, fundación del P. Roque González de Santa Cruz, y después a San Ignacio, cerca del Paraná, obra del gran misionero Marcelo Lorenzana al dejar el rectorado del Colegio de Asunción.

En este lugar alcanzó al Obispo el mensajero, mandado por los PP. del Convento de S. Francisco, sabedores de que el celoso Prelado no iba a dejarlos sin amparo y sin aplicar las leyes canónicas contra los violadores de la inmunidad eclesiástica y por la violenta imposición de manos en un sacerdote, hecho que los Sumos Pontífices habían castigado con la excomunión.

Era entondes Superior inmediato de las Misiones jesuíticas del Paraná y Uruguay el P. Lorenzo Sobrino, a quien más tarde veremos en la primera fila de los adversarios del Diocesano.

Había principiado su Ilma. una carta dirigida al mismo del siguiente tenor:

"Jesús, María, Joseph. Padre mío: Llegué a esta Reducción de mi glorioso San Ignacio, donde sus hijos de V. P. y Padres míos, Adriano y Silverio, y Luis, me han hecho tantas honras y regalos, cual no sabré explicar, que estimo, como es razón, y en especial los espirituales que ha recibido mi alma de ver tanta virtud y santidad, y cosas dignas de eternas alabanzas, por las que doy infinitas a Dios, a toda la Compañía de Jesús, en cuyo servicio voy haciendo, y haré cosas de mucha importancia a su honor y defensa en orden a desmentir calumnias y testimonios falsísimos, hechas en tanto servicio de Dios, y del Rey, y salvación de tantas almas, e informaré de estas verdades puras que voy viendo de las cuales conviene dar noticias y relación fidedigna al señor Virrey, y a la R. Audiencia y tribunales mal informados, éste es el principal motivo de venir al Paraná, aunque no sé si las cosas tan exorbitantes del Paraguay me han de dejar pasar tan presto, porque ayer (4 de octubre de 1643) tuve aviso de puntos que piden forzoso remedio; y para esto es fuerza cambiar mensajeros, y esperar la respueta y resulta. De lo cual depende necesariamente mi determinación de pasar a esas Reducciones, o volver al Paraguay, por la obligación tan grande que hay de defender la jurisdicción de la Iglesia".

Pero las cosas de Asunción andaban de mal en peor. El atropello del Gobernador y de sus secuaces había provocado iras muy hondas y disturbios. Llegaban noticias alarmantes.

"En este punto, sigue el Obispo, dejé esta carta, hasta ver la resulta del Paraguay; y ha sido tal, que me fuerza ir luego allá y diferir con dolor de mi alma la ida a esas Reducciones santas, y gozar de la visita de V. P. muy Rvda., todos esos mis Padres, para ocasión de más gusto, y de más espacio, y más libre de inconvenientes, como los hay ahora en particular. Yo tengo de ordenar algunas cosas odiosas al Paraguay, y no quiero que resulten en mayor odio del que tienen a la Compañía los de esta tierra, si pensasen que eran consejos de la Compañía, por los cuales piensan que me gobierno, y no pienso que no errara haciendo así. En los demás me remito al que dejo ir con dolor y contra mi voluntad, porque quisiera tenerle al lado de mi corazón, para calentarme al calor de su fervor y ejemplo, que es mi Padre Silverio Pastor; y dará razón a V. P. y a todos esos mis Padres, por muchos años lo deseo.

De S. Ignacio 5 de octubre de 1645. Besa la mano de V. R. su siervo y capellán. Jesús. Fray Bernardino, Obispo del Paraguay".

Otra: "Padre mío, ese papel, sacado en limpio y autorizado, quería enviarle ahora, pero no ha podido ser por la prisa de los indios, y por no terminarlos: haré lo más despacio: y así ahora envío este borrador contra los que quieren borrar las virtudes de la Compañía de Jesús, para que lo vea nuestro P. Provincial, y alabe la Providencia de Dios, que para cuando los virreyes mal informados habían de enviar orden que visitasen con cuidado el Paraná, el obispo lo tuvo tan a propósito, para el servicio, honor, y alabanza de la Compañía, que, aunque cualquira lo fuera, pero ninguno tanto como yo. Esto es seguro, y firmo de mi nombre. Siervo de V. P. Jesús. Fray Bernardino, Obispo del Paraguay".

Interrumpió, pues, su Ilma. la visita, que durante su oficio nunca debía acabar, y regresó a Asunción.

Tomadas allí las declaraciones del caso y viendo la arrogancia de los atropelladores del pobre P. Procurador Fray Pedro, los declaró a todos, según los cánones, incursos en la excomunión mayor, por haber violado la inmunidad eclesiástica y puesto manos violentas en un sacerdote.

Este castigo fue generalmente muy bien recibido en la ciudad, pero aumentó la enemistad del Sr. Gobernador y de Sebastián León contra el Prelado, tan empeñado en defender los derechos de la Iglesia y de la Silla episcopal.

Tenía consigo D. Gregorio de Hinestrosa un hermano, a veces hijo, según Charlevoix, fray Lope de Hinestrosa, religioso augustino, que acababa de llegar de Chile.

El Sr. Hinestrosa, muy resentido por la intrepidez del Obispo y por el desaire en que se veía por la excomunión, había oído algo sobre los rumores que habían principiado a correr sobre la jurisdicción dudosa del Obispo, y entreviendo algún medio para vengarse y tal vez para expulsar al Prelado como lo habían hecho otros antecesores en la gobernación, pidió a su hermano al respecto un parecer escrito, que éste hizo con toda puntualidad, a fines del mismo año (1643), declarando que según su opinión el Obispo era intruso, y suponiendo que eran verídicos los rumores ya divulgados por los adversarios del Obispo de que en Tucumán había muchos de todas las religiones que contradijeron la consagración de Cárdenas, escribió que su hermano podía expelerle, privándole de las temporalidades, diciendo con la impavidez que da la ignorancia: "Digo, pues, que tengo por cierta y asentado, que el dicho Señor Obispo, aunque su consagración sea válida, y por ella Obispo, y por consiguiente válidas las órdenes que administra según tienen y dicen muchos doctores; pero es Obispo no más que en substancia y carácter, pero no lo es del Paraguay, ni tiene jurisdicción, ni potestad episcopal, ni la puede ejercitar, que en todo siento y afirmo lo que sintieron y afirmaron dichos religiosos y maestros (de Tucumán)".

Muy satisfecho quedó D. Gregorio de la sabiduría de su hermano, quien tan a su gusto lo libraba de la excomunión, dándole armas para sentar manos al odiado defensor de las leyes de la Iglesia. Procuró, que el acertado parecer no quedara oculto en la ciudad; pero tuvo el presentimiento, de que dada la popularidad del Obispo y en el sentir común estrellaran sus tentativas, pues, aunque Cárdenas no hubiera tenido jurisdicción para lanzar excomuniones, eran mal vistos el Gobernador y sus cómplices por lo que habían hecho contra fray Pedro, y estando incursos en esa censura por los cánones, ipso facto.

Quedaron, pues, el Gobernador y sus compañeros frenados, esperando mejores tiempos para el desquite de la excomunión, que en lo demás públicamente despreciaron.

A Cárdenas no podía ocultársele todo aquello y, temiendo que su alejamiento fuese motivo para nuevos atropellos, aun tal vez contra su persona, quedó en la ciudad siguiendo su ejemplar método de vida practicado antes, expresando empero su resolución de continuar en la primera oportunidad la visita canónica, y dispuesto también a absolver a los excomulgados, de mostrarse éstos arrepentidos, dando la debida satisfacción.

Así pasaron varios meses.

Elevado el hecho ocurrido en San Francisco al conocimiento del Metropolitano y de la R. Audiencia, éstos aprobaron y confirmaron la sentencia del Obispo, condenando, además, la Audiencia al Capitán Sebastián de León, por nuevos agravios, a privación perpetua de su oficio.

Mientras tanto hacían los PP. Jesuitas diversas diligencias para estorbar los designios del Ordinario para visitar sus Reducciones, que, según el cálculo del P. Antonio Ruiz de Montoya, jesuita, constaban de cerca 95.000 indios. No podemos determinar, como ya dicho, cuántas de estas reducciones se podían considerar como Doctrinas o Curatos.

Se valían primero, como antes, de ruegos, que estrellaron ante la suave, pero en el fondo firme voluntad del Obispo. Emplearon enseguida promesas y después amenazas disimuladas, haciéndole presente lo que había pasado a varios de sus antecesores, que pretendieron ejercer jurisdicción en lugares confiados a la Compañía de Jesús, pero no lograron intimidar aquella naturaleza de atleta.

Con gusto oyó el Gobernador los afanes de los Padres de la Compañía, quienes podían servirle admirablemente de instrumento para sus planes, no sólo por su influencia, sino también por los indios armados de que disponían en sus Misiones, para expeler al Obispo del Paraguay si fuera el caso. Le parecía algo arriesgado llevar a cabo él solo tal hazaña, por la defensa que podía hacer la población, tan fanáticamente adicta a su Prelado.

Viendo tan buena disposición en los Padres, y pensando que la fama de doctos serviría para acreditar más la duda sobre la jurisdicción y la legitimidad del Obispo, pidió a los PP. un parecer sobre su pleito con el Ordinario.

Accedieron los Padres, firmando, según parece por el mes de octubre de 1644 – es decir, según Carrillo, tres años después de la consagración en Tucumán – un parecer "sobre el cual les consultó el Gobernador, en que se trataba solamente de haber tomado el obispo posesión de su iglesia, sin tener presentes las Bulas de su confirmación, tratando entonces de expelerle por intruso, sin tomar en la boca el carácter episcopal, ni dudar del mismo". Fray Juan Villalón (cuyo escrito menciona pasando por alto lo del "parecer") y el igual aserto del abogado Carrillo, afirma que no eran los Padres del Paraguay los agresores, sino el Obispo, que estaba lleno de resentimiento por no haber apoyado su consagración sin Bulas.

Alegato muy curioso, puesto que el Obispo no podía justamente resentirse, por un consejo contrario a su deseo de consagrarse, por la simple razón de que le faltaba tiempo, antes de consagrarse en Tucumán, de dirigirse en consulta al lejano Paraguay. No vemos tampoco razón del por qué el Obispo – el pretendido parecer, que le había, según Rada, mandado el P. Boroa desde Córdoba a Santiago del Estero – debía atribuir a los Padres de Asunción o a la Compañía entera, especialmente no teniendo los de Asunción ni arte ni parte.

El 5 de noviembre de 1644 publicó, sigue el P. Rada, tratando, pero no refutando el "cargo segundo": (que los Jesuitas publicaron como cosa cierta y definida, que la consagración del Sr. Obispo Cárdenas había sido ilícita o inválida, dando ocasión con ello a los disturbios, y escándalos, que se han seguido). El dicho Obispo publicó un Edicto, que hizo leer – probablemente durante su ausencia – en la catedral – sin duda al saber el condescendiente parecer de los Padres del Colegio, y divulgado por el vengativo Gobernador por toda la ciudad – "donde queriendo apoyar su consagración (Fr. Villalón con Carrillo aseguran lo contrario, según parece no con toda exactitud que hasta la publicación de la obra del P. Contreras, 1647, ningún autor ni aun gente docta se había ocupado de la consagración sino sólo sobre la legitimidad de la jurisdicción episcopal de Cárdenas en el Paraguay) la publicó por dudosa, poniendo las razones, que los PP. Jesuitas (de Córdoba) le habían dicho... "con tanto secreto y modestia"... en orden a disuadirle no se consagrase hasta tener las Bulas".

El buen visitador no dice nada sobre la refutación hecha en el citado Edicto, tal vez con confusión de los adversarios, ni nos explica como Mons. Cárdenas podía saber el contenido de la carta o el parecer de los PP. de Córdoba, refiriéndonos el mismo, en la página antes, que el airado Prelado hizo quemar la carta... sin leerla, no averiguando detalles sobre su contenido.

Asegura además el P. Rada, que el mismo Obispo Cárdenas tenía culpa en esta publicidad por haber esparcido "por estas Provincias" papeles, en que defendía su consagración, refutando las razones... de los Jesuitas, aún ocultas.

Sin poder constatar nada al respecto, decimos solamente: a nadie más que a Cárdenas convenía no mover ni discutir la cuestión sobre su consagración. Si a pesar de esto, lo ha hecho, es prueba evidente que otros le obligaron ad hoc, desacreditándolo antes "por estas Provincias".

Estas contradicciones y maquinaciones empero, según parece no habían causado impresión de cierta importancia en el pueblo, poco adicto a los Padres por el apoyo que prestaron a los oprimidos indios, tan codiciados como trabajadores por los españoles.

En cambio confirmaron al Prelado en su idea de continuar su interrumpida visita canónica, y ver por qué no se quería que él fuese a las Reducciones de la Compañía.

El Cabildo secular de Asunción insitió a Cárdenas para que ejerciera el Patronazgo Real en las Reducciones jesuíticas, pidiéndole fuese a visitarlas y establecer el patronazgo. Inició la visita en las misiones de los PP. escribiendo desde San Ignacio, 5 de octubre de 1643, la carta consabida al P. Laureano Sobrino en favor de los PP. de San Ignacio. A continuación parece volvió el obispo a Asunción, pasando de allá a Yaguarón, tal vez después de haber hecho las visitas ut supra, prosiguiendo su visita. Dice Villalón: "Todo es confusión en los informes que al respecto se hallan".

Efectivamente no había razones serias para oponerse. Si era cierta su exención de los Doctrineros, podían demostrar al Ordinario sus privilegios para que desistiese de la visita. No cediendo, nada perdían con admitir un paseo del mismo por sus Misiones, previa protesta y sin atenerse a las eventuales órdenes de su Señoría, reverenciando en él solamente la dignidad episcopal, pero apelando, según los casos, a Madrid o a Roma contra su intromisión. Mirando bien, hasta convenía a los Padres que viniese con el Obispo su Visitador, o sólo Inspector, para comprobar con su testimonio de que las Reducciones estaban a buena altura de piedad y civilización, de que allí no se explotaban minas de oro o plata como aseguraban sus enemigos, defraudándose las cajas reales, que se educaba a los indios como buenos vasallos de la Corona, y que la pobreza de los mismos no permitía dar contribuciones de importancia, como se pretendía.

¿Temíase un informe contrario de un Obispo tan virtuoso? Y si fuere falso, ¿no tenían los Padres medios para desmentirlo?

¿O querían los Padres, fiados en el poder de sus Hermanos en la Corte de Madrid y en sus privilegios, que en sus Reducciones no hubiese ni sombra de una intervención episcopal?

Esto sería una prueba más, de que el sistema jesuítico, el célebre método empleado en la famosa República cristiana del Paraguay, merced a favores y protecciones regias, como no los había obtenido jamás ninguna de las Ordenes religiosas, tenía un lado flaco y vulnerable. Pues traía consigo frecuentes conflictos con los gobernadores civiles, con los españoles excluidos de las Reducciones y por la codiciada posesión de indios y con los Obispos, quienes en las Misiones vieron no raras veces, una independencia intolerable, causando al mismo tiempo desencuentros y discordias entre los obispos y gobernadores, por tener otras miras, no sabiendo además los diocesanos cómo comportarse con los Padres Jesuitas, ni más tarde los indios como aprovechar su independencia después de la expulsión de sus conversores.

Este método traía, como es sabido, por resultado, poca utilidad a la misma Compañía de Jesús, contribuyendo a que fuese llenada de calumnias y finalmente expulsada.

Quien lea la historia escrita por Charlevoix, verá que no exageramos. En fin: no sabemos descifrar la causa de una resistencia tan tenaz contra la entrada del obispo a las Reducciones del Paraná y Uruguay.

Este había dejado de nuevo su sede episcopal, emprendiendo la visita pastoral hacia el Paraná. Habría llegado a la Doctrina de Yaguarón, confiada a los Padres franciscanos, distante como unas 10 leguas de Asunción. Allí tendría lugar un suceso sacrílego, inaudito todavía en la historia del Paraguay, tan acostumbrado a perseguir a sus Obispos.

Antes de emprender el Obispo la visita pastoral habría habido convenios entre Hinestrosa y los Padres de la Compañía.

"Uniéronse, dice Carrillo, hablando de los Padres, con el Gobernador, tal vez, y esto queremos suponer en excusa de esos religiosos, persuadidos de que Cárdenas no era Obispo o que no tenía jurisdicción.

El resultado de esta liga fue, que el Gobernador con Sebastián de León dentro de 11 días podían juntar en las Reducciones del Paraná y Uruguay como 800 indios, parte armados según su uso antiguo, parte con mosquetes, alfanjes, rodelas, espadas y lanzas. Marchaban al son de las cajas, divididas en cinco banderas, con asombro de los moradores de aquellas tierras, cuyos pueblos, para mantener más su fidelidad, se les toleraba saquear. Según fama acompañaban también algunos Padres Jesuitas la tropa, pero dudamos, con razón, de la veracidad de tan escandaloso relato.

Los indios venían irritados contra el Obispo. Se les había contado que éste quería entrar en sus pueblos con muchos clérigos para quitarles sus mujeres. Vieron en él un enemigo terrible. Según parece venían desde Asunción en persecución del Obispo. Llegaron, con no poco alboroto de la población, cuando el Obispo estaba en la iglesia.

El P. Juan de Godoy, franciscano, conocido por los indios por su virtud y sencillez, conversor de la Doctrina, o acompañante del Sr. Obispo, impuesto de la calumniosa imputación, penetra en el seno de aquellas hordas disciplinadas, les predicó a fin de hacerles comprender lo absurdo de esa mentira, de esa calumnia, ponderando la calidad y virtudes del Obispo.

Algunos de los indios, descontentos con la expedición, desertaron del ejército y sus jefes vieron que era urgente proceder a la ejecución del plan.

El asalto de Yaguarón:

Llegaron a Yaguarón de noche con intención de sorprender al Obispo y embarcarle en una balsa que tenían prevenida en el río Paraguay, cuatro leguas más allá.

El Obispo despertó con el ruido y, al oír las voces del Gobernador, que gritaba: "Aquí el Rey", huyó a la iglesia donde le siguió el Gobernador queriendo arrastrarlo. El Obispo asióse de una columna del santuario que se quebró. Al oír las voces del Gobernador Hinestrosa, salió fray Diego Valenzuela, OFM, que estaba en compañía del Obispo, y agarró de una mano al Gobernador para desasirlo del Obispo, pudo sacar el Obispo el Smo. Sacramento con el que se amparó, no se atrevió el Gobernador a echarle mano y le dejó cercándole todo el día siguiente, sin permitir que nadie introdujera alimentos. Los indios cometieron mientras tanto robos y desmanes en la casa misional, en el pueblo y en las chacras de los indios. En la vivienda episcopal robaron todas sus despensas y oficinas, llevándose cuanto en ellas había, vaciaron los escritorios de sus alhajas pobres, mataron todo el ganado y ovejas que tenía. En las chácaras de los indios destruyeron sus maizales robando los vestidos a los habitantes.

Visto todo aquello, hizo el Obispo la procesión con el Santísimo Sacramento, acompañando y asistiendo al Santísimo Sacramento algunas indias y cantores, entró detrás el Gobernador con un bastón en la mano y con furia infernal les dio a los indios e indias de palos y echó de la iglesia a todos con suma irreverencia. Viendo que siempre se acogía al Santísimo Sacramento, invitó al Obispo el Gobernador que se fuese a Asunción, lugar de su catedral. Se lo decía con disimulo, con la intención de prenderle en el camino y embarcar enseguida. Sintiéndose el Obispo poco seguro en Yaguarón, prefirió trasladarse a Asunción. Al otro día, en la madrugada, se fue el Gobernador para esperar al Obispo en celada.

Avisado Cárdenas por un hombre que venía con una carreta con sus dos hijas, conociendo la emboscada del Gobernador, volvió a ocultas a dar aviso al Obispo. El hombre, haciendo proseguir a las doncellas en la carreta, guió al Obispo por un camino desviado, quedando el Gobernador burlado. El Obispo entró en el convento de San Francisco de Asunción, adonde acudieron los religiosos de Santo Domingo y de La Merced con la Clerecia.

Sufrió el Gobernador el chasco con harta indignación "y desesperado de su intento daba voces como loco, diciendo blasfemias, partiendo a la ciudad", esparciendo la voz de que tenía orden del Virrey para echarle del obispado, y para quitarle sus temporalidades. En las afueras de la ciudad había dejado al grueso de los indios para evitar toda oposición de parte del vecindario en las violencias que proyectaba contra el Obispo. Desterró algunos nobles, poniéndoles pena de vida si no salían luego, a otros mandó a Villarrica (unas 100 leguas río arriba) en busca de indios enemigos que, según decía, tenía informes de que quiere invadir Asunción. Enseguida hizo entrar a los indios que le habían acompañado a Yaguarón.

El Obispo, al ver estos aprestos, dejó el convento de San Francisco, refugiándose en la catedral, donde le tuvieron cercado.

En este estado de cosas y ánimos publicó D. Francisco Caballero Bazán, quien había sucedido en el proviconato a D. Cristóbal Sánchez, el auto siguiente:

"Todos los fieles cristianos tengan por público excomulgado al Gobernador S. Gregorio Hinestrosa por haber ido al Pueblo y Reducción de Yaguarón a prender al Ilmo. Sr. Fray Bernardino de Cárdenas, obispo de este obispado del Paraguay, del Consejo de S.M. con soldados españoles, gente armada, y más de 600 indios del Paraná, con mosquetes, arcabuces, machetes, alfanjas y rodelas, celadas y otras armas; y entrando dicho Gobernador en compañía de Sebastián de León, Juan de Avalos y Mendoza y Pedro de Gamarra y otros soldados, y puesto manos violentas a Su Sría. Ilma. estando en el altar mayor de la iglesia del dicho pueblo con el Sagrario en las manos, diciendo su Señoría fuese preso por mandato del Sr. Virrey y apellidando gente con voz del Rey por lo cual está incurso en graves descomuniones del Derecho y de la Bula de la "Coena Domini" y otras, en que ha reincidido por haber sido absuelto de ella debajo de sanciones juratorias ad reincidentiam, y ha quebrantado con la acción referida; y porque muchas personas, con poco temor de Dios y de las Sagradas Censuras, hablan con los excomulgados, y mayormente con el dicho Gobernador, mando a todos y cualesquiera persona de cualquier estado y condición que sean, no hablen directo ni indirecto con el dicho Gobernador, antes le eviten bajo pena de excomunión mayor, y de doscientos pesos, aplicados por mitad a la santa Cruzada y a la fábrica de la Santa Iglesia Catedral.

Y bajo la misma pena de excomunión, y pecuniaria, mando que ninguna persona quitase esta declaratoria, ni la mande quitar de donde está puesta, atento a que otra vez que estaba puesta en la misma forma, la quitaron; y para todo lo dicho y su ejecución les citó en forma, que es fecha en primero de noviembre de 1644.

Francisco Caballero Bazán. Por mandato del Sr. Provisor Juan García de Villamayor".

Otros autos semejantes fueron publicados contra Sebastián de León y demás cómplices del Gobernador.

Poco o ningún efecto produjeron estos anatemas en el Gobernador y sus secuaces. Sabían, por el parecer de los PP. Jesuitas, que el obispo era intruso y sin jurisdicción, padeciendo por tanto igual defecto su Provisor Bazán.

Fueron juzgadas, por tanto, aquellas censuras como nulas y ridículas. Por lo que se creían excusados de pedir misericordia y absolución.

El Gobernador Hinestrosa apoyó al dementado canónigo Cristóbal Sánchez de Vera, declarado Provisor in sede vacante por los canónigos Fernando Sánchez del Valle y Diego Ponce (muerto en 1646) por lo que entra como Provisor (vice capitular) Diego Ponce, como tesorero.

Embarcaron al Obispo violentamente, a instancias de los Padres de la Compañía y del seudo Provisor. Obligaban a la gente de Asunción, apenas embarcado el Obispo, a son de caja a decir a bando, obligando con penas graves, a que la población asistiese sólo a la iglesia de la Compañía y recibir allá los sacramentos, honras, etc.

Fue esta primera expulsión de Cárdenas probablemente por diciembre de 1644.

Sobre D. Gregorio Hinestrosa escribe el Obispo de Santiago (Chile): "Hoy estamos viendo un Gobernador del Paraguay que, uniéndose con dos prebendados forajidos y desterrados por su Obispo, le han quitado la silla y echado de su obispado, tomando por pretexto su consagración sin Bulas, como si la deposición de un obispo no perteneciese al Papa. Y siendo el Sr. D. Fray Bernardino de Cárdenas varón de rara virtud, grandísimo predicador y de unas letras calificadísimas, está hoy arredrado de su cátedra y depuesto de su iglesia, gobernándola en sede vacante tres clérigos que sólo por fe saben que hay latín".

Embarcado el Obispo para Corrientes, hizo el Gobernador tocar la caja y publicar mandos, según refiere fray Villalón, con pena de vida a los hombres, y a las mujeres pena de cárcel y azotes, que sólo fuesen a la iglesia del Colegio, puesto en entredicho por Cárdenas, oyendo allá misas, sermones y a recibir los sacramentos. Fue todo esto un reto, una provocación lanzada al Obispo y a sus censuras. Alguaciles y ministros acarrearon a los fieles al templo, poniéndose los indios, traídos del Paraná, de guardia para que nadie saliese durante las funciones.

Para aumentar más el terror de la población, hizo colocar una horca en medio de la plaza. Otra tenía puesta a la puerta de su casa con soga y polea "que se ponía de noche y se sacaba por la mañana".

Hizo firmar papeles a grandes y a chicos contra el Obispo y fue tal la opresión que muchos de la población se fueron a los montes, sufriendo mil necesidades, arrastrando así la suerte del Obispo muchos otros infelices.

En la ciudad, a pesar de la estima que se tenía al desterrado prelado nadie se atrevió a interceder en su favor.

Notáronse durante la ausencia del Obispo diversas calamidades que oprimían las regiones del Paraguay, que se atribuían a castigo divino por los agravios y expulsión hecha al Obispo. Por falta de agua dejaron muchas personas los campos, viniéndose a la ciudad.

En relación de este suceso de Yaguarón se lee con cierta hilaridad en Cretineau-Joly (Tom.3, pags. 21-22): "El poder del Ordinario estaba tan perfectamente establecido (en las Reducciones del Paraná, etc.) como el del monarca... Los Jesuitas se consideraban casi siempre como instrumentos de los Prelados. Nada emprendían sin consultarles antes, no se manifestaban independientes en el ejercicio de sus funciones, ni usaban sino con mucho tino los privilegios concedidos por el Sumo Pontífice.

"Los Padres no ignoraban que, para ser obedecido, importaba mucho que diesen ellos los primeros el ejemplo de sumisión a los indios, y eran demasiado hábiles para que no venerasen al que aparecía de lejos a los ojos de los neófitos como Pastor Supremo. Hubo, sin embargo, Prelados en el Paraguay, en México y en la China, muchos de Europa que virtuosos y llenos de un santo celo, combatían en favor de sus prerrogativas, pues temían ver destruidas por la infuencias que ejercían los Padres... La llegada de un Obispo a las Misiones era una fiesta enteramente religiosa".

Se me dirá, que esa recepción de Cárdenas y el poco respeto a su persona era una cosa excepcional. Sea, pero una excepción, que durara de 15 a 20 años.


* * *


É guiado de Dios

tomó el camino en la mano

donde encontró muchos indios

que el camino aderezando

estaba con muchas flores

y de pellejos y ramos

con primor en lo brutesco

el suelo lo han alfombrado,

como si en Jerusalén

entrase el día de Ramos.

* * *

... por la ciudad divulgaron

que no era Obispo, y que no

podían estar casados,

los que con su bendición

hubiesen sido velados;

y los que órdenes tenían

recibidas de sus manos,

decían con desvergŸenza

que no estaban ordenados,

porque el Obispo no pudo

sin licencia del Romano

Pontífice, consagrarse".


Ante este nuevo ultraje se yergue la energía del sitiado Obispo. Nuevamente declara, por impedírsele su jurisdicción y por los ataques e irreverencias cometidas contra su persona, excomulgado al Gobernador con todos sus parciales, que habían tomado parte de los atropellos de su persona; imponiendo al mismo tiempo prohibición para la celebración pública de los santos misterios en las iglesias de Asunción, mandando tocar en el convento a entredicho.

Viendo empero Cárdenas lo inútil de su resistencia ante las reiteradas amenazas de D. Gregorio, no queriendo causar al convento nuevos infortunios, pero con la resolución inquebrantable de resguardar sus derechos, resolvió dejar por ahora su obispado rindiéndose. El Gobernador le facilitó, según parece, una canoa con remeros, después de haberle privado de sus temporalidades. Llegó el Obispo, a fines del año 1644, después de ochenta leguas de navegación, sano y salvo al convento franciscano de Corrientes, tan sólo fue acompañado por los comentarios y la compasión de la ciudad en la que quería parar su destierro forzoso.

Al dejar Asunción, lo que más afligía al Obispo era el triste estado y la suerte fatal, que parecía impuesta por la Providencia a la Diócesis del Paraguay.

Ninguno de los catorce antecesores de Cárdenas, desde la fundación del obispado (1546), exceptuándose unos pocos, había durado o vivido en esa desgraciada silla, más que uno o dos años. Sólo los obispos D. Fray Martín Ignacio de Loyola, franciscano y leal portador de los PP. Jesuitas (1602-1607), fray Reginaldo de Lizarraga, 1609, D. fray Tomás de Torres, dominíco (1620-1627), y Fray Cristóbal de Aresti, benedictino, tuvieron posesión más larga.

Por muerte o promociones no habían llegado al Paraguay los obispos: Juan de Barrios, Luis Lopez Solís, Juan Almaraz, Agustín Vega, Lorenzo García, Melchor Prieto, Francisco de la Serna, todos religiosos de diversas órdenes, y D. Tomás Vázquez del Liaño, antes Clérigo.

D. fray Pedro Fernández de la Torre, franciscano, primer obispo efectivo del Paraguay, mientras conducía preso al Gobernador interino Felipe Cáceres a España, murió en el camino (1573).

D. Fray Alonso Guerra, domínico, obligado a aceptar el Obispado (1577), tuvo que volverse a Lima, de cuya metrópolis entonces dependía Asunción (no existiendo aún la de Charcas (1582), para asistir al Concilio Provincial (1583), dejando un P. domínico como Vicario General. Vuelto a Asunción (1584-1587). Quiso introducir reformas en el clero y pueblo. Pero eso le suscitó discordias con el Gobernador, quien, como en el caso de Bernardino de Cárdenas, se asociaba a los descontentos. El Gobernador y sus secuaces arremetieron contra el diocesano vestido de pontifical, le arrancaron báculo, mitra y los sagrados ornamentos, llevándole al Gobernador en persona, con el pretexto de traerle preso a Buenos Aires, teniendo el pesar de no ver morir al septuagenario obispo por hambre en el camino, merced a la caridad de un criado.

Roma no aceptó la renuncia del venerable Prelado y Clemente VIII le confirió la mitra de Michoacán, donde murió a 28 de julio de 1598.

D. fray Cristóbal Aresti, benedictino, el inmediato antecesor de Cárdenas, tuvo parecida suerte. Llegado hacia 1630 a Asunción reclamaba derechos episcopales – no he podido averiguar hasta qué punto – sobre las Reducciones jesuíticas. Le apoyaba el Gobernador, que estaba resentido con los Padres. Pero al presentar éstos, según Charlevoix ("Historia du Paraguay, XVIII") los privilegios autógrafos del Papa y del Rey, desisten ambos de su empeño... y el obispo viene el 7 de agosto de 1635 "promovido a la silla episcopal de Buenos Aires, desmembrada del Paraguay desde 1620, en donde, según el citado autor, no podía vivir en buena inteligencia con los PP. Jesuitas. Pero de esta "ida" a Buenos Aires no estaban del todo lejos algunos PP. Jesuitas. Según Carrillo, el abogado de Cárdenas, Aresti, fue violentamente expulsado de Asunción (1634), quedando como consecuencia un cisma lamentable, que aparentemente fue cortado por la venida del nuevo Obispo Cárdenas. Los Jesuitas le dedicaron la misión de S. Benito.

Los gobernadores y sus parciales estaban, como se ve, acostumbrados a maltratar a sus diocesanos.

El Rey se libraba de estos conflictos, que acababan casi siempre sin la debida sanción para los culpables, con "promover" al ultrajado Obispo a otra sede. Así sucedió con Palafox, Obispo de Puebla de los Angeles, con el mencionado Obispo Guerra, con Mons. Aresti, con Cárdenas, a quien más tarde se quiso trasladar a Popayán, y con otros, en vez de hacer resolver las cuestiones jurídicas, que generalmente causaban esos disturbios con perjuicio de la fe y de la autoridad.

Consecuencias naturales de tanta ausencias de los Obispos de Asunción fueron: gran escasez del clero secular, ignorancia del mismo y olvido de sus deberes. Las expulsiones o la falta de ordinarios dejaban gérmenes para nuevos desórdenes y cismas. Los vicarios generales carecían de la necesaria autoridad. De ahí las rebeliones del clero contra ellos, como v. gr. en 1594, que sería sosegada por la intervención del P. jesuita Juan Romero, la discordia latente al llegar Mons. Cárdenas, y la que quedó después de su destierro, reforzado esta vez por las voces de que Cárdenas no era obispo o que era detentor de una autoridad que no le correspondía.

Para mayores males apoyaba Hinestrosa ferozmente al nuevo Provisor, a quien casi todos obedecían por miedo. No contento con esto, hizo plantar horcas, amenazando colgar en ellas a los que hablasen o hiciesen algo en favor de Cárdenas. Tenía espías tanto por el río Paraguay como por tierra para poder impedir oportunamente el regreso del prelado, interceptando por ello también las correspondencias, impidiendo así no sólo la vuelta, sino también la comunicación.

Menoscabada así desde años la influencia del obispo, desmoralizado e impotente el Clero secular y regular, quedaba el pueblo, ya tan dividido, desde años por las discordias religiosas y civiles, abandonado a su suerte.

Había en Asunción casas de los Jesuitas, Domínicos, Franciscanos y Mercedarios. Todos tenían más o menos Misiones o Doctrinas, fundadas y atendidas por miembros de su orden, sobresaliendo las de los PP. Jesuitas por su método, independencia y fama, habiendo sido regadas varias de ellas con la sangre de los misioneros.

Pero tampoco los regulares estaban siempre de acuerdo, para poder servir de guía al pueblo desconcertado.

ƒstos, en tiempos de cismas y de divisiones políticas, se adherían al partido donde creían entrever la justicia, aprobando, desaprobando aun desde los púlpitos. No faltaban a veces demandas por las Misiones, existiendo rivalidades para retener esas gloriosas conquistas.

Predominaban entre los regulares de Asunción y del Paraguay los PP. Jesuitas, por el poder que les daban sus misiones, por la fama de los trabajos apostólicos de sus hermanos entre los guaraníes, por sus virtudes; sin duda también por la gran influencia que algunos miembros de la Compañía ejercían en Madrid y Roma.

Es injusto, como en varias ocasiones hemos reconocido, que se atribuya a la Orden como tal la guerra suscitada contra Cárdenas. Del mismo modo es injusto atribuir a Cárdenas odios contra el insólito instituto de San Ignacio, aunque esté a la vista la persecución y prevención contra su autoridad y persona de parte de unos cuantos Jesuitas, quien no podía menos de insistir por los fueros del derecho, por más que se haya excedido.

No pudiendo indicarse por los deficientes relatos y por la falta de muchos de los autos de tribunales, el número de los Padres del Paraguay metidos directamente en esa lucha desastrosa se puede suponer, que no estaban todos contra el Obispo; pero que se callaban o bien por mal informados o bien por respeto a sus superiores, causantes principales de esas discordias.

Tenían los Padres de la Compañía, sus procuradores en diversas partes, y aun mandaban contra Cárdenas, a la par de éste, Procuradores de su causa a España y Roma. Era natural, que miembros de la misma Orden, oyendo sólo una campana, tomaran la defensa de sus cohermanos, a quienes creían injustamente perseguidos, sin prever que una contienda, que tomaba tanta resonancia e importancia no podía resultar en bien de nadie y sí en perjuicio de muchos; en vez de litigar y escribir tanto, deshonrándose mutuamente, se hubieran puesto de común acuerdo, para proponer los puntos de diferencia a las decisiones de las autoridades competentes, en vez de resolverlas con la fuerza bruta, error en el que cayó también más tarde Cárdenas, cansadísimo y agotado por las persecuciones tan injustas.

Error grandísimo empero de esos pocos padres fue el declarar por propia autoridad nula o dudosa la autoridad del Obispo en vez de manifestar con secreto sus dudas en Roma, si es que las tenían; error inexcusable fue facilitar medios para el destierro del Obispo, aumentándose así los males de la desgraciada diócesis; indigno fue concluir una cordialidad de aplausos, de amistad, del público reconocimiento de Cárdenas como Obispo legítimo en el ingreso, con la afirmación pública de que era un obispo irregular.

Indignísimo fue también el guardar, por decir así, "in pectore", la duda sobre la consagración del Ilmo. Cárdenas y sobre su legítima autoridad, para convertir después en certeza, cuando aquél emprendiera algo en contra de las miras o contra la voluntad de los jesuitas misioneros. Chocante fue el ayudar, es decir, tapar la oposición a la visita del Obispo con un motivo aparente, que sirvió en vez de "ad majorem Dei gloriam" para romper la unidad de la Iglesia paraguaya, dañando las almas de los ignorantes, alentando a los perseguidores del Pastor, facilitando la entrada a los lobos y haciendo el vacío alrededor del Obispo.

Lamentabilísimo error fue finalmente el confiar parte de la contienda no a la justicia, sino a las influencias, lo que hacía correr por la boca maliciosa de las gentes de Asunción, respecto de los Padres, coplas como estas:

"Todos nos han menester,

Frailes, Cabildos y Audiencias

y todos en competencia

tiemblan de nuestro poder:

y pues hemos de vencer

esta canalla enemiga,

todo este pueblo nos siga;

y no quieran inconstantes

perder amigos gigantes

por un sólo obispo hormiga.

Pero estas miserias de pasiones humanas tienen su contraste sublime.

No tardarán en morir miembros de la Compañía de Jesús, ilustrando aquellas regiones con su martirio y el apostolado con víctimas expiatorias de la Compañía de Jesús, como el P. Juan Romero, cofundador de la Provincia jesuítica del Paraguay, con el P. Mateo Fernández (22 de marzo de 1645); el P. Francisco Arias (1646); matados los unos, evangelizando a los Guirapores y predicando éste la buena nueva a los temibles Tetudos, como habían dejado anteriormente sus vidas en manos de otros salvajes los PP. Roque González (de Asunción), Rodríguez, Castillo, Espinoza, Cristóbal de Mendoza y otros (Henrión, 1c. 65-73; 564-584).

Parece que Dios aun en esta tierra no quería dejar impune la expulsión del Obispo, consentida o no resistida por los súbditos.

Había visibles plagas, muertes violentas de ciudadanos, especialmente de los cómplices y cooperantes en el destierro; pérdida de cosechas por falta de lluvia durante dos años, secándose las fuentes y parte de los ríos, muriendo muchas personas y ganado de hambre y sed, despoblándose las estancias y chacras, viniendo la gente a la ciudad en busca de recursos se habla de que sucedieron temblores y terremotos.

El precitado poeta refiere:

"Echan el señor Obispo

Maldijo la tierra; raro

portento por cierto fue!

pues que llegando el contacto

de la maldición a ella,

se puso como un esparto:

no dieron flores los valles

trebol no dieron los prados,

ostentándose de agosto

las cañas, y los tabacos;

las lomas no dieron rosas,

ni los sotos amarantos;

trigo, maíz y legumbres

todo se queda agostado".

El P. Francisco Burgués, Jesuita, en su informe al Rey (1708) refiere el suceso del destierro de Cárdenas de una manera muy superficial:

"Por orden del Gobernador D. Gregorio Hinestrosa vinieron 600 indios armados a Asunción, para resguardo de su persona y quietud: "Y el año 1645 repitieron el mismo socorro". Otro historiador Jesuita narra: "Temiendo el Gobernador Hinestrosa algún atropello de parte del Prelado y de sus parciales mandó aprestar y mantener en pie continuamente 600 guaraníes armados para imponer respeto, a quien se atreviese a intentar alguna revuelta".

Esta previsión de guerra de los indios, según lo dicho, duró dos años.

* * *

"En 1646 entró una gran porción de indios guaraníes en las tierras de guaycurús por mandato del Gobernador Hinestrosa, conducidos por el maestro de campo Sebastián de León" (Informe del P. Burgués, 1708).

Henrión, siempre afanoso para mostrar los perjuicios causados por Cárdenas, refiere este suceso de manera diversa (1. c. t. 2. pág. 572): "Los Guaycurús quieren expulsar a los españoles de Asunción. Pero las milicias de las Reducciones del Paraná, requeridas en buen tiempo, los destrozaron; y el Gobernador, quien había alejado a Bernardino de Cárdenas, no dejó de hacer observar, que, si el proyecto del Prelado respecto de las Reducciones se hubiese realizado, la Provincia hubiera quedado perdida sin remedio".

Tratándose de aquel calumnioso Obispo, no importan los anacronismos e inexactitudes, con tal que la pintura salga bien negra.

Ante planes tan perversos se le opuso el Gobernador Gregorio de Hinestrosa, hombre generoso, a quien el Obispo, para aterrarlo por algunos asuntos privados, señaló con la infamante nota del anatema, mandando que se abstuviese del trato con los demás.

Menoscabóse con esto su autoridad ante la plebe y el poder de los regios ministros; llegaron las cosas a tanto extremo, que el Obispo, usurpándose atribuciones, salió de la catedral a la plaza portando un estandarte, impeliendo al pueblo, so pena de excomunión, a que le siguiese a fin de apresar al Gobernador, quien, rodeado de soldados armados se hubiese defendido, si la plebe amonestada por algunos religiosos, y reflexionando mejor, no se hubiese negado oportunamente a dar auxilio al Prelado.

Frustrada también esta tentativa, viendo irrelizables sus planes de hacerse a un mismo tiempo gobernador y prelado, ideó en adelante toda clase de maquinaciones para unir en su persona ambos poderes, lo que (como se verá) al fin, con gran daño de la República.

Sobre la época siguiente hay mucha oscuridad en los relatos. Fr. Villalón nada dice en concreto. Charlevoix da a entender que el obispo se quedó en Yaguarón lo más del tiempo hasta fines de 1644. Pero con este último relato no concuerda con la relación latina que hace el P. Provincial Zurbana, y que creemos más poética que verídica.

Tomamos para tan severa crítica como base la fecha de la carta dirigida por Cárdenas de marzo de 1644 al Rey que más o menos en el año entrante podía llegar a manos reales, produciendo los buenos frutos que en ella pedía para su diócesis y para la Compañía.

Es absurdo suponer, repetimos, que abrigando el Obispo hostilidades y planes dañinos contra los PP. Jesuitas del Paraguay recomendase su vida apostólica y los benéficos efectos de su ministerio con resultados seguramente tan contraproducentes para él.

Consta, asimismo, por diversos documentos que el Obispo fue expulsado de Yaguarón adonde había ido, según Villalón, para continuar de nuevo la visita canónica, en los primeros días de noviembre de 1644.

En los seis o siete meses que a lo sumo quedan para la nueva estadía del Obispo en Asunción, reproducimos las cosas que escribe el P. Provincial Juan Bautista Ferrufino, que los Provinciales debían mandar en la relación latina al Superior General de la Compañía. La reproducimos enseguida traducida literalmente del latín, advirtiendo que el P. Provincial dice en ese escrito que las Cédulas Reales que hacían a Cárdenas obispo electo, le fueron entregadas en el año 1643. Como se observa, hay cierta confusión cronológica en el relato escrito sin que emita una palabra de excusa por las acciones del obispo.

"En aquel entonces todos los canónigos y eclesiásticos de alguna dignidad, previa mutua consulta, opinaron que sería en pro del bien público, si a un obispo consagrado, fuera del orden, sin letras pontificias y por ende de ellos ilegítimamente admitido y sin derecho a dignidad, se denegase la obediencia. Pero el Obispo, penetrando tal intención, encarceló, pretendiendo causas infames, a todos los canónigos, vejándolos largo tiempo, muchos en ese trance se vieron obligados a buscar salvación en la fuga, castigándose por miedo de males mayores con el destierro voluntario ocultándose en escondrijos.

Mientras esto sucedía, trasladóse el Obispo, con súbita resolución, de la ciudad a un pueblo de indios, no muy distante; aprestó armas, llamó a los sacerdotes jóvenes y a sus partidarios y divulgó el rumor de que dentro de poco se iría con esta comitiva a los nuevos pueblos, levantados por la Compañía, sobre las orillas del Paraná a hacer la visita según su oficio.

Tal fue la apariencia; por no pocas razones que con su tropa iría a sorprender al Gobernador y apresado este, a nuestro Colegio, entonces indefenso, expulsando a los Padres de la Provincia. Por lo cual el Gobernador, sin suficiente fuerza armada, con temor de su persona, con pena por la República, doliéndose de los futuros vejámenes y destieros de los buenos, de los triunfos de los malvados y de la opresión de óptimos religiosos, dirigió cartas a los caciques y a nuestros neófitos del Paraná, mandando en nombre del Rey que se eligiesen 600 indios bien armados, añadiendo la amenaza de castigar con pena capital a los desobedientes.

Nuestros Padres, jefes de los neófitos no sabían qué partido tomar en tan arriesgado asunto, porque, aconsejando la ida de los indios podían atribuir a su complicidad los malos sucesos o accidentes imprudentes. No yendo los naturales por el parecer de los Padres, se indignarían los ministros reales contra la Compañía y dirían que tanta era la dependencia de los indios, que aun en las calamidades de la República quedaban desoídos sus mandatos.

Por tanto, para que no tomase más recelo la calumnia que se atribuía a los misioneros del absoluto dominio sobre los neófitos, ni la inobediencia acarrease algún mal a los caciques exhortaron los Padres a la sujeción y a dar auxilio a la República.

Al venirse los neófitos hallaron diez leguas distante de la ciudad al Gobernador con sus amigos y tropa de españoles, quien mandando le siguiesen se dirigió directamente al ya citado pueblo de indios, morada actual del Obispo, al que, según se dice, habló así:

"Hasta ahora, ¡oh Obispo!, era la paz de la República mi único designio y empeño; pero ya experimenté varias veces que con vuestra presencia no puede haber quietud. Ruégoos insistentemente, pues que os sustraigáis de una vez por todas de los sediciosos, liberando esta Provincia seriamente expuesta a la ruina por vuestras artimañas. Haciendo esto, amaréis al Rey, la República y a vos mismo".

"Bien – respondió el Obispo – me iré; compareceré ante los inmediatos representantes del Rey en América, pero daré cuenta de vuestra persona y vuestras acciones públicas".

El Gobernador, fiándose de que el obispo sería fiel a la palabra dada de dejar la Provincia, regresó a la ciudad; pero el obispo, tomando una ruta más corta había llegado antes que él, fortificándose en el Convento de San Francisco, preparando armas, llamando a los partidarios, de modo que resultaron inútiles los planes concebidos.

Ocurriósele entonces al Gobernador preguntar a sabios, si la opinión que sostenía que un obispo, consagrado sin Bulas, no podía ocupar, ni retener la silla designada, era verídica.

Los Padres Mercedarios y Domínicos decían que sí, firmando un parecer, al cual también los nuestros, presionados, pusieron su firma.

En consecuencia rogó el Gobernador sacarlo de su escondite al Canónigo, que antes de la venida del obispo, sede vacante, había gobernado, que asumiese de nuevo su oficio sede vacante. ƒl la aceptó. El obispo, al ver esto dejó la ciudad y se embarcó en el río Paraguay hacia la pequeña ciudad de Corrientes, 60 leguas lejos de Asunción y fuera de la Provincia".

Hasta aquí el P. Provincial, cuyo relato continuaremos. Sirve de modelo de cómo se puede simular la verdad, no leyéndose entre renglones para convertirse el que ataca, daña y ofende, en víctima.

En medio de tantos relatos contradictorios es imposible fijar cuántos de los detalles aducidos corresponden a la verdad, especialmente cuando los defensores del Obispo no hacen mención ni en pro, ni en contra de los mismos. Sólo diremos que en el presente informe se nota el modo y la manera que corresponde a la innegable piedad y al celo del Ilmo. Sr. Cárdenas. No estaban todos los canónigos, como afirma el informe, al lado de sus enemigos. Tampoco corresponde el cuadro del Gobernador al histórico D. Gregorio de Hinestrosa, ni a la verdad del origen de la ruptura con los Padres de la Compañía del Paraguay conel Obispo, ni dice una palabra sobre el destino de los indios convocados contra el Obispo y sus parciales, etc., etc., razón por la cual dicho informe no puede ser fuente histórica auténtica como, según parece ha sido para Charlevoix y para otros.

* * *

Continuamos la interrumpida traducción de las "Cartas anuas" del R. P. Provincial Ferrufino:

"En Corrientes pasó el Obispo (Cárdenas) dos años enteros, escribiendo e hiriendo a la Compañía, procurando desacreditar su fama con escritos punzantes, con libelos y calumnias en manera tan enorme que parece no se pudiera excogitar algo más afrentoso y nefando.

Todo lo abominable, todo lo detestable, cometido dondequira por alguién, atribuía a los religiosos de la Compañía, publicando sus fábulas no solo entre el vulgo, sino también remitiéndolas a los dignatarios en los reinos vecino y remotos, sin otro fin que él de hacernos daño y de herirnos gravemente.

Llegó hasta tanto que con nombre prestado y falso hacía a la Compañía, autora de las calumnias forjadas por él; porque, haciendo interceptar un paquete de cartas enviadas, por un Religioso de su Orden, fingía como si algún Jesuita de Asunción, deplorara, escribiendo a otro de Córdoba, el estado de la Compañía, por haberse ésta deshonrado con sus crímenes y con sus afrentosas acciones, con las que únicamente el Obispo del Paraguay la había manchado.

La Compañía, por no verse perjudicada a sí misma, y otros con su silencio y connivencia, suplicó a la Audiencia de Charcas (en el Perú) y al Virrey mantuviesen una religión tan benemérita para la causa cristiana y la protegiesen contra las gravísimas injurias del Obispo del Paraguay. La Audiencia, concediendo la protección solicitada, llamó repetidas veces con provisiones al Prelado, pero habiéndose resistido éste, le privó de las asignaciones anuales que las cajas reales acostumbran dar a los obispos de las Indias.

Continuando su tenacidad, le quitó el llamado derecho del origen (jusnaturalisatio), y como si fuera un hombre extranjero, declaróle incapaz de pedir y obtener cualquiera dignidad".

ƒl, empero, persistió en su plan de conducta, hacíase cada día tanto más feroz, cuanto más fuerte veía la defensa de la Compañía. Así, al saber que dos de nosotros habían aportado una Provisión real de la audiencia, y que celebraban en su oratorio, no lejos de su casa, se dirigió precipitadamente allá, encendido en ira y, acompañado por sus clérigos, de la tropa, de sus criados y la plebe, mandó se pusiese fuego al oratorio; y tanto fue su furor, que el gobernador teniente de la ciudad, interponiendo la autoridad regia, apenas pudo refrenar.

No paró su furor en esto; principió incluso a encarnizarse contra la memoria de los muertos".

Para abreviar en algo esta relación, diremos que aquí alude el P. Provincial al R. P. Pedro Romero, celoso misionero, muerto por un hechicero de Itatí. Y al alabar el Padre sus virtudes del Religioso, considerado como mártir, sigue:

"El Obispo en cuestión osó sin embargo mancillar tanta gloria, llamando a nuestro héroe en escritos y palabras hereje, cismático, infame de costumbres, afirmando haber recibido dicha muerte en castigo por lo que le había hecho... Indignáronse de ellos los Inquisidores del S. Oficio, a pesar de vivir 1000 leguas distantes (en Lima), y despedazaron el respectivo escrito del obispo, prohibiendo a la vez, que nadie retuviese consigo esa peste de invectivas. De ese modo recayó la infamia sobre la cabeza de su autor, hirióse con su propia flecha de la envidia...

A pesar de tales procederes no le faltó al obispo ni el homenaje de los hombres, ni la reverencia del público; de este modo, le visitó en Corrientes Diego de Escobar Osorio, noble chileno, que iba como sucesor del Gobernador Gregorio de Hinestrosa al Paraguay. Aprovechando la ocasión, persuadió el prelado al incauto y poco circunspecto caballero, que no se opusiese a su deseado regreso a la sede episcopal; prometiéndole evitar en adelante pleitos, dejarse de las adversiones, amistarse con sus enemigos y conservar, en fin, la paz pública.

Sabía el nuevo gobernador que la Audiencia y el Virrey habían prohibido el regreso del Obispo; pero se portó con tanta disimulación como si en un asunto de tanta gravedad no quisiese mezclarse.

Toleró la venida del Obispo y expuso otra vez a la Provincia, ya quieta, sin reflexionar en la gravedad del asunto, a nuevos peligros".

Faltándonos documentos respecto de varias cosas que refiere el P. Provincial, no podemos comprobar directamente su falsedad. Pero podemos decir que lo que aquí se cuenta del Ilmo. Cárdenas no corresponde ni a su edad, ni a su estado ni a su comprobada vida religiosa, ni mucho menos es creíble que a un hombre de instintos tan bajos hubiese seguido la veneración y la fama de santidad hasta el fin de su larga vida, fama y reverencia que, como hemos visto, admitían aun sus adversarios. El P. Provincial no nos pinta, pues, al verdadero obispo Cárdenas. Quiere él un diocesano que no defienda su dignidad, su jurisdicción, que pase por alto los cánones, y, que a sus adversarios y cooperadores de su destierro muestre suma reverencia sin acusarlos de lo que de buena fe cree ser verdad.

El P. Provincial ama presentar a su Ilma. con los colores más negros, sin circunstancias atenuantes ni motivos buenos, y como veremos respecto de ciertos juramentos que le atribuye, como impio y vengativo. Manda este informe, falsísimo bajo diversos conceptos, a Roma, donde la Compañía tiene, bien merecidamente, vara alta ante la Sede apostólica y donde, como se puede creer, no sin fundamento, los tales informes no quedaban en el Colegio, sino que penetraban a instancias más altas, quejándose, en cambio, muy altamente de las iniquidades y calumnias del Prelado. ¿No es de admirar que con informes de esta clase y subsiguientes descréditos, hállase el Obispo tan poco amparo en las Audiencias, ante el Virrey, en Madrid y aun en Roma mismo hasta bien tarde?

Describe la conducta de los Padres del Paraguay como asaz moderada y la del Obispo como la de un malvado y generaliza los ataques de este a unos cuantos, como si fuesen dirigidas a toda la Compañía, como para querer obligarle a que tomase parte en aquella contienda.

Será oportuno recordar aquí lo que escribe fray Villalón en su "Discurso de la vida del Obispo del Paraguay: El Obispo profesaba ser todo de aquellos Padres Jesuitas hasta que ofendida la dignidad episcopal se volvió contra unos religiosos de la Compañía, sin que por esto le pareciera dar ofensa a ya tan acreditada religión, porque trataba de repeler la injuria que le hacían algunos de sus hijos, por fines e intereses particulares; pues, la ofensa solamente se la hará a esta ejemplar Compañía, quien en las culpas de algunos de sus hijos presumiere decir: tuvo parte la madre.

Volvamos ahora a nuestra tarea, refiriendo los pocos datos que pudimos colegir sobre la estadía del Ilmo. Cárdenas en Corrientes.


CAPÍTULO XI


DESTIERRO DE CÁRDENAS EN CORRIENTES

En el año 1644 Corrientes había visto llegar al desterrado Obispo de Asunción. Según parece sucedió la expulsión del Obispo por el mes de diciembre de 1644.

En la ciudad de Corrientes, mísera población entonces, tenían convento los PP. mercedarios y franciscanos.

Gobernaba a la ciudad un teniente, puesto por el Gobernador de Buenos Aires, amargándole no pocas veces los asaltos de indios bárbaros los goces del mando. Eclesiásticamente la pequeña ciudad pertenecía al Obispado del Río de la Plata. Cárdenas estuvo alojado en el convento franciscano, situado no muy lejos de las orillas del majestuoso Paraná. Ahí inicia luego, con aquel carácter enérgico que le distinguía, las gestiones en defensa de sus derechos violados y su dignidad ultrajada.

Desgraciadamente faltan al respecto, como sobre otros tantos acontecimientos de su vida frailuna y episcopal, noticias detalladas.

"El escritor concienzudo e imparcial trepida al atravesar ese laberinto, cruzado de documentos contradictorios de uno y otro partido, apócrifos unos, o falsos o adulterados otros, y los más o calumniosos o falsos, o exagerados, o de un origen vulgar y fabuloso, que tanto han servido al extravío de los historiadores, pero también los hay autógrafos, verídicos, legalizados, que resisten a toda prueba de la crítica más severa. Lo es también, que hay hechos culminantes, públicos y notorios, clamorosos y llevados y sentenciados en los legítimos tribunales" (1).

Nos atendremos, pues, en todo nuestro relato a lo más seguro o más probable.

Mientras en la población corrían comentarios sobre la expulsión del obispo, formándose una atmósfera de simpatías y admiración alrededor de la ilustre víctima "acudió el Obispo a la R. Audiencia de la Plata, y al Juez Metropolitano (D. García Martínez Cabezas) presentando las injusticias y violencias de que era objeto; y declaró la Real Audiencia en vista y revista, haber sido violenta y sacrílega la expulsión del Obispo, mandando y ordenando que volviese a su obispado, y que le obedeciesen todos como a tal, y saliese el Gobernador, bajo pena de 10.000 pesos, por haber sido violentas e injustas las acciones que hizo contra el Obispo, por las cuales estaba excomulgado y justamente declarado tal. Lo cual asimismo sentenció y mandó al Juez Metropolitano y de Apelaciones (D. García M. Cabezas)/: 18 de septiembre de 1646:/ a cuya sentencia dio auxilio la R. Audiencia" (2).

El Juez Metropolitano de Charcas delegó para la ejecución de su sentencia al P. Superior de la Provincia franciscana del Tucumán y Paraguay.

La sentencia de la R. Audiencia sembró terror y consternación en la fila de los perseguidores. Nuevos informes, denuncias y declaraciones fueron a Charcas. El Gobernador fue amenazado con la deposición, también los excomulgados y el Cabildo cismático, que se titulaba en Sede vacante. También los Jesuitas del Colegio, valiéndose de sus influencias, hicieron nuevas presentaciones. Se describían los males y la intranquilidad que se podía temer para la población con la vuelta del Obispo, puesto que éste ya antes había perturbado tanto la paz pública. Qué males nuevos tenían que temerse, viéndose sus partidarios de nuevo bajo su amparo, etc. Probablemente se halla entre aquella multitud de informes contra el diocesano desterrado, lo que refiere Cretineau Joly, si es que en este punto merece fe: "En 1644 intenta Cárdenas apoderarse en la Asunción de la casa de la Compañía de Jesús; mas D. Gregorio, el Gobernador del Paraguay, se opone a ello: entonces Bernardino publica un escrito aconsejando expulsar a los Jesuitas de todos sus establecimientos. Habla a los españoles, se dirige a sus intereses, despierta los antiguos odios que fomentaba siempre en sus corazones y acusa a los misioneros de ser los únicos apóstoles de la libertad de los indios. Ese escrito, salido de la pluma de un obispo y que halaga abiertamente la codicia de los europeos, debía hallar un eco funesto entre los españoles y en las misiones. D. Bernardino no se contentó con meras palabras. Los Jesuitas sostenidos por el Gobernador, apelaron en sus odios a la Audiencia Real de Charcas; el Clero secular y regular estaba en su favor, mas el Prelado tenía en el suyo las simpatías de la nobleza y del comercio, y fulmina un decreto de excomunión contra los padres y hasta condena a todos los cristianos que recurran a su ministerio. Deseaba expulsarlos de sus colonias y de su diócesis, y había tomado sus medidas conforme a sus deseos; mas, de repente D. Gregorio, poniéndose a la cabeza de seiscientos neófitos, dirigió contra Cárdenas una orden de destierro, apoderándose también de sus temporalidas. Este cede a la fuerza y se retira; pero sus partidarios, es decir, todos aquellos cuya esperanzas caían por el suelo con la emancipación de los indios, no se dieron por vencidos (3).

Aunque este relato contenga un anacronismo de cinco años, ignorando u ocultando unos y falsificando otros hechos, no hay sin embargo duda de que algunas de estas acusaciones desfiguradas fueron dirigidas a la Audiencia.

Esta, en vista de tantos informes e instancias principiaba a titubear, y dando, al menos en parte, crédito a las calumnias, y tal vez también para amparar las florecientes Misiones jesuíticas, cuya ruina se anunciaba, con el regreso del Obispo a Asunción, dio una nueva Provisión real, ya modificada, en que nuevamente ordenaba la restitución de la jurisdicción al Obispo, imponiéndole la hiciese gobernar, sin entrar él en el Paraguay, por un Provisor eclesiástico, obligándole a presentarse en persona ante la Real Audiencia para su defensa (18 de septiembre de 1646).

Los enemigos de Cárdenas, al ver este auto anticanónico sintieron hondamente no haber conseguido la destitución o declaración de la nulidad de jurisdicción del diocesano expulsado. Volvieron con nuevas demandas, pero no consiguieron más que una segunda Provisión de igual tenor. En vista de esta derrota resolvieron, con el Gobernador, observar silencio sobre esos autos, dejando a Cárdenas en completa ignorancia de los mismos.

Nada decían esos Autos sobre el llamado Cabildo en sede vacante, y nada sobre los PP. de la Compañía, quienes ya mantenían comunicación desde largo tiempo con la Audiencia de Charcas.

Hallamos en ello una prueba más de que el manso y generoso Obispo no había delatado a sus temibles ofensores con acusaciones formales.

Poco satisfecho con estos dos Autos, mandaron apuradamente a Lima, "donde, según Carrillo, tenían mucha mano, y con firmas forzadas contra el Obispo, obtuvo el Gobernador usando amenazas y extorsiones que algunos vecinos (4) del Paraguay (Hinestrosa) negociaran con el Virrey (D. Pedro de Toledo y Leiva, marqués de Mancera, 1639-1648) se reconsiderase la Provisión del 18 de setiembre de 1646, en la que la Real Audiencia había mandado se le restituyese al Obispo su obispado, y que cumplido esto se le mandase comparecer. Por más instancias que hicieron, no pudieron alcanzar sino que compareciese el Obispo (como nuevamente ordenó el Virrey) y se recogiesen las Provisiones, sin revocar ni prohibir el que gobernase su obispado (como lo mandó la Audiencia) ni aprobar la sede vacante cismática, porque de esto no habló cosa alguna la Provisión del Virrey".

Parece que también esta Provisión fue dada sin haber antes escuchado la defensa del Ilmo. Cárdenas.

Para tener más seguro el triunfo sobre Cárdenas, había que demostrar ante todo el mundo que no era obispo. No faltó quien se abocase a ello.

El P. Francisco de Contreras, Jesuita, antiguo misionero del Paraguay, célebre predicador, se encargó de esta tarea, publicando en Lima un "Informe jurídico" sin aprobación eclesiástica y sin nombre del impresor contra lo establecido por el Concilio de Trento (5).

En dicha obra que tuvo bastante publicidad y provocó las disputas de los teólogos, aludiendo a Cárdenas, trataba, según las pocas citas que pudimos recoger del Discuso tercero de Carrillo, sobre la invalidez de la consagración de un obispo electo, pero sin Bulas, y sobre la ilegitimidad de la posesión de un obispado, también sin Bulas. Afirmaba que la consagración sin Bulas era inválida o al menos dudosa. La obra mereció los aplausos del P. Oviedo, cuya aprobación trascribe Ant. Diana en su Resol. Moral (Part. 12, resol. 59), y de otros Padres, quienes erróneamente suponían que Cárdenas había tomado posesión del Obispado del Paraguay sin Bulas y contra lo dispuesto en la "Extravagante de Bonifacio VIII". Concluyó además el P. Contrera, que como Cárdenas había obrado al consagrarse solamente con opinión probable, no haciéndose consagrar por tres obispos, incurría en él en invalidez, pero que ésta no afectaba respecto a los que recibieron el sacramento del bautismo, orden sacerdotal o episcopal, por los grandes daños e inconvenientes que pueden seguirse de su invalidación, con la amonestación, sin embargo aconsejó de que Cárdenas retirase no sólo su consagración bajo de condición, sino también los sacramentos administrados como Obispo. Consecuencia de este consejo, a quien en parte adhirió también el Obispo Villaroel (Gobierno ecles. y pacífico, par. 1. art. 9, no 50) hubiera sido: una nueva ordenación de los que habían recibido el sacerdocio del Ilmo. Cárdenas; la repetición de las confesiones hechas al mismo y no pocos escándalos y horrores entre los eclesiásticos y fieles del Paraguay. Puede calcularse la dolorosa impresión en el ánimo del afligido obispo. No se le dejaba tranquila y pacífica posesión de las temporalidades de su dignidad, se digirieron dardos más fuertes aún contra la quietud de su ánimo y seguridad de su conciencia, haciendo comprender a sus diocesanos, que su consagración no era válida y era dudosa su autoridad.

* * *

El Cabildo de Asunción se había formado con los prebendados Fernando Sánchez del Valle y Diego Ponce de León. Cabeza de los dos fue como Provisor Francisco C. Bazán, quien, quizá por haber tenido conocimiento de las referidas sentencias, o por motivos más loables, se declaró de repente contra los perseguidores del Obispo, excomulgándolos como cismáticos, sacrílegos, causando nuevos disturbios y confusiones en la ciudad.

Estaba entonces en Asunción de Rector del Colegio San Ignacio, el P. Laureano Sobrino.

Dejemos por un momento los asuntos del Paraguay y Charcas, y veamos el efecto de las gestiones de Cárdenas ante la Corte de Madrid.

Portador de la demanda de justicia ante el Rey fue aquel admirable hermano lego fray Juan de San Diego Villalón, procurador de la Provincia franciscana del Tucumán, tan amante de las virtudes y glorias de Cárdenas, amigo fidelísimo, a quien años más tarde veremos de nuevo gestionando en Madrid y Roma, obteniendo nuevas justificaciones para la fama del calumniado Obispo del Paraguay, padeciendo grandísimos trabajos por su causa.

Amistad tan grande y heroica habla muy alto, no solamente en favor de ese Hermano, sino también de Mons. Cárdenas.

Informó fray Juan al Real Consejo de los sucesos ocurridos, apoyándolos en documentos, presentándose también varias veces en busca de amparo ante Felipe IV (1646) (6).

Las reclamaciones del Obispo parecían justísimas; por otra parte, sin tener empero una prueba evidente, debemos suponer, que los Jesuitas del Paraguay, sabiendo la comisión de fray Juan, no hayan procurado resistir a los golpes que podían sobrevenir. Ni es creíble tampoco que los miembros de la Compañía en la Corte, aunque no bien informados de los sucesos del lejano Paraguay, hayan dejado sin amparo a aquellas Misiones que pedían auxilio, tratándose de la gloria de su corporación. "Todo – dice Cretineau Joly, L. c. págs. 62 y 69 – sonreía, durante el reinado de Felipe IV, al Instituto de San Ignacio en la península, tanto que en el espacio de más de 30 años apenas se logró descubrir una nube en su horizonte siempre sereno". Sólo los trabajos de algunos Padres portugueses en favor de los Braganzas, al separarse Portugal de España (1640) habían interrumpido la apacible confianza del rey, por cuanto fueron Jesuitas los primeros embajadores del nuevo rey portugués D. Juan IV (1646) (6).

Los PP. Francisco Díaz Taño y Ruiz de Montoya, dos glorias de las Misiones del Paraguay, de esta "Posesión de Dios", habían venido pocos años atrás a Europa, ponderando justamente los éxitos obtenidos y las esperanzas de un gran porvenir. El uno debía exponer al Papa y al P. General de la Compañía los progresos y las necesidades de la religión en el Paraguay; el otro llevaba el encargo de solicitar del Rey de España y del Consejo de Indias poderosos auxilios. El P. Díaz Taño regresó de Roma (1640 (7) al Paraguay con nuevos apoyos. A su vez, las gestiones de Montoya habían sido igualmente venturosas en Madrid (8).

Los PP. del Paraguay tenían pues, amigos y conocidos en la Corte, la fama de sus Misiones, declaradas tal vez en peligro, mientras el Obispo, el humilde fraile antes y criollo, sin relaciones personales en Madrid, teniendo enfrente el incontestable ascendiente de la Compañía, quedaba solo con la justicia de su causa, pero no del todo probada.

Felipe IV, recurriendo de nuevo al sistema ya tantas veces criticada por la Santa Sede, propuso el traslado de fray Cárdenas a la Silla de Popayán (1647), vacante por la traslación de D. fray Francisco de la Serna a La Paz, (1645). Con ello quiso resolver el pleito pendiente (9).

Al tener conocimiento de esta decisión real, regresó fray Juan. Pero Cárdenas, considerando que la tal mudanza o promoción, sin fallo en su favor, significaba una victoria para sus enemigos, declinó la promoción, alegando su avanzada edad de 70 años y desoyendo los amables consejos del Obispo Gaspar de Villarroel, Obispo de Santiago de Chile (1637-1651), quien le recomendó lo aceptara.

Por ese tiempo cambiaban las cosas del Paraguay. Hinestrosa fue reemplazado por nombramiento real en el gobierno por D. Diego de Escobar.

A fines de 1646 acabó Gregorio de Hinestrosa su ruidoso gobierno. Sucedióle otro chileno, el maese de campo D. Diego de Escobar Osorio, casado con Da. Magdalena de Villagrán, noble chilena, que, según Lozano (III. 320) fue en gran parte culpable en los desaciertos del gobierno de su consorte, a ruegos de ella, aceptó que volviese el Sr. Cárdenas a la Asunción. Murió a los dos años, el 26 de febrero del año 1649 "siempre tan insensible a todo durante su gobierno como si estuviera sepultado en profundo letargo" (10).

Estuvo de Provisor intruso (por la muerte de Cristóbal Sánchez) el tesorero Diego Ponce, quien con el Prebendado Fernando Sánchez del Valle formaba "el Cabildo" (rebelde).

Al pasar el nuevo Gobernador por Corrientes (1647) encontró a Cárdenas, y besando la mano a su Ilma., le manifestó su pesar por tantos trabajos, prometiéndole apoyo y compostura, y que él iba adelante para disponer lo tratado. Tenía, según Cretineau Joly, orden expresa de oponerse a toda hostilidad contra los Jesuitas.

Siendo así, muy prevenidos hubieran andado los Padres.

Al llegar Osorio a Asunción manifestó que pronto vendría el Obispo Cárdenas. Con ello creó un gran revuelo de gozo para unos, dejando mustios y cavilosos a los otros.

Cuéntase, que los émulos del Obispo, tal vez de acuerdo con el Gobernador cesante, mandaban indios para impedir el progreso del diocesano.

Llegó por fin el nuevo Gobernador del Paraguay a la Provincia del Río de la Plata.

"... y encontrando

a el Obispo en las Corrientes

le vino a besar la mano,

manifestando sentía

sus trabajos, y jurando de

procurar componerlos

a fe de noble e hidalgo

y que él se iría adelante

a disponer lo tratado".

Súpose sin duda en Asunción la conversación habida entre el Obispo y el Gobernador.

El poeta anónimo da a entender que el temor de que volviese el Obispo movió a los PP. Jesuitas a enviar indios en balsas para atajar el regreso del Ilmo. Cárdenas, pero que los habitantes de la ciudad de Corrientes, apoyando al Obispo, intervinieron repeliendo a los agresores.

Creemos que tan sólo se trata de una licencia poética y no de un suceso verídico.

Llegó el nuevo Gobernador a Asunción y fue recibido con las ceremonias del caso.

Al día siguiente contó, que los PP. le habían dado carta del Virrey, fechada en Lima (1 de julio de 1646) en la que le ordenaba enviase presos a Lima a diversos vecinos "los más culpados y por asistir a rostro descubierto a toda las acciones y revueltas del Sr. Obispo, tan en deservicio de Dios". Eran éstos: Cristóbal Ramírez, Tomás de Arresteguita, Luis de Amaras, fray Antonio Nieto (apóstata de más de 20 años, amancebado públicamente y con hijos, confesor y consejero principal del Obispo, según la causa) y Diego Hernández, el portugués.

Ordenaba el virrey que fuesen encaminados de dos en dos hacia el Perú, imponiéndoles penas gravísimas si se dirigiesen a otras partes.

Exhortó al mismo tiempo al Goberandor apaciguar los efectos de la condición del Sr. Obispo del Paraguay, tan empeñado con la religión, de modo que hoy es uno de los pilares que tiene la iglesia de Dios (Pastells: Tom. III pág. 114).

La citada colección (t. 2 págs. 20-21) trae un curioso poema de un anónimo, quien abarcando los hechos principales de Cárdenas desde 1640 hasta mayo 1649), se muestra enemigo de los PP. Jesuitas (llamados por él Teatinos), contiene varias inexactitudes y por ende el "poeta" no merece entero crédito. Refiere el "poeta" el episodio aludido y la entrada de Cárdenas en Asunción del modo siguiente:

"Determina, que a buscarlo

vayan seis balsas de indios

cuando un paraninfo humano

le avisa, de que los Padres

lo vienen con paso largo

picando la retaguardia.

y así, dejando su hato,

de la casa de Francisco

hizo Mecenas y amparo.

......................


Fue aqueste día de juicio,

unos que salga mano dando

el Obispo, otros que no:

las mujeres como Trasgos,

por la ciudad discurrían

con valor, y esfuerzo tanto,

de quinientas en quinientas,

que daba pavor y espanto.

........................

ver con su trabajo

a estas honradas señoras

prometer favor y amparo

al Obispo conmovidas

de copos de algodón blanco.

Nombran su Procuradora

para que vaya al Juzgado

de Chuquisaca: ¿quién vio

finezas, ni valor tanto?

....................

Con esto se aquieta un poco

la ciudad, que era un troyano

incendio, el que en ella había

sin los fuegos, ni los rayos...".


Notas:

(1) Gual, 1. c. pág. 50

(2) Colección 1. c. pág. 24; Carrillo: discurso primero; Gual 1. c. pág. 51.

(3) L. c. T. III. págs. 42 y 43. Esto dice el mismo autor, quien en la pág. 48 de la obra citada escribe: "Pero sin dejarnos preocupar por las afecciones o los odios de que era a un mismo tiempo objeto la Compañía de Jesús, creemos que la historia debe buscar la verdad en todas partes".

Siendo la vida de Mons. Cárdenas y la biografía presente con sus citas pruebas suficientes de la falsedad de las aserciones de arriba, no entramos en refutaciones detalladas. Sólo preguntamos ¿en qué documento fehaciente, en qué decisión jurídica puede fundar el referido autor, aquellos deseos, aquellos atentados, ese escrito tan favorable a la codicia española, y esas medidas tomadas en 1644 por Mons. Cárdenas (tan amante de la pobreza y de los pobres, especialmente de los indios) contra los PP. Jesuitas y sus Reducciones? ¿No fueron, según el mismo escritor, D. Gregorio, el audaz violador de la inmunidad eclesiástica, el despreciador de la excomunión, pero amigo de los Jesuitas paraguayos, y los neófitos de las Misiones de éstos, los primeros en apoderarse del Prelado, desterrándole? ¿Por qué, si tan buena era la causa, que se sostenía contra el Obispo, se procedía a acciones tan ultrajantes para la dignidad espiscopal? ¿ Por qué se desfiguraban los sucesos, aplaudiéndolos, en vez de buscar antes la poderosa Provincia Jesuítica del Paraguay ante los tribunales de Charcas, Lima, Madrid y Roma un amparo para su causa y para sus pretendidos derechos?

(4) A estas firmas alude Fr. Arteaga (Colección, t. 2. pág. 61): El año de 1647 trajeron una información del Paraguay, en que declaraban 20 testigos la fuerza que se les hizo en firmar sus falsedades, y oí exclamaciones de otros que fueron forzados".

(5) El P. Francisco de Contreras nació en Chuquisaca 1577 y murió en Lima 1654. Parece haber sido conocido personal del P. Cárdenas, haciendo como éste y por los mismos años sus estudios en Lima. Título completo de la obra del P. Contreras: "Información sobre que los que son elegidos para Obispo no pueden ser consagrados sin haber recibido las bulas de Su Santidad".

(6) Así se colige de la primera página de los discursos del Lic. Carrillo presentado por el Hermano al Rey.

(7) La fecha 1648, indicada por Cretineau Joly (1. c. pág. 44) no es exacta.

(8) Cretineau-Joly 1 c. t. 3. pág. 73.

(9) Henrión, t. 2. pág. 573.

(10) Lozano: 1. c. Casi todo lo que aquí relatamos es tomado del Memorial y Defensorio de fray Bernardo de Cárdenas por fray Villalón (Col. Gl. T. I, págs. 22-38) y de los "Discursos jurídicos del Lic. Carrillo (Col. Tom. II) y manuscritos del Archivo Nacional de Sucre.

 

 

CAPÍTULO XII


El retorno de Mons. Cárdenas a Asunción.

El Gobierno de D. Diego de Escobar Osorio

En vista de estas sentencias (1), que en nada influyeron en el ánimo del fiero Hinestrosa, resolvió el Obispo, después de larga e inútil espera, su regreso a Asunción; acompañábale el Padre Guardián del convento de San Francisco de Corrientes, y probablemente algunos de los clérigos expulsados, envueltos en la triste suerte de su prelado.

Al acercarse con su embarcación al paraje, llamado Angostura (siete leguas de la ciudad), supo por unos indios pescadores y donde las balsas cruzaban fácilmente de banda a banda, que el gobernador Hinestrosa se hallaba cerca, en la orilla izquierda y en la parte más estrecha del río Paraguay, había levantado algunas primitivas fortificaciones para impedir el regreso del Obispo, temiendo viniese con gente armada.

Aquel fuerte provisorio custodiaban, desde algún tiempo, indios de las reducciones del Paraná y Uruguay, armados de mosquetes y arcabuces.

No faltaba pretexto para aquella resistencia. Fray Pedro Nolasco, superior de la Merced en Corrientes, había escrito una carta al Padre Rector del Colegio previniéndole estuviese alerta, porque el obispo vendría con muchos portugueses para expelerles de Asunción.

Hinestrosa, fuera de querer evitar desagradables sorpresas de parte del Obispo, temía la intervención de la Real Audiencia. Quería, además, con esos aparatos bélicos asustar a los emisarios de la Real Audiencia, como en efecto ya lo había conseguido.

El Gobernador con unos 14 ó 15 partidarios suyos, acechaba al Obispo en el "fuerte".

Su Ilma. al saber tal nueva se detuvo, y escribiendo una carta modesta la despachó en una canoa con el Padre Guardián.

Dióle éste la carta al Gobernador, añadiendo que el Obispo venía con autos del Juez Metropolitano, auxiliado por la Real Audiencia, que venía con intenciones pacíficas, queriendo absolver a los excomulgados y bendecir los campos estériles.

De mal talante estaba D. Gregorio. Todo descompuesto, rompió la carta sin leerla, en pedazos, pisándolos y dirigiéndose ceñudo al mensajero le dijo: "¿Pensáis vos que ha de pasar ese fraile intruso, excomulgado, en la ciudad? Pues, os engañáis; que no ha de pasar, ni le voy a dejar entrar en la ciudad".

Más atónito quedó aún el P. Guardián al oir de la boca del Gobernador, sin otras palabras: "Bien, os podéis ir".

"Y dando voces a los ayudantes les mandó fuesen donde estaba la embarcación del fraile intruso y dijesen a los indios bogadores, que si llegaban donde él estaba, los había de ahorcar de los árboles".

Admirado por el número de gente en el fuerte y por los bruscos términos usados por el Gobernador, volvió el P. Guardián donde estaba el obispo.

Hallóle con su balsa en medio del río; pues los ayudantes, llegando por tierra antes que el P. Guardián, habían gritado desde la orilla a los bogadores el mensaje de Hinestrosa, optando los indios inmediatamente por el partido más prudente, que era alejarse.

Informado el Obispo de lo sucedido, quiso desembarcar y entrar por los bosques en su obispado.

Mas, los asustados indios, sordos a los ruegos del Obispo, no quisieron llegar a tierra bogando con toda diligencia río abajo.

Devolvieron, pues, al Obispo a Corrientes con admiración del pueblo.

Una vez en Corrientes regresó el Obispo a la pobre sacristía del Convento franciscano, donde se había alojado para estar más cerca del Smo. Sacramento, sufriendo necesidades y pobreza, pues, durante su estadía en aquella ciudad, la caja real, a pesar de sus instancias, le había enviado de los pagos devengados tan sólo 2.600 ps. y a cuantos pretendían traerle de su obispado eran estorbados por sus enemigos (2).

Entretanto, se establecieron los dos Prebendados en el mismo Colegio de la Compañía de Jesús, donde hicieron de la iglesia la catedral interina, titulándose "Noble Deán y Cabildo Sede vacanteÉ" (Sept. a oct.de 1647), dando así una prueba evidente y palpable de la complicidad de los mismos en la guerra implacable contra el Obispo y del fomento continuo del cisma en oposición a su autoridad.

Al amonestar el P. Juez Comisario al P. Rector, de que, so pena de entredicho desistiesen de las injurias y desacatos, que estaban continuando contra el Obispo, contestó este, fiado en el privilegio papal de exención, que no conocía al tal Metropolitano; respuesta que causó la indignación y fue constatada por Notario público ante testigos, mandándose el atestado al Consejo de Indias, Audiencia Real y Juzgado Metropolitano, sin que tuviese el debido resultado.

La iglesia del colegio fue, por consiguiente, declarada en entredicho por el P. Provincial, Juez Comisario.

Con poco efecto, que se seguían tocando las campanas del templo de la Compañía, el titulado Cabildo seguía rezando las horas canónicas, casaba, enterraba, absolvía a los excomulgados por el Obispo, y cantaba Misas solemnes, juntándose en el Colegio otros émulos del Prelado, para prevenir cualquier sorpresa de parte del enérgico obispo (3).

Todas estas circunstancias, más el desprecio de los Autos de la Audiencia prueban que el poder de los adversarios era francamente temible.

"Veinte y dos días estuvo esperando el Sr. Obispo la reducción de los dos Prebendados sin ir a su catedral, aguardando a que se la restituyese; y viendo que no lo hacían, entró una mañana con cuatro clérigos en ella, y enterada la gente de que estaba en la ciudad, se llenó la iglesia de gente y, como lo había hecho desde el primer día, con sus santos sacrificios y rogativas.

Pero durante esos 22 días no estaban ociosos los contrarios. Insistían con pertinacia ante el Gobernador Escobar que se cumpliesen las mencionadas providencias de la R. Audiencia, desacatadas por ellos mismos, y que el Obispo debería vivir fuera del Paraguay, que debería comparecer en Charcas y que, de consiguiente, era necesario su destierro nuevamente.

Como ya dijimos, la Provisión le fue notificada al Ilmo Cárdenas ya en Corrientes.

Volvieron a intimarle los Padres que cumpliese las providencias de la Audiencia, a lo que se resistió el Obispo, alegando que debía reconocer primero su jurisdicción y que, por tanto, dicha Provisión no obligaba y que no podía dejar a su iglesia en cisma y confusión; que, por otra parte, no era él el desobediente, sino la Compañía, que no admitía su jurisdicción.

Fue entonces el P. Cristóbal de Grijalba al Gobernador, exigiendo se aplicasen al Obispo las penas impuestas en aquella Provisión. Al saberse esta gestión, alborotóse inmediatamente la ciudad, y según refieren los PP., el Prelado, con sus clérigos y seglares españoles, indios, negros y mulatos, armados con garrotes y palas de bogar, salieron en persecución del infeliz P. Grijalba, quien a duras penas se refugió en la ermita (capilla) de S. Sebastián. Siguióle, según las mismas fuentes, el Obispo con la gente y tumulto de su séquito, mandando pegasen fuego para hacer salir al Padre. Y lo hubieran hecho, si no hubiese llegado alguna autoridad estorbando el cerco y libertando al arrestado.

No podemos menos de notar que en estos relatos se repiten varias cosas, que hubiesen sucedido, por culpa del Obispo, ocasionando graves desgracias y crímenes... pero siempre llega en hora oportuna alguna autoridad salvadora, como en el caso narrado, vigilancia que en tiempos más de progreso, según fama, no tienen muchísimas policias.

¿No hubo algún abultamiento en estos dramas para hacer más culpable la defensa que el Obispo hacía de sus derechos?

Sea lo que fuere: las quejas de los PP. de la Compañía provocaron una nueva Provisión (la cuarta) de la Real Audiencia, otorgada el 29 de mayo de 1647, ordenando la ejecución de la comparecencia del Obispo dentro de 20 días so pena de extrañamiento y ocupación de temporalidades, es decir ya agravando las penas.

Dada la cuarta provisión por la Real Audiencia sobre la comparecencia, pidió D. Antonio González del Pinto en La Plata, en 31 de mayo de 1647, en nombre de la Compañía de Jesús, que le fuese notificado al obispo por uno de los Gobernadores del Paraguay o Buenos Aires, a fin de que fuese efectivo su cumplimiento.

A 8 de junio del mismo año dio la Audiencia un acuerdo en este sentido.

El resultado del acuerdo parece fue el envío del hijo del Gobernador a Chuquisaca, tan sólo en el mes de marzo del año siguiente (1648) se hicieron en Asunción gestiones serias para cumplir dicho acuerdo. El 17 de marzo de 1648 mandó el Gobernador al capitán Melchor Casco de Mendoza, alcalde ordinario, que intimase a D. Diego Ponce de León, tesorero de la catedral y al canónigo Fernando Sánchez del Valle, retraídos, como dijimos en el Colegio de la Compañía, un exhortatorio del Gobernador para que dentro de tres días restituyesen a la catedral una custodia, ornamentos, misales y otras cosas que tenían en su poder y diesen obediencia al Obispo, y dejasen de tocar las campanas y celebrar los oficios divinos en forma de catedral; se dio también exhortatorio al P. Rector Laureano Sobrino para que dentro de 30 días mandase que los religiosos doctrinantes a aquel gobierno fuesen a establecerse en sus curatos conforme al Real Patronazgo y otras Cédulas Reales.

Al golpe asestado correspondían los dos canónigos con otro en el mismo día. Contestaron con dos Provisiones, una del Virrey y otra de la Real Audiencia, intimándolas de palabra y después con exhortatorio en escrito, firmado por ellos en el Colegio y entregado al alcalde D. Melchor Casco, al Gobernador, al Teniente General Capitán Diego de Yegros, al Cabildo, Justicia y Regimiento para que compareciese el Sr. Obispo Cárdenas ante la Audiencia. Se ve que querían la humillación del Obispo a todo trance.

Leyó el alcalde la notificación el 28 de marzo de 1647, estando reunido el Cabildo de Asunción, después de lo cual el Teniente General Yegros, en nombre de todo el Cabildo dio el obedecimiento, suplicando que se ejecutara, dando su respuesta el 30 de marzo, de ello dio testimonio el citado Alcalde el 5 de abril de 1648.

Por mandato del Gobernador Escobar notifica el mismo Alcalde Mendoza dicha Provisión al Obispo a 20 de agosto del mismo año, firmando en Asunción el Obispo como el Alcalde en la respuesta dada.

Se sintió muy agraviado Su Ilma. por no haberse obedecido al exhortatorio ni habérsele devuelto aún la jurisdicción sobre los desobedientes canónigos y sus secuaces, condición que siempre mantenía, pero se manifestó pronto para la comparecencia, a ese efecto hizo leer, pocos días después, a 23 de agosto una respuesta intra missarum solemnia en la iglesia catedral por Bartolomé de Vega, su Secretario, citando en su contenido a todos los cómplices y autores del cisma en forma de derecho (4).

El resultado fue que se aumentaba la adhesión al perseguido Prelado, no sintiéndose seguros los dos canónigos ni su nuevo socio el deán Peralta (5).

El Gobernador era en el fondo hombre bueno, adicto a los franciscanos, pero débil, inconstante y ante todo temeroso de la pérdida de su puesto.

A estas gestiones no estaban ajenos los PP. del Colegio de San Ignacio, como también a esta resistencia casi increíble, sin reparar en los escándalos dados que fomentaran un cisma tan perjudicial, tiene su explicación en el concepto errado, ya bastante publicitado que no medía las fatales consecuencias ni reconocía incompetencia propia, de juzgar que la consagración del Ilmo. Cárdenas fuese nula, o al menos dudosa, o que aun siendo válida, no era legítima la posesión del Obispado en el Paraguay.

Entretanto, D. Diego de Escobar se estaba inclinando a los pareceres, promesas y amenazas ocultas de los enemigos del diocesano.

En este estado de ánimo le aportaron estos la noticia de la entrada del Obispo en la catedral. Airado vino a la iglesia, ordenando que se despejase la gente, y que también se saliese el Obispo, quien, comprendiendo la trama y el nuevo peligro, de ninguna manera quiso hacerle frente. Viendo el Gobernador el alboroto de la gente reunida en la plaza y oyendo sus gritos contra los que fomentaban aquellas inquietudes, manifestando que si de nuevo les quitaran el Obispo con engaños y tiranías, lo habían de defender. Temiendo alguna resolución desesperada del pueblo, colocó soldados a las puertas cerradas de la catedral. El cerco no era del agrado de los soldados y, por esto, al pasar alguno de los enemigos conocidos del aprisionado Prelado, los silbaban, "impidiendo a los fieles que acudan a dicha iglesia". Dispuesto estaba éste a recogerse, tratándose como excomulgado, pero no faltaban, quienes querían curarle de este escrúpulo".

Los PP. del Colegio compusieron un "parecer", diciendo que dicha excomunión no valía, y que podía seguir con el cerco para realizar el destierro de Cárdenas "por la paz y bien común". Firmaban: el P. Rector, Laureano Sobrino, los PP. Diego de Boroa, Antonio Manquiano, Angelo Magistres, Manuel Bertol, y el ciego Bernardino Tolo, por quien, ante testigo, éste suscribió (6).

Añade Carrillo (Discurso primero): "para que no temiese las penas pecuniarias impuestas por Audiencia Real y Juez Metropolitano, dando seguridad de pagárselas a los que firmaban el parecer".

Ya al entrar el Obispo en la ciudad le habían notificado las dos Provisiones de la Audiencia, pero éste había respondido: que no podía haber rebeldía, donde no había habido noticia ni notificación; pero que estaba dispuesto a obedecer a la R. Audiencia, compareciendo, con tal, que se diese antes cumplimiento a la primera parte del Auto, restituyéndole la libre jurisdicción sobre su obispado, pero, por muchas exhortaciones que hizo por escrito, no quiso éste, en vista de la oposición poderosa de los émulos del Prelado. Pero tampoco quiso verificar el Gobernador el pedido destierro, alegando, que esas Provisiones eran ganadas con siniestra relación, y que por las mismas leyes de Indias quedaba responsable por la ejecución de tales Provisiones o Cédulas dadas "contra derecho y en perjuicio de Partes", que siendo injustas "se presume que son fuera del intento del Príncipe". Decía que para él había llegado el caso de decir: "se obedece, pero no se cumple". Y luego mandó a su hijo a Chuquisaca, pidiendo instrucciones a la Audiencia, alegando "que él no veía otro modo, sino era sacar arrastrando al Obispo de su iglesia".

Nuevas dádivas, nuevos engaños estrecharon al Gobernador y éste aumentó el número de los soldados, colocando 50 en cada una de las tres puertas de la catedral "con pena de la vida, que no le dejasen hablar con alguna persona, ni le entregasen comida, y se clavaron los cerrojos de las puertas por fuera".

Se quería a todo trance la rendición del Obispo, sin violación del asilo sagrado, o la muerte del mismo por hambre. Este último método parecía el más expedito y muy justificable. Los adversarios del Obispo reaccionaron: Cárdenas, por haber vuelto al Paraguay, había incurrido en las penas señaladas por la Audiencia: extrañamiento del reino y privación de las temporalidades de su episcopado. Luego debería de jure estar ausente de Asunción, in corpore sin sustento en su diócesis.

Un día se presentaron con un escrito al Sr. Gobernador y Capitán General los cuatro Procuradores Generales de Asunción y de las Provincias y Gobernación del Paraguay, los Capitanes Melchor Casco de Mendoza, Juan de Acursa, Cristóbal Ramírez Fuenleal, y el alférez García Vanegas de Guzmán, para que se dignara formar una "sumaria información" de los vecinos más nobles, ancianos y virtuosos de la ciudad" a fin de que declarasen jurídicamente la verdad y deshicieran las falsedades y calumnias, que personas de poco temor de Dios han opuesto al Sr. Obispo, el Rmo. D. fray Bernardino de Cárdenas, y hecha se mande a la Real Audiencia de la Plata y al Virrey". "Parece, prosiguen los Procuradores, que han presentado ante el dicho Sr. Virrey y Real Audiencia de la Plata escritos e informaciones y certificaciones todas calumniosas y siniestras, y que carecen del hecho de la verdad, alegando que dicho señor Obispo es causador de disturbios y pleitos e inquietudes y que está apoderado de la Provincia... Por lo contrario los acusadores y levantadores de dichas calumnias son los causadores u obradores de dichos pleitos e inquietudes, fomentando, apoyando y defendiendo los delitos y temeridades cometidas y ejecutadas por D. Gregorio de Hinestrosa, antecesor de V. S. en el Gobierno, y diez y seis o veinte vecinos". Admitiendo el Gobernador la solicitud instituyó Juez y dio sus veces a D. Diego de Yegros, Teniente General y Justicia Mayor, nombrando de testigos, por falta de escribano público, a D. Pedro Sánchez de Vera y a D. Gabriel Hernández de Luján.

Se inició la "Sumaria información" el 21 de noviembre de 1647, compareciendo, bajo juramento, diez testigos de los vecinos más notables, probos e imparciales de la ciudad. El estrecho espacio de este escrito no permite referir las largas respuestas a los 13 artículos del interrogatorio. Nos contentaremos con escribir algunos extractos.

El primer testigo fue el Capitán Alonso de Rojas Aranda. "Dijo que, después que el dicho señor obispo entró en este obispado lo ha conocido, tratado y comunicado, y que no sabe ni ha entendido que haya sido la causa de disturbios ni pleitos, ni inquietudes; antes es tan manso tan apacible, tan benigno, que atrae a sí todo género de gentes, y que sabe no ha hecho causa a ningún vecino secular ni sacerdote. Y que sabe este testigo, que luego que llegó a este su obispado, hizo visita en esta ciudad de reformación de costumbres, y que no dio sentencia a persona; y que el modo que tuvo de reprender, fue escribiendo una carta lo que resultó de la visita, y cerrándola y sellándola, sobrescribiendo en ella el nombre del culpado, se la enviaba con un niño, instruyéndole se la diese en su propia mano. Y que por este medio tan secreto y tan suave quitó muchos pecados de escándalo y se hizo amable. Y que sabe, porque lo ha visto y entendido, no ha hecho causa, ni excomulgación a otrasÉ (*) É haciendo sus fiestas con música, pagadas a su costa, y no cartearse con los portugueses... y éste depone".

Dijo este testigo a la cuarta pregunta, que sabe, porque lo ha visto y ve cada día, que dicho señor obispo es amadísimo de todos sus súbditos, españoles, hombres y mujeres, indios e indias, negros y negras, mulatos y mulatas, por la mucha caridad que con todos tiene en sus enfermedades, miserias y trabajos; por el amor con que los consuela en ellos; por la continua enseñanza que les da sin cansarse, confesando personalmente todos los días a cuantos quieren confesarse con él; administrando personalmente todos los sacramentos a cuantos se lo piden, con tanto amor y llaneza, que parece en esto un clérigo particular; y es en tanta manera, que si saliese el dicho señor obispo de este su obispado, se despoblarían estas Provincias en su seguimiento, porque lo tienen por varón justo, y derechamente apóstol, como se echa de ver". Los demás artículos, con relación al respecto y obediencia a las leyes y autoridades civiles del Reino y real patronazgo absuelve este testigo de la manera más favorable al Sr. Obispo.

Las contestaciones juradas del segundo testigo, D. Sebastián de Escobar, y de los otros ocho, en nada discrepan. "Por muchas causas, dicen, toda esta Provincia ama al señor obispo Cárdenas; por su doctrina, que es angélico por su llaneza, por el amor y caridad que a todos tiene, por las limosnas que hace a los pobres, que da cuanto tiene y cuanto le dan los ricos. Y consta, que en un año de hambre y carestía le vieron repartir una casa que tenía llena de comida, todo por amor de Dios. Se le ve visitar a los enfermos, enterrar a los difuntos, acompañar al Smo. Sacramento cuando se lleva a los enfermos, y a los que mueren les dice una misa a veces de Pontificial, sin interés ninguno", etc.

¡Qué humillante figura hacen en frente de este varón de tales testimonios, las autoridades que a tan virtuoso Prelado negaron la debida protección, y los adversarios que, sin temor de Dios y de los hombres, le daban guerra sin cuartel!

El pobre Obispo, con los pocos que con él habían quedado en el templo seguía mientras tanto cercado, en medio de incomodidades, aprietos y tribulaciones; pero ni él ni los suyos morían de hambre. Los fieles de la ciudad, a pesar de las severas penas impuestas, a pesar de haberse pregonado a son de cajas y con estruendo de guerra al Obispo por extraño del Reino, echaban de noche, por una ventana que daba a la sacristía, cuanto comestible podían, como es de creer, con complacencia de los guardianes.

En la segunda semana del cerco oían los soldados la voz del Obispo, quien en estos días cantaba sus misas, aún con voz más robusta y fuerte; "aunque de más de 70 años de edad".

La ciudad seguía inquieta. No faltaban personas que hacían valer su piedad y sensatez. D. Diego tuvo remordimientos, y "pasados 15 días (del sitio), dice el abogado Carrillo, que el Obispo no se moría de hambre, el Gobernador le abrió las puertas y envió a decir que le perdonase, que había hecho forzado lo que había ordenado, y que fuesen amigos; y el Obispo, enseñado por el Evangelio, le perdonó y absolvió como deseaba".

Estaban, pues, el Gobernador y el Diocesano en paz con poco contento de los émulos del Obispo. Recorrían, irritados y despechados por la sentencia del Virrey, nuevamente a la Real Audiencia, pidiendo una tercera Provisión. Alegaban que Cárdenas no obedecía las primeras, ni las de comparecencia del Gobierno, callando mañosamente, que el Prelado estaba dispuesto a obedecer, pero que antes de irse a Chuquisaca, pedía como conditio sine qua non, en conformidad de las citadas Provisiones, la restitución de su Obispado.

Mientras el Gobernador esperaba el regreso de su hijo y los adversarios una Provisión, que no dijera nada sobre la restitución de la jurisdicción episcopal, seguían los dos canónigos en conservar otra catedral en el Colegio de la Compañía, despachando por "Venerable Deán y Cabildo, Sede vacante", asistiendo todos los de su parcialidad "con armas de fuego, y enterraban en la iglesia los excomulgados sin Cura ni Cruz" (8).

El Obispo obedecido por el Cabildo, que formaban los restantes tres Prebendados, y por todos los Clérigos y regulares de la ciudad, vivía durante este tiempo en la sacristía de la Catedral, atribulado, pero no abatido, y sin apoyo alguno de parte del Gobernador.

En vista del cisma y con intención de cortarle, puso el P. Juez Comisario Metropolitano entredicho en las iglesias de Asunción, pero los del Colegio le respondieron, que no reconocían al Metropolitano. Más insolente, aunque tal vez con algo de razón, fue la respuesta dada por el P. Rector Laureano, al notificarle el Diocesano, persistente en sus derechos sobre los Curatos, que no fuesen misiones, el Patronazgo real, para obrar conforme a él: "que no sabía que era Patronazgo Real, y que él no era Doctrinero, ni menos superior de las Doctrinas del Paraguay; y que así, si el Sr. Obispo tenía algunas diligencias, antes que notificara, él las remitiese al Paraná, y que de allí responderían a su Ilma. los PP. Doctrineros a osadas". De ambas respuestas dio fe el Notario, mandándose después testimonio a la Real Audiencia, el Juzgado Metropolitano y al Consejo de Indias en defensa de Cárdenas. Consecuencia de esta respuesta fue un Auto dado por Cárdenas el 27 de marzo de 1647 del tenor siguiente:

"Por cuanto: Los PP. Jesuitas ejercen el oficio de Curas doctrineros en 24 Reducciones en las Provincias de Itatí (Ytatin), Paraná y Uruguay, de las cuales la mayor parte estaba dentro del Obispado del Paraguay, sin haberse presentado los respectivos curas doctrineros ante el Diocesano de Asunción al examen, ni guardado la forma del real patronazgo y bulas de Su Santidad despachadas en esta razón.

"Por tanto: Deben parecer dentro de 30 días ante el Ordinario a instituirse canónicamente en ellas quedando, en caso contrario, vacas.

Respondieron los Padres que la obligación alegada por Su Ilma. no les corría a ellos, siendo misioneros y no curas, y aun siéndolo, no podía mandarlo Cárdenas por ser Obispo intruso por haberse consagrado sin Bulas y no haber hecho demostración de ellas hasta el presente (9).

Que la exigencia del diocesano estaba conforme al Derecho canónico prueba la decisión, dada 13 años después, por la Santa Congregación del Concilio. Preguntada por Cárdenas, alegando en pro de los obispos las leyes existentes.

1¼) Si el Obispo puede visitar las Iglesias parroquiales y doctrinas (como llaman) de los Padres de la Compañía de Jesús, en lo concerniente al cuidado de las almas.

2¼) Si al Obispo le compete el derecho, que los Padres de dicha Compañía hayan de ser aprobados con previo examen para oir las confesiones sacramentales.

3¼) Si el dicho Obispo contra los dichos Padres Párrocos, que ejercer todas las dichas parroquias sin su aprobación, puede con penas y censuras eclesiásticas castigarlos, hasta que muestren sus privilegios suficientes.

Lo 4¼, y en caso de dicho castigo, si contra él pueden dichos Párrocos Jesuitas elegir Conservador por causa de defender los asertos privilegios.

A 13 días del mes de marzo de 1660, la Sagrada Congregación de los Eminentísimos y Reverendísimos señores Cardenales de la Santa Romana Iglesia, intérpretes del Concilio de Trento, responde a las dudas arriba dichas, como sigue:

"A la primera duda, responde afirmativamente.

A la segunda, también responde afirmativamente.

A la tercera, responde también afirmativamente.

A la cuarta, responde negativamente".

Auto y respuesta fueron mandados, copiados, al Virrey por el P. Miguel de Ampuero, Procurador del Colegio de Asunción en Chuquisaca por conducto del Sr. Nestares Marín, Presidente de la Audiencia de Charcas, quedándose el auto episcopal, por la apelación al Virrey, sin efecto.

Llegó este recurso a Lima en el octubre de 1648 en los primeros días del gobierno de D. García Sarmiento de Sotomayor Enríquez de Luna, segundo conde de Salvatierra, marqués de Sabroso y virrey desde 25 de setiembre de 1648 hasta 24 de febrero de 1655. Vino a Lima, dejando el virreinato de Nueva España (de 13 de noviembre de 1642-13 de mayo de 1648), donde "fue, según se supone, dice Polo (10), dócil instrumento de los Jesuitas en sus ruidosas competencias y altercados con el Obispo de Puebla, venerable D. Juan de Palafox y Mendoza. ƒste, en su segunda carta al Papa, de 8 de enero de 1649, le dice: "Los Jesuitas compraron, por una gran suma de dinero, el favor del Conde de Salvatierra, nuestro Virrey; el cual, aparte de esto, me tenía un odio mortal". Su separación de México se debían, según Ml. Rivera Camba ("Los Gobernantes de México", México, 1873, t. l pág. 169) a su conducta en las querellas entre el Sr. Palafox (muerto en Cama, España, el 1¼ de octubre de 1649) y la Compañía de Jesús. En el Perú disimuló mal, como afirma Polo, su inclinación a los Jesuitas en la contienda que sostuvieron con el Obispo del Paraguay, hasta hacerle salir de su diócesis y no considerarlo como Obispo por haberse consagrado sin presentación de Bulas.

En su "Relación" que escribió el Conde con fecha 22 de marzo de 1655, para su tío y sucesor el Conde de Alba de Aliste (24 de febrero 1655 - julio 1661) cuenta lo que hizo sobre el particular, y confiesa: "Menos que interviniendo la poderosa mano del rey, era negocio arriesgado entrar en materias, donde por estar de por medio un Obispo privado y recluso, que pedía ser restituido a su iglesia, con tantos deseos de vengarse (11), y una Religión que forcejeaba en no sujetarse a guardar la forma del Patronazgo Real, de cuya falta de reconocimiento podía resultar el no tenerle los indios más que en lo espiritual al Papa, como ha corrido la voz, podía ser mayor el peligro, mayormente teniéndoles ellos armados y sujetos a su voluntad; si bien nunca ponía duda de que éste hubiese sido por la cercanía del Brasil y entradas que los años antecedentes habían hecho los portugueses.

* * *

Considerando tantos desacatos y sabiendo el Obispo el nuevo entierro de un excomulgado en la iglesia de la Compañía, fue allí personalmente con dos curas y algunos clérigos, mandando se sacase el cuerpo conforme disponían los cánones. Pero, oponiéndose los PP. y principalmente uno de sus aliados que se puso a repartir estocadas, tuvo que retirarse corrido el Obispo con sus adláteres, dejando el Gobernador al seglar sin castigo, y quedando el cadáver en su primera sepultura.

Seguían los ultrajes de los adversarios colocados en el poder. Dos Alcaldes de la ciudad, desde años ya excomulgados, ponían, de acuerdo con el gobernador – contra los cánones – manos violentas al Provisor y Vicario General de Cárdenas, añadiendo "que las habían de poner en el Obispo, y arrastrarle a la cola de un caballo". Aunque su Ilma. hacía durante este tiempo frecuentes amonestaciones al Gobernador, que le hiciese obedecer de todos, quitase la fantástica catedral de la Compañía, para poder comparecer en la Audiencia, dejando una iglesia en cisma, nunca lo ejecutó aquel indeciso y cobarde Gobernador.

Durante esos meses había llegado la tercera Provisión de la Real Audiencia, pero como en esencia fue igual a las primeras, habían pedido los émulos, una cuarta, a pesar de estar el Obispo arrinconado en su iglesia, sin fuerzas y sin autoridad, alegando su vuelta por rebelde a la Audiencia, causando con entrada nuevos y mayores escándalos que los pasados, sin obtener más que igual Provisión, que agravaba sólo las penas, si el Obispo no compareciese. Habían instado entonces los PP. Jesuitas de Asunción por una quinta Provisión, recargando los oidores. Exponían, que el Gobernador no ejecutaba las antecedentes Provisiones, y que había que temer nuevos males, habiendo venido el Obispo con intención de despojar a los Religiosos de la Compañía de las Doctrinas y Reducciones a su cargo. Como consecuencia de esto y por vía de provisión pedían: a) que en la nueva Provisión se diese poder a la persona designada por el Colegio, para hacer cumplir las Provisiones anteriores imponiendo en ello graves penas; y b) que "el Gobernador y demás Justicias le diesen todo el auxilio que se le pidiese, y no haciéndolo, de su autoridad se pudiese auxiliar a los indios, y demás Provincias.

Así pasaron muchos meses, siguiendo las discordias religiosas en la ciudad por lo cual los del Cabildo seglar esperando remedio de una entrevista pública del Gobernador y Ordinario, insistieron, que con ellos fuese a visitar al Obispo. "Entre las cosas que trataron, refiere Carrillo, hizo cargo éste al Gobernador de que pecaba gravísimamente en no restitiuirle su jurisdicción e Iglesia, como se lo mandaban el Virrey y la Real Audiencia, y que mirase iban a su cuenta los pecados que se hacían en no obedecerle; representándole no podía comparecer, en resguardo de conciencia como pastor, en la Real Audiencia como deseaban, dejando su Obispado en cisma y opiniones, negándole su jurisdicción: que mirase lo que hacía, que de todo debía dar cuenta a Dios, y que en aquel bastón y oficio de Gobernador le habían de suceder dentro de tres meses".

Estas advertencias y profecías no dejaban de hacer mella en el ánimo del Gobernador.

Fue de consiguiente un día al Colegio y decía al P. Rector Laureano, que persuadiese a los canónigos, que estaban dentro, que diesen obediencia al Obispo, que si no entraría él mismo a sacarlos. El resultado fue peor, respondiéndole el P. Rector: "Bien puede Ud. entrar, pero advierto, que los hemos de defender y que sobre los cuerpos muertos ha de sacar a los Canónigos", no quiso pasar a vía de violencia, con poco decoro de su autoridad (12).

Los dos prebendados tuvieron pronto otro nuevo triunfo. El arcediano Gabriel de Peralta, que tenía fama de loco, se había enojado con el Obispo, negándole la obediencia. Habiendo salido del Colegio de la Compañía a su casa, lo supo el Obispo, y según su genio fogoso fue el mismo con algunos Clérigos a prenderle. Pero apenas notó éste la intención y además ya prevenido, disparó un arcabuzazo con balas y postas. La bala dio en el pectoral del Obispo, rompiendo sólo el cristal, aplástandose como si diera en una peña, cayendo a sus pies. Pero una de las postas, pasando por encima del hombro episcopal, rompió el brazo de un mulato del Obispo, quien estaba detrás de él, en cuya consecuencia, por mal curado, murió en pocos días, y otra pegó a un negrillo en una pierna (13).

Después de este cobarde ataque huyó el Arcediano por la puerta falsa de su casa. El Gobernador, estando cerca, al oír el ruido del arcabuz había acudido con mucha gente curiosa. Contándole el Obispo lo ocurrido, le dijo el indignado D. Diego, que se fuese a su iglesia, que él le daría preso al Arcediano. Salióse el Obispo, llevando a sus compañeros heridos.

Pero Peralta estaba ya fuera del alcance del Gobernador, habiéndose refugiado, "amparado por diferentes personas seculares y regulares, émulos declarados del Obispo" en el Colegio de la Compañía. El crimen del arcediano quedó impune. Sin transcurrir mucho tiempo le vemos recomendado al Rey con la dignidad de Deán, invitado a la visita canónica de sus Reducciones del Paraguay por los PP. de la Compañía y nombrado Juez Conservador de los mismos.

El atentado contra el Obispo, su salvación, que tenía algo de milagroso, y la protección otorgada por el Colegio al atrevido arcediano, aumentaron el número de los parciales del Obispo, a quien deben haber empujado tantas provocaciones a pensar en represalias para salvar su dignidad ultrajada y acabar de una vez por todas con aquel cisma que estaba causando tantos males y escándalos entre sus diocesanos.

El Colegio de San Ignacio, ya bien temeroso por su suerte, acudió de nuevo a Charcas y hacía pedir por medio de D. Antonio González del Pino la quinta Provisión contra Cárdenas. Decían los Padres: "Con mucha previsión que de hecho y contra lo proveido por la Real Audiencia el obispo había entrado personalmente en su obispado, causando nuevos y mayores escándalos que los pasados con ánimo de despojar a los Religiosos de la Compañía de las Doctrinas y Reducciones que tenían a su cargo; y porque el Gobernador D. Diego de Escobar Osorio no había ejecutado las antecedentes Provisiones para que la persona compareciese ante Su Alteza, se sirviese mandar Carta Real Provisión para que la persona que por parte de dicho Colegio fuese nombrada para la ejecución de dichas Provisiones las cumpliese y ejecutase imponiendo para ello graves penas; y que el Gobernador y demás Justicias le diesen todo el auxilio que se les pidiese. Y no haciéndolo de su autoridad se pudiese auxiliar a los indios y demás personas de la Provincia del Paraguay para remitir al dicho Obispo y Gobernador al Virrey. Y que si el Colegio de la Compañía y sus religiosos estuviesen despojados de cualesquiera bienes, derechos, Doctrinas y Reducciones que están a su cargo, fuesen restituidos en la posesión que tenían...".

De modo que antes de ser despojados previnieron ya la restitución, mientras el Obispo no pudo obtener la restitución de la jurisdicción episcopal, varias veces encargada por la Real Audiencia.

ƒsta, como en toda esta causa, muy condesciendente a los pedidos de los Religiosos de la Compañía dio, con algunas modificaciones, la deseada Provisión con fecha 2 de agosto de 1648. Su ejecución fue dada al oidor D. Andrés de Garabito y León, muy amigo de la Compañía, nombrado por el Virrey, en vista de lo que pasaba en el Paraguay. Fue nombrado visitador de las Provincias del Tucumán, Paraguay y Río de la Plata. D. Andrés, sin haber empezado aún su comisión, quedándose en Charcas, subdelegó la ejecución de dicha Provisión a D. Sebastián de León, declarado antes, incapacitado para oficios reales, por la misma Real Audiencia y excomulgado desde tiempo por el Obispo. Fernando Zorrilla del Valle, cuyo apellido ya indica su parentesco con uno de los canónigos alzados contra el Obispo, fue nombrado escribano del Juez Comisario León.

Al saberse en Asunción esta Provisión, tomáronse luego medidas en favor del Obispo. Existe en el Archivo Nacional de Sucre (N¼ 1582) el Memorial de los Procuradores de Asunción, el Cap. D. Melchor Casco de Mendoza, Baltasar de Pucheta, Cap. Juan de Acurza, García Vanegas de Guzmán, Cristóbal Ramírez Fuenleal, informando contra el ex-Gobernador Hinestrosa y los PP. del Colegio de la Compañía en Asunción, pidiendo se suspenda la orden dada sobre la comparecencia del Obispo, por no ser éste causador de disturbios, pleitos e inquietudes de la República como hace saber dicha Provisión obtenida, según parece por falsos informes y certificaciones (14).

El partido del Obispo tomaba con estas nuevas hostilidades mayor fuerza y pujanza. León no se sentía ya bien en Asunción y creía prudente seguir el consejo que le dieron los del Colegio, que fuese a las misiones, pidiendo en virtud de su comisión auxilio de los Indios. Sucedió casi a fines de 1648. Los canónigos, como estando en el Colegio parecía peligrosa la ulterior permanencia en Asunción, huyeron. Uno se fue a Santa Fe y los otros dos, con León, a la Reducción de San Ignacio Guazú.

Al saber el Prelado esta nueva injuria, "alzando, dice Carrillo, los ojos al cielo, remitió el remedio de sus agravios a la justicia divina, pues no la conseguía en la tierra. "Aunque los PP. Jesuitas podían alegar en su favor los deberes, que les imponía el privilegio del asilo, la inmunidad eclesiástica, no deberían permitir y aun fomentar, especialmente después del decreto de Gregorio XIV (Tit. de homicidio voluntario vel casuali, c, l) y su Constitución "Cum Alias" (mayo de 1591), conociéndose las respectivas disposiciones canónicas y las decisiones de la Santa Congregación de la Inmunidad eclesiástica, pudiendo además tomar el Diocesano al respecto ciertas intervenciones, la continuación impura de un cisma público, la rebelión y el desacato a la autoridad del Ordinario, y la multiplicación de los delitos, puesto que la Iglesia había dado este privilegio para reverenciar los lugares sagrados, pero no para deshonrarlos.

Aún dado, que los PP. dudasen de la legitimidad de la consagración o jurisdicción de Mons. Cárdenas, no podían, ni debían faltar al respeto, sin atropellar la autoridad papal y sin exponerse a cometer injusticias, y a causar males inmensos a los fieles.

Ya desde la entrevista oficial entre el Obispo y Gobernador estaba el P. Laureano de Alácomes. Había llegado la deseada quinta Provisión de Charcas con fecha 2 de agosto de 1648, aunque no del todo según la solicitud.

La Real Audiencia sea por mal informada sobre los sucesos últimos del Paraguay, sea por indignación contra la denunciada rebeldía del Obispo, quien probablemente no había suficientemente justificado su no comparecencia, sea por deferencia a las influencias de los Padres Jesuitas, ordenaba esta vez: a) que el Gobernador diese estricto cumplimiento a la cuarta Provisión, procurando la comparecencia del Prelado en La Plata, bajo pena de 2.000 pesos ensayados; b) pero no cumpliéndola él la cumpliesen cualesquiera de los Alcaldes ordinarios o Justicias, con la misma pena.

El Procurador General de la Compañía de Jesús, al recibir dicha Provisión se ponía caviloso. Acudir al Gobernador y a las demás justicias era exponer el auto a un nuevo fracaso. No convenía intimarla.

Había que buscar una autoridad nada adicta al Prelado, y la más apta al propósito era Sebastián de León, el antiguo asaltador del convento franciscano de Asunción, y ahora Juez subdelegado, según Carrillo, a persuasión de los Padres de la Compañía, nombrado por D. Andrés Caravito de León, visitador de las Provincias del Tucumán, Paraguay y Río de la Plata, sin que éste tuviera noticia de la incapacidad moral y legal de su protegido.

Era Sebastián de León "persona que padecía en el cuerpo y en el alma muchos defectos". Tenía fama de borracho habitual, y se contaba que cuando se quería algo de él, se le podía ablandar con un frasco de vino. La Audiencia Real, en vista de los atropellos cometidos, años atrás en Asunción, le había declarado inhábil para oficios públicos; el Obispo lo tenía desde años excomulgado por violador de la inmunidad eclesiástica; León se gloriaba de ser enemigo capital del Obispo, y siendo aun bajo este concepto incapaz para tomar un oficio contra el Ordinario. Finalmente, D. Andrés, por estar aún en Chuquisaca, no había empezado su comisión, y no podía por esto subdelegar; pero aun admitiéndole tal facultad, debía, según las leyes, manifestar esto a los Jueces Ordinarios su comisión y jurisdicción, lo que no había hecho (14).

Este empero no impedía al P. Procurador requerir a Fernando Zorrilla del Valle, escribano de la Comisión de Sebastián de León, para que éste notificase, como a Juez subdelegado, la referida Provisión, sin manifestarla al Gobernador, que los Alcaldes Ordinarios u otras Justicias de Asunción, y así reclamar su cumplimiento.

Sebastián de León estaba muy ufano por la confianza depositada en sus talentos y por la oportunidad de vengarse contra el odiado Obispo. Jactábase públicamente de que había de arrastrar y sacar a éste de la iglesia, aunque tuviese el sacramento en las manos".

Enseguida alzó vara alta de justicia; confirmó a Fernando Zorrilla del Valle como escribano de la nueva causa, nombrando por alguacil a Rodrigo de Osuna, igualmente como Zorrilla desde años excomulgado por el Obispo, y como éste era amigo de los canónigos cismáticos.

Arreglado así el tribunal se escribió luego el auto de expulsión o mejor dicho el de la violación de la inmunidad eclesiástica, que gozaba aquel venerable Prelado, en la misma Provisión de la Audiencia.

Para que el Auto no quedase en letra muerta pidió auxilio al Cabildo secular, pero éste valiéndose de las cláusulas de la misma Provisión, se negó diciendo: "Que a él no le tocaba, por no ser Alcalde ni Justicia; lo cual se requería expresamente en la Provisión; y que a D. Andrés Garabito, su delegante, no conocían más que por oído, mientras no constaba de la comisión que traía" (Carrillo, Discurso 2¼, n. 89).

El Sr. Virrey fue avisado, de que la comisión de León encontraba desobedientes al Obispo y Cabildo.

"Este Prelado – dice el Conde Salvatierra – hablando de Cárdenas, e informado a su sucesor, se resolvió a no mudar de intento en su opinión (de no comparecer ante la Audiencia sin haberle reconocido oficialmente su jurisdicción), sino llevarle adelante con mayor empeño. De aquí vinieron nuevos papeles en la materia, y habiéndolos llevado a dicho acuerdo, y considerado la gravedad de ellos, se determinó por forzoso y conveniente, que para deshacer el cuerpo que este novicio había tomado y sosegar aquella tierra, fuese luego el dicho Sr. oidor Garabito, y sacase al Obispo, haciéndole comparecer como por el Sr. Marqués de Mancera y Audiencia de la Plata estaba ordenado, y que tomase en sí el gobierno de la Provincia del Paraguay, quitándola y restituyendo a los Padres (se ve los efectos de la política previsora de los Regulares del Colegio de Asunción) sus bienes y casas (no tocadas por el Ilmo.) y de las Doctrinas y demás bienes, que se les hubiesen quitado, de que dí cuenta a S. M. en carta de 24 de marzo de 1650" (15).

No añadiremos más palabras al relato del Virrey cesante, según lo visto, acaso mal informado sobre el estado de la diócesis del Paraguay y de la persecución de su Obispo, estaba empeñado en hacer cumplir las resoluciones de la Real Audiencia y de su antecesor, fueren justas o injustas. El Conde no contaba con una información justa, dada la dificultad de las distancias y la precipitación de los acontecimientos.

Mejor suerte tuvo el airado Sebastián de León ante el "Cabildo Sede vacante" y en el Colegio de San Ignacio, donde, remitiéndole a las Provincias del Paraná y Uruguay, le prometían la ayuda, según fama de 4.000 neófitos armados (16). Previa notificación de los indios, llamados corregidores de aquellas Provincias, de que, por comisión de D. Andrés Garabito tenía que ejecutar unas Cédulas y Provisiones, y que viniesen a darle auxilio y favor para su cumplimiento, se trasladó en persona, juntando en pocos días con 4.000 indios, armados de mosquetes y otras armas.

Pero este aparato bélico tuvo pronto un fin desastroso.

Sebastián de León y sus parciales habían ya esparcido la voz, de que habían de entrar en Asunción "a hacer obedecer las Cédulas, porque no las querían cumplir las justicias españolas".

Los indios entraron en recelos.

Luego comenzaron a tener diferencias y discordias entre sí sobre si irían o no a empresa tan arriesgada; y en pocos días se desvaneció con mucho sentimiento de León aquella maquinaria, no pudiéndose lograr el intento contra el Obispo por entonces.

Mientras pasaba esto, por el Paraná tuvo lugar, según el anónimo poeta, otra escena tragicómica en Asunción.

Cuenta éste que el Ilmo. Cárdenas, tal vez por saber de dónde venían estos nuevos empeños y el Auto de Charcas, había mandado el día después del atentado del Arcediano, de acuerdo con los prebendados fieles, cuatro o seis monigotes a traer al P. Antonio Manquiano. Los emisarios pudieron atrapar al Padre y, poco edificados por su animosidad hacia su querido Obispo, le habían dado una zurra regular, presentándole al Diocesano en un estado lastimoso.


"Dio el pobre dos mil clamores,

y al Obispo le ha llamado

de su padre, y pastor,

y su Obispo consagrado.

Su Señoría le dice:

que dice Padre Manquiano,

pues ayer era intruso,

y hoy Obispo ¿No Señor,

le respondía el cuitado;

que sí, es Pastor verdadero

de todo aqueste rebaño.

Acudió el Gobernador

y muchos hombres honrados,

a pedir que lo soltase;

pero ya estaba atacado,

con condición que les diga".


Añadiremos aquí un episodio que Cretineau-Joly relata.

Dice (t. 3. págs. 44 y 45) que al saber Cárdenas la llegada del nuevo Gobernador Escobar "vuelve a su Diócesis", (después de habernos dicho, que Cárdenas no era Obispo. "Esta consagración – en Tucumán – era nula por muchos motivos") y hace que sean expulsados los Padres del país de los italinos (léase itatines). Los jesuitas lo abandonan y al día siguiente no era más que un desierto, pues sus habitantes habían huido. La Audiencia Real de Charcas restableció a los Padres en su establecimiento; pero los indios se imaginaron que persiguiendo a sus misioneros se quería atentar a su libertad, cuya salvaguardia eran, y se retiraron al fondo de los bosques, de donde sólo pudo lograrse que volviese parte de ellos a sus colonias". Henrion ("Histoire general des Missions", cat. t. 2, pág. 573) nos dice además, que estos itatines, trasladados al lado occidental del río Paraguay, tenían dos Reducciones de los PP. Jesuitas.


Notas:

(1) Ver página 197 - Sentencia de 18 de septiembre de 1646.

(2) Colección General. Tom. I. págs. 18-22 (Memorial y Defensorio).

(3) Carrillo: Discurso Primero, en la Colección.

(4) Pastellas: Tom .II. págs. 142-149.

(5) Era D. Gabriel Peralta de origen noble, discípulo de los PP. Jesuitas de Córdoba (Tucumán), donde había hecho su bachillerato, licenciatura y según parece por el a. 1629 su examen de magisterio. En el año siguiente era gobernador y vicario Gl. del Obispado de Buenos Aires. En el año 1632 firma como cura de la catedral de la misma diócesis (Pastells: Tom. I. 380, 491, 454, 470, 480). No hemos podido saber el año en que el Rey le favoreció con el arcideanato de la catedral, vacío por la muerte de Mateo de Espinoza, cuyo genio inquieto y violento parecía querer seguir. Mostróse en Asunción muy adicto a los PP. del Colegio y estos muy indulgentes con sus defectos.

(6) Colección: T. I. pág. 32.

(7) Estas declaraciones pueden verse extensamente en la prec. Colección t. l. págs. 179-190. Lo referido es según el compendio hecho por Gual, 1. c. págs. 37-41.

(8) Carrillo, Discurso Primero.

(9) Gual: 1. c. pag. 89 y 90.

(10) Según la "Relación" de este Virrey, publicada en "Las Memorias de los Virreyes del Perú (Marqués de Mancera y Conde de Salvatierra) por José Torribio Polo, Lima 1899, pág. 6: Relación de Salvatierra.

(11) Se ve que por informes remitidos habían dejado prevenciones en el ánimo del Virrey.

(12) Carrillo: discurso segundo, n. 82.

(13) Ibid. n 83. En la sacristía de los PP. Descalzos en Lima se conserva aún este pectoral como reliquia, y se ve, añade el P. Gual, "que sólo por milagro pudo salvarse el Obispo".

(14) Vea la copia del documento en "Documentos y anotaciones", en pág. 138.

(15) Pareja, de Edit. Instrument. tit. 1, res. 5, n. 11: Lo dicho sobre León puede verse en el segundo Discurso de Carrillo; por el requerimiento del H¼ Arteaga (Colección t. 2. pág. 63) y por algunas frases del mismo Obispo consignadas en la citada colección.

(16) Polo, 1 c. pág. 7.

(17) Referimos lo que dice Carrillo, admitiendo que la fama probablemente exageraba el número.

 

 

CAPÍTULO XIII


El Ilmo. Cárdenas en Asunción desde 1646 hasta 1649, según el informe del P. Pvl. Ferrufino.

Seguimos traduciendo el informe del Padre Provincial Ferrufino:

"Al regresar el Obispo de nuevo a Asunción, sin aparato alguno, se encerró en el Convento de San Francisco. Pero luego volvió a sus acostumbradas artimañas; convocó a sus parciales, principiando conciliábulos, y pidió al Cabildo eclesiástico que le recibiese por obispo legítimo; pero no obteniéndolo por ningún artificio, invadió violentamente la Catedral; haciendo en ella su morada, viviendo en ella en adelante rodeado de numerosos familiares.

Los canónigos, temerosos de que iniciara nuevas audacias y acometiera otra vez contra ellos con alguna atrocidad, iban de prisa a nuestro Colegio buscando asilo, suplicando encarecidamente no fuesen desamparados, viéndose, por la vacilación del Gobernador y el furor del Prelado, expuestos a grandes peligros.

Bien sabían los Padres cuántas incomodidades y molestias iban a acarrearles ello; pero exigiendo el crédito de tan ilustres hombres, la justicia de su causa y su amistad probada en tantas adversidades, los admitieron; fracasó el nuevo ensayo de debilitar su constancia, porque ni con halagos, ni promesas, ni ostentación de fiereza pudo conseguir el Obispo que llevasen como legal al ilegítimamente entrado (aunque al principio, temiendo violencias, lo habían tolerado) con ceremonias solemnes a la sede episcopal.

Atormentábase aquél, sin perder su furor, haciéndose cada día más intolerable por la pérdida de un honor tan deseado y por el dolor, y discurriendo vino siempre al peor resultado, juzgando que por el parecer de los Padres de que no podía consagrarse sin Bulas, había sido aniquilada su autoridad.

En consecuencia, atacó de nuevo, pero a la sola Compañía, con palabras y escritos; mostrando la fiereza de su alma públicamente en el púlpito, privadamente en las reuniones, rebajándola, ofendiéndola con injurias gravísimas y persiguiéndola con calumnias.

Hacía leer desde el púlpito, horrorizándose todos de tanta indignidad, en voz alta contra los Jesuitas. En el mismo día del Corpus, en que se venera el Smo. Sacramento, con apresto solemne y rogaciones festivas, al tiempo en que se lo había expuesto a la adoración de todos en su trono, hizo leer un feísimo pasquín, bien largo, lleno de incriminaciones y aprobios.

Concluida la lectura, llevó la adorable Eucaristía procesionalmente, en pompa solemne, y canto, y llegándose cerca a nuestra iglesia, cubrió la custodia, para procurar mayor horror, con un velo negro, como si el buen Jesús quisiera ser mortífero a los que no andan en tinieblas, siguiendo piadosamente los vestigios de su capitán, no dando, en cuanto de ellos depende, ofensa a nadie, exhibiéndose más bien, en todo como ministros de Dios con mucha paciencia.

Esto en público; privadamente empero repetía la antigua cantilena y repetía todo género de injurias, afirmando, de cuando en cuando, que sólo la Compañía era obstáculo para que los ciudadanos gozaran de numerosos servicios y vida espléndida. Luego habló a sus egregios clérigos, lamentando el no tener parroquias para ponerles al frente según sus méritos; usurpando todo la Compañía y dejando a la República en la miseria y sólo ignominia para los sacerdotes. Saliendo la Compañía del Paraguay, del Paraná, Uruguay y de Itatín pudieran enriquecerse personas seculares y sagradas.

Tales cosas encajó a aquellos hombres flojísimos, acostumbrados a vivir a costa ajena, deseosos de abusar mediante una servidumbre injustísima e inmoderado empeño de lograr de los Indios reducidos por la Compañía con tantísimos labores y peligros.

No omitió, pues, nada de lo que pudiera hacer odioso y horroroso nuestro nombre ante toda clase de gente.

Para que no se enajenara la voluntad de los PP. Dominicos, les afirmó, además lo que en mi exordio añadiré.

Describe el Padre Provincial, contando a su modo, el acontecimiento con los referidos Padres cuya traducción ya dimos, y está aquí fuera de su orden cronológico, a no ser, como da a entender el padre Ferrufino, que hubiese sucedido el extremo del Convento dominíco después del regreso de Cárdenas de Corrientes, y continúa:

"Así, arrojado ya por el Obispo el freno del temor de Dios, con precipitación temeraria, creciéndole la rabia atroz y gradualmente, publicó en la catedral desde el púlpito: que éramos unos execrables y que los hombres piadosos tenían que evitarnos; prohibiendo a los fieles – so pena de excomunión – que recibieran de los jesuitas, pública o privadamente, los sacramentos, que se confesasen con nosotros, estableciendo para los contraventores, privación de la Extrema Unción y del Viático, in articulo mortis, y de la sepultura eclesiástica después de la muerte.

Siguióse de ello gran ofensa del público cristiano y daño grande para las almas. Porque los piadosos y prudentes ciudadanos se quejaban de la violación de sus conciencias; pesóles dejar el regazo materno en el que habían crecido para recibir los cuidados de una madrastra. Aborrecían los injustos mandatos del Obispo, quien con este edicto no vejaba sólo a la Compañía, sino también las conciencias de la mayor parte, haciendo de dudoso valor los sacramentos y privando injusta y violentamente de los sólidos privilegios y auxilios. Durante los dos años de aquel vejamen, muchos dejaron de confesarse.

Nadie podía impunemente oponerse al furor y poder del implacable Prelado, quien quitaba toda posibilidad de violar sus decretos. Los párrocos velaban por sí mismos y aun por espías de día y de noche, para que nuestros sacerdotes no visitasen a los enfermos, falsamente persuadidos de que íbamos más bien a manchar con sacramentos de nulidad a los moribundos que a salvarlos.

Una noble matrona, tía del que sede vacante gobernaba a la diócesis y vivía en nuestro Colegio (1) consiguió, puesta en agonía por sus últimas declaraciones que viniendo alguno de nosotros le diese la absolución. Súpolo el Obispo por sus espías y le denegó, por ser perpetua e irremisiblemente descomulgada, los auxilios de la Extrema Unción y Eucaristía, prohibiendo que nadie sepultase a la muerta en tierra sagrada.

No aguantó tal cosa el piadoso sobrino; hizo llevar a su tía en una silla portátil a nuestra iglesia para fortificarla con el santo Viático y la unción para la última lucha, enterrándola allá sin pompa. Esto irritó no poco al ya feroz por su naturaleza. Inmediatamente llamó a los religiosos, a sus parciales jóvenes sacerdotes y una tropilla de candidatos para las órdenes sagradas, invadiendo, con tan tumultuoso séquito y plan, nuestro templo y cegándole el furor la vista en el mismo momento en que se elevaba consagrada la adorable Hostia, mandó bárbara y alborotadamente que se desenterrase el cuerpo de la matrona, llevándolo al muladar. Acudían, oponiéndose los muchísimos consanguíneos de la difunta y grandemente relacionados con la nobleza, y formando cuña, sacan las armas vengadoras, y si nuestros religiosos no los hubiesen encerrado de temer era que, excitados los ánimos de ambos partidos, sucediese un motín con profanación de la iglesia. Pero como vino ya prevenido, a toda prisa el Gobernador, haciendo que los dos partidos se alejasen, quedaron con los difuntos y las cosas sagradas en paz.

Al ver los nuestros que la ferocidad del Obispo iba en diario auge temiendo aún peligros más grandes, por cuanto ni la autoridad del Virrey, ni las provisiones de la Audiencia de Charcas, ni los devotos empeños de nuestros amigos producían algún efecto, resolvieron evitar la borrasca; y aunque supieron que no les correspondía tal execración y odio por su inocencia, y que el obispo, por derecho apostólico y privilegios no podía descomulgar a Religiosos (2), sin embargo, para evitar ultrajes, abstuviéronse, durante 20 meses, cerrando las puertas del templo y encerrándose en su Colegio, loables, tanto en su forzado ocio, como en el trabajo, de celebrar públicamente y de ejercer los oficios ordinarios de la Compañía. Impidieron a sus motivos de ofensas o justas quejas, recordándose de que la verdad tenía que ser la defensora vengadora, reemplazaban la ira con la paciencia, las injurias con el silencio y dichos punzantes con la tolerancia y pedían a Dios con frecuentes ayunos, con cilicios y disciplinas por sus perseguidores y para que los dirigiese y confirmase a seguir la vía amarga de su celestial capitán.

Mientras en el Colegio abundaban los actos de piedad, estaban nuestros calumniadores afuera furiosos; y si alguna vez nuestra mansedumbre ablandada y la multitud y la pasión en algo se enfriaba, ponía luego el mismo Obispo teas devoradoras; criticaba la inercia y anunciaba a la sencilla e ignorante plebe las iras del cielo, si con el trato con los de la Compañía se contaminase.

Por consiguiente nos odiaba la plebe como a seres excecrables y para que dejásemos limpia con nuestra salida a la ciudad, divulgabánse escrúpulos en todas partes, errando sin guiador, por miles de laberintos las conciencias de los ignorantes y no pudiendo ir los religiosos a la calle sin verse colmados con insultos y afrentas.

Así el P. Procurador (3) salido dos veces por unos asuntos necesarios donde el Gobernador, encontró al Obispo con su chusma; apenas le vio éste, se enfureció mandando con voz estentorea, fuese apresado, llevado a la cárcel y puesto en cepo infame.

El Padre estaba inpávido delante del iracundo diciéndole: "Aquí estoy, ¡oh Obispo¡ deseando para la gloria de Dios cepos, cadenas, cárceles y vínculos. Tenéis aquí ante vuestros ojos y manos a uno que nada de esto rehusa".

El Obispo, al decir esto, le echó la mano y olvidando su estado y el del Padre, como si quisiese herir a Escipión, levantó y suspendió la mano.

Después, cuando lo había llenado con una larga lista de insultos, le dejó, le dio, aún enojado, por libre.

Al P. Rector, hombre de más de 60 años, quien había desempeñado muchas veces magisterios en la Compañía, venerable por su sólida virtud, cuando por causas urgentes tuvo que salir al público, llenó aquella turba novata de cleriguillos, inhumanamente con innumerables insultos y con chistes procaces (según se dice), por orden del Obispo; no contentos van y echan inmundicias y naranjas podridas sobre el modestísimo varón celebrando cada uno su hazaña con transportes chocarrescos, escandalizándose aun nuestros adversarios de tantas hostilidades, porque hechos torpísimos que hieren especialmente a modestos e inocentes, vuelven aún la bilis de los más malvados.

En todo esto y en casos parecidos mostraron los PP. su grandeza de alma, con palabras y aun en el rostro, como si, en vez de un mal hubiesen recibido un beneficio, confesando a veces, que el alma de nada podía recibir tanto gozo como en sobrellevar las injurias por la justicia.

Tanta virtud hubiera podido romper fierros y ablandar piedras. Pero el furor, ya viejo y endurecido del Obispo, quedó completamente indomable, irrefrenable con ninguna dulzura, más bien se encendió tanto más, cuanto más pacíficos nos mostrábamos. Buscando, pues, pasto y no alivio para su ira, se hacía cada vez más perjudicial, hasta el extremo de alegar falsos argumentos desde el púlpito, enseñando que no pecaban los que nos robaban. A esto decía, le movía para convencer a otros, dos razones, a saber: que las mañas de la Compañía eran la causa de que los indios no sirvieran a los españoles y que, por ser lícito de indemnizarse del daño por defraudación, podía cada uno buscarse la compensa.

Añadía que la Compañía le había defraudado constantemente en tantas Reducciones de Indios de los diezmos y de las cuartas debidas por los difuntos a los Obispos; reclamaba todo esto liberalmente al pueblo, aconsejando que se tomasen a su gusto de los bienes del colegio enriqueciéndose así fácilmente.

Ambas cosas empero, aseguraba bajo falso título y depravadamente; puesto que diezmos y cuartas no podía pedir de nosotros religiosos; por el privilegio que tenemos, ni de los neófitos, exentos de ello por voluntad del Rey monarca y costumbre general.

Con prudentísimo decreto había prohibido el Rey católico que los Indios, sujetos a su patrocinio y dominio, sirviesen a personas particulares; porque sabía que ninguna otra cosa impedía más al bárbaro para hacerse cristiano que el servicio personal; prefería, pues, más bien que las almas de los indios se entregasen aunque a costo de las cajas reales y a la verdadera ley, que sujetarlos con fuerza injusta; juzgaba indigno sujetar a mezquino servicio a los que de la tiranía de Satanás, por propia voluntad iban volando a la libertad de los hijos de Dios.

Sin embargo por la autoridad del que afirmaba tales cosas, nos hacían algunos desvergonzados mucho daño; robándose nuestros bienes y quedando a disposición de los fanáticos. Y cuando la Compañía había promovido pleito legítimo a uno de los ladrones, sorprendido en flagrante delito de un robo, palmario, quiso el Obispo fuese sacado de la cárcel, dejado libre y declarado sin culpa.

Por esto, habiendo obtenido los bribones libertad para las fechorías e impunidad, robaban propiamente a manera de enemigos en nuestras haciendas; no nos quedaba sino que los cuidantes de nuestra estancia y granja suburbana replicando fuerza contra fuerza, quitaban a los ladrones y nos conservaban.

Tales cosas exigen un hombre fuerte de mano y prudencia; ninguna de las dos cualidades se hallaba en el Gobernador, quien, como adormecido en enervante letargo no sabía justamente pesar ni la gravedad de los tiempos, ni la conducta del Obispo; ni castigar las injurias con severidad oportuna.

Por esto se dirigió el Obispo repetidas veces al mismo, rogándole con artes dolosas e implorando auxilio para que le ayudase con soldados y mediante su autoridad en la extracción de los Canónigos de nuestro Colegio obligándolos a que lo recibiesen con ceremonias solemnes por Obispo legítimo.

Esto en apariencia; en realidad empero quería en tal ocasión abrirse el camino y la puerta para expulsar a nuestros padres.

El Gobernador, no atreviéndose ni a negar ni a conceder el auxilio debido, trataba con muchísima calma un asunto de tanta urgencia y peligro con mucha más benignidad de la que convenía a su buen intento.

Porque el Gobernador, por más que los dos alcaldes que se eligen anualmente y los regidores abiertamente eran favorables a la causa de los canónigos y de la Compañía, y se oponían a los inquietadores sin dejarse engañar por falacias, demasiado indulgente en negocios arduos cedía con demasiado extemporáneo miedo al Obispo, animando éste tal debilidad para vejar a dichos dos alcaldes, defensores de la Compañía y de los Canónigos, obligábales con censuras a evitar el público. Hasta indujo al Gobernador que quitase a los alcaldes sus insignias, deponiéndoles.

Al llegar el ya cercano año nuevo (1648) eligiéronse por influencias del Obispo, (el Gobernador tenía el gobierno sólo de nombre) los más insignes enemigos de la Compañía y por regidores hombres de la misma laya, de los cuales fácilmente consiguió que hiciesen su resolución, inscrito en el libro del Cabildo, para la proscripción de la Compañía del Paraguay.

Por tal resolución convocó sobremanera el fiero Obispo al pueblo a la catedral, como si fuese casa de gobierno y también a los demás religiosos, sacerdotes y candidatos al sacerdocio, donde, asistiendo ellos con simulada piedad y de rodillas delante de los misterios venerados, entonó con intolerable fingimiento el himno con que se invocan las gracias del Espíritu Santo (4) rogando así a Dios, quien es todo caridad (tengo horror de decirlo), sea patrono de un odio más que implacable: "Difunde amor a los corazones", clamaba con la boca, maquinando interiormente tiranía y respirando furia.

Concluida aquella funesta oración, imponiendo silencio, hizo leer un cuaderno bien largo que contenía las torpezas y herejías atribuidas a la Compañía. Enseguida explicó el mismo en alta voz, fingiendo y mintiendo una falsa Cédula, en la que hacía decir al Rey que la expulsión de la Compañía del Paraguay era voluntad suya. Explicó las causas que según su parecer motivaban verificar de todos modos la expulsión de los ... felizmente ya decretada por el Cabildo.

"ltimamente, componiendo un rostro grave y dirigiéndose a los presentes amonestando: "Explicad también vosotros vuestra intención y decid claramente, si juzgáis honesto, justo y racional que se expulse de esta región a los PP. de la Compañía por cismáticos, por heréticos, por detestables y por defraudadores de las cajas reales". Algunos pocos sacerdotes, que algo antes habían sido ordenados, sacándoles de la vilísima hez de gentuza, conocida y torpe, contestan que sí; los demás se callaron considerando la indignidad de las razones, alegadas para perpetuar crimen tan enorme contra una Orden Santísima.

Despertóse finalmente el Gobernador, como sacudido por miedo de un peligro inminente o por el estruendo de un trueno, de su inmenso letargo al saber lo que se había hecho en la Catedral y pensó en la gravedad del estado tan inopinadamente sobrevenido, tomando consejo apresuradamente de algunos pocos y antes de que la rebelión pudiese tomar forma, llamó con salvoconducto a todos los amigos de los canónigos y de la Compañía que, temiendo las furias del tiránico Obispo, se habían refugiado en sus chácaras u otros escondrijos, de la ciudad, mandando a que sirviesen de impedimento y estuviesen atentos a toda llamada, por haber sabido que el Obispo proyectaba tumultuar a la República y lacerarla, y que la plebe y la banda de los jóvenes ordenados dependía de aquel furioso, y que por tanto se opusiesen a la ruina, quedando fieles a él y al Rey.

Para dar más estímulo a los que más presto venían, les eximió de la autoridad de los alcaldes y les sujetó, a fin de evitarles nuevos vejámenes, a su inmediata jurisdicción. Y en efecto, como aquellos hombres eran los pincipales de Asunción, flor de la nobleza y grandemente relacionados con el pueblo, compusieron en algo las cosas vacilantes de la ciudad; porque cohibieron con su autoridad y fuerza a la plebe irritada a rebelión y dieron bríos al Gobernador para pedir el derecho de la expulsión de la Compañía hecho por los Alcaldes, rompiéndolo.

Y porque el Obispo, al ver el fracaso del motín, había ideado quemar de noche nuestro Colegio, hallándose una vez preparado para tal incendio, hicieron nuestros amigos, turnándose de noche, centinelas en nuestro Colegio para evitar asaltos repentinos de los incendiarios.

El Obispo, al ver que no prosperaban los motines y que las tentativas ocultas se habían trocado en escabrosidad y deshonra, resolvió probar todos los extremos y atentar lo que por su enormidad debía vencer, cosa hasta ahora inaudita. Un religioso estaba de viaje a la ciudad de Corrientes, llamándolo le da un paquete de cartas y encargándole en secreto le dice: "Anda, buenísimo amigo, y procura remitirme otra vez estas cartas rotuladas a mí, cuando llegue el correo, haz correr oportunamente la voz y dílo, aun públicamente que en este paquete se halla una Cédula, en la que el Rey me manda expulsar del Paraguay, prescindiendo del Gobernador y Cabildo, a la Compañía de Jesús. Dí también que además hay en él un Breve en que Su Santidad manda que aquellos cismáticos – así solía apodarnos – , sean desterrados por mí".

Arreglada la farsa, emprendió aquel varón (lo quiera Dios) religiosísimo su viaje y, con no menos ardor que el del mandante, hizo correr, antes de remitir dichas letras, la consabida voz, la que, como sucede, voló llegando luego a la ciudad de Asunción, dando lugar a variados pareceres y expectaciones.

El Prelado, maestro de disimulo, quejábase a tiempo, de la tardanza de las desideradísimas cartas. ƒstas llegaron por fin y los originales fueron entregados a su escritor y autor bajo el repique festivo de las campanas y con increíble aplauso de la tumultuante plebe y del joven clero.

Fingiendo éstos ser ellas del Rey y del Pontífice Romano dijo: "Ya se acabó el cisma; pueden invadir ya el Colegio, no pecando ni él ni los asaltantes con tanta sanción".

A tal dicho siguiéronse los aplausos alegres de la muchedumbre y murmullos especialmente de los que ansiaban mofarse de nuestros neófitos.

Sin embargo, había muchísimos incrédulos respecto de las letras aportadas, por cuanto el Obispo no quiso leerlas ni mostrar la Cédula Real ni el sello de cera del Papa.

Viendo, pues, su vacilación excogitó para confirmar su creencia un medio abominable.

Acostumbraba el Obispo decir ejemplos completamente nuevos, y no obstante la turba multa de sacerdotes, que era casi la cuarta parte de la ciudad, como aseguraba por privilegio, diariamente dos misas, una a deshora de la noche y la otra ya con sol, de noche, pues, al celebrar la primera Misa, teniendo la hostia consagrada, se dirigió a la concurrencia de todo sexo y edad, que solía asistir a estas horas, no sin escándalo, y le preguntó: "¿Creéis que bajo esta forma de pan está Cristo, el Creador del Universo?". Afirmábanlo con cierto temor. "De igual modo – replicó – debéis creer que me ha llegado una Cédula Real para la expulsión de la Compañía".

Tengo miedo de ir más adelante; temo que no se me creerá más al contar cosas hasta ahora inauditas; busco testigos para cosa tan grande fidedigna.

No faltarán testigos; pero antes, aunque no quisiera, debo continuar. El Obispo, sabiendo que por sus desvergonzadas mentiras había perdido crédito, sus persuasiones, incluso ante sus parciales, juzgó, para ser creído, deber hacer en el mismo día, ya salido el sol, otro juramento más solemne. Por tanto, ya claro el día, cuando el Pontifical, con duplicada temeridad, celebraba públicamente la segunda vez los misterios tres veces venerados, al llegar a la comunión se volvió también otra vez con el Cuerpo de Cristo al pueblo: "Este – dijo – , el Señor de todo, a quien llevo en mis manos – comulgando luego – , séame en juicio y condenación si no fuese verdad el que tengo Cédulas del Rey católico, en las que se me manda expeler a los Jesuitas de mi diócesis, encargando so pena de lesa Majestad, al Gobernador y a los ciudadanos todos para que me den ayuda y auxilio".

Pero yo no cito otra vez, como antes, a testigos nocturnos, sino diurnos; no a durmientes, sino a despertados; no a pocos hombres, sino a casi todos los ciudadanos, quienes, aterrados por la enormidad de tan patentes perjurios, formaron un bajísimo concepto de su Prelado. Pero como éste había ganado los ánimos con la esperanza del servicio de los indios, expelida de una vez la Compañía, se dejaban fascinar y guiar precipitadamente, aprobando aquel pésimo proyecto sin resistir a tanto crimen, con tal de obtener su intento, frustrado miserablemente; y para saciar su injusta sed con la sangre y el sudor de los inocentes indios, no temía en poner un velo sobre mentiras tan palmarias, temeraria y falsamente juradas con el Smo. Sacramento.

Por cual encargo a toda la Provincia (de la Compañía) por no pagar mal con mal, insto a todos los Religiosos semanalmente disciplinas, ayuno y cilicio, aumentando las preces diarias para invocar la protección de la Sma. Virgen y clamar al Señor para que abra los ojos al Obispo deteniendo al que se precipita a su ruina con brazo potente, reduciéndole al camino de la salud".

Continúa el P. Provincial relatando – sin fecha – una carta de consuelo dirigida por el Obispo de Tucumán (Maldonado) a los Padres Jesuitas, en la que, según el referente, informado de sus tribulaciones (5), dice que también ha sufrido por ciertos escritos punzantes del Ilmo. Cárdenas, opinando que la Compañía, a pesar de tantos méritos de una persecución pacientemente sufrida, no debe aguantar todo modesta y pacientemente, y que muy bien pueda hacer instrumentos jurídicos, pero sin fiarse demasiado en ellos, sino en Dios, prometiendo su ayuda, y que había ordenado en toda su diócesis procesiones y novenas, ayunos y una pastoral, encomendando preces a sus diocesanos en pro de la Compañía, tan benemérita para su diócesis, como había informado en sus recientes cartas al Rey y al Papa.

"El Virrey del Perú, Marqués de Mancera – sigue el P. Ferrufino – , al tener noticias ciertas sobre el desprecio de sus mandatos y que las cosas del Paraguay por la temeridad del Obispo, quien causaba con frecuencia novedades, y por la lentitud del Gobernador Diego Escobar Osorio, el que trataba negocio tan grave con demasiada ligereza, mandó que D. Andrés Garavito de León, caballero de Santiago y Oidor de la Audiencia de Charcas, se fuese en la brevedad posible al Paraguay, poniendo oportuno remedio a tanto mal o a subdedelegar ad hoc a otro, con las necesarias instrucciones.

No pudiendo salir el Oidor por urgentísimos quehaceres de Charcas, envió, conforme a la orden del Virrey, poder e instrucciones a Sebastián de León y Zárate, noble magistrado, famoso y hombre de energía animándole a tan buena empresa.

Pero tampoco esto dio resultado; porque el Gobernador del Paraguay, aunque públicamente despreciaba las previsiones del Virrey y de la Audiencia, alegaba que para ejecutarlas carecía la República, por la autoridad no usurpada del Obispo, de suficientes fuerzas, que tenía sus mañas conociéndose inferior en poder.

Aunque haciendo así, mostraba pusilanimidad, no era, sin embargo en vano su temor, porque engrandecióse el rumor, fundado en no leves razones, de que el Obispo pensaba en su deposición y encadenamiento.

Tan fuerte eran los decires, que el Gobernador, invitado por el Obispo a la Fiesta de la Virgen Asunta al cielo, patrona de la ciudad (1648), no quería irse a la catedral, diciendo que no quería irse a donde le paraban cadenas; la pequeñez de su espíritu le indujo hasta tanto, que por medio de ellas dijo a los amigos de los canónigos y de la Compañía, inclinándose al partido del Obispo, quien estaba probando los últimos medios, prometiéndole ayudar para sacar con fuerza a los canónigos de nuestro Colegio.

ƒstos al ver que no estaban seguros, ni ellos, ni la Compañía, se expatriaron de nuevo voluntariamente a reducciones de indios, treinta leguas de la ciudad, huyendo, o abandonados de todos, ocultamente, porque con motivo de ellos no fuese presa la Compañía, ni enviada al destierro.

Sabida por el Obispo la fuga de los canónigos, persiguió, desde entonces, a la sola Compañía, empleando para su destrucción todas las artes, demostrando así que, no tanto por sacar a los canónigos, sino para expulsar a la Compañía, había buscado tan mañosamente el ingreso a nuestra casa (6).


Notas:

(1) "El tesorero D. Diego Ponce de León". Ver el relato en la página de los Documentos.

(2) ¡Cum agrno salis!

(3) Juan Antonio Manquiano.

(4) (Veni Creator Spiritu).

(5) Sería dicha carta por el año 1648. Según el P. Provincial fue escrita en Santiago del Estero.

(6) "Litterae annue Provinciae Paraquariae S.J. ad Adm. R.P. Vic. Caraffa, eiusdem Societatis missae a P.J.B. Ferrufino.... quibus continentur res annorum 1647, 1648 et 1649" (Pastels II. 147-157).

 

 

CAPÍTULO XIV


CÁRDENAS ES NOMBRADO GOBERNADOR. DESAPROBACIÓN DE LA REAL AUDIENCIA. CÁRDENAS DECRETA LA EXPULSIÓN DE LOS JESUITAS. NOMBRAN GOBERNADOR A GARABITO. GRAVES SUCESOS QUE OCURRIERON Y NUEVO DESTIERRO DEL OBISPO.

Muerto el Gobernador don Diego de Escobar (febrero, 1649) cambiaron radicalmente las cosas de la ciudad, paralizada hasta ahora por la autoridad y poder de don Diego.

Carlos V desde Valladolid había concedido a los vecinos de Asunción, ya en el año 1537, el privilegio de elegirse Gobernador interino, faltando o muriendo el Gobernador sin dejar Lugarteniente, como había sucedido en la muerte de don Diego, hasta que proveyese la Real Audiencia o el Virrey. Este privilegio había sido ejercido ya en varias ocasiones, consentido y aprobado por los Virreyes y Audiencias Reales.

Los hasta entonces callados amigos del diocesano alzaron ahora sus voces. Hacían memoria cómo con la llegada del Obispo había cambiado la faz cadavérica de aquella ciudad, cesando los grandes castigos con que Dios la había afligido. La salida del obispo de la Catedral, sano y robusto con su gente, después de 15 días de riguroso encierro sin otro alimento que el que a escondidas podían tirarle. El no haber muerto ni haber sido herido al disparo del arcabuz por Peralta; el exacto cumplimiento de la profecía hecha al Sr. Escobar, de que en su oficio duraría sólo tres meses más, a pesar de que su plazo era indefinido, hacían presentes las virtudes tan conocidas del Prelado, las injusticias que a ciencia y paciencia del pueblo había sobrellevado, la reparación, que se debía a su fama y el deshonor que pesaba sobre el Paraguay con los destierros ignominiosos de varios obispos tan honorables, eran afrentas que debían quitarse con dar a Cárdenas toda la honra posible.

Todo esto en conjunto, apoyado por todos, como público y notorio, cautivó los ánimos de los ciudadanos y aumentó el entusiasmo por el Obispo.

No era, pues, de extrañar que al juntarse, por orden del Cabildo de la ciudad el 4 de marzo de 1649, los vecinos, grandes y chicos, menos unos pocos excomulgados que presentían la derrota en Cabildo general, "jurando primero elegir y nombrar el más idóneo para el aumento y paz de aquella República, aclamasen y nombrasen a Don Fray Bernardino de Cárdenas por Gobernador Interino".

El pueblo, reuniéndose en la plaza pública y casas reales del Cabildo, eligió el 4 de marzo de 1649, después de haber leído la Cédula de Carlos V, y jurar los vecinos "elegir y nombrar con toda fidelidad y cristiandad persona, que en Dios, en su conciencia hallasen ser más conveniente al servicio de ambas Majestades, divina y humana, y al bien general, paz y aumento de la República, por gobernador y capitán general de aquellas Provincias", propuso el maestre de campo Juan de Vallejo Villasante, Alcalde ordinario de primer voto, a Mons. Cárdenas (1).

Los reunidos, "todos a voz del pueblo y ciudad unánimes y conformes en altas y inteligibles voces decimos... en virtud y facultad que por el real privilegio de Carlos V (dado en Valladolid en 12 de septiembre de 1537) tenemos, que elegimos y nombramos por su Gobernador, Capitán y Justicia mayor de esta dicha ciudad, Provincias y Gobernación del Paraguay y según y como han sido sus antecesores, al Ilmo. y Revmo. Dr. Fray Bernardino de Cárdenas".

Este nombramiento, hecho en ausencia del Obispo, fue suscrito con 300 firmas con las de los del Cabildo aprobante.

El Ilmo. Cárdenas se hallaba en posición difícil. Pesaba sobre él el Auto de Comparecencia, tanto tiempo no cumplido por no agravarse el cisma, con lo que sin duda había aumentado la malquerencia de la Audiencia de Charcas y del Virrey del Perú. Por otra parte, estando de Gobernador, podía suprimir de una vez aquella dualidad de catedrales y restablecer la paz religiosa. Su conciencia de Obispo se inclinaba por la aceptación. Sin embargo, vacilando, resistió. "Pero – continúa Carrillo en su «Discurso segundo» – , fueron tantos los clamores del pueblo sobre que debía de tomar el Gobierno, que hubo de rendirse por hacer este servicio a Dios y a Su Majestad".

Exigió empero, que constase su resistencia, lo que hizo el Cabildo en el mismo día en el documento de su nombramiento. "En cuya conformidad vino a la sala de los Ayuntamientos capitulares, donde delante de un S. Crucifijo y un libro Misal, que para dicho efecto está puesto en su altar, hincadas las rodillas se le recibió juramento en forma de derecho por el Alférez Real, regidor más antiguo, Cap. Diego Hernández". Obligaron a veinte vecinos por la acostumbrada fianza de dar y estar o la residencia que se le había de tomar en nombre de M. 1.000 ps. cada uno, dándole en seguida el Cabildo el bastón de Gobernador. Entre los firmantes se halla D. Gabriel de Cuellar Mosquera, de cuya retractación los PP. hacían más tarde tanto alarde.

Esta aceptación, consideran Charlevoix y otros secuaces suyos, una especie de crimen y el cumplimiento de una ambición casi desmesurada, largo tiempo nutrida. En defensa del obispo, aun admitida su supuesta aspiración, puede decirse que él reputó aún válida la concesión de Carlos V. como consta de sus informes a la Real Audiencia y aun al Rey y que la consideraba tan legítima y tan segura la continuación en el gobierno, que no trepidaba exponer sus diversos proyectos. Más aún, aleccionado el Ilmo. Cárdenas de lo que le había pasado a él a sus antecesores, creía era el único medio eficaz para cortar las continuas divergencias y para el bien de la República, consideradas las circunstancias del Paraguay. "Es cosa esencial – escribe en su Memorial y Defensorio al Monarca – que los gobernadores de esta Provincia sean los mismos obispos, porque se evitarán grandísimos males que aquí continuamente suceden por la división de poderes, y excusará vuestra caja real los salarios de los gobernadores, que es buen pedazo, y a estos sus vasallos, tan servidores de V. M. les ahorrá gran suma de pesos que lleva cada gobernador, dejándolos sin jugo, a cuya causa están pobrísimos, porque en tierra tan pobre hacen mucha mella, más de 100.000 ps. que saca cada gobernador, y no los logran, porque lo mal ganado, ello, y su dueño se pierde; y porque no haya cargo Dios de estas pérdidas, doy aviso y aun arbitrio importante".

Sin embargo, los émulos del Obispo, para deslucir esta elección tan honrosa para el Prelado, que tanto tiempo estaba cargado de amarguras, daban más tarde a entender, que se había apoderado violentamente del gobierno, por ambición y para ponerse de acuerdo con los portugueses para entregarles el Paraguay.

Debe hacerse presente, que la mala política y las fantasías de Felipe IV y su valido el Conde-Duque de Olivares se dejaban sentir en América. Los portugueses en el Brasil y aun en las posesiones españolas trabajaban para minar el poder español. Miraban al Paraguay con ojos de codicia, no faltando en estos mismos años aprestos bélicos contra el Perú.

Varios jesuitas habían tomado parte en la independencia, que de nuevo se había conquistado el pueblo lusitano, y fray Arteaga vio en tanto extranjero en las Reducciones no poco peligro para el Paraguay (Colección, t. 2, págs. 46-64, etc.). A. D. Pedro de Toledo y Leiva, marqués de Mancera y Virrey, que causó tanta amargura y humillación a Cárdenas al entregar el mando al sucesor (septiembre, 1648) se acusó, en el acostumbrado juicio de residencia,É de cohecho, por haber revocado, según fama, la orden de expulsar a los portugueses residentes en Lima, mediante un crecido obsequio de dinero.

Como sucede en semejantes luchas cada partido atribuía al contrario argucias y muy pocas intenciones buenas.

"Hecha la elección y aceptación del Gobierno, trató luego el Cabildo, Justicia y Regimiento, remediar las calamidades, disensiones y falta de justicia que padecía la República con los cismas y expulsiones de sus obispos, y juzgando (por ventura con error) que para cualesquiera medios que se hubiesen de ofrecer, examinados al bien público, eran de embarazo los Padres de la Compañía, resolvieron uniformemente pedir al Obispo Gobernador, que los relegase de aquella ciudad" (2).

No queremos decir, que el parecer del Obispo, ya antes de esta petición fuese diferente de la opinión del Cabildo.

Las gestiones, influencias y pareceres de esos Padres habían contribuido en manera especialísima para que tuviese el Obispo, antes tan cariñoso y amigo de ellos, días, meses y años tan angustiosos.

Alegando el Cabildo la influencia habida por los PP. contra los obispos Torres, Aresti y Cárdenas, la pobreza de los vecinos, "por haberse apoderado de los indios y prohibido con varias artes y formas conducticio y jornalero hasta irse cayendo las casas por no haber quien las repare, y cesando el cultivo de los campos" impidiendo así el sustento, sosiego y quietud espiritual y temporal de los vecinos, añádase a ello los informes contrarios dados al Rey, Virrey y Audiencia por los Padres, resolvieron pedir uniformemente al Obispo que sacase a los religiosos de la Compañía de aquellas provincias.

Accedió el nuevo Gobernador, alegando en su informe a la Real Audiencia que, aunque había perdonado los agravios que le habían hecho los Padres, "expulsadores y perseguidores, usurpadores violentos de mi iglesia y jurisdicción" impidiendo con ello su comparencia en Chuquisaca, por cuanto no podía dejar a su iglesia en cisma y herejías.

En su larguísimo informe a la Audiencia expuso Cárdenas su intención de entregar y restituir 23 ó 24 iglesias al Patronazgo real, devolver al dominio de S.M. 100.000 Indios (cómputo que se hacía del número de los misioneros), ahorrar gastos a la caja real por sínodos y viajes de los PP., de extirpar las gravísimas equivocaciones que por ignorancia de la lengua de los indios, han enseñado los PP. en su catecismo, de establecer las Veintenas, obteniendo así la iglesia del Paraguay y de Buenos Aires renta suficiente y de mejor suerte en la Provincia, etc.

Atribuye a los jesuitas, sin suficiente fundamento, varias calamidades padecidas por los pueblos, y concluye: todo esto se remedia con la expulsión de los PP. por inobservantes del Patronazgo real y "porque está contra el Concilio Trident. y subrepticiamente sin título por extranjeros y por los delitos cometidos contra el Obispo, por no enseñar bien en su Colegio a los niños para que hubiese sacerdotes idóneos, entreteniendo a los estudiantes, sin haber sacado en tanto tiempo (1593-1647) siquiera un gramático bueno,excluyendo así a los hijos de los conquistadores del sacerdocio y de varios beneficios para poder traer a extranjeros, por tener los PP. a los indios armados, prestos a invadir a esta ciudad. Y la pusieron por obra – añade el Obispo – , si Dios con su inmensa sabiduría, previniendo este daño, no me hubiera puesto por Gobernador de este su pueblo para resistir y ahuyentar tan bárbara multitud. Como también han quedado aquietados los portugueses – refiere – que los jesuitas están despoblando la Provincia por llevarse a los Indios de Itatín", etc.

Habla también de la esperanza de poder descubrir las minas de oro en el Paraná, y refiere la expulsión de los PP. del Colegio "no en cuanto religiosos sacerdotes, que por esta parte los veneramos y queremos, y les hemos sobrellevado tanto tiempo hasta que no pudimos más, por ser yugo tan pesado, y que se iba agravando más cada año, que nos tenía en cruelísima esclavitud y servidumbre, pobreza y trabajos, inquietudes y discordias, peligros y daños, sacudimos de nuestros hombros, carta tan intolerable y de nuestras conciencias cargos tan grandes de Vuestra Real Hacienda, eclesiástico y común, que montan cada año 2 millones, de que nos hiciera cargo Dios en su tremendo juicio: por cuyo remedio, por no tener otro, por estar tan distante y apartado el de los tribunales y gobernadores, usamos de nuestro derecho natural y del divino, y del evangélico y del real y municipal de la misma Compañía como iré probando" (3).

Habiendo oído rumores de que los PP. iban a nombrar un Juez Conservador, declara: que tal Juez se debe dar sólo a los injustamente agraviados, apelando contra todo Juez Conservador inmerecidamente elegido y, de cualquier otro juez que contra mí venga, hasta que me sea restituido mi despojo y los de Vuestra real hacienda y jurisdicción, apelo mil veces al Sumo Pontífice y a Vuestra real persona y protesto los gravísimos daños y perjuicios que pretenden conservar y continuar los dichos padres" (4).

Pondré, añade más abajo, mi cabeza en prueba de haber sido justísima la expulsión hecha, y la que pretendo hacer en el Paraná" (5).

* * *

La Real Audiencia, como es sabido, desaprobó en el mismo año la elección popular, sea por la comparecencia que había impuesto a Cárdenas con sus posibles consecuencias, sea porque creía que era inconducente el poder civil en poder del obispo para la quietud pública, sea por creer, como algunos historiadores dicen, que el privilegio de Carlos V. ya no valía a la población de la Asunción.

Lo cierto, empero es, que en la ciudad se continuaba aún oyendo, que a pesar de la subsiguiente destitución de Cárdenas por la Real Audiencia, persistía aún el privilegio regio, como prueban los nombramientos o elecciones de José Antequera y la del obispo (franciscano) D. Fray Juan de Arregui, en tiempo de los comuneros (1735).

El privilegio de elegirse un gobernador en caso de vacante, dice Funes, hablando de esta última, que a pesar de leyes posteriores, conservaba el Paraguay, había sido el origen fecundo de tantas turbulencias. D. Bruno de Zabala (6) declaró abusiva esta facultad (junio, 1734), mandando, que cesasen en adelante las resoluciones populares, y que se conformase el Cabildo con lo nuevamente dispuesto en la materia" (7).

Si, pues, casi un siglo después de la elección del Ilmo. Cárdenas se sostenía la validez del privilegio carlino ¿por qué se increpa a este prelado el haber hecho uso del mismo, no habiendo habido en Asunción desde mucho tiempo una acefalía de gobierno, como la que sucedió por la inopinada muerte de Osorio?

¿No había habido, por ende, ninguna ocasión para establecer el valor legal de un privilegio, que después se llamó anticuado?

Pero ¿era prudente acceder a la soliciud capitular?

La ejecución de esa petición iba a aumentar las discordias ya existentes, iba a dar razón a sus quejas contra el Obispo perseguidor y enemigo ante la Audiencia, y aun ante el Rey. El Obispo se colocaba por cierto en terreno nada ventajoso, conocidas las poderosas influencias que iban a militar en protección de los Padres expulsados.

Pero ¿no existían también poderosas razones para proceder, pronto y sin las formalidades de juicio?

Había corrido la voz unánime del Cabildo, testigo de vista de los sucesos, de que la ulterior permanencia de los Padres era nociva al interés común.

Las leyes de Indias excluían del servicio de Doctrinas a todos los extranjeros de la Corona de Castilla. Muchos de esos Padres no eran españoles; habían estado desobedeciéndole en Reducciones y Doctrinas, que el Obispo consideraba como curatos, es decir como beneficios eclesiásticos, cuya colación tocaba al Patronazgo real, desconocido por los Padres, quienes, nunca, actuando en contra de diferentes Cédulas, quisieron recibir las presentaciones de los ministros del Rey para dichos curatos. Eran por consiguiente como extranjeros incapaces de obtener beneficios en las conquistas de la Corona. Podía privarles de sus temporalidades (8).

Finalmente, ¿no le habilitaba el mismo derecho canónico y aun Cédulas reales a proceder, aun extrajudicialmente, contra los perturbadores de la jurisdicción episcopal, aunque fuesen éstos Regulares exentos? (9).

¿No era mejor cortar de una vez los males que cada rato pudieran repetirse y obrar ad referéndum y exponer después las razones de la expulsión donde convenía?

Consecuencia de estas reflexiones del resuelto y enérgico Obispo fue la notificación al P. Rector del Colegio de San Ignacio de que dentro de cuatro días deberían abandonar su casa e incluso la ciudad.

Tal vez no llegaba esta nota a imprevistos.

Con Carrillo, quien aún en esta ocasión procura guardar la debida imparcialidad decimos: "No calificamos esta acción por buena; pero advertidas las causas que el Obispo representa en un informe dirigido a Su Majestad, y las que también propone la ciudad en otro informe que hizo al mismo tiempo, se embaraza el discurso sobre qué juicio debe hacerse de lo obrado por el Obispo, a instancia de su pueblo ofendido, y que aborrecía sumamente a los Religiosos del Colegio. Y si por una parte venera el celo de aquel Prelado... por otra reconoce la forma irregular del despojo y el perjuicio que recibieron aquellos Padres; con esta indiferencia parece más conveniente abatir el discurso, rindiéndose a lo que S. M. y sus tribunales resolvieron (10).

Con motivo de esta elección presentó el P. Antonio Ruiz de Montoya, Procurador del Colegio de San Ignacio de Asunción en Lima, un memorial al Virrey Salvatierra; "que en la Provincia del Paraguay se había hecho elegir (Cárdenas) del Cabildo y el pueblo para echar y expulsar a todos los Regliosos de su Orden de aquellas Provincias como lo había hecho (en Asunción) y con gente armada iba a efectuar lo propio en los distritos de dichas Reducciones, para lo cual convenía que pusiese el Virrey el remedio necesario, pues como a patrón, a quien tocaba el amparo de las Religiones por representar la persona de su Majestad, cuyo es en estas partes de las Indias, lo debía hacer considerando la gravedad de la materia y las revueltas y riesgos en que se hallaba aquella provincia desde el año de 1634, que se originaron estos disturbios entre el dicho Obispo y Religiosos (11).

Anticipando los acontecimientos, diremos que el Virrey Salvatierra, antes de tomar otras providencias, ordenó que el Visitador Andrés de Garabito, de conformidad con las órdenes dadas por la Real Audiencia, fuese vía recta al Paraguay" a que compareciese dicho Sr. Obispo ante la Audiencia como lo estaba ordenado por cuatro Provisiones, Cartas y Sobrecartas", restituyendo a la vez "juntamente con sus bienes y casas a estos PP. Jesuitas". Pero al saber, que continuaba la enfermedad de Garabito extendió a petición del Sr. Nestares Marín, Presidente de la Real Audiencia de Charcas, el nombramiento de Gobernador interino y como delegado de Garabito, a Sebastián de León" vecino y comendero de dicha Provincia" (12).

El día 9 de marzo de 1649 los PP. Jesuitas dejaban su Colegio de Asunción, fundado en 1595 por el venerable P. Juan Romero, quien tuvo que amonestar a las señoras de Asunción, deseosas para tomar parte en la construcción del Colegio, que no se fatigasen tanto, recibiendo por respuesta: "Padre, trabajamos por Jesucristo; no hay, pues, miedo, de que trabajemos demasiado" (13).

Esta vez empero ya no estaban acompañados los pobres Padres por las bendiciones del pueblo, sino por sus dicterios, que los consideraban como la cizaña de discordia, como embarazo del pueblo, como perturbadores de la paz, denominándoles "segundos templarios" y ... Teatinos, "como si el nombre de aquella insigne Congregación de Religiosos fuese un vergonzoso apodo.

El poeta anónimo, de cuya veracidad, por su manifiesta adversión a la Compañía, dudamos, menciona la expulsión de los Religiosos en estos términos:


"Venían los buenos Padres

caminando río abajo,

trayéndose muchas cosas.

Dándole noticia del caso

al Obispo, y luego manda

que vayan a despojarles

y que se le quiten todo,

menos vestido y Breviarios

que fue todo lo que ellos trajeron

cuando en la Provincia entraron.

Castigo bien merecido,

por haber ellos tratado

tan mal al señor Obispo

habiéndole desterrado,

que Dios castiga el delito

cortando del mismo paño

que se cometió la culpa,

la pena dice el Espíritu Santo:

per qua quis peccat etc.

quiero ahora realizarlo:

ellos que fueron la causa

de que el convento sagrado

de Santo Domingo fuese

demolido y derribado,

siendo instrumento el Obispo,

el mismo les ha brindado

con el suyo, porque sepan

que Dios les castiga cuando

con el Obispo pensaban

querer hacer otro tanto,

sin justicia y Dios, ni Rey,

quitándole el Obispado".


Ya hemos citado la carta de su Ilma. escrita desde la Reducción de San Ignacio, rebosante de respeto y cordial estimación a la Compañía", en cuyo servicio voy haciendo y haré cosas de mucha importancia a su honor y defensa".

Pero la conducta de los moradores de aquel Colegio, la ayuda prestada a sus enemigos, a los despreciadores de su dignidad episcopal, el favor que estos recibieron de algunas Reducciones habían transformado en parte la buena voluntad y la estima de antes.

Los ocho o nueve Padres de un Colegio suprimido no son, ni serán la Compañía; ni las acciones que éstos hicieron fueron de virtuosos y apostólicos Jesuitas. No vemos tampoco por qué esta expulsión debe ofuscar mayormente el honor y la gloria del Ilmo. Cárdenas.

Despedía de su silla pontifical a unos pocos Padres que hospedaban y sostenían en su Colegio a los usurpadores de su jurisdicción episcopal, convirtiendo su iglesia en catedral y templo de cismáticos. Entre los inmensos males, espirituales y temporales, de un cisma encastillado con visos de inacabable y la supresión de un Colegio reemplazable, no era difícil la elección, principalmente tratándose de una disposición y expulsión parcial, tal vez transitoria, con informe dirigido al Rey y más tarde, mediante fray Villalón, al mismo Papa (14). La expulsión fue medida de conciencia y providencia gubernativa, pero no un odio a la Compañía, como quieren hacer entender Cretineau-Joly, Charlevoix y otros.

En prueba de lo dicho vayan algunos trozos del informe, escrito por el Obispo con motivo de la expulsión de aquellos Regulares.

"Haciendo los mencionados Padres tan graves y exhorbitantes daños... ha sido forzoso el quitar la casa, echándolos de esta ciudad para echarlos de las Reducciones y Provincias del Paraná – Cárdenas alude a las Doctrinas, que él reputa Curatos pero no a las Misiones vivas.... – y no se pierdan tantas vidas y almas de cristianos por no tener curas legítimos ni canónicos, sino subrepticios y nulos, y además de esto ineptísimos para la enseñanza de los indios porque, como extranjeros recién llegados, no saben su lengua; y con todo esto porfían tan pertinazmente a estar en las dichas Doctrinas y hacerse fuertes en ellas con armas y arcabuces... hay innumerables indios infieles a los cuales deberían ir los PP. a las misiones, que es para lo que los ha enviado V.M. con tan grandes gastos, y es su principal deber y no el ser curas, como lo prueba... un autor en el libro «De procurando Indorum salute...» porque, tratando del oficio de ser curas dice: «Hac via divinitus nobis praeclusa est», este camino de ser curas está encomendado a nosotros por ordenación divina y así van contra ella los que quieren ser curas en dichas doctrinas, y los que los consienten y amparan en ellas; y las razones que dice el autor citado, pudiera yo añadir aquí muchas que he experimentado en esta ocasión, y las callo por respeto de la Religión, que yo tanto quiero y estimo; y por este amor y estimación que sabe Dios y el glorioso San Ignacio me lo agradece, sin duda, mucho, he procurado sacar y librar a sus hijos de tan grandes males como quedan referidos. Bien quisiera yo que el modo hubiera sido más suave y bondadoso, como se lo propuse y exhorté muchas veces; pero no quisieron, sino fiando en su poder y riquezas, lograron expulsarme de mi catedral y parroquias, por tener las que no son suyas, porque no tienen título de posesión ni colorado, ni lo pueden tener, porque son incapaces de obtener beneficios por derecho, y por su cuarto voto, de no recibir obispado en parte ni en todo; y los beneficios son parte de obispado, y su jurisdicción parte de la episcopal" (15).

Referimos aquí sólo el modo de ver del Ilmo. Cárdenas, sin duda ya enterado en los asuntos de aquellos lugares, que el historiador lejano de aquellos tiempos, sin mternos en disputas, cuántas y cuáles de esas Reducciones, jesuíticas en su gran parte, relativamente nuevas y organizadas o sistematizadas según un plan uniforme desde 1623, podían ser entregadas por los Jesuitas a Curas Doctrineros, como beneficios eclesiásticos, en esta pretensión Cárdenas era prudente, conveniente o justa, si hubiera sido en bien de los indios, tan adictos a sus conversores, si no era una infracción de los privilegios y excenciones que tenía la Compañía en el Paraguay con la Santa Sede, por el Rey, y por los Comisarios reales, en cuya virtud los Padres en las Reducciones eran dueños de su voluntad, sin tener que dar cuenta de sus actos, sino a Dios, a la Santa Sede, a sus Superiores, y al Rey de España.

Sólo constatamos que Mons. Cárdenas tuvo respeto y estima hacia la Compañía y que intentaba velar por la buena fama y observancia de sus miembros; pero que no quería que esos Religiosos en sus diócesis poseyesen beneficios anexos a curatos doctrineros, por ser ésta contra la Regla y Constituciones de su Instituto, y tal vez, por los sucesos habidos que a causa de ellos la autoridad episcopal había quedado tan mal parada.

Pero volvamos al Colegio de San Ignacio de Asunción.

El ofendido Prelado no había despojado a los Padres para un beneficio propio.

"Aplicó – refiere Carrillo en el n. 104 de «Discurso segundo» – , sus haciendas a diferentes , como fueron los competentes y demás cosas del servicio del culto divino, a la iglesia catedral; la casa del Colegio a un Hospital, un Seminario y un recogimiento de Doncellas, en tanto que se fundaba convento de monjas, y los demás bienes raíces y semovientes los dividió entre la caja real y estas fundaciones, para su conservación.

Los desterrados religiosos, por de pronto, se habían refugiado en la chácara de D. Manuel Cabral, Maestre de Campo, no muy distante de Corrientes, en donde pensaban en el modo como resarcirse de la derrota sufrida.

Cárdenas, mientras tanto daba cuenta de su elección a la Real Audiencia de la Plata y al Sr. Virrey, enviando para este efecto al Procurador General de la ciudad (16).

El Cabildo cismático se disolvió a toda prisa. Peralta huyó a Santa Fe y los dos canónigos (Sánchez del Valle y Ponce) no estaba muy tranquilos y abandonaron Asunción. Sebastián de León se fue luego a Corrientes o Córdoba. También otros, cuya conciencia no estaba tranquila, abandonaron la ciudad proyectando en saludable distancia planes de venganza. La ciudad principiaba a respirar las bendiciones de la paz y el Obispo se hallaba en tranquila y quieta posesión del gobierno espiritual y temporal del Paraguay sin disensiones.

El barón Henrión, en su hermosa obra "Histoire Generale des Missions catholiques" (t. 2. n. pág. 57), dejándose guiar por el escrito de Charlevoix (1. c. t. 2. pág. 53) atribuye el odio preconcebido de Cárdenas contra los Jesuitas por los resultados de la consulta fantástica en Córdoba de su consagración, y fiándose demasiado de esa fuente, describe la creciente perversidad de Cárdenas contra la Compañía, seguidor impertérrito de sus planes de destrucción.

Ya hemos visto cómo Henrión atribuye al ilustre Prelado la destrucción de las dos Reducciones itatines durante el Gobierno de Escobar.

La maldad del Obispo crece más aún al tomar el mando temporal de la Provincia. No se contenta con expulsar a los Padres del Colegio (hecho, que probablemente ha originado el cuadro más recargado de colores negros) su venganza se extiende a las Reducciones del Paraná (pues las del Uruguay pertenecían al Obispado de Buenos Aires) y a los restantes establecimientos de la Compañía en la Provincia del Paraguay.

La escena causada por las órdenes del Gobernador Cárdenas no deja de ser conmovedora.

"Algunos de estos infelices Religiosos – cuenta Henrión – estaban enfermos; con fuerza violenta son arrancados de sus casas; arrastrados se los lleva a todos a la orilla del río, se les embarca sin provisiones en canoas, dejándolos abandonados a la fuerza de la corriente, que hubiera podido arrastrarlos hasta el mar, si no hubieran encallado en una isla, que se hallaba en su pasaje y de donde se fueron a Corrientes".

Añade Mr. Henrión, que por hallarse en tanto extremo, buscaron un Juez Conservador (sin decir, que estaba acompañado de una multitud de indios) que infelizmente para los perseguidos, había vencido el nuevo Gobernador (León) la resistencia del Obispo.

No deja de ser algo inverosímil la narración. Los desgraciados misioneros están evidentemente sin remos en sus canoas, por eso les arrastra la corriente, sin resistencia, habiendo dejado los Padres, no se sabe cómo, las orillas salvadoras.

El mar aún está lejos, algunos centenares de leguas; hay embarcaciones que continuamente trajinan desde Buenos Aires, pueden encontrar a los desvalidos Padres; hay sobre las orillas pueblos y casas diseminadas en varios trechos hasta la desembocadura al oceáno; pudieron oírse las voces de socorro de los infelices, .... pero todo esto no importa, el peligro de ser arrastrados al mar existe y hay que recargar el riesgo para que se comprenda más la maldad del inhumano, ambicioso, vengativo, protervo e iracundo Obispo. Felizmente, aguantan los Padres hasta la bendita isla, pasándose, a pesar de tanta hambre, según parece ya adiestrados, a la ciudad de San Juan de Vera, recordándose tal vez de sus habilidades anteriores, adquiridas durante su permanencia en Reducciones colocadas sobre ríos o en sus viajes en busca de los salvajes.

Indigna, y causa lástima a la vez, considerar la manera cómo se desfigura al gran Obispo Cárdenas por haber defendido con tanta intrepidez, con tanto valor y con tanta constancia su dignidad y sus derechos de Ordinario. No nos detendremos en refutar esta nueva impostura, puesto que toda la narración hace ya inverosímil el poder de los jesuitas en sus Reducciones; no figura tal acusación entre los cargos que se hace al defendido del licenciado Carrillo, ni se mencionan las sentencias de los tribunales, ni el Virrey Salvatierra en su Memoria. Dejemos la rectificación de los asertos del Mr. Henrión al mismo P. Rada, quien, como pronto veremos, en su informe hace presente a S. M. que aun durante la estadía del Ilmo. Cárdenas en Asunción de Gobernador interino había jesuitas en el Paraná. Sebastián de León, mandando desde San Ignacio, les obliga a darle indios armados de sus Reducciones y capellanes para apoderarse del Gobierno y para expulsar al odiado Prelado.

Pero los religiosos desterrados trataron de restablecerse a sí mismos, no con acuerdo pacífico, no esperando fallos de los tribunales regios y del Papa, a quien sólo corresponde, según el Concilio Tridentino (sess, 24, de reform. c. 5) juzgar los excesos de los obispos delincuentes. Querían hacerse jueces en su misma causa, apelando a la fuerza. Error, como dice Carrillo con mucha razón, sin disculpa.

Los expulsados religiosos mandaron pues a su procurador Juan Antonio Manquiano con toda brevedad posible para consultar en Córdoba de Tucumán con los de ese Colegio, si les parecía conveniente y justo reunir otra vez contra el Obispo los indios del Paraná, y que mientras se procurase el gobierno interino del Paraguay a Sebastián de León, hombre sujeto a sus órdenes y, como ya dicho, de costumbres estragadas. Por lo visto fue intención y voluntad del Virrey, que la comparecencia, especialmente por violencia del Ilmo. Cárdenas ante la Audiencia fuese efectuada, no por León, sino por el oidor Garabito, ya nombrado Gobernador, como consta de la Relación, dejada por el mismo a su sucesor Conde de Alba: "Se determinó... fuese luego el dicho Oidor el que sacase de allá al Obispo haciéndole comparecer". Este acuerdo fue publicado por el nuevo Virrey, al saber que había fracasado la comisión de León de intimar la comparecencia al Obispo, no queriendo sujetarse éste sin acabarse antes el cisma, no pudo llegar al Paraguay ni prestar su apoyo al Cabildo antes de mediados del año 1649, estando Cárdenas de Gobernador.

Pero León, anticipándose a la resolución que se había expedido en Lima, según parece fiado o animado por el apoyo de Garabito y del Presidente de Charcas, quiso como buen súbdito ahorrar este trabajo odioso al Gobernador, expeliendo él en persona al Prelado, contando con poderosas amistades en el Paraná y Uruguay, acción que el P. Rada cita como muy conforme a los deseos del Conde de Salvatierra.

De esta posición de mandatario interino, que no vimos definida en ningún documento, por lo que dudamos le fuera conferido, que León nunca quiso manifestar oficialmente, se explica lo que dice Carrillo ("Discurso segundo", n. 121), que el nombramiento del mismo "no venía inserto en Real Provisión, como se acostumbra... persuadiéndose que decía (León)" dándose luego por recibido.

Con tales autos, decisiones, opiniones y fallos obtenidos por los émulos del Obispo e interpretados por ellos estaba de antemano perdida la causa de éste.

Las autoridades creían que el no sostener sus decretos y autos anteriores significaba comprometer la inamovible autoridad del Rey. Ya no se trataba, si la causa era justa o injusta sino de que debía salvarse el principio de que las decisiones había que sostener a todo trance, por estar empeñada la autoridad.

Consecuente con este principio había sido ordenado a León ya anticipadamente, procurase restituir el Colegio y sus bienes a los Padres Jesuitas, se daba además por nula la elección de Cárdenas, a pesar del privilegio imperial, desaprobándola.

Llegó Sebastián de León a la Provincia del Paraguay por agosto de 1649, principiando a "gobernar" desde la Reducción de San Ignacio, según el P. Rada "que los corregidores, alcaldes y caciques de los pueblos que a su cargo tienen los religiosos de la Compañía de Jesús, me acudan con 1.000 indios, (según Carrillo pareciendo poca la demanda fueron aumentando a 4.000), soldados y armas para seguridad de mi persona, y haber de ir a la ciudad de Asunción para tomar posesión de dicho gobierno", ya publicado en Potosí, "sin excusa, ni dilación alguna, so pena de traidores y rebeldes a los reales mandatos sean castigados como tales con todo rigor".

El piadoso León no se olvidó tampoco en esta arriesgada expedición, de la salud eterna de los indios, y temiendo que éstos le abandonarían otra vez, exhortó al P. Superior Francisco Díaz Taño le señalase dos Padres por capellanes y Curas "porque pueden suceder en caminos tan largos enfermedades y cosas fortuitas a dichos indios, por no tener sacerdotes en su compañía, para que les acudan en sus necesidades, teniendo experiencia del amor y caridad con que los religiosos de la Compañía de Jesús acuden a semejantes obras de piedad, y más siendo sus feligreses"... "para cuidado de ellos... mirando por el bien de sus almas, y lo demás que necesitaren como Padres suyos; y para que lo referido tenga efecto, por ser tan importante al Real servicio, exhorto y requiero las voces que da derecho puedo y debo", declarando, de no mandarlo, quejarse a S.M. y Consejo (17).

Aunque el P. Taño estaba muy dispuesto a secundar "semejante obra de caridad, y real servicio" como era la de expeler al Sr. Obispo en compañía de León, contestó modestamente que la resolución tocaba al P. Diego de Boroa, Vice-Provincial. Al saber éste la respuesta del P. Taño dijo: "Que por ser servicio de su majestad y bien de los indios, irán dos religiosos de los Misioneros y Doctrinantes para que en las ocasiones de las necesidades espirituales que se les ofrecieren a dichos indios del bien de sus almas, las acudan; y que pide y suplica, y siendo necesario requiere a dicho Sr. Gobernador no obligue ni se ocupen en otro ministerio que el que va expresado.

Fueron señalados como capellanes los PP. Luis Arneto y Juan de Porras. Las almas de los indios durante esa santa empresa estaban, por tanto, atendidas. Pero ¿quién se hará cargo del Colegio en Asunción, una vez restituidos? Esta pregunta, no tan sencilla, había ocurrido a esos olvidadizos y desprevenidos Padres, a pesar de haberse traído al Provincial de los mercedarios, fray Pedro Nolasco, por Juez Conservador, pidiéndole ad hoc como subdelegado del canónigo y chantre de la catedral de Tucumán.

Felizmente resolvió el nuevo Gobernador con circunspección este problema. Y el Padre Rada, persuadido de la sencillez de sus lectores sigue contestando: "Y advirtiendo dicho Gobernador cómo en esta ocasión iba el Juez Conservador a restituir a la Compañía todo lo que dicho Obispo y los demás sus aliados le habían quitado, y que esto mismo le encargaban a él el Sr. Virrey y la Real Audiencia, pidió fuese algún Padre que asistiese en dicho Colegio, a quien se hiciese dicha restitución, y quien solicitase sus causas como Procurador, y dicho Padre Vice-Provincial señaló por Superior al Padre Francisco Díaz Taño y por Procurador al Padre Juan Ant. Manquiano" (18). Todo esto fue puesto en autos, in rerum memoriam.

Arregladas las cuestiones espiritual y jurídica, el Gobernador, viendo la continua afluencia de los indios de San Ignacio, pensó en la parte estratégica. Nombró a sus acompañantes cabos de esos indios, ya instruidos en lo militar por el P. Porras. Los favorecidos con el mando fueron: el general Diego Olaverri y Rodrigo de Ortiz, los dos hermanos De León, el capitán Juan del Valle, pariente, según parece, del prebendado cismático de igual apellido, Pedro Gamarra, Juan de Avalos, Francisco de Vega, Diego Riquelme, Juan Ortiz y algunos vecinos más del Paraguay, todos excomulgados de facto por la Bula de la Cena por la parte que habían tomado en la primera expulsión del Obispo, deseosos ahora de repetirla otra vez, corriendo voces de que los de la Compañía habían asegurado, que no estaban con censuras por no ser Cárdenas verdadero Obispo.

Con el Gobernador se habían juntado también el ya conocido Pedro de Hinestrosa, ex-gobernador, fray Pedro Nolasco, llamado Juez Conservador y los tres prebendados cismáticos, quienes ansiosos esperaban el poder formar de nuevo el "Noble Deán y Cabildo Sede vacante".

El motivo de tan bélico aparato fue, según el P. Rada, un aviso que había recibido León, que mirase bien cómo iba de Gobernador, porque le había de prender al Sr. Obispo y aun cortarle la cabeza.

León quería ser hombre prevenido. El Gobernador ordenó la marcha hacia Asunción, donde el Obispo, sin saber detalles, había recibido de Corrientes y S. Fe noticias de que se juntaba un grueso ejército de indios, para acometer la ciudad, procurando a toda costa fortificarse en el ex-Colegio de los PP. Jesuitas, de donde ya sería difícil expulsarle de nuevo. Corriendo ya estos rumores sobre la reunión de tropas en las Reducciones y que al Ilmo. Cárdenas le parecían tan inverosímiles, los acontecimientos le tomaron, hasta el 28 de setiembre, desprevenido, por más que ya trabajaban parciales de De León desde semanas antes ocultamente en la misma ciudad. El Obispo escribió una carta al capitán Juan Romero, Alcalde Ordinario de Corrientes, contestando probablemente al aviso del peligro.

Esta carta confidencial, y por esto tal vez con términos no siempre aquilatados fue interpretada en el sentido más desfavorable contra el Obispo, encontrándose en ella propósitos sanguinarios y de defensa armada contra el nuevo gobernador. La carta, según el P. Rada, a quien debemos las noticias y los trozos del texto, que transcribiremos, fue enviada al Rey por los émulos del Obispo como prueba fehaciente de las malévolas intenciones de su Ilma. Escribió el Obispo aludiendo a la expulsión de los PP. Jesuitas de Asunción:

"He de hacer heroicas hazañas y alcanzar mayores victorias, porque es de gran fuerza la de la justicia y la de toda una ciudad ofendida, y tan arrestada y aunada a su defensa, dispuesta a no recibir Teatino, ni cosa que venga a su favor, ni menos León por Gobernador. ¿Qué gentil disparate, en buena fe, aunque no la tuvieran de Cristianos, ni de leales vasallos, cuánto más, teniendo tanta, había de recibir por Gobernador a un excomulgado hereje y alevoso? Dios no lo ha de permitir, cortando los pasos de la vida a todos los que intentaren tal cosa y porfiasen, como lo cortó al Gobernador pasado, y lo mismo ha de ser a los que quisiesen este Gobierno, porque lo tengo por Dios" (19).

Prescindiendo de nuestra desconfianza sobre la veracidad del informe que hace el P. Rada contra Cárdenas, y de la dificultad de formar una idea exacta sobre el contenido y alcance de una carta aduciéndo unos cuantos trozos, sólo con el fin de sacar pruebas contra el adversario, no encontramos en la cita del P. Rada los sentimientos sanguinarios contra Sebastián de León, que quiere demostrar el P. Visitador, aun admitiéndole toda autenticidad.

Las hazañas y victorias que espera el Ilmo. Cárdenas se fundan en la justicia de su causa y en la indignación del pueblo contra los de la Compañía y sus parciales. ¿Por qué no puede estar aunado este pueblo sólo a una defensa legal de recursos ante las autoridades para librarse de nuevas calamidades, a una defensa justa o razonable, o a una defensa de protestas?

El gobierno temporal que tenía Cárdenas era, como él muy bien lo sabía, ad tempus, hasta el nombramiento de un Gobernador de parte de la Audiencia, o mejor dicho del Rey. No había, por tanto, motivo de esparcir de que Dios le quitase al designado la vida, puesto que Cárdenas tenía este gobierno sólo ad tempus y por voluntad, como diríamos ahora, del pueblo soberano.

¿Por qué, pues, no puede entenderse que el gobierno a que alude el Obispo, sea el de su diócesis, recibida "por gracia de Dios y de la S. Sede", esperando que Dios se le conservaría, haciendo morir a los que quisiesen de nuevo quitarle su jurisdicción, como había ya sucedido con Escobar?

Al llegar fray Pedro Nolasco a Yaguarón, mandó fijar en la iglesia un "edicto", declarando excomulgado al Obispo por el despojo del Colegio de la Compañía (28 de septiembre de 1649), operación, que según fray Arteaga repitió en Ita, otra Doctrina franciscana, seis leguas distante de Asunción. Era, según parece, una advertencia a los PP. Doctrineros y a los habitantes, para que no se pusiesen al lado del Obispo. Sin embargo, contestó el Doctrinante fray Diego de Valenzuela al enviado de León, que le diese la obediencia, porque venía del Gobernador, que Itá dependía de la ciudad, una vez obedecida allá, obedecería también el pueblo, respuesta con que se conformó B. Sebastián.

Supo Cárdenas en estos días la cercanía de sus enemigos (28 de sept.) bien sorprendido de un hecho tan inusitado. Deteníase la tropa en el campo algo más de dos días (28 de septiembre hasta la mañana del 1¼ de octubre) en San Lorenzo, chácara de los PP. jesuitas, tres leguas de la ciudad, donde quería esperar el Gobernador el resultado de sus gestiones. Acudían allá, a saludarle, diversos parientes suyos y algunos vecinos, que previendo una catástrofe no querían desgraciarse con quien, según fama, venía con títulos de Gobernador. Otros, se retiraban de la ciudad, durante el año era costumbre, a sus chácaras, quedándose neutrales, pero el Gobernador mandó indios con cabos españoles en su busca, leyéndoles enseguida su nombramiento.

Era ley o costumbre que los gobernadores, antes de ejercer su oficio, fuesen recibidos por los Cabildos, después de haber examinado éstos sus títulos.

De San Lorenzo notificó León al Cabildo de la ciudad, que venía por Gobernador y "que le dejasen entrar sin resistencia; que por si se la hiciesen, y en resguardo de su persona, traía un trozo de soldados del Rey", es decir a los indios, en parte semibárbaros.

Respondió el Cabildo:

"Sr. Maestre de Campo, Sebastián de León, en este Cabildo se leyó una carta de V.md. y Dios en ella, con el Sr. Dr. Don Francisco Nestares Marín, Presidente y Visitador de la Real Audiencia de la Plata, hizo nombramiento de Gobernador y Capitán General en la persona de Vmd., por fin y muerte del Maestro de Campo Don Diego de Escobar, que lo fue de esta provincia, y dice que hizo notorio el título en la Reducción de los indios llamada Itapúa, y que para resguardo, ni cosa alguna, ni en esta ciudad hay opresiones, y no trate de entrar en ella con ellos, ni pasar adelante y excuse que hagan daños, porque no se ha de consentir, ni se ha de remediar, que para acudir a lo que mandare su Alteza (el Presidente de la Audiencia), este Cabildo y Ciudad no ha menester indios del Paraná ni de otra parte: Si V.md. trae recados, como dice en su carta, vistos por este Cabildo, justicia y regimiento, se acudirá con toda puntualidad a lo que más conviniere del real servicio, paz, quietud y conservación de esta ciudad y provincia; y en lo demás nuestro Señor dé a Vmd. salud y vida. De esta ciudad de la Asunción en 29 del mes de septiembre de 1649 años. Juan de Vallejos Villasanti, Cristóbal Ramírez Fuenleal, Diego Hernández, Diego de Yegros, Diego Ximénez de Vargas, Francisco de Quino, Tomás de Ayala, García de Paredes, Juan de Cáceres" (20).

El Cabildo consideraba aquellas tropas ilegalmente reunidas sin saberse a punto fijo para que venían neófitos de Uruguay, pertenecientes a la gobernación de Buenos Aires, venían no solamente ilegalmente convocados, sino invadiendo una provincia ajena. Resistirles, al querer entrar contra las advertencias hechas, significaba guardar el orden, hacer respetar las leyes y reprimir la audacia de los indios, que venían contra la capital de la nación dominante. Resistirles era defender la causa del Rey, la autoridad de sus leyes, era defender a la vez a la Iglesia, amenazada por una nueva persecución a su Obispo y a los que le obedecían.

El portador de este poco respetuoso oficio capitular fue el ayudante Sebastián Escobar, soldado valiente y noble.

El airado Gobernador, conociendo la lealtad del ayudante a la causa episcopal, le hizo poner preso y ponerle en grillos. Poco tiempo después, el día del asalto de la ciudad, llevado Escobar en una carreta, fue victimado a machetazos por los indios, no se sabe si por orden de alguien. En la ciudad se creía que también él había pasado a la causa de León, mientras el infeliz contra derecho de gentes había sido detenido y matado.

El Cabildo quiso aún tentar otra vía de composición, sin hacer llegar las cosas al extremo. Rogó a los superiores de los conventos de San Francisco y Santo Domingo, que nuevamente por su nombre dijesen a Sebastián de León "que si traía papeles de Gobernador, fuese a la ciudad, y los presentase, retirando primero el ejército, y que le recibirían y obedecerían".

León recibió con aspereza a los dos prelados y con descompostura y arrogancia respondió: "No necesitaba del Cabildo, que ya había tomado posesión del Gobierno en los pueblos de Itapúa y de San Ignacio, que había de entrar de la manera que debía, cayese el que cayese".

Avisaron los dos religiosos la respuesta a la Ciudad, que fue asentada para su propia justificación en el Libro del Cabildo.

El obispo durante los tres días, que le dejaba la imprevista llegada de León con tanta gente armada a San Lorenzo, fomentando a la vez las gestiones de paz, pero sin tener correspondencia con León, quien ocultaba sus planes o recaudos como él decía, se preparaba a defender a la ciudad contra los que consideraba invasores.

El Gobernador había escrito desde San Ignacio a Andrés González, vecino del Paraguay, dándole noticia de que venía de Gobernador y con ejército, y que por esto dijese al Alférez Real, "estuviese a parte con el estandarte para pasársele. Habiéndose en estos días de tribulación interceptada esta carta, fue preso Andrés González, como fomentador de traición, quitando el obispo el estandarte al Alférez.

Consultando al Cabildo secular mandó luego Su Señoría tocar las cajas, enviando dos ayudantes a las Chácaras para convocar la gente diseminada en las chácaras. Pero viendo los dos enviados el cambio de la situación se quedaron con León, sin convocar a nadie (28 de septiembre), de modo que en los dos días siguientes muy pocos acudieron a la ciudad, por lo cual el obispo echó bando de que todos siguiesen enarbolando el estandarte real, juntando así como 400 hombres. El bando del Ilmo Cárdenas, fue según fray Arteaga: "D. fray Bernardino de Cárdenas, Obispo del Paraguay, del Consejo de S.N., su Gobernador y Capitán General, digo: Que por cuanto me consta, que Sebastián de León, cismático, excomulgado y anatemitizado, factor de extranjeros usurpadores del Patronazgo Real, está cerca de esta ciudad para entrarle con grueso ejército de indios del Paraná y Uruguay, y usurpar las dos jurisdicciones real y eclesiástica, mando a todos los vecinos y moradores acudan a asistir el estandarte real del Rey nuestro Señor, para defender de traidores y perdimiento de bienes y de la vida" (Colec. t. 2. pág. 36).

La mayor parte de estos 400 hombres eran los vecinos de la ciudad, todo el Cabildo en pleno y algunos centenares de indios, reunidos a toda prisa de las chácaras y de los pueblos de Yaguarón, Tobatí, Itá y los Altos. El pregonero había ratificado el llamamiento so pena de excomunión ipso facto incurrenda, de traidores y perdimiento de bienes, y que todos estuviesen dispuestos a obedecer a los mandatos del obispo aprestando armas y caballos.

Al mismo tiempo nombró el obispo como lugarteniente general de guerra a Juan de Vallejo Villasanti, instituyendo capitanes subalternos (30 Sept.). Fueron también puestos espías en los caminos reales para poder saber si entraban los enemigos y por dónde.

Ante esta resistencia, ante esta guerra civil en que toma parte el Ilmo Cárdenas quedamos perplejos, buscando explicaciones.

Por declaración jurada del mismo Obispo (7 Oct. 1649) consta que del nombramiento de Sebastián de León tuvo solamente noticia por rumores y por la carta de éste al Cabildo, no acompañada con documentos fehacientes y, "dudamos – dice el Ilmo. – , fuese así por lo cual mandamos hacer la dicha resistencia", callando las demás razones que le asistieron.

Desde la expulsión y despojo irregular de los PP. de la Compañía se había colocado el Obispo en mal terreno, en una pendiente, que debía llevarle a fatales consecuencias. Había dejado de ser víctima. Ahora atacaba.

Podía excusar la dilación de la comparecencia ante la Audiencia con razones de derecho canónico, declinando su jurisdicción, podía excusarla con la elección de Gobernador a instancias de un pueblo importante, podía decir con razón, que no convenía su ida pronta para poder apagar antes el cisma existente y para el sosiego de la población dividida; pero ¿qué alegar respecto de la supresión del Colegio jesuítico y demás disposiciones al respecto y los perjuicios sufridos por aquellos padres, lo que tanto debía complicar las cuestiones pendientes?

La distribución de los bienes del colegio fue loabilísima, pero era sobre bienes de los cuales no podía disponer por ser ajenos. Podía castigar el obispo a los religiosos que impedían su jurisdicción, pero no con tanta gravedad, sin forma de proceso y sin intervención de los tribunales competentes, no conviniendo que el obispo fuese parte y juez a la vez, por más que el Cabildo hiciese instancias. Creemos y admitimos, que aquel venerable prelado hacía todo esto de buena fe, que creía necesarias las medidas tomadas, que estaba dispuesto a sujetarse a las disposiciones del Rey, a cuyo tribunal había llevado su informe, que así obraba en vista de que – merced a las influencias de los PP. Jesuitas – no hallaría justicia ante el Virrey y la Real Audiencia de Charcas, pero exteriormente, jurídicamente, no había obrado bien el obispo.

Llevadas ya las cosas a tal extremo debía suceder lo que sucedió. Los jesuitas aún más irritados, poderosos por los brazos de que disponían, de las influencias que por medio de sus hermanos tenían ante la Audiencia, ante el Virrey, en la Corte de Madrid, no querían tampoco esperar fallos de tribunales competentes, teniendo a su disposición un Gobernador y un Juez Conservador, aunque a ellos no les asistían las razones poderosas del obispo, quien al principio fue el atacado, excediéndose desgraciadamente en la defensa.

Vino como consecuencia lógica de estos acontecimientos la guerra civil, si un suceso de pocas horas podemos calificar así.

Asistía al obispo para resistir a la invasión la bondad de su causa.

Nuevamente volvían sus émulos para oprimir su dignidad, para vengarse, partes y jueces a la vez; segura era su nueva expulsión, tal vez sufrirían graves ultrajes y peligro de muerte; seguro era un nuevo cisma con tantos males para las almas, la nueva división del Clero con desprecio de la jurisdicción del Ordinario, con escándalos, ya desde tiempo repetidos, para el Paraguay y las provincias circunvecinas.

En frente de males tan seguros y positivos, ¿no convenía al menos una tentativa de resistencia, que ya poco podía empeorar, pero tal vez mejorar la situación, exponiendo después las causas ante los tribunales superiores?

¿Era, además creíble, que el Virrey, la Real Audiencia y el Presidente de la misma, informados de lo pasado, hubiesen nombrado Gobernador a Sebastián de León, enemigo público del obispo, excomulgado, y de tan pocas estimables prendas, permitiendo que lo acompañasen tantos enemigos reconocidos del diocesano? ¿No debían esas autoridades, según las leyes, amparar y proteger la dignidad episcopal? ¿Era posible que se convirtiesen en perseguidores?

¿Por qué no mostraba León sus títulos, aunque fuese llamando a algunos del Cabildo a su campamento, contentándose con una carta y, diciendo, contra toda costumbre, de que ya estaba recibido, aún sin Cabildo? Por qué traía este gran ejército, por qué no quería remitirlo a sus reducciones, habiéndole ya manifestado el Cabildo, por oficio y por los dos prelados regulares que, teniendo los documentos debidos, le iban a recibir con la debida sujeción por Gobernador? Por qué estas tropas, tan ilegalmente reunidas, puesto que esto competía solamente al Virrey, al Presidente de la Audiencia, al Capitán General y ministros regios, facultados ad hoc? ¿Por qué, pudiendo entrar pacíficamente, insistía León, hacerlo por tropas? ¿Quería vengarse, atropellar, cometer abusos, necesitaba fuerzas de afuera?

Los despachos de León eran inseguros, sospechosos y, según se puede presumir de las circunstancias, no las había querido manifestar al Cabildo, para poder proceder más tarde con más rigor, aparentemente justificado.

Cárdenas tomaba su resolución; resuelta y firme con aquel su carácter, pero, según opinamos, sin tomar todos los recaudos que aconsejaba la prudencia, sea para salir de las dudas respecto del nombramiento de León, sea por si éste fuese Gobernador para disuadirlo de que no entrase con los indios armados, ambos evitaban entablar relaciones o conferencias.

Viernes 1 de octubre, como a la una de la tarde, tuvo el Obispo aviso de que León con sus tropas venía marchando como a una distancia de media legua. De nuevo repitió el Obispo el bando del día anterior, ordenando que en vista de las malas intenciones de León todos se opusiesen a la entrada de León con armas; mandó que quedasen algunas personas con él y el estandarte real, que tenía en sus manos; animó a todos para que, saliendo al encuentro, resistiesen y temiendo alguna treta o sorpresa, ordenó que esto se hiciese: "Sin oír papeles ni ponerse en pláticas, sares y tomares, sino que de hecho acometiesen con sus armas de a pie y de a caballo, y no consintiesen la dicha entrada por ningún caso", como había ya notificado a León el Cabildo, al exigirle que entrase sin los indios de las reducciones.

Sabíase que Sebastián de León y los españoles que estaban con él, habían avisado la noche anterior "a sus mujeres, casas y deudos, que se saliesen de la ciudad con sus ropas y alhajas, porque de mañana habían de entrarla a saco". Como habían escrito los enemigos de Santa Fe y Corrientes dando aviso de que los contrarios iban a fortificarse en el ex-colegio de los PP. Jesuitas. Cárdenas, antes de salir las tropas lo hizo demoler en parte y, parte quemarlo, no sabemos si todos los edificios, a vista de toda la ciudad. Las aludidas cartas de fray Arteaga, decían: determinaron los Padres que con fuerza de armas, arrojándose lo que sucediera acometiesen a estas en la ciudad y se apoderasen de su colegio y en él se fortificasen que una vez hecho, hecho quedaría" (Col. t. 2, pág. 33).

Había que temerse, pues, males graves, saliendo derrotados, se acercaron los dos ejércitos. El de la ciudad contaba con 30 hombres entre infantes y caballos, pero mal provistos de municiones, y 400 indios amigos, "quedándose el obispo en la iglesia para rogar a Dios, quitase aquellos ánimos, que no habían admitido medio alguno de paz", estrellándose todo ante la terquedad y empeños de León con fuerza tan grande y temible obligando así a la ciudad a defenderse como contra una invasión de enemigos.

Con el ejército de la ciudad venían fray Gaspar de Arteaga con otros tres religiosos de San Francisco, animándolo. Las dos tropas llegaron a verse en el campo llamado de Santa Catalina, situado tres cuadras lejos del pueblo, donde principiaron luego las demandas y respuestas.

Adelantaron el teniente general y un alcalde ordinario, a caballo, diciendo a León, que mostrase los papeles que según él traía y que dejase el ejército enemigo, entrando con sólo los españoles, que le recibirían y, "de no hacerlo así, le protestaban las muertes, pérdidas y daños que amenazaban". "No quiso Sebastián de León hacer lo que también estaba a él, y a su patria y al servicio de Dios, y de su Majestad, entrando en paz, abrazando un medio tan natural y jurídico, resolviéndose a que se habían de rendir todos como a Gobernador, y hacer de ellos y de la ciudad lo que quisiese; con esto se redujo el trato, y conferencia dándose a las armas". (Veáse al final: "Escritos complementarios" N¼ 7).

Principiaron las tropas de León a dar los primeros disparos, volviendo los religiosos a la Catedral, donde estaba el Obispo.

Los indios de León, empero, al recibir las primeras cargas intentaron emprender la fuga, la cual detuvo éste con estocadas, acudiendo a los eclesiásticos, entre ellos, según fray Arteaga, los jesuitas, sus parciales, en su ayuda, haciendo presente a los indios el poco número de los españoles, el despojo que podían ganarse, mientras que volviendo iban a ser esclavizados, sin ver ya a sus familias, consiguiendo, que los indios arrojando los mosquetes que les estorbaban, cayeron con sus espadas sobre los pocos españoles, que ya creían en la victoria, a tiempo que ya no tenían pólvora ni balas. El golpe de gracia empero les dieron unas mangas de mosquetería de los indios de las misiones enseñadas por el Padre Luis Arnoto, acobardándose los de la ciudad, pasándose el maese al campo enemigo con otros, volviendo los demás las espaldas, quedando empeñados muy pocos con el Teniente General Vallejo y con el capitán Rodrigo Ximénez y con el capitán Francisco Sánchez Cabrero, hasta que salieron heridos los tres. Teniendo con esto León asegurada la victoria, tanto por la falta de munición de sus contrarios como por la huida de muchos, en la cual fueron matados por los indios unos veinte españoles, heridos además unos diez a doce más, dándose los demás por prisioneros. De los indios amigos de la ciudad murieron unos cinco o seis, poniéndose los demás al ver el mal giro prontos en cobro. A los españoles valió la codicia de los indios de las reducciones, quienes al caerse apenas un español, se echaban luego en gran número encima de él, peleándose por su despojo. Murieron 395 indios de las misiones. Añade Carrillo: "a ser más los caballos, y a no haber flaqueado algunos, sin dificultad hubieran sido desbaratados los enemigos y deshechos enteramente".

Entraron los vencedores ebrios de su triunfo en Asunción, "saqueando y quemando las casas, pereciendo en las llamas una hija ilegítima de León, niña de siete años, matando e hiriendo a indios y españoles, y forzando, diseminados, según fray Arteaga, a muchas mujeres españolas, cantando así unos indios viles "victoria contra la nación dominante, cuyas mujeres y haciendas quedaron por despojo de la indiada insolente y canalla del Paraguay y Uruguay".

Los españoles que guiaban las tropas de los bárbaros, tal vez por lástima, al ver tantas calamidades, los recogieron y estorbaron que no quemasen más casas, cesando por entonces la hostilidad, dando lugar a que se escondiesen muchos de los asustados habitantes con sus mujeres e hijos en los montes, que rodean la ciudad, muriéndose allá, según fama, algunos, por no atreverse a salir. Otros pasaron a nado o en canoas el río Paraguay, refugiándose en las tierras de los indios vecinos "por no verse en poder de los vencedores insolentes con su felicidad".

El Padre Rada, en su tercer descargo, cuenta, 14 años después, con su acostumbrada benevolencia hacia los enemigos del Ilmo. Cárdenas esta pelea de una manera muy distinta sin atreverse a desmentir claramente el relato de fray Arteaga, testigo ocular, y Carrillo, a quienes seguimos, conociendo el padre, como consta de sus citas los discursos jurídicos de Carrillo.

Según él, "deseaba León, que se le hiciese un recibimiento de toda paz"; que sus compañeros y él ya se habían vestido de galas para entrar en la ciudad, fiados en la promesa del alcalde, que había llevado la carta al Cabildo. Naturalmente calla el Padre Visitador la respuesta del mismo, la llegada y prisión y asesinato del ayudante Escobar, las inútiles gestiones de los prelados regulares recibidos y tratados con arrogancia y juramentos", la conferencia tenida entre los dos jefes antes de la batalla. Iba el buen León, continúa, muy descuidado y alegre, cabalgando, con sus españoles adelante, y atrás los soldados de a pie, el ganado vacuno y las carretas de matolataje. Pero he aquí, que al llegar a un lugar estrecho y áspero, un cuarto de legua antes de Asunción, notaban, que el enemigo estaba cercándole con intención de matarle. En este apuro hizo publicar el título de Gobernador y auto de su recibimiento, entendiendo todo los dos ejércitos ya tan cercanos; pero como el Obispo había dado órdenes contrarias, descargaron los de la ciudad su mosquetería. Aún así no se irritó el paternal Gobernador. Requirió de nuevo que se quitasen, que venía de paz y que no despegasen a su perdición. La respuesta fue una segunda descarga de mosquetería. No quedaba al pacífico Gobernador más recurso que usar el derecho natural de defenderse con los suyos, tan mal encorralados, con los enemigos adelante y con las carretas atrás. Mató en esta heroica defensa que luego se convirtió en espléndido triunfo 18 españoles de los contrarios y 6 indios muriendo apenas de los suyos dos indios, quedando heridos veinte. La bondad del Gobernador empero no se había mermado durante la refriega. Apenas notó que los españoles volvieron las espaldas "y el Gobernador viendo que huían, mando a dichos cabos, que gobernaban a los indios soldados, tocasen a recoger, con que cesó la batalla". La única incendiada fue un rancho de paja. Pero le habían pegado el fuego sus dueños "para que no se supiese de que tenían allá escondida parte del saco, hecho al colegio; pero entre las cenizas aparecieron algunos libros quemados y otras alhajas de la Compañía" (21).

Varios historiadores de Bolivia consideran los referidos acontecimientos durante el virreinato del marqués de Marcera como "revolución", así Ordoñez López y Crespo, Urquidi, etc. Opinamos no sea exacto tal término. No se desconocía teóricamente ni la autoridad episcopal, ni la del Gobernador León. El diocesano tenía jurisdicción espiritual relativa en las reducciones. Se resistió a su visita con armas con el pretexto de que no era obispo, impidiéndole su autoridad, pero por el motivo ya alegado. Aún al Gobernador León quería reconocer el Cabildo, comprobados sus títulos, pero exigiendo el retiro de los indios, cuya presencia y apoyo creía ultrajante, nociva e ilegal. La resistencia no fue, en rigor, contra la legítima autoridad, según opinión o dichos de sus actores.

Si pues, Ordoñez López y Crespo en su "Bosquejo de la Historia de Bolivia", La Paz, 1912, pág. 99, escriben: "Los jesuitas... se rebelaron (en el Paraguay) contra la autoridad del Obispo fray Bernardino Cárdenas, por lo que éste los expulsó (1648). Mas, aquéllos, apoyados por la Audiencia de Charcas, por el Virrey y muchos parciales, recuperaron su anterior dominio", este concepto y la fecha precisa de una modificación radical.

Estos sucesos tienen sólo apariencia de revolución. No se quería quitar la jurisdicción, pero se pretendía no se extralimitase.

El número de los indios vencedores antes de la batalla era, según fray Arteaga 4.000; el Padre Rada, dispuesto como hemos visto a mermar aún el número de las víctimas del encuentro refiere sólo que el Gobernador había pedido 1.000 neófitos, pero sin decir el número, que efectivamente traía (22).

Pronto debía principiar para la infeliz ciudad la época del terror, encabezada por el Gobernador, el "Juez Conservador" y el deán Peralta, otra vez jefe del Cabildo cismático.

Mandó el Gobernador, que se saliese de la catedral toda la gente de todos los estados, obedeciendo casi todos por miedo de males mayores. Solo el obispo con cuatro sacerdores no quiso salir.

Los que salían, si tenían armas, fueron desarmados por los indios, y prendidos a los que parecía a León, así eclesiásticos como seglares. Entre estos prisioneros se hallaban los alcaldes ordinarios y todo el Cabildo, diciéndoles el Gobernador palabras de injuria y befa, quitando al alcalde Juan de Vallejo la vara, ordenando a los indios no lo dejasen sentar. A todos se puso prisiones (grillos) "porque traían cantidad de ellas, hechas y labradas sólo para este efecto en las reducciones".

A los sacerdotes, criminales porque habían sido opuestos al cisma y fieles al obispo, se los trató con sacrílega crueldad.

Los 24, que habían salido del templo, fueron conducidos por los indios atados en una cadena grande con sus collares a la cárcel pública, destinada para los indios y negros delincuentes, donde de dos y dos, como los del Cabildo, fueron puestos en un grillo. Habiendo caído algunos sacerdotes, por la incomodidad de su prisión, enfermos, mandó después de seis días el Gobernador, fuesen llevados a la Merced y otra prisión que ya tenía dispuesta, "y de dos en dos en un grillo los sacaron por la plaza pública de la ciudad a hora de las once del día, llevando a los lados cien indios armados de guardia".

"Aunque el Prior de Santo Domingo – sigue Carrillo narrando – rogó a los directores de esta demostración no consintiesen tan grande afrenta, como prender y llevar a sacerdotes en aquella forma, que aun en tierra de herejes fuera exorbitante, respondieron: "Padre nuestro, conviene hacer esto con tanto rigor, porque de aquí en adelante no se burlen de nosotros y nos teman". También a los alcaldes no quedaba ahorrado un paseo vergonzoso. Fueron sacados con prisiones en los pies, en sillas descubiertas a hombros de indios desde la cárcel a la compañía para abochonarlos por la demolición del colegio, ordenada por el Obispo. Faltan datos sobre la duración del encarcelamiento del Cabildo y del clero. Durante estos días de horrores y sacrilegios, estaba activísimo el Juez Gobernador con su secretario fray Felipe.

Tenía que corresponder a la confianza puesta por los PP. Jesuitas en su sagacidad y justicia.

Después de haber fijado proclamas en todas las iglesias de Asunción, sin que nadie se atreviese a oponerle resistencia, donde se condenaba al Obispo por excomulgado, mandó también con amenaza de excomunión, que nadie hablase con Cárdenas, fiado en el apoyo que tenía, ni dar satisfacción a nadie.

El día dos de octubre de 1649, es decir un día después de la entrada de Sebastián de León en Asunción, abrió su "tribunal" de Conservaturía.

El asunto principal era el despojo hecho por el obispo a los Padres de la Compañía y los perjuicios causados. Llevaba este proceso también "causa y ramo contra los alcaldes y capitulares de Asunción de 1649".

Para cortar todo poder del obispo declaró además excomulgados a los que obedeciesen a fray Cárdenas o a sus censuras. Varios de los partidarios del obispo fueron sentenciados a penas pecuniarias, y vendidos sus bienes por no poder pagarlas, probablemente por su participación.

Sancionó también a diversos religiosos con sus censuras, fulminando por fin el 17 de octubre, como veremos en el capítulo siguiente, y como cierre de su comisión, sentencias horribles contra el Obispo, privándole de la dignidad episcopal, condenándole ad terrorem, a la pena capital, privación de temporalidades, reclusión perpetua, destierro a 560 leguas de la diócesis y reservación de su absolución al Sumo Pontífice.

El Gobernador, después de haber humillado, dispersado o castigado a sus "enemigos", nombró por Teniente General "a Pedro de Gamarra, y le recibió ante sí, y mandó dar las finanzas sin estar él recibido" (por el Cabildo).

Quitado ya el estandarte real al Obispo daba posesión y jurisdicción con él a Peralta, sede vacante, gobernando éste con sus dos colegas de antes. Los dos prebendados restantes tuvieron suficiente valor como para negarle la obediencia, quedando sujetos al Obispo, siguiendo los más de los fieles la jurisdicción cismática por el rigor de la tiranía.

Aquí mencionaremos sólo como acto de la autoridad del nuevo Gobernador eclesiástico Peralta, que no dejaba impunes los ataques a los PP. de la Compañía. Un criado del Obispo, según el Padre Rada, había hecho correr calumniosamente la voz de que los cuatro padres jesuitas habían venido más bien "capitaneando" que de capellanes, convirtiendo armas e indios contra el obispo. Pero – añade el Padre Rada – "fue condenado por calumniador y convencido de su falsedad".

Los PP. jesuitas parece aprovecharon de la estadía de sus neófitos para edificar y reparar su colegio, encontrado en tan mal estado. Volvían más tarde los dispersos religiosos, entre ellos el padre Laureano Sobrino como Rector.

Tiempo ya es de que nos ocupemos de la persona principal de esta tragedia.

Cárdenas – según Charlevoix – parece ha oído antes de encerrarse en la iglesia mayor, al pregonero quien, por orden de León publicaba en las casas reales y el Cabildo" el título y auto de recibimiento de Gobernador, Capitán General y Justicia Mayor de estas dichas provincias, en que habiéndose oído el dicho Cabildo (entonces preso), y demás vecinos que se hallaron presentes, fue recibido de todos y nos recogimos luego" (a la Iglesia) (23).

Desde la tarde del primero de octubre estaba Su Señoría con cuatro clérigos y según parece de las firmas de un escrito que luego referimos, también con algunos seglares, que no querían abandonar a su prelado en estas horas de angustia, encerrado en la catedral. El Gobernador, no atreviéndose a violar aquel asilo sagrado, resolvió emplear el sistema del Gobernador Escobar, rindiendo al Obispo por hambre.

Hizo clavar dos de las tres puertas del templo, poniendo fuertes guardas de indígenas, se habla de 600, sin que esta vez fuese posible a los fieles socorrer al diocesano.

Los indios de las reducciones – continúa Carrillo – , que cercaban la Catedral profanando el templo, hacían sus fogatas, cuyo humo molestaba grandemente a los reclusos, colgaban y asaban la carne en el cementerio y colgadizos de la iglesia, y estaba todo lleno de inmundicias y se cantaban de noche cantares, según se decía, de su gentilidad, causando así muchas penalidades, pero el prelado "padecía esta persecución con paciencia y alegría, cantando continuamente himnos y salmos a Dios, en compañía de los que le asistían".

Mientras el Juez Conservador procesaba al obispo ausente e incomunicado, pudo saber éste algo de las tropelías de que eran víctimas sus parciales.

Compuso entonces, lleno de lástima, "la declaración satisfactoria", que Charlevoix nos ha dejado en el tercer tomo de su "Historia du Paraguay" con el fin probable de demostrar la culpabilidad del Obispo, haciendo atestiguar a Cárdenas contra Cárdenas, pero en la cual nosotros sólo vemos un nuevo rasgo de generosidad, valor y nobles sentimientos del obispo.

Citaremos sólo la parte principal de esta "declaración satisfactoria, hecha en descargo de los que habían tomado las armas contra Sebastián de León" (24).

Testificó el encerrado ordinario:

"Nos, Don fray Bernardino de Cárdenas... Hago saber al Rey nuestro Señor en su Real Consejo de Indias, Sr. Virrey de estos Reynos, Real Audiencia de la Plata, y demás tribunales inferiores", etc. Refiere enseguida sus preparativos y órdenes para hacer frente a León, enumerando las penas con las cuales había obligado a la defensa, de la noticia que tuvo de la carta de León al Cabildo pero "dudamos fuese así por lo cual mandamos hacer la dicha resistencia, como va referido, porque tenemos noticia cómo dicho Cabildo y personas de él están presos por el hecho de la resistencia, y otras personas...

"Y así certificamos y, siendo necesario juramos in verbo sacerdotis, poniendo la mano en el pecho y corazón, que procedió el hecho según dicho es emanado de nuestras órdenes y mandatos, que ellos entonces obedecieron como el Gobernador General que usábamos, y ejercíamos, y de temor de incurrir en las penas que teníamos impuestas; y según nuestro parecer los susodichos padecen con inocencia, pues solamente acudieron como humildes a obedecernos, además de que así mismo se lo mandábamos con penas de excomunión ipso facto al que no acudiese a nuestras órdenes; y en esta consideración deben ser absueltos, como personas, que no cometieron delito por sí. Y para que conste, de nuestros motivos, por la noticia dicha, y por el descargo de nuestra conciencia, y no por otra causa alguna, lo certificamos así por ser verdad infalible, pública y notoria en la ciudad, y lo firmamos de nuestra mano ante dos testigos, por no haber escribano real, ni notario, ni secretario, para que lo refrende, que es hecho en esta Santa Iglesia de la ciudad de la Asunción en siete días del mes de octubre de mil seiscientos y cuarenta y nueve, en este papel común por falta de sellado. Y porque doy dos de un mismo tenor, se entienda ser el uno del otro duplicado, y una misma cosa, con las mismas razones el uno que están escritas en el otro para que el dicho Cabildo se valga de ambos, o de cada uno de ellos en su defensa. Fecha ut supra. Jesús. Fray Bernardino de Cárdenas, Obispo del Paraguay.

"Testigos: Manuel Enríquez de Alarcón, Rodrigo de Roxas Aranda, Antonio de Ortega" (25).

Ufano incorporó el Juez Conservador esta propia acusación a sus numerosos legajos contra Cárdenas; no sabemos su efecto respecto de los capitulares presos ni la manera como la transmitió el obispo.

Había llegado el 10 de octubre y "los que estaban encerrados en la catedral, viéndose morir de hambre, y que no había otro remedio, comenzaron a gritar a los guardias: «ya se murió de hambre nuestro Obispo»", esperando tal vez poder escabullirse durante la entrada de los sitiadores.

"Así como oyeron esto, abrieron, previo aviso a las autoridades, la puerta no clavada y entraron en ella Sebastián León, los tres prebendados cismáticos y el Juez Conservador con muchos indios arcabuceros".

Pero, cuánta no sería su rabia al conocer el engaño y ver vivo a Cárdenas, aparecieron ante su furor la inmunidad del asilo y lo sagrado del lugar. "Estaba el obispo, sigue Carrillo describiendo la escena horriblemente, vestido de Pontifical, con la custodia del Santísimo en las manos, arrimado al Altar Mayor; embistieron con él, llamándole embustero y excomulgado y, a empellones y golpes le quitaron por fuerza el Santísimo, y fue milagro no matarle, porque le sacaron de la iglesia, dándole muchos golpes, llevándole en medio de gran número de indios arcabuceros a la casa de Alonso de Aranda, en la plaza, donde le metieron en un aposento y prisión pequeña y obscura, que no tenía más respiración que la puerta (que daba al río), que también le cerraron, poniendo en ella de guardia más de 500 indios para impedir le liberase la gente de la ciudad, con pena de vida que nadie hablase con él; y el Juez Conservador intruso mandó lo mismo, pena de excomunión y de 500 pesos; pero una mulata del Obispo, muy vieja, pedía limosna por la ciudad para sustentarle, y le daban los fieles, no obstante las penas y riesgo de la vida (26), tolerándose, que la mulata alcanzase al Obispo la comida mendigada por la abertura que tenía la puerta de su prisión.

El día 19 de octubre tuvo el incomunicado prelado la visita del Juez Conservador, quien, sin hacer caso de la recusación de su autoridad, notificó por medio de su secretario (Pr. Felipe Gómez) a Cárdenas diversos autos muy descompuestos, sin querer recibir sus respuestas, sentenciándole al cabo de ellos, como referiremos, "enviando muchos traslados a las ciudades de las Corrientes, Santa Fe, Buenos Aires, y en toda la gobernación del Paraguay y Tucumán, por afrentar al obispo, y que lo tuviesen por depuesto y privado de su iglesia".

"Despojado – continúa Carrillo – el Obispo de sus alhajas y bienes hasta de los ornamentos pontificiales, fuentes y aguamaniles, y de todos los libros, Bulas y Cédulas y papeles de su defensa, sin dejarle ninguno, y haciendo otros autos falsos con testigos forzados y amedrentados, como de tantos golpes no se acaba de morir o de viejo o de hambre o de pesadumbre, fue puesto en una balsa, a fin (según dicen) de que se alejase y con doce soldados, arcabuceros de guarda, le echaron río abajo, con orden (pena de la vida) que sin llegar al poblado le llevasen a la ciudad de Santa Fe, que está a 200 leguas del Paraguay, y le dejasen allí, padeciendo el obispo notables descomodidades" (27).

Recibieron al perseguido prelado en este segundo destierro los frailes menores en su convento de Santa Fe (28).

Quedaba el deán Peralta con beneplácito y apoyo eficaz del Gobernador, gobernando la diócesis, dando así nuevos escándalos, titulándose de nuevo con los prebendados Sánchez y Ponce: "Noble Deán y Cabildo, Sede vacante" (29), y "los excomulgados asistían a sus divinos oficios".

Tras del señor Obispo viajaba el hermano Blas Fernández, de la Compañía, enviado para solicitar al Teniente de Corrientes no admitiese en la ciudad al Ilmo. Cárdenas, llevando al mismo tiempo la sacrílega sentencia contra éste que uno de los súbditos de fray Nolasco, por oden del mismo, debía leer públicamente en la iglesia de la Merced de Corrientes (30).

Siguió Sebastián de León gobernando con despotismo al infeliz Paraguay apellidándole sus aduladores como "otro Fernando Arias de Saavedra", quien había sido hombre de mucha cristiandad, edificador de templos y muy respetuoso a los eclesiásticos (31).

Volviéronse los indios a sus hogares, después de haber aprendido la superioridad del número y el ningún respeto que daban los cristianos a su Obispo y a sus sacerdotes.

Esparciéronse pronto estos nuevos escándalos de Asunción, y conociendo, – dice Rada – , el Ilmo. doctor fray Melchor Maldonado, Obispo de Tucumán, a quien debía hacerse cargo de la batalla y muertos habidas en la sangrienta entrada de León, escribió a S.S. Inocencio X, dándole cuenta del suceso como Obispo más antiguo y más cercano de estos reinos: "Lo que sabemos es, que dicha batalla la acabó dicho Rd. Obispo del Paraguay, y mandó, pena de vida, y con excomuniones como Obispo y Gobernador, que así se hiciese, y no se consintiese leer orden, ni papel de los superiores de este Reino, en que nombraban nuevo Gobernador, sino que peleasen" (32).


NOTAS

(1) El gobernador D. Diego de Escobar Osorio murió a 26 de febrero de 1649, sin dejar un teniente, habiendo sido alejado antes de la tenencia, según se decía por influencia de los PP. Jesuitas ante la Audiencia, D. Diego de Yegros, síndico del Convento de San Francisco. Dice el Deán Funes que a la influencia de su esposa (de Escobar) debía Cárdenas su regreso al Paraguay (desde Corrientes), adonde llegó un mes después de Osorio.

(2) Carrillo: Discurso segundo n. 103 y 104.

(3) Colecc. Gl. To. I, pág. 62. No entró en los argumentos de Cárdenas. Funda él su tesis sobre el derecho natural en el apotegma: in vi expellere licet - en el divino: por desobediencia y damnificación, desprecio de las censuras episcopales y soberbia de los religiosos a la Iglesia, su señora (ejice ancillam et filium eris), la diócesis habiendo hecho pobre a las afrentas al Obispo, etc.

(4) Colecc. Gl. To. I, pág. 72.

(5) Notificación a los Jesuitas para dejar el Colegio: 6 de marzo de 1649. Expulsión: 26 de marzo de 1649.

(6) Gobernador de Buenos Aires, a quien había sido encarado la suspensión de la resolución de comuneros.

(7) Ensayo: II. 236.

(8) Solorzano: de juro iustitiae, tom. 2, 1. 3, c. 16, n. 23-32.

(9) Cap. Dilecto de Sentent. excomun. n. 6 et.cap. Veneravilibus ecdem tituló "Turbatores jurisdictionis puniri possunt ab Ordinario quamvis sint exempti". Farinaccio qu. 114, inspec. X n. 76 en Carrillo.

(10) Cretineau-Joly, omitiendo detalles y cronología escribe: "La muerte del Gobernador dejaba su autoridad entre sus manos (¿por qué?); más éste (Cárdenas) no quiere usar de ella hasta haber consultado al pueblo. ƒste se componía de esa multitud de especuladores, mercaderes, nobles sin bienes y fortuna, o europeos ambiciosos cuyos crueles cálculos habían desbaratado los Jesuitas, y en su conformidad votó por unanimidad su destierro.

Narrado ya arriba el suceso verídico, tenemos que dejar a la perspicacia ajena cómo por la muerte del Gobernador quedaba la autoridad al Obispo, y cómo el pueblo, aquella "multitud de especuladores, etc." no podía edificarse de las gestiones deun Hinestrosa, Escobar, León, etc., cuyos cálculos no habían desbaratado los Padres, como esa masa egoísta, perversa, se escandalizaba de los ultrajes hechos a su Obispo, con su destierro, del fomento del cisma, con asaltos a los templos, con informes contra su jurisdicción, etc.

La expulsión sucedió en 1649. Los discursos de Carrillo fueron presentados al Rey en 1658 y aún no había resuelto S.M. y sus tribunales la expulsión de los Padres.

(11) Relación del mismo Virrey. Polo; 1. c. p. 6. No sabemos a quién debe atribuirse el error anacrónico "1634", no siendo que pertenece al Obispo Cárdenas, sino a Aresti.

(12) Ibíd.

(13) Henrión: l. c. 2; pág. 84.

(14) Gual: 1.c. págs. 68 y sgts.

(15) La obra del P. Acosta (1530-1600), llamado el Plinio del Nuevo Mundo, fue impresa en Salamanca (1588). La cita del Ilmo. Cárdenas es tomada del Cap. 20 del libro V. pág. 551, pero interpretada con demasiado rigor. Acosta dice solamente que los Jesuitas no pueden recibir parroquias, administrándolas en lo temporal como curas; recibieron lismonas por misas, sermones, exequias, etc., diciendo: Haec sententia mihi probata est: Parochias Indorum neque esse licietati nostrae temere complectendas, reque unanquaque tamen repudiandas"... intelligendun esse... hanc viam vulgarem (recibir parroquias como clérigos: jure estolae, con estipendios) divinitus nostris esse pracelusem. Habiendo otro modo, vigilancia de los Superiores y armonía con los Obispos, no se opone Acosta, por no ser esto, como aquello prohibido por la Regla y Constituciones de la Compañía. (Ibid. c. 16 - 24). (N¼ 2) Colección: 1. c. pág. 101 ss.

(16) Fr. Arteaga: Colección, t. 2. pág. 33.

(17) 1. Informe del P. Rada. Colecc. t. 2, pág. 12.

(18) Informe del P. Rada: Colecc. t. 2. pág.12.

(19) Son frases algo oscuras, pero no prueban que Cárdenas pretendía conservarse, a fuerza de armas, el gobierno temporal del Paraguay. (Rada, tercer descargo: Colecc. Tom. II pág. 10).

(20) Carrillo: Discurso 2¼, Colecc. t. 2. pág. 49

(21) Varios historiadores de Bolivia consideran los referidos acontecimientos durante el virreinato del marqués de Mancera como "revolución", así Ordoñez López y Crespo. Urquidi etc. Opinamos no sea exacto tal término. No se desconocía teóricamente ni la autoridad episcopal, ni la del Gobernador León. El diocesano tenía jurisdicción espiritual relativa en las Reducciones. Se resistió a su visita con armas con el pretexto de que no era Obispo, impidiéndole su autoridad, pero por el motivo ya alegado. Aun al Gobernador León quería reconocer el Cabildo, comprobados sus títulos, pero exigiendo el retiro de los indios, cuya presencia y apoyo creía ultrajante, nociva e ilegal. La resistencia no fue, en rigor, contra la legítima autoridad, según opinión o dichos de sus actores. Si pues, Ordóñez López y Crespo en su "Bosquejo de la Historia de Bolivia", La Paz, 1912, pág. 99 escriben: "Los Jesuitas... se rebelaron (en el Paraguay) contra la autoridad del obispo Fray Bernardino Cárdenas, por lo que éste los expulsó (1648). Mas aquellos apoyados por la Audiencia de Charcas, por el Virrey y muchos parciales, recuperaron su anterior dominio", debería reformarse este concepto y la fecha precisa de una modificación radical. Estos sucesos tienen sólo apariencias de revolución. No se quería quitar la jurisdicción, pero se pretendía no se extralimitase.

(22) El relato sobre la batalla y sus antecedentes es tomado: de Carrillo, Discurso segundo, n. 101-144; "Requirimiento" de Fray Arteaga (Colección, t. 2¼, págs. 32-40); Informe (descargos) del P. Rada (ibíd. pásg. 9-15).

(23) Así se colige de la declaración satisfactoria que produce Charlevoix en su "Histoire du Paraguay" (tom. 3). Pero esta parte de la declaración está en completa discordancia con las afirmaciones de Carrillo (Discurso 2¼, n. 160 y 161) y de fray Arteaga quien en su Requirimiento, publicado en tantas partes, luego después de estos sucesos escribe: "En cuanto a la jurisdicción Real, Sebastián de León está gobernando de su autoridad sin haber presentado papel ninguno en Cabildo, que conste en virtud de qué gobierna" (Colección,t. 2. pág. 42), razón por la cual suspendemos todo juicio, al menos sobre esta parte de la declaración.

(24) También el P. Rada cita en su "descargo tercero" parte de esta "declaración", naturalmente para "comprobar cuán empeñado estaba el Sr. Obispo en no dar oídos a razones, ni provisiones del Virrey y del Presidente de la Audiencia de la Plata, ni admitir Gobernador alguno nombrado por ellos, y que los recelos de dicho Maestre de Campo fueron bien fundados". (Colecc. t. 2, pág. 11).

(25) Esta declaración fue autenticada por el P. Sobrino Laureano, Rector del Colegio de Asunción, en Córdoba, ante Escribano público (10 de marzo de 1650) y cuya firma certificaron a pedido, nueve años después, los capitulares y Alcaldes de Buenos Aires (8 de febrero de 1659).

(26) Todo lo referido con más detalles pueden verse en Carrillo: "Discurso segundo", n. 141-163. 2) Ibíd. n. 155. n.

(27) Carrillo, "Discurso 2¼", n. 157.

(28) Los defensores del Ilmo. Cárdenas llaman esta expulsión la tercera, considerándola oposición violenta a la visita de las Reducciones como la primera expulsión de la jurisdicción episcopal.

(29) Carrillo: 1. c. n. 158.

(30) Fray Arteaga, Colección: tomo segundo pág. 53.

(31) Fray Arteaga, 1c. pág. 66 Arias (Hernandarias), natural de Asunción, como León, favorecedor con razón de los beneméritos Misioneros de la Compañía, fue el primer criollo que ejerció como Gobernador del Plata (Argentina) cargo público en América (1591), razón por la cual sus paisanos, por su excelente gobierno, lo llamaban "el primer patriota".

(32) Descargo tercero: 1. c. pág. 15: El P. Rada cita varias veces en su informe al Rey al Ilmo. Maldonado como poco adicto al Sr. Cárdenas. No sabemos lo que al respecto haya de cierto, después de haber prodigado el mismo Obispo tantas alabanzas al del Paraguay al pasar éste por su diócesis. Pero nos dice Charlevoix (1. c. t. II, pag. 85), que entonces el Tucumán fue el único lugar, en donde los Jesuitas del Paraguay gozaban de una imperturbable tranquilidad, protegidos y defendidos por el Obispo. No sería por esto inexplicable, que oyendo su Ilma. con frecuencia informes unilaterales contra Cárdenas, le hubiese cobrado cierta prevención. Véase también Henrión, 1. c. 2, pág. 572.

 

 

CAPÍTULO XV


El Juez Conservador en acción contra

Mons. Cárdenas. Comentarios

Antes de continuar la narración de los nuevos atropellos contra el Obispo Cárdenas, conviene ocuparnos de la legislación canónica, entonces vigente, respecto de los llamados Jueces Conservadores.

Los romanos pontífices, comprendiendo los servicios inmensos, que prestaban las órdenes religiosas a la Iglesia, la conveniencia y aun la necesidad para la prosperidad y buen régimen de las mismas, y que tuviesen una independencia relativa de losa respectivos diocesanos, dieron a los Regulares, especialmente en la Edad Media, muchos privilegios y exenciones de la jurisdicción episcopal. Estas concesiones, a veces no claras, originaron muchas divergencias con los obispos y en varios lugares, la resistencia e irreverencia de los religiosos hacia la autoridad diocesana. Estas cuestiones sobre la jurisdicción en vez de hacerlas resolver por la autoridad competente, se querían dirimir por escritos y aun a veces por la fuerza bruta, como en el Paraguay, resultando odios vivísimos y dando dificultades invencibles. "Ese afán de prerrogativas de un lado – dice al respecto Cretineau-Joly (1) – , hablando de los obispos, esa pasión de privilegios del otro, hicieron nacer verdaderas guerras en el seno de los que predicaban la paz, todo eso debió de producir un funesto efecto en el espíritu de los católicos y no católicos".

Víctima de esa pasión de privilegios o independencia contra un obispo, a cuya jurisdicción debían estar sujetos los PP. Jesuitas, en cuanto a cura párrocos y confesores de los fieles fue, con la llegada del padre Pedro Nolasco, Provincial de los PP. Mercedarios, y elegido por los expulsados Padres como Juez Conservador de los mismos, contra nuestro Cárdenas.

Era el oficio de Juez Conservador, de institución pontificia, limitado a la defensa de los privilegios, concedido por los Papas a los Regulares, en sus pleitos, conflictos y controversias. "Statuimus – decían los cánones – , ut Conservatores, quos plerumque concedimus, a manifestis iniuriis et violentiis defendere possint, quos eis committimus defendendos. Non ad alia, quae judicialem indaginem exigunt suam possint extendere potestatem"(2).

Más al respecto diremos enseguida.

Gregorio XV, resumiendo la legislación eclesiástica sobre los Jueces Conservadores, modificándola en parte, y aboliendo a la vez los privilegios contrarios a las Constituciones y concesiones dadas por sus antecesores, opuestas a su Bula, había publicado con fecha de 20 de septiembre de 1621 la Constitución "Sanctissimus in Christo Pater".

En dicha Bula (3), aquí solamente compendiada y comentada, mandó el Sumo Pontífice:

1¼) Que los referidos Jueces, principales y sustitutos, debían tener las calidades requeridas por la Constitución "Statutum" de Bonifacio VIII, a saber: dignidad eclesiástica como los obispos, abad nullius, o canonicato catedralicio, y más designación ad hoc para cinco años por los Concilios provinciales o diocesanos. Del obispo y de su cabildo empero, si el así elegido hubiera muerto antes de cumplir los cinco años de su oficio. Contra los contraventores establecía la Bula: para los religiosos, privación de voz activa y pasiva, ipso facto, con privación del derecho durante un año, de tener Juez Conservador; y para los demás infractores penas, ad arbitrium papale.

El Papa excluía, de consiguiente, del oficio de Jueces Conservadores a todos los Regulares sin excepción, por más que su prelacía les daba dignidad y jurisdicción eclesiástica. Comprendía también sin duda alguna a los de la Compañía, quedando estos forzosamente inhibidos de nombrar o buscar Conservadores de las Órdenes regulares. Consta que el mismo texto de la Bula, y las mismas declaraciones fueron dadas por la Santa Congregación del Concilio al Arzobispo Turritano (8 de octubre de 1613) (4) y al Obispo de Angelópolis (México), Juan de Palafox (5).

Con la Constitución de Gregorio XV quedaban caducadas las opuestas del privilegio contrario que tenía la Compañía por concesión (25 de mayo de 1572) de Gregorio XIII (6). De conformidad también con esta Bula debía entenderse lógicamente la concesión hecha por la Santa Congregación del Concilio (17 agosto de 1626), a los PP. Jesuitas y demás Regulares de nombrar, si no existían Jueces Conservadores conciliarmente nombrados, como v. gr. en el Paraguay, con tal que éstos tuviesen las calidades requeridas por la Bula, y hubiese ad hoc necesidad verdadera, y que dentro de un mes el Ordinario fuese avisado del nombramiento. Tal necesidad empero, no existía, o era al menos dudosa en el caso presente, puesto que los Padres podían hacer su apelación y recurso al Rey, al Papa y a la Audiencia de la Plata, demandando justicia por "la manifiesta injuria padecida" y alegada por el Obispo al despojarlo de su Colegio, y temporalidades.

El Juez Conservador, considerado como delegado del Papa, poseía su oficio, por ser su jurisdicción odiosa y en perjuicio de la ordinaria del diocesano, sólo como personal, y no podía sin especial concesión pontificia subdelegarla en otro, y mucho menos en un religioso, o ex jure ya incapaz para la Conservatura.

2¼) Mandó, además, Gregorio XV: que la jurisdicción y atribuciones de tales Jueces era sólo dentro de las ciudades y Diócesis designadas, fallando contra las personas acusadas, pero que: "In causis, in quibus Regulares et alii actores fuerint, nullam prorsus jurisdictionem habeant".

Podían estos Jueces prescindir de la forma judicial pero no de la ditación de la parte contraria. De conformidad con la Constitución de Bonifacio VIII, declaró el Papa suspenso por un año de su oficio a los Conservadores abusivos y excomulgados a los que fueran causa de sentencias injustas.

3¼) Que las controversias sobre la jurisdicción entre el diocesano y el Juez Conservador sobre sus respectivas jurisdicciones fueran dirimidas por árbitros elegidos en forma de derecho.

El Conservador podía ser sólo uno, como declaró el Cardenal Gallo al Obispo de Pisa, siendo Prefecto de la Santa Congregación del Concilio (9 de octubre de 1618) (7).

Si el infractor de los privilegios de los Regulares era Obispo, quedaba en casos graves reservada la sentencia a la Santa Sede, puesto que el Conc. de Trento ordenaba: "Causae criminales graviores contra Episcopos, etiam haeresis, quod absit, quae depositione vel privatione dignae sunt, ab ipso tantum Romano Pontífice cognoscantur et terminentur" (sess. 24 de Reform. c. 5).

En caso de ejercer el Conservador su jurisdicción en diócesis ajena, dependía su autoridad del asentimiento del Obispo (8) decidiéndose la competencia, en caso de una negativa del Obispo, por árbitros, legalmente elegidos por los dos. (Cond. de Trento, sess, 14 de Reforma. c. 5).

4¼) Permitió, sin embargo, la Bula que, en casos lícitos por el derecho, los religiosos y demás personas pudiesen pedir un juez, no sospechoso y de las autoridades civiles competentes según los cánones, con tal que la causa fuese profana y no eclesiástica y que ellos fuesen actores y no acusadores contra personas no eclesiásticas o exentas de la jurisdicción civil.

Sin embargo, en resguardo de las pretendidas regalías y como Legado de la Santa Sede había ordenado Felipe IV, repitiendo en esencia Cédulas reales anteriores, con fecha 1 de junio de 1654 a sus Virreyes y Audiencias de las Indias occidentales: que no consintiesen, sin previa presentación y aprobación de los motivos de un tal nombramiento (de Juez Conservador) contra los Obispos y Arzobispos, mirado bien "por la decencia, decoro y autoridad, que se debe a tan venerable dignidad" (9).

5¼) Ordenaba, finalmente la Bula, que fuese ejecutada dentro de dos meses en Italia, y dentro de seis meses fuera de Italia. Como el párrafo 6¼ expresamente ordenaba, que la observasen, sin excepción, "todos los Religiosos", no se comprende cómo el Procurador de los Jesuitas en Roma podía alegar que la Bula no había sido admitida en las Indias, estando en contra de su aseveración, fuera del precepto papal, la referida Cédula real y diversos hechos. Su práctica había sido admitida en España a pedimento del Clero y con rogaciones de las iglesias, publicándola (7 octubre de 1621) en Madrid, Mons. Cesar Monti, Nuncio apostólico y Arzobispo de Antioquía.

Entre los hechos, que muestran su práctica se pueden leer en la "Colección", etc. (tomo II págs. 279-281) varios casos de las Diócesis de Calahorra, Orihuela, Lima, etc.

Otras leyes, canónicas y naturales, suponían en el Juez, que, si no fuese graduado en alguna Universidad, le acompañase en sus funciones otro hombre docto y graduado; como asesor "judices et conservatores a Santa Sede deputati si in altera jurium graduati non fuerint, assesorem non suspectum partibus, vel illarum altera assumere et secundum eius relationem judicare tenentur" (10). Debía ser libre en sus decisiones; no ser enemigo contra quien fallaba, y debía, tratándose de excomuniones, citar al acusado y amonestar tres veces, y nunca condenarlo sin darle lugar a la defensa.

En frente a esta sabia legislación ténganse presente el proceder usado contra el Obispo Cárdenas.

Fray Pedro Nolasco, Provincial de los PP. Mercedarios, nombrado por los PP. del Colegio de San Ignacio en Asunción como Juez Conservador, no podía bajo ningún aspecto desempeñar tal oficio.

Como regular era ex jure incapaz para la Conservaturía. No era doctor graduado, ni tenía tal asesor, sirviéndole su secretario, fray Felipe Gómez, también Mercedario, como Notario, quien, sin examinar un solo testigo en pro o en contra del aprisionado Obispo, certificaba, que había visto u oído públicamente los (48) delitos, que se atribuían al Prelado. Fray Nolasco era, además, enemigo capital de Cárdenas, por haber requerido éste, en otra ocasión, a su Prelado lo sacase por escandaloso de Asunción. A esta circunstancia tal vez se debe atribuir la deposición, que el Mercedario había hecho contra Cárdenas, para hacerlo reo de Majestad ofendida, informando, que el Obispo – tan adicto al Monarca – al hacerse Gobernador intentaba valerse de los portugueses, quienes trataban de sacudir el yugo español, juntándose con ellos. Funcionaba, pues de juez y testigo en la misma causa.

Faltaba en el llamado Conservador, fuera de la jurisdicción, también la necesaria libertad e independencia, rodeado como estaba de los poderosos y armados émulos y enemigos del Obispo. Era además juez ilegalmente subdelegado, por comisión, no permitida por los cánones del Dr. Cosme del Campo, Chantre, de la Catedral de Tucumán, nombrado legalmente Juez Conservador, con aprobación de la Audiencia de la Plata. Faltábale, por añadidura a fray Pedro la aprobación de dicha Audiencia, según consta de una declaración (4 de septiembre, 1655) dada por D. Juan de Cabrera Girón, Secretario de Cámara del Real Acuerdo de aquella Real Audiencia, a petición del Lego fray Diego Villalón (11).

En cambio existía la reprobación de sus obrados de parte de la Audiencia. Ordena ésta en el Auto de Revista (24 de mayo de 1651) la restitución de Cárdenas a su Obispado añadiendo: "Y en lo que de nuevo han intentando los Religiosos de la Compañía de Jesús, cerca del Juez Conservador, causas y derechos que proponen, ocurran ante Juez competente (al Romano Pontífice), que de todo debe conocer, a pedir lo que convenga" (12).

En realidad declara la sentencia dada por fray Nolasco que el Obispo Cárdenas reo digno de pena capital, privándole (a pesar de que sus enemigos no lo querían reconocer como Obispo, indudablemente consagrado, cinco veces) (!) de la dignidad episcopal, excomulgándole, prohibiéndole decir Misa, reservando la absolución al Papa, y condenándole finalmente a que estuviera incomunicado y recluso en un convento (13). El Juez ilegalmente subrogante, en su ignorancia no consideraba que los PP. Jesuitas, contra la referida Bula, eran actores, que en vez de promulgar en tabla pública en Yaguarón, pueblo de indios, distante como diez leguas de Asunción (14), la excomunión contra el atribulado Prelado, sin que este supiera de la sentencia (28 septiembre, 1644) debía el Juez antes amonestarlo (15), ni podía fallar contra un Obispo, puesto que es derecho exclusivamente reservado al Pontífice, ni podía despachar, como lo hizo, su sentencia a diversos tribunales, especialmente ante el Metropolitano en Chuquisaca, pidiendo se ejecutase la reclusión de Cárdenas, ni podía sentenciar sin oír, puesto que la sentencia en Asunción se ejecutó sin dar lugar de defensa, ni haciendo caso de la apelación interpuesta por Cárdenas notificado de la sentencia el día 19 de octubre de 1649, embarcando enseguida a Mons. Cárdenas en una balsa con sus guardianes, etc.

De consiguiente: no sólo es nula la jurisdicción de Fray Pedro Nolasco, sino también su sentencia, por la forma de su proceder y por la persona del mismo Obispo, contra quien no podía pronunciarse ni ejecutar.

Tan mal parado quedó este asunto, al saberse dichos atropellos contra un Obispo, que el Metropolitano, aunque requerido, nunca quiso darle cumplimiento a la sentencia, como veremos; que el Ilmo. D. fray Cristóbal de la Mancha y Velasco (Calancha), domínico, Obispo de Buenos Aires, al saberlo, prohibía su traslado ordenando a sus feligreses bajo censuras, la entrega inmediata de los escritos, que en gran número habían repartido los émulos de Cárdenas, como libelos infamatorios (7 de enero de 1650) que la Real Audiencia de Charcas la da por nula (24 de mayo de 1651), y como un atentado, mandando que Cárdenas fuese restituido en su dignidad y Obispado (Colección, t. II, pág. 126, nota).

El Rey, informado de los excesos cometidos, ordena por Cédula (1 de junio de 1654) que la Audiencia de la Plata busque con recato a fray Nolasco y lo mande sin dilación alguna a Madrid, dando igual encargo al P. Vicario General de los Mercedarios "por causas convenientes a mi servicio" (16). La Santa Sede finalmente, a pesar de la defensa y alegatos hechos por el P. Procurdor de los PP. Jesuitas en Roma (17) declaró por medio de la S. Congregación (10 de abril de 1660), respecto de la sentencia dada en 13 de octubre de 1649: "Pronuntiatam sententiam... fuisse ex defectu jurisdictionis nulla et invalida, quoad vero ad justitiam dictae privationis et depositionis et quoad reliqua omnia ante dicta sententia contenta, resolutionem differendam esse censuit eadem S. Congragatio".

La persecusión contra el anciano Obispo halló, aunque tarde, aún en esta tierra la bien merecida reprobación.

Como ya se refirió venían con el Gobernador interino también los tres canónigos cismáticos: D. Diego Ponce de León, Tesorero, enviado en 1640 por el Cabildo a Tucumán para recibir al nuevo Prelado, Fernando de Valle y el Deán Gabriel de Peralta, quien no hacía mucho, había disparado un arcabuzazo contra su propio Obispo, estando por ende envuelto en censuras.

Sin embargo, los émulos del Obispo los calificaron como la parte mejor y más sana del Cabildo catedralicio de Asunción, quedando al Obispo sólo dos prebendados fieles. De acuerdo con el Juez Conservador declaraban al Obispo, que estaba gobernando su diócesis, por intruso y violento detentor de la Silla episcopal, por usurpador de los frutos e írritos sus actos, usurpando atrevidamente una considerable porción de la autoridad pontificial.

Aquella "parte mejor" del Cabildo tan mal aconsejada, al declarar por medio del Deán Peralta Sede vacante olvidaba las Cédulas reales, la Bula de confirmación de la Santa Sede y aún admitiéndose la posesión del Obispado como intruso, que quedaron ellos, por haberla antes admitido y reconocido, contraviniendo a la Extravagante de Bonifacio VIII (18), suspensos e inhábiles para ejercer jurisdicción, sin dispensa papal. Sin embargo redacta Peralta, según Cretineau-Joly (19), con el mismo título que Nolasco un juicio contra los partidarios del Prelado, aumentando así las disensiones y el cisma.

Refiere el P. Andrés de Rada, Visitador de los PP. Jesuitas del Paraguay (Córdoba del Tucumán, 5 de agosto de 1664), al defender a sus Religiosos del cargo de haber prestado apoyo al cismático Cabildo, que los tres prebendados regresaban entonces con un Juez Delegado, enviado (1649) por el Metropolitano D. Juan Ocon de Chuquisaca, quien, anulando y revocando las sentencias anteriormente dadas por Cárdenas y durante Sede vacante en Charcas contra aquellos prebendados había mandado un Delegado para que restituyese a los canónigos a sus prebendas y rentas (20).

En cambio consta el traslado de las dos sentencias de Vista y Revista de la Audiencia Real de la Plata con fecha 29 de abril de 1651.

Después de haber visto la defensa del Obispo, de los tres prebendados y del Procurador del Colegio jesuítico en Asunción, manda la Audiencia: "se despache Real Provisión, además de las dadas, para que el dicho Rdo. Obispo D. Cárdenas sea restituido en la posesión de su Obispado, como legítimo Obispo de él, y asimismo en todos los bienes, papeles y recaudos que de cualquier manera se le hubieren quitado: y para ello las Justicias del Paraguay le den con efecto todo el auxilio que fuere necesario, de modo que íntegra y perfectamente sea restituido en su Obispado, bajo pena de 4.000 pesos ensayados, y suspensión de oficio a cualquiera, así Gobernador como otra cualquier justicia que no impartieren luego y con efecto de dicho auxilio conveniente a dicha restitución, cuya conformidad el dicho Sr. Obispo puede nombrar (21), y nombre Gobernador y Provisor, quien en su nombre gobierne y administre justicia en su dicho Obispado. Y en cuanto a su personal comparecencia en él, atento a que el haber comparecido en esta ciudad, fue principalmente por orden emanada del Gobierno, ocurra dicho Obispo ante el Virrey, para que en esta razón provea lo que más convenga. Y los dichos Prebendados D. Gabriel de Peralta, D. Diego Ponce de León y Hernán Sánchez del Valle, que están retirados con título de Sede vacante, obedezcan al dicho Sr. Obispo, como a su legítimo Pastor y Prelado, y a sus órdenes y mandatos, y tengan por legítimo Gobernador y Provisor a la persona o personas, que señalare o nombrare, y no se entrometan a usar jurisdicción eclesiástica, a título de dicha Sede vacante (22): todo lo cual cumplan y ejecuten, bajo pena de temporalidades y extrañeza del reino, y no haciendo y cumpliendo, luego que fueren requeridos con dicha Real Provisión, en su rebeldía y contumacia, en diez días se le vuelva a notificar, por segunda y tercera vez, hasta la cuarta y última, como si para ello expresamente se hubiesen despachado para dicho efecto dichas tres Cartas y Provisiones, atento a la distancia larga, para que de ningún modo se deje de guardar y cumplir lo contenido en este auto. Y en caso de inobediencia, comparezcan en esta Real Audiencia los prebendados, y se guarden y ejecuten las penas de la cuarta Carta, y las Justicias lo ejecuten con toda puntualidad: y obedeciendo, como se espera, lo harán dichos prebendados, el dicho Rdo. Obispo los trate con todo amor y benignidad, como Padre y Pastor suyo, dejándolos libremente servir sus prebendas; y se le ruega y encarga, que así lo haga y observe, y de todo se despachen las Provisiones, que convengan y sean necesarias, y de este Auto se remitan copias al Sr. Virrey y al Sr. Presidente, y lo señalaron los Sres. Andrés de Quijano y Heredia y D. Luis Joseph Merlo de la Fuente, Oydores, D. Juan Girón" (23).

Sin embargo afirma Cretineau-Joly con todo aplomo: "P. Bernardino de Cárdenas sostenía en el Paraguay la lucha que había suscitado: era vencido, es cierto, en todos los campos de batalla adonde llevaba su querella; pero a fuer de atleta infatigable, no se dejaba desanimar ni abatir" (24).

Sí, Cárdenas sucumbió a la fuerza brutal; pero ganaba las principales querellas en el terreno jurídico: Consagración episcopal, derecho de poder visitar las doctrinas de los Regulares, recusación del Juez Conservador, y de sus sentencias, tan aplaudidas por sus émulos, retención y posesión del Obispado del Paraguay. Eran triunfos tardíos, penosos, de hecho a veces pocos útiles a la persona y dignidad episcopal del Obispo franciscano, pero que acrecentaron inmensamente, en medio de tantas calumnias, persecuciones y atropellos su fama y sus virtudes, rodeándole con la aureola del martirio.

Echemos aún, antes de concluir este capítulo y adelatándonos a los acontecimientos, una mirada breve sobre las tristísimas consecuencias de la referida tragedia del año 1649 del Paraguay, y de la ejecución, aunque parcial, de las incalificables sentencias del Juez Conservador que sembraron tantos escándalos y ruinas.

Por de pronto quedaba la infeliz diócesis del Paraguay en un cisma espantoso. El Deán y el Juez Conservador habían declarado por excomulgados a cuantos obedecieran al Obispo y a sus Censuras y los sentenciaron con penas pecuniarias, vendiéndose sus bienes para cobrarlos.

La dignidad y jurisdicción episcopal quedaron tan oprimidas, que todos forzosamente, por el riesgo y tiranía, tuvieron que obedecer los mandatos de los tres prebendados, apoyados por el Gobernador Sebastián de León.

No ponderaré los efectos respecto de la desorientación de los fieles de la administración ilícita y el desprecio en que caían las censuras eclesiásticas, tan injustamente usadas, inválida de los sacramentos, ni el desprestigio del sacerdocio ultrajado en unos, y en tiranía y odio sobrepujante en otros, especialmente ante los indios rudos. Estas guerras entre cristianos, estas discordias entre ministros de Dios, producían en efecto, como confiesa el mismo Cretineau-Joly, en los nuevos establecimientos de los Jesuitas tan funestos efectos, que se resintieron de ello durante muchos años, volviendo sólo en el año 1665 la calma primitiva (25).

Esta lucha contra la autoridad episcopal presentada contra Cárdenas, Palafox, etc., fundándose los de la Compañía en sus exenciones, indisponía diversos Obispos contra aquel instituto admirable, sabio y tan útil a la Iglesia. Daba lugar a los desahogos de los odios fomentados en diversas Universidades contra la Compañía, a los escritos denigrantes de los Jansenistas franceses, quienes por los errores de unos pocos, querían hacer responsable a toda la Compañía, como demuestran las cartas Provinciales de Pascual: "Noveno escrito contra la moral relajada de los Jesuitas" y de otros autores del Port Royal". "Los Jesuitas mercaderes", "La Moral de los Jesuitas", por Antonio Arnauld, Tom. V, etc., no faltando entre ellos (Jansenistas), quienes citaban con fruición: respecto de Cárdenas: "Vióseles (a los Jesuitas) a la cabeza de los batallones de indios levantados a expensas suyas, enseñarles el ejercicio, pronunciar arengas militares, dar batallas, saquear poblaciones, encadenar eclesiásticos, sitiar al Obispo en su iglesia, obligarle a rendirse para no perecer de hambre, arrancarle de las manos el Smo. Sacramento, encerrarle luego en un calabozo, y enviarle en un mal buque a doscientas leguas de distancia" (26).

El proceder, la condescendencia y las sentencias del P. Nolasco habían escandalizado a no pocos de sus súbditos, quienes no podían comprender como un proceso abierto apenas durante 17 días (2 de octubre - 18 de octubre de 1649) de tantas consecuencias, con 48 cargos, sus probanzas y su interminable sentencia, de la cual el Conde de Peñaranda, Presidente entonces del Consejo de Indias, al leerla delante de algunos PP. Jesuitas, decía sonriendo, que para escribir la sentencia sólo, según era de prolija y dilatada en una ciudad conquistada y llena de pasiones, eran necesarios 17 días (27), podía acabarse con tanta precipación, mermándose así el respeto y reverencia debida a su Provincial, y el cariño de otros Religiosos hacia la Merced (28).

Monseñor Cárdenas tuvo la suerte imponderable de poseer en tiempos de su mayor tribulación dos amigos fieles, constantes y abnegados. Son los dos legos franciscanos fray Gaspar de Arteaga y fray Juan de S. Diego Villalón, de quien más tarde nos ocuparemos, y a quien Cárdenas debe, en gran parte sus justificaciones obtenidas en los años posteriores.

No hay duda, de que detrás de estos dos legos había el apoyo de otros religiosos de la misma Orden, especialmente el de los Superiores, pero su protección, prescindiendo de algunos casos de Asunción, se deja más bien presumir que demostrar.

Era fray Gaspar un Lego fogoso de su Orden, arrebatado y algo crédulo, y por esto precipitado en sus juicios respecto de los Jesuitas del Paraguay, anunciando traiciones y otros muchos males, que iban a acarrear los Jesuitas a las colonias sudamericanas de España, si no se les pusiesen diques oportunos. Fray Gaspar había vivido en el Paraguay (8 de agosto hasta el 11 de octubre de 1649). Asistió al Obispo durante el asalto de la ciudad y sitio de la catedral. Viendo la prisión del Obispo, las persecuciones de sus partidarios, temiendo por su persona, pudo escapar, antes, de Asunción. Refugiado en la Reducción franciscana de Yuty, logró después de varios peligros, dirigirse a Corrientes, escapándose de la vigilancia de los indios puestos en diversas partes por el Gobernador para impedir las fugas de desgraciados pobladores de la ciudad.

Luego principió fray Arteaga, indignado por lo que había visto y según decía, por leal vasallo del Rey, publicaciones contra los PP. Jesuitas del Paraguay, sin deslindar las responsabilidades que tocaban al Gobernador del Paraguay (29) ponderando los sucesos de Asunción como traiciones efectivas y, en vista de los sucesos en el Portugal, en los cuales estaban complicados probables en el porvenir y como la participación de los Padres como semilla y fomentó del cisma paraguayo contra el Obispo. Mandó sus escritos o informes al Virrey (cinco publicaciones en los años 1649, 50 y 51), al Gobernador Jacinto de Laris (Buenos Aires), al Oidor de la Audiencia de Charcas, D. Andrés de León Garabito, al Fiscal de la misma y a la Audiencia, a los Cabildos de Potosí y Santa Fe, de cuyo archivo, sin ulteriores averiguaciones, el citado Oidor sacó aquel escrito por injurioso, quemándolo. Fray Gaspar hizo además ad hoc largos viajes al Tucumán, Buenos Aires, etc. Las quejas de los Jesuitas contra fray Gaspar ante su Provincial fray Leonardo Gribeo fueron, según parece, inútiles provocando más bien nuevas publicaciones y acusaciones del impetuoso Lego.

No pudiéndose probar mala fe en los "requerimientos" que hizo Fray Arteaga desde el año 1649 a las referidas autoridades, es no sólo inexacto, sino también exagerado lo que escribe Cretineau-Joly (1. c. t. III, pág. 50): Gaspar de Arteaga, hermano lego de la Orden de San Francisco, concibió en 1658 un odio tal contra los Jesuitas del Paraguay, que para satisfacerlo más cumplidamente inundó de escritos todos los países en que fundaba la Compañía sus misiones".

Según se debería colegir de la obra de Cretineau-Joly (1. c. pág. 51), han durado las publicaciones de este lego por lo menos diez años continuos, tiempo algo inverosímil. Refiere dicho autor que el Ilmo. Maldonado y Saavedra, Obispo de Tucumán, había escrito (9 de junio de 1659) al Rey sobre fray Artega: "Este religioso manifiesta tener un odio mortal a los PP. de la Compañía de Jesús; envía sus folletos infamatorios hasta Angola, en Africa, y según resulta de un informe, hasta Holanda, a fin de hacerlos imprimir y diseminarlos por todas partes" (30).

¿Sería admisible tan largo y culpable condescendencia y tolerancia de parte de los superiores de la Orden y aun de los respectivos diocesanos? Sea lo que fuere al respecto: consecuencia lógica de estas publicaciones y de tantos sucesos, habladurías, partidismos a favor de la misma Orden, etc. fueron desaveniencias, más o menos públicas, entre los Jesuitas y Franciscanos del Paraguay, Tucumán y Buenos Aires, saliendo informes a los tribunales, sermones no edificantes desde los púlpitos y conversaciones apasionadas.

No faltaban entre los últimos, quienes como Fray Arteaga, excomulgado en Asunción por el Juez Conservador, con otros dos religiosos del convento de San Francisco, (uno de ellos fue el Guardián Alonso Ortiz) sin ser oídos, ni citados, atribuían los agravios padecidos a las maquinaciones de los PP. Jesuitas y a sus instigaciones, el robo y maltratamiento, que en su viaje al Paraguay sufrió un P. Visitador con sus dos compañeros franciscanos de parte de algunos indios pertenecientes, según fama, a las Reducciones jesuíticas. Quedaban, además, los agravios hechos a los sacerdotes seglares, obedientes al Obispo y particularmente las que más tarde hicieron los PP. Jesuitas de cargos y quejas contra 23 religiosos franciscanos (31).

Deploramos los referidos extravíos, que tan fatales consecuencias produjeron, originadas por aquella ciega pasión de privilegios, que tanto ha desedificado y dado que hablar a los herejes e impíos, influyendo en parte en el Decreto de expulsión de Carlos III.

La persecución contra Cárdenas fue injusta y los medios empleados tan reprobables, que no es comprensible cómo pueden escribir ciertos historiadores del "empeño de Mons. Cárdenas en una guerra tenaz contra los Jesuitas", "que trató a los Jesuitas por una de esas enfermedades morales, de que no se ven libres las almas justas, como rebeldes a su autoridad, porque aquellos, con sólidos fundamentos, juzgaban estar obligados en conciencia a no reconocer su jurisdicción, por haberse consagrado ilícitamente".

Repetimos: no nos es posible ya determinar la extensión de la intervención que han tenido unos cuantos PP. Jesuitas del Paraguay en los sucesos, ya referidos del año 1649, ni la parte que hubieran podido tomar algunos de ellos en la sentencia del Juez Conservador ni en la prisión y destierro del perseguido Obispo, máxime siendo notoria la enemistad del Gobernador interino, antes excomulgado por el Ordinario y del ignorante y rencoroso Juez Conservador, contra Cárdenas.

Concluimos con el abogado Carrillo: "No disputamos si fue justa la causa que tuvieron los PP. Jesuitas para nombrar Conservador, supuesto que la fundan en suponer que el Obispo les hizo manifiesta injuria en haberlos despojado de su Colegio, privándoles de las temporalidades y desterrándoles de toda su diócesis (32) pero ni ellos podían ser actores en la forma como hicieron, ni fray Nolasco ser tal Juez investigante y sentenciante so pena señalada por la Bula de Gregorio XV.

Mirando pues, el proceder y los abusos de fray Pedro Nolasco tiene verdad el dicho de Vicario de la Fuente (33) que los Jueces Conservadores eran "verdugos natos de toda razón y justicia, cuya plaga ha desaparecido de la Iglesia, en la que dejaron muy funestos recuerdos hasta el siglo XVIII".


NOTAS

(1) l.c.t: II, pág. 276.

(2) Ex cap. l de offic. et pot. judic. deleg. in 6.

(3) El texto íntegro de la Bula puede verse en Colección de documentos etc. T. II, págs. 269-273.

(4) Barbosa: De potestate Episcopi, part. 3 alleg. 106, n. 15. Solorzano, de Indiar. jure 1.3.c.26 n. 123. "Servata in reliquis forma Constitucionis Gregori XV".

(5) Colección etc. tomo II, pág. 277.

(6) Lezman: In summ. Tomo 2; c. 13 n. 49.

(7) Colección etc. tomo II, pág. 281. Solorzano: De jure ind. 1.3, cap. 26, n. 113.

(8) S. Congreg. Conc. 11 julio 1620.

(9) La Cédula se halla trascrita en la Colección etc. tomo II, pág. 113 (nota).

(10) León X en el Conc. del Lateran. Barbosa, alleg. 106, n. 15.

(11) Carrillo, l.c. p. 114 (nota).

(12) El Auto puede verse en la "Colección, tomo II, pág. 58, Defensa de Carrillo (nota), firman: Don Francisco de Sosa, Don Antonio de Quijarro y Heredia y Don Luis Merlo de la Fuente Oydosco, Don Juan Girón (secretario)".

(13) Faltan detalles respecto de los cargos probanzas y sentencia. De ello dice Carrillo: "No la ponemos a la letra, por escusar el horror que causa, que en tan breve tiempo y entre el embarazo y estruendo de tantas armas, no averiguasen delitos contra un Obispo de tan acreditada virtud... dándole por miembro podrido y apartado de la Iglesia". Colección: tomo II, pág. 124.

(14) Según fray Arteaga (Colección t. 2. p. 34) mandó fray Nolasco fijar la excomunión contra el Obispo en la doctrina franciscana de Itá, 6 leguas de Asunción, administrada por el padre Diego de Valenzuela. Tal vez fue esta la segunda publicación. & 560 leguas de su diócesis.

(15) Moneta de Conservatore, c.8, ns. 30 y 175. "In censura excomunicationis debet Conservator observare formam, quae ab Innocentio III in cap. sacro, de sentent. excomunic. trina canonica monitione praemissa". La razón es, que no se trataba sólo de censuras ab jure, sino también ab homine.

(16) Véase todo el texto de la citada "Colección, t. II, págs. 254 y 255. Firma la decisión de la Santa Congregación del Concilio el Cardenal Prefecto Paulucci y C. de Vaquis, Obispo Clusense, como secretario.

(17) Ex cap. "Si quis suadente, de Poenis, y en los párrafos 11 y 16 de la Bula de la "Coena" incurrieron con este Prebendado los que apoyaban y aconsejaban la expulsión del Ilmo Cárdenas, puesto, que dicha Bula declara (n. 11): "Excomunicationis et anathematizationis ommes... hostili insaevientes San Roman. Ecclesiae Cardinales, ac Patriarchas, Archiepiscopos, aut eos a suis Dioecesibus, territoriis, aut a suis domibus ejicientes, nec non ea mandantes, vel rata habentes, seu praestantes in eis auxilium vel favorem".

(18) In d. Extravag. injunctas de Electione.

(19) Historia, t. II, pág. 47.

(20) Colección etc. t. II, pág. 8. Añadimos, que aquel informe, elevado a Felipe IV (Colección etc. tomo II, p. 8 cargo segundo) es un testigo de falsedades, mañosamente presentado. Dice el padre que los Canónigos rebeldes, escapándose de la rigurosa prisión en que los tenía el Obispo durante 40 días (¿cuándo?), se refugiaron en el Colegio, en donde por consejo de los... PP. Provinciales de los Franciscanos y Dominicos, "sin que la Compañía viniese en ello, "principiaron a desobedecer al Obispo, rezando empero devotamente sus horas a puerta cerrada sin administrar sacramento alguno. Recurriendo durante Sede vacante al Vicario Capitular y después al nuevo Arzobispo. Pero no pudiendo ejecutar el fallo hecho en su favor, dejaron el Colegio por padecer tantas molestias y "la Compañía por ellos" volviendo después, de sus nuevos retiros, con el Juez Delegado a Asunción (1 de octubre de 1648). Calla el Padre lo del "Noble Deán y Cabildo, "Sede vacante"; desfigura las causas y el tiempo largo del cisma, su larga demora de los dos, respecto tres prebendados en el Colegio (de Asunción), y – la sentencia de la Audiencia Real (29 de abril de 1651) es prueba evidente en contra – no podían éstos volverse a Asunción con un Juez Delegado, del Arzobispo Juan Francisco Alonso Ocon, habiendo sido promovido del Obispado del Cuzco al Arzobispado de Charcas, según Hermes (Colección de Bulas, etc. Bruselas, 1879, t. 2, pág. 287) "por el año de 1650", muriendo su antecesor (D. fray Pedro de Oviedo) en 1649. El nuevo Metropolitano no podía por tanto mandar a mediados de 1649 un Juez Delegado, para que entrase a Asunción con el Gobernador León, restituyendo las prebendas, habiendo él llegado a La Plata por el año 1651, más o menos, tomándose en cuenta las distancias y las gestiones necesarias para las traslaciones tanto en Madrid como en Roma.

(21) Como se ve insistió la Audiencia en que residiese el Obispo fuera de su diócesis, impidiendo en parte la jurisdicción episcopal.

(22) En 24 de mayo de 1651 sobrepasando la petición del Obispo que también los tres prebendados compareciesen en la Corte de Charcas confirma la Audiencia de nuevo el precedente Auto "en todo y por todo... con que además de los demás auxilios mandados dase para la restitución de dicho señor Obispo, se entienda con los gobernadores de Buenos Aires y Tucumán". Carrillo l.c. p. 58 (nota); ¡Valiente manera para dar pronta satisfacción al ultrajado Obispo!

(23) Colección etc. Tomo II, págs. 56-58, nota.

(24) Histoire etc. Tomo III, pág. 47 y pág. 45 añade: "El Obispo del Paraguay sostenía la guerra que alimentaban los intereses lastimados y la codicia de los españoles". Don Bernardino cegóse a sí mismo para acabar en el Paraguay que algunos falsarios comenzaban en México"; aludiendo a la guerra que existía entre el Obispo de Angelopolis y algunos PP. Jesuitas y que provocaron la "Defensa canónica presentada por el Ilmo. Palafox a Felipe IV.

(25) L. T. III, pág. 50.

(26) Cretineau-Joly, l.c. pág. 48. Principiaba el escritor hablando a los PP.: "Lo que más debe halagar a los de vosotros es que tienen un genio marcial, son los prodigios de valor y hechos de armas de vuestros Padres. Vióseles etc...".

(27) Colección etc. tomo II, pág. 121 (nota).

(28) Por orden del padre Nolasco tuvo que leerse su sentencia también en la Merced de Corrientes. Colección, t. II, pág. 53.

(29) Cretineau-Joly l.c. t. III, págs. 66-70.

(30) Tres escritos de este Hermano Lego se hallan en las tantas veces citada "Colección", tomo II, págs. 32-67.

(31) Arteaga en la Colección. Tomo II, pág. 5.

(32) Colección, t. II, pág. 117.

(33) Historia eclesiástica: Madrid 1874, t.V., pág. 447. Inocencio, contestando con un Breve (1648) a una petición del Obispo Palafox ha resuelto 26 puntos de jurisdicción en contra de la intrusión y usurpación de tales jueces.

Capítulo XVI


Peregrinos apostolicus - Borrasca no calmada.

Fray Villalón - En Potosí - Demoras en la ciudad natal

La víctima de tantos baldones y oprobios, no hallando justicia en América, quiso buscarla allende los mares, acudiendo al Rey católico.

Andrés de Garabito, ya llegado a la Provincia de Tucumán, de paso hacia Asunción, se lo prohibió, insistiendo fuese sin tardanza a cumplir con la comparecencia tantas veces ordenada.

Emprendió, pues, el perseguido mitrado franciscano, ya cargado con más de 72 años de edad y con notables padecimientos, el largo camino por tierra, probablemente a principios del año 1650 y en tiempo de lluvias. Seguíanle como apóstol realzado por la persecución, cuya fama le precedía, los fieles, predicando y confesando durante aquel interminable viaje de 360 leguas.

Su llegada a Charcas fue, según el Memorial de fray Villalón, un día de fiesta para la población, no escaseándole las visitas en el convento donde se había alojado y ciertamente no recluso e incomunicado, como había querido el supuesto Gobernador de Asunción.

No hemos podido juntar datos sobre la ruta del viaje ni sobre el tiempo de la llegada de Cárdenas, acaecida probablemente a fines del año 1650, no tuvo una entrevista consoladora con el Obispo de Tucumán, pero fueron muy alentadores el proceder del digno Obispo de Buenos Aires y las simpatías de los pueblos.

"Vióse en Chuquisaca por la Audiencia lo actuado por el Juez Conservador – refiere Carrillo – y con el debido conocimiento de la causa se dio por nulo, como ya referimos en el capítulo anterior, después de haber oído la defensa del Obispo, la del Fiscal con el Procurador del Colegio de la Compañía de Jesús de la Asunción, de los Religiosos Doctrinarios de la Diócesis del Paraguay, la parte del Deán Peralta y de sus dos adláteres, mandando al cabo: "que el Ilmo Cárdenas sea restituido en la jurisdicción de su Obispado" so pena de 4.000 pesos ensayados a los contraventores, ordenando que las Justicias del Paraguay le presten decidido auxilio; que le devolviesen todos los bienes, papeles, recaudos que en cualquiera manera se le hubieren quitado", declarando a la vez al Juez Conservador, que el asunto no era de su competencia y que los Jesuitas recurriesen ante Juez competente (Papa). Pero negó la Audiencia el permiso de volver a su diócesis, alegando, que la salida de la diócesis y comparecencia en Charcas se había dictado por orden del Gobierno (Virrey Mancera), y que acudiese por ello a Lima.

No accedió a la petición, tal vez para castigar al Ilmo. Cárdenas por su larga tardanza, por no haber acaecido a La Plata. Tampoco hizo comparecer a los tres prebendados cismáticos: Peralta, Ponce y Sánchez. Ordenó, empero, que éstos obedeciesen al Obispo, "que tuviesen por legítimo Gobernador y Provisor a la persona o personas que señalare o nombrase", dándoles ad hoc 40 días de plazo, so pena de comparecencia, perdimiento de temporalidades y extrañamiento del reino. Según parece se preterizó la expulsión de los Jesuitas, dejando el fallo a la autoridad real.

Prescindiendo, pues, de la negación de volver a la diócesis, era esta sentencia un triunfo para el Obispo, cuya jurisdicción se reconocía desconociéndose completamente la legalidad de los Autos del Juez Conservador fray Nolasco, haciendo caso omiso de ellos (1).

"Y habiendo enviado – dice la citada Relación del Virrey Salvatierra (2) – los Autos de todo a la dicha Audiencia los comuniqué en este Acuerdo, y fue de parecer que sólo se le concediese el poder enviar dicho Provisor y Gobernador y que en lo demás de su ida me fuese dando por desentendido sin proveer cosa alguna hasta que, oídas por S.M. las partes, mandase lo que más fuese servido, atento a que además de que bastara su vuelta para que en aquellas Provincias se encendieran nuevos bandos, con las opiniones de si el Obispo privado y recluso podía ejercer o no, en tanto que Su Santidad no declarase. La condición del referido era tan intrépida que no era aceptada hacer nueva prueba de ella, mayormente cuando la tierra gozaba de tanta quietud, como me escribió el Oidor (Garabito), que la halló y quedaba gobernando".

En Lima estaban de consiguiente persuadidos de que la semilla de la discordia era sólo el Obispo, dejando al tiempo y al Rey hacer la justicia. "Para que se ejecutase lo proveído – añade Carrillo (Discurso segundo, n. 165) – , acudió el Obispo por su Procurador al Acuerdo de Lima, que mandó recurrir al Consejo de Indias. Y aunque los Autos de la Audiencia de La Plata se pronunciaron en el año de 1651, no ha tenido efecto hasta hoy (1658) la restitución"; palabras que dan a entender, que el escándaloso cisma, el desconocimiento de la autoridad del Obispo seguía en la diócesis paraguaya, a pesar de los Autos y penas que todo esto quedaba en papeles, sospechándose que manos ocultas impedían su cumplimiento.

Fray Pedro Nolasco, al desterrar al Obispo 560 leguas de su diócesis, había ordenado su reclusión hasta la decisión papal en el convento franciscano de La Plata.

Con la Real Audiencia tampoco hacía el Virrey caso de esa sentencia, pero ordenó que el Obispo tome su residencia en Potosí, sea, que se temiese el prestigio del Prelado ante la Audiencia, sea – así nos viene la sospecha, ojalá fuese injusta – de que con esta medida no sólo se quería poner al viejo diocesano bajo la vigilancia secreta del famoso Presidente Nestares Marín, sino también abreviar sus días, trasladándole de este clima cálido de Asunción al frío e inclemente de Potosí.

Al notificársele esta resolución escribió Cárdenas la siguiente carta, cuya conservación debemos a Charlevoix (l.c. tomo 3, págs. 199-204). Contiene la amargura comprimida de su alma, erróneos conceptos, preocupaciones apasionadas y cálculos fantásticos contra los PP. del Paraguay, ya refutados en uno de los capítulos anteriores, lamentando de nuevo la credulidad del Obispo con que se hizo portavoz de los enemigos de los PP.; pero que al mismo tiempo demuestra la carta profundas huellas de que tales acusaciones y el comportamiento de algunos padres se habían grabado en su ánimo, confirmando a la vez la buena fe que él tenía sobre la justicia de su causa, dando testimonio de su celo apostólico.

He aquí la respuesta:

"Excmo. Señor: Recibí la carta de V.E. el primero de junio y, después de leerla atentamente y con mucho respeto esperando hallar en ella algún consuelo, besé la firma y la puse sobre mis ojos, que debieran haberse bañado en lágrimas de sangre; para lo cual en realidad nunca tuvieron motivo más grande. Un pobre Obispo cargado de años, y oprimido con el peso de los mayores trabajos y de tantas tribulaciones, que le han puesto a riesgo de perder la vida, busca remedio a tantos males, pide justicia y que se ponga fin a unos delitos enormes contra Dios, contra el Rey, sin poder conseguir nada. Veo por el contrario que los autores de estos excesos; los que se han apoderado de la Real Hacienda; los que han usurpado la Jurisdicción Real, en su Patronato, y el Patrimonio Real; y los que han ocasionado la muerte de tantas personas, se hallan favorecidos y triunfantes, estando en posesión de sus doctrinas, a pesar de las Cédulas Reales y, Decretos del Santo Concilio de Trento, en perjuicio de la Ciudad de Asunción y de toda la Provincia; entre tanto que el Obispo, en premio de su celo con que se opone a sus perniciosos designios, se halla obligado a emprender los más largos y penosos viajes, lleno de pesares, injuriado en todas partes, y despojado de sus bienes; todo esto sin más motivo que el haber tomado la defensa de los intereses de Su Rey y Señor, y velado por la conservación de la fe.

"En fin, mis débiles hombros no pueden ya soportar un peso tan grande, y mi conciencia me reclama más cosas, que no puedo remediar: encargo la de V.E. y la de todos los demás Ministros del Rey. Por cuenta de V.E. y la suya correrán de hoy en adelante los males, que arruinan la Provincia del Paraguay y principalmente a su Capital.

"No son menores, que monstruos de herejía, bien verificadas contra la generación entera y en el tiempo del Divino Verbo, contra la Virginidad de la Madre de Dios; y contra el Soberano nombre del mismo Dios. Y además de esto la nulidad de Sacramentos por falta de licencia en los párrocos; el defecto de instrucción en los indios, a los cuales no se enseña, ni lo que deben creer, ni lo que deben obrar, aunque el Rey lo tiene mandado, y lo que prescribe el Santo Concilio: la usurpación de la Real Hacienda, que asciende ahora a más de quinientos mil escudos cada año, y de 40 años pasa de 14 millones de escudos; sin comprender en éste el quinto que debían pagar al Rey de las limas de oro, que se asegura públicamente trabajan en esta Provincia, lo cual yo tengo por cierto y sin contar tampoco las limosnas de S. Cruzada, suprimidos tantos años hace, privando a las almas de los vivos y de los muertos de los sufragios espirituales, que alcanzarían por esta limosna; y sin hablar de los Diezmos, o a los menos de los Veintenos que los indios deben pagar, según el derecho canónico, y que señaladamente los del Paraná y del Uruguay deben contribuir, como los otros, a las Catedrales de Buenos Aires y de la Asunción, de los cuales han privado a estas iglesias los Jesuitas, que son los párrocos, y ascienden a más de cien mil escudos al año; de lo cual resulta, que el Rey se ve precisado a dar de sus Cajas Reales lo necesario para la manutención de los dos obispos y cabildos expresados.

"Ve aquí Sr. Excmo. las sumas considerables, de que estos padres han privado a la Iglesia; pero todo es poco, si se considera los innumerables pecados, las discordias, los cismas, el desprecio que se hace a las excomuniones, la desobediencia a las órdenes de la Iglesia y del Rey, los obispos echados de su diócesis y las abominaciones que se cometen, con mayor desenfreno, después que el pastor ha sido echado de su rebaño; puesto que su presencia ponía algún freno, conteniendo a los Padres de la Compañía, para que no fomentasen el mal con todo el influjo, que les dan sus grandes riquezas, que han usurpado al Rey, y con el gran poder que les dan más de 100.000 vasallos que tienen, y que ellos entregarán quizá a los tiranos del Portugal.

"Conocieron bien estos Padres, que sólo yo era capaz de descubrir sus perniciosos manejos, y han hecho tanto, escribiendo mil falsedades contra mi, que lograron mover al Marqués de Mancera, para que diese una orden... que se me notificó, a efecto de que compareciese en la Real Audiencia de la Plata; aunque no se me pudo probar la más ligera culpa; antes bien no se hallaba ignorante de los servicios importantes que yo he hecho a S.M.

"A V.E. estaba reservado poner remedio a tantos desórdenes, y no se puede escusar de hacerlo, ni aún dilatarlo, sin pecar gravemente contra la fe; sin faltar a lo que debe al Rey, a los obispos y a la Iglesia; y sin incurrir en las censuras, que dispone el derecho, y la Bula «In Coena Domini», como sin duda incurrió su antecesor. V.E. no puede seguir sus pisadas, ni escudarse de anular todo lo que él hizo contra la razón y la piedad cristiana V.E. ha hecho en otras ocasiones de menor consecuencia, muy justificadamente, y creo que ha dimanado del mismo espíritu de justicia la providencia de quitar el gobierno del Paraguay a Sebastián de León, borracho público y hombre abominable.

"Mas, en darle sucesor a Don Andrés de León Garabito, V.E. ha enviado a esta Provincia otro León tan cruel como el primero, del cual se dice ser pariente, y que con sus garras ha puesto en el último extremo de su ruina al Paraguay, reduciendo a sus habitantes, y a las mujeres más honradas, a la más extrema miseria.

"La voz de tantos infelices, sus lágrimas, los males que ellos sufren, y el exceso de su aplicación van, señor, al cargo de vuestra conciencia, de la Audiencia Real, y al de todos los ministros que han contribuido a ello. Por lo que a mí toca, he satisfecho en todo más allá de mi obligación como Obispo católico y como fiel vasallo del Rey, que ha sufrido por más de seis años tanto, para sostener los intereses de ambas majestades: yo voy con el permiso de V.E. a retirarme a un pobre rincón desde el cual informaré de todo al Rey mi Señor, a sus Consejos, al Sumo Pontífice al señor don Juan de Palafox que me lo ha pedido. Yo me mantendré con la limosna de la misa, y en todas aquellas que tengo la fortuna de celebrar; en todas mis oraciones, y con mis lágrimas pediré al Señor del Cielo, prosternado con humildad y confianza delante de Su Tribunal, al cual os cito la justicia que se me niega sobre la tierra.

"En este convento de San Francisco de Chuquisaca el 8 de junio de 1651, Excmo. Sr. B.L.M. de V.E. su servidor y capellán, fray Bernardino de Cárdenas, Obispo del Paraguay".

Puede que tanta franqueza, tanta crítica de las autoridades no haya dispuesto el ánimo del Virrey en favor del perseguido Obispo. Sin embargo, escribió aún el mismo año de 1651 al Monarca, dándole cuenta de la guerra habida en Asunción, de las sentencias del Juez Conservador, de la comparecencia del Obispo, de la sentencia de la Real Audiencia y de las pretensiones y querellas del Obispo.

Algunos meses después de la carta del Obispo recibió el Conde de Salvatierra una misiva del Rey, con fecha de 6 de mayo de 1651 encargándole: "que procurase conservar entre dicho Obispo y los Padres la paz y buena correspondencia, que debían tener entre sí. En el inter, que con vista de los informes, que había pedido a dicha Audiencia, tomaba resolución, mandándome juntamente, que hiciese, que guardasen la forma del Patronazgo Real en la presentación de las Doctrinas, porque el continuarlos en ellas había de ser debajo de este pretexto, y que reconociendo los que eran extranjeros y prohibidos de pasar a estos reinos, los remitiesen a España, y que apurando también, si era cierta la voz que corría, de que inclinaban a los indios de ellos, a que el reconocimiento espiritual y corporal se le diesen enteramente al Papa, desterrarse este abuso por los caminos que más seguramente pudiese (3)".

El Procurador de la Compañía había escrito con fecha de 18 de junio de 1650 un Memorial, pidiendo se dejase continuar a los Padres en sus actuales Doctrinas sin hacer novedades ni mudarles "porque de otra suerte sería forzoso que las dejase la Compañía, ausentándose los indios como decían lo habían de hacer", solicitando al mismo tiempo a la Real Audiencia el envío de cierta Cédula Real.

Este Memorial a la Audiencia se remitió juntamente con el informe pedido por el Rey Don Fabián de Valdés, Fiscal de la misma a Lima.

El Virrey presentó dos pedimientos y alegatos al voto consultivo del Acuerdo de Justicia, opinándose, que el Conde comandase estos documentos y con las relativas copias de los despachos anteriores, "diciendo a su Majestad, lo mucho que importaba no hacer novedad por ahora en razón de las dichas Reducciones, ni en estos Padres, ni en su doctrina y fidelidad, respecto de la modestia con que procedían, y no haber entre ellos extranjeros que pudiesen ser de cuidado ni embarazo, por ser poco el número y vivir religiosamente, y que en el inter, resolvía el Rey no se hiciese novedad, y quedando hacerlo así, por entonces, y despachado las dichas provisiones (4)".

La Cédula Real y la causa del desterrado Obispo fueron nuevamente ad acta.

Mientras tanto iba el pobre Obispo a Potosí (junio de 1651).

Muy poco sabemos de la vida y actividad del Prelado durante su permanencia en la villa imperial. Nada de sus relaciones con los PP. de San Francisco, sin duda muy amistosas; nada de su comportamiento con los PP. Jesuitas, que tenían allá una casa, inocentes de los trastornos habidos; nada sobre sus relaciones con la población y de los comentarios que se hacían respecto de lo pasado. Tampoco pudimos encontrar apuntes sobre su actitud en frente de Don Francisco de Nestares Marín, Presidente de la Real Audiencia de Charcas, Visitador de la misma y de la casa de moneda y residente desde 1648 en Potosí, donde según el cronista Vela estaba sumamente aborrecido (5).

Pero no fue una vida de descanso y tranquilidad.

En Potosí, nos dice Carrillo (Discurso seg., n. 166), "alquiló el Ilmo Cárdenas una casa no queriendo molestar y envolver al convento franciscano en sus pleitos y en la concurrencia que le buscaba por su trabajo espiritual. En fin una casa sencilla donde gastaba todo el día y mucha parte de la noche, en confesar e instruir indios, a quienes estimaba notablemente".

Pero en medio de las fatigas apostólicas no descuidaba la reparación, que debía a su oficio pastoral, conforme había ya anunciado al Virrey.

Escribió Cárdenas al Rey, denunciándole lo que él juzgaba errores y herejías del Catecismo guaraní, usado por los PP. Jesuitas en sus Reducciones. Ya había trabajado en el Paraguay al respecto para extirpar el uso de ciertas frases en la doctrina guaranítica, dando también cuenta a la Inquisición Suprema y al Monarca de los supuestos errores.

Felipe IV se sirvió por Cédula, dada en Buen Retiro, el primero de junio de 1654, cometer a examen las denuncias sobre el Catecismo al Metropolitano Don Alonso de Ocón. Pero éste, en lugar de hacerlo, mediante personas competentes eclesiásticas, encargó el juicio sobre doctrinas de esta especie a Juan Blázquez de Valverde, Oidor de la Real Audiencia, nuevo Pesquisidor y sucesor de Garabito en el Paraguay, quien, a su vez, pidió dictámenes de los mismos Padres.

En este período acude en ayuda de la vida trabajosa de Monseñor Cárdenas, fray Juan de S. Diego Villalón, hermano lego, Procurador de la Provincia del Tucumán, Paraguay y Buenos Aires.

El nombre de este lego está unido con la historia de esta gran querella, con los lazos de una adhesión abnegada y admirable, colaborando a la causa del mitrado franciscano". (Ver: Escritos complementarios al final, N¼ 11).

"En los accidentes de Don fray Bernardino de Cárdenas – dice Carrillo, hablando de fray Juan – , escogió Dios, artífice supremo, en cuyas manos están los corazones de los reyes, un religioso sin letras ni experiencias, un instrumento, aunque debilísimo, de tan eficaces operaciones, que por su medio han recibido espíritu y movimiento grandes máquinas, resplandeciendo bien la sabiduría divina, que así proporciona las cosas y las personas a los casos y los negocios".

El Ilmo. Sr. Cárdenas precisaba para la defensa de su causa un Procurador en Roma y en Madrid. No sabemos, en qué ciudad se trabaron las relaciones de esta memorable amistad.

Fray Villalón se encargó de ser el gestor de este asunto, suponemos que apoyado por los Superiores de la Orden.

Partió en 1652 para Madrid, llevando documentos en defensa del atribulado Prelado. En la Corte logró ver tres veces a Felipe IV sin obtener durante los 22 meses de su permanencia éxito definitivo, de sus representaciones y aún, diremos de las groseras imputaciones de fray Arteaga sobre la dudosa fidelidad de los PP. Jesuitas en el Paraguay, fueron, según parece, ciertas Cédulas reales y otras conclusiones, que de paso mencionaremos.

En la Corte presentó fray Villalón, como apoderado de Cárdenas el "Memorial y defensorio al Rey nuestro Señor por el crédito, opinión y derechos episcopales de la persona y dignidad del Ilmo. y Rev. mo D. fray Bernardino de Cárdenas... Obispo del Paraguay... con los religiosos de la Compañía de aquellas Provincias. Respondiendo a los memoriales del padre Julián Pedraza, su Procurador General de las Indias en esta Corte (6)".

Exponía fray Juan, que había venido de 3.000 leguas a los reales pies para volver con la honra y jurisdicción del Prelado, y pidió que se inhiba de toda intervención en esta causa al Oidor Andrés de León Garabito, "deudo estrecho de la Compañía y que nunca sale de su Colegio".

Esta obra contiene datos curiosos sobre la dominación de los Jesuitas en el Paraguay, la guerra civil, que según él, movieron al Obispo los Padres, la toma de Asunción por los indios de las Reducciones, dualidad de catedrales por la división cismática del Cabildo, destierro, etc. Imputó también un asalto a agentes de los émulos de Cárdenas, padecido en el viaje con el fin de quitarle sus papeles .

Potosí no era entonces ciudad muy tranquila. Estaba agitada por partidos.

En 1651 había hecho ahorcar el Presidente Nestares al Capitán Francisco de la Rocha, hombre muy rico, por falsificación de moneda y otros asuntos, dejando éste muchos partidarios. El irascible Presidente tuvo que oír al año siguiente de los predicadores cuaresmales, que era otro Pilato, calificación que castigó con el destierro de todos ellos, a excepción del padre Juan de Carbajal, domínico.

También el Corregidor General Juan Velarde Tribifio, andaba en malas inteligencias con el señor Presidente, temiéndose un motín.

Todas estas discordias intestinas que buscaron parciales deben haber molestado al Ilmo. Cárdenas, tan popular y estimado en la ciudad, a pesar de su humillación.

Estando el viejo Prelado tan arrinconado estorbaba aún así a sus émulos, irritados tal vez por la actividad de fray Villalón.

Nuevamente trasladaba la persecución sus aguijones desde el Paraguay a Charcas, a fin de sellar acá el despojo del Obispo con la cárcel.

Presentaron, por medio de su Procurador, una petición, a fines de septiembre de 1654, titulada por Carrillo de irrespetuosa, infamatoria y ofensiva, ante el Metropolitano (Ilmo. Sr. D. Juan Alonso de Ocón), y con ella una requisitoria del llamado Juez Conservador fray Nolasco, insertando los 48 capítulos de cargos y la sentencia, para que la hiciera cumplir, pidiendo que el Arzobispo nombrase Juez que prendiese y pusiese en reclusión conventual al Obispo.

El Ilmo. Sr. Ocón, según parece, fue poco amigo del Obispo del Paraguay, contra quien le venían tantas acusaciones, pero a quien él, tratándose de la dignidad y jurisdicción episcopal, por mancomunidad, hubiera prestado un apoyo más eficaz.

Recibió el Metropolitano esta solicitud en el pueblo de Yotala, distante como tres leguas de Chuquisaca, donde pasaba una temporada de campo. Determinó mandar el legajo a su Provisor. Al saberlo, presentaron los contrarios, ya impacientes, otra petición, "aunque más breve, tan líbelo como el antecedente que el prudente Provisor no proveyó, mas hizo pedir los Autos".

Informado el Ilmo. Cárdenas de estas nuevas tentativas para acallar su voz, y para aniquilar completamente su prestigio "temiendo el poder y las negociaciones de sus enemigos, y que de aquellas no le resultase algún embarazo, pareciéndole no estaba seguro en poblado, salió huyendo de la villa de Potosí el 6 de octubre de 1654, cuatro días después que se presentaron aquellas peticiones", dejando aún pendientes algunas deudas, suerte con que parece se conformaban los acreedores con buen ánimo.

Nuevamente vemos al pobre Prelado de 77 años de edad emprender un nuevo destierro forzoso, que sin embargo él lo emplearía en el apostolado. Pero dice Carrillo: "la palma blasona de ser la más digna y sublime entre las plantas, porque, agravada del peso, se levanta descollante", aludiendo a que entre los desasosiegos del cuerpo, y la inseguridad de lugares, no hubo quien inquietase la constancia de ánimo de aquel atleta.

"Anduvo – cuenta aquel abogado – el Obispo por la campaña, de estancia en estancia, con tanto séquito de indios y españoles, llevados de su predicación y doctrina apostólica, que donde hacía asiento y ponía su altar portátil para decir misa, confesar y predicar allí, se formaba un concurso grande y población numerosa".

"Hallándose en una estancia a seis u ocho leguas de la ciudad de Oruro, por la Semana Santa, acudió tanta gente, que hizo que mucha gente faltase en la ciudad para celebrar las procesiones".

"En estos despoblados estuvo el Obispo desde el 6 de octubre de 1654 hasta mayo de 1655".

Nada se nos dice, sobre si alguien le acompañaba al Prelado, pero suponemos que el clérigo Don Pedro de Loza, a quien se menciona en su próximo viaje a La Paz, haya sido durante esos siete meses de penalidades y aún de aguas, el inseparable ayudante del apostólico varón, llamado por el pueblo "el santo Obispo", cuyos sermones producían tanta afluencia y fueron medios para tantas conversiones.

Con fecha 14 de mayo de 1656, desde La Paz, escribió el señor Cárdenas al Ilmo. Ocón en una posdata: "Por último parágrafo ofrezco y presento a V.S.I.R. seis mil almas de indios, que desde que salí de Potosí he confesado y enseñado y comulgado en su Arzobispado y puéstalas, según entiendo, en estado de salvación y gracia, con que pretendo y deseo mucho la de V.S.I.R. Señor mío y Dueño mío". (Colecc. tomo II, pág. 84).

Al saber la ciudad de La Paz las nuevas calamidades del ilustre compatriota, se habían movido los ánimos a generosa compasión.

Gran consuelo debe haber sido para Cárdenas recibir, del oficio del Deán y Cabildo eclesiástico Sede vacante, por cuanto nuevamente le rogaban visitase la ciudad natal, lastimados de lo que padecía, habiéndole ya llamado antes muchas veces ofreciéndole además el Pontifical (7).

Era justo que los paceños sacudiesen de las venerables canas de aquel ilustre Obispo el polvo de la maledicencia y de la calumnia con que se había pretendido mancharlo.

"Admitió el Obispo el ruego, que tanto le honraba, por lo que deseaba el bien de las almas y la necesidad que reconoció tenían las de aquella diócesis de ser confirmados (8)".

El 7 de mayo, un viernes de 1655, hacía Cárdenas, acompañado por su secretario Pedro de Loza la solemne entrada en la ciudad, que no la visitaba desde hacía algunos decenios. No hemos podido saber si existían aún en ella miembros de su familia, como parece probable por algunas firmas de aquella época que hemos hallado.

La entrada fue solemnísima.

Recibiéronle a extramuros de San Sebastián el Cabildo eclesiástico compuesto por los Prebendados: Blas Moreno Hidalgo, Francisco de Cárdenas, Antonio de Salinas, Pedro de Bustamente Pinel, Juan de Segura Dávalos y Ayala; el Cabildo seglar con el Gobernador Conde de Fasimianis; un Capitán con soldados españoles armados de arcabuces y picas; muchos indios vestidos de baile, y toda la ciudad. Repicaron todas las campanas de las iglesias, excepto las de la Compañía.

A la puerta de la catedral lo esperaba con capa el Deán. Alojóse Cárdenas en la casa del Sargento mayor Don Antonio de la Cárdena Mendoza, Alcalde ordinario (9).

Recibió, pues, nuestro Obispo, todo género de merecidas atenciones, como lenitivo de los muchos pesares y persecuciones, que desde 11 años padecía.

Revivía en aquellos días la fe la moral en el pueblo.

"Brotaban – narra Carrillo (Disc. seg., ns. 175-176) – de los alrededores innumerables indios y españoles, que concurrían a confesarse y confirmarse por la mano del "Santo Obispo".

Aconséjanle algunos, conociendo su pobreza, que permitiese recoger las limosnas que voluntariamente ofrecía aquella muchedumbre. Pero no lo permitió, por no causar nueva carga ni embarazo a aquellos de quienes recibía ayuda y favor en sus mayores trabajos; ni consintió que indio ninguno trajese vela para la confirmación que celebró con cien vendas de lienzo que previno para esto; y si algún español traía vela la guardaba para que sirviese a los indios".

No estuvo el Ilmo. Cárdenas mucho tiempo en La Paz. De a poco se asomó por allá el fiel Hermano fray Juan de S. Diego, de regreso de España. Traía buenas esperanzas para la causa del Obispo. Pero al saber la nueva persecución de que había sido víctima el viejo Prelado, resolvió fray Juan regresar de vuelta a Europa, no sin proveerse durante su larga estadía en La Paz con nuevos documentos en favor del querido Obispo.

Veremos más tarde su actuación.

La benevolencia del Cabildo hacia el pobre diocesano del Paraguay no quedó en puras cortesías.

El curato de Indios, llamado de Piezas, formado de las dos parroquias de San Sebastián y Santa Bárbara, extramuros de la ciudad, estaba vacío por haber proveído su Majestad al Cura cesante una canongía la iglesia catedral. Tocaba al Presidente de la Real Audiencia de Charcas, como vicepatrono, en virtud del patronazgo real en su distrito, nombrar a uno de los tres sujetos propuestos por el Obispo o en su defecto por el Cabildo Sede vacante para aquél el curato, cuyo estipendio fue avaluada en 625 pesos, se le diese después que la Curia hizo la colación definitiva.

A pesar de la nómina ya hecha a inicio del Cabildo conociendo que le gustaría al Obispo tener a su cargo aquel curato, por ofrecerle ocasión de administrar los sacramentos a los indios, le rogaron escribiese en este sentido al Presidente Nestares Marín. Declaró este al Deán tendría a bien se diese al Ilmo. Sr. Cárdenas el nombramiento de cura.

En consecuencia confirió el Cabildo al Obispo el curato el 15 de mayo de 1655 (10).

"En este corto empleo se hallaba – continua Carrillo (Disc. seg., n. 180) – , con gusto de la ciudad, por tener en ella un varón tan acreditado en virtud y letras, y con más gusto los feligreses de su parroquia, porque le administraba los sacramentos un Prelado ejemplar. Quien más contento vivía era él mismo, por merecer con su trabajo y asistencia 625 pesos de estipendio para comer del sudor de su rostro, pagar la casa que había alquilado y lo que debía en Potosí".

Al año siguiente (1656) predicó Cárdenas en la catedral la cuaresma con mucho éxito y fruto (11).

Pero poco debía durar tanta tranquilidad.

El Sr. Deán, quien, según los referidos "Recortes" de cuya exactitud empero dudamos, habitaba de puertas adentro del Colegio de la Compañía, tuvo en el mayo de 1656 fuertes "escrúpulos" por haber dado el curato al Obispo, sin concurso con los demás opositores. Escribió al respecto al Presidente Nestares.

Pero no contento con ello, manifestó también en presencia de muchos con palabras ásperas, que incluso dudaba de la consagración del señor Cárdenas.

Pronto supo éste del desacato y la ofensa inferida. Escribió inmediatamente al señor Nestares, pidiéndole nombrase al que quisiese, puesto que tenía los nombres de los anteriores opositores, "que a él no le faltarían los campos y el deseo de predicar a los indios", con lo que era suficiente.

Nestares tuvo la crueldad de acceder a los "escrúpulos" del señor Deán, muerto tres días después de aquella afrenta hecha al Obispo ausente. Se dijo en la ciudad que le había castigado Dios por la desatención con que habló de las cosas del Obispo (12).

Para poder vivir evangelizando, vivía de la caridad de los pueblos, que tanto le estimaban, habiéndose ya provisto el curato con un nuevo párroco.

Intentó salir secretamente del curato. Pero la salida secreta tuvo sus dificultades.

"No lo pudo conseguir sin que lo supiesen algunos que le siguieron hasta alcanzarlo. Hombres, mujeres, niños salieron en pos de él dando voces: "Ya se nos va nuestro Padre, temamos algún castigo, pues no merecemos tenerle con nosotros".

Iba el señor Obispo río abajo, hacia el lugar llamado Obrajes, y viendo que se despoblaba la ciudad se detuvo a ruegos de sus acompañantes, a media legua de ella. Los clamores de la población obligaron a los dos Cabildos ir en busca del Obispo, para que no se desamparase la ciudad.

Al Cabildo eclesiástico se asociaba el secular, con sus cabildantes Pedro Valladares Sarmiento, José Pastenel Justiniano, Francisco Báez de Alarcón, Alfaro Félix de Vargas, Luis de Toledo, Fernando Chirino de Mena, Nicolás de Cárdenas, Alonso Valdéz y Luna. Venían también oficiales reales, caballeros y muchos vecinos y la plebe.

Los ruegos y las manifestaciones de sus conciudadanos, que pidieron a gritos su vuelta, conmovieron hondamente al Obispo. "Respondióles con estimación; pero que estaba muy pobre, y no tenía con qué sustentarse ni pagar sus débitos: y así les suplicó no le embarazasen su designio, pues en los campos obraría menos la persecución y sería de utilidad a los indios".

"Los Cabildos resolvieron no dejarle pasar adelante, lastimándoles ver a un Prelado de tantas prendas y años, obligado de la necesidad que padecía, a buscar entre los indios con qué sustentar la vida; y con singular afecto le ofrecieron una casa en qué vivir, otros pan y lo demás que le fuese necesario, otros cada uno según su posibilidad". "No pudo resistirse a tantos beneficios y ruegos, y así volvió a la ciudad, donde le llevaron a la iglesia mayor cantando un "Te Deum", en tanto en que se le prevenía casa, y dijo misa en acción de gracias y predicó al pueblo con tal conmoción de los oyentes, que ninguno dejó de contener las lágrimas a la fuerza de su devota y elocuente oración".

Fray Juan de San Diego Villalón pudo aún ver este nuevo acto de amor y veneración de la ciudad de La Paz, emprendiendo luego su proyectado viaje a Europa (julio de 1656).

El Cabildo, sabiendo las prevenciones contra el Obispo en Lima, dirigió al nuevo Virrey, Don Luis Enríquez de Guzmán, Conde de Alba de Aliste (febrero de 1655 a julio de 1661) un oficio en estos términos:

Excmo. Señor:

Encarecer o referir a V.E. la virtud, calidad, partes, letras del Ilmo. Sr. Dr. fray Bernardino de Cárdenas, Obispo del Paraguay, no es necesario cuando son tan públicas en el reino y hallarse esta ciudad con gran consuelo, por tener a su Ilma. en ella. Predicónos la Cuaresma repetidas veces y a los indios, y a unos y otros con su santidad nos enseñó, y enseña cada día lo que debemos obrar en orden a nuestra salvación, con tanto amor, que el deseo solicitaba al provecho; y esté cierto V.E. que en cualquiera manera que procuremos encarecer el afecto de su señoría Ilma. en desear el bien de las almas, especialmente de los indios, quedaremos cortos.

En fin, señor Excmo., resolvió su Ilma. salir en pretensión de almas y confesarles y enseñar la doctrina a los indios, el río abajo por partes remotas; y habiéndolo ejecutado y salido de la ciudad, fue tan grande el desconsuelo de ella, que obligó a su Ilma. no les desamparase, porque todos con su asistencia creen con evidencia cierta reciben de Nuestro Señor grandes favores. Decir a V.E. el gran concurso de españoles, señores e indios, que tras su Ilma. iban a oír misa y confesarse y le asistían en aquel despoblado, aunque cerca de la ciudad, no es posible encarecerlo, y hasta las criaturas lo pedían no las dejase, viendo su porfía en irse. Y reconociendo este Cabildo la aflicción de la ciudad en todo género de gente, nos juntamos en forma de él con el eclesiástico y acompañamiento de oficiales reales, caballeros y vecinos, fuimos donde estaba su Ilma. y ya con ruegos, ya con que reconociese este Príncipe el amor de su patria, le volvimos a la ciudad y a su entrada en la iglesia mayor se cantó el Te Deum...

En esta forma queda aquí su Señoría Ilma. y todos gozosos de asistirle y servirle con su cornadillo, cierto es que por medio de sus oraciones favorece la Majestad divina a esta ciudad.

Suplicamos a V.E. y los vecinos postrados a la grandeza de V.E. tenga advertida esta acción y la presente V.E. a su Majestad, porque es de admirar ver un Obispo santo de tanta calidad, virtud y letras, en estado en que se sustente de limosna; y esto es, a nuestro entender, su mayor gusto, y nunca lo conocemos más contento, que cuando se ve observante de su religión de N.P.S. Francisco. Guarde nuestro Señor a V.E. en la grandeza y aumento de Estados que deseamos.

La Paz, julio 5 de 1656. Siguen las firmas de los ocho cabildantes, ya arriba nombrados. Por mandato del Cabildo Justicia y Regimiento Pedro de Manzanares, Secretario Público y Cabildo (13).

Al Virrey Macera, quien había dado varias órdenes contra el Obispo Cárdenas, había seguido D. García Sarmiento, Conde de Salvatierra. Había dejado México el 13 de mayo de 1648, para hacerse cargo de aquel virreinato peruano. Como Virrey de México había aprobado, de acuerdo a su asesor, a los jueces conservadores que los jesuitas habían nombrado contra D. Juan de Palafox y Mendoza, Obispo de Puebla. En Lima había tenido la compañía como procurador y defensor ante los Virreyes al célebre P. Antonio Ruiz de Montoya, cuya intervención desde 1647 hasta su muerte en Lima (1652) fue muy útil a la Compañía en su enmarañado negocio con D. Bernardino de Cárdenas.

Al Conde de Salvatierra sucedió el citado Alvadeliste, quien tomó interés en los asuntos del Obispo, especialmente desde que Fray Villalón lo había visitado y expueso razones en pro de su defendido.

"Gran carta me ha escrito el Cabildo de La Paz acerca del Obispo del Paraguay, fueron las palabras del Virrey al recibir un día a fray Juan de S. Diego, refiriéndola en sustancia a los que estaban presentes.

"Mostré deseo de verla a la letra – añade fray Juan – . Con que mandó se me diese". Y así vino a parar la carta original del Cabildo paceño a manos del Consejo de Indias como un gran argumento en pro de la causa episcopal.

En julio del mismo año 1656 recibió Cárdenas la "Crónica de la Provincia de San Antonio de los Charcas de la Orden de Nuestro Padre San Francisco" enviándole el manuscrito para su aprobación y revisión su autor fray Diego Hurtado y Mendoza, definidor de aquella Provincia, y a quien fray Bernardino, muchos años atrás, había admitido al hábito de la Orden.

Sus amistosas relaciones habíanse renovado durante la estadía del Obispo en Potosí, donde fray Diego desempeñaba en aquel entonces oficio de guardián del convento de San Francisco.

Leyó el Prelado el manuscrito, como dice, con especial cuidado, de cuyo historial era casi de lo más testigo de vista más de 60 años de hábito como hijo y propio alumno de esta provincia, juzgando de que la obra se dé a la estampa 41¼ que sucedió nueve años después en Madrid, siendo su autor digno de mucho premio que por su estudioso desvelo merece.

Firma el Obispo su aprobación en La Paz a 10 de agosto de 1656.

Este acto demuestra la atención y veneración que los franciscanos guardaban al desterrado Prelado, aserción que confirma el epigrama que se halla en el prólogo de aquella Crónica:

"Cárdenas et rosas, flores fructuaque feramus. Semper et pro semper Cardenas mihi adsit".

Pero no sólo faltan noticias sobre las relaciones, sin duda cariñosas, entre Mons. Cárdenas y el convento franciscano de La Paz, escasean también los apuntes sobre la parentela, que el Obispo pudo encontrar al volver a la ciudad de su origen. La circunstancia de hallarse entre las firmas de los Cabildos eclesiástico y seglar, las de Cárdenas hace suponer la perduración de su familia en La Paz al menos hasta fines del siglo XVIII.

Los años siguientes de la vida del Obispo Cárdenas quedan ignorados hasta el año 1663, en que se hace mención de él como Obispo (electo) de Santa Cruz de la Sierra.

Sábese, sin embargo, por una carta dirigida por el Obispo Chucuit a fray Villalón, que hacía una gira apostólica por varias poblaciones de la dilatada diócesis de La Paz.

De allí se origina, tal vez, la creencia errónea de haber sido Cárdenas Obispo de La Paz, sucediéndole en la Sede, como en el Paraguay, el Ilmo. D. fray Gabriel de Guillestegui, ex Comisario General de los franciscanos.

Larguísimo fue y sin solución judicial el pleito que con motivo del alcance de la jurisdicción episcopal, se levantó entre el Ilmo Cárdenas y los PP. de la Compañía de Jesús del Paraguay.

Cansado por la estéril lucha y compadecido del triste estado de su diócesis de la Asunción, había hecho presentar el Obispo, por medio de su celoso procurador, el Hno. Lego Fray Juan de S. Diego de Villalón, su renuncia en Madrid y Roma (1657).

A este objeto el Ilmo. Cárdenas escribió a Fray Juan de S. Diego de Villalón la siguiente carta:

"Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo sean alabados por siempre.

"Padre mío, fray Juan de San Diego, que como yo soy tan devoto del Santo, me ha deparado Dios otro S. Diego, que se compadezca de mí y le duelan mis trabajos. Con sentimientos del alma quedo llorando los muchos que V. Reverencia ha padecido en su larga navegación y prisión en Inglaterra (en guerra con España) donde aborrecen la Ley Católica y Estado Eclesiástico, que fue harta providencia de Dios escapar con vida; su Divina Majestad se la aumente a V. Reverencia, como yo deseo, y a mi consuele en los que estoy padeciendo que si fuera en tierra de herejes aún fueran más llevaderos que en ésta, donde tanto he trabajado por Dios nuestro Señor, con la predicación y enseñanza de la Ley Católica, y donde me persiguen los que piensan que son más poderosos que otros en el Mundo, dando a entender, que todos los temen, sólo por salir con la suya; con que todos dan crédito a lo que ellos dicen, y ha tanto tiempo que publican, que yo no soy Obispo, ni estoy consagrado: de donde resulta, que si en una Iglesia están los sacerdotes, y el uno es ordenado por mi, los enseñados por los Padres de la Compañía no quieren oir misa, porque dicen que no es sacerdote, ni yo le pude ordenar, y que puede casar como otro cualquier seglar.

"Esto es lo que más mi alma siente; y asimismo ver que está mi Obispado, tanto tiempo, ha sin Pastor, y a riesgo tan conocido, para que el lobo infernal haga su cosecha. Y así, R. Fray Juan mío, por amor de Dios le suplico, que sin reparar más que en hacer la causa de Dios, y consolar este Obispo triste, que tiene atravesadas aquellas ovejas en su corazón, y no quiero que corra por mi cuenta la perdición de ellas; luego que vea V. ésta, si no le tiene ya hecho, pues para todo llevó mis Poderes, bastantes, renuncie aquel Obispado en mi nombre. Y si acaso en los papeles que echó a la mar fueron los dichos Poderes, presente esta Carta a Nuestro Santísimo Padre Alejandro Séptimo, y al Rey nuestro Señor, y en su Real Consejo, para que por ella conste como es mi voluntad, que sirva de Poder especial para que V. Reverencia renuncie al dicho Obispado, yo lo renuncio de muy entera voluntad; pero con solo una condición (que mira a mayor gloria y honra de Dios) que es, en los despachos que dieren por su Majestad, cuando haga presentación a Su Santidad de mi Obispado, conste que se hace por haberle yo renunciado espontáneamente, porque de otra manera darán crédito a lo que los Padres de la Compañía dicen, que no soy Obispo, y se aumentarán los grandes Sacramentos, principio infernal del cisma. Y créame que ha muchos días que hubiera hecho esta renunciación, si no temiera que los Padres de la Compañía habían de publicar, que por su medio e informes me habían quitado el Obispado.

"Pero cesando este inconveniente con lo que me dice V. Reverencia, que ninguno de los señores de ese Real Consejo ha dudado de mi Consagración, ni tampoco se dudó en tiempo del Señor Don Juan de Solórzano y así lo escribió en su Política Indiana, lib. 4. cap. 5 y ahora tan doctamente lo dice el Licenciado D. Alonso Carrillo en sus Discusos Jurídicos, que quisiera V. Reverencia me hubiera enviado muchas copias para esparcirlas por mi diócesis, y por todo el Perú, y con ellas satisfacer a los mal informados en esta Provincia. Y asimismo quisiera me hubiera remitido, aunque vinieran manuscritos, los pareceres de personas doctas, que me dice va juntando con los cuales ha de hacer V. Reverencia gran servicio a Dios en este Reino, donde con sólo un parecer que hizo el Padre Contreras, siete años después de la Consagración, aprobado por el Padre Oviedo, catedrático de Alcalá, y otros de su Religión, por astucia del demonio, se hizo grande roncha en este Reino, tengo por sin duda, que con ellos cesará mi temor, y que se le ha de seguir gran gloria a Dios nuestro Señor, por quien le vuelvo a pedir, Padre Fray Juan mío, que valiéndose de todos los medios posibles, quite de mis hombros esta tan pesada carga, con que quedaré ya con alivio para hacer lo que hoy voy obrando en servicio de Dios y del Rey, y descargo de su Real conciencia, pues desde que salí de Chuquiavo hasta llegar a Chucuito (La Paz), no por camino derecho, sino por lugares y estancias remotas, he confesado y comulgado más de quince mil almas, con que la mía está alegre, y más cuando veo que me sustento con el sudor y trabajo, en que he parecido a los Apóstoles: Nolite possidere aurum, neque argentum, neque pecuniam in zonis vestis, non peram etc. Dignus est Operarius cibo suo. S. Matth. cap. 10. Así paso, y así vivo, como indigno sucesor de los Apóstoles en la predicación. Ojalá, amigo mío, fuera con igual espíritu y fruto.

"No contradije a este instituto y ocupación que vuelva por mí, por mi conciencia y Dignidad Episcopal, y por aquellas ovejuelas que me fueron encargadas; y en todo caso vaya V. Reverencia a Roma. y no lo rehuse: vaya pues, y en mi nombre pida a Su Santidad admita la dejación de mi Obispado, y que vuelva por este viejo desterrado y perseguido; y no olvide llevar la Defensa y Papel de Don Alonso Carrillo, y los otros pareceres, para satisfacer al Padre Diana, de quien estoy admirado se apartase tanto de la verdad en mi ofensa, habiendo escrito primero en mi favor.

(Enseguida le encarga le saque ciertas licencias y gracias, para que sea más fructuoso su ministerio de las misiones, y concluye, la carta así):

"Y porque en otra que escribo a V. Reverencia, y encamino por mano del Santo Fray Francisco de San Buenaventura, Comisario de Jerusalén, que es uno de los santos que han venido de España, soy más largo, dejo de serlo en esta, que halle a V. Reverencia con la salud que deseo. Chucuito, julio ocho de mil seiscientos y cincuenta y ocho años. Jesús. Fr. Bernardino, Obispo del Paraguay" (14).

Presentó el virtuoso fray Juan de San Diego al Consejo Real de Indias la carta del Ilmo Cárdenas en que pedía la aceptación de la renuncia de su Obispado, que hacía; y no fue admitido por su Majestad. Entonces el intrépido Laico fray Juan de San Diego fiado en Dios y con la bendición y obediencia de su Prelado General, se fue a Roma por segunda instancia, y repartió los Discursos jurídicos del Abogado Carrillo, ya traducidos a italiano, y otros documentos, entre las Eminencias y otros personajes de la Santa Ciudad; y fueron leidos con satisfacción y complacencia, hasta por el mismo Papa.

Dispuestas así las cosas, el valiente laico comisionado del Obispo Cárdenas presentó a la Sagrada Congregación del Concilio la solicitud trascrita en páginas 170-171.

Con esta respuesta poníase la corona de la victoria en la cabeza del humillado Prelado: quedaba completamente justificada su conducta: los fundamentos en que la apoyara eran sólidos, justos y legales. Faltábale la palma del triunfo completo; era necesario borrar la mancha que el Juez Conservador, fray Pedro Nolasco, había desfigurado a esa hermosa y colosal figura del Paraguay; y el humilde a la par que intrépido Laico Fray Juan de San Diego, se la quería obsequiar a su Santo Prelado, alcanzando de la misma Sagrada Congregación, que declarase nula, irrita e inválida la sentencia de aquel supuesto Juez, en la que había privado al Obispo Cárdenas de su Obispado y dignidad episcopal, usurpando la autoridad del Pontífice Romano, a quien están reservadas, por el Concilio de Trento, las causas criminales más graves de los Obispos (Sess, 24, c.5), y usando de un título y jurisdicción, que no tenía, por cuanto su elección era nula, por falta de sujeto apto (que no lo es un Religioso), y por falta de la forma canónica, pues debía hacerse en el Concilio Provincial, y no lo fue, contra lo dispuesto por la Santidad de Gregorio XV, en su Constitución "Sanctissimus".

* * *

Juzgó, pues, el prudente y amante comisionado Fray Juan de San Diego, que no le era lícito, perder más tiempo, mantener a su virtuoso Obispo en la ignominia y en las angustias del destierro, y sabedor de que se preparaba una escuadra de Galeones para el Perú, trató de apresurar su viaje de vuelta para Madrid, para mandar con seguridad y la prontitud posible los despachos de su victoria. Salió, pues, de Roma, enriquecido, no sólo con los documentos duplicados del Breve de Alejandro VII y las Decisiones de la Sgrda. Congregación, por las que quedaba reivindicada la fama, el oficio y la dignidad de su Obispo; si no que también con un precioso botín de indulgencias, gracias y facultades que le concedió el bondadoso Pontífice, y que después fueron concediendo los demás Papas a los Obispos de la América, y que hoy día son conocidas con el nombre de las "solitas".

"Llegado a Madrid fray Juan de San Diego, dice el Dr. Carrillo en su "Noticia", presentó esos despachos originales a Su Majestad, y pasados por el Real Consejo de Indias se remitieron en los Galeones, que salieron a cargo del General Don Pablo de Contreras en el año pasado de 1660... En vista de tales resoluciones pontificias, resolvió su Majestad, que el Obispo Don Fray Bernardino de Cárdenas sea restituido a la actual posesión de su Silla Episcopal, y el Presidente de la Audiencia de Chuquisaca le dé todo el favor y ayuda de que necesitare, con que cesarán a un mismo tiempo los escándalos de las conciencias y los pleitos, y aquel pastor reconocerá su rebaño perdido y desamparado por tantos años; pero multiplicando ya con las reducciones o doctrinas de más de cien mil indios, que tenían a su cargo los Padres Jesuitas en las provincias del Paraná, Uruguay y Tape, se trata de fundar en medio de ellas una colonia o ciudad de españoles, que tendrán en freno aquellos nuevos súbditos, y los defenderá de las invasiones que los portugueses del Brasil suelen hacer en aquellas provincias".

"Ha mandado también Su Majestad formar Real Audiencia, como la de Chuquisaca y las demás de las Indias, en la ciudad de Buenos Aires, emporio célebre en el Río de la Plata, y una de las puertas principales del Perú, cercana al Paraguay, y por donde en estos tiempos se cometían grandes fraudes, que se excusarán en lo porvenir, y se conseguirán innumerables conveniencias del servicio de Dios y de nuestro Rey, y tales como se verán con el tiempo y la experiencia.

"Las desgracias del Obispo Cárdenas han apresurado esta grande resolución, pues aunque de muchos años a esta parte se había discurrido en la utilidad de su ejecución, fue necesario que concurriesen tan singulares causas para producir efectos tan singulares... Para todo esto se han expedido Cédulas Reales (Colección tom. 2 cerca del fin) (15).

Ya ven los lectores, que no hemos tenido necesidad de recurrir a los escritos que a la sazón publicaban los Jansenistas para reivindicar y ensalzar a Bernardino de Cárdenas, como lo asevera Cretineau-Joly. No ignoraba este historiador apasionado y exclusivista las decisiones que emanaran de la Santa Sede a favor del Obispo del Paraguay y las Cédulas Reales que le protegieron y condenaron a sus perseguidores. Y sin embargo, ni una palabra merecen a su acreditada imparcialidad y veracidad. Todo esto es para él historia muda, porque no ensalza a sus clientes. Antes, dice: "lo que se ve en los procesos, que le arrojaron muchas veces de su ciudad episcopal; que usurparon su autoridad; que trasladaron su Sede a su Iglesia (de la Compañía); vérseles entre los batallones de indios levantados a expensas suyas, enseñarles el ejercicio... saquear (los indios) poblaciones, encadenar eclesiásticos, sitiar al Obispo en su iglesia, obligarle a rendirse para no perecer de hambre, arrancarle el Santísimo Sacramento, encerrarle luego en un calabozo y enviarle en un mal buque a doscientas leguas de distancia, donde fue recibido por todo el país como un mártir y un apóstol; estas acusaciones, que han pasado por tantas bocas, no están sin embargo conformes con los hechos tales como lo exponemos (Historia, tom. IV, pag. 274)" (16).

"Cierto: – dice el P. Gual – los hechos que vos exponéis no están conformes con los hechos de los procesos, examinados, fallados, en vista y revista, por los tribunales en juicio contradictorio. Pero ahí están, no como acusaciones falsas, sino como hechos públicos y notorios, tales como los hemos historiado. Y por cierto, que no hemos tenido la temeridad de hacer de todos ellos cómplices o ejecutores a los Jesuitas de la Asunción. La historia es la que habla, y cada lector tiene el derecho de formar el juicio recto que se desprende de los hechos.

El mismo Cretineau-Joly se ha visto precisado muy luego a rectificar el suyo. Como si el grito universal de los tribunales y los pueblos de América y Europa, le hubiesen reconvencido de infidelidad, reasume el discurso, aunque no con la sincera expresión debida en esta forma:

"Pero sin dejarnos preocupar por las afecciones o los odios de que era a un mismo tiempo objeto de la Compañía de Jesús, creemos que la historia debe buscar la verdad en todas partes. En los movimientos religiosos o políticos que cambian la faz de las naciones hay siempre un lado vulnerable... Así fue que se convirtió en una arma ese sentimiento de envidia que penetra a través de las más felices organizaciones y que vuelve injusta la misma equidad. Se enconaron las llagas todavía sangrientas, abultáronse las faltas cometidas por ambas partes, y las injusticias que una fraternidad de trabajos y de sacrificios hubiera hecho olvidar muy pronto. Desde un punto de jurisdicción eclesiástica, casi insignificante (?) se llegó a fomentar odios vivísimos y dificultades casi invencibles. Esperábase provocar con éste el bien, y sólo se logró engendrar el mal. Ese afán de prerrogativas de un lado, esa pasión de privilegios de otra, la guerra naciendo en el seno de los que predicaban la paz, todo eso debió de producir un funesto efecto en el espíritu de los indios, y los nuevos establecimientos se resintieron de ello durante muchos años" (Ibid. pág. 276").

* * *

Volviendo a nuestro Ilmo. Obispo Cárdenas, desde los años 1657 queda un grave vacío en la biografía de Mons. Cárdenas.

Es de suponer, según su carta dirigida desde Chucuito a Fray Juan Villalón que durante estos años siguientes, cinco y seis años se haya dedicado a la vida apostólica recorriendo la vasta diócesis de La Paz de acuerdo con el obispo don Martín de Velasco y Molina, y después de su muerte con el cabildo eclesiástico "sede vacante".

Por dicha razón no me es posible fijar la conducta observada por el obispo del Paraguay al estallar las guerras civiles, cuyo origen y fuente era el asiento de Icacota o Laicacota, rico en mineral de plata, fructificado por mineros que formaron parcialidades contrarias.

Icacota estaba no muy distante del pueblo de Puno, a las orillas del Titicaca, según se dice entre los cerros Laicacota y Cancharini.


NOTAS:

(1) El relato de Herión (c. t. 2; p. 573) de que el metropolitano había obligado al Ilmo. Cárdenas, antes de emprender este su viaje a Chuquisaca, a nombrar uno de los Provisores de la diócesis de Tucumán por Provisor de la del Paraguay, no corresponde a estos Autos, que dan a entender lo contrario. Puede ser, que Cárdenas, más después efectivamente, por no provocar nuevas susceptibilidades de su Clero hubiese hecho tal designación.

(2) No deja por eso de ser extraño lo que el mencionado Virrey dice en la misma Relación, que después de 1651 había avisado al Rey que, según cartas, los PP. Jesuitas "habían nombrado por Juez Conservador contra dicho Obispo en el despojo y quebrantamiento de sus privilegios, al Provincial de la Merced con aprobación y declaración de la Audiencia de Charcas" diciendo el Secretario de lo mismo lo contrario.

(3) Polo: de la citada Relación del Virrey Salvatierra.

(4) Polo: de la citada Relación del Virrey Salvatierra.

(5) De la muerte de Nestares, acaecida en 1657 en Chuquisaca refiere el citado cronista Bart. Mnez. Vela "Anales de la Villa imperial de Potosí, consignada en el "Archivo Boliviano por V. de Ballivian y Roxas, Paris 1872, p. 414) que al saber, que no llegaba la deseada mitra del Arzobispado (obtenida por D. Fray Gaspar de Villarreal) se había enfermado de pesar, sin que hubiese hombre, por su terribilidad, que se atreviese a decirle el peligro, hasta que el Guardián de S. Francisco le dijo que sin remedio se moría". ¿Por qué no me avisaron antes? fue la respuesta del moribundo, quien concluía su agonía con las palabras: "Si como he servido al Rey hubiera servido a Dios, que distinta fuera esta hora".

(6) Este Memorial se halla en el primer tomo de la Colección general, ya tantas veces recordada, sobre Cárdenas. LI-LVII de sumario, 245 de texto, 246-321 de memoriales anexos. Desde la página 246: I. Memorial del P. Julián Pedraza; II. Respuesta al anterior memorial, dada por fray Villalón.

Este desgraciado pleito, en que, bajo el pretexto de buscar el derecho, entraban tantas pasiones humanas, excitó ya desde entonces la atención de muchísimos en Europa. Fue, para tener armas contra la Compañía, traducido al francés, sin lugar ni imprenta, en 1662 con el título: Memorial presenté au Roy d«Espagne pour la defense de Dom Bernardino de Cárdenas evocque du Paraguay, contra les Religieux de la Comp. de Jesus, et pour repondre aux memoriaux presentes a sa dite Majeste par le P. Julian de Pedraza, trad. de lÕespagnol" (12¼).

(7) En el catálogo de los obispos de La Paz, por aquella época, no hay conformidad. Sede vacante en 1655 atestiguan Carrillo (Discurso seg. n. 173), tan bien informado de los asuntos de Cárdenas, y fray Villalón quien en este año había estado en La Paz, en su "Defensorio". Hernaes (1. c. t. 2, pag. 230) dice, que D. Martín de Velasco y Molina, Provisor del Arzobispo P. Pedro de Villagomes de Lima, había sido presentado en 1654 para Obispo de La Paz, puesto, que según Alcedo (Diccionario geográfico-hist. de las Indias occidentales": Madrid, 1788) aceptada, como sucesor de D. Antonio de Castro y Castillo. El Sr. Velasco pudiera haber hecho su entrada en La Paz por los años 1656, constando de la conducta del Cabildo, que aún no tenía conocimiento de la presentación efectiva del Sr. Velasco. Aunque no concuerden los datos, es probable que el Ilmo. Velasco haya gobernado la diócesis de La Paz, hasta los principios del año 1665. Suponiendo dicho gobierno, nada sabemos de las relaciones, sin duda amigables, de este obispo con Cárdenas. Cárdenas por los años 1658 se firma desde La Paz, Obispo del Paraguay. No es por ende creíble, que la diócesis hubiese estado vacante desde 1654, hasta 1666, en que se nos refiere nuevas presentaciones para Obispo. Probablemente se valió el Ilmo. Velasco de la ayuda del Sr. Cárdenas para el cumplimiento de sus deberes pastorales.

(8) Carrillo: 1. c. n. 174.

(9) Estos detalles son tomados de los referidos "Recortes", que citan un manuscrito inédito, titulado "Efemérides de La Paz", cuyo paradero ignoramos.

(10) El título de cura suburbano con otros documentos pueden verse en el célebre "Discurso de la vida, méritos y trabajos del Ilmo. Obispo del Paraguay", presentado al Rey por Fray Villalón a fines de 1657. En la mencionada "Colección", etc., tomo 1, páginas 325-387, al concluirse el Memorial del P. Julián de Pedraza. Exhibe Fray Juan diversos documentos interesantes, "que dicen al asunto y que lo dicen y hacen con todo el barniz de las cosas del tiempo".

(11) Recortes.

(12) Carrillo: Disc. seg. n. 181-182, Los "Recortes"-Gual 1.c. pág. 81.

(13) Gual, 1. c. pag. 103 - Colección t. 1.

(14) P. Pedro Gual. 1. c. pag. 83 ss.

(15) P. Gual: 1. c. pag. 94-95.

(16) Cfr. P. Gual, 1. c. pag. 96.

(17) P. Gual:1. c. pag. 96-97.

(18) La citada relación de la Audiencia de Lima al virrey conde Lemos hállase en "Relaciones de los Virreyes y Audiencias que han gobernado el Perú", Madrid 1871 - II, 215-224. A este informe oficial sobre la sublevación en La Paz y disturbios de Icacota no corresponden siempre las noticias dadas en el "Bosquejo de la Historia de Bolivia" (pág. 1 por López Crespo, ni las del Diccionario hist. biogr. del dep. La Paz por N. Aranzaes).

(19) Dr. Fray Juan de Almoguera y Ramírez, trinitario calzado, nació en Córdoba (España); fue provincial de su Orden en Andalucía y de allí promovido a la silla de Arequipa; tomó posesión en 1661 y pasó al arzobispado de Lima en 1674, donde murió el 20 de marzo de 1676. Sobre Mons. Almoguera refiere Ricardo Palma (Tradiciones peruanas: Barcelona 1894- III. 74-77) varios datos.

(20) La citada relación de la Audiencia de Lima al virrey conde de Lemos hállase en "Relaciones de los virreyes y audiencias que han gobernado el Perú. Madrid 1871- II. 215-224. A este informe oficial sobre la sublevación en La Paz y turbulencias de Icacota no corresponden siempre las noticias dadas en el "Bosquejo de la historia de Bolivia" (pag. 100 ss.) por López Crespo, ni las del "Diccionario histo. biograf. del Depart. de La Paz" por N. Aranzaes (veces: Canedo-Gallardo, etc.).

 

 

CAPÍTULO XVII


Los últimos años de Monseñor Cárdenas. Su muerte. Algunos datos de su vida penitente

Con la entrada del Ilmo. Cárdenas a la Diócesis de La Paz desaparecen casi todos los detalles sobre su ulterior vida. La lucha contra él y los Padres del Paraguay, a quienes por espíritu de colegiación, se habían asociado tantos miembros de la ínclita Compañía de Jesús, canónicamente se había acercado a su fin, triunfando el Obispo en las cuestiones que atañían la dignidad episcopal.

La voluntad real le tenía lejos de su diócesis temiendo nuevos disturbios. En nombre y autoridad del Obispo seguía gobernando la iglesia paraguaya D. Adrián Cosme, nombrado, como ya queda dicho, por el Metropolitano con poderes del obispo expulsado.

En 20 de octubre de 1660 informa el señor Gobernador eclesiástico haber salido a propias y costosas expensas a visitar aquel obispado, también las dos Reducciones jesuíticas y en la provincia de Itatines (más de 4.000 almas), lamentando que en las doctrinas a cargo de los clérigos había poca o ninguna doctrina y enseñanza de indios y descuidos en la administración de sacramentos, ni aun manuales había para ella (Pastells II. 609).

Después de la promoción del Ilmo. D. fray Gabriel de Guillestegui, franciscano y sucesor de fray Bernardino de Cárdenas a la Silla de La Paz, fue presentado por el Rey para la diócesis paraguaya D. fray Faustino de las Casas, mercedario. El nuevo Obispo entró en el Paraguay el año 1676 y murió allí en 1686, aproximadamente 36 años después del último destierro del obispo Cárdenas.

El obispo de las Casas dirigió el 6 de diciembre de 1683 una carta oficial al Licenciado D. Bartolomé Gonzáles de Póveda, en que no habla muy bien de los doctrineros franciscanos.

Considerando la suma pobreza del Paraguay, la necesidad de proveerse de medios para el sustento de los doctrineros, despachando por ende artículos de sus pueblos, nos inclinamos a creer que la descripción del señor Obispo sobre los procederes de los doctrineros franciscanos es, como la juzgaban también aquellos religiosos, algo apasionada, principalmente al atestiguar el mismo Prelado que la provincia franciscana, careciendo de individuos, no podía mandar siempre sujetos que pudieran desempeñar con la debida altura el cargo que se les había confiado.

Relata el mismo Prelado que, de acuerdo con el Gobernador Andino, había colocado en Yuti y Caazapá, reducciones franciscanas a muchos indios monteses que mostraban inclinación al cristianismo. Del éxito de esta traslación no pudimos orientarnos, pero, a pesar de las halagŸeñas esperanzas del señor Obispo, opinamos que acabó en un fracaso. En todo caso se trataba de indios, cuyos padres habían estado en contacto con los misioneros franciscanos. Pero el mismo hecho de poner aquellos indios en las dos reducciones demuestra que su estado no era desesperado.

Itapé, situado sobre el Tebicuari, era una reducción franciscana antes muy numerosa, pero los años de 1717 vivían sólo unas nueve familias de indios en ella (P. Pablo Pastells: Historia de la Compañía de Jesús; I. 279).

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No existe ningún dato concreto en que conste el viaje del Ilmo. Cárdenas a ocupar la nueva sede episcopal. En el archivo de la catedral de Santa Cruz existe un documento del siguiente tenor: "Cabildo primero: En la ciudad de San Lorenzo de la Frontera en 18 del mes de julio de 1663 años, el Deán y Cabildo Sede vacante, etc., es a saber: el maestro don Francisco A. de Toledo Gatica, arcediano de esta Santa Iglesia Catedral como único capitular, en quien reside toda la jurisdicción eclesiástica de este obispado, y gobernador eclo. entramos a Cabildo como es uso y costumbre en la dicha Iglesia Catedral, para conjeturar algunas cosas tocantes al gobierno del obispado: por haberse recibido una carta del Ilmo. y Revmo. señor Maestro doctor fray Bernardino de Cárdenas, Obispo del Paraguay y electo para este obispado de Santa Cruz, su fecha de 18 de abril del valle de... en que nos manda y avisa, le demos cuenta en quien para el gobierno de este obispado de que S.M. (que Dios guarde) le hizo merced y que se le remita poder para gobernar para su venida por no haber persona segura, y que atienda... algunos años, como consta de su carta, que tenemos en nuestro poder.

Y usando de la atención y cortesía que se debe a tan gran príncipe, sin que nos haya constado tener la cédula de S.M. de ruego y encargo determinamos: enviarle el gobierno, como de hecho se lo enviaremos dentro de tres o cuatro días, en la mejor forma y manera que le convenga, sin que por el dicho envío de tal gobierno nos pase perjuicio alguno, ahora ni en ningún tiempo en el dicho gobierno que legítimamente estamos ejerciendo, y estamos en posesión quieta y pacífica; y hasta que dicho señor obispo entre a tomar posesión de dicho obispado, mediante la cédula que dice tiene de S.M., atento a que está cerca de dicho obispado y no hay mar de por medio, ni ríos que se lo impidan.

Para que en todo tiempo conste hicimos este nuestro Cabildo en dicho día, mes y año de 1663; con que se cerró el Cabildo este día y lo firmamos de nuestro nombre.

Maestro D. Francisco de Toledo. Ante mí: Basilio de la Rocha, secretario y notario".

La segunda "sesión capitular" del arcedeán no se pudo descifrar (1).

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La Diócesis de Santa Cruz fue creada por el Papa Paulo V mediante Bula de 5 de julio de 1605 con Sede en San Lorenzo o La Barranca, desmembrando su territorio del obispado de Charcas y como sufraganeo de Lima. Quedaron asignados a la diócesis de Santa Cruz los Vicariatos de Santa Cruz de la Sierra (Chiquitos Meridional), San Francisco Javier de Alfaro (Chiquitos Septentrional y Mojos), La Barranca (Cordillera de los Chiriguanos y Cercado de San Lorenzo), la Villa Salinas (Mizque las Yungas de Pocona y Valle de Cliza). Cuando la Sede de Charcas se elevó a Metropolitana el 20 de julio de 1609, la diócesis cruceña pasó a ser sufragánea de ésta, como es hasta ahora.

El obispado de Santa Cruz es llamado en ocasiones de La Barranca, por el otro nombre de la ciudad de San Lorenzo, y también de Mizque, por haber residido en la villa de este nombre varios de los primeros obispos (2).

Poco después de la erección de la Sede Episcopal de Santa Cruz de la Sierra, los obispos de esta ciudad fijaron su residencia en Mizque, y no obispado, como generalmente se cree.

Los susodichos obispos se trasladaron de Santa Cruz a Mizque, en la época de la canícula y cuando las fiebres solían declararse con fuerza en la primera de las enunciadas ciudades; y su traslación no obedecía únicamente a las causas ya indicadas, sino también al propósito de satisfacer las necesidades espirituales de Mizque, cuya población crecía de un modo rápido y sorprendente.

Varios de los referidos Prelados residieron también en Arani, pueblo de clima sano y benigno y muy próximo a la villa de Oropeza.

En Mizque existía el convento de San Francisco, fundado el 30 de agosto de 1581, bajo la advocación de Nuestra Señora de los Angeles y en virtud de Real Cédula refrendada por el Virrey del Perú, don Martín Nabríquez el 3 de febrero de 1580; el convento de Santo Domingo, fundado por fray Gabriel Cristóbal de Torrejón en 1608, bajo el amparo de don Juan de Paredes, vecino acaudalado de Mizque; el Monasterio de Santa Teresa, fundado el 25 de abril de 1613; el Monasterio de Santa Clara, pero no consta que su erección fuese posterior a la de los otros conventos (3).

El antecesor inmediato de Monseñor Cárdenas en el obispado de Santa Cruz era D. fray Juan de Arguinao, domínico, nacido en 1588 en Lima, donde fue consagrado el 10 de septiembre de 1646 por el arzobispo Dr. Pedro de Villagómez. Ya en diciembre del mismo año le hallamos en la villa de Salinas, valle de Mizque, gobernando su diócesis por las sinodales de la metropolitana. Visitó todo su obispado en 1648, confirmando a 5.374 personas.

Según una relación del mismo a S.E. (Archivo de Indias, 74-6-48) existían en todo su obispado 25 clérigos y 30 religiosos; 10.114 personas cristianas de las cuales eran 2.717 españoles, 6.131 indios, 407 mulatos y 839 negros. En sus relaciones refiere: que en la diócesis no se ha hecho conversión ninguna por falta de obreros del Evangelio; pero que es ocupación propia de los religiosos de la Compañía, residentes en el Colegio de San Lorenzo de la ciudad de La Barranca, atraerlos a la fe, añadiendo que en dicho Colegio hay de ordinario cinco o seis sacerdotes, con su rector y Prelado y dos Hermanos legos.

El señor Arguiano, sabio autor de varios manuscritos teológicos, fue promovido hacia 1659 al arzobispado de Santa Fe de Bogotá, donde entró en 1661.

Dejó la silla de Santa Cruz al agustino padre Juan de Rivera, cuyas Bulas despachó D. Gaspar de Sobremonte de Roma a Madrid con fecha 22 de noviembre de 1653.

Del Ilmo. señor Rivera no hallamos apuntes y parece haber muerto hacia el año 1662.

A su muerte entró como Gobernador "Sede vacante" el arcediano maestro D. Francisco Alvarez de Toledo y Gatica. ƒste había llegado en 1659 a San Lorenzo donde, según su parecer, la iglesia catedral se iba al suelo.

El nuevo arcediano, según parecer, primer sucesor de Navamuel, reedificó la catedral, conforme marcaba una Cédula Real del 27 de noviembre de 1652, y la ponía, según atestigua el informe del gobernador Antonio de Rivas, Cabildo de la ciudad de San Lorenzo dirigido a S.M. con fecha 4 de octubre de 1663, en la decencia conveniente, rezándose en ella todos los días las horas canónicas, lo que antes no se hacía.

Al principio del año 1664 se hallaba ya en Mizque como obispo electo de Santa Cruz D. fray Bernardino de Cárdenas antes Obispo del Paraguay, muy conocido por sus largas divergencias sobre la extensión de la jurisdicción episcopal con los PP. Jesuitas del Paraguay.

El Ilmo. Cárdenas pidió desde Mizque – marzo 14 de 1664 – al arcediano Alvarez como Obispo coadjutor que "le ayude y alivie a su mucha edad". Efectivamente se estaba dispuesto en Madrid a dar el pedido de coadjutor aunque no sepamos a quien, pero la muerte del Ilmo. Cárdenas impidió su realización.

Al hacerse cargo el Ilmo. Señor Cárdenas de su nuevo obispado de Santa Cruz de la Sierra, halló, además de los franciscanos, Padres Jesuitas en la ciudad de San Lorenzo.

La fundación de esa residencia, solicitada por la población, debíase al padre Diego Samaniego y a su socio, padre Diego Martínez. Entraron desde Charcas en 1587 después de haberse detenido varios meses (1586) por la rebelión de los indios, misionando en la venta o pueblo de Mizque.

En Santa Cruz gobernaba don Lorenzo Suárez de Figueroa, exalumno de los Jesuitas; se dedicaron los dos padres especialmente a doctrinar a los aborígenes, aplicándose el padre Samaniego al guaraní (para los chiriguanos) y el padre Martínez al estudio de la lengua golgotoque.

En 1590 mandó el padre Provincial Astienao otros dos padres más, pero por muchos años tuvieron que restringir su celo en mantener este puesto, sin poder emprender aún las misiones entre los Chiquitos y Mojos (4).

Los PP. Jesuitas tenían una cruz bien pesada, porque su vida era un continuo movimiento, acudiendo a indios y a españoles, que no tenían más doctrina que la Compañía, ni había persona en San Lorenzo que en otra parte se confesase fuera de dicha residencia, permaneciendo frecuentemente por los caseríos y ranchos de los indios, distantes ocho a diez leguas, sin hallar árbol ni reparo en toda esta distancia para defenderse contra el sol o contra los aguaceros (P. Pastells, l.c. I, pág. 55).

En tiempo del Obispo Arguinao la residencia jesuítica tenía entonces el título de Colegio aunque pequeño. Enseñábase en él gramática, supliendo los padres las frecuentes ausencias de los pocos canónigos del diocesano.

El Ilmo. Cárdenas, impedido por sus achaques, había solicitado, desde Mizque (marzo de 1664), al arcediano Alvarez como obispo coadjutor que le ayude y alivie su mucha edad, con residencia en la ciudad de Santa Cruz de la Sierra. La petición, recomendada por D. Pedro Vázquez de Velasco, presidente de la Real Audiencia de Charcas, tuvo favorable acogida en el Consejo de Indias, pero antes de realizarla había llegado la noticia de la muerte del Ilmo. Cárdenas, venerado y estimado como varón santo.

Acaeció la muerte del tan renombrado Prelado a 20 de octubre de 1668 en el Santuario de Nuestra Señora de la Vella (Bella), donde había pasado el Obispo los últimos meses de su vida. Dicho Santuario, en cuya iglesia anterior fue enterrado su cuerpo, es hoy conocido con el nombre de Arani (Dep. Cochabamba) (5).

A juzgar de lo que refiere el padre Charlevoix en su "Historia del Paraguay", fueron cordiales las relaciones del anciano Obispo Cárdenas con los Jesuitas en Santa Cruz. Pero nos faltan datos, como asimismo sobre los trabajos de aquellos padres durante esos tiempos, en que la sede episcopal de San Lorenzo de La Barranca, las misiones hoy llamada Cercado, las de Chiquitos por la provincia jesuítica del Paraguay y, las no menos célebres de Mojos, sostenidas por la provincia del Perú, a la que pertenecía aquella casa.

Según una noticia que da la "Historia del Paraguay" por Charlevoix-Muriel-Hernández (Madrid, 1913, T. IV., pág. 3, nota) hizo el Prelado 15 días antes de su muerte, según declaración de D. Domingo Morales, sacerdote y familiar del mismo, un codicillo, en que legaba a los Padres de la Compañía un cáliz de oro, un pectoral de obispo, un ornamento sagrado y la imagen de la Virgen María, que más estimaba el Obispo, a la que amaba de corazón, excusando al mismo tiempo sus pasadas acerbidades con los Padres de la Compañía (del Paraguay) con otros signos de benevolencia. Añade el relato que, a la muerte del Prelado desapareció el Codicillo con los bienes dejados por el difunto y sus alhajas y que, por ende, se formó un proceso a sus familiares.

No disponiendo de ningún documento al respecto, no puedo decir lo que haya sucedido. Pero la afirmación "de que apenas quedó para cubrir el cadáver" me parece una exageración grande.

Nos inducen a pensar así algunos datos que se hallan en el archivo de la catedral o de la Curia de Santa Cruz (6), y más que todo la veneración que tenía el pueblo al Obispo finado. Se da además la circunstancia de que desde 1661 hasta su entierro había vivido al lado del extinto su fiel y entusiasta amigo y confesor fray Bartolomé de León, alumno de la Provincia franciscana de San Antonio de los Charcas, quien sin duda se hubiese opuesto a tan bárbaro despojo.

La amabilidad del reverendo padre Otto Maas me facilitó las fotografías de los documentos, que en el Archivo General de Indias se guardan en Sevilla sobre los sucesos relativos a la muerte del obispo Cárdenas.

Las añadiré a esta exposición sin comentario alguno, advirtiendo que las poquísimas palabras que no pudieron ser descifradas, quedan señaladas en el texto adjunto con puntos suspensivos.

En dicho documento se repite varias veces de que murió el Ilmo. Cárdenas a la edad de 104 años, dato con que coincide la inscripción de un retrato de Cárdenas que se halla en uno de los conventos franciscanos del Cuzco, y el padre Lozano S.J. ("Historia de la ConquistaÉ", etc., III.).

Considero este dato como inexacto, dejando una mayor exposición de las razones contrarias en las páginas 12 ss de este ensayo biográfico.

El abogado Carrillo en la defensa que hizo del Ilmo. Cárdenas ante el Consejo de Indias dice inicialmente que el Obispo, por el año 1648, tenía más de 70 años. Este dato concuerda, aproximadamente, con el anterior, que pone el año de nacimiento de Cárdenas en 1579.

Confirma finalmente lo falso de esa longevidad de 104 años, atribuída a Cárdenas, la aprobación dada por su Ilma. a la "Crónica de la Provincia de San Antonio de los Charcas", escrita por el padre Def. fray Diego Hurtado de Mendoza, quien desde la ciudad de La Paz, en 10 de agosto de 1656, alaba "la legalidad con que en lo historial (el cronista procede), de que soy casi de lo más testigo de vista por más de sesenta años de hábito". Ahora bien, varios autores refieren, entre ellos su abogado el licenciado Carrillo, que Cárdenas entró muy joven en la Orden Franciscana, es decir a principios de 1596. Si a su muerte el Prelado hubiese tenido 104 años, hubiera principiado su noviciado teniendo ya 32 años.

Los documentos que enseguida copiamos, alternando su orden en favor de la cronología, y poniendo algunas puntuaciones para su más fácil lectura, fueron ya citados en la conocida obra del padre Pastells en que enumera los documentos relacionados con la historia de la Compañía, pueden verse los originales en el recurrido Archivo de Sevilla: 74-4-7.

En la declaración que hace el padre Bartolomé de León, refiere un escrito compuesto por él sobre la vida y virtudes del señor Cárdenas. Este escrito dedicado al Marqués de Aitona, parece haberse perdido. Don Suiller Ramón, marqués de Aitona y de la Puebla, Conde de Osona y Barón de la Laguna; "de quien, según declaración de fray Bartolomé de León, hecha en la Plata (26 de enero de 1669), el finado Obispo era muy afecto" tenía desde 1640 título de grandeza hereditaria de España, y formaba parte de los (6) miembros de la Junta de Gobierno con voto meramente consultivo, que instituía el testamento de Felipe IV durante la minoría de su hijo heredero Carlos José "el hechizado", venido al mundo el 6 de noviembre de 1661, quedando por gobernador y tutora la reina viuda y madre doña Mariana de Austria.

Como D. fray Bernardino nunca había estado en España, es de suponer que este afecto de gratitud se originó por los favores y protección dispensados por el Marqués a la causa del Obispo del Paraguay, defendida en Madrid con tanto ahinco por fray Villalón, contra las acusaciones levantadas por el padre Julián de Pedraza, Procurador General de la Compañía en la Corte de España y contra el padre Jacinto Pérez, que después desempeñó igual cargo. Parece también el Consejero de Estado D. Gaspar de Bracamonte y Guzmán, Conde de Peñaranda (nombrado más tarde en el testamento de Felipe IV miembro de la referida Junta de Gobierno) estaba en pro de la causa del Obispo, mientras D. Antonio de León Pinelo, relator del proceso promovido entre los PP. de la Compañía en el Paraguay y el Diocesano estaba decididamente a favor de los Jesuitas, cuya influencia en la Corte les había causado envidia y odios. De modo que aún en 1661 corrían líbelos de ambos bandos por la villa coronada, causando poca edificación y dando lugar a que se atribuyesen a la Compañía de Jesús doctrinas erróneas y acciones revoltosas en el Paraguay.

Imposiciones de silencio mermaban, pero no quitaban los ardores de aquella lucha nefasta, que quedaba como arma perpetua para esgrimir contra la Compañía.

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Copia de las cartas cuya fotografía ha tomado el Reverendo Padre Otto Maas de los documentos que en el Archivo General de las Indias se guardan en Sevilla sobre los sucesos relativos a la muerte del Obispo Cárdenas.


La Plata A Su Majestad 1668

N¼ 3

El Presidente Dr. Pedro Vázquez..................................


Con noticia de la muerte de este Obispo se mandó suspender la Resolución que estaba tomada de darle coadjutor.

Consejo, 29 de noviembre de 1670.

Acúsase el recibo y dígaselo: que ha sido de mucho consuelo y aceptación lo contenido en esta carta y testimonio incluso (sigue una rúbrica).

Da cuenta cómo, después de haber escrito, convenía poner Coadjutor a Don fray Bernardino de Cárdenas, Obispo de Santa Cruz de la Sierra, que falleció de edad de 104 años; asistiendo todas las mañanas a confesar, predicar y catequizar los indios, y estaba siempre en la iglesia y dormía en una litera, haciendo otras muchas penitencias. Y que habiéndole encargado encomendase a Dios al Rey Nuestro Señor (que santa gloria haya, le respondió en las cartas, cuyas copias remite) que estaba gozando de ella y le había visto con una capa celestial.

* * *

Copia de la Carta escrita por el Dr. Don Pedro Vicente Vázquez de Velasco del Consejo de Su Majestad, Su Presidente y Visitador de la Real Audiencia de la Plata, Cajas Reales y Casa de Moneda de Potosí. Al Ilmo. y Rmo. Sr. Dn. Bernardino de Cárdenas, Obispo de Santa Cruz de la Sierra del Consejo de Su Majestad.


"Iltmo. Señor, treinta años ha que Su Majestad (que espero goza de Dios) me dio plaza para las Indias honrándome con diferentes puestos y mandando darme además más dos mil ducados de Renta para dos Vidas, para que los pudiese distribuir en hijos o hijas como quisiese, y los gocen mis nietos; y aunque esta merced ha tenido poca suerte que no se haya podido conseguir por causa de que los señores Virreyes encomiendas que vacan miran sólo aplicarlas para sí por traer merced para estas Rentas para sí; pero la hecha a mí por Su Majestad, es con palabras tan honoríficas que ellas solas me bastaban por precio, cuando le hubiera servido mucho más; si bien en las Indias quien le haya servido en negocios tan grandes, con tanta fidelidad, amor y limpieza, no se ha de hallar quien me exceda, el amor que he tenido y tengo a Su Majestad es entrañable por vasallo y fiel ministro; así viviendo como después de muerto todas mis cortas oraciones han sido y son por él, referiéndole a su persona; y porque cuando vivía, rogara a Dios y Nuestra Señora la Virgen Santísima, que lo que me prestaba de vida me la quitase a mí y le diese a nuestro Rey y Señor. Como tan pecador que soy, no fui oído; llevósele Dios, cuyo sentimiento en mí fue el mayor que he tenido en esta vida; y después es el desconsuelo grande.

"Todas cuantas obras hago y rezo las aplico por Su Majestad y con tanto extremo que si pudiera, estando en el purgatorio, padecer las penas que pasara, las padecería yo, presupuesto lo dicho, el papel que V.S. me ha remitido a mí ha sido de grandísimo consuelo cuando trata de Bras y Ros sobre la capa – Expande pallium tuum – como lugar aplicándole a nuestro Rey y Señor Felipe IV. Dice V. Señoría que conmovido un siervo de Dios le vido con una gran Capa de gloria y debajo de ella, a un lado y otro muchos Obispos dichosos con Iglesias en las manos, que quisiera ser uno de ellos como lo confío etc. Cuyas palabras me han alegrado y ensanchado el corazón; pero como quien bien ama, no se asegura de lo que se dice de la cosa amada, sino lo que ve y sabe de cierto, y yo que tan sinceramente amé y amo a mi Rey y Señor natural, no se me sosiega el corazón ni la tendré quieto hasta que V.S. se sirva de avisármelo y como lo sabe, haciéndome merced de referirme todas las circunstancias de quien fue el siervo de Dios que lo dice, lo cual pido y suplico con toda humildad y reverencia, y que lo haga por esa Virgen Santísima a quien tanto V.S. sirve y asiste, y así se halle como dice debajo de dicho palio. No pido por merced a V.S. otra cosa ni la pediré mientras no me conceda este consuelo V.S. a este vasallo fiel, que tanto ama a su Rey y Señor, que tanto bien recibió de su generosa mano. Venero a V.S. en todo cuanto me dice que lo tengo por fe humana; respecto de esto, torno a decir – se sirva de consolarme y decirme cómo lo sabe y con quién pasó – que si fuera necesario le prometo, pues hago esto para que V.S. me dé el mayor gozo que puede tener, ni he tenido en mi vida, la de V.S. guarde Dios como puede. La Plata, y octubre diez de mil seiscientos sesenta y siete años. Besa la mano de V.S. su mayor servidor Don Pedro Vázquez de Velasco.

* * *

Concuerda con la copia de dicha carta que queda en la secretaría del señor Presidente Don Pedro Vázquez de Velasco, del Consejo de Su Majestad, Presidente y Visitador de la Real Audiencia y Cajas Reales y Casa de Moneda de Potosí, a que me remito y de su mandato por el presente, en la ciudad de La Plata en veintinueve de diciembre de mil seiscientos sesenta y ocho años.


Joseph Gómez de Muro

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II

 

"Yo el licenciado Joseph Gómez de Muro, clérigo presbítero, secretario, notario mayor de este Arzobispado de La Plata en Sede Vacante doy fe y testimonio de verdad a los señores que el presente vieren: cómo el señor don Pedro Vázquez de Velasco del Consejo de Su Majestad su presidente y visitador de la Real Audiencia de La Plata, Cajas Reales y Casa de Moneda de la Villa Imperial de Potosí, me entregó una carta escrita en dos fojas y media plana firmada con una firma que dice: Jesús fray Bernardino, electo de Santa Cruz, muy parecida a otras muchas firmas que he visto y tenido en mi poder en despachos anteriores y otras cosas del Iltimo. y Rmo. señor don fray Bernardino de Cárdenas, de buena memoria ya difunto, Obispo que fue de Santa Cruz de la Sierra, del Consejo de Su Majestad, la cual dicha carta copiada a la letra es del tenor siguiente:

Muy ilustrado señor mío:

Tres veces he leído y no me hartaré de leer para consuelo y enseñanza de mi alma, la carta segunda de V. Señoría que en mi estimación es la primera y mejor que en semejante caso se ha escrito por usar una de las virtudes heróicas y acciones santas para aumento de la gloria del Rey santo, don Felipe IV, que tiene en ella, y mayor por haber honorificado oficios y puestos tan honrosos a V.S. que ha sabido dar tan buena cuenta de ellos y con tanta limpieza y justificación, como el mundo conoce, confiesa y alaba; y más que todo yo, dando gracias a Nuestro Señor en mis dos misas, celebradas con privilegio especial de la Silla Apostólica, a las cuales atribuyo las mercedes grandes que Nuestro Señor se ha servido de hacerme, dándome vida tan larga y librándome ahora misericordiosamente de dos enfermedades de muerte por milagro manifiesto de esta Imagen Santísima de Nuestra Señora de la Bella, a quien vide en lo más apretado de mi enfermedad, que dándome la mano, me libraba de un peso peligrosísimo, como lo juro por su nombre santísimo de María y por el de Jesús.

Y también debajo del mismo juramento y otros que así, siendo necesario que muchos meses antes que llegase aquí la nueva de la muerte del Rey Nuestro Señor, la supe yo (pero no sabré decir cómo) sino que no fue por dicho de hechiceros, aunque a mi compañero, el padre Predicador fray Bartolomé de León, le dije el día mismo que era muerto el Rey Nuestro Señor al cual padre se lo pregunte V.S. con juramento, aunque a él no le dije ni a nadie por ser para V.S. sólo, y porque me lo manda con tanto aprieto y devoción; que muy poco después vi, no sabré decir cómo, al mismo Rey con una capa grande de gloria y el rostro resplandeciente cuyas facciones por los retratos que había visto, y porque me miró amorosamente colegí ser suyo; y que tenía debajo de la capa a un lado y otro, muchos obispos con las Iglesias en las manos; y cómo yo tenía entre las mías las causas de esta pobre iglesia y su obispo, considero que el señor para mi consuelo se había dignado, aunque soy tan indigno, demostrarme aquella representación y para consuelo de V.S. que es el principal intento, porque se la confío con condición que no diga V.S. el nombre de quien lo vido para que se certifique más V.S. digo con la humildad debida que es merced que Dios me ha hecho, quizás por la gran devoción que tengo con las ánimas del purgatorio que hayan venido algunas a pedirme socorro; y luego que tuve la noticia de la muerte del Rey Nuestro Señor, le apliqué todas mis misas y sufragios, en lo cual me huelgo haberme confirmado con la devoción de V.S. con cuidado especial considerando si acaso tenía lugar aquí él de la escritura, capítulo... cuando habiendo el Rey Saúl, rompido un pedazo de la capa de Samuel, le dijo al Rey: Scindet quoque Dominus Regnum tuum; recalaba yo que por ser pedazo de la capa magna del Obispo de Santa Cruz, que por informes falsísimos y nulidades de aquellos prebenderos que había roto, lo hubiese causado al Rey Nuestro Señor, algún menoscabo en el Reino de su gloria, aunque en ésto no tuvo alguna culpa el Rey Nuestro Señor ni su Consejo ni en el no restituir a esta pobre Iglesia la posesión de su renta antigua, como la había restituido a una pobre señora el Rey de Israel como justo; y no siéndolo menos Nuestro Rey, no juzgaba yo contra su Majestad, algún menoscabo de gloria, pero recelaba por ser don del señor de los juicios de Dios, y estaba con gran pena pidiendo al Señor le librase de ella; y como su bondad divina oye a los pecadores, entiendo que me oyo, mostrándome al Rey Nuestro Señor para gran consuelo mío y para él de V.S. que quizás obraron más los sufragios de V.S. que los míos; y así lo que resta, señor mío, que esta gloria grande que tiene el Rey Nuestro Señor, por haber sido bienechor, protector, amparador y patrón de estas Iglesias y de sus obispos.

Se la aumentamos, porque los Bienaventurados son capaces de aumento de gloria accidentales, y la tendrá muy grande el alma de Nuestro Rey que tanto desea V.S. en que se la restituya a la iglesia de Santa Cruz y sus Obispos el pedazo de la capa de sus rentas, y a la Iglesia la posesión antigua; y en no hacerlo, privaremos injustamente al alma del Rey este aumento de gloria, que aunque sea un grado tan pequeño, vale más que los Reinos del mundo; y si fuese capaz de penas, se le causaríamos muy grande, en que no hay duda ninguna, y así lo tenga V.S. en hacer este tan grande servicio al Rey, a quien quiere y debe tanto; pues le ha hecho en esta ocasión otros tan grandes servicios y entre ellos la caridad grande y bien ordenada de dar todo el mérito y satisfacción de sus acciones al alma del Rey; en lo cual es parecido V.S. y aún aventajado a aquel valeroso capitán de David, que estando para ganar y conquistar una grande y rica ciudad, no quiso la gloria de esto sino para el Rey David, enviándole a decir que no quería que le atribuyese la victoria a su propio nombre sino al Rey; no nomini eo adscribatur victoria, así lo hace y ha hecho V.S. y mucho mejor, pues, pudiendo con sus acciones ganar rico Reino de gloria, la atribuyó toda al Rey católico, se ha parecido a David en la conformidad del corazón con Dios y para que él de V.S. tenga más consuelo, le traigo a la memoria lo que yo entiendo que sabe y es que rogando por el Rey merece V.S. que sus oraciones las oiga Dios como de justicia, según aquel verso de David en el Psalmo,Domine salvum fac regem – Exaudi nos in die qua invocaverimus te porque al decir Salvum fac regem – se sigue como consecuencia el exaudi nos, como ha de oír a V.S. y usar merced en lo que le pido, siquiera por las muchas veces que con misas y sufragios he dicho y digo salvum fac regem. No para que salga de pena, porque se fue luego, sino para que sea a mayor gloria, que se les aumenta a los Bienaventurados con nuestros sufragios que es la intención, con que V.S. tengo por cierto, las ofreció y para que sea con más consuelo le traigo a la memoria el capítulo 13 de Daniel, donde dice la Escritura que cuando levantaron a la inocente y hermosa Susana aquel testimonio tan grande contra su limpieza, diciendo unos presbíteros (ancianos), a los cuales no vido ni hecho seña ni a otros innumerables de este porte y peores, que había sido sorprendida en culpa, escogió Dios para que manifestase la limpieza de aquella santa, que era solamente imagen de Nuestra Señora, a un Daniel que sacó en limpio su pureza, de suerte que dice el Espíritu Santo: Salutatus est sanguis innoxius in illa die, et quod non est in ea res turpis y que se hizo grande Daniel; y que luego el Rey fue puesto con sus padres: Et rex appositus est ad patres suos – que fue dichosa ocasión para el Rey morir cuando estaba ya averiguada la limpieza de aquella santa señora, mucho mejor fue el tiempo del tránsito del Rey Dn. Felipe IV, a quien Dios con infinita sabiduría escogió para que con su gran devoción y sus heroicas diligencias, acciones y gastos de hacienda se averiguase con bulas tan favorables la limpieza de Nuestra Señora. Con lo cual aunque siempre fue grande Su Majestad, se hizo mayor y más grande con esta acción, y así quiso Dios que luego fuese su alma a ver tan limpia y pura a quien tanto defendió sin dilatarse esta gloria de ver la limpieza de Nuestra Señora, que vale más que muchos años de esta vida... ya purificado con trabajos y enfermedades se pusiese con sus Padres Santos y sapientísimos Felipe III y II y su abuelo y bisabuelo Carlos V, en cuya silla se sentó nuestro Carlos II de este nombre, diciendo: en nombre de Dios me siento aquí, acción más que de niño significador de muchos bienes y aun parecida no menos a la de los Apóstoles que cuando Dios los constituyó por principio luego se acordaron del nombre de Dios, como dijo David: Constitues eos principes super ommem terram, memores erunt nominis tui, Domine.

Esto me parece, señor, que basta para su mayor consuelo, sólo le traigo a la memoria que tengo muy en ella el hijo de este Rey tan querido, pidiendo años de su vida, felices sucesos, como no dudo lo hace; y yo cuando ofrezco al Padre Eterno su hijo Unigénito, juntamente le ofrezco ese precioso niño, cuyo retrato muy propio, hecho a mi costa, tengo en mi altar, y le muestro cuando es necesario al pueblo y a los indios, que lo han bien menester, imitando algo en esto a un Pontífice y Obispo de la ley antigua que habiendo una señora, cuyo nombre fue misterioso, guardado el Rey heredero del Reino, para que no muriese como sus antecesores, y teniendo ya siete años el niño le mostró al pueblo, para que le reconociesen por Rey, el Pontífice Jojada, que le cuadró muy bien el nombre, y a mi mejor, porque doy a conocer al pueblo español e indiano, esta joya más preciosa; y también la doy y encomiendo a todos los santos del cielo, para que con intercesión y méritos pidan a nuestro señor la vida de este niño tan estimable, y que le prospere con felicísimos sucesos para el bien de la Iglesia Católica y fe de cada, y de toda la cristiandad, cuya vida y crianza debemos a los méritos, cuidado y oraciones de otra mayor y mejor señora, que es la valerosa señora doña Mariana, cuyo nombre significa: Poblada de gracia, con la cual excede tanto a innumerables Reinos a quien la del cielo y a V. Señoría guarde por muy largos y felices años como deseo.

De este santuario de Nuestra Señora de la Bella, y a octubre veintiocho de mil seiscientos sesenta y siete años.

Muy Ilustre Señor besa la mano de V. Señoría su más reconocido siervo y capellán.


Jesús fray Bernardino

Electo de Santa Cruz

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Según parece de la dicha carta original, que para efecto de sacar un traslado me encargó dicho señor Presidente Visitador de esta Real Audiencia, a quien lo volví; habiéndole conocido; y para que conste doy el presente en la ciudad de La Plata en veintinueve de diciembre de mil seiscientos sesenta y ocho años.


Joseph Gómez de Muro

Secretario y Notario Mayor


Los señores notarios eclesiásticos que aquí firmamos damos fe, que el licenciado Joseph Gómez Muro, Presbístero, de quien va autorizado el testimonio antecedente, es secretario y notario de este Arzobispado del y legal; y como a tal de que autoriza y firma le da en su fe y crédito en juicio fuera del; y para que conste lo firmamos en la ciudad de La Plata en veintinueve de diciembre de mil seiscientos sesenta y ochos años.


Miguel de Salazar Jerónimo Mogrovejo

Escribano Escribano Público


III


Dáse cuenta a V.M.de la muerte del Rvdo. Obispo de Mizque, y de una revelación que tuvo de la muerte del Rey Nuestro Señor Don Felipe, y del Estado de su salvación. Remítese testimonio de su Causa.


Señora:

Doy cuenta a V.M. cómo Dios fue servido de llevarse para sí, al Venerable Obispo de Mizque, don fray Bernardino de Cárdenas, de ciento cuatro años, grande obrero en la Iglesia de Dios; pues desde que amanecía hasta medio día, no salía de ella confesando y catequizando, los indios en un santuario, que llaman Nuestra Señora de la Bella; diciendo misas cada día, y en ella predicando con suma erudicción. Como tan docto y grande escriturario, que parece imposible, en tanta edad tuviese tan gran memoria, y el juicio tan cabal y con tanto tesón en el trabajo, y a la tarde continuaba en el catecismo de los indios, con que éstos de diversas partes le venían a buscar. Tengo escrito a V.M. que a este Prelado se le pusiese coadyutor por su mucha edad, y no poder acudir a su iglesia de Santa Cruz de la Sierra.

Por esto, y por parecerle servir a Dios mejor en la forma que refiero, las penitencias suyas eran muchas, su habitación en la Iglesia de Dios, de noche en una litera vestido dormía, que siendo persona alto de cuerpo, aún recogidos los pies, no cabía en ella, mortificación no pequeña, con esta ocasión no puedo excusar de decir a V.M. lo que me ha sucedido con este Prelado y es el caso que pidiéndole encomendase a Dios a mi Rey y Señor, como lo hice con todos los prelados, de estas provincias, me escribió estaba gozando de Dios, con las palabras que van en la carta que le escribí (cuya copia remito), de las cuales tuve gran consuelo; pero no el que deseaban mis años, y así le rogué me dijese quién era la persona siervo de Dios, que vio a Su Majestad con una capa de gloria, a que me respondió en la copia de carta que remito autorizada, quedándome con la original, porque no se pierda, en que me escribe que fue él, en que no dudo será así, lo que dijere en ella por su santidad, y tener con las ánimas del purgatorio tanta comunicación, y por la gran devoción que tuvo mi Rey y Señor a mi Señora la Virgen Santísima, y que tanto le costó en el estado en que está el negocio de su purísima Concepción de que doy cuenta a V.M. por el sumo gozo que tendrá de este aviso de un vasallo y ministro fidelísimo. Guarde Dios la católica y real persona de V.M. como la cristianidad ha menester de la ciudad de La Plata, octubre 28 de 1668.


Pedro Vázquez de Velasco


* * *

(Un cuartillo - Papel sellado para los años 1668 y 1669) "En la ciudad de La Plata en veinte y dos días del mes de enero de mil seiscientos sesenta y nueve años".

El Sr. Don Pedro Vázquez de Velasco del consejo de culpas. Su presidente Visitador de esta real audiencia.

Cajas reales y Casa de la moneda de la Villa de Potosí: dijo que porque habiendo venido nueva de que era muerto S. Mag. Felipe IV, que Dios tiene en el cielo, tuvo una carta del señor Obispo de Mizque Don fray Bernardino de Cárdenas, que ya es difunto, en que dice cómo un siervo de Dios, estando en oración por el alma de S. Mag. le vido con una gran capa de gloria y debajo de ella a un lado y a otros muchos obispos dichosos con iglesias que quisiera S.S. ser una de ellas, como lo confía & a que dicho Sr. Presidente le respondió pidiéndole y rogándole: dijese quién era el siervo de Dios y dichos obispos, le remitió una carta en la cual dice las palabras siguientes: que muchos meses antes que llegase aquí la nueva de la muerte del Rey nuestro Sr. lo supe yo, pero no sabré decir cómo, sino que no fue por dicho de hechiceras, aunque a mi compañero el Padre predicador fray Bartolomé de León le dijo, el día mismo, que era el Rey, nuestro Sr. muerto; al cual Padre se le pregunté V. Sría. con juramento, aunque a él ni a nadie lo dije por ser para V. S. sólo porque me lo manda con tanto aprieto y devoción &, y atento a que dicho Padre Predicador fray Bartolomé de León ha venido a esta ciudad y que conviene se le reciba declaración sobre lo dicho. Ordena que el dicho Padre Predicador declare con juramento conforme a derecho lo contenido en este auto para lo cual S. Sría. envío a pedir licencia al Padre Guardián del Convento de nuestro Padre San Francisco de esta ciudad, el cual se la concedió delante de mí al presente escribano, de que doy fe. Y habiendo venido a presencia de S.S. el dicho Padre Predicador fray Bartolomé de León, se le recibió juramento ante mí el presente escribano que lo hizo por Dios nuestro Sr. y santa señal de Cruz e in verbo Sacerdotis, poniendo la mano en el pecho so cargo del cual, y habiéndolo hecho, prometió de decir la verdad, y siendo preguntado al tenor del auto de esta otra parte, dijo: que lo que sabe y pasa es que muchos meses antes que llegase la nueva de la muerte del Rey Ntro. Sr. Felipe IV que goza de Dios, le dijo a este testigo el Sr. Obispo de Mizque, una mañana que dijese misa por el alma del Rey Ntro. Sr. porque era cierto que era muerto, y preguntándole este testigo que cómo lo sabía le respondió: que no fuese impertinente, que dijese la misa, por que S. Sra. lo sabía: en cuya conformidad le dije y S. Sra. dos misas cantadas aquel mismo día, en virtud de buleto y privilegio especial que tenía de la silla Apostólica para decirlas. Y habiendo pasado un mes poco más o menos de lo referido, confesando con este testigo como lo había hecho siete años continuos, le dio debajo de dicha confesión: dé gracias a Dios V.P. que ya Ntro. Rey está gozando de Dios, porque lo vi con un manto de gloria, y aquellas misas que le dijimos le valieron mucho; y que después de dicha confesión dio licencia a este testigo para que lo dijese a N. Sra. dicho Presidente no más; y después fuera de dicha confesión se lo dijo a este testigo como a confesor suyo lo cual tiene por cierto haber pasado así, por haberle confesado y asistido como lleva dicho y por tenerle por un prelado santo y de inculpable vida, lo cual le reconoce porque habiendo muerto a veinte de octubre del año pasado del sesenta y ocho; y a veinte y dos de enero del sesenta y nueve habiendo venido del Santuario de la Bella, donde está enterrado, le vio, había doce días, por el amor y veneración que siempre tuvo a S. Sra. y le halló incorrupto y todos los miembros tratables y olorosos, sin habérseles embalsamado ni hecho diligencia alguna para que las carnes no corriesen corrupción alguna. Y para más justificación de la verdad de dicho Sr. Obispo que se conozca, dijo que ha oído decir por público y notario, que en la provincia del Paraguay habiendo muerto un indio infiel, muchos días había donde el Sr. Obispo le resucitó con la señal de la cruz con ocasión de haber predicado que Dios Ntro. Sr. puede resucitar los muertos, y dándoles y reconviniéndoles con esta razón los indios para que creyesen en la fe Católica, lo hizo delante del pueblo; y así se lo refirió dicho Obispo a este testigo para honra y gloria de Dios; y estando en el Santuario de la Bella vio este testigo que se llegó una india tullida de muchos años, y le dijo: esta impertinente ha dado en que yo la he de sanar, y no lo he de hacer, sino es la Señal de la Cruz, y habiéndosela hecho en la frente se levantó buena y sana; y como a confesor suyo le dijo: que todas las veces que hacía confirmaciones en los indios que, concurrían a verle y recibir los Sacramentos, los sábados, le ayudaban aquellas noches los angeles a rezar el oficio divino en agradecimiento del beneficio que hacía a aquellas pobres . Y sabe asimismo que siendo un prelado de ciento cinco años traía un cilicio de alambre que le ceñía toda la pretina, y con el curso del tiempo cubrieron las carnes dicho cilicio; de esta manera se enterraron y antes de morir cuatro días le dijo a este testigo y otras personas que allí estaban: que sabía el día que había de morir que era el martes en la noche; y esto lo dijo el sábado después de hechas las confirmaciones, como en efecto murió con todos los Sacramentos, pidiéndoles S. Sría. mismo por los términos y horas, sin haberle fallado sentido ni potencia alguna hasta que expiró. Remitiéndose en todo lo demás de su vida y milagros a un escrito que tiene hecho de los prodigios de este santo, que le daría al Sr. Márquez de Aitona de quien era muy afecto dicho Sr. Obispo; y esto que ha dicho y ha declarado, es la verdad so cargo del juramento que hecho tiene, en que se afirmó y ratificó habiéndosele leído; y que es de edad de treinta y ocho años, y lo firmó con S. Sra. Don Pedro Vázquez de Velasco. Fray Bartolomé de León. Ante mí Juan del Baño, escribano de S. Mag. Concuerda con la declaración original de donde se sacó este tratado, que queda en la Secretaría de visita del Sr. Presidente Sr. Don Pedro Vázquez de Velasco y a quien me remito y para que de ello conste, dé mandamieno de S. Sría. el Presidente en la ciudad de la Plata, en veinte y seis de enero de mil seiscientos setenta y nueve años.

Y en fe de ello, de verdad lo signó y firmó en testimonio.

Juan del Baño

Escribano de S. Maj.


De Oficio


* * *


Los escribanos que aquí signamos y firmamos, certificamos y damos fe que Juan del Baño, de quien el testimonio de suso va signado y firmado, es escribano de S. Maj. y a todos los autos y certificados que ante él han pasado y pasan, se le ha dado en fe y crédito en juicio y fuera de él y para que de ello conste; damos el presente en la ciudad de La Plata a los veinte y seis de enero de mil seiscientos y setenta y nueve años.


Diego de Toledo Juan Blas Ramos

Escribano de S. Maj. Escribano de S. Maj.


Pablo de la Torre

Escribano de S. Maj.


* * *


Copia del documento colocado en la urna mortuoria del Ilmo. D. fray Bernardino de Cárdenas.

In nomine Domini:

Con fecha 15 de noviembre de 1916 colocáronse privadamente y sólo con asistencia de los suscritos en esta iglesia de San Francisco de Cochabamba (sacristía) en esta caja de mina, soldada y forrada con otra de manera en arrimada, y que se proveerá con sellos de lacre de esta Comunidad franciscana, para mayor garantía de su autenticidad diversos objetos, a saber:

Una calavera ya bastante deteriorada, con un diente aún y con su respectiva mandíbula de tamaño regular, y que fue envuelta en un lienzo blanco, diversos dientes diseminados, varios huesos humanos, incompletos para formar un esqueleto, y que tal vez no pertenecían a una misma persona, más una mitra episcopal, descolorida, de poco valor, bordada; restos y forros muy ajados de seda de vestidos, que por su forma y calidad de tejido (filamentos de plata) pertenecían a indumentos episcopales, como asimismo las plantillas (cueros) de zapatillas.

Dichos restos fueron trasladados, según diversos testigos, siendo guardián de este convento el M.R.P. Mariano Gimeno, español, el 10 de octubre de 1893 de acuerdo con el párroco y la Municipalidad de Arani, de la iglesia de dicha localidad a este convento de San Francisco (de Cochabamba) donde se abrigaba, según parece, el proyecto de erigir un monumento fúnebre al Ilmo. Sr. D. Fray Bernardino de Cárdenas, tan mencionado en la historia del Paraguay colonial.

Venían los restos del difunto Obispo, según declaración de uno de los testigos, separados en una de las divisiones, que contenía la caja mortuoria, no pudiendo ya recordarse el testigo referido (pbro. Montesino) de los nombres de los difuntos, cuyos huesos, según dice, estaban en las otras divisiones.

D. Fray Bernardino de Cárdenas, Franciscano de la provincia de San Antonio de los Charcas (y antes de la Prv. de los XII Apóstoles, antes de dividirse) natural (criollo) de La Paz (Bolivia) desde 1642 Obispo de la Asunción del Paraguay y después del Obispado de Santa Cruz de la Sierra, murió en fama de Santidad el 20 de octubre de 1660, en la edad (aproximadamente) 89 años en el Santuario de Ntra. Sra. de la Bella, hoy denominado Arani, en cuya iglesia fue enterrado. El recuerdo del venerable prelado duró en aquella población, aun después de edificarse sobre el enterratorio del finado Obispo otro templo en lugar de la derruida iglesia, colocándose un "retrato" suyo en la sacristía de la iglesia nueva, con fecha muy equivocada respecto del año de la muerte del Ilmo. Cárdenas.

Ignórase la causa porque no se dio cumplimiento al proyecto del mausoleo, después de haberse trasladado dichos restos, sean ellos sólo del Obispo o también mezclados con los de otras personas, como fuera de temer, si el citado testimonio sobre la simultánea traslación fuese verdad, puesto que nada se sabe sobre la suerte de aquellos. En lo demás es improbable el referido traslado simultáneo por no coincidir con los fines perseguidos por el R. P. Gimeno al solicitar el traslado de los restos del Ilmo. Sr. Cárdenas. El R. P. Antonio Suárez, testigo ocular, niega absolutamente tal traslado simultáneo, afirmando que el P. Gimeno, con un caballero cochabambino, hechas previamente las debidas diligencias, trajo los restos del Ilmo. Cárdenas, impidiéndole su salida posterior de Cochabamba a proseguir su proyecto, atrasado también, tal vez, por las diligencias que en nombre del Municipio de La Paz hacía por la posesión de los referidos restos episcopales el conocido escritor D. Carlos Bravo, ya difunto.

Colocóse el cajón que contenía los venerables restos de tan ilustre Obispo, sin cerradura, en la capilla del antiguo (hoy desaparecido) noviciado del convento, donde fueron manoseados piadosamente por los jóvenes candidatos a la Orden, quienes según se dice, se llevaron parte de los huesos como reliquias, circunstancia que engrandeció aún más los destrozos que ya anteriormente había producido el tiempo.

Merced a las diligencias del M.R.P. Wolfgango Priewasser, Comisario General de la Orden Franciscana en Bolivia, y a la eficaz cooperación de los Rvdos. PP. Fernando González, Guardián del referido Convento de S. Francisco y de Luis Pujol, procurador del mismo, quien obtuvo limosnas para la erección de un modesto monumento, pudo abrirse en el presbiterio de la iglesia de dicho convento (in cornu epistolae) un nicho rodeado de algunos sencillos adornos, para que sirviese de depósito de lo que aún quedaba en esta tierra de tan renombrado Obispo.

Sin embargo atrasóse aun esta vez la colocación de dichos restos por cuanto el R. P. Comisario Gl. quería publicar contemporáneamente la biografía extensa del Ilmo. Cárdenas, no pudiendo hacerlo por quehaceres de su oficio; razón por la cual ordenó en la sobredicha fecha (15 de noviembre) la colocación de los mencionados restos de la referida caja de zinc y madera, la que fue verificada en su presencia y con asistencia de los infrascritos testigos, debiéndose enseguida dar la última al mausoleo, cuya lápida lleva la siguiente inscripción:

"Fray Bernardino de Cárdenas, O.F.M. Obispo del Paraguay y de Santa Cruz de la Sierra: 1579 - 1668.

Verbo et opere multas perlustravit regiones.

Sustinuit fortiter persecutiones,

Fecitque mirabilia pro animabus.

R.I.P.

Es dado en este nuestro Convento de San Francisco de Cochabamba, a los días 15 de noviembre del año mil novecientos diez y seis:

En fe de lo cual (firman):


Luis Blanco Unzueta, Fr. Wolfgango Privaser OFM

Síndico apco. Com. Gl.


Fray Fernando González, Guardián


Fray Luis Pujol, Procurador

Fray Antonio Suárez (7)


"Puesto que la envidia o malevolencia ha hecho odioso su respetable nombre en historias parciales; justo es que la imparcialidad y la verdad rehabiliten su honor, su virtud y sus méritos en los anales de la América. En el Paraguay, en Bolivia y en el Perú siempre lo han recordado con el dulce renombre del "Obispo Santo". El más glorioso timbre de su epitafio es la cruz pectoral rota por la bala que respeta su santidad, y el mote evangélico: "Bienaventurados los que padecen persecución por la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos".

(P. Pedro Gual: Cuestión Canónica entre el Ilmo. Sr. Obispo del Paraguay y los RR.PP. Jesuitas - Lima 1879).



NOTAS:


(1) Estas notas fueron copiadas por el Pbro. D. Adrián Melgar.

(2) Placido Molina M.: Historia del Obispado de Santa Cruz de la Sierra, 1938.

(3) Eufronio Viscarra: Casos históricos y tradiciones de la Ciudad de Mizque - Cochabamba 1907.

(4) Astrain: Historia de la Compañía IV pag. 519 - 523.

(5) El Santuario de la Virgen de Arani gozaba a mediados del siglo XVII mucha celebridad. La estatua de la Virgen, (Nuestra Señora de la Bella) que tiene el Niño Jesús en sus brazos, tiene aproximadamente un metro de altura. Ante esta imagen rezaba muchas veces el V. Obispo D. Fray Bernardino de Cárdenas. Del "Santuario de la Bella" escribió poco tiempo antes de su muerte varias cartas, guardadas hoy, en parte, en el Archivo general de Indias (Sevilla). Y al morir el 20 de octubre de 1668 en Arani encargó fuese enterrado su cuerpo en el Santuario, erigiendo después la piedad y veneración de los fieles una capilla sobre su tumba. P. Wolfgango Priewasser: Archivo de la Comisaria Franciscana de Bolivia. 1919 pág. 373.

(6) ... que el Ilmo. Sr. Dr. D. Fray Bernardino de Cárdenas (de feliz memoria) no sólo por su dignidad, sino por su heroica virtud, a quien todo el reino venera por uno de sus santos obispos de aquella santa Iglesia, cuyas reliquias se guardan con particular veneración en una capilla, que erigió la piedad a su memoria; en cuyas tres memorables virtudes no tenía lugar la presunción de que para adelantar su renta insertase en su Auto cláusulas ajenas de verdad; pues asentaba, lo primero: que la división por mitad, que era conforme a las primeras que habían hecho cuando se había erigido aquel obispado, y que así constaba por los libros, lo segundo: que la intención de S. M. era que los prebendados no tuviesen más renta que el obispo; lo tercero, que en aquel asunto obrado como mero ejecutor de una real cédula nuevamente recibida por resulta de la suplicación del Ilmo. Sr. Obispo Arguinao, mandando que se llevase al Sr. Presidente de la Real Audiencia de la Plata, para que como patrón aprobase dicho auto, y que todo lo relacionado en el asunto se hallaba con mayor extensión en el proveído por el Ilmo. D. Fray Juan de los Ríos, obispo que fue de aquella santa Iglesia, en 8 de enero de 1651, sobre que trajo a condición otro auto proveído por el Ilmo. Sr. D. Fray Juan León de los RíosÉ".

Refiérese este papel sin firma y fecha, copiado por el Rvdo. Pbro. Adrián Melgar de Santa Cruz, a una determinación sobre los diezmos y sobre las que se hicieron – muerto Cárdenas – recursos a S. M. Fray Juan de los Ríos, dominico de Lima, antecedió a fray Juan de Arguinao, trasladado en 1661 al arzobispado de Santa Fe de Bogotá, siendo por ende inexacta la serie del P. Hernaes-Menchaca. (Nota del R. P. Wolfgango Priewasser).

(7) P.Wolfgango Priewasser; Archivo de la Comisaría Franciscana de Bolivia: Año IX. pag. 217.

La inscripción que se halla al pie de su retrato, en la Sacristía del templo de Arani dice así: "Ilustrísimo y Reverendísimo Señor D. Fray Bernardino Cárdenas, dignísimo Obispo de Santa Cruz, quien murió en opinión de santo, y se enterró en esta santa Iglesia en los años de 1668 y se retrató en el de 1821". Las palabras "se retrató", que se encuentra al pie de los cinco o seis retratos de Obispos en la Sacristía del templo de Arani, deben entenderse en el sentido de que en el año 1821, los retratos fueron más bien ampliados, pues no es de suponerse, que sin un modelo precedente, el artista hubiera podido hacer el retrato de una persona muerta dos siglos antes. Es la explicación que nos ha dado un vecino del lugar, muy versado en cuestión de tradiciones de su pueblo.

Asimismo, las palabras "se enterró en esta santa Iglesia, no pueden ser considerados como la expresión de la verdad histórica, pues en tal caso no se explicaría el hallazgo de los restos mortales del Reverendísimo Señor Cárdenas, en el convento de San Francisco de Cochabamba. Lo que creemos nosotros, es que los Padres del mencionado convento reclamarían los despojos mortales de un Obispo de la Orden, y obtendrían fácilmente que se les condicionasen, tanto más cuanto que Arani, en la época de la muerte del santo Obispo, apenas era otra cosa que una Doctrina, y su templo no podía tener las pretensiones de servir de sepulcro a tantos Obispos, ya debía ser tan pobre cosa, que a fines del siglo XVIII tuvo que construirse el que existe en la actualidad.

Lo que dicen algunos, de criptas existentes en el templo de Arani, y en que los Obispos están sentados en sus sitiales, no pasa de ser un cuento (P.Wolfgango Priewasser en "Archivo de la Comisaría Franciscana de Bolivia. Año V. pág. 327).






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