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TERESA MÉNDEZ-FAITH
  ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA PARAGUAYA, 2004 - Por TERESA MÉNDEZ-FAITH


ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA PARAGUAYA, 2004 - Por TERESA MÉNDEZ-FAITH

ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA PARAGUAYA


Por TERESA MÉNDEZ-FAITH


www.portalguarani.com ,


Gracias Señora Teresa Méndez-Faith)



Edición digital:


Literatura Paraguaya Contents

En memoria y homenaje
a mi padre,
"ilustre ciudadano"
de este pueblo,
que hoy,
finalmente
–y después de un exilio
de casi medio siglo–,
regresa a su tierra
colorada,
tan largamente
y hasta el fin de sus días
añorada,
para dormir
el sueño eterno
de los justos
y descansar en paz
en su patria soñada.
22 de noviembre de 2004.
PREFACIO (A LA TERCERA EDICIÓN)










 
 
PROLOGO (A LA PRIMERA EDICIÓN)
 








Raúl Amaral

 
PALABRAS LIMINARES (A LA PRIMERA EDICIÓN)
 







 
 
 
 

Carlos Federico Abente Bogado

(Isla Valle, Areguá, 1914)

Poeta bilingüe (español-guaraní). Doctorado en Ciencias Médicas por la Universidad de Buenos Aires (1940), Carlos F. Abente reside en la Argentina desde hace más de medio siglo y durante todo ese tiempo ha sido médico obligado y refugio espiritual de miles de compatriotas allí exiliados y, en particular, de escritores y músicos –como Hérib Campos Cervera, Mauricio Cardozo Ocampo, José Asunción Flores, Epifanio Méndez Fleitas, Demetrio Ortiz, Augusto Roa Bastos y muchos otros– que por diversas razones habían tenido que dejar su país. Este médico-poeta a quien Hérib Campos Cervera dedicara su poema más conocido ("Un puñado de tierra") y para quien Augusto Roa Bastos escribiera los versos de "Saludo a Carlos F. Abente" (1947), empezó a hacer poesía desde muy joven. A principios de la década del cincuenta creó, juntamente con José Asunción Flores, una de las obras fundamentales de la música paraguaya actual: el famoso "Ñemity" ("Cultivar", en español; con letra de él y música de Flores), estrenada en Buenos Aires en 1952. El Dr. Abente es autor de tres poemarios en guaraní: Che kirirĩ asapukái haguã (1990; trad.: Para gritar mi silencio); Kirirĩ sapukái (1995; trad.: Grito del silencio) y Sapukái Sunu (2001; trad.: Grito de trueno). También tiene muchos poemas en castellano, algunas obras inéditas y otras musicalizadas por conocidos compositores paraguayos. En 1994 apareció en Buenos Aires "Nostalgia Aregüeña", un disco compacto que reúne catorce de esos poemas musicalizados, interpretados por varios grupos y conjuntos musicales.


ÑEMITŶ

Jahypýi ko yvy tome’ê hi’a

Ñamboapy ko sapukái

yvytu vevére ñahendu iñe’ê

ñande kóga purahéi.

Ko’ê pytãngy, guyraita oñe’ê

ndaipóri mba’e mbyasy

kuarahy omimbi, jasy opukavy

Oso mboriahu apytĩ.

Ñañemitŷ

taheñói yvy ári tory

tojope kuarahy avatity

tomyasãi mandyju panambi.

Ñañemitŷ

tahory ñande kéra yvoty

toĝuahê tetãygua araite

topu’ã Paraguay.

Petŷ ha ka’a, manduvi ha yva

maymáva ty’ái repy

Takuare’êndýre mboriahueta

oñohê hi’upyrã.

Topa ñembyahýi, joayhu taheñói

topu’ã ñane retã

Ñañombyatypa ha jasapukái

vy’ápe che retãygua.


(De: Poesía Paraguaya de Ayer y de Hoy, tomo II, 1997)


LA SIEMBRA

Reguemos la tierra que frutos nos dé

su grito aplaquemos así,

volando en el viento su voz a escuchar,

de nuestra siembra el cantar.

Rojo amanecer trinos por doquier,

tristeza que se acabó.

La luna sonríe al brillo del sol,

el pobre se emancipó.

A cultivar

que renazca en la tierra el amor,

que maduren las mieses al sol

que hayan campos de blanco algodón.

A cultivar

que en los sueños florezca el ideal

que haya el día de la redención

elevar la nación.

Tabaco y maní, yerba, frutas y más,

precio de todo sudor

pobres que invaden el cañaveral

obtienen para comer;

Que el hambre termine y nazca el amor,

que crezca nuestra nación.

Juntemos la voz, todos a gritar:

¡Alegres de corazón!


(Traducción [de estrofas I, II, V y VI] de Lino Trinidad Sanabria)


TEKO PUKAVY

Teresa Méndez-Faith-pe guarã,

ndahesaráivai hetãgui

Mitãkuñami reko pukavy

Mombyry asyete rehóva reiko,

Hyakuãvueteívo nde rehe yvoty

Tetãme ojeráva, ha ñe’ãme oiko.

Mitãkuñami py’a pyrusu

Nde reko katúpe mborayhu hi’aju,

Ha tetã ambuégui nanderesaráiri

Ko’ápe oimévare ñande py’a karãi.

Mitãkuñami ha’ete ñandesy jeyve

Remboaguyjéva araiko’ê,

Tovéna ikatúro akóinte jepe

Ñañembyatypávo ha reimévo ndave.

Ñande keraju taipoty jera,

Mborayhu ratápe imimói katúva,

Ha ty’ai repýpe jahepyroja,

Nde ru purahéipe reñangapapyhýva

Ha teko torypápe, ñañoañuamba.


(De: Sapukái Sunu ["Grito de trueno"], 2001)


VIVIR SONRIENDO

Para Teresa Méndez-Faith,

que no olvida su país

Muchacha de vivencia sonriente

Que andas lejos

perfumada de flores

Nacidas del suelo patrio y arraigadas en tu alma.

Joven mujer de ancho corazón,

En tu diario vivir crece el amor,

Y no te olvidas de este país distante

Que nos acaricia las entrañas.

Imagen exacta de nuestra madre, niña

Que brindas al alba nublada tus saludos risueños,

Que nos juntemos todos como siempre

Y que te agregues también a nuestro abrazo compartido.

Nuestro sueño dorado que se abra en flor,

Que llegue a su punto en el fuego lento del amor,

Como fruto de sudores llevemos a cuestas

La visión que tu padre en cantos te arrulló,

Y abracémonos todos, infundidos de alegre vigor.

(Traducción libre de Tracy K. Lewis)



Victorino Abente y Lago

(Mugía [España], 1846 - Asunción, 1935)


Poeta. Aunque gallego de nacimiento, su vida y obra se identifican con el Paraguay desde su misma llegada a Asunción en momentos difíciles y trágicos de la historia paraguaya (marzo de 1869), cuando las tropas aliadas (soldados argentinos y brasileños) ocupaban la capital. Relacionado con el segundo tramo del romanticismo nacional (que se inicia con la posguerra del 70) y aún con el posromanticismo, colaboró en varios periódicos de la capital, donde también publicó gran parte de su obra poética. Creador de poemas dedicados al renacer de su nueva patria (después de la trágica Guerra de la Triple Alianza) y apropiadamente conocido como "poeta de la resurrección nacional", Victorino Abente y Lago tuvo la suerte de ver el final de la guerra entre Paraguay y Bolivia antes de su muerte acaecida en diciembre de 1935. Sus poemas, dispersos en diversos periódicos y revistas de aquella época, fueron recopilados y publicados póstumamente en Asunción por su nieto Cándido Samaniego Abente en un volumen titulado Antología Poética: 1867-1926 (1984).


MIS DOS PATRIAS

Soy de la valiente España,

Hermosa Patria querida

Que mis recuerdos entraña

Y en donde se lee una hazaña

En cada piedra esculpida.

A la paraguaya tierra

El destino me condujo,

Donde cada sitio encierra

Un recuerdo que en la guerra

El heroísmo produjo.

Para uno y otro suelo,

En mí tanto afecto hay

Que al pedir dichas al cielo

Confundo en el mismo anhelo

A España y el Paraguay.

¿Cómo no ha de ser así

Si estrechamente se unieron

Ambas Patrias para mí?

Pues si yo he nacido allí

Aquí mis hijos nacieron.

Y a Dios le pido por eso

Que amorosamente unidas,

Como labios en un beso,

Marchen al mayor progreso

Estas dos patrias queridas.

Asunción, Julio de 1907

(De: Antología Poética [1867-1926], 1984)



Delfina Acosta

(Asunción, 1956)

Poeta, narradora y periodista. Aunque química-farmacéutica de profesión, Delfina Acosta se ha dedicado a la creación literaria desde muy joven. Sus primeros poemas aparecieron en Poesía itinerante (1984), publicación colectiva del Taller de Poesía Manuel Ortiz Guerrero. Posteriormente ha publicado dos poemarios: Todas las voces, mujer... (1986; Premio "Amigos del Arte") y La Cruz del Colibrí (1993). Parte de su obra poética figura en antologías literarias nacionales y extranjeras. En 1987, en los "Juegos Florales" –concurso organizado por la municipalidad asuncena en ocasión del 450º aniversario de la fundación de Asunción– su obra Pilares de Asunción fue galardonada con el premio "Mburucuyá de plata". Ha ganado además numerosos otros premios, entre ellos: el segundo premio "Poesía Joven" (1983), la "primera mención" en el Concurso de la Municipalidad de Asunción (1991) y una "mención especial" en el concurso de cuento breve "Néstor Romero Valdovinos" (1993) por su cuento "La fiesta en la mar", publicado después en el suplemento cultural del diario Hoy. En 1995 apareció El viaje, su primer libro de cuentos y obra donde reúne sus mejores relatos, premiados o distinguidos con menciones varias en diversos concursos literarios locales. Posteriormente publicó los poemarios Romancero de mi pueblo (1998), Versos esenciales (2001; Premio PEN Club del Paraguay) y Querido mío: (2004), su libro más reciente.


DISCULPAME...

Discúlpame, si puedes, por mis versos,

Neruda, de mil sábanas poeta,

pues yo no sé escribir cantando al agua,

a aquel frescor primero de la hierba,

igual que tú, en tu Chile de araucarias.

Yo sólo sé escribir palabras quietas

en este pueblo donde todo muere

volviéndose en las manos simple piedra.

Sucede, sin embargo, algunas veces,

que el corazón procura alguna fiesta,

y salgo a andar, alegre y bien vestida,

por el camino y luego estoy de vuelta.

Me ocurre que me río, que mi risa,

igual al llanto mío desespera.

De mi costado izquierdo sale un verso

apasionado y triste que gotea.

Ah... si entonara como tú, Neruda;

si alzara por los vientos los poemas

mejores de mi vida en dulce nota.

Si el verso hablara a Dios sin una queja.

Sollozo sin su madre, fuego triste,

jardín quemado que no dio violeta,

invierno sin cerilla, espectro frío

es todo lo que tengo por cosecha.

(De: Versos esenciales, 2001)


EL BESO

Voy a contarte un cuento que otras saben.

Las menos como tú jamás supieron.

Era un juego de a dos pues se enfrentaban

un rey hermoso y una reina a besos.

Y érase que ella alegre se moría

como última tecla en cada beso.

Y él riendo tomaba con su boca

un poco de su lengua y de su aliento.

Pasó el verano bajo el puente chino,

sopló el otoño y garuó el invierno,

volvió la primavera y se marchó

detrás de un par de niños aquel juego.

Y érase esa mujer que aún lo amaba,

y moría de pena, pero en serio.

Y érase la tristeza en el ciprés

la hora en que llovía en ese reino.

(De: Querido mío:, 2004)


Nelson Aguilera

(Asunción, 1961)

Poeta, narrador, actor de teatro y profesor de literatura. Licenciado en Letras y en Lengua Inglesa por la Universidad Nacional de Asunción, Nelson Aguilera tiene además una Maestría en Lingüística Literaria para la Enseñanza de Lengua y Literatura de la Universidad de Strathclyde (Glasgow, Escocia). Miembro de la SEP (Sociedad de Escritores del Paraguay), hasta la fecha tiene seis libros publicados. En poesía, es autor de Las hebras del olvido (2000), Cadenas de mi tierra (2000) y Encuentros y secretos (2001). En narrativa, son de su autoría dos libros de cuentos –Cuentos para mujeres (2002; en versión trilingüe [castellano, guaraní, inglés]) y Héroes y antihéroes (2004)– y una novela: En el nombre de los niños de la calle (2004).


EL INDIO FRANCISCO

Asunción, 18 de abril del 2003

Querida Hannelore:

Hoy Viernes Santo la tristeza me embarga, al pensar que no puedo estar en la aldea por lo menos para mirarte desde lejos y contemplar tu felicidad fabricada por tu tradición y el férreo fariseísmo de tu padre.

Siempre recuerdo cuando éramos aún niños y jugábamos con tus muñecas hechas de palo santo y mi pelota de trapo hecha por tu madre, quien con la caridad a flor de labios me daba un poco de saft y stollen mientras mi padre se quebraba el lomo trabajando para tu padre en la estancia por un poco de comida para mis hermanitos.

Hannelore, hoy sólo el recuerdo me hace compañía. Tú estás distante como ese primer beso que te di aquella tarde de enero en nuestra picada secreta al cumplir tus quince años.

–Ich liebe dich Francisco.

–Ich auch Hannelore.

Después nuestros labios se unieron en un amor que llevaremos hasta la tumba. Un amor que no puede ser realidad porque mi raíz salvaje y mi color se interponen ante tu cabellera venida de Holanda y tus ojos celestes de las praderas de Rusia.

–¿Qué importa la diferencia, Francisco? Te amo y sólo eso basta.

–Para ti y para mí tan sólo el amor basta, pero no para tu gente.

–¡Mi gente!

¿Te acuerdas cuando tu padre nos descubrió besándonos detrás del algarrobo aquella tarde de octubre cuando el viento norte soplaba sin misericordia y tú te escapaste de la siesta obligada para verme? Y mi padre tuvo que soportar nuestro dolor.

–¡Ramón! Tu hijo es un mal hijo.

–¿Por qué, señor?

–Porque estuvo besando a mi hija. ¡Cómo se atreve! ¿Qué se ha creído? Mi hija no puede ni debe relacionarse con los indios y que tu hijo no vuelva a pisar mi casa porque...

La voz de tu padre tronó como la de un impío. Sus predicaciones domingueras en nuestra aldea sobre el amor al prójimo cayeron al vacío y fueron llevadas por las ráfagas calientes del viento norte hasta el templo de los fariseos. No pude entender cómo un hombre que me hablaba del amor de Cristo podía al mismo tiempo rechazarme por ser un niño nacido bajo el arrullo de la selva y el manto de una noche estrellada.

Después me enteré de que te enviaron al Canadá para casarte cuanto antes con alguien que tuviera tu mismo color de pelo y su piel fuera tan blanca como la misma leche de las colonias. Tu raza y tu cultura separaron nuestro amor tejido en las marañas chaqueñas.

Yo recibí las consabidas reprimendas de los pastores chulupíes y como castigo fui enviado a estudiar en el seminario bíblico con la consigna de no volver a posar los ojos en ninguna mujer blanca.

Ser pastor nunca fue mi sueño y atrás dejé Homilética, Griego y Hebreo para dedicarme a luchar por los indígenas que andan sangrando miserias por las calles de Asunción. Están tan solos como yo, perdieron la razón de su existencia, como yo, y sólo sueñan con una tierra en que el odio, las diferencias y la hipocresía no tengan lugar, como yo.

Hannelore, la última vez que te vi fue el año pasado, el domingo de Pascuas. Tú salías de la iglesia del brazo de tu marido y tus dos hijitos rubios, no mestizos. La alegría se paseaba entre todos ustedes y el sol resplandecía en tu cabellera de oro, mientras una triste sombra se encargaba de llenar mis ojos de lágrimas.

Hoy Viernes Santo, cuando recordamos la muerte de Nuestro Maestro, quien proclamara el amor al prójimo y al enemigo, yo te escribo esta carta para decirte que te perdono, por no haber expugnado las fortalezas que separaban nuestro amor y por permitir que mis sentimientos sigan llorando su funeral inconcluso.

Se despide quien siempre te amará,

El indio Francisco.

(De: Héroes y antihéroes, 2004)


Raúl Amaral

(Veinticinco de Mayo, Prov. de Buenos Aires, 1918)

Profesor, ensayista, crítico literario, poeta y periodista. Aunque argentino de nacimiento, este prolífico y conocido escritor, ejemplar "maestro" de muchos, ha dedicado más de la mitad de su vida al Paraguay, su patria adoptiva. Como merecido homenaje a sus cuarenta años de dedicación a la educación y a la cultura paraguayas, el profesor Amaral ha sido galardonado con la ciudadanía paraguaya por resolución de la Corte Suprema de Justicia y voto unánime de sus miembros (16 de julio de 1993) en reconocimiento a su infatigable labor en pro de la cultura de su país de adopción. Su vasta producción ensayística y creativa incluye (además de innumerables artículos diseminados en publicaciones nacionales e internacionales varias) los siguientes títulos: El modernismo poético en el Paraguay (1982), La sien sobre Areguá (1983), Escritos Paraguayos (1984), El romanticismo paraguayo (1985; Premio Nacional de Literatura La República, de ese año), El León y la Estrella (1986), Breviario aregüeño de Gabriel Casaccia (1993), Los presidentes del Paraguay: crónica política (1844-1954) (1994) y Antecedentes del nacionalismo paraguayo. El grito de Piribebuy (1995), para mencionar sólo algunos de sus libros más significativos.


LA LUZ DESDE LA PIEDRA

(XII: Rafael Barrett)

Ayer crecían pájaros

en su barba

y de vez en cuando

la noche.

Ha caminado mucho entre los árboles,

los trenes

y los puestos de flores artificiales

que perfuman el olvidado

cielo de Arcachon.

¡Hace tantos años

que es tan solo

un eco mineral,

una sombra

proyectándose sobre ese mar

insomne, frío, eterno,

comienzo de la espuma que en el lago

rescata

el oscuro pecho del trópico!

Las mariposas

vuelan de sus ojos

con su angustia viviente

y se asoma por ellas

un mensaje de ansiosa primavera

más allá de los pinares

que en edades cautivas, sin asombro,

inspiran

el desanclado viaje del viento,

la espiral que nutre el ala,

el fragor del insecto,

la desesperada siembra

del prójimo.

Alguien llegó esa tarde

ardida de lapachos,

lenta, rural, definitiva,

como quien vuelve

de una efusión de pandorgas,

vértigo de raíces,

mientras ciñe su voz

el humo antiguo

y sus ojos melancólicos

regresan a destrenzar el horizonte.

(Aquí, en Areguá,

el tiempo

anuncia su apocalipsis de chicharras,

el nostálgico reclamo del turú,

las olerías,

los trapiches

del arduo cañaveral

y las manos de los pobres

que caen –una vez más–

hacia la tierra.)

Ahora pueden llamarse muchos seres,

muchas cosas,

o apenas un cartílago de la vida,

amar a los que siempre

ven germinar el hambre, arder

la sepultura,

porque el canto

no es ya costumbre de todos

sino ese fantasma cruel

que se ha apoderado

de la Nada.

El sumergido busca,

palpa la caverna de su silencio,

su implacable

pulmón derrotado,

y desde su alerta

ve nacer la anárquica vislumbre,

su prosa

en sueños de justicia,

la esperanza.

Compañero de la nube,

del adiós trunco en sangre,

de la mañana nonata,

y que sin embargo

joven aún, altos los pasos,

firme la tristeza,

ha venido

para amar al huérfano del mundo

y sentarse

a la diestra de su ausencia.

Aquí, en el Paraguay,

paraíso que labra su ceniza,

en su errante destello

solitario,

cáliz de eternidad,

alguien

–campesino sin orillas,

canoero sin alba–

alcanzará su ternura,

la tibia piel del maíz,

la vara que trajo del templo,

la libertad que espera en los arenales

de Isla Valle,

y lo pondrá en camino

–no el de extranjera sal que separa–

como una clave de presagios,

de muertos cerrojos,

cuando banderas despiertas y sin límites

vuelvan con usted,

Don Rafael,

hombre libre,

junto al pueblo paraguayo

puesto de pie

con usted

junto a otros hombres

(1964)

(De:La sien sobre Areguá [1952-1972], 1983)


José-Luis Appleyard

(Asunción, 1927-1998)

Poeta, narrador, periodista y dramaturgo. Egresado de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Asunción, se desem-peñó como abogado durante unos diez años antes de abandonar la profesión para dedicarse casi exclusivamente al periodismo y a la creación literaria. Destacado miembro de la promoción de 1950, integró la Academia Universitaria del Paraguay, creada bajo el estímulo del Padre César Alonso de las Heras. Appleyard se ha distinguido especialmente por su producción poética que incluye, entre otros títulos, los poemarios Entonces era siempre (1963), su primer libro, El sauce permanece (1965), Así es mi Nochebuena (1978), Tomado de la mano (1981), El labio y la palabra (1982), Solamente los años (1983) y Las palabras secretas (1988). En 1961 ganó el Premio Municipal de Teatro con Aquel 1811, drama poético sobre la independencia de su país. Aunque ha escrito varias otras piezas breves, casi toda su producción teatral permanece inédita. En narrativa, es autor de una novela: Imágenes sin tierra (1965) y de dos colecciones de monólogos: Los Monólogos (1971) y La voz que nos hablamos (1983). De posterior publicación son Desde el tiempo que vivo (1993; Premio Municipal de Literatura 1994), serie de sesenta breves relatos en torno a los sucesos más significativos del segundo milenio de la Era Cristiana, Antología poética (1996) y Cenizas de la vida (1997), obra por la que se le concedió el Premio Nacional de Literatura en 1997.


HAY UN SITIO

Hay un sitio en el mundo donde vivo,

pequeño y singular,

un sitio mío,

un pedazo de tierra con olor a madera,

con gentes como yo,

de diminuto, sangrante y triste

corazón cautivo.

Un pedazo de tierra, pocos hombres,

y un alfanje de acero como río.

Yo estoy en él, soy parte de esa parte

minúscula del mundo. Tengo amigos

que comparten el tiempo y lo desangran

con lentitud, sin prisa, desde antiguo.

La vida es muy sencilla,

sólo basta

ser fiel al cumplimiento de los ritos:

matar a la verdad cada mañana

y dejarla morir cada domingo.

Quien conoce la clave, dulcemente

puede vivir tranquilo en este sitio.

Las palabras mantienen la tersura

de su forma redonda y sin resquicios,

pero aquellos que encierran, por ser verbo,

en cada labio da un sabor distinto.

La gramática es tensa, diferente

de toda similar. Sólo el sonido

de sus vocablos tiene semejanza

con un idioma al que llamara mío.

Hay sinónimos claros, transparentes:

ser libre es vegetar sin albedrío,

robar es trabajar, amor es odio,

y vivir es morir desguarnecido.

La soledad se llama compañía,

y el traicionar, ser fiel a los amigos.

La novedad, vejez. Todo lo nuevo

tiene una oscura pátina de antiguo.

Hay un sitio en el mundo donde vivo,

pequeño y singular.

Un sitio mío,

un pedazo de tierra que se pubre,

con gentes como yo,

de diminuto, sangrante y triste

corazón cautivo.


BUSCAR EL PAN

Buscar el pan.

Correr tras él.

Correr. Dormir. Amanecer.

Volver a ser.

Correr. Buscar.

Comer. Dormir.

Y nada más.

Buscar el pan.

Correr tras él.

Llevarlo tembloroso hasta la boca.

Comer el pan.

Correr.

Dormir.

Andar y desandar por las calles viejas.

Correr.

–para comer–

con los dos pies.

Mirar los ojos con la boca amarga

de una saliva torpe que adelgaza

duras migas de pan.

Correr tras él.

Luchar por él.

Herir por él.

Comer.

Dormir.

No renacer.

Eso es vivir.

Pero vivir

ya no es pensar

ni amar ni ser.

Comer.

Dormir.

Mejor morir.

(De: Luis María Martínez, ed., El trino soterrado, vol. I, 1985)


EL CHOQUE DE DOS MUNDOS

Mucho se ha escrito de ese encuentro de dos mundos, de dos culturas, de manera de concebir a un dios o unos dioses. Mucho se ha hablado, se ha opinado, se ha discutido. Y la verdad pende entre dos polos, dibujando en la arena de la historia los rasgos cambiantes de los acontecimientos ocurridos.

La verdad es esquiva y se oculta en la arena de playas diferentes. Se zambulle en mares que, sin ser los mismos, se unen en los extremos de la esfera terrestre.

Y a pesar de todos los escritos, los testimonios, las diatribas y de las leyendas, ya negra, ya rosa, ya blanca, es dable imaginar ese choque de dos monstruos tan disímiles y unidos sólo por la cruel afinidad del hombre.

Los rostros, diferentes. Entre la blanca tez de los de algunos, que vienen en esos barcos con grandes alas que impulsan su arribo al ritmo de los vientos y esos rostros broncíneos de los que ya están, hay un choque, como los hay entre las armaduras y los escuetos taparrabos que apenas ocultan la desnudez del cuerpo. Existe una distancia de milenios entre los protagonistas del encuentro. Uno y otro son hombres en la dramática acepción del término. Ambos conocen de guerras y de sangre, de enemistades y pasajeras alianzas. Ambos son duchos en astucias y crueldades. Y tanto los unos como los otros quieren prevalecer con esas armas. La diferencia entre el triunfo y la derrota será, sin embargo, la fuerza. La pólvora impone con facilidad sus inapelables argumentos.

Para los recién llegados la nueva geografía se irá imponiendo lentamente, al principio con sus paisajes insulares y verdes. Luego será el asombro por la magnitud de sus montañas, de sus volcanes y de sus ríos, sin parangón alguno con aquellos que riegan los valles y las llanuras de las tierras dejadas en pos de la aventura. Las enormes selvas, junglas que han requerido infinidad de tiempo para tejer la trama vegetal e impenetrable de sus árboles y lianas. Y su fauna delirante de colores y garras, de cóndores y simios, de jaguares y pumas, cuya felina elasticidad será un nuevo motivo para la heráldica que habrá de nacer de esas nuevas tierras habitadas desde hace tiempo por hombres que nacen, crecen, luchan, se reproducen y mueren como todos los hombres de la Tierra.

Los azorados ojos de los recién llegados contemplan esas exuberancias de la naturaleza que en esas nuevas tierras sintió la inspiración del genio y esculpió cordilleras, talló rostros hieráticos en los picos altísimos en donde fingen barbas la nieve y los hielos. Pintó paisajes áureos y dibujó los ríos, a veces torrentosos, enormes y crujientes, y a veces grandes lagos de plácida armonía, donde la corriente se hace ociosa y serena para gastar su tiempo reflejando las garzas coloridas, con su elegancia pura, ancestral e inquietante.

Sí, dos mundos chocaron y se agrandó la Tierra. Y luego ya vendrían los tiempos del saqueo, los tiempos de codicia, los tiempos de la furia muriente de un imperio. Pero esos dos mundos se miraron, atónitos, se contemplaron frente a frente, como cumpliendo el rito de una cita empeñada. Y fue sólo un instante que pudo durar siglos o dura todavía. Y en ese instante enorme, en proporción directa con el nuevo continente, sucederían los hechos predichos por los magos, temidos por los dioses y ansiados por los hombres en su avidez perenne de glorias y aventuras.

(De: Desde el tiempo que vivo, 1993)


María Luisa Artecona de Thompson

(Guarambaré, 1927 - Asunción, 2003)

Poeta, cuentista y dramaturga. Licenciada en Letras por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional, María Luisa Artecona de Thompson cultiva primordialmente la literatura infantil. En 1965 fue galardonada con el Premio Doncel de narrativa infantil. Entre sus obras publicadas se destacan: El sueño heroico (1963), Canción para dormir una rosa (1964),Cartas al señor sol (1966) y El canto a oscuras (1986). De posterior publicación son La flor del maíz: Calendario escolar paraguayo (1992) y una voluminosa Antología de la literatura infanto-juvenil del Paraguay, también aparecida en 1992. Tiene además muchos cuentos y poemas dispersos en periódicos, revistas y antologías literarias locales y extranjeras.


EN SILENCIO

En el fondo de mí

ya no hay

palabras.

Sólo un cristal

de otoño

ceniciento

que escucha el golpear

de algunas hojas

y el pasaje fugaz

de gotas finas.

Ya no me queda

al fin

de esta jornada,

sino el mirar

sin ver

de mis pupilas;

ni el crepitar

del llanto

existe ahora;

soy, apenas;

la piedra del camino.

Sostengo

a solas

mi frutal

maduro

por el sol de la angustia

y de la pena.

No sé

de dónde llegan

mis heridas

ni a qué destinos

yo

y ellas vamos.

En el fondo de mí

ya no hay

palabras.

Sólo hay un ser que piensa

y se amalgama

con el silencio y en silencio

estamos.


BANDERAS

Banderas.

Banderas negras

para el último día

del opresor.

Sangre de ardidas venas.

Rictus exangües.

Luz y espada.

Un retazo mendigo

de estas tierras de duelo

para el último cetro

de la traición.

La plenitud de un surco

arrojará la libertadespiga

para el inmenso día de la paz.

Banderas.

Banderas de cien duelos distintos

sobre los flancos yertos

de su nombre.

Banderas.

Banderas desplegadas.

Emblema.

Justicia.

Libertad.

(1980)


UNA VEZ

Hoy anduvimos celosamente humanos,

rescatando el idilio de las horas.

Por eso fui buscando un lapso claro

para ofrecerte mi vendimia simple.

Pero tú, generoso hasta el convite del vino

de mi agrazón oscura, hiciste uvas doradas,

y un poco deslumbrado

de pronto, todo lo cambiaste

y se tiñeron tus ojos de dulzura

y nada más que así fue nuestro encuentro.

Había una vez. No.

Erase una vez. No.

Que fueron muy felices. No.

Ya lo sé, amor,

son los tenaces juegos de tu ausencia.

(1984)

(De: El canto a oscuras, 1986)


Margot Ayala de Michelagnoli

(París, 1935)

Poeta y artista plástica. Aunque nació en París (durante una misión de estudios de su padre), desde los tres años vive en Asunción, donde se ha hecho conocer primero como artista plástica –en varias exposiciones de pintura que datan de 1980– y luego como poeta y novelista. Presidenta del Grupo ADAC (Asociación de Apoyo a la Cultura) y Vocal de la Cultura del Consejo Nacional de Mujeres del Paraguay, Margot Ayala de Mi-chelagnoli tiene en su haber literario, hasta la fecha, tres novelas –Ramona Quebranto (1989), escrita en jopara (guaraní-castellano), Entre la guerra el olvido (1992) y Más allá del tiempo (1995)– y tres poemarios: Ventana al tiempo (1987), Murmullo interior (1991) y Cielos interiores (1994). De más reciente publicación es Nderasóre (2002), su primera obra teatral. Tiene además cuentos y poemas, incluidos en libros colectivos y antologías literarias nacionales y extranjeras.


EL VELORIO DEL PRIMO RAIMUNDO

Llueve... en las húmedas paredes se desdibuja una mancha verde amarronada. Los cristales de las ventanas están velados.

Las luces de los cirios en un temblor ascendente reflejan extrañas sombras.

Como buitres en hilera, tres sombras con bigote, una mujer joven vestida de negro, una anciana de manto negro, las lloronas y un perro observan el rostro que poco a poco va adquiriendo un aspecto desconocido.

Las arrugas se van alisando paulatinamente, una helada serenidad invade las facciones del difunto.

La muerte flota en la atmósfera, un dolor ausente escalofría desde adentro y deja un sabor amargo con olor a cera y flores marchitas.

La joven vestida de negro abre los postigos, el frío aire de agosto mueve los visillos, indeciso retrocede el invierno.

La mujer joven vestida de negro dice:

–Le haré un velorio como se merece, vendrá el Presidente de la República, militares, diplomáticos, amigos y los que me den la gana, al fin es mi marido.

–No permitiré que el dictador entre en la casa–, acongojada pero firme sonó la voz de la anciana desde un rincón de la pieza–. Raimundo fue un héroe y no lo condecoraron con la Cruz del Chaco, ni le dieron la pensión que le correspondía.

–Era un conspirador convulsivo y estuvo preso varias veces–, agregó con rencor la mujer joven vestida de negro con el rostro lleno de ira.

–¡Basta!–, gritó el hombre de bigote; –estas discusiones son inoportunas, lo decidiremos nosotros–, señalando con un gesto a las tres sombras con corbatas pegadas a la pared y mirando duramente a la mujer vestida de negro.

Ovillado en una silla, un anciano desteñido con aspecto abatido, murmuró con voz ronca y llorosa acusando con el dedo a la mujer vestida de negro: "Raimundo afirmó siempre que sos una puta", dijo.

Estupefacta y temblando, la joven vestida de negro no respondió al insulto.

Bruscamente se abrió la puerta, irrumpiendo en la escena una mujer, chilló que no griten y salió con una ráfaga de aire helado.

Ella había truncado sus sueños, fue imposible satisfacer sus ambiciones.

"Sólo sabes tocar guitarra y cantar –le decía–, igual que las chicharras, cazar perdices y pescar mandi’í, que ni los comes ni los vendes, ¡tienes gustos refinados!".

–Sí, lo heredé de mi abuelo que era marqués–, le respondía.

–¡Jesús! ¿Por qué me habré casado con un inútil?–, gritaba colérica.

–Creíste que era rico. Fue por eso.

Y ahora Raimundo yace quieto, lívido y solo, muertos sus sueños y esperanzas... como lo había estado siempre, siempre, siempre. Solo.

(De: Tiempo de contar [narraciones colectivas],

selección de Escritoras Paraguayas Asociadas, FONDEC, Asunción-Paraguay, 2000)


Moncho Azuaga

(Asunción, 1953)

Poeta, dramaturgo y narrador. Abogado y licenciado en Filosofía y Letras, Azuaga pertenece a la denominada "promoción del 80". Cofundador (con Emilio Lugo y Ricardo de la Vega) de la Revista Cabichu’i 2, su obra literaria ha sido distinguida en varios concursos nacionales y extranjeros. De su prolífica producción se destacan los siguientes títulos: en poesía, Bajo los vientos del sur (1986) y Ciudad sitiada (1989); en narrativa, Arto cultural y otras joglarías... (cuentos, 1989) y Celda 12 (novela, 1991), verdadero réquiem a la dictadura de Alfredo Stroessner; y en teatro, Y no sólo es cuestión de mariposas (1976), En moscas cerradas (1976), Los niños de la calle (1989), Cuando los animales asaltaron la ciudad, obra de teatro callejero estrenada en 1994, y Sagrada Familia, también del mismo año, presentada en escenarios de la capital y del interior del país.


AMERICA LATINA

América Latina,

de esperanzas,

como océanos,

como palmeras,

como cordilleras,

como hombres descalzos

hacia el lucero del alba.

Si pudiera imaginarte

sin metrallas,

sin cercos ni fronteras,

sin mercantes ni corsarios,

sin latifundistas ni rosarios,

sin canciones de penas tuyas

y vaquitas ajenas,

creo que hasta te soñaría

como te quiero

de esperanzas!

América Latina,

si pudiera imaginarte

sin golpes de Estado cada mañana

golpeando tus puertas verdes

de sencillez de tierra,

sin puertos con Night Club

llenos de muchachas tristes

y hombres tristes

de tristezas enfermizas.

Ay,

si esos mestizos ojos

sonrieran a la cosecha

y la oración levantaras

a los Dioses antiguos

del Tigre y el Pez

Ay,

de seguro que hasta en sueños

te querría

como te quiero:

de esperanzas!

como tu río más secreto,

como tu cielo más grande,

como tus niños de ojos de azúcar,

como ropa limpia,

como mariposas.

América Latina,

de heridas, espinas y dolor nuestro,

de Estado de Sitio,

de Multinacionales,

de soplones y confidentes,

de torturas,

de intervenciones,

muertos y desaparecidos,

si pudiera quererte

más de lo que te quiero,

te querría sin dictadores,

sin fraudes en el voto,

sin esos extraños hombres

que viven en ti

y de ti viven

sin querer vivir en ti,

sin esos otros

que culpa tienen

que vivas así,

sin sanguijuelas

te querría

como te quiero:

de esperanzas!

como selvas,

como animales,

como vientos,

como lunas,

como mujer encinta,

como hombres libres.

Ay, América Latina,

si pudiera imaginarte

de amor

como te estoy queriendo

de sueños

querría quererte

como te quiero:

de esperanzas,

América Latina!

(De: Ciudad sitiada, 1989)


William Baecker

(Mato Grosso [Brasil], 1943)

Poeta y periodista. Aunque nació en Brasil, vive en Paraguay desde principios de la década del sesenta. Ex actor y director de teatro de vanguardia, toda su obra poética es cien por ciento paraguaya, ya que ha sido concebida y publicada en Asunción, años después de su ingreso al país. Miembro de la Sociedad de Escritores del Paraguay y del PEN CLUB paraguayo, William Baecker ha sido también comentarista de asuntos culturales en la prensa local y ha participado como jurado en varios concursos literarios. Hasta la fecha ha publicado cinco poemarios: En una lejanía (1973), En este memorial (1975), Cuando cesan los sueños (1993), Era un simple cariño (1995) y No hace falta decirlo (1998).


Y AL FINAL LAS COSAS

Y al final de las cosas,

yo soy un hombre triste, lo confieso;

no me conmueve nada:

ni el beso de llegada que me diste

ni el beso de partida que olvidaste.

Y así, con los olvidos,

de pronto se te fueron los abrazos

y a mí se me escaparon,

como palomas blancas,

las palabras.


CUANDO REGRESE

Cuando regrese el sol

–si es que se fue–

me acordaré de ti.

(De: Era un simple cariño, 1995)


PARA QUE NO ME ESCUCHES

Para que no me escuches

repetiré en silencio

vocablos que conoces:

aquellos

que besaron tu frente

con la dulce tristeza de adorarte

y la oculta alegría

de no olvidar jamás

la palabra esperanza.


Y NO TE ENGAÑES

Y no te engañes:

sólo el amor perdura.

Así como el amor, es la poesía:

un monte de ansiedades y tristezas,

un sepultar relámpagos de angustias

que, al final de las cosas, son primeras.

Y no te engañes.

Así son las quimeras:

después de los otoños, los inviernos

anuncian otra vez la primavera.

Por eso digo, a veces,

–hablando de poesía–

que el dolor que me causa amarte

tanto es el puro placer de la agonía.

Y no te engañes:

después de los silencios y amarguras,

después de las primeras alegrías,

sólo el amor perdura.

(De: No hace falta decirlo, 1998)


Rubén Bareiro Saguier

(Villeta, 1930)

Poeta, narrador, ensayista y crítico literario. Abogado y licenciado en Letras por la Universidad Nacional de Asunción, Bareiro Saguier residió durante muchos años en París, donde se ha desempeñado como catedrático universitario de Literatura hispanoamericana y lengua guaraní. En diciembre de 1991 la Universidad Paul Valéry de Montpellier le otorgó el Doctorado de Estado en Letras y Ciencias Humanas, título académico máximo del sistema universitario francés, tradicionalmente reservado a nominados franceses, salvo raras excepciones. De 1994 a 2002 representó a su país como Embajador del Paraguay en Francia. Actualmente reside en Asunción. Crítico y ensayista de renombre y uno de los escritores paraguayos más conocidos en el exterior, Bareiro Saguier es co-fundador (con Julio Cé-sar Troche) de la revista literaria Alcor (1955). En 1971 se le concedió el prestigioso premio Casa de las Américas por su colección de cuentos Ojo por diente (1973). En narrativa publicó después El séptimo pétalo del viento (1984), una segunda antología de cuentos; y su labor ensayística incluye, además de numerosos ensayos críticos, los siguientes estudios: Literatura guaraní del Paraguay (1980), Augusto Roa Bastos; semana de autor (1986) y Augusto Roa Bastos; caídas y resurrecciones de un pueblo (1989). De su obra poética se destacan los poemarios Biografía de ausente (1964), A la ví-bora de la mar (1977) y Estancias, errancias, querencias (1985). Es también co-editor (con Carlos Villagra Marsal) de Poésie Paraguayenne du XXe Siècle, antología bilingüe (español-francés) publicada en Suiza en 1990.


OJO POR OJO

Allí estaban los dos, silenciosos. Pero siempre había sido así; jamás habían tenido mucho que decirse, ni tiempo. Apenas si para acoplarse en el cansancio de las noches calientes, como dos gusanos.

–Como esos gusanos blancuzcos, se dijo ella.

El fuego pasaba a través de los agujeros, como un cuchillo entre las costillas; pasaba desde arriba, o quizá desde abajo. Porque esto muy bien podía ser el infierno del que tanto habían escuchado hablar al Pa’í. Sin embargo, el señor cura les había prometido salvarlos de las llamas –perdurable– amén, con la condición de que se casaran y vivieran cristianamente: el bautismo–la confirmación–la comunión de los hijos–la misa–el matrimonio–el viernesantoayuno–la pascuaflo-rida–la extramaunción–las novenas–los diezmos. Los diez mandamientos. Centavo sobre centavo habían tratado de cumplirlos, y sin embargo, ahora el calor les atravesaba de punta a punta, ese calor que derrite la grasa, que pudre todas las cosas.

Pero ellos nada decían. Las manos grasientas de la vieja en las manos grasientas del viejo. Como cuando ella iba a visitarlo al corralón donde él pasó dos años por aquella "desgracia", durante el baile en la escuela. Conste que no había sido culpa suya; el otro le agredió porque no le gustaba el color de su pañuelo y porque la caña; el puñal dijo el resto. Entonces ella iba todos los domingos a llevarle el atadito de cosas, y permanecían horas con las manos en las manos, hasta que sentían crecer una capa de grasa entre ellos, sin hablarse, a través de las rejas del patio enorme. Apenas si le preguntaba por los hijos.

–Conché come tierra, murmuraba la mujer.

Y él pensaba que estaba bien que no los trajera.

–Kitó me ayuda en la capuera –y le entregaba el bastimento.

Pero él salió en libertad, gracias a su compadre que ya era comisario. Y todo fue mejor. Hasta pudo comprarse un caballo para ir a las carreras de los domingos. Ella ya sabía de lo que se trataba cuando él regresaba con una máscara de ceniza, de silencio espeso y ceñudo.

–El hombre es hombre –se decía ella–, y... así nomás tiene que ser.

Todo fue mejor, pese a la muerte del hijo, el segundo, y a que la menor, de muchacha en una casa de familia decente, pasó a trabajar en aquella casa.

Eso no está bien, pensaba la vieja. Que sirva a los hijos del patrón, bueno... pero con todo el mundo, ¡y por plata...!

Todo mejor, gracias a que cumplían con los sacramentos, como dijo el Pa’í, quien hasta entronizó una imagen de la Santa Virgen de los Remedios en el cuarto. Desde entonces, nunca faltó la bendición de la Santa Patrona, ni tampoco una vela los viernes, sobre la repisa, junto a las flores de papel ennegrecidas por las cacas de moscas, empalidecidas por el polvo y el resol.

Ahora tenían más tiempo para recordar todo aquello, sin decirse nada, igual que siempre, igual que durante las veladas de invierno en la cocina, cuando las brasas se iban consumiendo y las sombras comían sus facciones inexpresivas, como un gusano enorme, como ese gusano cerca de sus uñas azules. "Quizá es el mismo o un pariente de los que aquel año y aquel otro y aquel otro destruyeron el algodonal. Hasta es posible que todos los gusanos sean parientes".

Todo mejor... Y seguían roturando la tierra, hasta que en la cara se le abrieron esas grietas que el sol dibuja en la superficie sedienta durante las siestas de fuego.

–¡Fuego eterno para los que olvidan la patria celestial! –clamaba el Pa’í. Pero la piedad, la devoción..., agregaba, los ojos en blanco.

Y ella rezaba su rosario, mañana y tarde, y hasta por las noches cuando el insomnio le fue creciendo con el reumatismo. Cada vez más sola, como al principio. Nadie más que él y el perro de costillas florecientes, también ya desdentado, le escuchaban desgranar el devocionario desgastado que guardaba en la cabeza.

–Parece que va a haber seca...

–Sí..., respondía él, y miraba el fuego en el poniente.

El perro dormitaba y perdía ruidos por todos los costados. "De puro viejo...", pensaba.

–¡Fuera!..., decía ella, y volvía a sus rezos.

"La piedad, hijos míos; la devoción, mis amantísimos hermanos...". Y sin embargo, qué caliente era todo alrededor de ellos. Qué pesada sobre sus manos grasientas, podridas, sobre los pelos crecidos, sobre las uñas largas y moradas, ese metro y medio de tierra, de fuego rojo.

(De: Ojo por Diente, 1973)


HUELLAS

Bajo las plantillas gastadas

de mis viejos zapatos

van pasando las calles

torrentosas del mundo: caras, voces extrañas,

manos, copas amigas.

Ausencia.

El frío del camino

se me sube a los huesos

por los hoyos del cuero

que calca en cada suela

la forma exacta

de mi patria.


PARABOLA DE LA ROSA

Anoche un guardia,

un hombre con el rostro

oculto por una máscara de sombra,

entre las rejas me pasó una rosa

cortada de algún jardín público.

"Viene de afuera", me dijo,

y sentí que un hálito de vida

me invadía.

Supe que en el fondo del pozo,

en el charco de un pecho

puede florecer una rosa.

Aunque la felidez

la marchitó enseguida,

la rosa existe.

(De: Estancias, errancias, querencias, 1985)


Rafael Barrett

(Santander, 1876 - Arcachon, 1910)

Narrador y ensayista. Aunque español de nacimiento, Rafael Barrett está vinculado a las letras paraguayas desde su llegada a Asunción en 1905. Con Viriato Díaz Pérez, Martín de Goycoechea Menéndez y José Rodríguez Alcalá, integró un pequeño grupo de intelectuales extranjeros que se destacaron de manera significativa en el ambiente literario nacional de principios de siglo. Precursor de la literatura paraguaya actual y el escritor extranjero más prominente de entonces, describió y denunció en sus obras las injusticias sociales, la desesperación y el sufrimiento prevalecientes en esos años. Sus narraciones y ensayos ofrecen una visión del Paraguay muy diferente a la proyectada en las exaltadas páginas de Martín de Goycoechea Menéndez o en los escritos de la mayoría de los integrantes de la promoción de 1900, reivindicadores casi todos de los héroes y de las glorias nacionales pasadas. De sus muchas obras, varias publicadas póstumamente, se destacan en particular: El dolor paraguayo (1909), Lo que son los yerbales (1910), Cuentos breves (1911),Al margen; estudios literarios (1912) y Diálogos, conversaciones y otros escritos (1918). Sus Obras Completas se publicaron en Buenos Aires en 1943. En 1990 aparecieron sus Obras Completas (en cuatro volúmenes) en Asunción (edición a cargo de Miguel Angel Fernández).


EL CANCER POLITICO

Si yo tuviera influencia sobre los estudiantes –¿pero qué influencia sobre nadie podrá nunca tener el que no miente?– les diría:

"Estáis sanos aún. Conservaos sanos. No hagáis política. Pensad que es muy difícil hacer política sin deshacer la patria –sin deshacer la humanidad, que es la patria verdadera de los hombres. Pensad que es muy fácil hacer humanidad trabajando sencillamente en vuestro oficio. ¿Sois médicos? Aprended a curar. ¿Sois ingenieros? Aprended a construir. ¿Sois profesores? Aprended a enseñar. ¿Sois poetas? Aprended la vida. Pero no aprendáis a gobernar; tened lástima al mundo. No os inquietéis por vuestro país: el ambiente no permite ya sobre la tierra los Napoleones ni los Francisco Solano, y el mal que ocasionaréis en resignaros a no moralizar la política es insignificante al lado del enorme bien que haréis trabajando sencillamente en vuestro oficio. Trabajad, producid. Sois células normales. Conservaos normales, rechazad las adherencias con el cáncer; rechazadlas, y proliferaréis, porque la realidad es buena. Formaréis vastos tejidos de salud, y el cáncer irá secando sus raíces. Si os molestan, protestad, pero desde casa. Si no os dejan trabajar, id a trabajar a otra parte. El que trabaja no es extranjero en ningún sitio, y además, como decía Ganivet, una nación suele ser más grande por los hijos que se van que por los que se quedan. No desesperéis. La política paraguaya es el colmo de la virtud, si se la compara con la de los Estados Unidos, donde salen los ciudadanos de presidio y ocupan el sitial de juez. Y sin embargo Norte América es Norte América... ¿por qué? Porque la inmensa mayoría de los norteamericanos ha vuelto su robusta espalda a la política, y han trabajado sencillamente en su oficio. Han cortado las adherencias con el cáncer, y el cáncer se ha convertido en quiste... ¡Oh! el más inofensivo de los quistes, un tumorcillo que rueda bajo la piel, lejos del corazón, lejos del cerebro...".

Si yo tuviera influencia sobre los estudiantes.

(El Nacional, 25 de abril de 1910)


EMIGRACION

El Paraguay ofrece un ejemplo único; es un país americano que se despuebla.

Decía Alberdi: "El ministro de estado que no duplica el censo de estos pueblos cada diez años ha perdido el tiempo en bagatelas y nimiedades".

¿Qué diría Alberdi –¡hoy!– de un pueblo de América que en diez años, ha perdido no sólo el tiempo, sino la cuarta parte de sus hijos útiles?

No diría nada. Se negaría a creerlo.

Sin embargo, la emigración paraguaya, en la última década, se estima en ciento veinte o ciento treinta mil personas.

Ojalá no sea tanto... Ritter dice que la emigración continúa, y nos explica por qué. Los campesinos paraguayos huyen de su patria como huirían del infierno. Para ellos la paz es más mortífera que la guerra. El doctorcillo les despoja de su propiedad, el oficialete les acarrea al cuartel, les azota o les lleva al degüello; el "caraí" le viola sus hijas. Escapan si pueden, y hacen bien. Es por el momento la sola forma posible de rebelión: ¡emigrar!

Hacen bien, los que son bastante enérgicos para irse. Hacen bien en desesperarse y llorar por vez postrera sobre las ruinas de su labor. Hacen bien en abandonar este jardín desolado, en dejar que se coman el Paraguay los yuyos, las víboras, los políticos. Hacen muy bien en irse a donde la tierra sea más dura y los hombres menos crueles, a donde no haya que luchar sino contra los caprichos del cielo y la aspereza de los campos, a donde tengan la esperanza de que brote y se levante al sol lo que siembren...

¡Hacen bien...! Cuantos más emigren, mejor. El derecho supremo es vivir, y cuando no se puede vivir en un sitio, el deber supremo es irse a vivir a otra parte.

(El Nacional, 2 de julio de 1910)

(De: Obras Completas, vol. IV [Textos inéditos y olvidados...],

ed. Miguel Angel Fernández, 1990)


Zenón Bogado Rolón

(Guairá, 1954)

Poeta (de versos en guaraní) e investigador cultural. Miembro de la Sociedad de Artistas y Escritores Guaraníes y activo luchador en pro de la cultura indígena, Zenón Bogado Rolón es co-autor de Ko’é rory (1978) –un poemario colectivo (en colaboración con Juan B. Jiménez y Víctor Benítez)– y autor de Ayvu Pumbasy/ Música de la palabra (1994), un poemario bilingüe, y de tres colecciones de poemas en guaraní: Tomimbi (1990), To-vera (1990) y Toyayái (1992), respectivamente.


NDÉ TU

Karaí Félix de Guarania a don Félix de Guarania,

ñe’etyguá arandúpe sabio morador del

jardín de la Palabra

Ndé reñandu Tú sientes

Ñembyahyi, Hambre,

Mba’asy, Enfermedad,

Mboriahu, Miseria,

Tekoapyti. Esclavitud.

Ndé rehecha Tú ves

Ñemboyke, Marginaciones,

Jejahei, Insultos,

Ñenupa, Golpes,

Ñemose, Desarraigos,

Ha opaite mba’e Todo lo que

Tekove Ensucia

Omongy’áva La vida.

Ndé rehendu Tú oyes

Ñe’e, Palabras,

Tase, Llantos,

Jahe’o, Lamentos,

Sapukai Gritos

Ha pochy. Y rabia.

Ndé rehetu Tú hueles

Syva, Frentes,

Juru, Bocas,

Pytu, Alientos,

Apyngua, Narices,

Nambi, Orejas,

Pire, Piel,

To’o, Carne,

Tuguy, Sangre,

Tuju Barro

Rykue nero. Podrido.

Ndé, Tú,

Péicha reiko Así existes

Ko’e, Mañana,

Asaje, Tarde,

Ka’aru, Crepúsculo,

Pyhare, Y noche,

Ha ita ho’a Y una piedra cae

Ombotyai Enturbiando

Ne koraso ykua. La clara fuente

De tu corazón.

Ne rembikuaá La raíz

Rapo, De tu conocer,

Ndé ruguy rape La senda de tu sangre

Ipoty jera sarambi Florece suelta y dispersa

Ñande ypykue mayma Sobre la vida

Rekove ári: De nuestras multitudes

[ancestrales:

Pai Tavytera, Maskoi, Pai Tavytera, Maskoi,

Ava Chiripa, Nivaclé, Ava Chiripa, Nivacle,

Mbya Guarani, Chulupi, Mbya Guaraní, Chulupi,

Ache Guajaki, Ma’ka, Ache Guajaki, Ma’ka,

Ava Apytere, Choroti, Ava Apytere, Choroti,

Lengua, Guana, Angaite, Lengua, Guana, Angaite,

Sanapana, Chamakoko, Sanapana, Chamakoko,

Moro ha Toba Moro y Toba

Mbiay’uhei rembipotápe, Mbiay’uhei en su deseo,

Hemimo ame, En su juicio,

Hembiroviápe, En su creencia,

Iñe’a kuápe... En la honda gruta de su alma...

Ha ndé reipota, Y tú, deseando,

Reha’aro, Esperando,

Reikuaá Sabes

Oipeju aguiba Que viene soplando

Yvytu pyahu Un viento nuevo

Resai, piro’y, Sano y fresco,

Tetayguá opavave Aurora, libertad, aliento

Ko’ejú save’y pytura. [venidero

Del ser humano.

(De: Tomimbi, 1990; traducción de Tracy Lewis)


Esteban Cabañas

(Concepción, 1937)

Artista plástico, poeta, narrador y dramaturgo. Aunque arquitecto de profesión, Esteban Cabañas –seudónimo con el que el conocido pintor Carlos Colombino firma habitualmente sus obras literarias– es autor de varios poemarios que incluyen, entre otros: Los monstruos vanos (1964), El tiempo, ese círculo (1979), Los cuatro lindes (1981), Desentierro (1982) y Premoniciones (1986). Cabañas-Colombino también es autor de Momento para tres (1981), una breve pieza teatral (escrita en 1958), y de dos novelas: De lo dulce y lo turbio (1997) y El dedo trémulo (2002; Premio Municipal de Literatura), su obra más reciente.


RECONOCE LA MASCARA

La palabra es la casa del ser.

HEIDEGUER

Reconoce la máscara

al hundir su boca

en esa oscuridad

sin palabras

que el ser no tiene casa

sino tan sólo la mueca

ese recuerdo del hastío

huella de alguna vez

de un viento de ironía

de algún beso

de algún verano que pasó la tarde

rumiando su historia entre los árboles.

Pero esa boca

de pena se desgaja

de lugar en lugar

buscando el sitio

de su casa perfecta.

La maldición es vasta:

también se sabe

condenada a la búsqueda.


SOMBRA DE TIGRE...

Sombra de tigre y de sabueso

rostro de tirano

el dedo que detiene la tormenta

se enreda y adelgaza

para formar un filo:

el puñal que asegure

tu corazón furtivo

sobre el propio estandarte

de un sueño despeñado.


SOBRE EL CUERPO...

Sobre el cuerpo del aire

un paso que desanda

otoños ateridos y palomas de piedra.

Una antigua tristeza se apretuja

para poner su nido en la palabra

deshojada en el temblor del día

en el desvencijado armazón

de esta premura

en la caída de un sueño

sobre el tumulto de la noche

entre los árboles quemados.

Pandorga atrapada por sus propios hilos

con el papel sangrando

con retazos de un vuelo

destrozado:

aquel que inventa siempre

un rostro diferente

y le clava en los ojos

su última mirada.

(De: Premoniciones, 1986)


Hérib Campos Cervera

(Asunción, 1905 - Buenos Aires, 1953)

Poeta y periodista. Considerado el poeta más importante de la "generación del 40", Hérib Campos Cervera es también uno de los padres, junto a Gabriel Casaccia en narrativa y a Julio Correa en teatro, de la literatura paraguaya contemporánea. Obligado a dejar su país por circunstancias políticas en 1947, varios de sus poemas reflejan la nostalgia por su tierra natal y el dolor implícito en su condición de exiliado en Buenos Aires, donde residió hasta su inesperada muerte en 1953. Un año antes había escrito una obra teatral, Juan Hachero, que la completó en cinco días (5-9 de diciembre, 1952). Aunque sólo tiene dos libros de poesía, Ceniza redimida (1950) y Hombre secreto (publicado póstumamente en 1966), su influencia ha sido decisiva en la literatura paraguaya en general, y profunda en la obra de dos conocidos escritores contemporáneos: Elvio Romero y Augusto Roa Bastos. De aparición póstuma más reciente son susPoesías completas y otros textos (edición a cargo de Miguel Angel Fernández), libro publicado por Editorial El Lector en 1996 y obra que incluye Juan Hachero, además de varios otros textos hasta entonces inéditos.


UN PUÑADO DE TIERRA

I

Un puñado de tierra

de tu profunda latitud;

de tu nivel de soledad perenne;

de tu frente de greda

cargada de sollozos germinales.

Un puñado de tierra,

con el cariño simple de sus sales

y su desamparada dulzura de raíces.

Un puñado de tierra que lleve entre sus labios

la sonrisa y la sangre de tus muertos.

Un puñado de tierra

para arrimar a su encendido número

todo el frío que viene del tiempo de morir.

Y algún resto de sombra de tu lenta arboleda

para que me custodie los párpados de sueño.

Quise de Ti tu noche de azahares;

quise tu meridiano caliente y forestal;

quise los alimentos minerales que pueblan

los duros litorales de tu cuerpo enterrado,

y quise la madera de tu pecho.

Eso quise de Ti

–Patria de mi alegría y de mi duelo–;

eso quise de Ti.

II

Ahora estoy de nuevo desnudo.

Desnudo y desolado

sobre un acantilado de recuerdos;

perdido entre recodos de tinieblas.

Desnudo y desolado;

lejos del firme símbolo de tu sangre.

Lejos.

No tengo ya el remoto jazmín de tus estrellas,

ni el asedio nocturno de tus selvas.

Nada: ni tus días de guitarra y cuchillos,

ni la desmemoriada claridad de tu cielo.

Solo como una piedra o como un grito

te nombre y, cuando busco

volver a la estatura de tu nombre,

sé que la Piedra es piedra y que el Agua del río

huye de tu abrumada cintura y que los pájaros

usan el alto amparo del árbol humillado

como un derrumbadero de su canto y sus alas.

III

Pero así caminando, bajo nubes distintas,

sobre los fabricados perfiles de otros pueblos,

de golpe te recobro.

Por entre soledades invencibles,

o por ciegos caminos de música y trigales,

descubro que te extiendes largamente a mi lado,

con tu martirizada corona y con tu limpio

recuerdo de guaranias y naranjos.

Estás en mí: caminas con mis pasos,

hablas por mi garganta; te yergues en mi cal

y mueres, cuando muero, cada noche.

Estás en mí con todas tus banderas;

con tus honestas manos labradoras

y tu pequeña luna irremediable.

Inevitablemente

–con la puntual constancia de las constelaciones–,

vienen a mí, presentes y telúricas:

tu cabellera torrencial de lluvias,

tu nostalgia marítima y tu inmensa

pesadumbre de llanuras sedientas.

Me habitas y te habito:

sumergido en tus llagas,

yo vigilo tu frente que muriendo, amanece.

Estoy en paz contigo;

ni los cuervos ni el odio

me pueden cercenar de tu cintura:

yo sé que estoy llevando tu Raíz y tu Suma

sobre la cordillera de mis hombros.

Un puñado de tierra:

Eso quise de Ti

y eso tengo de Ti.

(De: Ceniza redimida, 1950)


PEQUEÑA LETANIA EN VOZ BAJA

Para el recuerdo de Roque Molinari Laurin.

–Donde estuviere.

Elegiré una Piedra.

Y un árbol.

Y una Nube.

Y gritaré tu nombre

hasta que el aire ciego que te lleva

me escuche.

(En voz baja.)

Golpearé la pequeña ventana del rocío;

extenderé un cordaje de cáñamo y resinas;

levantaré tu lino marinero

hasta el Viento Primero de tu Signo,

para que el Mar te nombre.

(En voz baja.)

Te lloran: cuatro pájaros;

un agobio de niños y de títeres;

los jazmines nocturnos de un patio paraguayo.

Y una guitarra coplera.

(En voz baja.)

Te llaman:

todo lo que es humilde bajo el cielo;

la inocencia de un pedazo de pan;

el puñado de sal que se derrama

sobre el mantel de un pobre;

la mirada sumisa de un caballo,

y un perro abandonado.

Y una carta.

(En voz baja.)

Yo también te he llamado,

en mi noche de altura y de azahares.

(En voz baja.)

Sólo tu soledad de ahora y siempre

te llamará, en la noche y en el día.

En voz alta.


ENVIO

Hermano:

te buscaré detrás de las esquinas.

Y no estarás.

Te buscaré en la nube de los pájaros.

Y no estarás.

Te buscaré en la mano de un mendigo.

Y no estarás.

Te buscaré también

en la Inicial Dorada de un Libro de Oraciones.

Y no estarás.

Te buscaré en la noche de los gnomos.

Y no estarás.

Te buscaré en el aire de una caja de músicas.

Y no estarás.

(Te buscaré en los ojos de los Niños.

Y allí estarás.)

(1948)

(De:Ceniza redimida, 1950)


PALABRAS DEL HOMBRE SECRETO

Hay un grito de muros hostiles y sin término;

hay un lamento ciego de músicas perdidas;

hay un cansado abismo de ventanas abiertas

hacia un cielo de pájaros;

hay un reloj sonámbulo

que desteje sin pausa sus horas amarillas,

llamando a penitencia y confesión.

Todo cae a lo largo de la sangre y el duelo:

mueren las mariposas y los gritos se van.

Y yo, de pie y mirando la mañana de abril!

Mirando cómo crece la construcción del tiempo:

sintiendo que a empujones

me voy hacia el cariño de la sal marinera,

donde en los doce tímpanos del caracol celeste

gotean eternamente los caldos de la sed!

¡Dios mío! –Si no quiero otra cosa

que aquello que ya tuve y he dejado,

esas cuatro paredes desnudas y absolutas;

esa manera inmensa de estar solo, royendo

la madera de mi propio silencio

o labrando los clavos de mi cruz.

¡Ay, Dios mío!

Estoy caído en álgidos agujeros de brumas.

Estoy como un ladrón que se roba a sí mismo;

sin lágrimas; sin nada que signifique nada;

muriendo de la muerte que no tengo;

desenterrando larvas, maderas y palabras

y papeles vencidos;

cayendo de la altura de mi nombre,

como una destrozada bandera que no tiene soldados;

muerto de estar viviendo de día y en otoño,

esta desmemoriada cosecha de naufragios.

Y sé que al fin de cuentas se me trasluce el pecho,

hasta verse el jadeo de los huesos, mordidos

por los agrios metales de frías herramientas.

Sé que toda la arena que levanta mi mano

se vuelve, de puntillas, irremisiblemente,

a las bodegas últimas

donde yacen los vinos inservibles

y se engendran las heces del vinagre final.

¡Cuánto mejor sería no haber llegado a tanto!

No haber subido nunca por el aire de Abril,

o haber adivinado que este llevar los ojos

como una piedra helada fuera lo irremediable

para un hombre tan triste como yo!

Dios mío: si creyeras que blasfemo,

ponme una mano tuya sobre un hombro

y déjame que caiga de este amor sin sosiego,

hacia el aire de pájaros y la pared desnuda

de mi desamparada soledad!

(1951)

(De:Hombre secreto, 1966)


Jorge Canese

(Asunción, 1947)

Poeta y narrador. Médico de profesión y profesor de la Facultad de Ciencias Médicas de Asunción, Canese integra la denominada "promoción del 70" y ha estado viculado a la segunda época de la Revista Criterio (1976-77). De sus numerosos poemarios publicados se destacan los siguientes títulos: Más poesía (1977), Esperando el viento (1981), Paloma blanca, paloma negra (1982) –uno de los pocos libros censurados y secuestrados (durante la dictadura de Stroessner) el mismo año de su publicación–, Aháta aju (1984), De gua’u [La gente no cambia] (1986), Kantos del akantilado (1987), Alegrías del purgatorio (1989), Indios-go-home/Accidentes en la vía húmeda (1994) –breve edición con dos textos que lleva, apropiadamente, doble título– y Amor puro y sincero (1995). En narrativa es autor de ¿Así-no-vale? (cuentos; 1987), Stroessner roto (novela; 1989), Papeles de Lucy-fer (género mixto: novela-poesía-ensayo; 1992), En el País de las Mujeres (cuentos; 1995), Apología a una silla de ruedas (1995), librito que reúne cuatro breves ensayos satírico-paródicos sobre la problemática nacional, y Los halcones rosados (novela; 1998). Canese es también iniciador y editor de "Ediciones de entrecasa", editorial fundada en 1993 pero presentada públicamente con sus primeros tres lanzamientos en febrero de 1997.


¡A CALLAR!

Aprendí a callar,

a sonreír

cuando era absolutamente necesario,

a correr, a no sentir,

a amar sin que se note,

a comer sin placer,

a olvidar pronto,

a vivir solo,

a pensar en los demás

para no pensar en uno mismo

y a rezar para no despertarme,

porque a veces

(aún a pesar de todo)

a uno le entran ganas de vivir

y como el monstruo sigue firme

a nuestro lado

no nos queda más remedio que olvidar

y recurrir a la oración,

al maratonismo y al silencio

para seguir huyendo y temiendo,

para no pensar

que algún día

las cosas puedan ser de otra manera.

(De: Luis María Martínez, ed.,

El trino soterrado, vol. II, 1986)


A TODA MAQUINA

Escribo.

Yo no sé, no quisiera

(centellazo amarillo),

hay un semáforo que empuja,

son mis monstruos queridos

que llegan cabalgando en patas de viento

(¡este empalagoso apego por los monstruos sagrados!).

Tranquilos, muchachos, no alboroten,

que así no sale nada.

En fin (primer intento): escribo,

a toda máquina

quisiera contarles mi vida,

mis muertos

teñidos siempre de negro, de verde.

No sé. El mundo que nos queda (ya lo dije)

no es nuestro.

Escribo: adiós,

amarillo a toda máquina.


FINAL DEL SIGLO 20

Mancho mi nombre,

desciendo exprofeso a los infiernos

para mirar desde aquí tu nada,

tu silencio atragantado.

¡Salvarse!, vaya pretensión orgullosa.

Final del siglo 20:

el botón de retroceso no responde

y parado

espero una caricia que nunca llegará

porque no existe,

porque estoy perdidamente equivocado.

Monigotes.

Múltiples monigotes, camafeos,

cuadrúpedos alados,

insectos de conventillo.

Mentiras. Pavadas.

Mañana. Vení mañana,

que te preparo té inglés con tostadas y todo.

(De:Aháta aju, 1984)


Gladys Carmagnola

(Guarambaré, 1939)

Poeta y docente. Miembro de la Sociedad de Escritores y del Pen Club del Paraguay, ha publicado una decena de libros de poesía, varios poemarios conmemorativos (1979, 1982 y 1988) y parte de su obra ha sido incluida en diversas antologías y publicaciones literarias tanto nacionales como extranjeras. Aunque se ha dedicado a la creación poética desde muy joven, sus primeros libros publicados fueron considerados de "poesía infantil" y son: Ojitos negros (1965), Navidad (1966), Piolín (1979 y 1985) y Lunas de harina (1999). Sus poemarios posteriores, "para adultos", incluyen: Lazo esencial (1982), A la intemperie (1984) –obra donde recoge algunos de sus primeros poemas, de comienzos de la década del 60–, Igual que en las capueras (1989), distinguida con el Premio de Poesía "José María Heredia" de la Asociación de Críticos de Arte de Miami, Estados Unidos (1985), De-positaria infiel (1992), poemario ganador del Premio (único) de Poesía del Instituto Cultural Paraguayo-Alemán (1992), Un sorbo de agua fresca (1995; Premio El Lector), obra que le ganó en 1996 el Premio Municipal de Literatura, compartido ese mismo año con Jacobo Rauskin (por su libro de poemas Fogata y dormidero de caminantes aparecido en 1994), Territorio Esmeralda (1997), Un verdadero hogar (1998), Banderas y señales (1999) y Río Blanco y antiguo (2002). Tiene también un par de libros inéditos: Para reconocernos como hermanos, obra finalista en el concurso poético del Ateneo Casablanca, de Córdoba, España (1989), y Ceniza y llamarada, obra que obtuvo el accésit en el Concurso Quinto Centenario convocado por la Embajada de España en Paraguay (1990). Además de su prolífica producción poética, Gladys Carmagnola es editora de las colecciones de poesía infantil Corcel y Piolín.


A LA INTEMPERIE

Deja en mi reposo una flor.

A mí, déjame afuera.

No amo encierros de cárcel.

Yo quisiera

quedar así nomás

con besos de luciérnagas

y lluvias en la cara.

Entonces sí todo valdría la pena

–y que tal vez el viento me llevara

ceniza ya; y que tú comprendieras

que si he dejado el alma a la intemperie

preferiré seguir de la misma manera.

Entierra ya el jazmín.

A mí, déjame afuera.

(1965)


NOSTALGIA

¿Por qué este aroma que me trae el viento

me inunda de nostalgia, de recuerdos?

(Pétalo azul,

agua,

ternura,

cielo...)

Aquel amor

¿fue amor?

¿ha sido todo cierto?

Este aroma que vive desde entonces

¿es auténtico?

(1967)


PARA DECIR AMOR

Para decir amor necesitamos

despojarnos de sílabas impuras;

abrir la realidad, y de su entraña

elegir de entre todas las verdades, tal vez una.

Para decir amor ¿ayuda comprender

que el ser tiene sus letras ineludiblemente ocultas

en la brutal certeza de una palabra

hecha de tierra oscura?

Para decir amor necesitamos vivir.

(Y vivir no es hacer con nuestras dudas un paquete al

[cual dar pronta y piadosa sepultura,

sino entender que aunque enterremos todas

habrán quedado siempre varias insepultas.)

Para decir amor...

¿Decir?

¿Amor?

¿Y por qué no aceptar esta verdad

sin evasivas, sin rebeldías turbias,

sin

excusas?

¿Por qué sencillamente no aprendemos a amar

mientras vivimos esta larga búsqueda?

(1981)


CONFESION

Sí.

Yo llamé a tu puerta día tras día

y mendigué cuanto pudieras darme

–como una pordiosera.

¿Por qué hablo en pasado?

Todavía

tiendo mi mano a ti cuando la tarde

disimula mi angustia y mi vergüenza.

Te amo más que nunca

y tu avaricia me duele siempre igual;

pero dejarte,

yo,

Poesía,

¿dejarte?

¡Muerta!

(1982)

(De:A la intemperie, 1984)


COMO SI NADA

Entonces Dios andaba

llenando todos los rincones de la casa.

Cuánta paciencia. Sí, Señor, cuánta paciencia:

ir y venir, así, como si nada...

mientras crecían las hojas,

se hacían fuertes las ramas

y el Río seguía su curso

con su corriente clara.

Hoy sé que no es posible

volver atrás las páginas

salvo para encontrar que cada letra

ha sido utilizada

para dar forma a ese vocablo justo,

a esa oración exacta.

El riesgo, en oportuna y justa dosis,

fecundó la semilla y la hizo planta.

Sin pruebas: bajo el sol, multplicado

en flores, frutos, ramas,

se evidencia que fue creciendo lentamente

con el caudal del Río, el de la palabra.

Por eso. Y es mejor así: el hoy es hoy.

El ayer aún existe. Ya llegará el mañana.


OLVIDO

Prehistórico río-vida, antiguo río-amor, reciente

río-desdicha:

aquí o allá, de un lado a otro,

inclaudicable, fiel, ineludible, vas conmigo.

Y voy en ti, a ti –libre– amarrada

con ese amor de entonces:

sabor de pan y olor de mandarinas,

de lirios blancos, de garúa finísima,

de guantes de algodón y de banderas

blancas...

Sigues el mismo. Y serás igual

cuando llegue a la aldaba

y llame

nuevamente a la puerta

sin prisa, sin testigos,

ya sin miedo ni amarras,

a ver si te me abres de tal modo

que, abandonando algunos hábitos y ritos,

andemos juntos

–viejos camaradas,

nuevamente juntos–

la oscura primavera del olvido

que letra a letra

definitivamente con nosotros vaya

no al Mar de la Tranquilidad

ni al océano de los despojos

sino a la tierra firme,

prometida comarca,

donde después del largo viaje,

pueda, por fin tranquila, echar las anclas.

(De: Río Blanco y antiguo, 2002)


Gabriel Casaccia

(Asunción, 1907 - Buenos Aires, 1980)

Cuentista, novelista, dramaturgo y periodista. Considerado el fundador de la narrativa paraguaya contemporánea, Casaccia vivió la mayor parte de su vida en la Argentina, donde también escribió y publicó casi todas sus obras y donde falleció en noviembre de 1980. El total de su producción literaria consta de diez títulos que incluyen siete novelas, dos colecciones de cuentos –El Guajhú (1983) y El pozo (1947)– y una obra de teatro en un lapso de cincuenta años: en 1930 apareció Hombres, mujeres y fantoches, su primera novela, y en 1980, pocos días antes de su muerte, terminó el manuscrito de Los Huertas (novela publicada póstumamente en 1981), su último libro. Sus obras más importantes son tres novelas: La babosa (1952), La llaga (1963) y Los exiliados (1966), dos de las cuales (La llaga y Los exiliados) han sido premiadas en concursos internacionales. Su única obra no publicada en Buenos Aires, Los herederos, apareció en España en 1975.


LA FUGA

Se sentó y enseguida se levantó. Caminó un rato por la pieza. Parecía que dudaba entre salir y quedarse. Daba la impresión de que estaba impaciente e intranquilo. Fue hasta la puerta y quedóse un rato indeciso con el picaporte en la mano. Era una mano larga, flaca y llena de manchas. Giró a medias el picaporte y vacilando lo soltó. Se llevó la mano derecha a la boca para atusarse un bigote inexistente. Entonces recordó que esa mañana en casa de Olazábal, donde se había cambiado apresuradamente sus ropas de militar por un traje que le prestó su amigo, se afeitó los bigotes para desfigurar en parte su rostro tan conocido en Asunción. Sus ojos negros, pestañudos, miraban hacia adelante como alelados. De pronto, su mirada perdió esa expresión de vaguedad, y se fijó en la lámpara que estaba sobre la mesa, como si la viese por primera vez. Lo que más le gustaba de esa lámpara era su pie de porcelana con flores en relieve. Era una antigua lámpara de kerosén transformada en lámpara eléctrica. Esa lámpara estuvo muchos años en la sala de su tía Juanita, una solterona amable y conversadora, que se la obsequió cuando lo ascendieron a capitán. Las veces que iba a casa de su tía ponderaba esa lámpara, y tantas veces lo hizo, que su tía lo interpretó como una forma discreta de pedírsela, y se la regaló. Pero era una torpeza y pérdida de tiempo que en este momento se pusiera a pensar en cosas ajenas a su crítica situación. Debía tomar una resolución, o esconderse unos días, o ahora mismo, aprovechando la oscuridad de la noche, cruzar la ciudad e ir hasta el río a embarcarse en un bote que lo llevase a tierra extranjera... Creyó oír los pasos del centinela que durante tres años de prisión, hasta el día anterior, pasaba y volvía a pasar por delante de la puerta de su celda. Noche y día, día y noche. Se había repetido tanto ese ir y venir, que ahora, ya lejos de la prisión, aún lo creía oír. Tres años preso es mucho tiempo para que no dejen huellas profundas en el espíritu y en la memoria, y uno no se lleve consigo esos recuerdos adonde vaya. Tal vez nunca más se le borrasen. Viviría el resto de sus días como rodeado siempre por los cuatro muros de la celda... Fue una imprudencia, que podría comprometer a Olazábal, haberle dejado su uniforme. Olazábal no era militar, y si la policía encontraba un uniforme en su casa enseguida sospecharía que era el suyo y con los interrogatorios conseguirían el resto. Seguro que la casa de Olazábal sería el primer sitio adonde caería la policía, a husmearlo y escarbarlo todo, como perros que buscan un hueso. Le hablaría por teléfono, pero el teléfono que solía estar sobre aquella mesita, no estaba. ¡Claro! Después de tres años sin nadie que pagase las facturas, lo habrían retirado. No se puede estar tres años preso y a la vez conservar el teléfono, a no ser que alguien lo pague. De nuevo le pareció oír los pasos del centinela, tan precisos y fuertes resonaban, que Diego Almada abrió la puerta y se asomó a mirar afuera. Una oscuridad profunda se extendía más allá de la puerta, tan honda como si estuviese en el borde de un abismo sin fondo. Una oscuridad verdaderamente impresionante como no la había visto en toda su vida... Olazábal no era tonto, y ya habría hecho algo con el uniforme. Durante un año había planeado esta fuga con Olazábal, todos los detalles, uno por uno. Lo más difícil fue descolgarse por el alto muro con la cuerda que Olazábal había conseguido hacerle llegar por medio de esa chipera que vendía chipá y asucapé en la cárcel. Pero lo que más facilitó su huida fue el uniforme que llevaba puesto. Eso sí que era algo incomprensible y a la vez providencial que le permitieran usar su uniforme en la prisión. Con el uniforme, los soldados y guardias lo tomaron por un jefe de los tantos que andaban por allí... Al dar unos pasos le pareció tropezar con la banqueta de la prisión. Se agachó para recogerla y entonces advirtió que era una pequeña silla baja de la salita. La había confundido con la banqueta. No se liberaría nunca de ese pasado odioso. Cualquier objeto, cualquier ruido los confundía con recuerdos de sus tres años de encierro. De seguir viviendo así mejor era volver otra vez a la prisión, porque su libertad era aparente... Al meter la mano en uno de los bolsillos del saco de Olazábal encontró un papel. Era el recorte de una hoja de diario. Lo desdobló y leyó un título a tres columnas. "El capitán Diego Almada se fugó de la prisión. Se espera detenerlo de un momento a otro". Y luego se relataba de cómo había escapado y se referían sus antecedentes de peligroso conspirador político. Muchos datos de la fuga eran inexactos, inventados por el cronista. Estaba recortado de un número de La Tribuna del cinco de mayo, y hoy era cinco de julio. Eso lo sorprendió mucho a Almada, porque esa crónica narraba su fuga de la noche antes como si hubiese ocurrido dos meses atrás. ¡Qué extraño! Pero si la crónica a pesar de sus errores e inexactitudes de detalles fuera exacta en cuanto a la fecha, ¿dónde había estado durante esos dos meses, entre el momento de su fuga y la llegada esta noche a su casa? Se le ocurrió que si su fuga hubiese ocurrido dos meses atrás no podría recordar con la precisión con que recordaba el empleo de su tiempo en el día de ayer, minuto a minuto. Se había levantado a las seis de la mañana al toque de la campana; luego había ido, con otros presos políticos, al retrete y a lavarse en unas piletas en el patio. Después, tomó su mate cocido con un pedazo de pan duro como piedra. Media hora de recreo, etc., etc. Pero de pronto se turbó porque todo lo que hizo la víspera de su fuga pudo hacerlo dos meses atrás, porque durante los tres años de prisión todos los días fueron iguales, repetidos, y no podía decir cuál era anterior o posterior. Desde el primero al último todos con el mismo calor, las mismas miserias y las mismas palabras. Recogió el recorte que había dejado caer al suelo. Comenzó a leerlo de nuevo. Podía ser también otro capitán Almada. En Asunción había otros Almadas, y como en la crónica daban dos o tres detalles que no coincidían con lo sucedido en su fuga, podía tratarse de otro escapado. El no había amordazado ni desnudado a un guardia para vestirse con su uniforme y confundirse con los otros guardias. Sin duda que no se trataba de su fuga, sino de la de otro Diego Almada, también capitán como él. Otro Almada que había huido de la prisión dos meses antes... Creyó oír de nuevo los pasos del centinela. Lo obsesionaba y torturaba ese recuerdo. Su vida estaba ya rota, herida para siempre por esa sensación infame del centinela pasando y repasando por delante de su puerta. Donde fuese lo perseguiría ese recuerdo hediondo. Le sería imposible vivir con ese recuerdo, porque la verdad es que hay recuerdos que corrompen toda una vida y a los cuales sólo se los puede borrar borrándose uno del mundo. Y el capitán Almada sacó del bolsillo de su pantalón una lima, cuya punta la había ido afilando, y afilando, en esos tres años de prisión, hasta ponerla aguda como un alfiler. La llevaba consigo tal vez con la idea subconsciente de que llegaría este momento. Creyó oír ruido detrás de la puerta. Posiblemente lo estarían esperando afuera para apresarlo nuevamente. Recordó que el diario decía que esperaban detenerlo de un momento a otro. Tenía que liberarse de esa persecución. Borrarla definitivamente con la punta de la lima. Se abrió la camisa. Sobre el pecho desnudo, en el sitio del corazón, apareció un pequeño círculo rojo. Lo miró asombrado. No recordaba haberlo visto antes. Podría ser que se lo hubiese dibujado en la prisión mientras afilaba pacientemente su lima, en todo ese tiempo que estuvo preso. Se arrodilló, apoyó la punta de la lima en el centro del círculo rojo y sintió como la punta afinada penetraba lentamente en su carne, sin dolor, sin perder una gota de sangre, como si la lima no lo hiriese, como si en lugar de ser un hecho terrible fuera un juego. Y de pronto comenzó a sonar desesperadamente el teléfono. El capitán Almada comprendió que era Olazábal que, angustiado por su preocupación de que encontrasen el uniforme, lo llamaba para avisarle que lo había quemado. Como no tenía fuerzas para levantarse, extendió una mano en dirección del teléfono, y al querer agarrarlo, cayó de espaldas. Fue en ese momento que recordó que ese dibujo en el pecho no se lo pintó en la prisión, sino cuando niño, con la misma tinta roja con que hacía sus deberes de escolar un día en que jugando quiso saber el sitio en que tenía el corazón.

(De:El pozo, 1947)


Mario Casartelli

(Asunción, 1954)

Poeta, músico y dibujante. Miembro de la denominada "promoción del 80", hasta la fecha ha publicado cinco poemarios: La rosa de tus días (1982), Contrapunto (1988; Premio El Lector), Sagrada irreverencia (1993; Premio El Lector), Monodia del verano (1993), bajo el pseudónimo de Braulio Gamarra, y Acuérdate que te espero (1996). Este último libro reúne medio centenar de poemas amorosos, seis de los cuales ya habían aparecido en algunos de sus volúmenes anteriores. Como cantante y compositor musical, editó en 1985 la cinta Según el color del cristal. En 1992 obtuvo el Segundo Premio con su canción "A un hermano del futuro", en el concurso de la composición nacional "José Asunción Flores". También es dibujante, caricaturista y humorista gráfico, y desde hace mucho se desempeña como tal en el diario vespertino Ultima Hora.


SALVACION

Un hombre acorralado

por silla, mesa, radio y otras cosas;

con angina de angustias en el pecho

–una culpa, quizás, o una tristeza–,

y no con la ilusión de la esperanza

sino con la desfalleciente voluntad

del náufrago en las olas

que siente que se agotan sus brazadas

aún lejos de la orilla;

un hombre acorralado entre paredes,

con plena certidumbre

de que en nada le ayuda salir hacia las calles,

intenta hallar alivio en las palabras

o en la meditación.

Pero fracasa.

Y al asomar su rostro a la ventana

a ver si alguna luz del horizonte

le guarda entre la niebla algún consuelo,

ignora que sus lágrimas ya inician

la lenta salvación.

(De: Contrapunto, 1988)


VERTEDERO

Cuando niño, se escapaba algunas siestas para hurgar en el vertedero de basuras del barrio, de donde surgían muñecas rosadas sin brazos, novelas deshojadas de amor, pelotas para siempre desinfladas y, en fin, otras cosas menos dignas de mención. Moscas infaltables danzaban felices en ese reino de inmundicias. Pero él vivía la aventura como un cuento mágico.

El otro rostro de la realidad quiso una tarde que sus blandos pies probaran sin querer el borde roto de una taza de porcelana. Más que el susto enojoso de su padre se le grabó, indeleble en el pecho, esa mirada cargada de afecto que desde entonces lo acompañó como si fuese un Angel de la Guarda. Quizá por eso nunca cedió a las advertencias de peligro. Una mañana preguntó a su madre por su destartalado camioncito de madera. Y ella le respondió que el recolector de basuras se lo había llevado.

Esa misma siesta fue a buscar aquel juguete. Y, luego de su paciente búsqueda de aguja en un pajar, lo encontró entre los interminables desechos. Mamá tenía razón: tan maltrecho estaba el camioncito que hubiese sido inútil cualquier intento de reparación. De modo que lo más acertado era dejarlo allí. Resignado, sintió que un pedazo de sí se desprendía para siempre. Y recordó que sus mayores solían decir que todo aquello que uno pierde lo recupera en el más allá. Pasó un día, una semana, y esa tenue esperanza fue apagada por el tiempo, cuando el tiempo se encargó de mudar el vertedero a otro sitio de la ciudad.

El barrio y el niño dejaron de ser niños, y sobre aquellos escombros creció una calle empedrada con casas relucientes.

Medio siglo después, otro niño en otro vertedero halló el retrato carcomido de un hombre envejecido. Nunca entendió por qué, en un fugaz parpadeo, creyó ver salir del retrato el es-pectro de un niño que iba al encuentro de un antiguo camioncito de madera.

(De: Sagrada irreverencia, 1993)


Víctor R. Casartelli

(Puerto Pinasco, 1943)

Poeta. Ex-presidente y miembro de la Sociedad de Escritores del Paraguay, (SEP) y de la Academia de la Lengua, Víctor Casartelli ha desempeñado y sigue desempeñando una activa campaña de promoción cultural. Actualmente es agregado cultural de la Embajada de Paraguay en el Perú. Es autor de cuatro poemarios: Todos los cielos (1987), su primer libro, La transparencia de los días (1990; Premio El Lector), La vida que vivimos (1992) y La emoción que no cesa (2001). Tiene también poemas publicados en revistas literarias y antologías nacionales y extranjeras.


POESIA

a Li Tai Po, que estará

bebiendo vino en las estrellas

Esta pasión secreta que nos mueve

a descifrar los símbolos, los sueños,

para cifrar con ellos la certeza,

¿es pasión en verdad o es la quimera

de urdir algunos versos con la trama

del amor, el dolor y la belleza?

Temblando ante la flor que se abre al mundo;

extático ante el beso o la mirada

que se prodigan los amantes núbiles

o sollozando sobre el pecho frágil

de los desamparados,

mi propia voz responde,

malabarando el verbo que se vuelve

–para mi corazón desguarnecido–

canción a la hermosura,

saeta del amor,

amparo en la tormenta.


ENTRE EL PERRO Y EL NIÑO, UN CORDEL

a J. A. Rauskin

Pasan despacio y son dos perfiles distintos en la esparcida luz sobre la acera. Tampoco idéntica lumbre les fulge en la sien; porque aún está en ciernes la razón en el niño y desde siempre maduro el instinto en el perro. Pero entre ambos tiembla un nexo divino, que jamás será traílla ni soga opresora, sino simple cordón umbilical por donde fluye un diálogo secreto y discurren, invisibles, el candor y la pureza en deífico engarce: el cordel. "El niño lleva un perro", dicen. Pero es el perro quien delante guía y conduce. Y quien, cuando el aire gira regresante, en ademán alerta olfatea, huele, husmea y, de súbito, para. Ya levanta las orejas: observa, escucha, atiende. Y con suave tirón, tal vez caricia imperceptible, conduce al niño hacia otra vida, hasta aquélla que late escondida, guarecida, temerosa del fragor impiadoso de la carrera humana: entre rotos ladrillos de un muro en ruinas, algún insecto erige todavía el mundo verdadero. Y niño él, ahora con ojos tan abiertos de tanto azoro, ya es descubridor de un mundo cierto que nítido pervive entre el acoso de la arcilla transitoria.

Perro pastor, pastor lejano, sin rebaños que velar, vuelto acaso compañero apacible y misericorde, sin atisbo de asombro en sus pupilas, ahora velando un niño lúcido, plácido entre la inquieta jauría, allí donde la súplica es balido, y ladrido la palabra dura.

(De: Todos los cielos, 1987)


LUNA DE ASUNCION

Anocheces brillando en las cornisas

y en los buques dormidos en el puerto,

y amaneces marmórea, opacada

entre el claror del cielo allende el río.


IMAGEN RENOVADA

Cuando vengas al Sur

en busca del paraíso perdido,

no te olvides, viajero del norte,

de traer la filmadora

y la kodak instantánea,

pues no bastan los ojos

para mirar

la gracia de los niños

espiritados

que se afanan como limpiaparabrisas;

la burdel belleza de las adolescentes

tratadas;

el divertido disfraz del indio

de los indios;

la colorida lámina del payaguá

extinguido;

la humeante negrura de las ollas

populares,

aquí,

en este perdido paraíso.

(De: La emoción que no cesa, 2001)


Augusto Casola

(Asunción, 1944)

Poeta y narrador. Socio fundador de la Sociedad de Escritores del Paraguay y miembro del PEN Club del Paraguay desde 1973, Augusto Casola ha publicado, en poesía: 27 Silencios (1975) y Tiempo (2002); y en narrativa: El Laberinto (1972), su primera novela (premiada en 1972 por el PEN Club del Paraguay), La Catedral Sumergida (1984), una colección de relatos, Tierra de Nadie-Ninguém (2000), otra novela, y Segundo Horror (2001; Primer Premio "Roque Gaona 2001"), su novela más reciente. Tiene además poemas y cuentos incluidos en revistas literarias y antologías nacionales y extranjeras. Varios de sus relatos han sido distinguidos con menciones y premios diversos, entre ellos: "La princesa" (Primer Premio Concurso de la Cooperativa Universitaria, 1992) y "El muerto" (Mención de Honor del Cuarto Concurso del Club Centenario, 1994).


LA PRINCESA

Al cerrar tras de sí la enorme puerta de nogal, le acarició el rostro la brisa fresca fluyendo del paisaje del bosque y llegó a sus oídos el gorgoteo incesante del arroyo al correr por el cauce donde acaba la pendiente del valle, alfombrada de florecillas multicolores sobre las que ondulan mariposas en torbellinos de luz.

Contempló su habitación iluminada por el sol. La luz amortiguada cruza el denso cortinaje del amplio ventanal de molduras trabajadas hasta en sus mínimos detalles por las manos hábiles de los artesanos del reino.

La Princesa percibió el halo de felicidad de ese mundo donde la metamorfosis creada por ella, da origen al universo brillante y satisfecho que la rodea y al que alienta con los eflu-vios de su corazón, creando la incertidumbre extraña de sonido y luz que despierta a la vida a los juguetes, dispersos en de-sordenado contraste, dentro del ambiente mágico del recinto.

Ante su presencia de hechicera, tras un breve temblor, los pequeños seres vuelven a alentar y se integran al reverbero vegetal del horizonte, absorto en el tenue navegar de sus nubes.

Los soldados de plomo desfilan en ordenada sucesión de columnas elegantes.

Los tamborileros enloquecen en su felicidad de latón, golpeando en frenético y desacompasado ritmo los instrumentos que sostienen en la cintura con gruesos cinturones negros que destacan el rojo vivaz de los uniformes.

Las muñecas, coquetas y frívolas, sentadas en un rincón, vuelven a tomar el hilo de antiguas conversaciones interrumpidas y el saltimbanqui, todo rojo, verde y oro, evoluciona en temerarias acrobacias creando una red de arco iris policromos al cruzar el espacio en arriesgada sucesión de pies y manos que van y vienen, cortando, con un silbido, el aire fresco y puro que brota del paisaje del cuadro ubicado en una de las paredes de la habitación.

De allí se extiende, hacia el bosque pintado, el tornasol de arreboles que huyen de un poniente absorto. Los árboles liberan el susurro del viento adherido a sus hojas al sobresaltarse por el canturreo del arroyo que se desliza acariciando los vértices gastados de las rocas y el cantizal del fondo de su lecho.

Es gracias a ella que el cuarto se amalgama a la magia de ese alucinante caleidoscopio de colores, risas y sonidos, para crear el tiempo misterioso de vivir a través de la Princesa.

Claro que sus padres, el Rey y la Reina, no imaginan la fantástica cosmogonía de esa galaxia secreta. La fascinación acaba ni bien algún profano accede al recinto, que recupera de inmediato su aspecto deslucido y anodino de realidad. Ellos ven un dormitorio infantil desordenado y un cuadro desteñido y cursi colgado de la pared.

Las otras habitaciones del palacio siempre despertaron miedo en la Princesa. Salones desleídos que parecen esconder la amenaza de extraños sortilegios, desdoblando una ansiedad opresiva que la hace temblar de los pies a la cabeza cuando cruza frente a sus puertas cerradas.

La Princesa prestó atención al golpeteo de cascos proveniente de la avenida y supo reconocer el de los caballos blancos, enjaezados en plata y ungidos a la carroza por un rico juego de correaje de cuero resplandeciente, la parafernalia adecuada para los coches destinados a transportar a los príncipes y princesas del reino.

El traqueteo de las ruedas sobre el pavimento cesó cuando el vehículo se detuvo frente al portón del castillo y en su reemplazo, el taconeo de los botines de la Reina resonaron urgentes en el silencioso corredor que conduce al aposento de la Princesa.

Sonrió a sus amigos que uno tras otro volvieron a adoptar la máscara de juguetes comunes. Los colores fulgentes del cuadrito se replegaron hasta adquirir el tono opaco que se ofreció a los ojos de la Reina cuando abrió la puerta y tomó una mano de la niña, alejándola del cuarto.

Atravesaron el largo corredor de paredes oscuras que resudan su humedad añosa de dolor y lágrimas.

A la entrada del castillo se accede luego de recorrer un extenso sendero –flanqueado de rosales multicolores en constante floración– que va a desembocar ante el enorme portón de hierro labrado. Allí está el carruaje, cuyo delicado diseño causó en la Princesa, como siempre que lo veía, una inexplicable sensación de placer.

Ella misma no podría asegurar si la impresión era originada por las ruedas con engarces de piedras preciosas, por la nívea blancura de los asientos o por la espléndida sonrisa del joven paje que hace de conductor y de quien se sabe secretamente enamorada.

El la saludó con una breve pero elocuente inclinación del torso, quitándose el sombrero de plumas con el que tocaba siempre su cabeza rubia.

Los caballos blancos, empenachados, a duras penas contenían su fogosa inquietud de caminos mientras esperaban entre relinchos y resoplidos golpeando, en breves saltos, sus cascos contra el pavimento, marcando un ritmo que recordaba al de los alegres bailarines de mazurkas y polkas de las fiestas que eran frecuentes en los salones del Rey.

Los otros príncipes, los que subieron a lo largo del trayecto, la llamaban a gritos, riendo entre sí y haciendo morisquetas para urgirla a acompañarlos. Ellos también iban cubiertos de esplendorosos vestidos de ricas telas coloridas, el atuendo adecuado a los príncipes y princesas de su edad.

Giró hacia la Reina que inclinó el altivo porte para recibir un beso y luego, corriendo, la niña se dirigió al carruaje, donde la algarabía crecía por momentos.

Su madre no pudo evitar el secarse de la mejilla la humedad de la saliva depositada con el beso y lo hizo, como de cos-tumbre, aprovechando la distracción de la Princesa que subía a la carroza.

Al tiempo que el paje restallaba el látigo sobre las cabezas de los corceles de blancas crines, ricamente adornadas, la Princesa volvió hacia la Reina su rostro, sonriente y mongólico y el viejo ómnibus arrancó, rumbo a la escuela de niños especiales.

(De: Revista Ñe’êngatú, Nº 131, Rincón literario Nº 77, agosto de 2001)


ROSTROS

…rostros de mujeres

rostros

risas de mujeres

risas

labios de mujeres

labios

lágrimas de mujeres

lágrimas

rostros, risas, labios, lágrimas.

Mujer,

perpetuamente viva

perpetuamente amada

Mujer.


CONOCIMIENTO

Sé de un mundo de imágenes sin tiempo

y adioses preteridos;

un mundo al que se accede

por tragaluces

del olvido.

Sé de un mundo

perfilado de imágenes

de seres

que ya no están

o nunca han sido.

Soy hijo de ese mundo

de imágenes sin tiempo;

O acaso

de ese tiempo

de imágenes sin mundo.

(De: Tiempo, 2002)


Narciso R. Colmán

(Ybytimí, 1876 - Asunción, 1954)

Poeta y prosista en lengua guaraní. Valor destacado de la literatura autóctona de su país y figura clave en el resurgimiento del interés por la cultura indígena durante los años veinte y treinta del siglo XX. Narciso R. Colmán escribió sus poemas y canciones en guaraní bajo el seudónimo de Rosicrán. De sus libros más conocidos hay que destacar: Ocara Poty (1917), antología que reúne más de setenta poemas, y Ñande Ypy Cuera (1929), su obra cumbre, con 2.800 versos. También es autor de Ñeengá Rovy (1934), Ñandeyara ñeé poravopyré (1935) y Nuestros antepasados (1937), traducción de Ñande Ypy Cuera, entre otras obras publicadas, y de una serie de poemarios y versos aún inéditos.


PIRAPIRE DINERO

Oimerö pejhenduseva Si hay quienes quieran oír

peicuaata agui riré desde ya que sepan quiero

mba’epa pe jhe’iseva qué es lo que quiere decir

Caraí Pirapiré. Caballero Don Dinero.

Cuatiá ky’a vaí Mohoso y de mal olor,

opá jhacuá jhavembava, un sucio papel, inmundo,

jha’e cu upé Caraí ése es el magno Señor

cu yvy ari Ñandeyara. el dios y amo de este mundo.

Pe Pirá rereco’yro, Si no tenemos Dinero,

ndé nda jhaéi mba’evé. entonces, no somos nada,

Chake nde ay, cu nde vyro... se nos llama majaderos

¡na nde yairi mamové! y se nos veda la entrada.

Mitá tavy yepevé Hasta al niño de chupete

pe Piramí ojhechasé lo cautivan sus encantos,

ñambopirirí guivé al crujir de los billetes

¡opaitema pe tase! se acabaron ya los llantos.

Pirante nde recové, Por el Dinero somos señores,

pirárente recarú, por él, el hambre saciamos,

Pirá re recó guivé siendo de él poseedores

reipotávama rerú. todos los gustos nos damos.

Jhesé rerokirirí Con él se logra ocultar

opá jhecope gua’y las costumbres indecentes

rejhupytyvo aveí y satisfacer, al par,

cu recái rechyryry. las pasiones más ardientes.

Rerecosegui Pirá Porque tenerlo nos place,

¡cacuaá remba’apó! trabajamos sin cuartel

Jha jhesé manté vaera y toda cosa que se hace

opamba’e reyapó. es siempre en procura de él.

Pe pirá imbaretevé Don Dinero es invencible

Tupame ojhasá voí... por él, Dios es preterido.

¡Jhesé yepé oñevendé A su influjo irresistible

Kiritó itepe aveí! hasta Cristo fue vendido.

Reicoro reñembo’e Ganar el pan, no logramos

ne reganái tembi’u por más preces que recemos

piramí rejhé guivé sólo con dinero vamos

re’useteve re’u. a comer lo que queremos.

Jhasyro mboriajhueté Cuando cae enfermo el pobre

ndo yeyúi ipojhanó; trágico final le espera,

oparo Pirapiré al quedarse sin un cobre

icatunte remanó. lo más seguro es que muera.

Nde Pir’yma guivé Sin Dinero nadie pisa

y vape ne reguajhéi... los patios del Paraíso,

¡Misa ndoicói nde rejhé sólo oblando por la misa

ño Pelo na nemoingéi! San Pedro nos da permiso.

(Tupa ta che perdoná (Que Dios me haya perdonado

che ñe’e vaí riré...) si me excedí en la palabra...)

¡Nda jha’eiye angaipá Se dice que no es pecado

ñande yapu’y guivé! cuando sin tapujos se habla.

(Traducción de

Nabel Felipe Estruc)

(Ambas versiones, de: Luis María Martínez, ed., El trino soterrado, vol. I, 1985)


Julio Correa

(Asunción, 1890 - Luque, 1953)

Poeta, narrador y autor teatral. Considerado el dramaturgo nacional más importante y durante mucho tiempo la figura de mayor influencia en el escenario teatral paraguayo, Correa fue también uno de los fundadores del teatro guaraní, al que aportó obras con temas de la Guerra del Chaco y al que enriqueció con la inclusión de personajes campesinos en papeles de relativa importancia y significación. Su obra poética publicada incluye Cuerpo y alma (1945) y Obra poética (aparecida póstumamente en 1983). De su copiosa producción teatral –cerca de unas veinte piezas– son muy conocidas: Sandía yvyguy, Guerra ajá, Terehó jevy fréntepe y Pleito riré, todas en guaraní, y Karu pokã, con versión castellana (Los malcomidos) del mismo autor. En narrativa tiene varios cuentos dispersos en revistas y periódicos de la época, recogidos y publicados póstumamente con el título de Sombrero ka’a y otros cuentos (1969). De aparición póstuma más reciente son susPoesías y cuentos completos (edición a cargo de Miguel Angel Fernández), libro publicado por Editorial El Lector en 1996.


ROMANCE DEL NIÑO ASESINADO

Todo ensangrentado,

como un Jesucristo,

por ser todo un hombre

frente a los esbirros

de la tiranía,

han muerto a aquel niño.

Después de arrancarle

los dientes en frío,

le despedazaron

la cabeza a tiros.

Y de sus puñales

mellaron los filos

clavando su pecho

los cuatro asesinos.

... Detrás de un cadáver,

camino del río,

manchados de sangre

van cuatro bandidos.


NO CANTEIS MAS POETAS

No cantéis más poetas vuestra vieja canción

de los dulces amores y de la vieja pena,

con las puerilidades de la dura cadena

que un Cupido de palo os ató al corazón.

Dejad a un lado los jardines,

a los viejos poetas del Trianón y Versalles

con las cursilerías de Pierrot, arlequines,

princesas y pastores de los floridos valles.

Y volad a las calles

y con los adoquines

formad las barricadas heroicas del derecho.

Es ahora la hora

de presentar los pechos

a la ametralladora,

y de morir deshechos

vengando los agravios;

el himno de los libres en los labios;

crispadas o cerradas en puños vuestras manos,

golpeando la frente sucia de los tiranos.


LA PREGUNTA

Viejecitos descalzos

que vagan por las calles

alegres de la urbe

como un pregón del hambre,

con las manos tendidas

en un gesto implorante:

nadie piensa al mirarlos

en que fueron titanes

que asombraron al mundo

cuando la guerra grande.

Yo pregunto a la Patria

si los héroes de ahora,

de aquí a cincuenta años

serán unos misérrimos

viejecitos descalzos.

(De:Obra poética, 1983)

SANDIA YVYGUY *

OMBA’APÓVA

DOMINGA: Upe ogapegua temimongakuaa ikuñataĩ ramo ramóva.

ÑA TUNI: Ĝuaiĝui oikóva pýri umichagua ogaguasu rupi. Tembiguái ruvicha, ĝuaiĝuiete.

JUAN: Tembijokuái jepokuaaha, jeroviaha. Ika-ria’ypáma.

ZOILO: Oga jára ra’y, ha túva ipore’ŷ jave, ha’e uru. Karia’y tyarõ, ituja jekuaáma.

PA’I TIKU: Tuja oikóva pŷri pehênguéicha. Juan mon-gakuaahare ha ipaíno.

MEDICO: Karai pyahu.

MOKÕI TEMBIJOKUÁI: Juan irũnguéra (1).

Ko oikóva oiko peteĩ mboriahu ryguatã, okaraygua, róga guýpe. Ojehecha opaichagua tembiporu. Ka’arupytũ. Arahaku.

PEHĒ PETEICHA

PA’I TIKU: Reheka jevýma piko che ra’y re’uva’erã. Ndetainunga rejúvo.

JUAN: (Pochy reheve) Cheñembyahýi. Reikuaápa.

PA’I TIKU: Ndaha’éi niko pochyrã che ra’y.

JUAN: Che nda’ipóri che ru ni che ruvicha. Che Karia’y, tamombe’u ndéve.

PA’I TIKU: Chéko ndekakuaaĝua nde aña morombi.

JUAN: Chehegui kakuaave nda’ipóri ko’ápe. Año-rairõva’ekue Volikuéra ndive cheku’ipa peve. Chéko kávo, Boquerón-pe añasende vaekue.

PA’I TIKU: Ha chendive piko reñorairõse avei. Nde sy ha nde ru omano ramo, rogueru chendive. Ne michĩva’ekue upéramo ha taitámi ere chéve, ha che korasõ opa opyryrýi vy’águi. Upéi ne akãmbukumi ha lepijúpentema cherenói... Opa umi mba’ére che mba’eve nda’éi... Upéi ou pe ñorairó Cháco-pe ha rehóta ramo akyhyje, aryrýi, añani aha umi ñu rehe ajehe’o ha chéko ni Francisca omano ramo ndajahe’óiva’ekue... ha ni Lóma Valentína nachembopytaryrýiriva’ekue. Che mandu’a ne michĩ ramo, py-hare ahendu ramo ku pombéro opiã, roguerokyhyjégui, nde pomi che pópe, nambojái che ropepi pyhare pukukue jave. Che ko’ê mahináriape nde rehe... Che mandu’a ne michĩ ramo rombe’e "Sí señor" ha "Vien i ute" rehe. Nde tuichamívove romoĩ ekuélape reguapy ha relee: "Pala, pala, pala". Ha erévo vaicha che pópe peteĩ pála ha ajo’o vaicha hína "plata yvyguy" anohê haĝua "Carlo cuarto" ha "Onza de oro" ndéve guarã... Upéi ahendu relee: "ojo, ojo, ojo", ha che kóicha ojepe’a umi che resa, ha rohecha ndekaria’y vaicha ma... Upéi ahendu relee: "ala, ala, ala", ha añandu ipepo che korasõ vy’águi... Ha ko‘ága opaite mba’e rehe nde pochy chéve "Cría la cuervo para sacarme tu ojo..." he’íva voi niko... ha nde’ireíri upéva... nde’ireíri upéva.

JUAN: Nanendivéiko chepochy, che ru... Chetarova... chetarováko. Tuvichaiterei mba’e niko ko ojehúva chéve. Ndaikatúiko omombe’u, chejuvýko ko’ápe. (Oike Dominga omaña’ýre avarére. Isái pyahuete oúvo. Tuicha imbo’y ha ikygua vera. Pynandi ou. Ombyakutahína y ka’ayrã. Juan oma’ê asy anga hese.)

PA’I TIKU: Ndepaketetépa... Ojegua la jégua.

DOMINGA: ¿Mba’e ere?...

PA’I TIKU: Mba’evéko che nda’éi... Rejegua... ha’énteko. (Oike oúvo Zoilo. Oñemonde karai okaray-guáicha ha hova pochy.)

ZOILO: (Juan-pe) Kosináme jeýma rojuhu. Nde-kaiguéva niko nde individuo.

JUAN: Ma’ê che patrón: che ndaha’éi endivído. En-divídoko umi ohekáva aipo "certificado médico" ani haĝua oho odefende tetã.

PA’I TIKU: (Oñakãitykaity ha opukavy.)

ZOILO: (Juan-pe) Tereho eru chéve che lovopi.

PA’I TIKU: Oime ahechákuri oñeñapytĩhína amo ka’aguy yképe. (Juan ojere oho haĝua, oipyhy tukumbo.)

ZOILO: Isã voi hína. (Juan omombo tukumbo ha ojere oho.)ZOILO: (Dominga-pe) Ho’aitépa nderehe upe mbo’y.DOMINGA: (Oharyvo imbo’y ha omombo yvýpe) Kóina. Ndijavýi cherapýva.PA’I TIKU: (Osênguévoma) Nderapyva’erã voínte upéva. Ha heta gueteri hasyva’erã ndéve upe rekai-hague, ha, ha, ha...

ZOILO: Isantoro... pe lepiju. (Oñemboja Dominga rehe) Mba’ére piko péicha rejapo cherehe che tupãsy...? Ndacherayhuvéima piko che esperanza-mi?

DOMINGA: Nahániri jepe. Ndaipotavéi, ndaipotavéi voínte reñe’ê chéve. Che argela. Ta’e porãite mandi voi ndéve.

ZOILO: Mba’e ivaietéva piko oje’e ndéve cherehe che encanto pehênguemi, che oro ku’i, che yvoty pyahu... Ndacherayhuvéima piko nde che áma porã kuarahy resê?

DOMINGA: (Ojehekýivo ichugui) Cherejápe. Nahen-duséi. Nahenduséi mba’eve. Ani repoko cherehe ha’e niko ndéve. (Oike Ña Tuni.)

ÑA TUNI: (Oporomongele’évo) Pikaritokuéra... Ma’êke hikuái... Ma’êke hikuái... ku pa-lamamĩcha ojoavi’ũta jave aguahê. Tahánte che. Tahánte che... (Ohótagua’u.)

(Upe jave oñehendu peteĩ mbokapu mombyrymi. Dominga oñandu vaicha mba’e vai ha Zoilo katu opyta ososopa.)

DOMINGA: Jesu... aipo mbokapu...

ZOILO: Tíro; ápeo; ipu (ombohasa ipo isyváre), che ndaikuaái; ikatu; ikatu. Algún cazador, cazador, cazador nera’e.

DOMINGA: Pehecha. Pehechamína, mba’épa.

ÑA TUNI: Na, výra. Oiménera’e La Nieve hũ rymba vaka kose oike jevýma kokue ahénope.

DOMINGA: Nahániri. Nahániri. Pende sy rayhu rehe ajerure peême pehechami mba’épa. Ojejuka guive ako karai Arce, ahendúvo mbokapu aimo’ã jevýma oime ojejukava. (Dominga osê oka gotyo.)

ZOILO: (Ojokóvo ĝuaiĝuíme) Oñembyai sapy’a chehegui, ñaimo’ã apotéma.

ÑA TUNI: Ani rejepy’apy che karai. Chendivekohína kóva. Nda’ipóri ñam-bopukuva’erã he’i loríto kasõ ojuhuva’ekue rematehápe.

ZOILO: Pe tekove morombípeko ha’e ohayhu. Pe aña karê ou guive voi niko oñeme’ê añáme.

ÑA TUNI: Ha nde piko rejepy’apýta upévare? Con perdón de la palaura, nde rovatavy che pa’i.

(Juan-pe ogueroguahê mokõi iñirũ. Ojehecha ojejapihague ijatukupépe. Pa’i Tiku ou hendivekuéra. Upévo, Zoilo osê.)

ÑA TUNI: Mba’e piko che Dio ko ahecháva. Santa Rita che señora. (Juan oñemboguapy ha ojejoko.) Neremanomo’ái piko che niño durse. Neremanomo’ãi piko che karai.

JUAN: Nahániri. Ejei che resa renondégui.

PA’I TIKU: Nerehendúi piko. Tereho he’i niko ndéve, terã piko mba’e, mba’e re’use.

ÑA TUNI: (Ohokuévoma) Ha chéiko avei marã aju aike aike’ýhaguáme.

IÑIRU PETEI: Ñamoĩ hese sombrero kusugue. Upévaicha iporãva nda’ipóri.

IÑIRU AMBUE: Ñandu renimbokue katu.

PA’I TIKU: Na, tove, iporãve jaru mandi ñande médico.

IÑIRU PETEI: Che aikuaa porã avápa ojapouka.

IÑIRU AMBUE: Ekirirĩ katu. Taha taru karai Ferreira. (Oho.)

PA’I TIKU: Oporãve ñarokirirĩ ramo kóa ko guasu’api. Falsa tetimóño rehe ñande rerahaukava’erã kalsete ryrýipe. Oĩ porã upéva karaikuéra ndive.

JUAN: Aaai, Aaai, Agante roñombopagapava’erã itiémpope.

PA’I TIKU: Iporã añete ñarokirirĩ ramo. Falsa tetimóño rehe ñande rejava’erã kalsete ryrýipe voi; irríkovape guarã nda’ipóri katigo. Plata rehenda’ipóri jajogua’ýva ñane retãme. Nde rajy ojereraha ramo, ekirirĩ, nde niko mboriahu. Ekirirĩ ojepe’a ramo ndehegui nde yvy remba’apoha, nde niko mboriahu. Mburuvicha ndeja’o ramo, ekirirĩ; nenupã ramo, ekirirĩ; ho’u ramo cuatrero ne rymba vaka, ekirĩrĩ, nde niko mboriahu. Nde ra’y ojejuka ramo ekirirĩ; nde po rupi mante rejapova’erã hutísia; redemanda ramo, procurador ha doctor-kuéra oipe’apáne ndehegui opa rerekomíva, nde rejáne opívo ha akãnandi, ne mosêne nde rógagui ave; ojapoukáne nde yvýpe aipo chale. Aga reike ramo ikorapýpe jepe’a ku’ikue reka, ombo’éne nde rehe jagua... Ha mboriahu jey mante oñemoĩ mburuvicha poguýpe omano hagua ñane retã rehe. (Oma’êvo Juan rehe) Aga kóva katu ndopytareichéne. Ñande jajapóne hutisia kuéra rembiaporãngue. (Oike Dominga.)

DOMINGA: Mba’e piko kóva che Dio. Mba’e kóva che korasõmi del alma. Ava piko ojapi chupe.

IÑIRU PETEI: Ojeguasu’api.

DOMINGA: Mamoite piko rejejapi. Hasy piko ndéve Juan. Hasyeterei piko ndéve che karai.

JUAN: Pe ne ñe’ê ahendu ramo hasyve.

PA’I TIKU: (Ojero’a Dominga ári) Taikuaauka ndéve.

JUAN: (Ejepoupívo) Eheja Pa’i Tiku, ága akuera rire roñomongetamíne oñondive.

(Dominga ojayvy ha ohetũ Juan-pe pya’e porá ha osê oho. Juan ojohýi isyva oipe’apotávo kuña juru pore.)

PA’I TIKU: Mba’e piko péva che ra’y.

JUAN: (Tembejeguarúpe) Ndahayhuvéima. Ndahayhúi ni michimi. Ñandejára rehe ha’e ndéve taita. (Pa’i Tiku oipyhy iñakã ha ojopy ipyti’ãre.)

IÑIRU PETEI: Tahámba’e cheave médico reka. (Oho ravove iñirũ ambue oiké-ma médico ndive.)

MEDICO: (Ohupi hasýva kamisa ruguái, oma’ê ha he’i:) Errate humate he’i voi niko. Entero ikatu ojavy ahora che ndajekivokái. Juego central-etépe voi niko ojejapira’e. Tera-pléutica-pe mante péva okuera vera ha upéva espital-pe mante jajuhúne. Ha tekotevê vermífega, ha tekotevê vaccillo de kog, ave; ha ñande botíca-pe ni copretérito ndajajuhúi. Peraha la espital-pe pyá’e pyá’e terã pemoĩ chéve umi pohã ha’eva’ekue ha tamonguera peême un santiamentépe voi (Pa’i Tiku ha Juan irũnguéra ijurujái ko’ã mba’e ohendúvo.) (Oiké Dominga.)

DOMINGA: (Oporandu) Mba’e piko he’i?

IÑIRU PETEI: Ivai, oipota jaraha espital-pe.

PA’I TIKU: Ohótamante Paraguaýpe.

DOMINGA: Aháta che hendive.

JUAN: Epyta he’u porã upe ne sandía yvyguy.

DOMINGA: Ni che kuã tĩ rehe ndopokói upéva.

JUAN: Ekirirĩ. Roikuaai tereíko. Roñandupai-témako.

DOMINGA: Nahániri. Nda’upéichaiko che karai.

JUAN: Jajahejána umi vyrorei itujávagui. Nda-hupívai che yva okuiva’ekue itujúgui.

PA’I TIKU: Ndéko che ra’y repámava’ekue. Nde apelído jepe iñambue ko’ága. Ndéko Juan-karê-mema rejehero reju rire Boquerón-gui. Mba’evéko nde’iséi porayhu reñandúva. Porayhúgui ndajajapói mbo’y ha kyguavera. (Upéi he’i Domíngape, ojayvývahína rasaite otĩgui.) Serpiénta niko nde. (Ohekýi ikyse ha ojoko chupe hikuái.)

JUAN: Eheja Pa’i Tiku. Eheja che taita.

DOMINGA: (Oguevívo) Zoílooo...

JUAN: Ichupe. Ichupe ojerure sokórro, Pa’i Tiku, ejuka mandivoi.

PA’I TIKU: Pepoi chehegui.

JUAN: (Opu’ãse, oñeha’ã) Ani, ani. Eheja taita. Chekarêguinteko ndacherayhuvéi ha chembyekovia. Eheja. Umi Voli rupínteko ãva oiko (ho’a). (Dominga oñani imopuãvo ha upévo, oñemboty.)

PEHĒ MOKÕIHA

(Petei jasyho rire, upe óga oikohaguépe jey oguapyhína apykápe Dominga, ombovyvy Zoilo poncho; Ña Tuni oike kyhyje vai oúvo.)

ÑA TUNI: Rejoguaitépa umi rósa potykurúpe.

DOMINGA: (Heí kaigue vai) Nde piko ra’e.

ÑA TUNI: (Akóinte juruhe’ê reheve) Neporãitépa che niña durse, ha nde po’a, nde po’a múndope; áĝa katu rejere reikóvo upe po’águi.

DOMINGA: (Opuka ñembohory) E’a. Che po’ámiku.

ÑA TUNI: Mba’e jasýpe piko renaseraka’e ne mitã. Emombe’umi chéve tamoñe’êmi karai Cándido-pe upe ne síyno. Jahecha mba’épa he’i nde popyte.

DOMINGA: Ndaikuaaséi voi mba’eve. Japureíko umíva.

ÑA TUNI: (Omomba’eguasúvo) Asigún la líuroko upéva... Karai Cándido lunaria perpétua ndojavýi ni tyky ra’ychomi, péicha (Ohe-chauka ikuãme) Ne mandu’ápa ako Peru Antoño rehe, ku karai Serápio-tapoko ra’ýre.

DOMINGA: Ku ojahogava’ekue itaýme piko.

ÑA TUNI: Upéva... Upeaite rehe ha’e... Isy, Ña Pila-karape, ohechaukava’ekue karai Cándido líuro-pe isíyno ha osê upe iplaneta-pe omanova’erãha ýpe... hetámi isy oguero-kihyjégui ni nombojovahéiri imitãme... ha lo que’e ko ñande detíno, oñe-cumpli-va’erã katuete. Ohasávo pyénte tuja ipysyrýi pakova pire rehe, ho’a ýpe ojahogaite ndin voi. Oimeva’erã jepe niko noñandúiraka’e, ika’úmiko Peru Antoño anga. Dio le perdone.

DOMINGA: (Omañambuku) Mba’e poku ku idetíno ko Juan. Kensáe mba’éi-chaipo oime oiko pe espital-pe.

ÑA TUNI: Ajéiko nanderesaráiri pe mba’e karê sánto rymbágui, tekove mbo-riahu kurusu légua.

DOMINGA: Mba’evéko nde’iséi mboriahu oĩma guive mborayhu.

ÑA TUNI: Na, výra... ndéko che niña rejerureva’erã Ñandejára ha Tupãsýme nemombia haĝua malvesíno ha kuimba’e soguégui. Ereva’erã voi reñembo’ekuévo manterei: "arrenúnsio asatana, a tu pompa y a tu obra, i quiero pertenecerme iplatavévape para siempre".

DOMINGA: (Opu’ã oheja haguáicha pochypópe) Che diculpa, Ña Tuni, che rembiapo. Terehóna eju ko’erõ mba’e.

ÑA TUNI: (Ña Tuni opu’ã avei) Néi, néi che korasõ sánto. Manzanilla guasu rekáko ajúkuri. Ahava’erãko tupaópe nde critiáno (Osê). (Oike Zoilo. Dominga omoĩ mesa ári ao ha osêtagua’u.)

ZOILO: E... mamo piko rehóta che reindy.

DOMINGA: (Mba’everõguáicha) Ambovyvypáma.

ZOILO: Anína che esperanza-mi rejahéi che rehe (Ohavi’ũse hovápe).

DOMINGA: (Ojehekýivo) Nambre... ajépa ndeserradoite.

ZOILO: Nderepukamo’ãiko che rehe. Re’ava’erãko gueteri che pópe. Kovaite rehe ha’e ndéve(Ombokurusu ikuã).

DOMINGA: Chéko nda’ei voi anichéne. Ndaipo-tavéinteko reiko che rapykuéri.

ZOILO: Oimeva’erãko reimo’ã chembyekoviáta peteĩ tekove karêre (Oike Juan Irũnguéra upe jave).

ZOILO: Mba’e jeýma piko peipota.

IÑIRU PETEI: Ore ja rohótama, che patrón.

ZOILO: Mba’éicha piko cherejáta, che ra’y, hetaikoe ñande kóga ñana ojeka’apíva’erãhína.

IÑIRU AMBUE: Peime comprendido, he’íma oréve mburu-vicha ha rohóta rodefende ore retã.

ZOILO: Akonsegíta peême pepyta haĝua. Che lado porã lomitã. Ani pejepy’apy. Kóicha aime umi omandáva ndive.

DOMINGA: Oñemoĩta avei hikuái vála renondépe. Juan-pe ha’e porãva’ekue.

ZOILO: Výrogui oho vála renondépe oñemoĩ. Che avei ha’e porã va’ekue chupe añe’êseha hese opyta haĝua karai komi ndive.

DOMINGA: (Oñe’êreity) Nerakate’ýva voi nipora’e Juan rehe. Ajéiko rehayhuetéra’e chupe.

ZOILO: Ahayhuva’ekue ñande ryvy jahayhuháicha. Upéi, reju nde rejehayhuka chéve ha ndai-katuvéi ni ama’ê hese.

DOMINGA: Anichéne katu ere ahechauka hague ndéve che rãi che karai.

ZOILO: Ndaha’éi ne rãi ahecháva, yvága voi ahecha nde rehe ama’êro.

DOMINGA: Ndéicha iñañáva aña retã mante ohecháne.

ZOILO: Anivéna che amami péicha ne aña chendive.

DOMINGA: (Ojehekýivo) Ajeguaru ndehegui (Osê). (Zoilo opyta hovatavy rei ha’eño sapy’ami. Oike Ña Tuni.)

ÑA TUNI: Haimete... haimete chembopy’aropu pe karai tuja juru ky’a. Che jeko ndaha’éi kuñakarai reko porã; ha jeko aju ko’ápe aguahê mba’asýicha. Che recha jeyrõ añe’ê Do-minga ndie jeko che aká jokapáta harreador ývape.

ZOILO: Ani rejahe’o Ña Tuni... nda’ipóri ojapo-va’erã nde rehe mba’eve.

ÑA TUNI: Che niko Dominga ndive añomonge-taveýtarõ amanoiténe voi mba’embyasýgui. Ahayhu voi che memby teéicha. Ndijavýi che rye pore ko mitã kuña.

ZOILO: (Oipete pete chupe) Ani rejahe’o (Oike Pa’i Tiku).

PA’I TIKU: Oma’êsayke Zoilo-re ha he’i Ña Tuníme: Ha’éma ndéve ha’eva’erã. Ajevérõ tereho ko’águi.

ZOILO: Mba’e mba’e piko oike ndéve lepiju tuja. Ndiko ápe che patrón terãpa reipota romosê katu.

PA’I TIKU: Romosê ere? Ere jevy pe ereva’ekue tahen-dumi. Reimo’ã piko tupãmba’ejára mba’e che ko’ápe. Jaikuaami.

ZOILO: Ndachegustái reñentremete che asunto kuérape.

PA’I TIKU: Asunto... Asunto aje. Kóa ndaha’éi asunto. Kóa simberguénso asúnto. Neretĩri. Nanderuguýi nde rovápe. Nañaimo’ãi karai ha kuñakarai guasuetégui resê hague. Áĝa ou nde sy Paraguaýgui ha rehecháne ndaro-horyiha ni michĩmi ne rembiapo.

ZOILO: Nandegustái ramo reko, máke repoi pýgui ha opa.

PA’I TIKU: Nda’ipóri ápe chemosêva’erã. Che’ŷ rire ni pende rataypykué noĩvéimava’erãmo’ã ko’ápe. Ha nde upéva reikuaa porã. Umi Banco Agrícola-yguakuéra orremataukátarõ pende hegui pende yvy, ohova’ekue nde ru che rendápe ógape, omombe’u chéve. Upéramo che mandu’a nde aguélo rehe. Upéva kuimba’eva’ekue, ndaha’éi jápakue... Rubio Ñu rire... upéramo che cabo... apyta malerido, ha otopa che rehe... yryvu oveve ha ojepoítama jepi che ari cheresa’o hagua... ipy peteĩre, nde aguélo... ojejapi vaipa avei... oguahê cherendápe... Chembotyryry... chemoinge ka’aguýpe... che raso’o, ha guyra rupi’áre chemongaru... ha chemoingove jevy... Ãvare chemandu’a ha ha’e nde ru amyrýime: eapoteka chupekuéra che yvy, kóina ápe, ha epaga nde deveha. Áĝa upéi ojere porã ramo ndéve renohê jevýne pe ita guýgui. Upéi nde ru omba’apo... oñoty heta... ipara porãse rupi hína ipetŷ... ou Albino Jara revolución ha aipo montonero gobierníta oguahê osakeapa nde rúpe... Riremínte oúma Banco Agrícola oipe’a chehegui che róga, Francia tiempo guare, ha 100 itária che yvy... mboriahu apĩ niko apyta... ha he’i chéve nde ru, hesay hováre: Karai Tiku chamígo, ou vaipa ñandéve, jaha ógape, roguerekóta che ndive che rúicha, mba’eve nereiko-tevêichéne, reikuaa porã mbae’éichapa nderayhu Raimunda... ha aju hendive... nde renase mboyve... ha kóina áĝa chemosêta jaguáicha.

ZOILO: Che noromosêi, Pa’i Tiku. Ha’e porãnte niko ndéve. Reñembotavyse niko nde.

PA’I TIKU: (Ipochyvéntema) Tovatavy aje. Ndéiko reimo’ã che ta’anga mba’e (Oñemboja hese oipe’a chugui iñakãrehegua). Eipe’a kóva reñe’ê haĝua chéve (Zoilo omopu’ã ipo) che nupã nde infelí... che nupã, tokuipa isogue nde jyva.

DOMINGA: (Oike hatãvai) Nderepokoichéne hese. (Py’aro reve osê Pa’i Tiku.)

ZOILO: Itavyrai. Okalukáma pe karai tuja.

ZOILO: (Juan irũnguérape) Ha rire.

IÑIRU PETEI: Ore ndaha’éi sandía yvyguy.

ZOILO: Pende rovatavy katu. Che ndahaichéne ni che juka ramo. Ivýrovanteko oho Chácope.

OÑOIRU: (Oma’ê ojuehe ha oñemboja jovái hese, omongora.)

PA’I TIKU: (Oike jey, ojapete yvy rehe Zoilo akãrehegua ha ojetyvyro.) Oma-nóje ñande Juan espital-pe aipo tuverkulósagui.

DOMINGA: (Ipy’amanotaroguáicha) Che Dio... che Dio de mi corazón. (Zoile-pe) Nde. Nde la rejapoukava’ekue hese. (Hasê) Mardesído... Mardesído repyta... nde sandía yvyguy...(Oñoirũ ohekýi ikyse Zoilo oguevi, ohupi ipo.)

ZOILO: (Ikepeguáicha) Pechejuka. Pechejuka. Ndaikovesevéima.

PA’I TIKU: (Oike pa’ũme) Peheja. Peheja che ra’ykuéra... ani peñemongy’a. (Ohekýi ikyse ha omombó Zoile-pe) Kóina. Ejejuka nde nde karia’ýrõ añete.

IÑIRU PETEI: Ehupi pe kyse (Omoma’ê hese imba’éva).

IÑIRU AMBUE: (Hatãve) Ehupi he’i niko ndéve!

PA’I TIKU: Noñanimaichéne ko sandía yvyguy.

DOMINGA: (Ohechávo Zoilo omaña hese, ñepytyvõ reka) Ehupi pe kyse he’i niko ndéve hikuái.(Zoilo hesa tarova rei oryrýi, ñemo’ã itarováva) Ohupi kyse.

PA’I TIKU: Ejekutu jahecha.(Zoilo ohupi kyse ipyti’a rovái peve, otarara.)

DOMINGA: Toroipytyvõ Juan rérape (Oñemboja hese ojopy kyse ipyti’áre. Ho’áma Zoilo).

ÑA TUNI: (Oike sapukái sorópe. Oma’ê Zoile rehe, upéi opa oĩva rehe. Dominga avei ojahe’o, oñekarama Pa’i Tiku rehe. Juan irũnguéra hova sysyipa hikuái. Ña Tuni ojeity Zoilo retekue ári.) Pejuka... pejuka la karai Zoilo. (Hasé soro, opu’ã ohupi ijyva jovaive...) Jesucristo crucificado. Hijo de la Virgen María.

(De: Teatro breve del Paraguay, 2ª edición. Selección de Antonio Pecci [Asunción: Ediciones NAPA, 1981], pp. 11-20)

SANDIA YVYGUY (1)

(Versión castellana de Tadeo Zarratea)

La escena ocurre en una vivienda campesina, en verano, en una tardecita. Se observan varios utensilios y herramientas de labranza, indicando que no se trata de campesinos muy pobres.

Personajes:

DOMINGA: Criada de la casa de unos 16 años.

ÑA TUNI: Vieja agregada a las grandes casas campesinas, de unos 60 años; mayordoma.

JUAN: Joven criado por el viejo don Tiku y ahijado del mismo.

ZOILO: Hijo del patrón y patrón en ausencia de sus padres, de unos 30 años.

PA’I TIKU: Viejo agregado; considerado como un pariente pobre de la casa.

MEDICO: Hombre de edad madura no muy definida.

PEONES: Dos hombres de trabajo; de confianza.

ACTO PRIMERO

PA’I TIKU: Buscando de nuevo algo de comer, hijo. Veo que vienes un tanto malhumorado.

JUAN: (Con enojo). Tengo hambre, sabes.

PA’I TIKU: Pero eso no es motivo para enojarse, mi hijo.

JUAN: Yo no tengo padre ni jefe. Soy todo un hombre, para que sepas.

PA’I TIKU: Pues, yo soy tu mayor, pendejo.

JUAN: Mayor que yo no existe aquí. Peleé contra los bolivianos hasta hacerme pedazos. Soy Cabo ascendido en la batalla de Boquerón.

PA’I TIKU: ¿Y acaso también quieres pelearte conmigo? Ah... qué bien. Escucha: Cuando murieron tu madre y tu padre te traje conmigo. Eras una pulga, y me decías papá... y mi corazón se estremecía de ternura. Cuando creciste algo, ya no me decías sino "viejo". Nada te dije por estas cosas. Luego vino esta guerra y cuando te ibas a ir tuve miedo, temblé, corrí, fui a los campos a llorar, y eso que yo no lloré ni cuando murió mi Francisca; no temblé ni en "Lomas Valentinas" (2)... Recuerdo cuando eras chico. Cuando por las noches escuchaba piar al "pombero" de miedo te traía, tus manitas en las mías, sin cerrar los ojos durante toda la noche, haciendo de imaginaria a tu lado. Recuerdo... cuando niño te enseñé a decir "sí señor" y "bieniusté". Cuando crecista más, te llevé a la escuela, te sentaste a leer: "pala, pala, pala"; y yo como si tuviera la pala en mis manos, cabando tesoros para sacar "Carlos cuarto" y onzas de oro para ti. Después escuché que leías: "ojo, ojo, ojo", y así se me abrieron los míos y ya te veía joven. Después escuché que leías: "ala, ala, ala", y sentí que mi corazón tenía alas de tanta alegría... y ahora... me rezongas por todas las cosas. Cría cuervos para que te saquen los ojos, dice el refrán (3) y es verdad, es verdad... (Su estremecimiento llega a las lágrimas.)

JUAN: (Conmovido). No es contigo que estoy enojado, papá. Estoy loco. Es que estoy loco. Es una cosa tremenda lo que me pasa. No puedo contar... aquí se me anuda.

(Entra Dominga sin mirar a nadie. Viene descalza pero con pretensiones de elegancia. Viste collares y peinetas. Prepara agua para el mate. Juan la mira con amor y furia.)

(En el original se señalan las escenas, determinadas con la intervención de un nuevo personaje. En esta copia la suprimimos por no ser necesaria.)

PA’I TIKU: ¡Qué elegancia! Se enjoyó la yegua (4).

DOMINGA: ¿Qué dices?

PA’I TIKU: No, no dije nada. Sólo que te has enjoyado.

(Entra Zoilo, vestido con pantalones de montar y pañuelo al cuello. Viene con rostro severo.)

ZOILO: (A Juan). De nuevo te encuentro en la cocina. Eres un individuo haragán.

JUAN: Mire patrón: Yo no soy individuo (5). Individuos son aquellos que buscan certificado médico para no ir a defender su patria.

ZOILO: (A Juan). Vete a traerme el caballo, pronto.

PA’I TIKU: Lo he visto atado a orillas del bosque.

(Juan toma una cuerda y se dispone a partir.)

ZOILO: Está con la cuerda puesta se te ha dicho. (Juan arroja con rabia la cuerda y sale.)

ZOILO: (A Dominga). ¡Qué bien te sientan los collares!

DOMINGA: (Se arranca el collar y lo arroja). Toma. Es como si me quemara.

PA’I TIKU: (Saliendo). Es natural que eso te queme, y mucho aún te dolerá la quemada. Ja, ja, ja...

ZOILO: Es un pesado ese viejo (acercándose a Dominga). ¿Por qué me haces esto mi querida? ¿Acaso ya no me quieres, esperanza mía?

DOMINGA: No es tanto como así, pero... no quiero, no quiero que vuelvas a hablarme. Me fastidia. Te lo digo sinceramente.

ZOILO: Te dijeron algo tan malo de mí, pedazo de mi encanto, mi polvillo de oro, mi flor tempranera. ¿Has dejado de quererme mi hermosa sol naciente?

DOMINGA: (Escurriéndose). Déjame. No quiero escuchar. No quiero escuchar nada. No me toques te he dicho.

(Entra Ña Tuní con cierta malicia.)

ÑA TUNI: (Salamera). Picaritos... Mírenlos, mírenlos. Cuando iban a pellizcarse como tortolitos llegué. Pues... me voy, me voy.

(Ña Tuní se dispone a salir cuando se escucha un disparo de arma de fuego no tan lejos. Dominga demuestra un arranque de presentimiento, mientras Zoilo se turba y queda azorado.)

DOMINGA: Jesús... sonó un tiro.

ZOILO: Un tiro... por este lado... sí... yo no lo sé... no lo sé... pudo haber sido un cazador, sí, algún cazador habrá sido.

DOMINGA: Véanlo por favor, qué fue.

ÑA TUNI: No tonta. Habrá sido la vaca de la negra Nieves que volvió a entrar en chacra ajena.

DOMINGA: No, no. Por el amor de su madre les pido que vean si qué fue. Desde que mataron al señor Arce cuando escucho disparos ya se me hace que matan a alguien. (Sale.)

ZOILO: (Reteniendo a la vieja). Se me descompuso de repente como herida inflamada.

ÑA TUNI: No te preocupes señorito. En mis manos está el caso este. No hay nada que alargar, como quien dice el que compró los pantalones del loro en remate público.

ZOILO: Ella ama a ese miserable. Si desde que vino el rengo de mierda se echó al diablo.

ÑA TUNI: ¿Y te preocupas por eso? Con el perdón de la palabra eres un estúpido, padrecito.

(Dos peones traen a Juan herido en la espalda. Pa’i Tiku viene con ellos. Zoilo sale.)

ÑA TUNI: Dios mío. ¡Qué es esto que veo! ¡Santa Rita mi señoora!

(Los peones sostienen a Juan, lo sientan.)

Acaso no vas a morir mi niño dulce... ¡No vas a morir mi querido!

JUAN: No, no voy a morir, y vete de aquí, sal de mi presencia.

PA’I TIKU: ¡No escuchas! Te ha dicho que te vayas o qué es lo que quieres.

ÑA TUNI: (Saliendo). Y yo para qué me meto en cosas que no me importan.

PEON 1º: Pongámosle residuos de sombrero quemado. No hay remedio mejor que eso.

PEON 2º: No. Mejor la tela de araña.

PA’I TIKU: No, no. Será mejor que vayamos en busca del médico (6) de una vez.

PEON 1º: Yo sé quién es el autor moral de esto.

PEON 2º: Cállate. Voy a traer a don Ferreira (se va).

PA’I TIKU: Será mejor guardar silencio ante esta emboscada. Puede enviarnos por falso testimonio directo a la cárcel. Este se lleva muy bien con las autoridades.

JUAN: Aaai... Ya llegará la hora de arreglar las cuentas.

PA’I TIKU: Sí, en verdad será mejor callar. Por falso testimonio nos envía directamente a la cárcel. Para el rico no hay castigo. Por dinero todo se puede comprar en nuestro país. Si raptan a tu hija, cállate, porque tú eres pobre. Cállate si te quitan la tierra que trabajas, porque tú eres pobre. Si el jefe policial te increpa, cállate; si te golpea, cállate. Si los cua-treros te comen la vaca, cállate, porque tú eres pobre. Si matan a tu hijo, cállate, por-que sólo con tus propias manos podrás hacer justicia. Si promueves demandas los procuradores y doctores te sacarán todo cuanto tengas, te dejarán pelado y te desalojarán de tu casa; mandarán hacer en tu tierra eso que llaman chalet. Cuando entras en sus fincas en busca de leñitas te correrán con sus perros... y pensar que el pobre es el único que se presenta a morir por la patria... (Mira a Juan.) Pero esto no quedará impune. Nosotros haremos las cosas que la justicia deja de hacer.

(Sale Peón 2º al tiempo que entra Dominga apurada.)

DOMINGA: Qué es esto, Dios mío. Qué es esto cora-zoncito del alma. ¿Quién te hizo esto?

PEON 2º: (Desde la puerta). Lo emboscaron.

DOMINGA: Dónde mismo te hirieron. ¿Te duele Juan? ¿Te duele mucho mi querido?

JUAN: Cuando escucho tu voz me duele más.

PA’I TIKU: (Se inclina). Te voy a dar lo merecido.

JUAN: (Levantando la mano). Déjela papá. Cuando me cure ya hablaré con ella.

(Dominga se inclina y rápidamente da un beso a Juan, sale corriendo entre sollozos. Juan se friega la parte besada con evidente molestia.)

PA’I TIKU: ¿Qué es esto mi hijo?

JUAN: (Abatido). Ya no la quiero. Ya no la quiero ni medio. Te lo aseguro, papá.

PEON 2º: (Que volvió poco antes). Yo también voy en busca del médico.

(En la puerta se encuentra con Peón 1º y el Médico [curandero], hombre de 50 años con bigotes y mosca; sombrero de paño algo viejo, cuello y corbata, saco blanco ordinario, pantalones negros medio cortos, medias de color chillón y zapatillas moteadas.)

MÉDICO: Errate humanum est, dice el refrán. Cualquiera puede equivocarse, menos yo. Le acertaron en el mismo juego central. Esto se cura solamente con terapléutica y eso lo encontramos solamente en el espital; y se necesita vermífega... y se necesita vacilo de cog, también; y en nuestra Farmacia no tenemos ni copretérito. Pronto, pronto llévenlo al espital, o... pónganme los remedios que acabo de mencionar y les curo en un santiamén.

(Mientras éste habla los demás le miran embobados. Saca un pañuelo floreado y se seca los anteojos, dándose siempre la mayor importancia.) (Entra Dominga.)

DOMINGA: ¿Qué dice?

PEON 1º: Que está mal. Quiere que lo llevemos al espital.

PA’I TIKU: Va tener que irse a Asunción.

DOMINGA: Yo me iré con él.

JUAN: Quédate a disfrutar de tu sandía enterrada.

DOMINGA: Peeero. Ni la punta de los dedos me ha tocado ese.

JUAN: Mejor te callas. Te conozco demasiado. Me doy cuenta perfectamente.

DOMINGA: No... no es así mi querido. Nada que ver (angustiada).

JUAN: Bien. Dejémonos de las sonceras antiguas. No acostumbro alzar la fruta que cae de podrida.

PA’I TIKU: Tú, hijo mío, ya te has acabado. Hasta tu apellido es distinto ahora. Te llamas Juan-el-rengo a tu vuelta de Boquerón (7). Nada significa el patriotismo que tú sientes. Con el patriotismo no se hacen joyas. (Observa un rato a Dominga que se halla cabizbaja, tratando de llamar la atención sobre su vergüenza y abatimiento.) Víbora... víbora eres (exaltado, saca un cuchillo. Los peones lo contienen.)

JUAN: Déjala. Déjala. Papá.

DOMINGA: (Asustada). ¡Zoiloooo...!

JUAN: (De nuevo enfurecido). Mira, a él, a él le pide socorro. Mátala ya de una vez, Pa’i Tiku.

PA’I TIKU: (Contenido por Peón 1º). Suéltame. Suéltame (se sacude). (Dominga se refugia en una esquina mientras el curandero la cubre con los brazos abiertos.)

JUAN: (Recapacita). No, no. Déjala papá. Seguro que dejó de quererme porque me volví cojo, solamente por eso, y me traicionó, por eso. Déjala. No tiene la culpa... Esos Bolivianos son los culpables... Estas cosas suceden por culpa de ellos... sí, son los causantes... (Cae.)

(Todos se apresuran en levantarlo, cuando... cae el telón.)

ACTO SEGUNDO

La misma decoración del primer acto, un mes después. Dominga sentada surciendo un poncho del patrón. Ña Tuní entra sigilosamente.

ÑA TUNI: Aquí estaba mi pétalo de rosa.

DOMINGA: (Con desgano). Ah... eras tú.

ÑA TUNI: (Siempre salamera). Estás hermosa mi niña dulce, y eres una niña de suerte, extraordinariamente suertuda, pero andas esquivando tu propia suerte.

DOMINGA: Claro. Solía tener suerte.

ÑA TUNI: ¿En qué mes naciste niña? Cuéntame para hacer ver tu signo en el libro de don Cándido, para ver qué dice tu destino.

DOMINGA: No me interesa. Esas son macanas.

ÑA TUNI: Eso... según el libro. La lunaria perpetua de don Cándido nunca se equivoca, ni un milímetro, ni así... ¿Te acuerdas de aquel Pedro Antonio; aquel hijo de don Serapio-mano-larga?

DOMINGA: ¿Aquel que se ahogó en el arroyo Itay?

ÑA TUNI: Ese, ese mismo. Su madre, la petisa Pilar hizo revisar en los libros de don Cándido su destino y salió que tenía que morir en el agua. Del terror que tenía su madre no le dejaba lavarse ni la cara cuando niño, y... lo que son las cosas del destino, siempre se cumple. Al pasar por el puente viejo pisó una cáscara de banana, se resbaló, cayó al agua y se ahogó instantáneamente. Claro, el pobre quien sabe si lo ha sentido siquiera. Tomaba mucho Pedro Antonio, el pobre, que Dios le perdone.

DOMINGA: Cuál será el destino de este Juan... Quién sabe cómo andará por el hospital.

ÑA TUNI: Pero no olvidas a ese rengo. Rengo y pobre como cruz del desierto.

DOMINGA: La pobreza no es nada cuando hay amor.

ÑA TUNI: Tonta. Tú mi hija tienes que pedir a Dios y la Virgen que te libre de malos vecinos y hombres pobres. En tus rezos tienes que decir siempre: Renuncio a Satanás, a sus pompas, y a sus obras, y quiero pertenecer a quien más dinero tenga, para siempre.

DOMINGA: Discúlpame Ña Tuní. Estoy ocupada. ¿Por qué no vuelves mañana?

ÑA TUNI: Bueno, bueno mi corazón. Sabes que vine en busca de manzanilla, y además debo irme a la Iglesia. Dios mío.

(Se va la vieja y entra Zoilo.)

(Dominga coloca el poncho sobre la mesa y hace ademán de retirarse.)

ZOILO: ¿Eh... adónde vas, querida?

DOMINGA: Ya terminé de coser.

ZOILO: Pero no me desdeñes por favor, esperanza mía.

DOMINGA: Mira que eres empecinado.

ZOILO: No creas que llegarás a burlarte de mí. Alguna vez caerás en mis manos. Te lo juro por esta (muestra).

DOMINGA: No digo que no, pero no quiero que sigas insistiendo.

ZOILO: Te ilusionarás pensando cambiarme por un rengo.

(Entran los dos peones.)

ZOILO: De nuevo aquí (con visible enfado). Qué quieren.

PEON 1º: Nosotros nos vamos, Patrón.

ZOILO: Cómo me van a dejar, mi hijo, habiendo tanto que carpir en nuestra chacra.

PEON 2º: Están comprendidos, nos dijo ya el jefe, y nos iremos a defender nuestra patria.

ZOILO: Les conseguiré exoneración. Tengo influencias, muchachos, no se preocupen. Así de bien estoy con las autoridades.

DOMINGA: También van a ponerse frente a las balas. A Juan yo le había advertido y ya vieron ustedes.

ZOILO: De tonto fue a ponerse frente a las balas. Yo le propuse hablar a las autoridades para que quede aquí, con nuestro Comisario.

DOMINGA: (Con ironía). Por lo visto le apreciabas a Juan. Tanto le querías.

ZOILO: Lo quise como a un hermano, hasta que viniste a enamorarme, y desde entonces ni lo puedo ver.

DOMINGA: Pero no podrás decir que yo te mostraba los dientes.

ZOILO: No son tus dientes lo que veo cuando te miro, sino el mismo cielo.

DOMINGA: Los malvados como tú sólo podrán ver el infierno.

ZOILO: Por favor mi querida. No me trates así.

DOMINGA: (Esquivando la caricia). Me das asco. Agg.

(Sale Dominga. Los peones clavados allí esperando respuesta. Zoilo da algunos pasos de impaciencia y cuando les dirige la mirada entra Ña Tuní, llorosa.)

ÑA TUNI: (Muy nerviosa). Estuvo a punto de reventarme ese viejo boca sucia. Me dice que no soy una señora de bien. Dice que llegué aquí como una peste y que si vuelve a verme hablando con Dominga me va a moler la cabeza con el cabo del arreador.

ZOILO: No llores, Ña Tuní, nadie te hará nada.

ÑA TUNI: Es que si yo dejara de hablar con Dominga me moriría de pena. La quiero como a una hija. Es como fruto de mi misma entraña esta criatura...

ZOILO: (La palmotea paternalmente). No llores. No llores.

(Entra Pa’i Tiku, nervioso.)

PA’I TIKU: (Mira de reojo a Zoilo y dice a la vieja). Ya te dije lo que debo decirte. Por tanto, vete de aquí.

ZOILO: Qué te pasa a ti, viejo. Eres mi patrón o quieres que te eche a ti.

PA’I TIKU: ¿Que te eche a ti dijiste? Repite eso que quiero escucharlo. ¿Crees que soy un pordiosero en esta casa?

A ver...

ZOILO: No me gusta que te metas en mis asuntos.

PA’I TIKU: Asunto. Asunto verdad... Esto no es asunto sino cosas de sinvergüenza. No tienes vergüenza. No tienes sangre en la cara. No pareces haber nacido de tan honorables padres. Cuando vuelva tu madre de Asunción verás que no aprueba en nada tu conducta.

ZOILO: Bien, pero si a ti no te gusta mi conducta, te marchas y se acabó.

PA’I TIKU: Nadie puede echarme de aquí. Si no fuera por mí aquí ya no habría ni las cenizas que dejaron ustedes. Y eso lo sabes muy bien. Cuando los funcionarios del Banco Agrícola iban a rematarles la tierra, tu padre fue a verme, a contarme su desgracia. Entonces me acordé de tu abuelo. Ese era todo un hombre y no muñeco... Después de la batalla de Rubio Ñú... entonces yo era cabo... Me quedé mal herido y me encontró cuando los cuervos ya estaban a punto de echarse a sacarme los ojos... en una sola pata, tu abuelo... herido también... llegó junto a mí... me arrastró... me metió en el bosque, me curó las gusaneras y me alimentó con huevos de pájaros... y me revivió. Acordándome de estas cosas le dije a tu finado padre: Hipotécales mi campo, toma, aquí lo tienes, y págales la deuda. Después, cuando mejore tu situación podrás levantar la hipoteca... Tu padre se echó a trabajar... mucho sembró... Cuando su tabaco estaba a punto de recoger y vender, vino la revolución de Albino Jara, y los llamados montoneros gubernistas llegaron a saquear totalmente a tu padre... Poco después vino el Banco Agrícola a quitarme la casa... casa de los tiempos de Francia... y cien hectáreas de tierra... me quedé pelado y en la calle. Entonces tu padre me dijo con lágrimas en los ojos: Don Tiku, amigo mío, se nos vino todo en contra, vámonos a casa, te tendré como a un padre conmigo, no necesitarás nada, sabes muy bien cómo te quiere Raimunda... y me vine con él... antes de que tú nacieras... y ahora me echas como a un perro...

ZOILO: Yo no te echo don Tiku. Te estoy diciendo muy bien y te me haces el estúpido.

PA’I TIKU: Estúpido, estúpido verdad (más acalorado.) Crees que soy una figura decorativa aquí (se le acerca y le arranca el sombrero.) Sácate el sombrero para hablar conmigo. (Zoilo muy molesto hace ademán de castigarlo.) Golpéame desgraciado, golpéame para que tus brazos caigan en pedazos.

DOMINGA: (Entrando impetuosamente, se interpone). No le tocarás. (El viejo sale abatido. Los dos peones siguen firmes, controlando todos los movimientos de Zoilo.)

ZOILO: (A Dominga). Está medio loco. Ya caduca este viejo. (Dominga no contesta, mira con odio a Zoilo, luego a los dos hombres que apenas se contienen.)

ZOILO: (A los peones). Y... después... (con prepotencia.)

PEON 1º: (Insultando). Nosotros no somos sandía enterrada.

ZOILO: Pero dejen de decir macanas. Son unos estúpidos. Lo que soy yo no iría ni muerto. Sólo los tontos van al Chaco. Qué patria ni qué sandía enterrada ni ocho cuarto. Idiotas.

PEONES: (Se miran y se acercan hasta sitiar a Zoilo que comienza a inquietarse por la actitud de los hombres.)

PA’I TIKU: (Entra de nuevo, arroja el sombrero de Zoilo que se había llevado y exclama con rabia). Murió nuestro Juan en el hospital de algo que llaman algo así como tuberculosa.

DOMINGA: (Con desesperación). Dios mío. Dios de mi corazón... (y dirigiéndose a Zoilo). Tú... tú lo hiciste matar... Maldecido. Quedas para siempre maldecido... Sandía enterrada... Cobarde.

(Los peones desenfundan sus cuchillos, se aproximan aun más. Zoilo hace ademanes como espantando visiones, retrocede, tiembla.)

ZOILO: (Delirante). Mátenme. Mátenme. Ya no quiero vivir.

PA’I TIKU: (Interponiéndose). Déjenlo. Déjenlo hijos. No se ensucien las manos con este canalla. (Extrae su propio cuchillo y lo arroja al pecho de Zoilo.) Toma. Mátate si eres hombre en verdad.

PEON 1º: (Imperativo). Alza ese cuchillo.

PEON 2º: (Más fuerte aun). Alza el cuchillo te dice...

PA’I TIKU: No ha de animarse este cobarde desertor.

(Como última esperanza Zoilo mira a Do-minga desesperadamente pero en vez de perdón ésta le da la misma orden.)

DOMINGA: (Imperiosamente). Alza ese cuchillo te han dicho. (La furia pone fuera de sí a Zoilo y como un autómata recoge el cuchillo que se hallaba a sus pies.)

PA’I TIKU: (Con energía). A ver... Clávate.

(Zoilo lleva el puñal al pecho, tiembla como una hoja, cierra los ojos, se apunta pero no se clava.)

DOMINGA: (En un solo acto toma la mano de Zoilo, le da un empujón y dice:) Te ayudaré en nombre de Juan.

(Con el empujón cae Zoilo que ya apenas se sostenía parado.)

ÑA TUNI: (Entrando como una tarada). Lo mataron... Lo mataron a don Zoilooo... Jesucristo crucificado. Hijo de la Virgen María... (se echa sobre el cuerpo, cuando... cae el telón).

(De: Teatro Breve del Paraguay, ed. Antonio Pecci, 1981)

Ana Iris Chaves de Ferreiro

(Asunción, 1922 - San Lorenzo, 1993)

Narradora y periodista. Hija de la conocida escritora Concepción Leyes de Chaves y esposa del poeta Oscar Ferreiro, Ana Iris ha obtenido numerosos premios en concursos de cuentos (1961, 1976, 1987), de teatro (1976) y de novela (1975). Sus obras publicadas incluyen dos novelas: Crónica de una familia (1966) y Andresa Escobar (1975, Premio "Hispanidad 1975"), y tres colecciones de cuentos: Fábulas modernas (1983), Retrato de nuestro amor (1984) y Crisantemos color naranja (1989).

MARIA

Iba tranquila sabiendo que así debía llegar al término de su viaje. Tranquila, serena, como si traer un hijo al mundo fuera tarea cotidiana y no un milagro divino.

Tranquila y sola. Sin que esta soledad alcanzara a envolverla en la niebla de la desesperación. Sola y tranquila. Como si pudiera justificarse semejante tranquilidad ante tamaña soledad.

–María– le diría yo, si supiera que María se llamaba. –María, ¿por qué venís tan sola y tan tranquila?

Ella alzaría sus ojos ya doloridos hacia mi curiosidad inesperada, y me respondería dulcemente, aunque sin poder disimular el rictus de su boca joven:

–¿Acaso estoy tan sola? Pronto él estará conmigo– llevando sus manos sobre su vientre hinchado.

–¿Nadie viene a decirte "que te vaya bien"?

–¿Quién puede venir?

–Tu madre, acaso.

–Nunca escuché su voz. Cuando averigüé de ella, hacía cuatro años que se había ido, justamente el día en que yo llegué al mundo.

–¿Y tu padre?

–Yo no lo tuve.

–¿Alguna hermana?

–No tengo ninguna, si mi pobre madre no tuvo ni tiempo de dármela.

–Pero alguien te habrá puesto el primer moño, alguien te diría "portate bien, tu mamá te está mirando desde el cielo".

–¿Acaso se habla así a los huérfanos?

–Estás por ser madre, ¿y el hombre que te dijo "te quiero"?

–¿Hablan así algunos hombres?

–Pero... ¿qué te dijo el hombre?

–No me dijo nada. Me tomó del brazo y me llevó hasta lo oscuro.

–Entonces... vos le habrás dicho algo... ¿Qué le dijiste?

–Le dije "éste es un dolor nuevo. ¿Cómo se llama?" El creyó que le preguntaba su nombre y salió corriendo. No lo vi más. Tampoco lo busqué.

Así pues, María –si es que María te llamas–, tu historia es demasiado corta en el tiempo aunque larga, demasiado larga, en el sufrimiento.

María, si es que María te llamás, voy a esperarte sin que sepas en el corredor del hospital hacia donde vas, hasta que tu niño nazca. Quiero verte sonriendo con tu bebé en brazos, con lo único tuyo que al fin tendrás.

Seguí tranquila, silenciosa; cuando tengas a tu niño diré que sos mi hermana, que quiero verlos, si fue niña o si fue varón.

Allí estuve una hora, dos horas, tres, esperando en un banco del corredor sin poder resolver las palabras cruzadas de un diario.

La tarde huía casi ya sin sol cuando apareció una enfermera y me dijo:

–¿Usted era su pariente?

"¿Era?" ¿Por qué "era"? ¿Qué te había ocurrido María, si es que María te llamabas?

–¿Pariente de quién? –quise saber.

–Y de esa parturienta joven, pues.

–¿Qué tuvo?

–Un varón.

–Y ella, ¿cómo está?

–Pero si ella se murió.

–¿Y el chico?

–Pero si el chico se murió antes.

–¿Cómo se llamaba ella?

–Pero usted ¿no es su pariente? ¿No vino con ella?

–¿Cómo se llamaba?

–Dijo que María González.

Me retiré casi corriendo. Cuando alcancé la puerta de salida, corrí más rápidamente. Era yo el cuarto hombre que corría de María.

Porque María se había llamado.

(De: Crisantemos color naranja, 1989)


Raquel Chaves

(Asunción, 1939)

Poeta, ensayista, periodista y docente universitaria. Autora de poesía social en algunos versos de La tierra sin males (1977) y de una serie de mini-poemas de contenido mítico-filosófico –verdaderos "hai kais" paraguayos– en Espacio Sagrado (1988), Raquel Chaves también ha publicado Todo es del viento: Siete viajes (1984) y es copartícipe del Segundo Premio Municipal (1977) concedido a "Ciudadalma", texto ecológico escrito en coautoría con Nila López. De más reciente aparición es Partes del todo (2000).


CONFESION

A mí me ciñe el regocijo,

el de tu cuerpo con el mío,

en el setiembre que desata

luces de árbol todavía.


EL PATIO

Terrible corazón el que me dieron.

Quisiera rescatarlo de esas nubes

y es imposible. Además, el viento

es norte y su loca sed me agobia.

Dejé abiertas puertas y ventanas.

Dejé que con la fronda conversara

y pusiera orden en tantas cosas

que en este patio se acercan a la vida.

El viento, que es el dueño de mis días,

pasa y pasando deja sus esencias.

Deja caer las hojas a la tierra

y el corazón, confuso, las espera.


DE VIAJE

Las alas que en la espalda

llevo

no se ven.

Me sirven a ciertas horas

para el vuelo.

No pesan porque el aire

se colma de palabras

y el rumbo es alto:

allá me esperan.


(De: Itinerario Poético [poemario colectivo], selección de Escritoras Paraguayas Asociadas, FONDEC,

Asunción-Paraguay, 2001)


 

Susy Delgado

(San Lorenzo, 1949)

Poeta bilingüe (español-guaraní), narradora y periodista. Licenciada en Medios de Comunicación por la Universidad Nacional de Asunción con un posgrado en Sociología por la Universidad Complutense de Madrid, Susy Delgado se dedica al periodismo desde hace varios años y es columnista regular del diario La Nación, donde publica reportajes, reseñas y notas culturales diversas. En 1984 obtuvo "Mención de Honor" en el Concurso de Poesía organizado por Amigos del Arte y en 1985 su obra fue seleccionada como finalista para el Primer Encuentro Hispanoamericano de Jóvenes Creadores realizado ese año en Madrid. Su producción poética en español incluye: Algún extraviado temblor (1986), El patio de los duendes (1991; Premio Radio Curupayty 1991 y Premio Junta Municipal 1992, compartido éste con Jorge Montesino), Sobre el beso del viento (1995), La rebelión de papel (1998) y Las últimas hogueras (2003). En guaraní es autora de: Tesarái mboyvé (1987; título en español: Antes del olvido; traducción de Carlos Villagra Marsal y Jacobo A. Rauskin), Tataypýpe (1992; título en español: Junto al fuego; traducción de la autora) y Ayvu Membyre (1999; título en español: Hijo de aquel verbo). Algunas de sus obras han sido traducidas al inglés y al portugués. Tiene además poemas incluidos en antologías, revistas y suplementos literarios nacionales y extranjeros. En 2001 aparece Antología primeriza y en 2002 La sangre florecida, su primera novela.


TESARÁI OLVIDO

Tesarái, Olvido,

tesarái, olvido.

moóiko oime Dónde está

che mitãrõ guare. mi niñez.

Tesarái, Olvido,

moóiko che reraha, adónde me llevas,

moóiko opyta dónde quedó

che róga tuja, la vieja casa,

che ru ñe’engue, donde la voz de mis padres;

moóiko opa dónde acabó

chemba’e vaekue. lo mío.

Tesarái, Olvido,

moóiko che reraha, adónde me llevas,

moóiko aháne dónde he de ir,

chave tesaráipe también el olvido,

opa. a terminar.


MITAKUÑA...

Mitakuña nde eréheva péa,

he’ívami hese itúa.

Eheka vaerãko nde recostaderorã,

he’ívami chupe isy.

Mba’e recostadéro piko Mamita,

nderehénte ojekóva kuimba’e ko’ápegua,

he’i ha’e.


MUCHACHA…

Muchacha rebelde en verdad,

–así lo aseguraba su padre–.

Debes buscar alguien en quien apoyarte,

–le decía su madre–.

Qué clase de apoyo, mamita,

si sólo en una se apoyan los hombres de por aquí,

ella contestaba.

(De: Tesarái mboyve/ Antes del olvido, 1987;

trad. al castellano de Carlos Villagra Marsal, J. A. Rauskin y la autora)


YO VOLVERE

Yo volveré

a buscar otra vez

tu fuego,

Cuba.

Repetiré aquel mágico febrero

que me llevó a tus playas,

paloma adolescente llegada desde el sur,

desorientada,

encandilada sin piedad,

para siempre,

rendida, seducida.

Y acamparé bajo tu sol

el tiempo necesario

para beber

toda tu música

de azúcar y latido.

Caminaré

otra vez tus calles

de antigua poesía,

de pobreza,

resuelta puro grito de vida

en los balcones,

estallando en la risa de los niños,

bailando, toda ojos y músculos morenos,

desnuda flor

venciendo a las termitas,

al hambre y al silencio.

Yo buscaré

la casa de Lezama

para empaparme del olor

de sus fantasmas,

y el bar donde bebía

su fiebre impenitente, Hemingway.

El pueblo en que vivía

la cubana más dulce,

Dulce María tibia

aun desde muy lejos.

Y buscaré el color

exuberante de Guillén en los mercados.

Me internaré una tarde

en su más vieja librería

y compraré todos sus libros

para leerlos frente al mar,

mientras la vida pasa

un trecho generoso, a mi costado,

con el saber de una sal nueva.

Yo volveré

a buscar

tu antiguo fuego

y tu sal nueva,

Cuba.

(De:Antología Primeriza, 2001)


Rodrigo Díaz-Pérez

(Asunción, 1924)

Poeta, narrador y docente universitario. Aunque egresado de la Facultad de Medicina y titulado por la Universidad Nacional de Asunción, ha trabajado en su campo y se ha distinguido profesionalmente en los Estados Unidos, donde residió desde 1957 hasta mediados de los años 90, cuando regresó a su ciudad natal. Médico de profesión, Díaz-Pérez es también un ejemplo sorprendente de vocación literaria gestada lejos de la patria. En efecto, su creación artística se encuadra totalmente dentro de la literatura paraguaya del exilio, corpus literario que ha dado al país títulos significativos y que le ha ganado reconocimiento internacional. Varias de sus obras han sido traducidas al inglés, francés y alemán, y algunas integran antologías literarias de gran circulación e importancia. De su abundante producción creativa sobresalen, en poesía: El minuto de cristal (1969), Los poros del viento (1970), Astillas de sol (1971), Playa del sur (1974) y Cronologías (1983). Su obra narrativa incluye seis colecciones de cuentos: Entrevista (1978), Ruidos y leyendas (1981), Ingavi y otros cuentos (1985), Incunables (1987), Hace tiempo... mañana (1989) y Los días amazónicos (1995). Es co-autor, además, con otros colegas paraguayos, de Apuntes de raíces griegas y latinas (1950), obra que fue texto oficial durante diez años en colegios secundarios de Asunción.


LA SEQUIA

No se movía ni una hoja. Los árboles del patio subsistían suspendidos en el silencio brillante del verano untuoso y cruel. Los pájaros con los picos entreabiertos oteaban la tierra escudriñando ilusoriamente algún vestigio de humedad. La capa del suelo rojo exponía grietas enormes que parecían agrandarse más cada día y dibujaba en forma caprichosa un raro mapa de una geografía exótica y polvosa. ¡Esta sequía que acompaña esta guerra, tan interminable como la guerra misma!

La vieja se tambaleaba a causa de sus múltiples achaques y por el peso de sus años incontables. Con un gran esfuerzo y hasta con dolor, se arrastraba con una palangana desportillada llena de agua para regar las pocas plantas que aún no habían perecido. El batallar del riego parecía cansarla cada vez más y más. Pero le gustaba observar algún vestigio de verde en la casa.

La trajeron de muy pequeña, hacia fines de la guerra grande, de la lejana Villa de Curuguaty, que antes había servido de refugio a Artigas, pero durante la guerra sucumbió al igual que muchas otras poblaciones del interior del país por donde asolaron los rapai.

Con la ayuda de Colá, su nieto, logró levantar un rancho en Villa Aurelia y entre los dos hicieron una huerta donde sembraron tomates, repollos y lechugas. Después, quedó sola y siguió cuidando su huerta, cada vez más pequeña, al alcance de sus fuerzas.

Esa noche no pudo dormir por el calor. Las paredes del rancho rezumaban un agua de color marrón. Miró el nicho de barro pintado de azul, y por un rato se quedó en profundo trance. Oraba con unción. Desde el techo de paja caían gotas. Era el barro mezclado con escarcha. Un desmoronamiento gradual que no le preocupaba. En última instancia un poco de rocío era siempre una ayuda para sus plantas. Se levantó temprano para ver sus repollos y los otros almácigos. Las hojas estaban alicaídas y habían soportado hasta el día anterior los fogonazos constantes e implacables del sol. La vieja sabía que los repollos estaban muy débiles, menudos, y de ahí a que arrepollasen sólo Dios podría decir.

Miraba la huerta impasible. Los surcos profundos de su cara morena, los cabellos grises y lisos, su cuerpo pequeño y arrugado vigilaban la existencia del rancho. Mejor, daban savia en cierta forma a su kulata-jobai, su rancho rodeado de laureles, timbós y lapachos.

Llegaba hasta el pozo lentamente con la marcha imprecisa de sus pasos pequeños, y descargaba los baldes de agua en la sufrida palangana. La tarea casi ritual de rociar apenas con algunas gotas de agua fresca las plantas de su huerta, le producía gran placer. Se podía adivinar en su rostro algo así como una sonrisa o un gesto apacible.

Una tarde de calor enervante fue al pozo. Lanzó el balde y al levantarlo escuchó un crujido diferente al de la roldana. Notó que el peso que iba tirando era muy superior al de otras veces.

Con desfalleciente dificultad logró desaguar el balde y arrojó el contenido en la palangana, que en vez de agua, era un lodo gris, denso y mucilaginoso; la vieja no quiso creer. Miró el pozo desde el brocal y no vio el brillo familiar del cielo o el reflejo del sol. Frente a sus ojos un ciego túnel le robó sus es-peranzas. Miró arriba. Una bóveda azul, clara e impasible. El sol estaba entrando y el arrebolado vespertino con todos sus matices del naranja al rojo, iluminaba el patio... "Si estuviera mi nieto ¡cuánto hubiese hecho!". Volvió despacio al huerto y miró sus verduras con tristeza. "Alguna vez va a llover, no es posible que esta sequía dure toda la vida...".

Pensaba o rezaba. Era difícil saberlo. Pareciera que hablase a sus almácigos sedientos. "Mi nieto querido, no llueve, el patio se pone más triste cada día, se va secando todo...".

Serían las cuatro de la tarde cuando varios uniformados de cara entre hosca e indiferente golpearon al portón. La vieja tardó mucho rato en llegar hasta ellos. Vino arrastrándose y tratando de ver con su ceño arrugado lo que sucedía en la calle. Al principio vio bultos indefinidos y no pudo distinguir muy bien las formas. Después comprendió que era un grupo de personas que hablaban. Uno de ellos en forma brusca gritó:

–Aquí vive un emboscado y tenemos orden de llevarlo.

La vieja no entendió de qué hablaban ni qué significaba la imprevista aparición de tanta gente. Calladamente levantó el alambre enrollado que trancaba el portón.

–Pasen –dijo–, como si comprendiera que era una obligación ceder ante la autoridad.

Varios soldados y un policía local empujaron el portón que se abrió con dificultad. Los palos de abajo arañaban la tierra. Tuvieron que alzar el portón para que cediese y después levantarlo de nuevo para cerrarlo. Una vez adentro del patio, el que actuaba de jefe del grupo se dirigió a la anciana y le dijo:

–Vamos a revisar toda la casa. Por la comisaría local sabemos que usted guarda a un emboscado.

La vieja no dijo nada. Miraba a los soldados que estaban uniformados de verde oliva, al policía y al jefe, con cierto dejo de perplejidad. Y no perdió la calma en lo más mínimo.

–Pasen che karaí kuéra, –les dijo– y miren todo lo que quieran.

Hablaba con cierta tristeza y muy quedamente.

Los soldados entraron en el rancho, fueron al patio, examinaron la huerta, registraron los alambrados, el laurel centenario con sus ramas exuberantes y florecidas, el tatakuá medio arruinado y con restos de ceniza remota. Entraron después en las piezas y precipitadamente husmearon los cajones, los armarios desvencijados, los colchones, las basuras, en fin todo lo que existía en el rancho. Uno de los soldados salió trayendo un pantalón gris y un saco roto en el lomo.

–Y esto, ¿a quién pertenece? –inquirió en forma triunfal, como queriendo decir que por fin había hallado algo comprometedor.

El policía agregó:

–Yo sabía que había más gente en esta casa. No trate de embromarnos. Cuéntenos de una vez por todas a qué hora vuelve el que buscamos y lo esperaremos aquí.

La vieja no contestó enseguida. Pensó un largo rato. Como si se esforzara por hallar una respuesta adecuada. No le salían las palabras con facilidad. Cerraba los ojos y movía la cabeza.

–Conteste de una vez y no nos haga perder el tiempo –dijo un soldado.

La vieja seguía como dudando sin responder. Finalmente mirando al policía pudo balbucear confusamente algunas palabras:

–Colá suele venir por las noches, especialmente cuando hay amenazo. No siempre es posible que venga. Depende de muchas cosas. –Y calló.

El policía habló con los soldados. El jefe, articulando claramente las palabras, se dirigió a la vieja:

–Tráiganos unas sillas y tereré pues vamos a esperar a Colá. Seguro que él viene cada noche. Y usted no nos quiere contar la verdad. En todo el país hay gente que se esconde, hasta en los aljibes. Tenemos orden de llevar a todos los que se hallen en edad militar. ¿No sabe usted que estamos en guerra con Bolivia?

La vieja no contestó. Después de un rato, se escuchó el clás clás de su zapatilla de tela cuadriculada llena de remiendos. Volvió empujando una silla. Uno de los soldados la ayudó y trajo otra.

–Es todo lo que tengo. No me las rompan por favor.

Retornó a su pieza y trajo yerba, una guampa y una bombilla:

–En el cántaro hay agua.

Un soldado trajo el cántaro de la cocina. Se pasaban la guampa por turno, casi sin hablarse entre ellos.

–A veces vale la pena esperar –dijo el policía–, pues ya van siendo escasos los que logran esconderse. Ultimamente en la campaña reclutamos varios miles y la guerra no lleva trazas de terminar.

El jefe, que sin duda tenía prisa, se levantó y volvió a di-rigirse a la vieja:

–Mire abuela, ¿por qué no nos cuenta de una vez dónde está Colá? Si usted nos ayuda, todos saldremos ganando.

La vieja al parecer no comprendió lo que acababa de oír y contestó como hablando consigo misma:

–Y sigue sin llover. ¡Qué difícil la vida! ¡Antes me ayudaba Colá pero ahora estoy tan sola!

El policía que estaba atento a lo que decía la vieja le contestó con brusquedad:

–Todas las noches la escuchan a usted hablar con alguien. Tenemos informes, así que no trate ahora de esconder la verdad... ¿Entiende?

Pasó un largo rato de quietud. El tereré corría y se notaba impaciencia en el policía y en el jefe.

Súbitamente la vieja miró el cielo y se puso eufórica: a lo lejos se escuchaban truenos y se veían relámpagos. Iba a llover y bien pronto.

–¡Va a venir Colá! –gritó–. Siempre que llueve viene a verme. ¡Qué alegría, me hallo tanto!, –exclamó mirando a los soldados, al jefe y al policía.

Al cabo de un rato un aguacero violento arremetió con furia y tuvieron que entrar al rancho, hacinados, pues no había espacio para todos. El techo de paja tenía enormes goteras y en ciertas partes de la pieza en que dormía la anciana era como estar dentro de una jaula de alambres. El jefe miró la pared de barro del rancho y leyó algo que estaba enmarcado. Parecía un recorte a primera vista. Le tocó el hombro al policía. Y éste, a medida que leía, se iba quedando serio. Los colores de su cara fueron reemplazados por un amarillo verdoso. No era un recorte sino una comunicación del alto comando del ejército. La firma era ilegible pero el texto estaba claro. Los demás soldados por orden del jefe fueron leyendo lo mismo. El chubasco iba disminuyendo gradualmente y al poco tiempo el sol volvió a brillar. De a uno, fueron saliendo todos del rancho. El jefe se acercó a la vieja y con raro acento le tendió un billete de cien pesos y le dijo:

–Perdone abuela.

Al salir cerraron el portón y escucharon a la vieja que gritaba llena de júbilo:

–¡Colá, mi querido nieto, por fin viniste! ¡Tanta falta hacías en medio de la sequía!

En el patio las plantas de tomate habían ganado algún color. La tierra olía a yerbas, a vientos y a flor de laurel...

(1986)

(De: Incunables, 1987)


Ramiro Domínguez

(Villarrica, 1930)

Poeta, ensayista y dramaturgo. Doctorado en Derecho por la Universidad Nacional de Asunción y actual profesor de teoría literaria en la Universidad Católica, Ramiro Domínguez pertenece a la llamada "promoción del 50" e integró la conocida Academia Universitaria del Paraguay. De inspiración bíblica son sus poemarios Salmos a deshora (1963) y Ditirambos para flauta y coro (1964). Su obra poética incluye, además, Zumos (1962), Las cuatro fases del Luisón (1966), Los "casos" de Perú Rimá (1969), Mboi yaguá (1973), poemario en guaraní, Itinerario poético (1984) y Deslumbres (1994). También es autor de dos obras teatrales en verso: Cantata heroica a Pedro Juan Cavallero y Fantasía coral (1976).


FANTASIA CORAL

Para un guiñol de Federico

Homenaje de Amigos del Arte

a Federico García Lorca

"veinticuatro bofetadas,

veinticinco bofetadas,

después mi madre, a la noche,

me pondrá en papel de plata".

PROLOGO

LOLA: Favor, que calle la gente,

Porque Federico se muere.

AMARGO: Pronto, a los puertos de Cabra

CORO: Cayó como un almuecín,

de bruces sobre su muerte.

Nana

Niño, baja del aire

sobre mi pañuelo verde.

Mira que por las cornisas

camina un duende.

Mi niño se me ha dormido

de repente.

(Antonio Torres Heredia y el Tte. Cnel. de la Guardia Civil, sajándose el alma, al verle.)

Telegramas

Por las antenas-bigotes

de Salvador Dalí,

avisar a los gitanos

qué pasa aquí.

–Que despachen a los puertos

sobre el Guadalquivir,

cien jinetes en cien jacas

con un lazo carmesí.

–Que despierten a Walt Whitman

desde Nueva York,

porque aquí han dejado muerto

a su hermano menor.

Requiem

Todos los caminos del alba,

–rogad por él.

Las adelfas y jazmines

–rogad por él.

Torres de Sevilla,

campanarios de Córdoba,

–doblad por él.

Ignacio Sánchez Mejías,

desde tu plaza en la luna

–ruega por él.

(Pongámonos de rodillas.)

–Amén.

Nana

Nana para el ángel sin alas,

nana ciega,

–Madre,

tráiganme una candela.

AMARGO: No lo quisieron cantando

–grillo de luz en el huerto.

Ahora su voz atruena

desde los cielos.

LOLA: Apagaron esos ojos

de mirar adentro.

Pero nos sigue mirando

desde el lucero.

CORO: ¡Era demasiado joven

para morir!...

–¡Era demasiado viejo

para vivir!...

UNA VOZ: ¡Basta! –¡Que llamen a la Guardia Civil!

Doble

¡Por qué ladran los perros,

por qué esas voces!

–Han envenenado la fuente

de mil colores.

–"Ay, Federico García,

digno de una Emperatriz,

acuérdate de la Virgen

porque te vas a morir".

–Señores, no está bien

orinar aquí,

donde el nardo de España

acaba de sucumbir.

Soledad

Año y año, hemos venido

rezando sobre tu calavera,

y aún nos cuesta pensar

que estés ausente de veras.

–Porque tú sigues, viajero

de Córdoba a Granada.

O trepado en Sevilla a su Giralda,

o quien sabe en qué coso

de Jaén o de Málaga,

clavando banderillas de fuego

al lomo de tu bifronte España.

–¡Calla!

–¡Calla! –El alma

de Federico aún palpita en esas sábanas...

De profundis

Los que estamos aquí, para asediarlo

con ojos amoratados de fiebre,

acurrucado en su sueño sin espalda

–apenas dormido solamente–,

hemos venido de los cuatro vientos

a congregarnos ante su alma ausente.

Despertando a los gallos de la aurora,

enarbolando el grito

más estentóreo y solemne

para decir que el canto no se muere

de un pistoletazo. –Que tu canto

Federico, tiene la extraña juventud

de la piedra y el árbol.

Porque te han derrumbado

–nuevo y eterno Baco–

para que germinaran las semillas

de tu canto. –Y vosotros,

astrosos peregrinos de la ancha Betis,

por un momento interrumpid la danza

y calle el lírico instrumento:

Un Señor –de más copete

que los de Benamejí–,

la sangre más clara y noble,

se nos ha derramado aquí.

CORO: Ha doblado su voz como un pañuelo

para metérsenos en el bolsillo.

–Ya no lo alcanzo a ver, aunque parece

desdoblarse en el rostro de los niños.

UNA VOZ: ¡Basta!

–Que descanses,

Federico

(1976)

(De: Teatro Breve del Paraguay, ed. Antonio Pecci, 1981)


Modesto Escobar Aquino

(Villarrica, 1940)

Poeta bilingüe (español-guaraní). Doctor en Odontología y docente en la Facultad de Ciencias y Letras de la Universidad Católica de su ciudad natal, Modesto Escobar Aquino ha publicado varios poemarios. En español, es autor de Siete en punto (1972), Don Juan Pitogüé (1977), Entonces, más allá del viento (1984), Savia caminante (1989) y Porque tenga nombre lo querido (1993), obra que ha recibido mención de honor en el Concurso de Poesía 1992 del Instituto Cultural Paraguayo-Alemán. En guaraní ha escrito ¡Ha!... Mborayhu, yvy puruã (1989) y Ñe’ã ñe’ê yvoty ha ñomongeta kito Kolóndive (1993). De más reciente aparición es Hi’ãiténtepa (1999), colección de 20 poemas en guaraní, en formato de casette-texto o CD-texto.


SÃ BLA

1989

Oho pyhare puku, puku,

ha ojajái ára rendy sakã.

Máva piko toimo’ã,

iñambue niko ko ko’êmba.

Ku isãso soro

ha maymáva tetãygua

oñe’ê rory ha opurahéi

omomorãvo ko ko’êmba.

Iporãma, he’i Ñandejára.

Apevénte, he’i Paraguái.

Topa teko vai, teko joja’ŷ,

tou katu ko’êmba.

Ipotĩma ñande rape,

topu’ãke ñane retã.

Aniangáke itatachinave

horyñehêva ko ko’êmba.

(De: Ñe’ã ñe’ê yvoty ha ñemongeta Kito Kolóndive, 1993)


SAN BLAS

1989

Se va la noche larga, larga,

y brilla la clara luz del día.

Quién lo habría pensado:

¡es diferente este amanecer!

De pronto somos libres

y todos en nuestro país

hablan alegres y cantan,

celebrando este amanecer.

Basta ya, dijo Nuestro Señor.

Hasta aquí nomás, dijo el Paraguay.

Que se acabe el sufrimiento, la opresión,

que venga, pues, el amanecer.

Ya está limpio nuestro camino,

que se levante nuestro país.

Que no se enturbie más

este amanecer colmado de alegría.

(Traducción libre de Wolf Lustig)


HI’ÃITÉNTEPA

Hi’ãiténtepa,

aiko aikoháre ha aiko aikovérõ,

ha’a mba’e vokóinte

vy’a pavê saraki ñuhãme

ha kambuchi renyhêicha

tojeka che juru

ha toñehêrykuavo che ñe’ê

yvytu kurusu pepóre.

Tove toho oho hápe.

Tove toho rei,

nandi,

nandi vera,

sã’ŷjapajeréi

sãso panambi.

Tove toipyte

mainumbymícha

mamo hyakuã hápe

yvoty ra’ŷi ypykue.

Tove toheréi

kuarahy rendy.

Tove toy’u

jasymi pukavy.

Tove tomono’õ

Tupã mborayhu.

Hi’ãiténtepa!

Ha áĝante ojevývo

tou tomosarambi

teko joayhu guasu,

py’aguapy rusu,

angapyhy pavê.

Ha uperiremínte

topyta,

topytu’u,

toke,

topayve’ŷ jepe

ra’e.

(De: Ñe’ã ñe’ê yvoty ha ñemongeta Kito Kolóndive, 1993)


OJALA

Ojalá

vaya por donde vaya y en cuanto viva

y caiga tal vez muy pronto

en la trampa de una juguetona felicidad

y como un cántaro repleto

se raje mi boca,

divulgándose mi palabra

por la rosa del viento.

Que vaya adonde vaya

Que vaya sin rumbo

sin nada

sin nada de nada,

revuelco sin trabas,

mariposa libre.

Que chupe

como el picaflor

atraído por las fragancias

granos de flores primigenias.

Que lama

las llamas del sol.

Que beba

la sonrisa de la luna.

Que recoja

el amor de Dios.

¡Ojalá!

Y ahora que vuelve

que venga a propagar

la gran amistad

la verdadera serenidad,

la satisfacción definitiva.

Y después

que se quede,

que descanse,

que duerma,

aunque no despertara

nunca más.

(Traducción libre de Wolf Lustig)


Lourdes Espínola

(Asunción, 1954)

Poeta y ensayista. Aunque odontóloga de profesión, desde muy joven se ha dedicado a la poesía. También colabora de manera regular en suplementos culturales y revistas literarias a nivel nacional e internacional. En 1973 apareció su primera obra: Visión del Arcángel en once puertas. A partir de esa fecha, Lourdes Espínola –también conocida como Lourdespínola– ha publicado varios otros poemarios que le han ganado dos premios literarios internacionales. De sus publicaciones, se destacan especialmente: Monocorde amarillo (1976), Almenas del silencio (1977), Ser mujer y otras desventuras (1985; ed. bilingüe: inglés-español), Tímpano y silencio (1986) y Partidas y regresos (1990), obra prologada por Augusto Roa Bastos. En 1995 dio a luz La estrategia del caracol (1995).


Y SER Y NO

In memoriam

Sor Juana Inés de la Cruz

Y ser y no.

Ser mujer,

con manuscritos de internas visiones

nombrando la experiencia.

Traduces lenguas de tragedia,

mujer abriéndose

como ostra

que lleva

su cárcel por dentro.

El resto: soledad,

verbo y polvo

masticando los años.

(De: Tímpano y silencio, 1986)


LOS POETAS

Tratamos de converger

una confusa zona:

de códigos iguales…

para buscar la alianza

de la eternidad y del instante.

Un mundo de formas superpuestas

a un universo de sonidos.

Papeles sumergidos en mágicas alquimias

para develar:

deseos, miedos, sueños…

Mientras las palabras de los ritos

llenan el espacio de conjuros,

para que se toquen y desnuden

las formas y el sonido.


MANUSCRITO EN GAVETA

a Jorge Luis Borges

Existe un libro en estado de gracia,

un manuscrito –dicen– de mi obra,

una ciudad contada, un adjetivo,

las claves, los códigos y el habla.

Unas páginas –dicen– unos versos,

un número infinito, una cifra,

la fatua sentencia que es la vida.

La obra es hermética, ilegible,

sus metáforas túneles al hueco de mi tiempo,

–sus títulos el juego de amurallar palabras–

su destino, se ignora, como el nuestro.


LO UNICO NECESARIO

a Augusto Roa Bastos

Estamos solos en un exilio interminable,

solos, como botella de un mar

sin nombre.

Sin amigos,

sin ecos,

sin sonidos.

Silencio, espejos,

sueños.

Mi tacto besa cada antiguo amante,

Vallejo, Pound, Borges.

Mientras despeino la cabellera al Dante

regresan

y ven que los espero

que les esperaba;

que estamos solos,

solos, como siempre.

(De: Partidas y regresos, 1990)


Eloy Fariña Núñez

(Humaitá, 1885 - Buenos Aires, 1929)

Poeta, narrador, ensayista, dramaturgo y periodista. Prolífico escritor y uno de los poetas modernistas más renombrados del Paraguay, Fariña Núñez conoció a Leopoldo Lugones en Buenos Aires, donde residió durante algunos años a principios del siglo pasado, en pleno auge del modernismo. Aunque por su edad pertenece al post-novecentismo, sin embargo, también escribió –como los integrantes de la generación del 900– cuando todavía estaba muy vivo el recuerdo de la Guerra de la Triple Alianza (1864-1870). En su obra, y en particular en su famoso "Canto secular" (1911), uno de los poemas más largos de la literatura paraguaya, trató de afirmar los valores espirituales de una nación que renacía de la catástrofe, exaltando en sus versos los más elevados ideales y condenando los errores y horrores de las luchas inhumanas. Sus obras incluyen: una novela de la que sólo se conoce el título, Rodopia (1912); un libro de cuentos, Las vértebras de Pan (1914); un poemario, Cármenes (1922); una recopilación de mitos, Conceptos estéticos. Mitos guaraníes (1926); varias obras de teatro y numerosos ensayos inéditos. En 1982 la Editorial Alcándara dio a luz un volumen dedicado a su obra poética, titulado simplemente Obra poética. De aparición póstuma más reciente son susPoesías completas y otros textos (edición a cargo de Francisco Pérez-Maricevich), libro publicado por Editorial El Lector en 1996.


ODA HEROICA

Voy a cantar a Silvio Pettirossi

Con la lira de Píndaro.

Era una bella y límpida mañana

De primavera. El ámbito purísimo

Del espacio brindábase sin término

Al vuelo de las águilas. Y Silvio

Contemplaba el espacio junto al ave

De acero, desde un prado florecido.

Miraba el éter puro, transparente,

El azulado y luminoso abismo,

Con la nostalgia con que mira el cielo

Por la ventana de su celda, el místico,

Sintiendo renacer en su alma heroica,

Ebria de azul, la sed de lo infinito.

El, Silvio Pettirossi, el hombre alado,

Estaba allí en la tierra como un grillo

Incapaz de volar sobre la hierba,

Y allá, en la altura, en el espacio límpido,

Los pájaros el vuelo remontaban

Con la armonía de celestes himnos.

El audaz nefelíbata quedóse

Durante unos segundos indeciso,

Con la mirada penetrante fija

En el vasto vacío,

Donde silbaba sordamente el viento,

Como el soplo de Dios sobre los siglos.

¡Oh reto de las fuerzas primordiales

Del Universo ciego y primitivo

A la acerada voluntad del hombre,

Cada vez más potente y más divino!

El piloto bajó la vista al suelo,

Vio a Clavileño junto a sí dormido,

Miró a su esposa, recordó la raza

A que pertenecía a justo título

Y, en nombre de la especie así afrentada,

Aceptó temerario el desafío.

¡Arriba! ¡Más arriba! ¡Siempre arriba!

Sencillamente, con grandeza, dijo,

Y el monoplano, dócil a su mando,

Latió febril con acerado ritmo,

Pronto a partir hacia el espacio inmenso

Como un corcel astral estremecido.

El motor de la máquina del héroe

Se puso a trepidar con roncos bríos,

Atronando la calma circunstante

Con su sordo rumor característico

Y las palas de la hélice giraron

Con la velocidad de un torbellino.

Azogado temblor corrió al instante

Por la articulación del mecanismo,

Elevado de pronto a la nobleza

De un dotado de alma y de albedrío,

Por la virtud angélica del vuelo

Y la humana inquietud de lo infinito.

El piloto montó sobre Pegaso

Y se elevó en el diáfano vacío.

Bebiendo viento y devorando espacio,

Ariel o cóndor, Euforion o Icaro,

Fue cerniéndose raudo en las alturas

Con la serenidad de un dios olímpico.

Lejos del suelo, cerca de los astros,

En la región del rayo y del volido,

Estaba en su elemento imponderable

El alígero Silvio.

Y hendía el aire, bajo el cielo puro,

Donde vuelan los cóndores andinos,

Con el triunfal valor de nuestra raza

En todos los titánicos designios,

Ya conquiste la gloria en el combate

O ya escale el espacio en un velívolo.

Con la pupila escrutadora errante

En los confines del azul abismo,

El águila caudal batió las alas

Entre dos pavorosos infinitos:

Arriba, el firmamento sin medida;

Abajo, el insondable precipicio.

Y el nauta vio que el cósmico misterio

Era al misterio humano parecido;

Escuchó la armonía de los astros,

Sintió rodar bajo sus pies los siglos,

Y, en un grácil remonte de la máquina,

En un épico y mudo desafío,

Ascendió como un pájaro fantástico

Para precipitarse de improviso

En vaivén ondulante de hoja muerta

O en circulares vuelos invertidos.

Bajaba del azul como una flecha

Arrojada vibrante desde Sirio,

Cuando de pronto, en la celeste atmósfera,

Por un mandato obscuro del destino,

Plegó el ave las alas bruscamente

Y se precipitó desde el vacío

En la triste morada de los hombres

Como un astro extinguido,

Partiendo el alma del piloto alado

Hacia nuevos espacios infinitos.

Voy a cantar, oh Musa, el fin del héroe

En el modo hipolidio.

No he de llorar la muerte del que vive

En el vasto recuerdo colectivo,

Ni he de rasgar mi túnica de púrpura

Sobre el sepulcro del recién caído.

Yo levanto la voz, remonto el vuelo

Y a las edades más remotas digo:

"Non omnis moriar",como canta el vate

En el monumental verso latino.

Y del etéreo paladín que supo

Grabar su nombre en el azul dominio,

Ha de quedar el vuelo gigantesco

En nuevas aves del solar nativo,

Ya perforen las nubes con sus alas

O ya encanten las almas con sus trinos,

Intrépidos señores del espacio

O armoniosos Arieles pensativos,

Todos seres alados, todos héroes,

De comunes orígenes divinos.

Alcese, en tanto, en un lugar excelso,

La altiva imagen del varón alígero,

En ademán de hurtar el fuego sacro,

Sobre un corcel alado y no rendido,

A fin de que la gente venidera

Diga, al mirarla, en apartados siglos:

"Voló como no vuelan ni las águilas.

¿Cuál es su nombre? El paraguayo Silvio".

(De: Obra poética, 1982)


Miguel Angel Fernández

(Asunción, 1938)

Poeta, crítico literario y de arte, ensayista y docente universitario. Editor y compilador de obras de Rafael Barrett, Hérib Campos Cervera, Julio Correa, José Concepción Ortiz, Josefina Plá y Augusto Roa Bastos, Miguel Angel Fernández es también co-editor (con Renée Ferrer) de la antología Poetisas del Paraguay (Voces de hoy) (1992) y autor de (la versión original en español de) Art in Latin America Today/ Paraguay (Washington D.C., 1969). Su producción poética incluye tres plaquetas –Oscuros días (1960), A destiempo (1966) y El fuego (1970)– y un poemario: Litterae (1996). Con el sello de DIALOGO (nombre de la revista que publicó entre 1960 y 1964), ha editado más de veinte obras de autores paraguayos y extranjeros.


LOS CIRCULOS

A Roberto Juarroz

De pronto sé

que alguna cosa fuera del tiempo

palpita

no para mí

sino para que no se rompa

su propio círculo ciego

y para saber

que alguna cosa fuera de sí

palpita

no para él

sino para que no se rompa

su propio círculo vacío.

(1964)

(De: A destiempo, 1966)


HOMO FORTIS

Nunca la duda

penetrará su piel

(tan dura como el hierro

de sus garrotes,

tan sucia

como el agua pútrida

de sus "bombas

contra incendios"),

nunca vacilará

en escupir la orden

ejemplar,

el vómito de mando

contra la subversión

(el caos que amenaza

su "paz",

su digestión,

sus privilegios),

esa palabra inquietante

con que justifica

la punición

(o sea la tortura,

la cárcel,

el destierro,

la muerte)

del culpable

(soñador execrable

de extraños mundos prohibidos);

el hombre libre.

(1969)

(De: El fuego, 1970)


Oscar Ferreiro

(Pilar, 1921 - Asunción, 2004)

Poeta y ensayista. Aunque agrimensor de profesión, Ferreiro es uno de los representantes más importantes de la poesía vanguardista en el Paraguay. Destacado miembro de la llamada generación del 40 –su "estrella polar" (según Charles Richard Carlisle en Beyond the Rivers, su antología de la poesía paraguaya del siglo XX)–, esposo y yerno de dos conocidas escritoras (Ana Iris Chaves de Ferreiro y Concepción L. de Chaves, respectivamente), este poeta surrealista, traductor de algunos clásicos franceses (como Nerval y Rimbaud), ha incursionado también en el campo de la antropología llevado por sus intereses etnográficos en los pueblos aborígenes aún existentes en su país. Además de su copiosa producción poética de vanguardia, Oscar Ferreiro es autor de varios "compuestos" (nombre dado en Paraguay a algunos poemas narrativos transmitidos oralmente y relacionados con los romances españoles tradicionales), "lo más valioso de su lírica", según Hugo Rodríguez-Alcalá. Su producción poética incluye, entre otros títulos, Poemoides (1977), Antología (1982) y El Gallo de la Alquería y Otros Compuestos (1987). En 1992 apareció El gran poeta paraguayo Oscar Ferreiro, una pequeña edición antológica de su poesía hecha por Elva Noguera de Vera y Francisca Fernández Augusto.


MATERIA APASIONADA

En un aire de heliantos imposibles

me gritaron los últimos colores...

Y, así, ya de vencida,

con la materia locamente mía,

traspasado de mundos y de mundos,

con violetas y angustias, con mi amor a lo lejos,

con mis murientes fáculas,

tendido,

soñando el duelo de la hundida sangre,

con mordientes cenizas y agonales begonias

subí hasta el fondo el vértice profundo.

Y lloró mi anarquía sus insípidas rosas:

agrio fulgor de mis dolores sordos.

Mas, ay, sol de los muertos,

entre bocas deshechas y agotados cabellos,

ay, quiebra la derrota hacia mi nada,

¡este icástico esquema!

hacia el murmurio lactescente y denso,

hacia el centro del gris, antípoda absoluto,

remoto punto del sistema obscuro.

(Las antinomias arden a lo lejos

entre las breves manos del adiós.)

¿Cuándo empecé a morir?

Ah, sí, suicida amante,

entre altos rojos y abisales voces,

entre tallos de luz, yo, retorcido,

con mis áureos segmentos, mis livores,

con mil psíquicas manos, con mil halos sulfúricos,

y este preludio de mil ojos verdes

voy aflorando.

Lloro octubres y cielos, canto amargas atlántidas,

sobre zonas y polos cintilados de nunca,

sobre lluvias de amor.

Y ahondando cuencas y enarcando combas

con mis lágrimas rojas, mis blasfemias,

con tu quiéreme siempre, con mi siempre,

en el creciente océano del sexo

expandiéndome voy.

Sólo un flagrante anhelo, un tórrido tropismo

y este avatar de pétalos de fuego

en el orgasmo intenso de las cosas.

Diez mareas de sangre, diez uránicas glorias:

así es la muerte... y aquí es que te abrazo

insuflado de cobres y amatistas

y me suben tus olas y te invaden las mías

¡dulcísima unidad!

Saturnal e increíble, con mis últimas órbitas,

–loca leticia, sueño de los sueños–

sin soledad posible, sin silencio,

en actinal delirio de amarantos

muevo guerra sin fin...

(De: Sinforiano Buzó Gómez, ed.,

Indice de la Poesía Paraguaya, 3ª ed., 1959)


SIEMPRE LA MUERTE

No me dejes

Maligna

y atiza el fuego

y el dolor dormido

despelleja mis manos destruidas

despierta mi torpor

y auscultaremos la tormenta ciega

los deleites del caos

por gustarlos de nuevo

en los cauces sumidos

en las canchas abiertas

desflecando las cuerdas amarillas

bajo la parra undosa de la melancolía.

Sopla y danza

Taimada

sobre la carne ardiente

con crótalos

requiebros

y trompetas calientes!

Danza pálida virgen en los aros del viento

babeando en el vaho del chubasco

coronada de ortigas

sobre la carne rosa

insepulta y lasciva!

No me dejes

Maligna...

mientras me rondes

vivo!

(De: Rubén Bareiro Saguier y Carlos Villagra Marsal,

Poésie Paraguayenne du XXe. Siècle [edición bilingüe], 1990)


LUNA ROJA

a Epifanio Méndez Fleitas

La luna salió escarlata

por las ventanas del mar.

Tu furia, cielo, desata,

desátate vendaval.

Llueve, llueve, que más llueve,

que dan ganas de llorar.

Negras aguas lleva el río,

lleva lágrimas al mar.

Un bosque de cuerdas rotas,

de cántaros un millar,

guitarras locas de llanto,

flautas locas de llorar.

Mano de luna, lunada,

delirios de guavirá,

en tu nieve lloran llamas,

blancas llamas de verdad.

Gira, gira, que más gira,

no te canses de girar

que en tu rueda, roja luna,

mi puñal quiero afilar.

Gira, gira, que más gira,

no te canses de girar,

de mis ojos corre el agua

que tu canto ha de mojar.

Y huyó la luna escarlata

por las cocinas del mar.

Tu furia, cielo, desata,

desátate vendaval.

Se quiebran las secas flores

en la amarga oscuridad,

se quiebran los duros labios

de la tierra de guarán.

Calmará la antigua tierra,

su antigua sed calmará,

de guarán la antigua tierra

que de sed muriendo va.

Caballero de la muerte,

mi caballero sin par,

está creciendo la noche

negra noche de vengar.

Caballero de la muerte,

mi caballero sin par,

los diez clavos de tu espuela

clava en tu potro de cal.

Y no había tregua en la noche,

negra noche de vengar,

no habrá tregua hasta la aurora,

blanca aurora de esperar.

Y, cuando irrumpa la aurora

por las ventanas del mar

con la plata de tu espuela

nuestra tierra cantará!

(De:Elva Noguera de Vera y Francisca Fernández Augusto,

El gran poeta paraguayo Oscar Ferreiro, 1992)


SAN JUAN EN LA CHACARITA

a Kostia

El veinticuatro, por cierto,

que de Junio se decía,

San Juan del cielo bajaba

camino a la Chacarita.

No quiso fallar el santo

aquella noche a la cita

y se encajó una casulla

sobre la rota camisa.

Eufórico hace su entrada,

aunque le estaba prohibida,

la noche del veranillo

con su larga comitiva.

Reclinada en su bochorno

le espera la noche encinta,

sorda de cajas oscuras

y exaltadas mandolinas.

Vieja luna de los indios,

la que llevó su alegría,

pone brillo en la esperanza

y en las flechas escondidas.

Catedral, cárcel y claustro

sobre el barranco, allá arriba,

y los cerdos de la tierra

osando, abajo, letrinas.

Los pobres penan abajo,

los ricos cenan arriba.

Lo que en la tierra se pena

en el cielo se desquita.

Allí revientan los caños

con toda su porquería

que, cual regalo del cielo,

la torva ciudad le envía.

¡Pobre luna de los pobres!

Con sus burjacas vacías

sobre el carbón de los techos,

alta, en el cielo transpira.

Pero esta noche es de juego,

noche de ensueño, es distinta.

Un gran corral de fogatas

alegres niños atizan.

Fiesta del fuego y del agua

no quiere mostrarse ambigua

y toda entera se abrasa

en llamas de algarabía.

–Seguro que vendrá en coche.

–No, en su balandra amarilla.

–Ni en balandra ni en calesa.

Vendrá en su yegua madrina.

Y llega en su yegua blanca

San Juan, montado, a la cita

con una banda de músicos,

rabeleros y flautistas.

Trae el fuego en una mano

y en otra el agua bendita.

Joven y bello en su halo

es aclamado en la pista.

Desmontan al caballero

y le convidan con chicha.

Le rodean los mancebos

y las chinas le acarician.

Entre los largos cabellos

le platea la sonrisa.

Marinos y verdeolivos

disputan su cercanía:

unos le besan las plantas

otros las raras sortijas.

–San Juan está con nosotros,

¡gallarda marinería!

–No, señor, es con nosotros,

¡valiente caballería!

La negrada de San Roque

sobre las brasas camina.

Las galoperas cimbrean

y tiemblan las banderillas.

¡Que viva Señor San Juan,

el patrón de las farristas!

Entre blasfemias de sangre

y limetas de aguaviva,

en el fondo del tablado

gesticulan los arpistas.

Pañalones colorados,

escotes de popelina,

con pie desnudo en la arena

marcan cruces las raídas.

Cambá Villeta sin dientes,

entre alcohólica y esquiva,

quebrándose para atrás

suelta el trapo de la risa.

Sobre el filo del barranco,

sudorosas bailarinas

ya están llamando a la muerte

con sus caderas lascivas.

Pólvora y caña en el aire.

¡Ya se armó la tremolina!

Un sordo grito se ahoga.

La sangre en el suelo brilla.

Con una escoba de yuyos

la luna barre de prisa.

Ya malherido de muerte

un marinero en la esquina

a punto de desplomarse

se está atajando las tripas.

¡Chaque, niños, a correr,

que viene la policía!

Y de barranco a barranco,

desde una orilla a otra orilla,

el máuser tiene sus cabos

como una araña maligna.

Atropellan los marinos

y ataca la policía.

En torno de los caídos

la gente se arremolina.

Y cuando, a todo contrario,

la gresca tremenda hervía

un fosfórico aguacero

descarga sus aguas frías.

¡Por hoy, se acabó la fiesta!

¡Todo el mundo a su casita!

Por un zanjón, presuroso,

San Juan emprende la huída

no sin antes prometer

volver de nuevo en su día,

el veinticuatro –por cierto–

que de Junio se decía.

Se apagaron las fogatas,

se acalló la gritería.

Sólo el silencio, de bruces,

sobre empapadas cenizas.

Dos muertos por cada bando

fue el saldo de la embestida.

Cuatro muertos se escondieron

debajo de las cocinas.

Agua y plomo, plomo y agua,

congelada fantasía,

los laureles del poeta

se han hecho polvo y cenizas.

(De: Elva Noguera de Vera y Francisca Fernández Augusto, editoras,

El gran poeta paraguayo Oscar Ferreiro, 1992)


Renée Ferrer

(Asunción, 1944)

Poeta, narradora, ensayista y dramaturga. Doctorada en Historia por la Universidad Nacional de Asunción, Renée Ferrer es una de las escritoras más prolíficas de su generación. Ha ganado varios premios nacionales e internacionales de gran prestigio. De sus obras publicadas, cabe destacar, en poesía: Hay surcos que no se llenan (1965), Voces sin réplica (1967), Desde el cañadón de la memoria (1984; Premio Amigos del Arte 1982), Peregrino de la eternidad (1985), Sobreviviente (1985; Premio Amigos del Arte 1984), Nocturnos (1987), Viaje a destiempo (1989; Premio El Lector), De lugares, momentos e implicancias varias (1990), El acantilado y el mar (1992), Itinerario del deseo (1994; edición bilingüe español-portugués, 1997), La voz que me fue dada [Poesía 1965-1995] (1996) –especie de antología poética personal de la autora que reúne poemas selectos de sus libros poéticos anteriores y agrega siete textos nuevos–, El resplandor y las sombras (1996), De la eternidad y otros delirios (1997), El ocaso del milenio (1999) y Poesía completa hasta el año 2000 (2000). En narrativa tiene La Seca y otros cuentos (1986; Premio La República), cuyo relato titular ("La seca") obtuvo el Primer Premio Pola de Lena en España (1985), Los nudos del silencio (1988; edición en portugués, 1997, y en francés, 2000), su primera novela, Por el ojo de la cerradura (1993; Premio "Los 12 del año"), otra colección de cuentos, Desde el encendido corazón del monte (1994), relatos ecológicos y obra ganadora del Primer Premio de la UNESCO y la Fundación del Libro en la Feria del Libro de Buenos Aires, 1995, Vagos sin tierra (1999), su segunda novela, y Entre el ropero y el tren (2004), una tercera colección de cuentos. También es autora de poemarios y cuentos infantiles, entre éstos de La mariposa azul y otros cuentos (1987; edición bilingüe español-guaraní, 1998). En 1993 realizó las adaptaciones teatrales de dos cuentos: "La sequía" de Rodrigo Díaz-Pérez y "Hay que matar un chancho" de su propia autoría, obras que integran la presentación unipersonal Mujeres de mi tierra llevada a cabo en Francia, España y Colombia ese mismo año (1993) por la actriz paraguaya Ana María Imizcoz. Su producción dramática, de más reciente aparición, incluye cuatro piezas breves: Escape al río, La partida de dados, El burdel y Se lo llevaron las aguas, todas escritas y estrenadas en 1998, y La colección de relojes (2001), inspirada en un cuento de su propia autoría.


DESPEDIDA

Mirada interminable

abarcando las costas que se alejan.

Espuma taciturna

rompiendo quedamente

el minuto suspenso.

Adormida en los aires

se estanca la euforia primigenia,

el adiós largamente demorado.

Un tumulto de aliento se acurruca

en el corredor de la conciencia,

en tanto que la imagen

chorrea débilmente

su tristeza a lo lejos.

Mil palomas se agitan

sobre una multitud esclava

del silencio.

Se aferra la congoja al horizonte

con la dulce nostalgia

de todo cuanto ha sido.

Grietas desconocidas tiritan en el aire

inundado de nombres,

y ante los arrebatos del destino

un desvalido asombro

se aglutina en la garganta.

(De: Desde el cañadón de la memoria, 1984)


POEMAS

Los poemas caen sobre mí

como lluvias torrenciales,

como partes de un astro visionario

que vuelven a nacer entre mis manos,

como ríos anhelantes de su cauce

a través de mi carne.

Caen en mí

cuando las horas parten

y no estoy en mi cuerpo sino llena

de sed y de distancia

en el tránsito alado de los pájaros.

(1980)


LLAMAD

a Rubén Bareiro Saguier

Soy la tierra que llora.

Un regazo vacío que abre su tibieza

para acunar tu ausencia.

Una espera infinita.

Soy los mangos del patio donde duelen

tus rodillas de niño,

la alcoba de tu primer amor,

y el beso aquel temblando en mi fragancia.

Soy el sol que te busca en los portales,

las calles por ti andadas.

Una sombra sin nidos.

Un viento inmóvil.

Soy la luna trenzada en el encaje

del lapacho florido,

la blanca inspiradora que te extraña

y quiere estar contigo.

Soy el lecho de un sueño desvalido,

el puerto de algún barco que se fue

con su mástil radiante

hacia el olvido.

Soy la tierra que llora

la voz de tu palabra silenciada.

Soy tu madre

y te quiero aquí conmigo,

sin réplica

o demora,

porque sin ti soy una vida

atrozmente incompleta.

(1984)

(De:Peregrino de la eternidad, 1985)


RETRASO

Reconocí su voz, mas no mi cara; su figura era lánguida, muy llovida quizás. Mauricio no se llamaba Mauricio, ni era coincidente la imagen con la suya. Pero existíamos. Eramos tan jóvenes aquella siesta. Apresurados entramos al departamento, porque se nos hacía tarde y habíamos olvidado las luces encendidas. Me gustaba el corredor con sus apliques modernos, las puertas de nogal y el tapete beige del saloncito, donde mirábamos pasar el tiempo sobre las leñas. Recostados uno contra el otro, lo mirábamos pasar, como desde el fondo de una pecera, desdibujado y remoto.

El invierno es la estación propicia para las confidencias, el chocolate espeso y aquella manera cómplice de deshacer y recomponer las cosas. Nos habíamos casado un año atrás, y nuestra unión flotaba como una mariposa ingrávida entre las paredes claras de aquel departamento, ni muy estrecho ni muy amplio, que de a ratos parecía perder sus límites, extendiéndose indefinidamente sobre una ciudad que siento mía, sin conocerle el nombre. Esa certeza de crecer, me fascina. Desde adentro de mí, crecen también las cosas, las habitaciones, el deseo; fagocitando cada suburbio, toda puerta, cualquier tristeza.

Algo extraño ronda el interior de las ventanas; parpadea sin asombro desde el espejo; me gratifica: la sensación de una perfecta felicidad.

Era como si yo no fuera, o fuese en otra parte; como si en-tre Mauricio y yo estuviera tendido un puente por donde transitasen nuestros pensamientos sin barreras ni equívocos, corroborando la inutilidad de la palabra. Como un conocimiento de precisión radiográfica; un ballet de sentimientos y certidumbres que va dejando a cada paso los actos en su sitio; un sa-berse desnudo desde adentro, con una desnudez que no perturba.

Me gustaban mis muebles y su boca. La aceptación de mi rostro plano y anguloso, donde con placidez entera hay una sa-tisfecha indiferencia. Nada me importa. Nadie me preocupa. Estoy fuera del tiempo; en otro espacio; sin fuerza capaz de al-terarme después de apagar las luces. Simplemente soy en la dicha.

De repente en el reloj son más de las cuatro. Algo me des-prende de algún lugar y me reintegra. Me despierto atolondrada, mientras desde el espejo me mira mi propia sombra envejecida. Reconozco mi cauce y me apresuro, porque hoy es día de visitas, y llegaré a la cárcel con media hora de retraso.

(De: Por el ojo de la cerradura, 1993)


Oscar Humberto Fleitas Gómez

(Asunción, 1961)

Poeta. Aunque arquitecto de profesión, se dedica también a la poesía y a otras actividades creativas que incluyen la música y la pintura. Entre 1988 y 1993 forma parte del coro Marandú; en 1989 se inicia en el área del diseño gráfico computarizado y en 1992 asiste a un taller de pintura dirigido por Olga Blinder. En 1992 escribe Entre luces y sombras (1995), su primer poemario y obra ganadora del concurso nacional "Voces Nuevas de la Poesía" (edición 1993).Prolífico en el campo poético, a partir de 1995 Oscar Fleitas ha publicado otros diez poemarios: Análisis (1996), En sueños (1998), Semilla de hombre (1998), Simplemente humano (1999), Entre dulce y amargo (1999), Análisis II (2000), Brote de esperanza (2001), El canto del profeta (2001), Amor y amar (2002) y Análisis III (2003). Tiene además en prensa su poemario número 12: Del dolor a la alegría (para fines del 2004).


LA REALIDAD

¡Qué tonto he sido!,

tantos

años de experiencia,

aún así;

me han vencido.

La realidad

otra cosa sería,

si de ojos abiertos,

me encontrara

testigo.

EL PRADO

En el prado,

el pasto,

la paz.

Así reposan

mis ansias,

cuando tus manos,

besan mi amor.

(De: Análisis III, 2003)


TRAGEDIA UNO A

¿Cómo?, no escuchaste nada,

¿dijiste…?, ¿de qué te hablo,

me preguntas?

Del trágico uno de agosto,

no fue el día del carrulín…,

fue el día del Ycua Tatacuá.


TRECE VASOS

Con el corazón

en las manos,

al cerrar los ojos,

trece vasos

de sangre,

se derramaron.

(De: Del dolor a la alegría, en prensa 2004)


Nora Friedmann

(Villarrica, 1953)

Poeta, actriz y productora de televisión. Socia fundadora de Escritoras Paraguayas Asociadas (EPA), miembro de la Comisión Directiva de la Sociedad de Escritores Paraguayos (SEP), presentadora y directora de televisión, Nora Friedmann empezó a escribir desde los doce años y tiene en su haber cinco poemarios publicados: La vida, el amor y mis recuerdos (1991), Pude haber sido (1991), Sueños (1995), Buscando el camino (1998) y Entre sueños, amor y vida, antología poética de toda su obra, aparecida en Paraguay en 2000 y en España en 2002.


SUEÑO

Sueño con tu alma pura

y tus besos infinitos.

Sueño con tu amor presente

en cada espacio de mi pequeño mundo.

Sueño con tus caricias

perdidas en medio de mi cintura.

Sueño con tu corazón latiendo

junto al mío,

perdiendo su paso y su ritmo

al hacerse melodía.

Sueño con la vida distinta

que un día me ofreciste

sin pedir nada mío.


CIEN AÑOS

Quisiera que viviésemos cien años

para amarnos,

que el sol brillase tanto

y que nunca nos ciegue la penumbra.

Que en la noche las estrellas iluminen

y la luna acaricie con su manto

nuestro amor tan ardiente y encendido.

Que tu cuerpo tenga

la imperiosa necesidad

de enlazarse al mío,

y que nuestras almas

se unan tanto

sin saber siquiera

¡que alguna vez no estuvieron unidas!

(De: Entre sueños, amor y vida, 2000)


 
 
 

María Eugenia Garay

(Asunción, 1954)

Poeta, narradora y periodista. Licenciada en Ciencias de la Comunicación por la Universidad Católica de Asunción, María Eugenia Garay ha colaborado en periódicos y revistas locales, y sus obras han sido incluidas en antologías y suplementos culturales diversos. En 1970 se la distingue con el Premio René Dávalos convocado ese año por la Revista Criterio. Sus obras publicadas incluyen: Poesía (1983), Recobrario (1984), Elección personal (1987), Baile de disfraces (1987), Los indóciles sueños (1999; Segundo Premio en Premio Municipal de Literatura, edición 2000), Bosque de luciérnagas (2000; Mención de Honor en Premio Literario Roque Gaona, edición 2000), Verano en Isla Esmeralda (2000) y El hada de la luna (2004). Tiene en prensa: El túnel del tiempo, Conversaciones con el abuelo y Héroes, batallas y milagros.


LAS PRIMERAS LUCES DEL ATARDECER

–Sí, en parte es cierto, lo del robo, pero sólo en parte, ya que la verdad es como un prisma, tiene varias caras, y todo depende desde qué ángulo se la mire. No discuto que me escapé del Colegio. Hacía tiempo que lo venía planeando, así que esa siesta todo lo que hice fue subir al viejo árbol de mango que estaba contra la muralla de la huerta, sí, sí, allá en el fondo, en ese patio donde nunca iba nadie y menos un sábado de siesta, me trepé a él, sentí la aspereza de su viejo tronco arañar mi piel con esa dureza tosca que me resultaba tan familiar, extendí la mano, alcancé el borde de la muralla, y luego ya me resultó fácil saltar a la calle del mercado. Había poca gente circulando por allí, pero a nadie le llamó la atención ni mi salto, ni mi presencia. Una chica vestida de uniforme marrón, y demasiado flaca para su edad, pasaba totalmente desapercibida.

Además esa gente estaba ocupada en otras cosas, ofrecían ansiosamente las frutas y verduras que les quedaban en sus canastas. Claro querían venderlas lo antes posible, el mercado recién volvía a abrirse el lunes.

Pero yo no necesitaba preguntarles nada. Desde que comencé a maquinar mi fuga, empecé a prever todos los detalles. No soy "demasiado chica", tengo nueve años, y para mamá siempre fui grande. A veces pienso que nací adulta, porque a mis hermanos menores toda la vida tuve que cuidarlos. Entiendo que la pobre mamá tiene problemas, a menudo la veo llorando, se esconde detrás del ropero, allí donde cuelga su viejo tapado de piel falsa, y escucho sus sollozos ahogados. Vivimos en casa de la tía, que es hermana de papá. A papá lo apresan a cada rato, lo persiguen. Es la política, dice mamá suspirando.

Sí me acuerdo perfectamente la vez que entró la policía a casa a buscarlo. Soñaba y soñaba después de aquello, con una culata de fusil que rompía el vidrio de la puerta de entrada. El visillo de voile color vainilla, flotaba irrealmente movido por el viento. Los cristales hechos añicos esparciéndose por el piso del zaguán, el ruido que produjeron al romperse, papá alzándome de la cama y abrazándome contra su pecho. Podía oír perfectamente los latidos acelerados de su corazón. Los hombres armados registrando los libros, tirando los estantes por el piso. Pero yo no tenía miedo, no entendía qué era todo aquello. ¿Qué podían buscar entre los libros? Es más, me gustaban sus uniformes de brillantes botones y esos rifles largos y negros me parecieron muy lindos, serían fabulosos para jugar tiro al blanco con los primos. No obstante percibí la tensión de papá, la mirada angustiada de mamá que estaba dando de mamar al bebé. Y abrazando con el brazo libre a Clarita, mi hermana menor, liada como siempre entre sus polleras.

Pero no me pusieron pupila por eso. El pupilaje fue después. Cuando apareció Rosalba.

Yo ya estaba lista para ir esa mañana a la escuela. Mamá me había peinado, y me ayudó a hacer el moño de mi delantal blanco. No sé por qué se me ocurrió ir hasta la pieza de la tía. La puerta estaba entreabierta. Entré y ahí estaba ella.

–Es una hija de tu papá, así que es tu hermana– dijo la tía, y yo me alegré porque hacía rato quería tener una hermana con quien jugar. Clarita era demasiado chica, y el bebé apenas gateaba. La maestra de catecismo nos había enseñado a rezar. Así que todas las noches antes de dormirme rezaba y le pedía a Dios una hermana mayor. Y mis ruegos habían sido escuchados. Aquí estaba ella. Cuando mamá entró a la pieza a buscarme, se le demudó el rostro. En el camino de ida a la escuela se pasó peleando con papá que manejaba el auto. Después de eso, pusieron mi colchón liado sobre el techo del vehículo, cargaron bolsas con unos horrorosos uniformes marrones, y me dijeron que iban a llevarme a visitar un "hermoso colegio donde habían jueguitos para los niños". Un tobogán altísimo, que tocaba las copas de los árboles. Me subí, no me animaba a largarme. Cuando por fin me animé, papá y mamá ya no estaban. Así comenzó mi cautiverio.

Tenía seis años en ese entonces.

Recordaba los veranos en la sierra, en casa de los abuelos. El esplendor del verano entre los guayabos. El brillo enceguecedor del sol, reflejando su luz sobre la mansa corriente de arroyo que pasaba por el fondo del patio. El aroma de los mangos y de la flor de coco inundando el aire. El canto de las cigarras. El olor del aljibe cuando sacábamos agua, su brocal cubierto de helechos. La claridad del cielo, las brillantes estrellas, el amortiguado canto de la lluvia sobre el techo, el murmullo del viento sobre la enredadera del patio.

Desde entonces mi idea de la libertad es sinónimo de aquello.¿Cómo sentirme libre deambulando por estos corredores muertos, alumbrados con luz eléctrica? No puede haber libertad sin sol, sin campo, sin arroyo, sin verdes. Un espacio sin límites, un cielo sin contornos, un concierto de pájaros, y yo absorbiendo aquella atmósfera y fijándola en mi memoria para siempre.

Fueron tres largos años tras esos grises muros. Hasta que una noche descubrí el auto.

Había corrido la cortina que rodeaba mi cama, rezamos las oraciones, y nos acostamos. Cada pupila tenía su cama cubierta por una cortina similar a la mía. En la cabecera de mi cama había una ventana. La abríamos por las noches para que entrara el fresco. Pero yo no podía dormir. Ese recuadro de cielo me resultaba insuficiente. Tenía la sangre enferma de libertad. Y los ojos abiertos sin remedio. En mi garganta un nudo con un gusto salobre muy parecido al de las lágrimas, trataba de aflorar. En mi mente aparecían en tropel desordenado: campos, arroyos, árboles, cigarras, mariposas y pájaros. Necesitaba imperiosamente sumergirme otra vez en el verano. Como antes. Emborracharme de fragancias, de brisa, envolverme en colores, zambullirme en destellos. Nostalgia de sol que me estaba disecando el alma. Sacarme este horroroso uniforme marrón, estos zapatones cuadrados y pesados, que parecían ruedas de tractores. ¡Descalzarme! Ponerme otra vez mi vestido liviano de algodón, estampado de diminutas margaritas y correr deslumbrada de sol, de viento, de cielo, por entre aquellas ondulaciones de los cerros, hasta ver emerger el campanario de la Iglesia, torcer por el puente de madera, pasar el Pozo de la Virgen y subir la cuesta empedrada hacia la casa de los abuelos.

Esa noche, me subí a la ventana. En diagonal quedaba la ´Casa de Argentaª. Los miércoles de noche el ´Romary Clubª sesionaba allí. Casualmente era miércoles. Así que justamente enfrente de la puerta estaba estacionado el Páckard verde y plateado de mi abuelo. ¡Abuelito!, grité con todas mis fuerzas, ¡Abuelito!, estaba segura de que si él me escuchaba, vendría a rescatarme de este encierro. El, que me había enseñado a nadar, a hacer funcionar el ariete para que hubiera agua corriente en la casa, a cambiar una canilla, a podar, a plantar, a comer aguacates, a treparme a los árboles del patio, a disfrutar de la vida, a sentirme un ser muy importante, a ser feliz. Sí, porque a ser feliz se aprende. Así como también se aprende a ser infeliz, y esto es lo que yo me negaba a aceptar. Por eso debía salir de aquí, antes de que el virus de la tristeza me invadiera la sangre.

Pero el abuelito no pudo escucharme, y la aventura terminó con que las monjas me castigaron sin poder salir varios domingos, por haberme subido a la ventana del segundo piso, corriendo el gravísimo peligro de caerme.

Por eso decidí ser más cautelosa. Así que cuando encontré el momento oportuno, después del almuerzo del sábado, me escondí entre los arbustos del patio. Cuando las pupilas entraron del recreo, me dirigí a la huerta. Me despedí del chorro de la fuente, donde tantas veces en secreto me había sacado los zapatos para sentir la fría tersura familiar del agua, conteniendo a duras penas el deseo de sumergirme por completo en la rústica piletita.

Caminé por entre los almácigos que la hermana Baldomera sembraba con tanta dedicación. Arranqué una zanahoria para no perder la costumbre de comérmela cruda. Y entonces escuché los suaves gemidos. Me acerqué adonde provenían. Metí la cabeza por la abertura de la carbonera y lo encontré.

Solo y abandonado como yo. Indefenso y olvidado. Me movió la cola y comenzó a lamer la mano que le tendía. Atado con una vieja y enredada cuerda. Los ojos tristes, las patas enmohecidas de encierro. Soportando esa prisión, ahogando su rebeldía y mordisqueando inútilmente la piola y sus ansias. Entonces, sin sentarme a reflexionar, tomé la decisión.

Observé detenidamente a mi alrededor. No volaba ni una mosca. Sigilosamente llegué hasta el gran árbol de mango, ágilmente me trepé y salté. La muralla no era muy alta, y las gruesas ramas del mango, un sólido arco fácil de atravesar.

Pasó la camioneta de las monjas, se me cortó la respiración al verlas. Un oscuro terror me invadió, así que me escondí entre unas cajas de cartón vacías, apilonadas en la vereda, por nada del mundo quería volver a mi prisión. Pero ellas no advirtieron mi presencia, así que salí de mi escondite y comencé a caminar. El sol me dio la bienvenida, bailando en mi pelo, en mis brazos, en el resbaladizo reflejo de mi sombra. ¡Era libre por fin!

Los pesados zapatones dificultaban la ligereza de mis pasos, pero ya nada podría detenerme. Durante muchas noches el proyecto había ido germinando dentro mío. Ahora era realidad.

Unas revendedoras tardías estaban cargando sus canastas y bultos en un pequeño camioncito descubierto. "Mixto", decía un cartelito mal pintado a mano, colgado de cualquier manera de su destartalada carrocería. Observé cómo se apretujaban entre canastas, latonas y cántaros, y el revuelo de sus idas y venidas. "Caacupé", decía la chapa. Mixto significaba que podían viajar tanto personas como animales. Habían también ovejas, gallinas y patos. Me metí en medio de ese revoloteo multitudinario y entre coloridas faldas, plumas, lana, mantos y canastos aterricé adentro del camión. Nadie pareció percatarse de mi presencia. Nadie se molestó. Saqué de mi bolsillo un mango maduro y comencé a comerlo. Un niño me miraba, le convidé una guayaba. Antes de fugarme había arrancado algunas frutas de la huerta, y me llené con ellas los bolsillos. Traía también unos cuantos cocos. Alguien me obsequió una banana. La comí de un tirón.

Dejamos atrás la ciudad y con el monótono traqueteo del camión, me adormecí. Era demasiado feliz. Cuando me desperté subíamos la cuesta del gran cerro, desde donde se ve todo el lago de Ypacaraí. La terrible pesadilla había quedado atrás. Cruzamos en medio de los altos eucaliptos que bordean la entrada de la ciudad. El peculiar sonido del viento atrapado entre su tupido follaje, me dio la bienvenida. Ya estábamos cerca. La suave hondonada de cerros, sus contornos azules contra el horizonte abrían mis pulmones a otros aires absolutamente irrespirables en el encierro gris del Colegio. El traqueteo del vehículo, que como un caballo acelera al acercarse a sus pagos, se volvía más pronunciado.

Divisé la bomba de agua. Hasta ella solíamos llegar en bicicleta. La Comisaría, El "Hotel Victoria", la Plaza. Los característicos chivatos repletos de flores rojo-fuego.

Las campanadas de la Iglesia tocaron el Ángelus. Comenzaba a atardecer. En medio de la claridad vi la difusa silueta de la luna perfilarse tímidamente en el cielo. Esa noche tendríamos luna llena. La luna de los duendes y de las hadas. Rondarían el aljibe y se bañarían en el arroyo. Y yo con ellos. ¡Y yo por fin con ellos! Libre, para empaparme de brisa, libre para embeberme de estrellas, libre para girar y girar y sumergirme en el agua y treparme a los árboles y escuchar las historias de la abuela, y cobijarme en los fuertes brazos del abuelo.

El camioncito paró en seco. Las revendedoras se bajaron remolineando sus amplias polleras al viento. Ayudé con una oveja, algunas gallinas que cacareaban alborotadas, y varias canastas, después yo también salté. Mis adormecidas piernas me lo agradecieron. Miré alrededor, pregunté por pura rutina, adónde quedaba el Pozo de la Virgen, y enseguida me orienté. Debería caminar sólo unas pocas cuadras. La villa era chica, en ese entonces. Sus tranquilas calles empedradas me reconocieron. Crucé, esta vez de verdad, el viejo puente de madera, que tantas veces atravesara en mis sueños. Un coro de cigarras me saludó. El olor de la guayaba me envolvió. Mis pies volaban sobre las tablas, sobre las piedras, sobre la arena del camino. Sólo unas pocas cuadras, sólo unas pocas cuadras, me repetía insistentemente. Y por fin divisé la casa con su arco de entrada al enorme corredor. Sinónimo de alegría, de eterno verano y de libertad. Las persianas subidas indicaban que había gente. La verja de calle abierta. Corrí hasta allí. Ni siquiera sentía el peso de los horrendos zapatones.

El abuelo, en el patio, estaba podando la parralera del cos-tado. Su Páckard verde, estacionado un poco más allá, relucía bajo los últimos rayos de sol. El corazón me dio un vuelco en el pecho. Me acerqué a la escalera y lo miré.

–¡Hola abuelito!– le grité. La emoción me embargaba por completo.

Miró hacia abajo y puso cara de sorpresa. Se bajó inmediatamente.

–¿Qué hacés vos aquí?– me interrogó frunciendo el entrecejo.

–¡Me escapé del Colegio!– le dije jadeante por la corrida, con una amplia sonrisa de satisfacción.

La abuela asomó a la ventana al escucharnos. Abrió la boca asombrada y sólo atinó a decirme:

–Pero ¿se puede saber de dónde saliste vos?

–¡Me escapé abuelita!– le contesté muy segura, y voy a quedarme aquí con ustedes, no pienso nunca más volver a ese Colegio.

La abuela bajó corriendo las escaleras de la casa y me abrazó. Fuerte. Fuerte. Nos unimos los tres en un apretado in-terminable abrazo.

Entonces el perro ladró.

Nos separamos, y ellos lo miraron entendiendo, pero oficialmente sin entender.

–¿Y este perro? ¿De dónde lo sacaste?– preguntó el abuelo mirándome fijamente a los ojos. En el fondo de su mirada clara vi temblar el atisbo de una sonrisa cómplice. Nosotros nos comunicábamos sin necesidad de palabras. Siempre había sido así. El me había transmitido esa necesidad vital de libertad que circulaba por mi sangre. Esa ansia indomable de vivir a plenitud, sin muros, sin reglas estrictas, sin pesados zapatones que encadenaran mis piernas, sin inútiles angustias, sin tristezas.

Allá en la línea del horizonte, la llamarada roja del crepúsculo se reflejaba sobre el agua del arroyo. Su extraña luminosidad nos envolvió. Era un augurio de buena suerte, pensé.

El perro movía la cola entusiasmado y se paró impulsi-vamente en dos patas sobre las piernas del abuelo. Yo le tendí la mano y me la lamió con una alegría compulsiva y exagerada. Sus ojos mansos expresaban ternura.

–¡No lo robé, abuelito! Es decir ¡sí lo robé, pero esto no es un robo! Por eso dije que la verdad es como un prisma, tiene varias caras, depende desde donde se la mire.

Vi su rostro intrigado, observándome sin comprender, la confusa expresión en la cara de la abuela.

Las palabras se entreveraban en mi garganta. Debía tranquilizarme y explicarles mejor.

–El también estaba prisionero en el Colegio. Desde que llegué allí, hace años, vi que sufría tanto como yo en ese terrible encierro, pero él no podía hablar, sólo podía quejarse, gimiendo despacito atado a la carbonera, y tampoco hubiera podido escaparse solo, así que cuando me fugué, decidí traerlo conmigo.

El rostro del abuelo se distendió en una cálida sonrisa. Palmeó la cabeza del animal.

La abuela sólo dijo:

–"Laváte las manos y vengan a comer, el perro y vos deben tener mucha hambre".

Justo en ese instante, las primeras luces de la pequeña villa, tímidamente, se comenzaron a encender.

(De: Revista Crítica, año XIII, Nº 19, abril de 2003, Asunción, Paraguay)


Milia Gayoso Manzur

(Villa Hayes, 1962)

Cuentista y periodista. Licenciada en Ciencias de la Comunicación por la Facultad de Filosofía de la Universidad Nacional de Asunción en 1986, miembro de la Sociedad de Escritores del Paraguay (SEP), de Escritoras Paraguayas Asociadas (EPA) y del PEN Club del Paraguay, Milia Gayoso Manzur publicó sus primeros trabajos periodísticos en la revista universitaria Turú y sus primeros relatos en el suplemento femenino del diario Hoy. Desde hace varios años trabaja como periodista en el diario La Nación, donde publica reportajes, comentarios y cuentos cortos. Hasta la fecha ha publicado siete libros de cuentos: Ronda en las olas (1990), Un sueño en la ventana (1991), El peldaño gris (1994), Cuentos para tres mariposas (1996), Microcuentos para soñar en colores (1999; cuentos infantiles), Para cuando despiertes (2002; cuentos infantiles) y Antología de abril (2003). Tiene en preparación su octavo libro: Las alas son para volar, cuentos para adolescentes. Algunos de sus relatos le han ganado distinciones y galardones de importancia, entre ellos: la primera mención de honor del Concurso de Cuento del Club Centenario por "En el segundo cajón", en 1993, y una mención de honor adjudicada a su cuento "Huyendo de las olas" en el V Concurso de Narrativa Argentina-Paraguay de 1995.


CANCIONES SIN SENTIDO

Muchos me contaron que yo vagaba con ella por todos los lugares. Se nos vio por todas partes, juntas; el mercado, las avenidas, la terminal, a la salida de los cines... Dicen que ella siempre iba andrajosa, descalza, la mirada perdida, la sonrisa sin causa.

Cuando yo era un bebé ella me cargaba a su cintura o sobre su cuello y dicen que muchas veces yo lloraba de hambre porque como ella no se alimentaba, no tenía leche para amamantarme. Cuando ya fui un poco más grande chupaba durante horas algún trozo de cáscara de naranja o cualquier otra cosa que me daban por ahí.

Algunas veces vivíamos en el hospital. Me cuentan que por lo menos allí las dos comíamos un poco mejor que cuando vagábamos por las calles, a ella no le gustaba estar en el hospital, quería estar libre, caminar, que no la encerraran.

Cuentan que fue una chica feliz, que vino de la campaña para trabajar en una casa de familia, pero allí la maltrataban, le daban poca comida, trabajaba en exceso, dormía poco y tenía nostalgias. Trabajó tres años en diferentes lugares, uno peor que otro, la trataban como si fuera una esclava.

Los domingos tenía ganas de salir a pasear pero no la dejaban, se quedaba a limpiar todo lo que ensuciaban las visitas.

Un día se fue al mercado a comprar verduras y no volvió, se extravió por los recovecos del camino, colgó el bolso del brazo y vagó sin rumbo. Se fue ensuciando lentamente su vestido, se gastaron sus zapatos, se le ensució el cabello y su cara morena se manchó del jugo de las naranjas que comía y del piso sucio que utilizaba como cama por las noches. Se sumó a los habitantes sin rumbo de la ciudad, compartió trozos de tortillas o el calor de una manta agujereada de algún mendigo o de otra mujer enajenada.

En una de esas noches, en la oscuridad de las esquinas, alguien la poseyó salvajemente. Su vientre se volvió mi hogar y fui parte de ella misma. Me dijeron que entonces algunas personas la internaron en el hospital y cuando nací ella me miraba sin entender muy bien lo que había ocurrido. Como el portón estaba abierto, nos fuimos a explorar la vida. A veces nos volvían a traer y otra vez ella me cargaba y salíamos de nuevo.

Me dicen que ella me quería, que me daba mil besos y me acunaba entre sus brazos sucios, me cantaba canciones que ni ella conocía. Eran canciones dulces aunque no tuvieran sentido.

Después, nos separaron. Personas preocupadas por mí me sacaron de sus brazos, me llevaron a un hogar infantil y a ella la dejaron vagando por las calles. Yo guardaba recuerdos de su cara sonriente, pero crecí con prisa y dejé de pensar en ella. Pero en estos días, de compras por la calle, vi a una anciana harapienta, que reía sin causa, entonces descubrí en sus facciones ajadas la forma de mi cara, mis ojos, mi sonrisa. Ella miró hacía mí y salió corriendo, se perdió entre la gente. La seguí cuatro cuadras y no pude alcanzarla, pero la buscaré. Quiero sentarme a su lado para que me cante canciones sin sentido.


LOS PEQUEÑOS GORROS DE MUÑECOS

Los de la pieza seis sólo estaban al atardecer y los fines de ella. Ella trabajaba en una fábrica de muñecos: pequeños y simpáticos; se encargaba de colocar los bracitos y las piernas en los diminutos agujeros creados para ello. Solía comentar que colocaba cientos de miembros por día.

Volvía al atardecer, generalmente cargada con dos enormes bolsones de papel madera de los cuales sobresalían dos largos panes para la cena y los sandwiches que llevarían al tra-bajo al amanecer, ella y su esposo. Estaban casados desde hacía varios años pero no tenían hijos. Ella era fea de rostro pero tenía hermosas piernas: largas, blancas y rectas, caminaba con gracia y elegancia, pero cuando abría la boca lo arruinaba todo.

Una tarde trajo trabajo extra: gorritas para muñecos hechos a crochet. Anahí se ofreció a ayudarla, sabiendo que su vecina tenía poco tiempo, pero finalmente la ayuda de los primeros días se convirtió en trabajo constante y muy bien remunerado: juntas produjeron grandes cantidades de anaranjados gorritos para muñequitos montañeses y otros marrones y verdes para estibadores y soldaditos.

En la primavera siguiente ella encargó un bebé que a su tiempo llegó sana y hermosa y logró que su semihundido matrimonio resurgiera con fortaleza. Ella dejó a cargo de Anahí los gorritos y se encargó de lleno a cuidar a su hija cuando volvía a casa. Mientras tanto, como su esposo llegaba mucho antes, él se convertía en padre y madre: la retiraba de la casa de enfrente donde la cuidaban durante el día, la bañaba, le daba la merienda, y jugaba largas horas en el piso con su pequeña.

Ocurrió una tarde cualquiera. Ya había anochecido cuando padre e hija volvían del almacén, él empujando el carrito con la mano derecha y cargando un paquete en la otra. Cruzaban la calle cuando las luces del semáforo cambiaron de color, de pronto se trabaron las ruedas del cochecito y se les vino encima un automóvil sin freno.

El carrito lila con patitos quedó aplastado, hecho añicos en el asfalto.

Y él no supo nunca quién pudo haberle puesto aquellas alas que le hicieron elevar a su hijita del asiento y tirarse los dos hacia la vereda.

(De: Antología de abril, 2003)


Félix Giménez Gómez (Félix de Guarania)

(Paraguarí, 1924)

Poeta, narrador y autor teatral bilingüe (español-guaraní), profesor de guaraní y profundo conocedor de la lengua y cultura de los guaraníes, este prolífico vate bilingüe es uno de los poetas sociales más conocidos del Paraguay actual. Traductor oficial al guaraní de la Constitución Nacional y cofundador del Instituto de Lingüística del Paraguay y del Centro Paraguayo de Investigaciones Lingüísticas (CEPAIL), Don Félix de Guarania (seudónimo literario de Félix Giménez Gómez) es autor de una veintena de obras entre las que figuran los poemarios Poemas de Noche y Alba (1954), Penas Brujulares (1964), ¡Despierten las palabras! y ¡Tuju nde aho’i che retã! (1985; volumen doble), Tojevy Kuarahy (1989), A Tiempos de Nostalgia (1992; reedición de Pétalos, 1942), De la raíz del sudor (1994), Ñe’ê poty mitãme guarã (1998) y Me identifico (2000), una colección de 18 poemas "Para rememorar los nombres de los que dieron todo por la patria antes, durante y después del Marzo Paraguayo", como se lee en el epígrafe inicial del libro. Sus publicaciones incluyen varias ediciones antológicas dedicadas a conocidos representantes de la poesía popular, entre ellos a Carlos Miguel Jiménez (1990), Antonio Ortiz Mayans (1991) y Emiliano R. Fernández (1992). Su obra creativa como también su incansable labor en defensa de los indígenas y en pro de la cultura guaraní le han ganado algunos premios importantes como la Plaqueta Homenaje de la Poesía Local (XX Edición del Festival de Ypacaraí) y el Plato "Los 12 del Año" otorgado por Radio Primero de Marzo, distinciones recibidas ambas en 1992. En 1995 fue distinguido con plaquetas honoríficas por el Festival del Takuare’ê y Radio Nacional del Paraguay y con la Condecoración en el Grado de Comendador por el Gobierno Nacional. Un año después, en 1996, fue galardonado con la Medalla de Sembrador de Cultura por la Municipalidad de Lambaré. En 1995 publicó Estos son mis testigos y mi testimonio, libro que documenta décadas de violaciones a los derechos humanos cometidas contra el pueblo paraguayo por el gobierno dictatorial del general Higinio Morínigo (1940-1948) primero y por el del general Alfredo Stroessner (1955-1989) después. De más reciente aparición son los ensayos Lo sagrado en la cultura guaraní (2000), Paraguay cultural (2000) y De la sabiduría popular (2000), ensayo y muestrario antológico del folklore paraguayo. En teatro es autor de Mboriahu rekove (escrita y estrenada en 1944) y deTekoa’anga: Teatro Popular en Guaraní (2001). Tiene además varios libros de gramática y lengua guaraní, así como también un diccionario guaraní-español-español-guaraní para uso escolar. Como traductor, ha vertido al guaraní: de José Martí, Versos sencillos y Ñokuã’i (traducción de su cuento "Meñique", 2001); de Molière,Molière en guaraní (2000); y de Bécquer y García Lorca, Gustavo Adolfo Bécquer y Federico García Lorca en guaraní (2001). En narrativa es autor de El Cristo de Collar y otros cuentos (1997; edición bilingüe) y de Cuentos clandestinos (2000), serie de relatos-testimonios que recobran y reflejan vivencias de un largo y trágico período del siglo XX paraguayo.


MIS CANTOS

Mis cantos, que van mis cantos,

cantos de sangre y estrella;

pena, combate, esperanza,

de guitarra desenvuelta.

Mis cantos, que van mis cantos,

cantos de surco y trincheras;

endurecido lenguaje

de fábrica y sementera.

La música de mis cantos

es música verdadera;

voz de masas, pueblo en armas,

tras barricadas abiertas.

Cada palabra un impacto

–anhelo de opresa gleba–

contra la peste y el hambre,

la explotación y la guerra.

¡Son cantos tuyos, hermano,

éstos de sangre y estrella!

¡Tu canto anti-imperialista,

que es bala de pena obrera!


POEMA DE LA ALEGRIA QUE VENDRA

Y vendrá la alegría con el alba en las alas

a romper el silencio tenaz de los sepulcros.

Sí, vendrá la alegría desprendida del árbol

de frondoso ramaje florecido de estrellas.

Sí, vendrá la alegría en los surcos del verso

y la blanca paloma abrumada de cantos...

Vendrá, vendrá montada, abrazada de incendios,

en las ancas terrosas de la antigua pavura.

Y por fin llegará... habiendo atravesado

el encendido río de todos los dolores.

En sábanas de llanto envolviendo sus sienes

donde palpita un sueño de reparada música.

Será la Patria, entonces, soñada estrellería,

un vivero de anhelos germinado en fulgores.

El viejo jazminero sacudirá sus hojas

y los capullos mustios reventarán luceros.

Tendrá del horizonte su resplandor de luces,

la vasta geografía de los surcos preñados.

Y en el aire sonoro de vegetal perfume

vibrarán las guitarras de todos los deseos.

Fulgurarán entonces los ojos sus presagios

de nuevos derroteros abiertos en la tierra.

¡Un torrente imperioso de puños liberados

extenderá a los vientos las más puras banderas!

Y montarán los hombres sus caballos azules

y saldrán a los campos repletos de simientes

a recoger el verde rumor de las canciones

y descubrir la siega tanto tiempo esperada.

El Paraguay inmenso –Patria de sol y monte–

no tendrá valladares su corriente serena.

Y tensará sus venas para albergar el grito

que llegue con el alba de luz recuperada.

(De: Luis María Martínez, ed., El trino soterrado, vol. I, 1985)


PAIS, MI PAIS

Te reconozco país, mi país,

Te reconozco pueblo, mi pueblo...

Ahí está Juan

Con sus pestañas de aserrín

Y la madera

Consumiéndole la mano

Dedo por dedo,

Uña por uña...

Con el puño roto de siempre

Y los ojos cargados

¿De dolor, de miedo, de nostalgia

O de esperanza?

No sé.

Lo reconozco,

Pero ya no lo recuerdo.

(Lejano el monte,

El agua agotó su murmullo

Y la diapasón del viento

Se acogió al silencio.)

Junto a él caminan

Con los brazos en vuelo

Y los dientes mohosos,

Más idos y más viejos,

José, Gaspar, Hilario,

Trío de estirpe anochecida

Y mustios geranios

Como esquirlas frustradas

En las palmas de sus manos,

Nido de callos

Y páginas entumecidas

De trágicas historias.

Veo a Andrés, roble abatido,

Sacudiendo cenizas

De su cabellera hirsuta,

Soñando, como siempre

En remotas estrellerías,

En campos azules y naranjas maduras.

Más allá Calí,

Con su nombre decente

Oculto en sus bolsillos

De remotas monedas

Y derrotadas sonajas,

Con su hosco silencio

Poblado de desconciertos

Y de pájaros desconocidos,

Y de ríos que buscan

Secretos horizontes.

¿Es mi país, mi pueblo?

Es, lo reconozco.

Siento sus raíces

–De yvyrapytã y de cal,

De tristezas y asombros–

Bullir en estas venas

Que desde las innombradas riberas

Donde me arrojaron un día,

Se alargan como flechas

ávidas de la humedad de estas orillas

De rocío y sol,

De aguas carcomidas,

De huellas y señales furtivas,

De clandestinos peregrinares.

Es mi país, lo reconozco,

Pero lo he olvidado

De tanto beber vientos extraños

y pisotear nostalgias.

(De: Me identifico, 2000)


Dora Gómez Bueno de Acuña

(Asunción, 1903 - 1987)

Poeta, maestra, periodista y actriz radial. Durante muchos años se desempeñó como maestra de primaria y colaboró brevemente (1930-31) en la sección Sociales de El Orden asunceno. También de larga duración es su doble participación radial: como actriz en programas para niños, y como recitadora de poemas nativos y extraños a través de innumerables series radiales a lo largo de su vida. Pero es su obra poética la que le ha ganado un lugar especial y único en las letras paraguayas. En efecto, su primer libro de poemas, Flor de caña (1940), es considerado el primer poemario erótico publicado en el país. Y según Josefina Plá, el resto de su obra "continúa esta línea, por lo que puede considerársela como la única representante caracterizada de dicha vertiente en la literatura femenina paraguaya" (en Voces femeninas en la poesía paraguaya, 1982). Sus obras posteriores incluyen, entre otras, Barro celeste (1943), Luz en el abismo (1954), Vivir es decir (1977) y Antología (1985).


EXALTACION

Para que tú me quieras, abriría mis venas

y dejaría correr mi sangre generosa.

Para que tú me quieras,

para que tú me creas...

marchitaría de un soplo

mi juventud radiosa,

naufragaría en las ondas umbrosas de tus lagos,

renacería en tus manos en la selva olorosa.

Y en la imponente calma nemorosa

del alma murmurante y rumorosa

de las vírgenes selvas tropicales,

te amaría por Unico...

y en el lecho afelpado de musgo

descansaría mi cuerpo en ansia misteriosa.

¡Te encadenaría en la fiesta amorosa

del arco de seda de mis brazos,

apagaría tu sed

en la pagana misa de mis besos de diosa,

y moriría en tus brazos

en un desmayo rosa!


CONNUBIO

Buscaremos por tálamo una rosada nube...

muy juntas las miradas y el temblor en los labios,

una cabeza bruna y otra cabeza blonda;

juntos el día y la noche en un connubio extraño,

más juntas nuestras almas, más juntos nuestros

[cuerpos,

un beso largo y hondo desflorará mis labios,

sacudirá mis plantas con un temblor de astros,

se mojarán mis ojos con una dulce lágrima,

lloverán los jazmines hasta formar un manto,

una cortina blanca cubrirá nuestros cuerpos

y en tálamo de estrellas se unirán nuestras almas:

efluvios sobrehumanos llorarán los crepúsculos,

el oloroso sándalo despedirá su esencia

y un pacholí suave saturará la estancia...

(De: Flor de caña, 1940)


NUNCA HAY VASO COLMADO

Cuando estás junto a mí,

tiembla todo mi ser.

Cuando estoy junto a ti

hecha estatua de carne,

de sangre y vibraciones,

toda yo temblorosa

por la emoción interna

que fluye hacia los centros

sensibles del amor.

Cuando estás junto a mí,

cuando estoy junto a ti,

despetalada orquídea,

la copa aún en brindis

de la suprema libación,

mi corazón me grita,

me grita que eres mío,

mío por la ilusión,

mío por la esperanza

y mío por el destino.

¿Quién dice que oficiada

la misa del amor,

es cáliz derramado?

Si en amor verdadero

nunca hay vaso colmado.

(De: Vivir es decir, 1977)


José María Gómez Sanjurjo

(Asunción, 1930 - Buenos Aires, 1988)

Poeta, narrador y ensayista. Perteneciente a la llamada "promoción del 50", miembro y presidente (en varios períodos) de la Academia Universitaria del Paraguay, Gómez Sanjurjo tiene obras publicadas en Poesía (1953), poemario colectivo (con José-Luis Appleyard, Ramiro Domínguez y Ricardo Mazó) como también en revistas y antologías nacionales y extranjeras. Su producción poética incluye, además, Poemas (1978) yOtros poemas y una elegía (1979). En narrativa, es autor de El español del almacén (1987), novela galardonada con el Premio Minorca.


TODO ESTA DICHO ENTRE NOSOTROS

Todo está dicho entre nosotros

y hace tiempo. No nos queda

una fórmula, una palabra

para nombrar lo que comienza.

Tienes el día, tengo

la noche que me nace entre las venas.

Siempre es lo mismo, existen

las palabras y ahora se encuentran.

Tenemos todo dicho. Alguna música

que ensayas y la mañana empieza.

Para mí es la media tarde

y su voz de cosa vieja.

De pronto me preguntas: ¿qué dijiste?,

y la vida se llena.

(De: Poemas, 1978)


NADIE SABE QUIEN ES

Nadie sabe quién es.

Dejó su pausa,

su andar acompasado en la insegura

madrugada.

Nadie le recordará por lo que anduvo

trajinando el alba,

sonando el lento crujido de sus suelas

por las veredas ásperas,

por las veredas húmedas,

por las veredas ávidas.

Nadie habrá de conocer

cuánto silencio llevaba a sus espaldas,

cuánta acera vacía,

cuánta nostalgia.

NIÑO DE MI PAIS

Niño de mi país,

criado en resolanas,

niño tostado

y atento.

Tal vez hambriento.

Algún día los que somos

como tú, de sol, de siesta,

de viento norte y de tormenta

y hemos ido contigo y hacia ti,

algún día

nos hemos de encontrar

en una piel antigua y tersa,

para reconocernos.

Y ser dueños

por una vez apenas

de un pedazo de pan, de un pastel relleno

con resolanas, hambres y silencios.

(De: Otros poemas y una elegía, 1979)


J. Natalicio González

(Villarrica, 1897 - Ciudad México, 1966)

Poeta, ensayista, narrador y periodista. Discípulo del conocido maestro Delfín Chamorro, amigo de infancia de Leopoldo Ramos Giménez y Manuel Ortiz Guerrero, también poetas como él, Natalicio González ocupó importantes cargos diplomáticos, llegando a ser Presidente de la República durante un breve plazo (1948-49). Las circunstancias políticas de ese período lo obligaron a exiliarse en México, donde escribió algunas de sus obras más conocidas y ante cuyo gobierno fue designado embajador en 1956. De su copiosa bibliografía sobresalen los siguientes títulos: en narrativa, Cuentos y parábolas (1922) y La raíz errante (1951), novela concebida y publicada en México; y en poesía, Motivos de la tierra escarlata (1952), Elegías de Tenochtitlán (1953) –también escritas y aparecidas en México– y Antología poética, editada póstumamente (1984). Entre sus ensayos más conocidos figuran: Proceso y formación de la cultura paraguaya (1938), El Paraguay y la lucha por su expresión (1945) y Cómo se construye una nación (1950).


SOLANO LOPEZ

Mariscal: ya no ladran furiosos los lebreles

irrumpiendo en tu bosque de mirtos y laureles.

Tu espada, en la noche de espanto y de dolor,

fulge como un cometa de extraño resplandor.

La luna, por una nube en su centro horadada,

cual corona astrológica se levanta pausada

hacia el cenit oscuro para alcanzar tu alteza

y entre un coro de estrellas ceñirse a tu cabeza.

En tierra guaraní tú fuiste el nuevo Atrida

que probó los conflictos fatales de la Vida

al sentir la antinomia del deber y el afecto

batirse bajo un rostro sombrío y circunspecto.

Y como Agamenón, que torturado advino

a sacrificar su hija al sediento destino

cuando a tu vez pusiste tu poderosa mano

sobre el antiguo amigo y sobre el propio hermano

¡ninguno supo qué ácido dolor te torturaba

y como negro buitre tu pecho devoraba!

Inflexible y severo, envuelto en la tormenta,

tu incandescente espíritu al mundo se presenta

totalmente desnudo del egoísmo humano,

de todo lo anecdótico, lo personal y vano,

y así, con tu ideal por única coraza,

te yergues como símbolo eterno de la Raza.

Por eso, Mariscal, tu torturado nombre

no evoca la mortal carnadura del Hombre,

sino que incorporado a mitos seculares

integraste del pueblo los dioses tutelares

después de recorrer tu glorioso camino

dejando como rastro un resplandor divino.

Al sucumbir lidiando en la empinada Sierra,

encarnabas el alma pertinaz de tu tierra,

y en la noche de espanto, de dolo, de cruel

vilipendio ¡tú fuiste el mirto y el laurel!


TAMOI

Le llamaban "Tamoi", voz que designa abuelo

en el guaraní autóctono, con sugestiones vagas

de árbol nudoso de años, que eleva sobre el suelo

la copa poderosa en que el viento divaga

agitando el ramaje henchido de murmullos.

Y como un árbol era, la testa toda blanca

cual copudo samuhú cubierto de capullos;

y tal como a los árboles, fuerte raíz que arranca

de los profundos suelos, atábale a la tierra

que de los ascendientes la humilde huesa encierra;

y semejante al árbol, callado y sin bochorno

veía crecer la prole robusta a su contorno.

Estaba en la mañana fresca y estremecida,

bajo un cielo azulado, envuelto en la encendida

atmósfera, silente, abstraído y divino

como un silvestre genio protector de sembrados,

con la mirada fija en los rojos caminos.

Iban por ellos, lentos, paisanos y soldados,

encendida de orgullo la mirada avizora,

alguna querendona guitarra bajo el brazo

y una canción de amor en la boca sonora.

La guerra los llevaba. Con ingenio donaire

las muchachas sembraban de sonrisas sus pasos

y trazaban las madres una cruz en el aire.

Erguido en la eminencia de blanca senectud

los miró el "Tamoi" como desde nevada sierra,

y evocó gravemente la extinta juventud,

los días ya remotos de otra furente guerra

en que vio su nación mutilada y vencida

y florecer el cuerpo en múltiples heridas.

De sus hombros colgaba el poncho como un manto.

Como sonantes aguas que mana piedra inerte

brotó la bronca voz que disimula el llanto

que es deshonra en el duro rostro del varón fuerte,

y conminó a la prole, –a las esbeltas hembras

que signaban adioses al novio o al vecino

desde el borde florido del antiguo camino–

a darse a la rural tarea de la siembra.

Como bajo el imperio de inmemoriales leyes

las mujeres sumisas, con la mano rotunda

unas guiaron el tardo transitar de los bueyes,

otras empuñaron la esteva del arado

y éstas sembraron granos en la tierra fecunda

con gesto rico en ritmos, hierático y pausado.

Removían la tierra, preparaban las eras,

mientras cantando al son de sus pardas guitarras

rompían ardorosos la marcha a las fronteras

los varones del valle en legiones bizarras.

Porque para la patria conquistarán victorias

los que hacen granar espigas en las eras,

al par de los que dan sus vidas transitorias

y sus épicos bustos yerguen en las fronteras.

Crecía el sol poniente, al tiempo que un concierto

de melodiosas aves alzaba sus canciones.

El Abuelo y la prole, de pie en el surco abierto

a Tupang elevaron sus blancas oraciones.

Y dijo el "Tamoi", con orgulloso acento:

– ¡Mis hijas, alegraos! ¡Compartid mi contento!

De siete hermanos vuestros presencié la partida;

a ofrendar van los siete a la patria sus vidas.

Y destacando el busto sobre el ocaso rojo

alzó la parda mano, temblorosa e inquieta,

y enjugó con el dorso los fatigados ojos.

–¿Pero tú lloras, padre?, interrogó la nieta.

–¿Llorar? Si es el sudor que me seco en la frente.

Y las dulces mujeres, en la tarde silente

pusiéronse radiantes, alegres y canoras:

al valiente que muere, se envidia y no se llora.

(De: Antología Poética, 1984)


Alcibiades González Delvalle

(Ñemby, 1936)

Periodista, dramaturgo y narrador. Polémico escritor y autor teatral, González Delvalle explora en su obra elementos del folklore guaraní e incorpora en ella temas relacionados con la historia del Paraguay. De sus piezas teatrales sobresalen tres de inspiración folklórica: Perú Rimá (1987), Hay tiempo para llorar y El grito del luisón (1972). En la corriente histórica se ubican otras tres piezas que giran en torno al tema de la Guerra del 70 (también conocida como Guerra de la Triple Alianza) y que son: Procesados del 70 (1986), Elisa (1986) y San Fernando (1989), obra prohibida más de una vez en vísperas de su estreno (1975, 1989). También es autor de Nuestros años grises, pieza estrenada en 1985, y de Función Patronal (1980), una novela costumbrista. Ex Consejero Cultural de la Embajada de Paraguay en España (1995-1998), actualmente se desempeña como director del área cultural de la Municipalidad de Asunción, además de continuar desarrollando su labor de periodista en el diario ABC Color.


LOS CASOS DE PERU RIMA

LA OLLA DE LA VIRTUD

Perú hace fuego en el que calentará una Olla de Barro.

Momento después aparece su hermano Vyro,

visiblemente lastimado en varias partes del cuerpo.

Vyro: Perú… Perú

Perú: ¡Vyro! (Se levanta para socorrerle.)

V: ¡No se me acerque!

P: ¡Pero hermano…!

V: Sí, "hermano". Es ésa mi desgracia.

P: ¿Pero qué te pasa?

V: Ay, no me toque… Ay, allí no… Ay, ahí tampoco.

P: ¿Pero vas a explicarme…?

V: ¡Soy yo el que necesita explicaciones!

P: Y un buen médico. Vamos a ver…

V: ¡No se me acerque!

P: Pero hermano...

V: Ya no soy su hermano… A usted no lo conozco… No puede ser hermano mío quien de esta manera me hizo golpear… Eran cuatro hombres fuertes, ocho brazos de hierro, que a una señal del patrón se me vinieron encima… Eran sordos a toda súplica… En balde grité, rogué, lloré…

P: ¡Hermano mío!

V: ¡No! Usted no pudo haber salido de las mismas entrañas que yo.

P: Pero estás hablando como si yo fuese quien así te dejó.

V: Fue por su culpa… Usted me empujó hacia ese castigo.

P: Todavía no entiendo.

V: El que tiene que estar así es usted y no yo… Fue usted el mentiroso, el estafador, el…

P: Bueno, bueno… entre hermanos.

V: ¿Quién le vendió a don Martín un cuervo?

P: Yo le vendí; porque él me pidió.

V: ¿Y quién le dijo que era un cuervo adivino?

P: Y es adivino… Don Martín mismo lo comprobó.

V: ¿Y cuánto pagó por ese animal?

P: El importe creo de dos vacas.

V: ¡No mienta!

P: Bueno, creo que de cuatro o cinco. Yo esas cosas no tengo en cuenta; para mí el dinero…

V: ¿Y por qué usted no me avisó cómo ha sido la venta? Usted me dijo que don Martín compraba cuervos, me mostró todo el dinero que pagó por uno solo…

P: Pero eso no es motivo…

V: A mí me entusiasmó el negocio; quise salir de pobre; comprar una gran extensión de tierra, tener capuera propia, con arado, bueyes, carreta…

P: ¿Y después?

V: Yo pensé que si por un cuervo don Martín pagaba tanto, por varios cuervos, por cientos de cuervos, pagaría mucho más y yo tendría suficiente dinero. Maté entonces mi única lechera, saqué al campo para descomponerse, y al tercer día me puse a cazar cuervos. Vinieron de todas partes, en bandadas interminables. Alquilé una carreta, la llené de cuervos, y me fui a casa de don Martín. Estaba de fiesta…

P: Sí, era el casamiento de su hija. Y a mí me compró el cuervo para lucirse ante sus invitados.

V: Cuando llegué esos invitados se estaban riendo de él, porque el cuervo que usted le había vendido como adivino no era tal, desde luego, y además le quitó un pedazo de oreja a don Martín. En esos momentos le ofrecí 82 robustos cuervos, y los cuatro peones me dieron 82 palizas, también muy robustas.

P: Lamento contigo hermano.

V: Con eso mi situación no se arregla. ¿Qué hago ahora sin mi lechera? ¿Cómo alimentaré a mi mujer y a mis hijos?

P: No te preocupes. Tienes la suerte de tenerme por hermano.

V: ¿Me comprará acaso una vaca con cría?

P: Yo no. El pa’í.

V: ¿Qué puede importarle mi desgracia?

P: A mí me importa, y eso es lo que cuenta.

V: ¿Le pedirá dinero?

P: No. El me va a ofrecer. Tiene que pasar por aquí. En ese arroyo suele dar de beber a su caballo y él aprovecha para descansar a la sombra de estos árboles.

V: ¿Y por qué tiene que ofrecerte dinero?

P: Me gusta que vuelvas a tutearme. Quiere decir que te pasó el enojo.

V: Pero no estos dolores… ¿Tenían que lastimarme así? ¡Y todo por culpa tuya!

P: No, Vyro. Fue tu ambición, lo cual no está mal, pero hay que tener prudencia.

V: O tu misma astucia.

P: Sí, la astucia de conocer la ambición de los demás; la vanidad de los demás. ¿Quieres quitarle provecho a una persona? Averigua cuáles son sus ambiciones, qué vanidades tiene, y éntrale por allí.

V: Voy a procurar.

P: Allí viene el pa’í (Se pone a sacar leña de debajo de la olla.)

V: ¿Por qué vienes a cocinar aquí?

P: Para comprarte una vaca lechera.

V: Todavía no está la comida, ¿por qué quitas la leña?

P: Ya vas a entender… ¿Cómo…? El pa’í viene acompañado… Pero no importa… Igual me ofrecerá dinero… Vamos a sentarnos alrededor de la olla, mirando cómo hierve la comida.

V: ¿Mirando solamente?

P: Por el momento sí.

V: (Intenta sentarse, pero no puede.) ¿Me quieres ayudar? (Perú le ayuda.) Ay, ay, ay… ¡Juro que esto me lo vas a pagar!

P: Silencio. Allí viene. (Aparece el cura seguido de una joven.)

Cura: ¿Ustedes por aquí?

V: (Se levanta.) ¿Qué tal pa’í? La bendición.

(El cura le bendice. Luego espera hacerlo también con Vyro.)

V: ¿No puede ser sentado? (Junta las manos pidiendo la bendición.)

C: Sería una falta de respeto a Dios.

V: Entonces otro día nomás.

P: ¿Y esta hermosa niña?

C: ¡No la mires!… Tus ojos pecadores pueden manchar este candor: Es una inocente criatura… Es un alma que gané para el reino de los cielos… La llevo a Asunción para dejarla en un convento.

P: ¿Y usted no tiene miedo, padre, que los ángeles se enamoren de ella?

C: ¡No digas disparates!… ¡Mira cómo la has puesto… Bañaste de rubor la castidad de su rostro. La pobrecita jamás escuchó malas palabras. Yo siempre digo: esta criatura tendría que haber sido gota de rocío, pétalo de rosa, ala de mariposa, perfume de jazmín. (La abraza.) ¡Inocente mía!

P: Y no le puedo decir algunas palabras pa’í, para después yo también… (Ademán de abrazarla apasionadamente.)

C: ¡Eres un sacrílego!… Vamos, niña…

P: Espere pa’í… Tiene todavía un largo viaje y quiero invitarles con un exquisito almuerzo. (La muchacha suspira hondamente.)

C: ¿Tienes apetito, ángel mío? (La joven asiente con la cabeza.) ¡Pobrecita!… Salimos muy temprano…

P: Vea la comida, pa’í… (Destapa la olla. Ante el aroma, la joven lanza otro hondo suspiro.)

C: La verdad que huele bien… (Se agacha ante la olla.) ¡Un aroma delicioso!… ¿Inocente mía, quieres comer? (La joven asiente con la cabeza.)

P: Cuando guste nomás, pa’í… Está a punto.

C: Pero muy caliente… ¿Por qué no quitas la olla del fuego?

P: No tiene fuego. (El cura se fija sorprendido.)

C: Pero… ¿Y cómo está hirviendo?

P: Esta olla no necesita de fuego.

C: No me harás creer…

P: Esta es una olla de la virtud.

C: ¿Olla de la virtud?

P: Así se llama porque no necesita de fuego para calentarse.

C: ¡Cómo es posible!… (Comienza a inspeccionar. Mira, alza la olla.) ¡Pero esto es increíble!… ¿De dónde la sacaste?

P: Disculpe pa’í, pero al que me dio le hice dos juramentos: no contar el origen de la olla ni tampoco dar a otra persona.

C: ¡Y está hirviendo! ¡Y sin fuego!… ¿Candorosa mía, no es esto maravilloso? ¿Cómo?… ¿Dices que te gusta?… ¿Que quieres la olla?… Perú…

P: Ni pensar pa’í… Hice un juramento…

C: Pero no llegará a saber.

P: Lo sabrá todo. Es un poderoso hechicero, ¡descendiente del gran Tamandaré! (La muchacha le habla al oído al cura.)

C: (Abrazándola.) ¡Angel mío!… La pobrecita piensa en todo… Claro que es cierto... Perú, esa olla tienes que vendérmela… Yo la necesito más que tú. Para servir mejor a Dios Nuestro Señor y a su Santa Iglesia, debo andar por estos caminos días enteros, la mayor de las veces sin probar bocado… Con una olla así, podré librarme de muchas ayudas involuntarias… Dios sabe que puedo pasar sin comer, pero el mate es mi vicio; por ahí se me entró el demonio, y no puedo una mañana o una tarde pasar sin mate. Me duele la cabeza, me mareo, pierdo la vista, se me llena el cuerpo de un sudor frío… Esta olla sería la gran solución.

P: No puedo pa’í… Y lo lamento de veras.

C: Vyro, háblale a tu hermano… Convéncele…

V: El hizo un juramento, padre.

C: (Quita una bolsita, de la que saca algunas monedas.) Mira… esto es para ti…

P: No es cuestión de dinero, pa’í. Es ese juramento…

C: Nos conocemos, Perú. Quebrantarías, como siempre lo has hecho, todos los juramentos ante una conveniencia mayor. Mira… más monedas... Tome...

P: Usté me compromete, padre. ¿Acaso no van al infierno quienes faltan a un juramento?

C: Descuida, Perú. Tampoco en el infierno te aceptarían… ¿Más dinero?… Es todo cuanto puedo darte… Toma, acepta y me quedo con la olla. (La muchacha le habla al oído) ¿Cómo?… ¡Pero Angel mío!… ¡Tu bondadoso corazón me dejará sin un centavo!… Bueno, si lo quieres… (A Perú.) Toma todos mis ahorros… Es toda mi fortuna… La venía juntando de a centavos para una vejez tranquila.

P: Pa’í… yo no quiero…

C: (Le pasa la bolsita.) Por favor la olla.

P: Y bueno... (Acepta el monedero.)

C: (Le abraza.) Gracias, hijo mío. (La muchacha sonríe feliz. Perú la mira con picardía. Ella baja la cabeza, siempre sonriendo y con alguna coquetería.) Perú, eres un buen cristiano… Acabas de hacer una obra de bien para un humilde siervo de Nuestro Señor Jesucristo. (La escena entre Perú y la muchacha se repite. Esta vez la mirada de él y la sonrisa de ella son más picaras y coquetamente pronunciadas.) Que Dios te bendiga, hijo mío, y sigas haciendo obras de caridad. (Le deja de abrazar.)

P: Igualmente, pa’í… ¿Y a qué convento va esta señorita, padre?

C: ¡Esta niña!… Va al convento de la Merced. La hermana superiora es prima lejana mía, y cuya conducta, adornada de la más férrea moral cristiana, es suficiente garantía para que este ángel conserve inmaculada su alma aquí en la tierra, y goce después de la eterna bienaventuranza allá en el cielo.

P: Amén… Bueno pa’í…

C: ¿Cómo? ¿Vas a irte sin comer?

P: Me pasó las ganas.

C: ¿Y tu hermano?

P: El tampoco quiere comer.

C: La verdad que a mí también me pasó el apetito con la satisfacción de ser dueño de esta maravilla… de esta… ¿cómo era?

P: Olla de virtud.

C: Eso mismo. Olla de virtud… No derramaré la comida por si más tarde… Te bendigo hijo mío.

V: ¿Y a mí, pa’í?

C: Levántate.

V: No puedo.

C: Entonces, cuando puedas. (A la muchacha) Vamos, ángel mío, que nuestro camino todavía es largo. (Salen. La muchacha, al salir, le sonríe a Perú.)

P: Bueno, hermano querido, acabamos de hacer un buen negocio.

V: ¿Quieres levantarme? Ya no aguanto aquí sentado.

P: (Revisando el monedero) ¡Cuántas monedas! ¡Y qué hermosas! ¡Suenan a música! ¡Además bendecidas, bendecidas! ¡Monedas del cielo!… ¿Hermano, tuviste alguna vez monedas así?

V: Nunca. Recién ahora las voy a tener… ¿Son para mí, verdad? Para comprarme una vaca con cría. Hay suficiente dinero… ¿Quieres levantarme? (Procura y no puede.)

P: ¿Te fijaste cómo me miró la muchacha?

V: ¡Quiero levantarme!

P: ¿Viste sus ojos?

V: ¡Ya no aguanto más!

P: ¿Y su sonrisa?

V: ¡Levantame de aquí!

P: Detrás de su mirada he visto un fulgor extraño… algo que me atraía como una fuerza o un hechizo, o el simple, sencillo y suave encanto de una mujer hermosa.

V: ¡Ya no soporto estar aquí sentado!

P: ¿Crees que me enamoré de ella?… ¿Qué convento dijo?… ¡Ah, La Merced!... ¡Tiene muros que tocan las nubes… allí no entran ni el viento, ni el sol, ni siquiera un suspiro!

V: ¿Perdiste la razón?

P: Tiene razón el cura. Esa muchacha es un ángel… ¿o tal vez el demonio?

V: ¿Perú, hermano mío, quieres levantarme de aquí?

P: Claro, el dinero que te prometí… (Le pasa una moneda.) Toma. (Vyro espera otras más.)

V: Esta sola no me sirve.

P: Yo creo que sí.

V: Estás bromeando.

P: ¿Y cuánto quieres?

V: Lo suficiente para comprar una vaca.

P: ¿Quieres una vaca con cría?

V: Fue lo que me prometiste.

P: No quiero hacerte daño. Si te doy todo el dinero, a nada querrás esforzarte. En cambio este poco, te hará sentar cabeza, luego los brazos y las piernas. Y eso es lo que vale, hermano; sólo el esfuerzo pronto te hará comer siempre y nunca dependerás de nadie.

V: ¡Levántame siquiera!

P: El hombre que es hombre se levanta solo. (Le tira una moneda.) Hasta la vista hermano. (Sale.)

V: ¿Ahora me pasa esto?… ¡Y me dice hermano!… Por sus venas corre la sangre del diablo… ¿Cómo hago para levantarme?… ¿Quién me ayudará en esta selva?… (Aparece el cura con la olla.)

C: ¿Y tu hermano, Vyro?

V: ¡No es mi hermano!

C: Estoy preguntando por Perú Rimá.

V: ¡No pronuncie su nombre!

C: Entonces di donde está el que me vendió esta olla.

V: Está riéndose de usted y riéndose de mí.

C: ¿Qué dices?… ¿Reírse por qué?

V: ¿Se enfrió la olla, padre?

C: Está tibia aún.

V: ¿Quiere calentarla?

C: A eso vine. Me olvidé preguntarle cómo funciona.

V: Le voy a mostrar. Alcánceme. (Así lo hace el cura.) Usted pone así… Vaya y traiga leña seca…

C: No necesita de leñas.

V: ¿Sí?

C: Perú no utiliza.

V: ¿Que no?

C: Yo he visto hervir sin fuego.

V: Vaya allí en la orilla. Encontrará leña quemada… la leña que Perú utilizó para hacer hervir el agua… Como esta olla es de barro, conserva el calor por algún tiempo.

C: ¿Cómo?… ¿Qué leña…?

V: Vaya y busque… tiró allí mismo al verle venir. (El cura busca enloquecido la leña. Encuentra. Escoge la más grande. Retiene en la mano como garrote.)

C: (Amenazador) ¿Dónde está Perú?

V: Desde luego que no se quedaría.

C: ¿Y mi dinero?… ¿Y todo mi ahorro? ¿Y toda mi fortuna?

V: Yo también…

C: ¡Aparte de hermano, su cómplice eres! (Por el garrote) Este palo gastaré por tus espaldas hasta la última astilla…

V: No padre, yo nada hice.

C: ¿Y mi dinero?… ¿Cuánto te tocó a ti?… ¿Se repartieron en partes iguales?

V: Sólo me tiró esa moneda.

C: Vyro, para que te acuerdes de mí siempre... (Comienza a pegarle.)

V: (Después de un rato y entre sollozos) Mire pa’í… mire pa’í… ¡Allá está Perú!

C: (Al escuchar el nombre se detiene.) ¿Cómo?… ¿Pero será posible, Dios mío?… ¿Estoy soñando, o estoy loco?… (Gritando) ¡¡Perú!!… ¡Perú Rimá!… ¡Deja por lo menos el caballo!… ¡Quédate con la muchacha… pero déjame el caballo! (Para sí mismo) Y se fue… (Entristecido se sienta junto a Vyro.) Y se fueron... Vyro…

V: Sí pa’í.

C: Somos dos vyros.

V: Sí pa’í. (Se levantan los dos, en actores, riéndose.)

ACTOR I: (Que hacía de Vyro.) ¡Ingenioso cuento!

ACTOR II: (Que hacía de Cura.) ¿Por qué siempre Perú Rimá tomaba a un cura para sus bromas?

AI: No sé muy bien, pero me parece que esos casos que pretenden, o pretendían ser anticlericales, vienen de la época de la colonia. Más concretamente, de la época de la revolución comunera cuando los jesuitas estaban abiertamente en contra de ese movimiento popular y libertario. Y como esos jesuitas tenían mucho poder, el pueblo, sobre todo el de Asunción, se vengaba de ellos a través de Perú Rimá. Era como un panfleto que corría de casa en casa, y en cuya redacción colaboraban todos. (Aparece el autor que hacía de Perú Rimá con la actriz que hacía de acompañante del cura.)

AI: Creímos que ya se escaparon en serio.

ACTRIZ: ¿Con éste... yo?

ACTOR III: Bueno…

ACTRIZ: Una broma. Escuchamos que hablaban de Perú Rimá.

AI: Tratábamos de encontrar un origen a los casos en los que siempre, o casi siempre, hay un cura.

AIII: Hay muchos casos en los que no aparece el cura.

ACTRIZ: Pero aparece una monja.

AI: O un hombre adinerado.

ACTRIZ: ¿Contamos el caso de la monja?

AI: A propósito… ¿qué pasó de la muchacha del cuento que acabamos de contar? ¿Llegó a entrar en el convento?

ACTRIZ: Perú la llevó al convento sin tocarle un cabello. El rapto de la joven y el robo del caballo eran parte de su jugada contra el cura.

AII: Vamos a creer que no la tocó…

ACTRIZ: Es que no la tocó…

AII: (Incrédulo) Está bien… No la tocó...

ACTRIZ: La llevó al convento. Hizo más. Habló con la Hermana Superiora a quien entregó la muchacha en nombre del cura.

AII: Pero un tiempo después Perú se fue a visitarla. (Se ríen todos.)

AIII: ¡Y de qué manera!

ACTRIZ: Bueno, ¿contamos ese caso?

(De: Antonio Pecci, ed., Teatro Breve del Paraguay, 1981)


Osvaldo González Real

(Asunción, 1938)

Poeta, crítico de arte, ensayista y narrador. Profesor de lengua inglesa, historia del arte y literatura en varias instituciones educacionales del país, González Real es uno de los pocos escritores hispanoamericanos –y probablemente el único paraguayo– que cultivan el género de la ciencia-ficción. Aunque es autor de una vasta obra creativa y crítica, gran parte de ella se encuentra dispersa en periódicos y revistas literarias nacionales y extranjeras. Traductor de Ray Bradbury y de poesía inglesa, conocedor de la filosofía oriental de los maestros del Zen, ha colaborado, en diversas épocas, con las revistas Alcor, Péndulo, Epoca, Criterio y Diálogo. En 1980 apareció su primer libro, Anticipación y reflexión, una antología de ocho cuentos (la mayoría de ciencia-ficción, pero de "inspiración ecológica", según el propio autor) y ocho ensayos literarios. Su primer poemario, Memoria del exilio, data de 1984, al que le sigue, diez años después, Poemasutra (1994), un segundo poemario.


EL CAMINANTE SOLITARIO

"Las piernas son nuestro segundo corazón".

Dr. Barnard

"Vivimos una época de decadencia. Los jóvenes

no respetan a sus padres. Son rudos e impacientes".

Inscripción en una tumba egipcia (6.000 años a.d.C.)

–¿No te has decidido aún? –exclamó la voz maternal, con un tono de reproche.

El joven movió la cabeza negativamente y siguió atándose los cordones deshilachados de su "champión" blanco. La madre –una mujer de mediana edad, con un rictus permanente de ansiedad en el rostro–, haciendo un ademán que denotaba disgusto, dudó un momento y luego, suavizando la expresión, agregó:

–Hijo mío, los vecinos empiezan a murmurar; tienes que decidirte cuanto antes: mañana puede ser demasiado tarde. Al menos piensa en nosotros y en la vergüenza que tenemos que soportar a causa de tus ideas. Hazlo por mí, ¿quieres? Tu padre no ha dormido anoche. Es probable que pierda su empleo.

El padre del muchacho se encargaba de las computadoras en la Central Hidroeléctrica. Allí, sus compañeros ya no le dirigían la palabra y lo evitaban en el comedor. Lo consideraban culpable de la conducta insólita de su hijo, el de las "zapatillas blancas".

Guillermo levantó lentamente la cabeza y mirando a su madre directamente a los ojos, dijo con impaciencia:

–¿Cuándo comprenderán que no soy como los otros? ¿No ven que estoy perfectamente bien así, sin tener que depender de una máquina?

Una de las paredes de la habitación se iluminó repentinamente, y se escuchó una voz que repetía, monótonamente, una serie de mandamientos y reglas de conducta, recordando a los ciudadanos sus deberes para con el Estado. Una tanda de imágenes subliminales reforzaban las palabras del anónimo legislador. El adolescente hizo como que se tapaba los oídos y continuó:

–¿Mamá, por qué no me dejan en paz? Papá sólo piensa en quedar bien con la empresa. Yo no existo para él: me trata como a una de sus calculadoras.

La mujer suspiró profundamente, y luego, sin decidirse a responder, abandonó el comedor para dirigirse a la cocina, murmurando –por lo bajo– contra las ideas absurdas de su hijo.

En la impecable cocina, la criada mecánica apilaba los platos, mientras tarareaba una antigua canción interplanetaria: esas que se cantaban en la época de las sirvientas que emigraron a la Luna en busca de mejores salarios, dejando a las pobres amas de casa abandonadas a su suerte.

La madre de Guillermo desconectó el artefacto y lo condujo suavemente de la mano hasta la caja de metal, donde permanecia guardado –como una gigantesca marioneta– después de terminar las tareas domésticas.

La sirvienta no era un "robot" –de allí el trato especial que recibía–, sino una combinación de lo que quedó de una vieja actriz (después de la Guerra de las Mujeres) con brazos y piernas artificiales, agregados posteriormente.

El hijo rebelde observó a su madre con una mueca de disgusto, molesto por el cuidado que brindaba a ese extraño organismo –mitad humano, mitad máquina–, un ser híbrido, como aquellos viejos dioses egipcios, que participaban de dos naturalezas distintas y contradictorias.

–¿Será que terminaremos reverenciándolos?– se preguntó el muchacho, mientras se incorporaba del colchón de aire sobre el que estaba recostado. Miró una vez al engendro electrónico, envidiando los cuidados que recibía y luego, cabizbajo, abrió la puerta del comedor y salió a la calle.

Bajo las luces de sodio, sus "championes" parecían fosforescentes. Un brillo fantasmal partía de sus pies: como el de ese polvo estelar que traían en sus zapatos los viajeros de la Vía Lactea. Ese resplandor daba a sus largos pasos un toque misterioso y fantástico. Los autos eléctricos pasaban velozmente junto a él, casi rozándole –como si desafiaran al osado peatón. Guillermo los veía surgir y desaparecer como fuegos, mientras intentaba reprimir la ira y el desprecio que le producían las asépticas máquinas con olor a trueno. Todas llevaban pintadas el emblema de la "campaña de mecanización total": un hombre, sin piernas, sobre dos ruedas de metal.

Aquello había comenzado con la histórica resolución del Gobierno que exigía a todos los ciudadanos la completa mecanización, y la prohibición explícita de andar a pie. El joven y sus "championes" eran un abierto desafío a la ley. "Los que se atreviesen a caminar después de las fiestas patrias debían atenerse a las consecuencias" –así repetía aquella voz impersonal en la pared transparente de todos los hogares. No se había revelado la naturaleza del castigo; pero se suponía que debía ser ejemplar. La deportación a las canteras marcianas, tal vez, o el famoso reformatorio lunar...

El muchacho continuó su caminata a lo largo de las calles electrizadas –sus zapatillas de goma lo protegían suficientemente– pues era sumamente peligroso transitar, a pie, por las nuevas autopistas de acero.

Nuestro héroe observó, con el rabillo del ojo, cómo lo vigilaban las cámaras de TV de circuito cerrado que cubrían la ciudad, siguiendo atentamente sus pasos. Se figuraba la mirada de desaprobación y escándalo que tendrían los encargados de los monitores, frente a las pantallas. Los últimos boletines estatales habían informado sobre el éxito total de la campaña de motorización masiva (exceptuando –decían– la actitud insólita de un individuo recalcitrante, que se había negado a gozar de las ventajas que le brindaba el progreso).

No sólo tras las lentes de las cámaras de control lo veían con disgusto; también los vecinos del barrio por donde transitaba lo miraban pasar con suma desaprobación.

Guillermo se aprestaba a cruzar la calle, para dirigirse al centro de la ciudad, cuando notó que un coche patrullero se acercaba a él, como un negro nubarrón que anunciaba tormenta. El solitario caminante se detuvo, disponiéndose a enfrentar a los inflexibles funcionarios.

El coche eléctrico –de último modelo– paró, silenciosamente, junto a él. Un hombre enjuto, vestido con una chaqueta de color gris, bajó parsimoniosamente de la máquina y mirándolo fríamente, interpeló al muchacho en tono autoritario.

–Ud. debe ser el joven Walker, "el peatón"; el que se ha negado a participar de los beneficios que brinda la electrificación total. ¿No es cierto? –masculló entre dientes el representante del orden.

Así es –respondió Guillermo, con actitud desafiante–. ¿En qué puedo servirles? –agregó con sorna–. No pueden impedir que use libremente mis piernas. Tendrán que esperar que se cumpla el plazo establecido para detenerme –continuó, con insolencia.

El funcionario miró los "championes" del caminante, frunciendo el ceño, y –después de musitar algo por lo bajo– abrió la puerta transparente del vehículo y haciendo una señal al conductor, se alejó a gran velocidad.

En medio de la quietud nocturna, se escuchaba el zumbido lejano de los generadores eléctricos de la ciudad arrullando en la noche el sueño confiado de sus habitantes.

Guillermo Walker se detuvo, durante unos instantes, al escuchar el familiar susurro del colmenar eléctrico donde se destilaba el rayo de las tormentas, y con un extraño brillo en los ojos –después de consultar su reloj de batería solar– decidió volver sobre sus pasos.

Cuando llegó a su casa, el silencio reinante le indicó que sus habitantes estaban profundamente dormidos. El joven se dirigió a la cocina y sacó a la mu-chacha mecánica de su ataúd nocturno; conectó la pila que estimulaba el cerebro y comenzó a hablar quedamente al "ciborg". El organismo cibernético hizo una señal de asentimiento y se incorporó lentamente…

Al otro día, la ciudad entera era presa del pánico y la consternación. Una enorme rata (animal doméstico que se consideraba extinguido) había causado un cortocircuito en la Central Hidroeléctrica.

Los coches se habían detenido… las cámaras de TV habían dejado de funcionar…

LA CIUDAD ESTABA PARALIZADA… LOS HABITANTES HABIAN DESCUBIERTO –ESPANTADOS– ¡QUE YA NO ERAN CAPACES DE CAMINAR!

Sólo un atlético adolescente recorría con pasos elásticos las desiertas calles de la ciudad.

Sus "championes" blancos brillaban bajo la luz del amanecer…

(De: Anticipación y Reflexión, 1980)


Martín de Goycoechea Menéndez

(Córdoba [Argentina], 1877 - Mérida [México], 1906)

Poeta y narrador. Aunque argentino de nacimiento, Goycoechea Menéndez está vinculado a las letras paraguayas desde su llegada a Asunción en 1901. Con Rafael Barrett, Viriato Díaz Pérez y José Rodríguez Alcalá, integró un pequeño grupo de intelectuales extranjeros que se destacaron en el ambiente literario paraguayo de principios del siglo pasado. Discípulo de Juan E. O’Leary, adoptó el nacionalismo a toda prueba de su maestro y se hizo cé-lebre por escribir algunas de las páginas más exaltadas en alabanza del he-roísmo paraguayo demostrado en la Guerra de la Triple Alianza (1864-1870). De sus obras se destaca en particular su colección de cuentos titulada Cuentos de los héroes y de las selvas guaraníes (1905) que incluye "La noche antes", famoso relato que transcurre en la víspera de la última batalla de la guerra (Cerro Corá, 1870) donde quedaría muerto el mariscal Francisco Solano López, líder de la contienda y figura clave del Paraguay de entonces.


LA NOCHE ANTES

Cerro Corá

En medio de la calma de aquella noche de marzo, el Mariscal revistaba su ejército. Como una vaga pincelada blanca se perfilaban las líneas de los cuerpos, prolongándose en la penumbra triste y suave, llena de rumores, en los cuales parecía desleírse toda la melancolía de las almas y de las cosas.

–¡Soldados del 14! – dijo el Mariscal– ¡Cuatro pasos al frente!

Y avanzaron quince hombres, semidesnudos, con el fusil terciado, la frente altiva.

El guerrero los contempló un momento, y luego ordenó:

–¡Soldados del 43, a revistarse!

Cuatro soldados se destacaron de la línea. No quedaban más. Los cuatrocientos que faltaban al regimiento dormían el buen sueño de la calma infinita en el fondo de los esteros, bajo las ruinas de los pueblos, entre los fosos de las trincheras.

Aquellos cuatro hombres se perfilaban entre la noche, firmes, solemnes, rígidos.

–¡Soldados del 46!– continuó el Mariscal.

Y avanzó una sola sombra. Algo de inmenso flotaba sobre ella. Ese hombre llevaba la bandera.

–¡Soldados del 40, a la orden de revista!– mandó aquel amo de pueblos.

Y sólo le respondió la noche con los vagos sollozos de la selva…

II

Ante su deshilachada tienda de campaña, el Mariscal contemplaba los restos de su ejército. Sus ayudantes, silenciosos, le rodeaban, sin atreverse a apro-ximársele. A la distancia, allá en el seno de las frondas vecinas, un pájaro nocturno desgranaba dulcemente su rosario de arpegios.

Aquel hombre se contemplaba en ese instante, de pie ante la Historia, en la noche precursora de lo inevitable, entre el claroscuro que anunciaba el alba, el día próximo que iba a traer, con su luz, con la sonrisa de los cielos y las alegrías intensas de la vida, la caricia desoladora de la muerte, la desesperación de la última derrota, el vértigo sin límites de la postrer caída.

Incendiaban el alma del guerrero todas sus bravuras, sus odios, sus desesperanzas. Por su cerebro pasaba la visión de los esfuerzos que efectuara, de aquel avance fracasado, de aquella resistencia desesperada a través de las llanuras, las montañas y las selvas.

No le quedaban en aquella hora ni hombres, ni fusiles, ni cañones. Sus esqueletos de regimientos estaban sin caballos, sin carabinas, y sus soldados dormitaban al pie de las lanzas clavadas en el suelo, muchas de las cuales no tenían hierros ni banderolas, porque aquellos quedaron clavados en el pecho del contrario y éstas se desflocaron con los vientos de cinco años y las pudrieron las lluvias.

De sus conciudadanos no quedaba sino un montón informe, un harapo de pueblo, durmiendo el sueño de su desgracia, allí, entre los destruidos convoyes, bajo el frío relente del rocío. Y sobre los cuerpos tendidos en la hierba fina y suave, sentíase pasar el tenue viento nocturnal como una leve caricia.

–Tuyutí, Estero Bellaco, Curupayty…– exclamaba el guerrero. Era la visión del pasado, del ayer inmediato, de la defensa toda aún subsistente, sin que hubieran bastado para anular la soberbia expresión de su fiereza, ni los contrastes continuos, ni las fatalidades todas, cayendo sobre sus hombros con el desplome colosal de una montaña.

¡Y aquel señor de naciones, a quien concluían de hostigar sus mismos hermanos en la raza, dentro del cerco de hierro en que le envolvían; aquel amo de pueblos, ante cuyo camino se prosternaban las multitudes, como ante el paso de un dios; aquel guerrero cuya espada se aprestaba a describir bajo los cielos la elíptica sangrienta, entre cuyos términos iba a rimarse el último canto de la epopeya, se sintió inmenso porque se sintió la Patria!

III

Y la visión del éxodo de su pueblo también cruzó por su mente.

Por caminos tristes y polvorientos veía marchar, como en los pasados días, aquella larga columna de desolación y de miseria, moviéndose lentamente bajo la caricia de fuego de los soles estivales, marchando en pos de la desesperación, de la derrota y de la muerte.

Era un largo y doliente desfile de siluetas blancas; blancuras de guiñapos sobre palideces de carnes corroídas por el hambre; blancuras de muerte sobre rostros en los cuales agonizaban las más dulces y rojas rosas de la juventud; albas livideces impresas en frentes impúberes por los más hondos sufrimientos; blancuras de niños muertos sobre el pecho exhausto y flácido, que se negaba a derramar una gota de la generosa leche de la madre; nieves tempranas sobre cabezas que ayer mismo ostentaban esa aureola primaveral formada sobre las sienes por la comba del rizo negro o la voluta del bucle rubio.

Hombres veía, tambaleantes sobre el camino, como borrachos por el hambre. Tenían grandes ojos dilatados mirando hacia los cielos, ojos sonánbulos, percibidores al acaso de quién sabe qué visiones de paz, de hondo descanso más allá del horizonte y aún más allá de la existencia misma.

Miraba caer ancianas con la frente sobre el polvo, entregándose a la eternidad sin un solo gesto, sin un solo estremecimiento; mientras que pequeños agonizantes llenaban los aires con sus vagidos desesperados, última protesta de la vida contra la infecundidad del destino y la esterilidad nauseabunda de la tumba.

Entre compactos grupos de mujeres, veía llegar a los heridos, a los moribundos, a aquellos a quienes la suprema insondable roía con su único e implacable diente. Algunos, tirados sobre carros desvencijados, clamoreaban sin término y sin consuelo; otros, con sus carnes carcomidas por el abandono, exhibían al aire libre las más asquerosas muecas de la infelicidad humana; varios, agitaban lentamente sus manos, cual si persiguieran la forma de una visión desvanecida entre sus dedos.

Y aquello era el crimen de que se le acusaba, el gran delito de caer con todo su pueblo, de sumirlo en su fosa, de arrastrarlo en su caída de coloso herido y hostigado a la profundidad del abismo en que él mismo se tumbaba, en el vértigo de esa parábola inmensa, cuyo término fatal tenía que ser la trágica hediondez de un sudario.

Entonces, en esos ojos que no habían llorado jamás, profundos ojos pardos que contemplaron impasibles el ataque, el incendio y la derrota, brilló una lágrima, como un último esplendor de sol languideciente sobre el fondo cobrizo de un ocaso.

Y la larga columna de desesperación y de miserias seguía marchando lentamente, sobre el camino calcinado por el sol, envuelta en sus blancos guiñapos, entre los bosques floridos, bajo la serenidad impasible del espacio.

IV

Llegaba el día. Y ante el ejército que se aprestaba a la pelea, el Mariscal saludó por última vez el estandarte, entre tanto que el Aquidabán mugía a la distancia entre sus rocas centenarias, como si llevara a los mares lejanos y rumorosos el alarido de protesta con que se desplomaban un ideal, una patria y una raza.

(De: La noche antes, Antología paraguaya [1901-1905], 1985)


Mario Halley Mora

(Coronel Oviedo, 1926 - Asunción, 2003)

Dramaturgo, narrador y poeta. Jefe de Redacción del diario Patria durante mucho tiempo (1954-1989), libretista de radio en los años cincuenta y guionista (con el seudónimo de Alex) de las primeras historietas paraguayas en guaraní o bilingües, Mario Halley Mora fue también Director del diario La Unión. Autor de más de quince obras teatrales publicadas y de unas cincuenta piezas estrenadas, es el dramaturgo paraguayo más prolífico del siglo XX. De su abundante producción dramática sobresalen: En busca de María (1956), su primera pieza; dos volúmenes de Teatro Paraguayo que reúnen sus seis obras más conocidas, entre las que están Magdalena Servín, Interrogante y Un rostro para Ana (1971-1975); Teatro Breve de Mario Halley Mora (1984) –con piezas cortas que incluyen, entre otras, La comedia de la vida y La mujer en el teléfono– yTestigo falso; El juego del tiempo (1986). Sus obras teatrales más recientes son: Ramona Quebranto (versión teatral de la novela del mismo nombre, de Margot Ayala de Mi-chelagnoli) y la zarzuela paraguaya Loma Tarumá, en jopara (guaraní-castellano), con música de Florentín Giménez. Su producción narrativa incluye novelas y cuentos. Algunos títulos representativos son: La quema de Judas (1965), novela premiada ese mismo año en el concurso de novelas del periódico La Tribuna; Los hombres de Celina (novela; 1981), Cuentos, microcuentos y anticuentos (1987), Memoria adentro (novela; 1989), Los habitantes del abismo (cuentos; 1989), Amor de invierno (novela; 1992), Parece que fue ayer (cuentos; 1992), Manuscrito alucinado (Las mujeres de Manuel) (novela; 1993; Premio El Lector), Todos los microcuentos (1993), Ocho mujeres y las demás (1994), mencionada por la revista VISION como la novela más leída del año, y Cita en el San Roque (2001), novela que le ganó en su país el Premio Nacional de Literatura 2001. Es además autor de un poemario: Piel adentro (1967). Tiene unos treinta libros publicados. Póstumamente apareció Amalia al amanecer (2004), novela en co-autoría con Lita Pérez Cáceres.


LA MUJER EN EL TELEFONO

PERSONAJES

VOZ EN OFF

MUJER

El teléfono está ubicado sobre una elegante mesita. Es un teléfono blanco. De lujo. Sobre la mesita, un pequeño block de esos que tienen un lapicito encadenado. Al lado de la mesita, un sillón de diseño ultra. En el fondo, la reproducción de un cuadro famoso.

(Escenario desierto. Sonido: suena el teléfono.)

VOZ EN OFF: Voooy...

(Asoma la Mujer. Levanta el tubo. Está vestida con elegante conjunto de entrecasa.)

MUJER: (Aún de pie) Hola... (Sonríe complacida.) ¡Nélida, qué gusto! (Se sienta, escucha.) ¡Pero claro mujer, es una sorpresa! ¿Cómo te va? ¿Cómo andás? Contame, contame...

(Se ha puesto un poco seria, con algo de desconcierto.)

Bueno, Nélida, me... extraña algo ese tono.

(Ríe insegura.)

Somos amigas, creo...

Caramba... Nélida, eso no es muy fino de tu parte. (Se le ha borrado la sonrisa.)

¿Que yo dije qué...?

Che, pero oíme... (Se interrumpe, escucha.)

Sí... sí. Estuve a peinarme con Flaviano. Sí, el martes.

Fui por el tinte...

Bueno, pero... (Se interrumpe.)

¿Chisme yo...?

¡Pero si no hablé con nadie!

¡Con NA-DIE!

¡Y menos sobre tu marido...!

(Escucha.)

Bueno, sí, realmente hablé con Blanca.

¿Si qué dijimos?

¡Cosas! Nada especial, creo...

¿De tu marido?

¿Pero qué es lo que yo podía decir de él si...?

(Se interrumpe. Escucha.)

¡Epa, che! Vamos a entendernos, Nélida. ¡El hecho de que hayamos recordado a tu marido no quiere decir que hayamos estado hablando CONTRA él...!

¿Qué...?

¿Que no pluralice...?

¡Ah... de modo que esa lengua larga de Blanca, te dijo que yo le embarraba a tu distinguidísimo marido, y que ella lo defendía...!

Decime, che, ¿la Blanca esa te debe plata?

¿No?

¡Entonces su marido le debe al tuyo, cosa muy posible en un vago que va todos los domingos al Hipódromo!

¡Claro que no es el tema!

Pero es que el tema no existe. Bueno. De acuerdo, recordamos. Dime, RECORDAMOS A TU MARIDOen plural, EN PLURAL.

¡Y quien inició la conversación fue ella, Blanca!

¿Que yo...? Mentira. Mirá, la cosa empezó así:

Como sé que Blanca es tu amiga, le pregunté por vos. Y ella me contestó:

Oh, la pobre Nélida, hace rato que se viene descuidando un poco de su aspecto físico, por eso no la vemos más por aquí...

Dejame continuar... ¿querés...?

Y entonces, yo le dije que no veía la razón de que te abandonaras. Y ella me dijo textualmente; TEXTUALMENTE, ¿OISTE?

Es que... bueno... les pasa a todas las mujeres que se casan con hombres más jóvenes. Envejecen más pronto... y abandonan la lucha...

¿Qué...? Pero che, no te estoy tratando de vieja. ¡Te estoy repitiendo lo que dijo Blanca, mujer de Dios...!

Bueno, si ella te dijo otra cosa, el problema es sencillo, hija. ¿O vas a creer más en la palabra de ella...? ¡Aire! (Ofendida) ¡deberías recordar que yo me casé a los 19 años, hija! de la casa paterna a la casa matrimonial.

¿Que Blanca qué...?

(Irónica) ¡No me digas! ¡Ja! ¡Nunca vi en mi vida un sietemesino de 4 kilos como su primer nene!

¡Y bueno, si fueron compañeras en la Normal, deberías conocerla mejor!

¿O me vas a decir que no conocés la historia del guaediamarina aquél?

¿Qué...?

¡Platónica! ¡Nunca vi que nadie se fuera a vivir en casa de su madrina después de una aventura pla-tó-ni-ca!

Claro que después apareció el idiota de Roberto y se casó con ella. ¡Hay tipos con personalidad de parche!

¿Que me desvío del tema...? Bueno, a ver, según esa culebra...

¿Que dijo de tu marido?

(Escandalizada) ¿Eso dijo que dijo...?

¡Es una tergiversación criminal!

Cuando me refería a que la Secretaria de tu marido era DECORATIVA,me refería solamente a que es un ejecutivo moderno, que sabe impresionar al cliente con detalles de buen gusto, como una chica bien presentable y... (se interrumpe).

¡Pero che...! ¡Esas impresiones te las imaginás vos...!

Bueno, si tu conclusión es ésa... debe ser porque ya tenés otras referencias...

¡Ahora... si por una frase inocente empezás a sacar conclusiones y te ponés celosa...!

¡Blanca tiene razón! ¡Te estás poniendo vieja, hija!

(Enojada) ¡Acordate que cuando yo hice la primera comunión vos ya bailabas en el Sajonia...! No digo que soy una jovencita pero...

¿Que qué...? ¿Que mire más en mi casa y deje de pispar en casa ajena?

¿Te das cuenta que estás hablando como mi proveedora de mandioca?

No. No... eso no te permito. ¡Eso no! Mi José... ¡Sí, mi José...! ¡Mi marido!

(Irritada) ¡Claro que es todo mío!

¿Eso que oí fue tu risa o el cacareo de una gallina?

¿Qué...?

¿Mi marido, mi José... y todavía con esa divorciada? ¡Con el currículum que tiene, y mi marido se va a...!

¿Qué? ¿Cuándo? ¿El viernes...? ¡El viernes José estuvo en el Club, hubo reunión de la Directiva hasta las once!

¡Claro que estoy segura!

¡Eso es mentira! Yo no sé qué intenciones tenés pero... ¿Qué vos le viste...?

(Respira hondo. Juntando fuerzas...)

Bueno... estamos empatados, entonces...

¡Porque se da el caso de que YOtambién he visto a tu marido, JOVEN Y GUAPOcomo siempre, con su decorativa Secretaria y, en decorativo Alfa Romeo, a las 8 de la noche, allá por Luque! ¡El jueves! Ahí tenés...

(Cuelga violentamente. Disca el teléfono. La atienden. Con voz dulce:)

Hola... ¿Blanca? ¿Cómo te va, querida...?

Decime... ¿tu marido es también Directivo del Minerva...?

¿Cuánto contribuyó él...?

No me entendés... Mi marido me contó que hubo reunión el viernes de la Directiva... y que hicieron una contribución para... ¿Que no hubo reunión el viernes? ¿Estás segura? ¡Ah, el viernes fueron al Cine...! De modo que no hubo reunión de Directiva... (Ríe falsamente.) Oh, no, confío plenamente en José... ¡habré oído mal...! ¡Adiós, querida! ¡Chau!

(Cuelga de nuevo. Se muerde las uñas. Vuelve a discar. Le atienden. Voz muy melosa...)

¿José...? ¿Que tal querido...? ¿Mucho trabajo?

¡Pobrecito!

¡Oíme, amorcito!

¿Sabés que acaba de llamarme Blanca? La esposa de Roberto, tu compañero en la Directiva Minerva. ¡La pobre está celosa! ¡No cree que su marido estuvo el viernes contigo en la sesión! Yo le aseguré que sí. Dejame hablar. Y ella no cree, no cree y no cree. ¡Y yo le dije que yo jamás pongo en duda tu palabra!

¡Claro que hice bien! Bueno, ¡pero lo simpático es que me invitó a ir mañana en la Secretaría del Club a leer el acta de la sesión del viernes...!

¡Y yo para darle el gusto, le voy a acompañar! ¡Hola, hola... hola! ¿Qué pasó? Ah, ¿fue la línea...?

¿Qué...?

Ay, me encanta conocer los secretos de los hombres, contame...

¿Que Ricardo realmente no fue a la sesión?

(Finge estar escandalizada.)

¡Claro que sí, cada hogar es un mundo, no me voy a meter a hacer cuentos en casa ajena...! ¡Pero contame! ¿Con quién...? ¿Con la Doctora Suárez?

¿Con ese loro? Pobre Blanca... Ay, menos mal que mi maridito no es así...

¿Qué...? Perdé cuidado, no le voy a acompañar a Blanca al Club.

No soportaría la cara de vergüenza que va a poner al descubrir que Roberto le miente... ¡Bueno, amorcito, te dejo trabajar...! ¡No te canses...! ¿Para la cena?

¡Una sorpresa! ¡Venite temprano...! ¡TE ESTOY PREPARANDO UNA LINDA SORPRESA...!Vas a VER QUE RICA SORPRESA. ¡Besitos...!

(Cuelga.)

(Murmura:) Hombres, hombres, hombres...

(Vuelve a discar, pero ha puesto un pañuelo sobre el tubo para disimular la voz. ¡La atienden!)

–Hola... (Disimulando la voz) ¿Señora Blanca...? Soy una amiga... ¡vigile a su marido...! ¡Anda con la Doctora Suárez...! No sea tonta...

(Cuelga. Se levanta, al teléfono, como si aún estuviera hablando con Blanca.)

–Te lo has ganado, por lengua larga... (Pausa, expresión asesina:)

Y ahora... ¡a preparar la grata sorpresa para mi maridito...! Micaela... Micaela... ¿Sabes adónde guardé ese palo de amasar, grueso y pesado...?

(De: Teatro breve de Mario Halley Mora, 1984)


Ester de Izaguirre

(Asunción, 1923)

Poeta y narradora. Aunque radicada desde los cinco años en Buenos Aires, los poemas y cuentos de Ester de Izaguirre reflejan, no obstante, una cosmovisión netamente paraguaya, análoga a la perceptible en las obras de otros miembros de la llamada generación del 40 a la que ella pertenece. Licenciada en Letras por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, se ha dedicado desde entonces tanto a la docencia como a la labor creativa. Además de ejercer diversos cargos académicos en la Argentina, ha dictado cursos como profesora invitada en la Ciudad Universitaria de París, en la Ciudad Universitaria de Granada, y también en varias universidades de los Estados Unidos. De su prolífica producción poética sobresalen, entre otros: Trémolo (1960), su primer poemario, El País que llaman Vida (1964; Premio Fondo Nacional de las Artes), No está vedado el grito (1967), Girar en descubierto (1975; Gran Premio Dupuy-tren), Qué importa si anochece (1980; Faja de Honor de la SADE), Judas y los demás (1981; Premio Pluma de Plata del Pen Club), Y dan un premio al que lo atrape vivo (1986), Si preguntan por alguien con mi nombre (1990), Una extraña certeza nos vigila (1992) y Poemas (1960-1992): Obras completas (1993). En narrativa es autora de la colección de cuentos Yo soy el tiempo (1973; Primer premio Municipal 1968), de Ultimo domicilio conocido (1990), un florilegio de mini-cuentos de alto contenido lírico, y de Ayer no ha terminado todavía (2001), su primera novela.


DESPUES DE UN SIMPOSIO DE LITERATURA

Todos conocían sus aureolas

y se las quitaban como un sombrero adverso

a la hora de comer.

A veces la poesía y la amistad

retardaban los relojes

y amanecía sobre los claustros

de la verdad que somos.

Después la codificación

y algún decodificador en decadencia

buscaba aquel aplauso

que se ocultó en la nieve

de vergüenza.

Afuera las montañas,

esa cátedra pura

ese altar sin verdades reveladas.

Y después, el adiós.

Todo, como antes.

Como si no hubiera sucedido.

Las bancas solitarias aguardando

algún congreso de ortopedia

o algún simposio de bromatología.

Busco una cara amiga. Ya se han ido.

El silencio es de un lago en la era terciaria.

Quito, Ecuador, julio 1990

(De: Si preguntan por alguien con mi nombre, 1990)


EL HERMANO

Mientras regresaban del obraje, los dos hermanos ensayaban otra vez el mismo diálogo, que los montes escuchaban.

–Y adónde te irás –dijo Claudio como si lo viera por primera vez.

–A la Ciudad, adonde llega el tren. Cuentan tantas cosas los que vuelven –respondió Jacinto.

–Si vuelven. Todo eso cuesta mucha plata y vos, ¿qué tenés para llevar?

–Trabajaré; ahora trabajo sin esperanza en una jaula de quebrachos y espinillos...

Hasta que llegaron al rancho, sus silencios hablaron idiomas diferentes. El escenario continuó con los mismos actores representando el mismo papel, pero los hermanos sabían que algo había cambiado desde que Jacinto expresó su deseo de zafarse de aquel cautiverio y acceder al convite del horizonte.

Llegó, con un otoño luminoso, la decisión irrevocable de partir. Estaban sentados a la mesa donde el silencio de la familia campesina sólo era quebrado por monosílabos. Sobre ese mutismo, se derramó como lava hirviendo la voz de Jacinto y resbaló sobre el consejo materno la autoridad indiscutida del padre.

Nada; se iría y no había por qué afligirse. La Ciudad no era una fiera.

Tomó los más sencillos recaudos y con un pequeño bolso, partió una mañana cuando todo el monte parecía corear la despedida con rumores y cantos. En la fisonomía agrietada del padre se hundieron aún más los surcos y en los ojos de la madre se acaudillaron los presentimientos.

Al comienzo de la ausencia algunas cartas traían las noticias de la vida de Jacinto en la Ciudad, la búsqueda de un trabajo, la brega en un medio extraño, después una pausa ancha como el abra pulmonar del monte.

Los días derrocharon sus granos de arena sobre aquella comarca lejana. Claudio, en el camastro de su infancia miraba la otra cama vacía mientras escuchaba la serenata de los grillos. Pensaba. Si la Ciudad le devolviera al hermano, ¿sería el de antes? Su regreso ¿sería definitivo, o al volver le pesaría más la eterna inmovilidad de la selva? Quizás le parecieran más taimadas las sombras, más sellado el mutismo de los padres. Si estaba transformado en otro, ¿en qué atajo del recuerdo reencontraría su infancia...?

Ansioso se acercaba diariamente al correo hasta que un día llegaron unas líneas. Desencanto. Lanzazos del héroe a los molinos de viento. Qué difícil la lucha por ese maldito afán de superar las piedras y los árboles. Qué amargo le sabía el pan de la impotencia. Quizás volvería allá, al obraje, a doblegar la cabeza ante su sino de leñador, quizás...

–¿Y tu hermano cuándo vuelve?

–Pronto nomás –contestaba acariciando la seguridad del retorno. Releía las cartas optimistas, y como lo había temido, parecía otra persona la que le hablaba a través de la distancia.

Apenas lo reconoció por la sonrisa y por el color de los ojos cuando descendió por la escalerilla del tren. Ese no era su hermano. ¿Qué muertes se lo habían arrebatado a jirones para dejarle allí esa réplica bastarda? Hasta la voz le llegaba como por tubos desde un rincón de asfalto. Y se quedó clavado en el tiempo, aguardando el milagro.

–Ni he venido a quedarme ni soy tu hermano. Eramos compañeros de pensión antes de que lo trasladaran al Hospital de Jesús María. El clima de la ciudad no le sentaba y me pidió: "escribiles durante un tiempo hasta que me consuma del todo". Me lo dijo una mañana, con una sonrisa triste, durante mi breve visita:

–Mientras vos les escribas yo seguiré viviendo. No me liquidés demasiado pronto, hermano..., después andá a verlos para decirles la verdad.

–Venga, venga hasta casa –agregó Claudio, inseguro.

–No me atrevo a hablar con tus padres. Me volveré en el próximo tren...

Claudio, de vuelta al rancho, no lloraba, porque el otro dolor habría sido menos tolerable. No hubiera aguantado que la Ciudad se lo arrebatara vivo. Ahora podría –se lo dice la tierra, que maldice a quien lo niega– volver a salir con su hermano a juntar miel por el sendero del Potro y meterse en cuanta madriguera los tentara con sus bocas de niebla. Su hermano ya no estaba, era evidente, pero buscando un poco, lo hallaría en cualquier atajo del recuerdo.

(De: Ultimo domicilio conocido, 1990)


Sara Karlik

(Asunción, 1935)

Narradora y dramaturga. Residente en Chile desde hace muchos años, prolífica escritora, Sara Karlik ha sido varias veces galardonada con premios nacionales e internacionales. Su producción narrativa incluye varias colecciones de cuentos y, hasta la fecha, siete novelas. En el género cuento son suyos los siguientes libros de relatos: La oscuridad de afuera (1987), Entre ánimas y sueños (1987), Demasiada historia (1988), Efectos especiales (1989), Preludio con fuga (1992), Presentes anteriores (1996) y El Arca de Babel (2002). En novela, es autora de Los fantasmas no son como antes (1989), Juicio a la memoria (Premio Planeta de Novela 1990 y XXXVI Edición del Premio Sésamo 1991), Desde cierta distancia, novela juvenil que obtuvo mención de honor en los "Juegos Florales" (1991) de Vicuña, Chile, La mesa larga (1994), Nocturno para errantes eternos (1999), El lado absurdo de la razón (2002) y La conciencia indefensa (2004). En teatro, son de su autoría, entre otras piezas: No hay refugio para todos (1993; obra finalista en el Concurso Tirso de Molina, 1993), La escalera de Jacob (1994), Sin vuelta atrás (1996), Anorexia sexual (1997), Hombres y mujeres de rincones (1997), Sólo por esta noche (1998) y Derecho de propiedad (1998). Tiene además numerosos cuentos incluidos en revistas, suplementos culturales y antologías literarias nacionales y extranjeras.


PRESION ATMOSFERICA

Lee el diario. Lo despliega igual que una sábana. Pero el dormitorio ha quedado en tierra, por más que estar rodeados de nubes da la sensación de sueño en su etapa indecisa. Sólo que el ruido del avión remece la realidad del temor involuntaria-mente desarrollado. La cabeza me palpita como si tuviera un motor propio.

El que lee el diario está a mi derecha. A mi izquierda, alguien se queja de la música excesivamente altisonante. Llama a la aeromoza y pregunta: "¿estamos en carnaval?". La mujer sonríe, silenciosa. Piensa (porque es evidente que hay una alteración del pensamiento a 10.000 metros de altura), alcanza el primer chispazo inteligente del cual se aferra y contesta: "son cosas de la radio; el volumen sube con el movimiento del avión". Cree dar por terminado el encuentro verbal, pero el pasajero insiste, subrayando, con tinta roja, "entonces no es un problema de la radio, sino del avión". La azafata se remite nuevamente a su fuente mental. La han sacado de su esquema. Ocurre lo mismo cuando en un restaurante uno pide que al huevo lo pongan al lado del bife y no encima. "Señor, el huevo viene montado, qué quiere que le haga", dice la mesera.

La azafata inicia un retiro gradual de la escena, pero el pasajero es de aquellos que no se conforman así nomás. Pregunta cuál es la presión atmosférica interna del avión al tiempo que el pasajero de mi derecha presenta una queja aéreamente formal, sorprendido e irritado a la vez: "ese diario es de ayer". "Déjeme ver", dice la muchacha. Mira la columna correspondiente a los programas de televisión. "Tiene razón", responde extrañada. "Lo que anuncian ya lo he visto". El pasajero de la izquierda opina que la fecha del diario es la que corresponde, que es un problema de cambio de horas, de cruce de líneas, de paralelos y meridianos, que el huso horario... El pasajero de la derecha insiste. Considera que se trata de un atropello de la aerolínea, una burla.

La radio interviene a través de la voz quejosa de Manzanero. "Ya no estás más a mi lado, corazón…". "Y a éste, ¿quién lo invitó?", pregunta el hombre de mi izquierda. "Esto es un carnaval", insiste. Manzanero, sin inmutarse, le sigue susurrando "ya no estás más a mi lado, corazón…". "Las libertades que se toma. ¿Quién cree que soy?". La muchacha se arregla el moño, se columpia sobre una pierna, luego sobre la otra, haciéndome pensar en alguna impostergable necesidad de una visita al baño. Pero no, es sólo el nerviosismo de no poder manejar ese tipo de emergencia. "A la empresa le falta ‘aggiornamente’", dice el hombre izquierdo. He optado por llamarlo así. Sentada en el medio, tengo la sensación de ser el cuerpo y contar con dos brazos masculinos, lo que me hace imaginar un harén al revés. El hombre derecho se extraña. "¿Lei parla italiano?". Se produce un súbito acuerdo sonriente, una inmersión en códigos civilizados. Pienso en los partidos de tenis al notar el constante movimiento de ida y vuelta de mi cabeza para seguir, a izquierda y derecha, una conversación carente de interés para mí.

Hace frío. Necesito una manta.

La luz de llamada permanece encendida hasta que la aeromoza, lentamente, se atraviesa en mis ojos mareados por el movimiento. "Lo siento", dice, "las mantas las proporcionamos solamente durante los viajes largos". "Pero es posible tener frío en un trayecto corto también", insisto, viendo alejarse mi posibilidad de hacerme de otra manta para agregarla a mi colección. "Son estipulaciones de la empresa", dice, moviendo los ojos en claro alcance sensual. La sospecha cruza ala-damente por mi interior. Ya me encuentro en un "affaire a trois". Lo único que me falta ahora es que sea "a quatre".

Mientras tanto, el Dante se pasea de un asiento a otro, sin prestarme atención. Surge entre mis adlátares un desacuerdo sobre si Miguel Angel en verdad pintaba la Capilla Sixtina acostado de cúbito dorsal o sentado, para converger en el convencimiento de que gran parte de las Pietás son sólo reproducciones.

Temo encontrarme en medio de dos representantes de la Maffia o de la Camorra, los que se comportan como si el encuentro hubiera sido casual. Me veré enredada, sin posibilidad de escapatoria. Terminaré mis días convertida en correo hasta que, en un intento de liberación, sea ajusticiada. Podría ocurrir en cualquier parte: en un baño, en un aeropuerto, en el mismo avión. El asunto del diario o de la música pudo haber sido un santo y seña para identificarse.

Ahora han abandonado los personajes anteriores y se abocan a las delicias de la cocina. Es evidente que son hombres de mundo, conocen restaurantes en las avenidas más elegantes o en las calles más apartadas, "uno pequeño, apenas lo que podría decirse una cantina, pero la pasta…", dice el izquierdo, besando los dedos encogidos en racimo y tirando el beso al aire. El derecho, para no quedar en zaga, afirma que los mejores lugares para comer no se encuentran precisamente en Italia. Cita un número indeterminado, casi por abecedario, de países y calles. Tengo la sensación de haber leído la misma lista en la sección culinaria de la revista del domingo. Cuando llegan al tema de la ópera, deseo intensamente que el avión aterrice, logrando un tiempo récord. Todavía siento, en el fondo del oído, las transmisiones domingueras de óperas que mi padre escuchaba en la radio, haciendo participar involuntaria-mente a los vecinos de muralla por medio, en una época en que yo hubiera preferido el adormecimiento romántico de boleros o el ritmo naciente del cha-cha-cha.

"Nabucco…", dice uno de ellos. No sé si el izquierdo o el derecho. De reojo, puedo ver cómo se le pierden los ojos en las órbitas, en un éxtasis casi sensual. La imagen de una película en que los protagonistas, en pleno cine, se deslizan del asiento para realizar el acoplamiento amoroso en el suelo, en total abstracción de los horrores de Salaam Bombay, aparece en todo su esplendor en un alcance poco claro. "Imposible organizar la imaginación o educarla para que se conduzca como corresponde cuando corresponde", pienso.

Ya no tengo necesidad de la manta. Más bien estoy a punto de levantarme para abrir una ventanilla, pero recuerdo que estoy en un avión y que no puedo actuar como Carmencha lle-gando del campo. Traspiro. Extiendo el brazo para abrir el botón del aire, por más que siento que lo que necesito es oxígeno. Me doy cuenta de lo terrible que es tener un hombre a mi izquierda, otro a la derecha, estar en el medio y pasar inadvertida. Saco delicadamente un espejo de la cartera. Me observo, tratando de encontrarme algún parecido con Aída. Tampoco tengo aire ni pechos de madona. Sonrío al espejo. Miro a través de él si alguno de mis escoltas trata de ingresar en el espacio reflejo. Ni modo. Están demasiado enfrascados en sus inquietudes. Me viene a la cabeza el temor de que seré testigo de lo que no quiero siquiera imaginar. Me tapo los oídos para no escuchar el lugar ni la hora de la cita.

Desde el fondo del pasillo, la aeromoza avanza con los brazos extendidos sobre los que reposa una manta. Adopta una pose ceremonial, semejante a la de mi actitud de niña elegida llevando la bandera para ser izada en el patio de la escuela mientras la envidia se reparte entre mis compañeras. Rechazo la manta. "Ya no la necesito", digo, tímidamente. Los dos hombres me observan. Experimento el deseo íntimo de que me alejen por el camino de las ruinas antiguas de alguna ciudad recuperada del desaparecimiento total y olviden el presente.

De pronto, sin mediar palabra o pedido, la azafata se aproxima con dos tazas de café. El hombre izquierdo saca del bolsillo un pequeño sobre y se lo pasa al derecho. No necesito más, ése era el quid de la cuestión. Ya me habían advertido que los adictos hacen uso de cualquier circunstancia. Aspiro profundamente. Exhalo del mismo modo. A veces basta la sola emanación para volarse. Lo pondrán en el café, como si se tratara de azúcar. El hombre izquierdo parece disponer de más sobrecillos. Los tiene en el bolsillo de la chaqueta. "Van a con-sumar el asunto", pienso. "¿Usted no desea una taza de café?", pregunta gentilmente uno de ellos. Ya ni sé cuál. Se han mi-metizado a tal punto que hasta sus voces son similares. Están tratando de inducirme. Es un hecho. Respondo que no, que no soy afecta al café, no recordando que me habían visto tomarlo con el almuerzo. Tengo que hacer algo. Es probable que el cargamento sea mayor. Quién sabe cuántos serán embaucados con los sobrecillos. Desabrocho el cinturón y, parodiando al que gritó "¡tierra!", o en burda imitación al que ordena "¡fuego!", me levanto y, sin poder contener la catapulta de mi denuncia, "¡droga!", grito.

Hay un revoloteo general: la aeromoza corre por el pasillo, de la cabina de mando emergen dos hombres musculosos que se abren paso entre los que han invadido el pasillo y, abalanzándose sobre mí, me levantan en vilo mientras siento manos que me palpan en busca (presumo) de armas o cuchillos o qué sé yo, al tiempo que no puedo dejar de escuchar "uno se encuentra con cada espécimen…" y hago todo el esuferzo por desmayarme como único modo de desaparecer.

(De: El Arca de Babel, 2002)


 

Maybell Lebrón

(Córdoba [Argentina], 1923)

Cuentista y poeta. Aunque nacida en Argentina, vive en Paraguay (Asunción) desde 1930. Activa promotora de actividades culturales en su país y miembro del Taller Cuento Breve, Maybell Lebrón ha publicado algunos cuentos en los libros de dicho taller y algunos otros en periódicos y suplementos lierarios diversos. En 1989 obtuvo el primer premio en el concurso "Veuve Chiquot Ponsardin" por "Orden superior", uno de los relatos incluidos en Memoria sin tiempo (1992), su primer libro de cuentos. En 1993 otro de sus cuentos ("Gato de ojos de azufre") fue galardonado con el Premio Néstor Romero Valdovinos en el concurso de cuentos del diario Hoy de ese año. También es autora de Pancha (2000), una novela de trasfondo histórico paraguayo, y de dos poemarios: Puente a la luz (1994) y Ayer, tal vez mañana (2004), su libro más reciente.


AUSENCIA

Soledad irredenta

voy contigo.

En la noche desgarrada de recuerdos

o entre voces y gente

miro, húmeda,

la corteza azulada de infinito

y escudriño

entre sus dedos trémulos

acaso

algún vestigio.

Soledad.

Hoy eres compañía

me acercas

a quienes han partido.

IN MEMORIAM

A los caídos de marzo

La plaza.

Está rota la plaza;

la plaza está vacía

esta noche.

Un murmullo se escurre

entre las plantas mustias.

Tejiéndose de brumas

levántanse entre cruces

las gloriosas figuras.

‘Con lágrimas y furia

en el silencio

grito:

¡Aleluya!

(De: Itinerario Poético [poemario colectivo],

Selección de Escritoras Paraguayas Asociadas, FONDEC, 2001)


RECUERDOS

A Juan

Cuando ya no retengas

mi cabeza en tu pecho

no quiero que me pienses

con lágrimas o ceño.

Deja la losa fría

recostada en el suelo

y vuélvete a la casa

para seguir viviendo.

El frote de las cañas

en suave ronroneo

renacerá en tu oído

con mi trémulo acento

al poder estar juntos

(perdidos en el tiempo)

allí donde la vida

dialoga con los muertos.

Aunque tú no me veas

tal vez yo pueda hacerlo.


SILENCIO

En el patio solo

preñado de sueños

habita gozoso

mi amigo el silencio:

allí nos juntamos

de común acuerdo.

(De: Puente a la luz, 1994)


Concepción Leyes de Chaves

(Caazapá, 1891 - Asunción, 1985)

Narradora, dramaturga y periodista. Prolífica escritora y consumada conferenciante, Concepción L. de Chaves –madre de Ana Iris Chaves de Ferreiro– cumplió una función importantísima en el campo educativo a través de sus conocidos libros de lectura, usados durante décadas en las escuelas primarias de todo el país. Siendo Presidenta de la Comisión Interamericana de Mujeres, obtuvo el reconocimiento de los derechos jurídicos de la mujer en América (durante la Décima Conferencia Interamericana de Caracas en 1955), logro que la llevó a integrar la lista de "las cuatro mujeres más destacadas del año (1955)" en Washington, Estados Unidos. Galardonada con ocho diplomas de honor de diversas instituciones y con tres llaves de oro de ciudades caribeñas (Puerto Príncipe, Haití; Santo Domingo, República Dominicana; y San Juan, Puerto Rico) en 1955, ha recibido también varias condecoraciones importantes, entre ellas la del Orden Nacional del Mérito de la República de Haití (1955), la Medalla de Honor del Instituto Femenino de Caracas (1958), el grado de Oficial de la Orden Nacional del Mérito de Francia (1965) y la Medalla del Mérito Nacional Rondon del Brasil (1969). Su abundante producción incluye Tava-í (1942; Primer Premio en el Concurso de novelas del Ateneo Paraguayo en 1941), novela de costumbres, Río Lunado: mitos y leyendas del Paraguay (1951) y Madame Lynch (1957), novela histórica, especie de biografía novelada de la compañera de Francisco Solano López, líder paraguayo muerto en la última batalla de la Guerra de la Triple Alianza (Cerro Corá, 1º de marzo de 1870). Sus obras han sido incluidas en diversas antologías nacionales y extranjeras.


ROMANCE DE LA NIÑA FRANCIA

Un toque de corneta quebró la calma de la tarde. Al oírlo, hombres y mujeres cerraron puertas y ventanas, se retiraron a los ángulos más apartados de sus aposentos y permanecieron quietos respirando apenas.

Las casas parecían replegadas bajo las inclinadas vertientes de los corredores; los cerrados portales encogíanse dentro de las paredes de grueso adobe; ni el perro ladraba a la distancia. El toque de corneta se alejó por un extremo de la calle; por el otro apareció un jinete, encorvado sobre la montura de un forro carmesí. La alfombra de arena, tibia de sol, apagaba el rumor de los cascos de su caballo. El sombrero de fieltro de anchas alas, no permitía distinguir más que el pronunciado mentón y la trenza larga, bien peinada. Una chaqueta abotonada le ceñía el magro talle. Era el doctor José Gaspar Rodríguez de Francia, El Supremo, que realizaba su paseo habitual. Esa tarde dirigíase a su quinta de Ybyra-í, donde pasaría el fin de semana.

Ya se perfilaba ante él la casona entoldada de jazmines y madreselvas cuando dejó la senda que venía siguiendo, y tomó otro camino angosto, poco trillado, casi oculto en el espartillar. Atravesó el bosque y se halló frente al río, en cuyo azogue mirábase la selva extática y el sol muriente. A la izquierda, una mansión de techumbre rojiza se alzaba sobre el verdor intenso de los naranjos; alrededor, crecía el césped a la altura del hombre. Ante ella apeóse El Supremo y penetró en el interior.

Salió a su encuentro una anciana de blancos cabellos, rosado cutis y ojos verdiazulados. Era doña Ninfa Cañete, su prima lejana y su única amiga. Francia la saludó con recelosa afabilidad; había perdido aquel arte de la conversación que en su juventud sustituyera uno de sus principales atributos de superioridad. Sentado en un sillón de vaqueta claveteado, don José Gaspar parecía esperar a alguien.

No demoró en presentarse una niña que frisaría en los veinte años; sus ojos grandes, negros y luminosos, la amplia frente, el nacimiento de los cabellos rebeldes, parecían copiados del anciano. Mas, ¿de quién había heredado el cutis mate, las formas esbeltas, el aire decidido, franco y alegre? Nadie podría decirlo. Era un enigma.

–Siéntate, niña –ordenó El Supremo. La áspera expresión de su semblante habíase dulcificado levemente.

La conversación se hizo embarazosa; prevalecían los silencios. La joven se hallaba preocupada y vacilante. Evidentemente algo pugnaba en su espíritu, algo grande, ávido, más fuerte que el respeto, mejor dicho, que el tremendo temor que inspiraba aquel señor de un pueblo. Pero la niña no era tímida. Sabía bien lo que anhelaba, y lo anhelaba ardientemente, con todas las fuerzas de su juventud solitaria, de su temperamento decidido y valiente. Habló respetuosamente, pero con firmeza.

Amaba a un joven que la había pedido en matrimonio; pero el mozo no osaba presentarse al Supremo, sin contar con la seguridad de su benevolencia. Terminó implorando el asentimiento que la haría feliz.

Prietos los labios, tenso el semblante, Francia escudriñaba la fisonomía de la joven desaprensiva, que se lanzaba a la conquista de su dicha. Por su mente desfilaron recuerdos. Su juventud corrida en pos del amor, sin asir el verdadero; la secreta inclinación fugaz que en la plenitud de su existencia le había dejado una paternidad, reducida a simple tutoría, sobre aquella niña cuyo verdadero nombre sólo él conocía.

¿Un extraño pretendía arrebatarle la única supervivencia de su vida afectiva y sentimental? ¿Querrían disputarle una tutoría, a él, que no admitía el más pequeño menoscabo de su autoridad? Desconocía la ternura, y aquella criatura audaz intentaba enternecerle. Había sufrido la afrenta de su porfía pasional insatisfecha, y aquella hija quería apropiarse, precisamente de lo que le había hurtado el destino. Sintió recrudecer su íntimo conflicto personal. En su rostro bilioso ardió una chispa sardónica, pero tenía demasiada conciencia de su poder para oponerse con todo el peso de su personalidad al pedido de esa pobre muchacha, sujeta más que ninguno a su puño dominador.

–¿Cómo se llama tu pretendiente? –limitóse a preguntar, con voz opaca, después de un lapso de silencio.

–José Antonio Rojas de Aranda –respondió la niña, y palideció de súbito; había intuido una prevención enigmática.

Don José Gaspar apretó los finos labios. Aquellos Rojas de Aranda eran famosos por su capacidad de seducción. Uno de ellos, muchos años antes, había provocado la perpetua desarmonía entre el amor y su destino. En el juego de este otro se trocaban las cartas; en sus manos se hallaba consagrar la dicha, o marcar la pérdida definitiva.

–¿Dónde se ven? –inquirió con perfecto disimulo de sus emociones.

–En la iglesia de Trinidad, los domingos, después de misa –contestó la muchacha que no tenía otro nombre que el de ´la niñaª.

El Supremo, con fría dignidad, volvió el rostro hacia su mejor amiga.

–Ninfa –dijo, autoritario–. La Niña no volverá a poner los pies en la iglesia –la prohibición se cumplirá hasta diez años después de su muerte–; y tanto tú como las criadas –agregó– cuidarán de que no salga al patio, menos a pasear por los alrededores –y la niña morirá sin haber vuelto a ver el cielo libre sobre su frente.

El Supremo miró las ventanas enguirnaldadas de jazmines; la parra, continuación del alero y, más allá el naranjal. Como iluminado por súbita revelación, añadió: –Mañana enviaré un mastín que atarán bajo la viñalera.

Salió al patio, montó a caballo y perdióse en el bosquecillo envuelto en los velos del anochecer. Detrás dejaba la tragedia sin evasión posible, la desdicha que se consumaría en secreto, ahogada por el mutismo receloso del ambiente.

La niña lo vio alejarse como al adversario de su existencia. Comprendía que no podría vivir sin Rojas de Aranda, y se reprochó el no haberse explicado mejor, el no haber rogado, implorado. Pero estas actitudes repugnaban a su orgullo, a su temperamento tan inflexible como el de su padre.

Los moradores de la quinta dormían desde el anochecer. Sultán, el fuerte perro guardián, tendía sus sentidos como tentáculos hacia los vientos. Unicamente la niña manteníase insomne, los nervios tensos, en muda inmovilidad cerca de la ventana.

A medida que transcurría la noche, le latía el corazón con ansiedad más viva y más ardiente. Escrutaba el campo, el huerto manchado de claro y obscuro. Diríase que presentía la proximidad del jinete que venía orillando el río lunado. El caballero avanzaba con preocupación, envuelto en su poncho, calado el sombrero hasta las cejas. No serían las diez de la noche cuando penetró en el bosque; ocultó en él su caballo y, a pie , por caminos de atajo, se dirigió a la quinta de doña Ninfa.

En la casa reinaba un silencio que parecía no tendría fin. El emponchado airoso, de movimientos elásticos y andar seguro, deslizóse entre los naranjos. El perro guardián retozaba a su lado. Llegó al pie de la ventana, echó el sombrero sobre la nuca y descubrió su rostro. Entre los barrotes introdujo la mano, y asió por la cintura la silueta femenil que le aguardaba en la penumbra. La figura alta y esbelta de la niña Francia asomó a la reja.

–¿Has presentado nuestra petición? –preguntó el mozo; en su voz vibraba la caricia.

La niña resumió la conversación que tuvo con El Supremo.

–Mañana traerán otro perro –finalizó desolada, como si aquello encerrara la amenaza más inquietante para su sensibilidad.

–Pronto me será tan adicto como Sultán –repuso él, sonriente, deseando alejar las preocupaciones de su amada.

Cuando Rojas de Aranda abandonó la ventana y saltó el cerco de la heredad, ocho hombres armados le cortaron el paso, y lo llevaron preso a la ciudad. La suerte que le cupo aún no se ha esclarecido.

La niña Francia nunca había conocido el sano regocijo de la libertad. Acostumbrada a la obediencia no contrarió a los que la rodeaban. Pasaba los días en su aposento, sentada, sin hablar ni mirar a nadie; pero las noches le pertenecían. ¡Cuántas veces saltó del lecho, se aproximó a la reja, miró el campo lunado, apostrofó a la soledad, maldijo al que había derrumbado sus ilusiones y quedó llorando hasta el amanecer!

Su paciente resignación se rompió el día en que le anunciaron la presencia de El Supremo.

–¡No quiero verlo! –gritó en un arranque ardiente, casi salvaje.

–¡No quiero verlo! –repetía, arrastrada por las dos mulatas a través de los callados aposentos.

Jadeante, la boca llena de espuma y una extraña luminosidad en la mirada, quedó de pie, ante don José Gaspar.

–¡Te odio! ¡Tú no eres mi padre! –clamó con voz aguda. La risa puso en su rostro la trágica máscara de la demencia.

Doña Ninfa la miró espantada. Parecíale imposible que su pupila no hubiera caído al instante, fulminada por sus propias palabras.

El Supremo no volvió a recorrer el sendero abierto en el espartillar. Tampoco olvidó la aseveración violenta. A su muerte ordenó que el importe de su sueldo no cobrado se repartiera entre los soldados y donó la quinta de Ybyrary a las mulatas que le servían. Ante el mundo dejaba inexistente su paternidad. A solas, quizás, habría recomendado a las criadas que cuidaran de la Niña Francia.

Muerta doña Ninfa, las dos mulatas herederas del dictador Francia se trasladaron a la ciudad con la Niña. Por turno, las mujeres recorrían las casas de las principales familias y vendían productos de industria casera. El chismorreo nada podía arrancarles acerca de la enigmática mujer que vivía con ellas. Al primer amago de interrogación, cubrían las cestas de mercaderías y se alejaban, herméticas, hurañas, como perseguidas por un conjuro.

Habitaban en la calle Palma, a tres cuadras de la Catedral, en una casa que hoy sirve de local a una librería. En la mirilla enrejada, abierta en el recuadro superior de la puerta, las personas que iban a misa de madrugada advertían la presencia de una mujer de alborotados cabellos y amplia frente dolorida, que contemplaba a los transeúntes con los ojos atormentados, escrutaba intensamente los semblantes y seguía con la mirada la silueta de los que se le escapaban al pasar. Daba la impresión de que padecía de incurable nostalgia, de que había pasado la noche en aquel sitio, avizorando la sombra que diluyó el pasado, y que se hallaba cansada de haber buscado tanto y tan inútilmente.

Nadie reconocía en ella a la Niña Francia. Días, años enteros, con refinada y lenta crueldad, el destino había dejado pasar sobre su naturaleza apasionada y ardiente, el encierro, el fastidio, la envilecedora vigilancia de las dos siervas que no habían tenido juventud, que no olvidaban el antiguo temor y vivían poseídas por una obscura obsesión de fidelidad.

Anonadada en la monotonía del aislamiento, en el vano vértigo de los sentidos, la custodia mezquina y deprimente de las mulatas habían acabado por amasarla, con la mezcla de almidón destinada a la fabricación del chipá casero.

No conocía a nadie más allá de las puertas cerradas. No poseía nada con qué encandilar a sus cancerberas para sobornarlas. El mundo ignoraba su nombre. ¿A quién implorar? Solamente en sus ojos quedaba la imagen del que la deslumbró una vez, el único que hubiera podido destellar un milagro en su vida, y al que perdió sin haberlo alcanzado. Había desaparecido también el poderoso, quien, al menos, por reacción ante sus rebeldías, hubiera introducido un cambio en su vida.

Por lo demás, ¿qué podría hacerse con ella? La soledad, el legado de su padre se posesionaba ya de su destino.

Aquella mañana, la ensenada se embriagaba de sol. Las mozas que salían de la Catedral sonreían sin saber por qué, al solo influjo de la plenitud ambiente. En un día como ese, en que la Niña Francia hubiera deseado pasear por Asunción, cuatro soldados conducían sus restos. Detrás iban las dos mulatas, oculto el rostro en las sábanas que les servían de manto, vigilantes, como temerosas todavía de ser sorprendidas en falta por el autócrata.

(De: Río Lunado: mitos y leyendas del Paraguay, 1951)


Nila López

(Concepción, 1954)

Periodista, actriz, poeta y narradora. Diplomada en Psicopedagogía por la Universidad Católica de Asunción, fue durante varios años directora del Departamento Cultural del Centro Cultural Paraguayo-Americano. Columnista y entrevistadora en ABC Color, Nila López ha sido además jefa del área de Artes y Espectáculos del diario La Tribuna y directora de la revista dominical de El Diario Noticias. Durante mucho tiempo presentadora de televisión y conductora de diversos programas culturales en el Canal 9 (SNT), actualmente se dedica a escribir y ordenar sus textos aún inéditos. Su obra publicada incluye los poemarios El brocal amarillo (1985), Artificios naturales (1987) y La condición amorosa (2001). En teatro, es autora de ¿Quién dejó pasar el tren? (1987), pieza galardonada con el Primer Premio de Radio Cáritas en 1977. También ese mismo año (1977) obtuvo el Segundo Premio de la Municipalidad de Asunción por "Ciudadalma", texto ecológico escrito en co-autoría con Raquel Chaves. En 1995 apareció Señales - Una intrahistoria (relatos; 1995), su primera incursión en el campo narrativo, y en 1998 dio a luz su primera novela: Madre, hija y espíritu santo (Premio Municipal de Literatura 1998), collage textual en prosa y verso donde confluyen a un mismo tiempo poesía, mito y realidad, teoría y práctica, lo vivido y lo soñado, lo personal y lo universal, desde una perspectiva inconfundiblemente femenina. De más reciente publicación es Tántalo en el Trópico (2000), su segunda novela.


EL AZAR, LA VIDA Y LA MUERTE

Hace una semana un amigo, refiriéndose al entierro de una persona, un poco distraídamente me dijo: "Fueron a entregar el cuerpo". E inmediatamente se corrigió: "A enterrar". Notó que se trataba de un error involuntario, de esos que nos hacen pensar en que la lengua moviéndose dentro de la boca a veces se va para otro lado, y nos trabamos o tartamudeamos sin relacionar el hecho con cosas que operan más allá de lo puramente verbal.

Probablemente cuando él me dijo "entregar" el cuerpo, estaba sintiendo esa condición de préstamo implícita en determinadas culturas, con respecto a la vida. ¿Nos prestan por un rato, un tiempo arbitrario, a la existencia terrena? Y luego, ¿devuelven nuestra vida cumplido su ciclo de desarrollo y su finalidad histórica?

El misterio de la creación y de la evolución humana. Olores, aromas, el monaguillo recorriendo el pasillo central e invadiendo el recinto con el humo del incienso. Desde lejos, algún sacerdote recitaba: "Esta vida no nos pertenece, es de Dios". ¡Cuán espantada buscaba entonces, antes, al dueño inexorable de mi vida! Mientras, las maestras me repetían en la escuela que el valor de la misma se mide por el cuidado de la salud...

(De: Señales: una intrahistoria, 1995)


EN EL PAIS DE LAS NARANJAS

Es difícil sustraerse de la maravillada emoción que despierta la lectura de "Mi último suspiro", del famoso cineasta Luis Buñuel. Más aún cuando dice que en alguna parte, entre el azar y el misterio, se desliza la imaginación, libertad total del hombre.

Pero de repente, encontramos una frase suya, textual: "Steinbeck no sería nada sin los cañones americanos. Y meto en el mismo saco a Dos Passos y Hemingway. ¿Quién les leería si hubiesen nacido en Paraguay o en Turquía?".

La pregunta es lógica: ¿Qué pasa también con Buñuel? ¿Por qué siempre hay que citar a este país para hablar de lo-que-no-puede-ser? Es verdad, tal vez no sea desprecio sino afirmación de una realidad que está allí y... hazte de fama y échate a soñar...

La única ocurrencia que tuvimos en medio de la rabia –y atendiendo a que Buñuel también habla mucho de lo fortuito que en este caso nos hizo paraguayos– fue pensar cuánto tema le daría a él nada más que un fragmento de nuestra surrealista vida. Que no pase nunca casi nada... visible, ¿no está acaso más allá de lo real?

El podría subirse, por ejemplo, a un tranvía Nº 5 y seguir su itinerario desde la Iglesia Las Mercedes, por la calle de los chalecitos. Pasear luego la mirada por la Avenida España con sus viejos caserones y una que otra construcción moderna, fijarse en los árboles de naranja hái bordeando las veredas... ¡Cuánto podría decir del sopor absoluto que se siente a las cuatro de la tarde en medio del traqueteo del vetusto vehículo, al acercarse a la estación del ferrocarril que desde lejos parece una estampita de otro siglo!

Y cuánto más podría sugerir si viera a los soldaditos que compendian en sus desatinados gestos el amor callejero, en medio de las muchachas y los viejos fotógrafos, los vendedores ambulantes, las chiperas y los chiquilines de la Plaza Uruguaya. Después, en la zona principal de Asunción, vería que Palma es un racimo humano apagado y versátil al mismo tiempo: afuera los mestizos, adentro los orientales, en un práctico y económico encuentro racial.

Bien podría preguntarse por qué no nos atropellamos, por qué caminamos lentamente, por qué tenemos estas caras serias, casi meditabundas, por qué somos, sin embargo, tan naturalmente gentiles con el primero que pasa.

Si por casualidad alguien tuviera el atrevimiento de interrumpir su pacífico paseo en el travía, para contarle al señor Buñuel que esa calma chicha que se observa es sólo la engañosa fachada del paisaje, y que es normal que andemos buscando camorra, que hagamos poco y no dejemos tampoco hacer nada a los otros, que ya es un hábito sacarnos mútuamente los trapitos al viento, es probable que tan distinguido visitante no se sorprenda mucho, y con una enigmática sonrisa nos conteste: "Eso ocurre en cualquier parte, ¿no han visto mis películas? Es cuestión de escarbar en la supuesta urbanidad de la gente de las grandes ciudades para encontrar que tienen las mismas mezquindades que crecen y se reproducen en las aldeas".

(De: Señales: una intrahistoria, 1995)


EN ESCENA

De quien no fuera incierto algún destino

exclúyame de su alma si es que puede.

Apasionado, refléjese en mis días,

en la inútil partida muerto en vida.

Has bailado en mis brazos, te he adorado.

Mi alteza ha de venir, esto fue ensayo:

a tu antigua misión regresar debes.

Yo seré tu princesa enamorada.


INVITACION

Aunque deambulo en mi palacio a ciegas

bien pertinaz reclamo lo negado.

En el dudoso oficio de buscarte

huyo y regreso, prolongo mi agonía.

¿Por qué tardas mi cielo presentido

y mi suerte condenas a la espera?

Ya no puedo vivir sin complacerte:

quiero en mí recibirte y a ti darme,

para añadir al peregrino escudo

la honrosa libertad de custodiarnos.

(De: La condición amorosa, 2001)


Juan Manuel Marcos

(Asunción, 1950)

Poeta, narrador, crítico literario, ensayista y docente universitario. Doctorado en Filosofía por la Universidad de Madrid, y en Letras por la de Pittsburgh, catedrático en universidades nacionales y extranjeras (incluyendo cuatro en Estados Unidos), Juan Manuel Marcos es actualmente Rector de la Universidad del Norte (Asunción) y miembro titular del Consejo de Universidades del Paraguay. También ha participado de manera muy activa en la política de su país, especialmente después de la caída de la dictadura de Stroessner en 1989. Prolífico escritor y crítico, hasta la fecha ha publicado una veintena de libros y más de cincuenta artículos en revistas especializadas europeas, estadounidenses y latinoamericanas. Fundador de la revista internacional Discurso literario (1983) y miembro del consejo editorial de numerosas publicaciones académicas, ha recibido premios literarios y distinciones diversas de una decena de instituciones americanas y europeas. Su producción literaria incluye, entre otros, los siguientes títulos: Poemas (1970; Premio René Dávalos), López (montaje teatral, Asunción, 1973), Roa Bastos, precursor del postboom (1983; Premio Internacional PLURAL [México] de ensayo), De García Márquez al postboom (1986), El invierno de Gunter (1987; Premio Libro del Año), su primera novela –traducida al inglés por Tracy K. Lewis en 2001–, Poemas y canciones (1987) y Así como por la honra, Selección de textos sobre la libertad (1990).


HAZME UN SITIO A TU LADO

Hazme un sitio a tu lado paralelo al recuerdo,

largo como un horizonte encendido de anhelos,

tibio como una caricia de tus manos secretas,

mío como el gorjeo torrencial de tu pelo.

Hazme sitio a tu lado donde acostar mi pena,

refugio del dolor, amparo del combate,

donde olvide a los muertos:

toda mi angosta historia y mis heridas,

la espiral del deseo y toda una cordillera de memorias.

Hazme sitio a tu lado para estar a tu lado

y junto a ti mirar con la misma mirada,

junto a ti desangrarnos desde las mismas venas

y modelar la patria con aires populares:

una misma alegría para los mismos hijos.

Hazme sitio en tu lecho donde cabe mi angustia,

hazme sitio en tu alma donde guardas mis besos.

Yo quiero hacer de ti un pájaro o un canto,

y a veces decirte que te amo.

(1970)


APUESTO POR LA VIDA

No podrá persuadirme la muerte cotidiana.

Apartad de mi casa sus signos de ceniza,

su aliento de murciélago, su cráter amarillo.

Ya sé que sus heraldos sombríos multiplican

en ventanas y sótanos, en mercados y sábados,

el olor implacable de sus esquinas húmedas.

Apuesto por la vida.

A pesar del espía que soborna silencios

y el sabueso de sangre, traición, infamia y lodo.

A pesar del comercio diario del saludo.

Apuesto por la vida, lo nuevo y lo posible,

la cíclica sonrisa de las uvas,

la silenciosa nostalgia fluvial del arroyito,

la silenciosa nostalgia marítima del río,

la silenciosa nostalgia terrícola del mar,

¡este sueño de arcilla!

Algunos secretos alfareros están imaginando

la silueta del día.

¿Por qué ha de estar

eternamente prohibida

la alegría?

(1976)


ATARDECER

a Amanda y José Marcos

En la plaza atardece.

El invierno ha cruzado por sus ojos

y otra vez capturado el alarido de los pinos secos.

Fugaz, un transeúnte.

Alguno ha comprendido, melancólico, aquella gabardina,

el cigarrillo desolado y frío,

esa mirada, lejos, sobre el mar,

desde el aire castellano.

Mas nadie se detiene.

No siempre nieva en Madrid, y eso es todo.

El hombre no recuerda

cuál fue el último abrazo entre los suyos,

ni el color del avión,

ni los rostros exactos de esa urgencia.

Sabe que están allá

con las manos abiertas y esperando,

y la misma mirada de aquel día.

La colilla, olvidada en la arena ceniza.

Esos zapatos que ya anduvieron tanto

lo llevarían con largo paso a casa.

Pero se queda ahí, tiritando en la plaza.

No ha elegido ni ese invierno ni nada:

ni la casa, ni esa ciudad, ni el viento.

Después de todo –piensa–

no hay distancia más grande ni más triste

que la que no podemos medir

cuando atardece.

(1979)

(De: Poemas y canciones, 1987)


Luis María Martínez

(Asunción, 1933)

Poeta y ensayista. Presidente de la Sociedad de Escritores del Paraguay (SEP) de 1990 a 1991 y director de la revista Estudios entre 1986 y 1990, actualmente se dedica a reunir su copiosa producción inédita para su próxima publicación en libro(s). De extenso recorrido poético, su obra se caracteriza por un fuerte acento crítico-denunciatorio y muchos de sus poemas reflejan una gran admiración por Elvio Romero, el poeta paraguayo más conocido de las últimas décadas. Varias veces galardonado con premios literarios, Luis María Martínez ha publicado una veintena de libros que incluyen los siguientes poemarios: Poesías (1960), Armadura fluvial (1961), Ráfagas de la tierra (1962), Arder es la palabra (1966), El jazmín azorado (1969), Desde abajo es el viento (1970), Clarea el firmamento (1975), Chile será victoria (1976), Perpétuamente alondra (1982; Primer Premio del Con-curso de Poesía 1980 del PEN Club del Paraguay), Ya no demora el fuego [1969-70] (1986) y una muy valiosa recopilación antológica, en dos tomos, de la poesía social paraguaya: El trino soterrado, vols. I (1985) y II (1986). De posterior aparición son los poemarios Fervor disperso (1994), Hoja y hoja (1994), La lucha está en el centro (1995), El libro de las letanías (1996), Persona y tiempo (2000) y Antología Poética (2003).


EL POETA

¿Y vive como canta?

(¿se muere como vive?)

y canta cuando inquiere

sobre la nube por si fuera ave,

sobre la tierra por si fuera cuerpo,

historia, el tiempo, o causa, la semilla…

La vida, ¿qué es la vida?

la transfigura en canto poderoso:

fábula de sorpresas y espejeos,

vida vivida en buen superlativo,

ardor en alto, ¡un sólo y largo grito!

que se anticipa al paso de las cosas…

Más que simple palabra, es decisión,

posiblemente flecha

sobre el espacio abierto al infinito…

¿Y vive como canta?

Debiera de vivir como su canto:

¡La imagen misma de su ardor más puro!


TENGO UN DESTINO

Tengo un destino de pájaro como de pueblo en espera,

con un paisaje en el cerro y un pájaro en cada rama,

con la pasión de algo nuevo que está por arder en llamas…

Tengo el destino de un canto que se mantiene y sustenta,

que perfecciona su rama. ¿Será su contacto bueno?

¿Será su emoción las alas?

–Alas de pedir la guerra como de pueblo en vallados…

Tengo un destino de río que está cruzando el paisaje

como si fuera una espada.

¿Será su presencia un brillo?

¿Será su torrente algo?

Tengo un destino posible como de pueblo en espera.

(Hay un rumor de banderas como de río o torrente.)

Firmé un pacto con la patria para adelantar sus cosas.

Como pidiéndome auroras yo me amanezco en alondras…

(De: Perpétuamente alondra, 1982)


DE TANTOS

De tanta sed,

de tanta espera inútil,

de tanto soportar los sufrimientos,

igual que el pueblo todo magullado,

igual que un pueblo todo escarnecido,

de todo, en fin,

de tantos…,

se me está por volver el corazón

un cardal sin suerte y plenilunio.

Un cardal sediento

a quien el polvo incierto del camino

no logra ocultar las arrugas

que le afloraron al sentirse triste:

¡cardal o cardo a punto de morirse!


EL TRINO SOTERRADO

Y siempre así escondido,

agazapado siempre y soterrado,

sin que nadie conozca lo que canta;

que avizora, que ama, que atesora

el futuro en su canto despreciado,

que en su modestia es algo,

que en el mañana del destino cierto

será una llama altísima y cimera,

acaso ese volcán de las alondras

donde el pueblo atorado

se atorará de trinos liberados,

y se verá que ha sido…

y que ahora es algo diferente,

y más mañana, trasmañana, en años…

Y sin embargo ahora,

qué pobre trino indefendido, triste,

despreciado, evitado,

por los que no comprenden que es su trino,

tirado en el silencio del presidio,

asfixiado en la fosa del hospicio,

pobre trino arrojado a la basura

de las prosternaciones y el desdoro,

conducido al patíbulo del llanto

y allí sacrificado

maniatado y cegado previamente en el foso.

¡Pobre trino que sabe que su destino es grande!

¡Alto trino que sabe que su presente es pobre!

¡Grande trino que intuye que la lucha es su vida!

¡Pobre trino que apura su vaso de cicuta!

¡Vivo trino que lucha, que luchará

por verse seguro en su destino!

(De: Ya no demora el fuego, 1986)


PROCLAMO

PROCLAMO

El derecho del pueblo a ser más bien libre,

a disponer de casa o de sembrado,

y a cosechar lo ansiado y lo esperado.

PROCLAMO

El derecho del pueblo

a recibir o tener buenos ingresos,

y así tener el pan y la comida.

PROCLAMO

El derecho del pueblo a la enseñanza

pródiga en luces, libros y apetencias.

PROCLAMO

El derecho del pueblo a la Justicia,

a la vigencia plena del Derecho.

PROCLAMO

El derecho del pueblo

a la seguridad, la paz, la calma plena,

sin calabozos, cárceles y penas.

PROCLAMO

El derecho del pueblo

a cancelar el poder o el ejercicio

de mandatarios que incumplieren mucho.

PROCLAMO

El derecho del pueblo

a la marcha y protesta

contra los que promueven casos de injusticias.

PROCLAMO

El derecho del pueblo al alzamiento,

si avasallan

su vida y menesteres.

PROCLAMO

El derecho del pueblo

a construir real y tenazmente

un Estado mejor, su propio Estado.

PROCLAMO

El derecho del pueblo

a tener el Poder que se merece:

¡Poder que sea pueblo en sus esencias,

urgencias y deseos!

(3 de abril de 1995)

(De: El libro de las letanías, 1996)


Ricardo Mazó

(Pilar, 1927 - Asunción, 1987)

Poeta. Ingeniero geólogo de profesión, Mazó ha escrito poesía de alto contenido lírico. Perteneciente a la llamada "promoción del 50", destacado miembro de la Academia Universitaria del Paraguay (liderada por el escritor y sacerdote español César Alonso de las Heras), tiene obras publicadas en Poesía (1953), poemario colectivo que incluye también textos de José-Luis Appleyard, Ramiro Domínguez y José María Gómez Sanjurjo. En cuanto a obras publicadas, Briznas. Suerte de antología (1982) es su única compilación antológica editada por Alcándara.


CANTO NUEVO

y viejo ya porque las cosas

que motivaron tanto gozo han vuelto

a ser amargas por tornarse ajenas.

Entonces eras tú. Ya quedas lejos…

Cuando el sonido

de voces conocidas y paisajes ciertos

me repetía tantas cosas viejas

me encontré yo contigo.

Un mar ausente en ti por imposible

geografía de tierras y testigos.

No fue el motivo

nuestra palabra, pero sí la vida

en la extensión de una firme astronomía.

Y fue la tierra abierta

con color y calor de sangre prieta.

Y fue tu clara

conciencia de las cosas y tu larga

espera de placeres presentidos.

Fue un momento sin horas, sin comienzo

–los dos nos comprendimos plenamente

sin presentir el tiempo venidero–.

Fue un momento sin mente

y sin embargo

fue la simiente de este canto nuevo.


POEMA PARA UN HOMBRE AUSENTE

In memoriam

Joel

Nunca nos vimos, pero te conozco

dentro de mí, afuera, y cuando pienso.

Por eso quiero suponer

que amigos fuimos o pudimos serlo

si el tiempo hubiese permitido

el trastocar de ciertas contingencias.

No pudimos serlo

Pero queda dormida una tristeza adentro.

No importa:

ya iremos a encontrarnos

cuando algún dios senecto nos permita.

(1979)


FABULA DEL CANTARO Y LA FUENTE

–DE OTRO MODO

Para una autora de cuentos

Erase que una vez había una fuente,

y cerca de la fuente

un venero de arcilla a flor de tierra.

Y, para llevar el agua de la fuente,

se hizo de aquello

un cántaro sin sed, pero sediente.

Ocurrió sin embargo

que tanto vino el cántaro a la fuente

que el agua se agotó

tanto en la fuente

como en el vientre oscuro de aquel cántaro.

Quedan las señas:

La fuente de la fábula ya seca,

una vena de arcilla cuarteada,

y un cántaro viejo, verdipardo,

sediento de saciarse en otra fuente.

(De: Briznas. Suerte de antología, 1982)


Lucy Mendonça de Spinzi

(Asunción, 1932)

Escultora ceramista, cuentista, dramaturga y ensayista. Aunque nació en Asunción, vivió en el exilio con sus padres desde los ocho años. Volvió al Paraguay para casarse y desde entonces reside en su país natal. En lo literario, se ha dedicado tanto al teatro como al ensayo y a la narrativa. Hasta la fecha ha sido galardonada con más de una decena de premios importantes. En teatro, es autora de Los desarraigados (Primer Premio de Obras Teatrales de Radio Cáritas,1965; obra estrenada posteriormente en el Teatro Municipal), Bazar para cuatro actores y un fantasma (Premio Radio Cáritas, 1972), Cuarto mandamiento (Premio Teatro Arlequín, 1986) y Anónimos (Premio Cooperativa Universitaria, 1989), una pieza breve. Ha escrito también un ensayo sobre Rafael Barrett, ganador del Premio Internacional de Ensayo de Radio Cáritas (1988), convocado juntamente con el Instituto Paraguayo para la Integración de América Latina. En 1987 publicó una antología de veintiún cuentos bajo el título de Tierra Mansa y otros cuentos, y en 1998 dio a luz Cuentos que no se cuentan, otro libro de relatos. Tiene además cuentos incluidos en cinco volúmenes de los Libros del Taller Cuento Breve (1988, 1990, 1992, 1995 y 1999).


EL AMIGO

(Semblanza)

Después de veinticuatro años de ausencia puedo decir que lo conozco. Mientras estuvimos juntos todo fue pugilato del espíritu buscando comunión. Comunión entre ambos, con nosotros mismos y con el Alfa y Omega que ambos buscábamos sin formularnos claramente.

Entonces era mi padre solamente… Y yo lo urgía exigiéndole respuestas, y cuestionándole, y objetándole, y solicitando su protección y recordándole sus responsabilidades. Nos pasábamos conversando y discutiendo. Era como si él tuviese una llave secreta que yo no lograba arrancarle.

Desde chica lo acompañé en sus tertulias de café provincianas al estilo Buenos Aires, de remota filiación parisina.

Su piel más que oscura contrastaba con el cabello liso muy blanco, engominado al estilo Gardel. El eterno traje oscuro y la camisa clara ocultaban la dignidad raída de la pobreza enfrentada a fuerza de remiendos secretos, verdaderas obras de fina artesanía que solamente nosotros conocíamos, concebidas no para lucir sino para ocultar. Mi madre las realizaba en silencio hosco y aún hoy, en su ancianidad, conserva un letargo tejido de renunciamientos. Por eso fui olvidándome de amarla. Volqué en él todo el brío con que ambos enfrentamos la adversidad, sin perder el derecho de la cólera y de la risa. Sí. A veces nuestra risa se tornaba amarga, ora triste, ora preñada de esperanzas infantiles. A veces se hacía blasfemia…

El quemaba sus noches con sus tres amigos del alma, en ronda de caña paraguaya, jugando a las utopías. Redimían a la patria, añorada en interminable destierro; al mundo, enfermo de codicia disfrazada de buenas razones; y hasta redimían su economía siempre escuálida.

Eran tres sus amigos de aperitivo cotidiano: Romanito, el bandoneonista rosarino que lloraba sus tangos de la Guardia Vieja en el fuelle; Alfredo Méndez, con su hermosa cabeza gris de Beethoven (que dicen que dejó la carrera de medicina en el último año al morírsele la novia de juventud, y dedicó su vida a curar sin licencia al pobrerío de Villa Alberdi); y Juan Silvano Díaz Pérez que sobrevivía en el destierro con altivez melancólica.

Tenía mi padre una ruleta de juguete con la que experimentaba la gran empresa, que él juzgaba práctica, de su vida: la martingala. Nunca llegamos a ningún acuerdo él y yo sobre el punto. Siempre juzgó más decoroso intentar saltar la banca del Casino de Mar del Plata que andar en los tejes y manejes de su profesión de abogado, que consideraba más turbios que los juegos de azar. Sus títulos académicos no le sirvieron más que para que todos le reclamásemos que los usara para un confortable destino burgués. El quería satisfacernos con un golpe de fortuna en el juego.

Estuvo en la política de la patria tan incómodo como un cenobita en un burdel. Pero no perdió jamás la inocencia… Los amigos del destierro lo motejaban "Lucio el Quijote". Y él sabía que era verdad, al punto de llamarle cariñosamente a mi madre, su Sancho Panza.

A menudo yo lo odiaba y no se lo ocultaba. El comprendía. No pretendió jamás que aceptara sin rebeldía lo que el entorno estaba modelando en mí, según la cultura predeterminó: el destino de Residenta en una paz de derrota. No podía perdonar… Ni ahora… Por ello discutimos siempre, pero obedecí… Nunca acepté al varón vencido de nuestra tierra, pero lo sobrellevé.

Estuvo inmerso en la cultura y no supo escapar. Yo tampoco. El se evadió como pudo, en las utopías y en el humo del cigarrillo. Yo también.

Me enseñó a soñar, a fuerza de lágrimas y desencantos, y a atrincherarme en la única realidad aceptable: la del interior del corazón, ahí donde ni amenazas ni hambre doblegan la esperanza de la liberación que esperó. Y llegó. Cuando sus pulmones estuvieron deshechos seguía con la vieja imprenta tirando los últimos números diarios anunciadores de una era de libertad nacional que se tradujo en su liberación personal cuando atravesó la última puerta, con su sonrisa de siempre y con las últimas palabras: "misión cumplida" –dijo– y expiró.

Ahora somos amigos. El no llegó a la ancianidad y yo me estoy acercando a su última edad. En las volutas del humo, en mis paseos solitarios en las noches bajo la fronda, bajo las estrellas, en los nubarrones, en el viento, en los relámpagos, espero lo mismo que él esperó… y lo recuerdo. Y puedo, al cabo de veinticuatro años de ausencia, conocerlo como nunca lo conocí, y amar más que antes el niño que fue y que sigue vivo en mí…

Por fin somos amigos…

(De: Veintitrés cuentos de taller, 1988. [Dirección: Hugo Rodríguez-Alcalá])


Miguelángel Meza

(Caacupé, 1955)

Poeta y narrador bilingüe (español-guaraní). Miembro del Taller de Poesía Manuel Ortiz Guerrero, Miguelángel Meza es autor del poemario bilingüe Ita ha’eñoso [Ya no está sola la piedra] (1985). Viaje metafórico entre génesis y apocalipsis, este libro incorpora a la vez antiguas fuentes míticas guaraníes y un ansia urgente de modernidad. Meza también colaboró –junto con Carlos Villagra Marsal y J.A. Rauskin– en la traducción al castellano de dicho volumen, considerado como el mejor poemario de 1985 por la librería y editorial El Lector. Ese mismo año, y por el mismo trabajo, Meza fue distinguido como uno de "Los Doce del Año" por Radio Primero de Marzo. En narrativa, es autor-recopilador de las aventuras y andanzas de "Perurimá" –personaje picaresco del folklore paraguayo que derrota a curas y a reyes con el arma de la astucia– en Perurima rapykuére [Los increíbles casos de Perurimá] (1985), colección de 35 relatos escritos en guaraní y traducidos al castellano por el mismo autor.


TATAYP×PE

Opovyvy tata

oheréi pytũmby

oikarãi mandu’a.

Ohapo’o yma

umi teko asy

ha michimivy’a.

Ko amangy

péina ojeka,

che akã rypyi

apáy haguã.

Ohesy cheguata

mboriahu kusugue

yvy apére yma.

Ojapokói tata

che akã ohavere,

ro’y cheape nupã.

Ajepe’e.

Chemandu’a.

Añembyasy.

Ogue tata.


JUNTO AL FUEGO

(Traducción de Carlos Villagra Marsal, J. A. Rauskin y el autor)

Hurga el fuego,

lame la oscuridad,

araña la memoria.

Arranca esas antiguas

penas

y además una pizca de alegría.

Y entonces

comienza una lluvia mansa

y riega mi cabeza:

así, despierto.

Lo que hoy es ceniza de la pobreza,

antaño tostaba mis pasos terrestres.

Las zarpas del fuego

chamuscan mis cabellos,

pero el frío me golpea las espaldas.

Me abriga el fuego, sin embargo.

Recuerdo.

Me siento melancólico.

Y el fuego se apaga.

(De: Ita ha’eñoso/ Ya no está sola la piedra [Edición bilingüe], 1985)


Guillermo Molinas Rolón

(San Miguel [Misiones], 1892 - Yhú [Alto Paraná], 1945)

Poeta. A los dieciocho años se dio a conocer en las aulas del Colegio Nacional (1910) con su extenso poema "Canto a la raza", publicado en la Revista del Centro Estudiantil. Perteneciente a la promoción de bachilleres de 1912 y co-fundador un año después de la Revista Crónica –con Pablo Max Ynsfrán, Leopoldo Centurión y Roque Capece Faraone–, Molinas Rolón produjo una copiosa e importante obra poética donde se patentiza la influencia de escritores modernistas rioplatenses, y en particular la del argentino Leopoldo Lugones y la del uruguayo Julio Herrera y Reissig. Cultivó, aunque no con mucha intensidad, el tema lírico y en ocasiones, con auténtico sentimiento, el épico, de indudable vigencia en las letras paraguayas desde el romanticismo. Su producción poética incluye, además de "Canto a la raza" ya mencionado, los siguientes poemas: "En la fiesta de la raza" (1913), "Del jardín de las leyendas" (1914) y "Surge et ambula" (1924), obra de indiscutible calidad y escrita cuando ya había regresado al ámbito campesino de donde provenía.


DEL JARDIN DE LAS LEYENDAS

"En los tiempos ciclópeos"

Fue un despoblado trágico en olvido,

Donde el tropel sangriento de la raza

Se engrandeció con la última amenaza

Como el postrer arranque del vencido...

Allí la Alianza en su excecrable caza

Lanzaba su epiléptico alarido

Y la ciclópea estirpe con su maza

Quería llenar el bosque de sonido.

Luego escuchóse un debatir violento

Cual lo supremo de una lucha heroica

Cuando fugaz se esquiva la victoria.

Y fue en un grito de dolor al viento

Todo el sollozo de la raza estoica

En los vastos silencios de la Historia...

(De: Raúl Amaral, ed., Antología.

El modernismo poético en el Paraguay [1901-1916], 1982)


Luisa Moreno Sartorio

(Chaco, 1949)

Cuentista y poeta. Aunque tiene el título de Doctora en Ciencias Veterinarias (1976), se ha dedicado más a la creación literaria que a su profesión. Socia fundadora de PRONATURA e integrante de varios Talleres Literarios, Luisa Moreno Sartorio tiene cuentos publicados en libros colectivos del "Taller Cuento Breve" (dirigido por Hugo Rodríguez-Alcalá), en el diario Hoy y en revistas literarias locales y extranjeras. En 1992 publicó su primer libro, Ecos de monte y de arena, una colección de cuentos ecológicos, cuya segunda edición apareció dos años después en versión bilingüe (español-guaraní), traducida al guaraní por Mario Rubén Alvarez con el título de Kapi’yva (1994). Dos relatos de dicha colección han sido distinguidos en concursos literarios de cuentos breves: "Capibará" (2º Premio en el Concurso "Veuve Clicquot Ponsardin", 1988) y "Réquiem para un dorado" (Mención de Honor en el Concurso de la Revista "Punto de Encuentro" de Montevideo, Uruguay, 1990). En 1994 apareció Canela encendida, su primer poemario y obra que incluye el poema "Panthera Onca", ganador del segundo premio en el concurso de cuentos y poemas ecológicos organizado por el "Círculo Español de Puebla" (México) en 1993, y tres años después El último pasajero y otros cuentos (1997). De más reciente publicación es Los rubios del quebrachal (2004), otro libro de relatos.


AUSENCIA

El amanecer del Chaco es oro y bermellón jaspeado de violeta, y donde termina la transparencia del día: un vasto espacio, azul, azul... Siento que hay música en mi sangre y en el aire, polen fragante, dulce, intenso. Ya no estoy enojado con Pincho, y no resisto el deseo de verlo surcando su agua. Al llegar al estanque veo con asombro una mariposa de polvo de oro, como inmovilizada por un hechizo, en la punta de una flor de camalote. A esta hora, aquí hay un no sé qué de misterio, de esplendor, de secretas unciones. El agua espesa quieta, tersa; de pronto, un ruido de alas se desgarra.

Varias veces llamé a Pincho, pero no obtuve ninguna respuesta. –¡Ingrato!– le grité y volví a casa.

Al oscurecer llegó Juanita, la macatera. Anciana nervuda, seca. Arrugas en la cara morena, cicatrices en el alma, carencias en la mirada hostil y dura. Vive en su carro con toldo de cuero sin curtir. Vende espejitos, cintas de seda, puñales, aspirina, dulces, vinos, balas. Ña Juanita es magia, alegría, rasgueos de guitarra, y dolor cuando la caña salvaje quita mordazas y suelta a la bestia dormida en el corazón del arriero. Una polca bochinchera enciende la mirada de los hombres; abundan las carcajadas y las bullas; las voces suben de tono. Nadie más que Matías y yo nos damos cuenta de la ausencia de Pincho. ¿Qué penas, qué hálitos entrañaban el brillo raro de su mirada, la última vez que lo vi?

(De: Ecos de monte y de arena, 1992)


LOS RUBIOS DEL QUEBRACHAL

Me había sorprendido mucho el cambio que se observaba en Daniel desde que nos mudamos acá. Su energía inagotable, su imaginación exuberante. Habla y ríe como si estuviera jugando con otros niños, pero casi siempre está solo. Como es el más pequeño y frágil, sus hermanos mayores no lo quieren en sus juegos brutos, a menudo se burlan de él y de los amigos invisibles que Daniel se ha inventado desde hace algún tiempo, y a quienes llama los niños del quebrachal.

En la antigua casa de Asunción, donde vivíamos antes de mudarnos, la tierra es jugosa. Oscura la sombra de los anchos corredores. Pero en aquella casona amplia y sombreada, Daniel languidecía casi todo el tiempo en su hamaca, pálido y sudoroso. Sin embargo, al llegar aquí se transformó en un niño de alegría desbordante. Un día vino corriendo junto a mí. Parecía asustado, le temblaban los labios cuando me dijo: mamá, ¿soy un nene o un sapo? Ellos, los niños del quebrachal, me quieren convertir en un sapo. Yo lo abrazo y me río. En sus ojos hay un resplandor extraño, las pupilas son enormes. Me siento como encandilada por esos ojos resplandecientes que me miran ansiosos. Sube a mi regazo. Siento el perfume en su piel, un olor a vainilla entre los bucles, olor dulce, melancólico. Me hacía bien tenerlo en mis brazos. Su inquietante imaginación, esa irradiación poderosa que despedía todo su cuerpo, me producía una especie de euforia. Me distraía de la enervante sensación de estar vigilada por seres extraños. De sentirme perseguida por esas inquietantes risas infantiles. Risas de niños traviesos. Turbadoras risas de angelitos. Ahora sé que no son pájaros. Tampoco es el viento. Vienen de cualquier parte. Tal vez del cementerio mudadizo. De las pequeñas cruces que juegan a las escondidas, ora en el monte, ora en la niebla turbia que brota del llano. Me siento triste, aprehensiva. Anoche, muy cerca de mi cama, me heló la sangre el aliento salvaje de una fiera. La luz de la linterna fugazmente enfocó sus manchas. La fuerte catinga del tigre nos dejó un sudor pegajoso. El miedo, la angustia, crecen. Me siento cansada. El permanente estado de alerta está arruinando mis nervios. Como si esto fuera poco, los hermanos de Daniel están cada vez más agresivos por causa de Daniel, quien insiste en la existencia de sus amigos invisibles, los duendes rubios con bastones de oro a los que Daniel llama los "niños del quebrachal".


LA POSESION

Pero al correr los días noté que algo oscuro, incomprensible se había apoderado de mi Daniel. Daba la impresión de que estaba bajo algún poder hipnótico y se sentía a disgusto con nosotros. Su alma se hallaba extraviada, cautiva de quién sabe qué tinieblas. Había enmudecido y volvía a ser el niño triste y retraído de otra época. Le preguntamos hasta el cansancio qué le había ocurrido, cómo se había perdido durante tanto tiempo. Un empecinado silencio nos respondía. Se había vuelto huraño, hermético. Y conforme pasaban los días, el dulce Daniel se transformaba en un niño rabioso, huidizo. A dos de sus hermanos había mordido con ferocidad tratando de escaparse. Desde entonces nada fue como antes en la familia. Un silencio irritable nos envolvía, los hermanos de Daniel se la pasaban peleándose entre sí sin ningún motivo aparente. De noche la casa era tiroteada con piedras que al día siguiente no encontrábamos por ningún lado. De día, la risa o el llanto de los angelitos, ora muy cerca, ora lejanos, nos atormentaban hasta caer la tarde. Yo tenía los nervios en permanente tensión y me descontrolaba por cualquier tontería de los otros niños, pero trataba de ser paciente con Daniel, dedicándole el mayor tiempo posible. Una obstinación muda, terrible se había apoderado de él. Andaba cada vez más inquieto, nervioso y, al menor descuido, intentaba escapar. Estábamos aterrados. Mantuvimos a Daniel en el dormitorio bajo llave. Nos turnábamos para que no estuviera solo ni un instante. Una tarde que lo tenía sentado en mi regazo, los dos en aparente sosiego, inesperadamente Daniel comenzó a llorar, murmurando cosas que yo no alcanzaba a comprender, mirándome con aquellos zafiros suyos, con aquellos ojos ahora vidriados por la angustia. Después volvió a hundirse en el secreto profundo que tanto lo turbaba.

Sólo entonces comencé a pensar en aquellas criaturas invisibles que Daniel nombraba con tanta pasión y recordé la antigua leyenda del Yacy-yateré, los duendes de la siesta que extravían y cautivan a los niños con su varita de oro. Seres que viven como en éxtasis, sin gravedad, vibrando en el aire dorado del hueco de los árboles, con rosas de luz en el techo. Pensé que Daniel se había dormido, pero bruscamente entra en otra crisis más violenta y, abrazado a mi cuello, con la frente ardida y aquella mirada suplicante, desgarradora, me pide ayuda. Por fin volví a escuchar su voz. Había salido de su silencio para rogarme que lo dejara volver al monte de los quebrachos. Y no tuve corazón para negarme. Pero nunca debí consentir a su ruego.

Y temblorosa de miedo, lo tomé de la mano y nos internamos en el oscuro monte de los quebrachos, la guarida de los niños del quebrachal, de los angelitos, o tal vez del Yacy-yateré.

Yo no sabía a qué me iba a enfrentar, pero había prometido a mi hijo ayudarlo y allá íbamos rompiendo lianas, esquivando espinas, implorando a Dios que no pisáramos alguna yarará. Al acercarnos al hueco del quebracho donde según Daniel vivían sus amigos duendes, me pidió que lo dejara ir solo porque los duendes se asustarían al verme. Y vi a mi hijo secándose las lágrimas con el dorso de la mano. Y lo vi entrar a la enorme boca de la cueva del quebracho.

Y esperé en vano el regreso de Daniel. Nunca lo volvimos a ver.

Lo último que recuerdo como en un sueño fue aquel estruendo que sacudió la tierra y el árbol en cuyo hueco había entrado mi Daniel se abría hacia las copas en una gran fogata de resplandor azul y al instante me sentí invadida por las risas de niños que como campanitas de cristal me rodeaban.

Un tiempo después, la vecina me trajo el largo vestido de tusor blanco. Tuve otro niño muy parecido a Daniel. Tal vez debería resignarme, sin embargo, en esta tierra asediada de embrujos, donde vivimos como embriagados por el polen de los aromas y por el resplandor del sol chaqueño, con risas de angelitos y cruces esquivas, tal vez sólo esté amamantando otro niño para los rubios del quebrachal.

Ya han pasado dos años. Y trato de olvidar, pero no olvido. Me visto de blanco los domingos, tomo mi ramo de flores y entro al monte de los quebrachos en busca de mi angelito, de mi Daniel. Pero algo me dice que no debo perder las esperanzas. De cuando en cuando, algún cansado viajero me jura haber visto en lo más oscuro del monte, un niño de largos cabellos rubios montado en un avestruz.

(De: Los rubios del quebrachal, 2004)


Agustín Núñez

(Villarrica, 1947)

Arquitecto, escenógrafo, fotógrafo, actor, director de teatro y televisión, y autor teatral. Secretario General del Centro Paraguayo de Teatro y Director del Instituto Municipal de Arte de Asunción, Agustín Núñez tiene casi un cuarto de siglo de experiencia teatral. Hasta la fecha ha dirigido más de cien obras de teatro en Paraguay, Colombia y Estados Unidos, varias de ellas premiadas o galardonadas con distinciones especiales. Actualmente se desempeña como Director de El Estudio del Centro de Investigación y Divulgación Teatral. Como autor teatral, ha escrito y/o coescrito unos cuarenta textos que incluyen –entre otras cosas– piezas breves, monólogos, textos para collage teatral, guiones para teatro y televisión y ejercicios para actores. Son de su autoría las siguientes obras (de teatro corto), todas estrenadas en Asunción en 1998: Pan, amor y fantasía, Sueños, Angeles, El ofrecimiento, El corso, Arroz con leche, Pablo y El pacto. En 1999 estrenó, también en Asunción: Madama Lynch y La vendedora de pescado. Su producción más reciente incluye Domingo de fútbol, Marcos, Delfina y La commedia é finita, obras breves estrenadas en Asunción en 2001. Algunos de estos textos han sido incorporados también a obras más largas, de autoría colectiva. Para dar un par de ejemplos, tal es el caso de La confesión, estructurada en base a siete monólogos (que incluye el de La vendedora de pescado), estrenada en el año 2000, y el de Mujeres, compuesta de diez textos breves (que incluye el monólogo de Delfina), estrenada en 2001. Además de su intensa y fecunda actividad como autor- creador y director teatral, Agustín Núñez es también coautor, con Mario Santander, de Golpe de luna llena, publicada y estrenada en Asunción en 1999, y ha hecho la versión para teatro de tres obras narrativas muy conocidas: Pedro Páramo, basada en la novela del mexicano Juan Rulfo (estrenada en Bogotá, Colombia, en 1987), Hijo de Hombre, adaptación de la novela de su compatriota Augusto Roa Bastos (estrenada en Asunción, en 1999), y Un señor muy viejo con unas alas enormes, basada en el cuento del mismo nombre del colombiano Gabriel García Márquez (estrenada en Asunción, en el año 2000).


DELFINA

(Monólogo) *

DELFINA es una mujer sesentona, bien conservada, con aspecto de monja. Viste con colores grises y pasteles. Tiene el pelo recogido. Al hablar, en determinados momentos, su voz tiene el tono de rezar el rosario.

DELFINA: ¡Es un designio de Dios, y no hay nada que hacer...! El siglo ha concluido de forma caótica. Y comenzamos el nuevo. Dicen que el fin del mundo está próximo. Pero estoy tranquila. ¿Por qué no estarlo? He llevado una vida ejemplar, todo lo he hecho del mejor modo posible.

Me he sacrificado, he ayudado, uso silicio y gran parte de mi vida fui de comunión diaria. Lo único que siento es tener que terminar mis días en este horrible lugar. Siempre abarajé la posibilidad de fallecer en un convento... ¿Como hermana? No. Sé perfectamente que eso no podía hacer. A pesar de ser devota me tocó pasar por este mundo del demonio y la carne al cual nadie puede evadir. Sí. Se puede. Pero en ese caso el mundano ser humano asciende a la categoría de santo. Y a eso ya nunca podré llegar.

Desde niña mi único anhelo era mi santificación. Pedía por favor a mis padres que una vez muerta ellos se encargaran de presentar mi vida, mi caso, a la Santa Sede para que después de ser beatificada me santificaran.

Pero no fue así. Siempre el diablo aparece en los momentos menos propicios y se nos enreda en las piernas hasta hacernos caer.

Mi primer pensamiento lo tuve creo que a los 9 años. Comencé a desear apasionadamente a mi padre. Fue un sentimiento muy precoz, ya que yo era ignorante total de los asuntos sexuales. No obstante mi naturaleza me llevaba a desearlo profundamente.

No sabía qué hacer. Las monjas del colegio decían que uno debía apartarse de los malos pensamientos evitando el ocio. Yo me ponía a hacer cuanto podía con tal de apartarme ese pensamiento que merodeaba particularmente a la noche, antes de dormir. Era tan fuerte que a veces llegué a pensar que el diablo compartía mi lecho.

Así como mi pasión aumentaba fui tomándole un gran odio a mi madre. Hasta llegué a desearla muerta. Es más, yo me veía autora de ello. Me pasaba maquinando mil formas de matarla. No podía ver un cuchillo, veneno u objeto punzante sin que inmediatamente me viniera el deseo a la mente. Afortunadamente todo concluyó con final feliz. Ella murió de muerte natural y bendecida por nosotros y los oficios divinos.

Pertenezco a una familia de ocho hermanos, es decir, tres hermanos, cuatro hermanas y yo. Un raro engendro que nada tiene que ver con el sexo, por lo tanto me gustaría definirme como asexuada.

A los pocos años, todos mis hermanos se habían casado. Sólo quedaba yo para dedicarle toda mi vida al cuidado de mi padre. Con los años, la pasión hacia él se fue convirtiendo en entrañable cariño. Ese profundo cariño hacia él hacía que no tuviera ojos para otro hombre.

Mi vida transcurría serenamente entre mi casa, la iglesia y el cuidado a los sobrinos, que cada vez eran más.

Un día mi hermana segunda, Emilia, me dijo: –Tenés que buscar un hombre y casarte. Si no lo hacés ahora serás la "madre eterna". No ves que tus hermanos te están usando como sirvienta.

Yo no lo veía así. Sólo lo hacía para ganar indulgencias ante Dios. Era mi deber como cristiana.

Al poco tiempo, descubrí que mi padre andaba de amores con la sirvienta, cosa muy mal vista dentro de nuestro nivel y del grupo social al que pertenecíamos. Mi padre ya casi llegaba a los setenta años y la soledad lo corroía lentamente. Era lógico que necesitara del cariño de alguien. Ya el mío solo no le alcanzaba.

A partir de eso me di cuenta de que los sentimientos se gastan, como todas las cosas, y uno debe aceptarlo cristianamente.

Cuando le comenté a Emilia la relación de papá con la sirvienta, me dijo: –¿Viste? Todo parece indicar que llegó la hora. Y en este momento yo tengo una persona para vos.

La verdad que yo no estaba ya muy joven. Tenía que tomar una decisión en la vida. Le consulté a mi director espiritual y me aconsejó que lo hiciera, siempre y cuando no confundiera cosas. Mi futura vida sexual debía ser orientada a la procreación y nada más.

Así fue que conocí a Rubén. Un hombre agradable y de buenos sentimientos. Nos vimos tres o cuatro veces. El hablaba de una forma encantadora y parecía muy cristiano. En eso estalló la guerra del Chaco. Fue llamado a pelear, pero antes me hizo jurar que si regresaba vivo me casaría con él. Yo acepté y él me nombró su madrina de guerra.

Había mujeres que desde los pueblos y ciudades velaban por la salud y el mínimo bien pasar de los soldados. Esas eran las madrinas de guerra. Yo me había convertido en una de ellas.

Nos reuníamos en las tardes calurosas del pueblo a rezar y rezar por ellos. Vestíamos de luto como parte del sacrificio que hacíamos al buen Dios para que mantenga vivo a nuestros hombres.

Todo se mantuvo dentro de los límites normales durante los primeros tiempos. El, de tanto en tanto, me escribía una carta. De tanto en tanto, yo le enviaba otra, siempre acompañada de alguna estampita con oraciones de ayuda escritas al reverso.

Ya cuando se vislumbraba el fin de la guerra, de nuevo el demonio comenzó a enredarse entre mis piernas. Empecé a sentir por él una pasión muy fuerte, como la que antes había sentido por mi padre. Desde ese momento comencé a odiarlo. Seguía yendo todas las tardes a rezar con las mujeres, sólo que ahora yo pedía a Nuestro Señor que no volviera vivo,que me evitara tener que cumplir con mi promesa. La guerra acabó y los sobrevivientes volvieron.

Rubén también. Estaba quemado por el sol y la abstinencia. Y yo tuve que cumplir mi promesa.

Fui una esposa ejemplar. Tuve siete hijos, pero siempre fui firme a lo conversado con mi confesor. Nunca sentí el mínimo placer en el sexo. El placer me invadía al invocar a mi Señor. Yo, más que nadie, he comprendido el éxtasis de Santa Teresa de Jesús. En eso fui un ejemplo de buena cristiana.

Después de muchos años, Rubén falleció. Dios me lo dio, Dios me lo quitó. Ya lo comenzaba a querer. Luego, todos mis hijos se casaron y quedé sola. Pensé en dedicar mis últimos años a la vida del servicio a Dios recluyéndome en un convento.

Pero no. Eso colmaría mis satisfacciones. No puedo darme placeres en esta vida. Entonces decidí seguir sola transitando por este valle de lágrimas. Hasta hoy, encerrada aquí, lejos del mundo, dispuesta a recibir el fin del mundo. Sólo espero que cuando llegue el momento, todo sea rápido.

Comienza a rezar en voz baja.

(De: Archivo personal de Agustín Núñez.

Este monólogo fue escrito en julio de 1998.)


Juan E. O’Leary

(Asunción, 1879-1969)

Periodista, poeta y ensayista. Integró la promoción de escritores de 1900 cuyos miembros –Cecilio Báez, Manuel Domínguez, Eloy Fariña Núñez, Manuel Gondra, Alejandro Guanes, etc.– son los verdaderos fundadores de la cultura paraguaya moderna. Como los demás integrantes de su grupo, Juan E. O’Leary escribió cuando todavía estaba muy vivo el recuerdo de la Guerra de la Triple Alianza (1864-1870) y en su obra trató de afirmar los valores espirituales de una nación que renacía de la catástrofe. Conocido reivindicador de la figura del mariscal Francisco Solano López –quien sostuviera esa trágica guerra y muriera en su última batalla–, O’Leary exaltó en su obra el heroísmo con que el mariscal López luchó y sucumbió en la contienda. Famosos son los versos llenos de patriotismo de "El alma de la raza" (1899) y "¡Salvaje!" (1902). Entre sus numerosos libros hay que destacar: Historia de la Guerra de la Triple Alianza (1912), Nuestra epopeya (1919), El mariscal Solano López (1925) y un par de volúmenes póstumos: Prosa polémica (1982) y Antología poética (1983).


DON QUIJOTE EN EL PARAGUAY

...Y un día Don Quijote pasó por nuestra tierra,

en ideal cruzada, cruzado caballero,

erguido en los estribos, el continente fiero,

por la razón negada y la justicia en guerra.

Y en la vasta llanura y en la empinada sierra

aun queda de su paso, marcada en el sendero,

la señal sanguinosa del luchar tesonero

contra la fuerza bruta, cuyo poder aterra.

De su lanza en astillas los restos dispersados;

de su espada en pedazos los añicos violados,

a los flacos del mundo ya no defenderán;

¡que, tras de cinco años de lidiar, temerario,

frente a triple enemigo sucumbió solitario,

orgulloso y altivo, junto al Aquidabán!

(De: Raúl Amaral, ed., Antología.

El modernismo poético en el Paraguay [1901-1916], 1982)


José Concepción Ortiz

(Valle Pucú, 1900 - Luque, 1972)

Poeta, cuentista, ensayista, crítico y docente. Hizo estudios secundarios en el Colegio Nacional de la capital y universitarios en la Facultad de Derecho. Fue director de dos revistas literarias –Juventud (2a. época) y Alas– y del diario El País. Enseñó castellano y literatura en varios institutos secundarios. Además de dedicarse a la poesía y al cuento, cultivó también la crítica literaria y el ensayo histórico. Aunque escribió bastante y publicó un libro de poesía, Amor de caminante (1943), la mayor parte de su obra permanece inédita. En efecto, inéditos están tres libros en prosa: Figuras de la aldea: Estampas rurales, Historia del campesino paraguayo y Albino Jara y su época. En 1983 apareció Poesías completas, un volumen antológico póstumo de sus obras.


QUERENCIA

En la tierra natal, de dulzura materna,

–miño, esmeralda y oro; labranza, selva y sol–

hallaré al fin la holgura, de regazo o caverna,

suficiente para llenar mi humilde rol.

En la quietud antigua de la campiña eterna

seré un indio que dice su alma en español:

–alma donde el recuerdo con la esperanza alterna

con ronco acento de marino caracol–

Allí mi vuelta aguardan, para inducirme a coro

–son ancestral, aromas de infancia, luz de origen–:

"hinca aquí tu raíz".

Acaso se me preñe la boca, en el sonoro

silencio campesino, del ímpetu aborigen,

y en mi voz rompa entonces a cantar mi país.

(De: Sinforiano Buzó Gómez,

Indice de la Poesía Paraguaya, 3ª ed., 1959)


Manuel Ortiz Guerrero

(Villarrica, 1894 - Asunción, 1933)

Poeta y dramaturgo. Probablemente el poeta más popular del siglo XX, Ortiz Guerrero es uno de los pocos representantes del modernismo paraguayo. Víctima de lepra a edad temprana, vivió desde muy joven en el aislamiento impuesto por su enfermedad. Con grandes sacrificios logró instalar una imprenta y en ese taller que le sirvió de sustento cotidiano publicó también la mayoría de sus poemarios y piezas teatrales. Escribió en español y en guaraní. De sus obras en español sobresalen Surgente (1922) y Pepitas (1930), ambas recogidas en sus Obras completas (vol. póstumo, 1952). Varios de sus poemas –y entre ellos "Nde rendápe ayú" ("Vengo a tu encuentro"), uno de los más conocidos– fueron musicalizados por el maestro José Asunción Flores, creador de la "guarania" paraguaya.


AL POETA

Juan Zorrilla de San Martín

Luminoso charrúa de los versos fragantes,

fue muy larga, muy larga, para mí tu tardanza:

de mirar tanto el río, de tu arribo anhelantes,

hoy ya tienen mis ojos un color de esperanza.

Visitante llegado de una tierra sonora

a esta otra historiada de perfume y leyenda;

cárganos las espaldas con tus fardos de aurora:

para nuestras heridas déjanos una venda.

Allá, poeta, en loma que tu mirada abarca,

está el árbol solemne cuyo tronco fue asiento

del Artigas proscripto, de aquel gran patriarca

que unir quiso la América en un gran pensamiento.

Aquel árbol, poeta, dice algo al oído,

algo de tu leyenda, semejante al latido

de algún gran corazón,

porque allí el patriarca, como fantasma herido,

memoraba en cien noches su gran sueño perdido,

enfermo de nostalgia y de desolación.

Olvidé de decirte que en una tarde lila

he visto a tu indio dulce de paso por aquí:

Tabaré melancólico de verdosa pupila,

en busca de su hermano perdido, Guaraní.

Oh mártires sin nombres, sin gestos y sin huellas

que muerto habéis ya siglos y os enterró el olvido:

el vate por vosotros sus llantos ha vertido

en vuestro sacro abismo como caer de estrellas...

Ataviado, poeta, de tus versos fragantes,

Tabaré se ha perdido en la azul lontananza

y... también es por eso: de su vuelta anhelantes

que hoy ya tienen mis ojos un color de esperanza.

(De: Raúl Amaral, ed., Antología.

El modernismo poético en el Paraguay [1901-1916], 1982)


¡LOCA!

¡Paso! ¡Dadle paso!

Es reina y es pobre. No quiere ni el raso

que bese sus formas; es loca la reina.

Dad paso a la reina de honda pupila color de esmeralda,

la loca desnuda que, regia, despeina,

por único manto,

su astral cabellera, como un sueño de oro cubriendo la espalda.

¡Dad paso! Que corre la reina, la loca,

llevando un gran beso y un tibio pedazo de canto

en la boca.

En noches de estío se empapa de luna, perfume y penumbra

y corre devota al templo del arte a hacer su plegaria;

allí no le alumbra

ni lámpara débil, ni pálido cirio de luz funeraria,

sino la belleza, la sacra belleza le da luminaria.

Amigos, en caso que alguna

mujer de rodillas, desnuda, en la sombra rezando encontréis,

pasad, no le habléis;

es ella la loca, devota del Arte que reza a la Luna.

Crudeza de invierno no seca y consume

la rosa del canto que lleva en la boca...

Sus llagas lumíneas que sangran perfume,

las besa y bendice mil veces la loca.

Le da primavera sus salvas de olores,

las ondas del río su perpetuo y suave rumor de oraciones;

la noche morena le da su silencio, sus sidéreas flores...

Y aun tiene hambre de más sensaciones.

En noches augustas de inútil martirio,

la loca pretende, con sed de grandeza,

tomar una estrella volviéndola lirio.

–¡Oh loca divina!– que canta y que llora, que ríe y que reza;

Atrévete siempre, es ese un gran culto que pocos profesan.

¡Loca!: soporta la tortura sacra y luminosa

de todas tus ansias y tus padeceres

y sigue cantando canción olorosa;

tú eres la bendita loca mujer entre todas las mujeres.

¡Amigos, en caso que alguna

mujer de rodillas, desnuda, en la sombra rezando encontréis,

pasad, no le habléis;

es ella la loca, devota del Arte que reza a la Luna;

¡es ella mi Alma! Reina que está loca,

alma luminosa, de bohemio y de artista, que va entre vosotros,

llevando un gran beso y un tibio pedazo de canto en la boca.

Villa Rica, mayo de 1917.

(De: Romualdo Alarcón Martínez, ed., El parnaso guaireño, 1987)


 

María del Carmen Paiva

(Asunción, 1942)

Poeta y narradora. Aunque empezó a escribir desde muy joven y ha integrado varios talleres de poesía y narrativa, María del Carmen Paiva sólo ha empezado a publicar en 1995. De ese año son sus primeros dos poemarios: El ángel escarlata y otros poemas y Detenimientos. De posterior aparición son Comparecencias (1997), Desgajos (2001) y Cortejo a Arthur Rimbaud en ‘Iluminaciones’ (2002). Tiene, además, poemas y cuentos inéditos. Algunos de sus textos han aparecido en periódicos y revistas de la capital.


FATIGA

Todavía

aquellas vigilias

arropadas de miedo,

y el vacío ante los astros

en el ropero, destellando aparecidos.

La demora

y el inventario prohibido

que no me animaba a descifrar.

Aún deseo un talismán

contra los malos sueños,

que me obligan a llorar,

a fugarme por una rendija

a un sitio descollante, solar.


LIBRE

Más allá de mí,

ando como si estuviera

ya viva, después de la vida.

Desde el hondo corazón

hasta el alba más pura.

(De: Comparecencias, 1997)


A UN LADO

Imágenes,

conmemoraciones placenteras;

así, la tardanza

en dos tazas de café

bien compartidas.

Mas, en los ojos,

antojadiza,

una daga suspendiendo

de inmediato

la insinuación inaudita

dentro del recipiente ya vacío.


POR SI ACASO

Estoy segura

de que amamos lo mismo,

y de que nos añoramos

a la misma hora.

Mas no podemos hacer nada.

Tal vez estamos sentenciados

(¿es ésta la sentencia?).

Por nosotros,

por motivos de la vida,

por las dudas,

no te vayas lejos.

(De: Desgajos, 2001)


Dirma Pardo Carugati

(Asunción, 1934)

Cuentista y periodista. Aunque nacida en la Argentina, es paraguaya naturalizada y vive en Asunción desde hace muchos años. Miembro de Número de la Academia Paraguaya de la Lengua Española desde 1996, socia fundadora y tres veces presidenta del Club del Libro Nº 1 (creado por Ana Iris Chaves en 1968), integrante y coordinadora del Taller Cuento Breve que dirigió Hugo Rodríguez-Alcalá durante casi dos décadas (desde 1983), Dirma Pardo Carugati se ha desempeñado como docente en institutos secundarios y universitarios de Asunción durante tres décadas (1962-1992) y ha colaborado con la revista Visión. Ejerció también el periodismo en La Tribuna (1956-1976), donde fue comentarista de cine y estuvo a cargo de la página femenina de dicho periódico. Tiene más de veinte cuentos publicados en diversas antologías y suplementos literarios, incluso en los siete tomos de la colección del Taller Cuento Breve. Varios de sus cuentos han sido premiados en concursos locales. Es autora de dos libros de cuentos: La Víspera y el Día (1992) y Cuentos de tierra caliente (1999). También es co-autora (con Hugo Rodríguez-Alcalá) de la nueva edición, aumentada, de Historia de la literatura paraguaya (2000) y (con la pintora Graciela Nery Huerta) de Cuentos, mitos y leyendas (1999), librito collage de texto y pintura donde lo textual y lo visual dialogan y se iluminan mutuamente. Uno de sus relatos ("Baldosas negras y blancas") fue adaptado al cine y sirvió de guión a la primera película paraguaya de largo metraje (El secreto de la señora, 1989), dos veces distinguida en festivales internacionales: en La Habana, en 1989, y en Buenos Aires, en 1993. Actualmente tiene en preparación su tercer libro de cuentos.


O JULIO O CESAR

"Al errar por las lentas galerías

Suelo sentir con vago horror sagrado

Que soy el otro, el muerto que habrá dado

Los mismos pasos en los mismos días."

Jorge Luis Borges. "Poema de los dones"

–Le aseguro que todos están equivocados. Lo que pasa es que no comprenden el problema. Yo no tendría que estar aquí; es una equivocación o una maquinación del abogado de mi esposa para obtener el divorcio que a ella le conviene. Ud. parece razonable, por lo menos me escucha sin muecas escépticas. Tal vez pueda entender mi ansiedad, aunque dudo de que pueda ayudarme. Esto no es un complejo de infortunio ni son ideas delirantes.

Todo se reduce a eso, a una simple cuestión de identidad. Pero nadie me comprende, ni siquiera mi esposa, a la que quiero tanto. ¡Yo creía que ella también me amaba y fíjese lo que hace! No merezco tanta incomprensión de su parte. Cada vez que le explicaba mi angustia, se burlaba. Es decir, eso fue al principio; después empezó a enojarse, cada vez más, hasta enfurecerse en los últimos tiempos. Finalmente me abandonó y presentó una demanda de divorcio alegando como causal "la psicosis maniaco-depresiva del cónyuge que pone en peligro su vida". En otras palabras, ella cree que estoy loco. Y no sólo ella. Mis amigos se fueron alejando, los piadosos parientes me rehuyen y se hacen señas cuando me ven llegar. Pero yo le juro que no soy un demente. Nunca estuve más cuerdo que ahora. Justamente por eso me preocupa mi situación, mi identidad. Ya no me es posible vivir en el equívoco, en la incertidumbre de no saber quién soy. Pero le aseguro que esto no es demencia. Puede pedirme los ejercicios que quiera; yo sé perfectamente que los botones entran en los ojales, los corchos en las botellas, las tuercas en los bulones, las llaves en las cerraduras y el hilo en el orificio de la aguja. Puedo someterme a cualquier prueba de apretar, empujar, estirar, oprimir, levantar, bajar, abrir, cerrar. Puede mostrarme manchas de tinta, pedirme que trace figuras o rayas o círculos. Mi cerebro responde perfectamente y mi coordinación es buena. No pierda el tiempo con esos jueguitos. Tampoco se moleste en averiguar si odio a mi padre o a mi madre. Ambos han muerto y los quise mucho. Mi infancia fue dichosa e inocente. Yo me enteré del origen de mis cicatrices cuando ya había superado la adolescencia.

No. No tengo celos enfermizos ni fantasías eróticas, ni "delirium tremens" porque soy abstemio, no me drogo y ni siquiera fumo.

¿Le parece a Ud. que desvarío? ¿Se da cuenta de que mi único problema es que no sé si Yo soy verdaderamente Yo o soy otro? ¿Es eso enajenación? ¡Qué curioso! ¿Estar enajenado significa ser ajeno a sí mismo? ¡Ese es el dilema de mi vida!

No. No es amnesia. Tengo muy buena memoria. Recuerdo hasta los recuerdos. Precisamente por eso, porque no he olvidado nada es por lo que quiero de una buena vez aclarar el misterio. Mucho tiempo viví irresponsablemente, sin preocuparme, casi diría feliz, esquivando la cuestión. Pero así no podía seguir. Es lógico. El hombre, el ser humano, necesita saber quién es, por sobre todas las cosas. Yo veo el mundo a través de mis ojos, desde aquí, desde mi interior y digo "este soy yo y aquellos los demás". Pero, ¿y si Yo no fuera Yo y sólo estuviera viviendo una existencia ajena?

¿Desde el principio? Bueno. Todo comenzó con mi nacimiento, con nuestro nacimiento. Fue en 1927, en Viterbo. Ud. no había nacido aún, no puede recordar el caso, pero tal vez haya leído algo en los anales de la medicina. Yo leí todo lo que encontré al respecto. Fue un asunto muy comentado y publicitado. No son frecuentes los mellizos "siameses". Así fue: mi madre casi pierde la vida en el alumbramiento por lo dificultoso del parto primero y del susto después, al encontrarse con semejante engendro. Mi hermano y yo vinimos al mundo unidos por la espalda, desde los hombros hasta las caderas. Eramos como una medalla de dos haces. Nadie sabía cuál iba adelante y cuál atrás. Vinieron médicos de la capital y hasta de otros países a ver el fenómeno. Se hicieron consultas médicas y el Instituto de Gemelología de Roma tuvo en nosotros un caso sin precedentes: éramos gemelos monozígotos, por supuesto, pero ¿éramos dos o éramos uno? Teníamos dos cabezas, cuatro brazos, cuatro piernas, pero un único corazón y un sólo par de pulmones y riñones y compartíamos la misma cavidad abdominal.

Desde el punto de vista legal, el problema no era menos complicado. Jurisconsultos y leguleyos estaban en un dilema. El código sólo especifica que en partos dobles, se da al primer nacido los derechos del primogénito, aún cuando fisiológicamente sea el más joven y el deterogénito sea el mayor. Pero nosotros, monovitelinos, habíamos nacido al mismo tiempo. Por lo menos, digamos que el perplejo cirujano no pudo reconocer "qué lado" fue el primero en aparecer, ya que uno era el reverso del otro y ambos eran el anverso de su gemelo a cuestas.

La vida normal se hacía imposible en esas condiciones, pero nadie sabía cómo actuar. Nuestra madre que era muy creyente, pidió que prontamente nos bautizaran. Nos eligió los nombres de Julio y César, que eran dos y uno al mismo tiempo. Yo nunca supe si fui Julio o fui César. Sólo sé que cuando estuvimos fuertes para soportarlo, se hizo la separación quirúrgica en el quirófano de la Facultad de Medicina. Por cierto, jamás intervención alguna tuvo el carácter de espectáculo con tanto público como aquélla.

Hubo mucha oposición y dispares opiniones. Un periódico local había hecho una encuesta sobre si debían o no separar a los siameses "al costo de una vida". Otros sostenían que no eran dos vidas, sino una sola con miembros supernumerarios. Esa fue la tesis que finalmente primó, aunque muchos quedaron disconformes. Al fin de cuentas: ¿Dónde estaba la vida? ¿En los cerebros o en el corazón? En resumen: de nosotros dos se hizo uno, que se quedó con el nombre de Julio César y el otro, o Julio o César, fue desechado como una parte superflua.

Mi familia se mudó a la capital, escapando a la curiosidad morbosa de nuestra pequeña ciudad, que adquirió notoriedad en poco tiempo. Mis padres no querían exhibir a su hijo como atracción de feria y se negaron a que figurásemos entre las rarezas de Ripley. Afortunadamente, como nuestro apellido es bastante común, pasamos inadvertidos en la gran ciudad. Casi éramos una familia corriente y normal. Casi, porque en realidad, mamá nunca pudo reponerse y la atormentaban horrendas pesadillas. Poco antes de su muerte me confió el secreto tan celosamente guardado. Desde entonces, ya nunca pude acostarme de espaldas sin sentirme culpable. A veces siento cosquilleos en las piernas que no tengo o me duele la cabeza del otro. ¿Del otro o la mía? ¿Cómo puedo saber, doctor, si Yo soy verdaderamente Yo? ¿Y, si Yo hubiera sido la parte sacrificada y esto que soy, fuera en realidad mi hermano? ¿Cómo saberlo?

¿Cómo?, ¿Cómo?

¿Cómo?

¿Cómo?

¿Cómo?

¿Cómo?...

(De: La Víspera y el Día, 1992; cuento premiado en el

Tercer Concurso Literario de Cuentos Cortos "Veuve Chicquot-Ponsardin", 1987)


Mabel Pedrozo

(Asunción, 1965)

Poeta, narradora y periodista. Egresada como abogada de la Universidad de Asunción, ha publicado sus primeros poemas en Poesía itinerante (1984), volumen colectivo que incluye obras de los miembros del Taller de Poesía "Manuel Ortiz Guerrero". Miembro de la Sociedad de Escritores del Paraguay (SEP) y del PEN Club del Paraguay, Mabel Pedrozo se inicia en narrativa con Mujeres al teléfono y otros cuentos (1997), libro en co-autoría con su hermana Amanda Pedrozo. Posteriormente publica Debajo de la cama (2000) –su primer libro de cuentos escrito en forma individual–, Noche multiplicada (2001) y Juego de sábanas (2003), otras dos colecciones de cuentos. Entre sus varias distinciones, se deben mencionar el Primer Premio Amigos del Arte (1984), Mención de la Municipalidad de Asunción (1991) y el Premio Roque Gaona 2002 al mejor libro del año por su obra Noche multiplicada.


CITA EN EL CASINO

Amo los viajes en taxi. Ese abandonarse en un asiento trasero con la despreocupación de los que están en ninguna parte, corriendo a 120 por la avenida de los casinos, sobre sus luces amarillas delirantes de bichos puestos a morir en el cono de las lámparas. Sobre todo a esta hora (digo, lo de los viajes) en que el mundo se llena de oscuros con olor a pasto recién hecho y ganas de quedarse para siempre con la falda de seda soplándome las piernas, haciendo distancia de la ceremonia consabida que son los hombres bajando de los colectivos con ganas de llegar a casa, darse una ducha mientras la mujer se mete con el guisado y la cerveza y se sonroja segura de que él la sabe perfumada por si surge hacer el amor después de los chicos y los noticieros de las veintidós. Sin embargo, detesto los semáforos. En la ciudad, bueno, pero aquí, en una carrera loca hacia el acabado del universo, nadie mejor que uno para regularse velocidades, aunque admito divertirme con la morbosa curiosidad que incitamos las mujeres solas, elegantes, puestas en la vitrina de una marcha en suspenso.

Ellos tienen razón. Los que miran, digo. No es de uso. Cosa de esposas penando el amor que no les cruzó de la puerta de calle, adolescentes conteniéndose el sexo, prostitutas tarareando una canción barata, amantes. No soy la excepción, sino lo último. Una amante. La amante de un hombre casado, lo que no me hace más especial que el ochenta y tanto por ciento de las mujeres de este país; quizá, algo menos trágica e infinitamente feliz de permitirme amar a antojo.

Me lo dijo por teléfono, como acostumbra cuando teme respuestas. Tonto. Sí quería conocer a esos amigos suyos parte de nuestros cafés pretexto para irle viendo ceder palabras, empujarlas como si le viniesen del fondo, como si se las despeñase de a una boca en suspenso, boca llenándose de sonidos por detrás de los dientes, miedo de hombre queriendo saltar fuera, dejándose caer sobre el redondo del laminado de la taza. Además ellos, sus amigos, eran el tiempo que me faltaba conocerlo. Amigos de secundaria que lo vieron crecer, enterrar a su padre, sentir las primeras mujeres. Amigos envidiándole el ingenio, el porte, el misterio. Sí, dije, voy.

La ocurrencia les había costado alquilar el salón de fiesta del mejor casino de la ribera. Sería una cena secreta, como en las películas, el mejor juego de infidelidad al que se habían atrevido, y como invitadas, nosotras, las amantes. Una noche inequívocamente clandestina, irreverente.

No la conozco. A ella, Clara Emilia, su esposa. No tiene que ver en esta historia y así lo entendimos cuando despertamos del primer beso en la boca. Tan nuestra la emoción de vernos enteros. De reír a gritos en un motel donde fuimos a parar esquivando una siesta de diciembre, la tristeza insoportable de la Navidad, las compras, la gente. Nadie más que nosotros en la confesión de un amor hecho de verdades interminables, de mentiras también interminables, de lecciones de historia a medianoche, frente a la casa de gobierno, las corridas hasta el último colectivo de la estación urbana, su voz pegada a mis oídos sobre la mudez del teléfono.

Clara Emilia era un afecto en acordado paréntesis ante mi presencia, una vida doliéndome a menudo, a escondidas, a las ocho de la noche de todos los días, frente a los escaparates de la esquina Robles, cuando era ella, imposible no saberlo, a quien él invocaba siguiendo los encajes de un corsé importado.

El casino. Séptimo piso. Aguantarse la claustrofobia en el ascensor. Quedarse viendo el tablero de círculos rojos prendidos en orden. Segundo salón. Él, esperando en el pasillo con su aire de etiqueta pendiente de mi proximidad, de mis ruidos, de mis labios alcanzándolo. "Están dentro", dijo mientras me encajonaba en sus brazos, su boca en mi rostro, su prisa revolviéndome la ropa todavía húmeda de avenida Los Presidentes y atardecer detrás de los últimos árboles alcanzados por los ojos.

Un resto de melodía recordaba la excusa en la oficina, los patos de vestir comprados en la tienda americana (gamuza a precio subiendo los bordes del pantalón), la escena de presentaciones ensayadas en noches sin sueño. "No quiero entrar", dijo, y para entonces tampoco yo quería. Me atropellé ganando las escaleras, sintiendo su correteo entre el sexto y quinto piso, cuatro escalones detrás, sobre mi cuerpo. Oscuridad hecha a medida, a tiempo, obscuridad cayendo en punta sobre el jarabe caliente del apareo.

Camino a casa, en el auto, Alejandro comentó la reunión en el Casino, soportando mi retraso. Las amantes de sus amigos, contó, fuera de rol, asumiendo el de esposas preocupadas por la cocina, orgullosas de conocer alguna de sus manías insignificantes, confesando intimidades a boca llena, métodos anticonceptivos, regeneradores de la piel, ungüentos para el pelo. Ellos, sus amigos, anticipando resultados de la economía de mercado y las privatizaciones.

La avenida era una costura de luces corridas en línea recta hacia la madrugada, un cordón de velas eléctricas empapadas de sereno, complicadas en esto de seguirme prolongando su abrazo sinceramente avergonzada de haberlo querido también. Digo, como ellas, sentirme Clara Emilia por una noche.

(De: Mujeres al teléfono y otros cuentos, 1997)


EL PEÑASCO Y LA ENREDADERA

Fue difícil al principio, cuando no sabía que bastaba con encaramarse a sus hombros afilados para que él la deje quedarse.

Pasó noches larguísimas imaginando que él desenredaba sus dedos de los suyos, que apartaba las flores de su pelo y la miraba como un desconocido. Ése sería el día del fin. Después estaba la muerte.

Jamás lo quiso para sí. Le bastaba con acurrucarse en su espalda prestando oídos al rumor agresivo de su pecho. Lo llamaba "el susurro de Luciano Both". Él no se llamaba Luciano, claro, pero dado que en su situación un roce de pelo bastaba para reconocerse, los nombres pasaron a cumplir funciones hasta si se quiere disparatadas.

Muchas veces le preguntó de dónde vino, a quien amó antes que a ella, qué ojos muertos dentro suyo lo veían desde sus lugares eternos. "Nunca fui el que soy ahora. No hay nada que decir, puesto que no me reconozco en esos que ya no soy", decía él. De manera que nunca supo nada que ya no le conociese.

Él la subió a sus hombros una noche y le mostró el universo. Una boca invisible soplaba las luces hundidas en una nada ilimitada y negra. "Se llaman estrellas", le dijo. Estremecidas en su tintineo de puntas de hielo, las luces resistían, giraban sobre sí y volvían a recobrar su brillo de lámparas eternas.

Nada había más hermoso, sin embargo, que estar en él cuando esa negrura se diluía en el caldo liláceo que antecedía al amanecer. Ella dormía revuelta en su espalda, con el pelo echado al vacío que se abría a partir de ellos. Los hombros cuadrados de él custodiaban su sueño. Ella, todavía somnolienta, metía los ojos en la esquina que formaban esos hombros con el cielo, metía el mentón, se sostenía como si fuese a caer y entonces se ahogaba en los paneles rosas y aguamarinas, en los grises azulados, en los celestes terrosos que velaban el firmamento traspasando el espacio con sus tonos sucesivos.

La roca, que jamás dormía (su condición eterna no le dejaba), se sentía verdaderamente triste en aquellas ocasiones. Pobre enramada, decía. ¿Cuánto tiempo le queda? ¿Hasta la próxima tempestad, hasta el retorno de los vientos fríos, hasta que sol de enero le derrita el alma? Lo único que le consolaba era saber que la pobre, mortal como era, vivía en una ignorancia absoluta de su naturaleza y de la naturaleza de las cosas que la rodeaban. Era lo único.

(De: Debajo de la cama, 2000)


Emilio Pérez Chaves

(Asunción, 1950)

Poeta, narrador, dramaturgo, ensayista y crítico literario. Integrante de la llamada "promoción del 70" (grupo literario "Criterio"), miembro de la Academia Literaria del Colegio San José y redactor de La Estrella (vocero de dicha entidad), Emilio Pérez Chaves se desempeña como profesor de filosofía, relaciones internacionales y literatura hispanoamericana en diversos institutos universitarios de Asunción. Co-director de la revista Epoca (1968), miembro del consejo directivo de la revista Criterio, asesor cultural de la Federación Universitaria del Paraguay (FUP, 1968-1969) y del Teatro Popular de Vanguardia (TPV, 1968-1971), participa regularmente en jurados literarios. Ha publicado El fénix del recuerdo (1976), libro de poemas, y varios ensayos y narraciones en antologías, revistas y suplementos literarios nacionales y extranjeros. Algunos de sus textos han sido traducidos al inglés, francés, alemán y portugués. Tiene también varias obras inéditas.


PACTO DE CRISTAL Y SILENCIO

Te he buscado entre la vida y el recuerdo

desde la agonía del ser en la madrugada última

cuando era gris el jardín de la pena.

Ya estoy en ti

cuerpo de agua y de suspiros

paraíso que ayer desconocía

misterio descubierto a cada instante.

Nunca pude saber si lo has sabido

(vísperas del amor y del abismo)

pero sutil asombro al encontrarte

así como el deseo imaginaba

y con todas las letras de tu nombre.

Paloma de incienso y mármol

temblor, mirada, confidencia

huye bajo la niebla tu memoria.

Sin rumbo ni noticias

frente al eco del hastío

¿quién me devuelve tu voz tímida y breve

poema que pude haber escrito en el rocío

trébol casual en un cuaderno frágil?

Distraídos en el umbral del olvido

somos cántico y distancia

juegos, éxtasis, magia.

El tiempo indescifrable

ronda los signos del desvelo:

perdidas en aquel rostro de paisaje lento y triste

cúantas palabras te esperan.

(De: El fénix del recuerdo, 1976)


PARAISO DEL ALBA

Porque nuestras manos curiosas

tanto se han buscado

entre las horas vacías de la ausencia

cuando te doy mis caricias

tú me devuelves mis sueños.

Porque si frente al espejo de la aurora

te desnudas

tú me pides la luz

y yo te doy el fuego

tú me ofreces el mar

yo te regalo el cielo.

Porque eres mi brújula y destino

porque contigo el amor vence al olvido

por todas las ideas compartidas

que dan rumbo, signo y vida nueva

por todo lo que tú y yo

muy bien sabemos

he decidido

nunca regresar

al asedio de fechas, situaciones y lugares

donde no eras aún el aire que respiro

la música que canto

la única palabra que no digo

y que te nombra.

(De: PUNTO MARGINAL.

Revista de cultura y política, abril-mayo 1994)


Lita Pérez Cáceres

(Asunción, 1940)

Periodista y cuentista. Aunque pasó gran parte de su juventud en la Argentina (1947-1965), sólo empezó a escribir sus primeros cuentos luego de regresar a su país natal en 1965. Hasta la fecha ha publicado varios cuentos en suplementos literarios y culturales como el "Correo Semanal" de Ultima Hora, la "Revista" de El Diario Noticias o "La Familia" del diario Patria, y ha recibido distinciones importantes, como el Premio "Challenger" (1990) en diversos concursos de cuentos. También ha participado en el taller literario de Hugo Rodríguez Alcalá y actualmente se dedica al periodismo, colaborando en la prensa local. En 1997 apareció María Magdalena María, su primera colección de cuentos, y en 2002 salió Encaje secreto, su primera novela. De más reciente publicación es Amalia al amanecer (2004), novela en co-autoría con Mario Halley Mora.


COMO SI NADA

Lo vio entrar con el mismo paso seguro de siempre, de todos los días. La miró interrogante, ella agregó un plato y cubiertos a la mesa y lo saludó como si nada. Los hijos en cambio lo apretaron en abrazos emocionados, el mayor de ellos tuvo brillo de lágrimas que no llegaron a caer. Lo sirvió con manos temblorosas y comieron en la galería donde el sol de junio entibiaba las baldosas. En silencio ella recordaba sus ruegos a la Virgen, las noches de soledad, su hambre de caricias, la angustia... pero todo volvería a ser como antes... como si nada.

Cuando quedaron solos, él se dirigió al dormitorio, sabiendo que ella lo seguiría dócil como siempre. Encontró sin ayuda su pijama, su zapatilla y el periódico. Entre tanto ella revisaba las ropas sucias de la valija que él había dejado a la entrada del corredor. Camisas sucias, iguales a las que solía traer de sus largos viajes, sacos y pantalones gastados, y un olor extraño que se le había pegado a la piel, le contaban historias donde ella sobraba. Eran prendas rescatadas del tiempo de abandono, quería quemarlas en una hoguera, pero sin embargo, sabía que terminaría por lavarlas, como si nada.

Al entrar, lo vio desnudo a la luz de las rendijas de la persiana, más bronceado, más músculo que carne, era otro y era él. La aguardaba con un desafío en la mirada y sin pronunciar palabras, la llevó a la cama. Ella lo dejó hacer, regodeándose en las telarañas que día a día ganaban la batalla que mantenía por la limpieza de sus techos. Las arañas eran persistentes, tejían y tejían esperando un milagro, como ella.

Oyó los trinos de la siesta, de los gorriones que picoteaban los platos abandonados... como ella.

Sus movimientos frenéticos hicieron que recordara las palabras del trato. "Podemos casarnos, no pienses en fiestas, vamos al juzgado y listo. No me gustan los firuletes. Hace rato pensaba pedírtelo, sos guapa y callada como a mí me gustan. Podés avisarle a tu madre si querés. La vieja va a bailar en una pata cuando sepa que por fin vamos a formalizar".

Era un contrato de por vida, con pausas más o menos largas para él. Los hijos, la casa, eslabones de una cadena tan fuerte como invisible. Que no podía dejar de vivir atada a esa cadena, lo supo cuando él se fue: la angustia ocupó el lugar de aire que él dejó.

Ahora siente que todo es igual y diferente, ahora ella piensa y siente, antes sólo sentía. Permanece quieta, escuchando sus propias voces, dejándolo agotarse en el esfuerzo, asistiendo a su impotencia por lograr conmoverla. El está indefenso, ella poderosa, se terminaron los sentimientos. Era éste el mismo que decía: "Todo lo que hay acá es mío, hasta vos, te doy de comer, te compro los zapatos, los trapos... todo es mío".

El patio debe estar lleno de hojas caídas de la parralera, tendría que estar barriéndolas, hay ropa para lavar, ahora habrá más trabajo y menos momentos para recordar. ¿Recordar qué? ¿Una juventud imaginada? ¿Ilusiones inventadas, quizás?

"Si vuelve, te juro virgencita que no le voy a preguntar nada, voy a perdonarle todo. No me gusta estar sola; paso horas pensando que soy vieja y fea y que ya nadie va a quererme. El no es malo, vos sabés virgencita que cuando estaba muy nervioso, me pegaba porque yo era tonta y me acercaba. Si vuelve todo volverá a ser como antes, como si nada". ¿Esa había sido su voz?

Se da por vencido y cual bestia resopla. "¿Pero qué te pasa? Parecés una muerta, ¿qué forma de recibir a tu marido es ésta? No de balde tuve que tener otras mujeres, por lo visto no aprendiste la lección. ¿No sentís nada? ¡A la pucha! Ni el más gaucho aguantaría acostarse con una mujer como vos".

Los reproches como gotas caen, otra vez los estallidos sin motivo. Otra vez el amo y señor ordenando. Nunca más los atardeceres donde se descubrió, donde se vio mujer valiosa sin deberle nada a nadie. "Qué lástima, virgencita, que pedí este milagro. Voy a ir a Caacupé sin ganas, será la última cosa que haga sin ganas".

–Che, levantáte y preparáme un café, que no me siento bien. Apuráte y a ver si aprendés de una vez por todas a portarte como una mujer.

Se vistió sin responder. Lo golpeó con el velador de madera maciza, luego pasó sobre el cuerpo inerte. Caminó hacia la calle sin mirar atrás, como si nada.

(De: María Magdalena María, 1997)


Francisco Pérez-Maricevich

(Asunción, 1937)

Poeta, ensayista, narrador, periodista y crítico literario. Licenciado en Filosofía y Letras por la Universidad de Buenos Aires (1960) y profesor de literatura en varios institutos secundarios y universitarios de Asunción, Francisco Pérez-Maricevich ha contribuido también con importantes trabajos en el campo de la investigación del bilingüismo (español-guaraní) en su país. De fecunda labor creativa y crítica, colabora regularmente en revistas, semanarios literarios y publicaciones especializadas nacionales y extranjeras. Su obra poética incluye los poemarios Axil (1960), Paso de hombre (1963), Coplas (1970) y Los muros fugitivos (1983). En narrativa es autor de "El Coronel mientras agonizo" –relato ganador del concurso promovido en 1966 por Cuadernos (del Congreso por la Libertad de la Cultura) para la elección del mejor cuento paraguayo con destino a una antología hispanoamericana– así como de otras narraciones publicadas en diversos suplementos culturales y antologías literarias. De posterior aparición es Memoria de Pascual Ruiz (1998), su primer libro de cuentos. De su copiosa bibliografía ensayística y crítica se destacan, en particular, sus trabajos sobre literatura paraguaya que incluyen, entre otros: La poesía y la narrativa en el Paraguay (1969), Pequeño diccionario de literatura paraguaya (1964-1969 y 1980; parte de este trabajo está aún inédito), Breve antología del cuento paraguayo (1969), Los fuegos de la noche (1985) –colección de mitos tupí-guaraníes y nivaclés–, Panorama del cuento paraguayo (1988), Mitos indígenas del Paraguay (1996) y Mitos y Leyendas del Paraguay (1998).


LAS ARENILLAS DEL TIEMPO

Las arenillas del tiempo

cayendo,

deslizándose…

Los días

–fríos peces

voraces–

y el dolor como un río inacabable.

Y este hombre

–silencio, podredumbre,

con sus ojos,

sus piernas,

sus pobres trajes,

sus zapatos sucios…–,

buscando

–no sabe qué– entre la sombra fría.

(Como un gato a la noche

lleno de filos va

pasando Dios entre los huesos…)

TOMARSE, DESASIRSE

Tomarse, desasirse,

hundirse, despeñarse, descorrerse,

echar el ancla, verse

en múltiples espejos, repartirse.

Asir el núcleo, irse

llenando de penumbras, absorberse

en el llanto, dejarse, resolverse

en ruta innumerable, transcurrirse.

Extenderse, arrollarse, ennegrecerse,

agitarse de espanto, andar, caerse

a cada paso, arder y consumirse.

Buscar la puerta, herirse

la frente, las rodillas…, avisarse

que viene el miedo, darse

las manos con la muerte, desvestirse,

llegar desnudo a Dios, y clarearse.

(De: Paso de hombre, 1963)


MEMORIAL

Porque los días fueron

como copas

rebosantes de vino;

porque la luz

se hizo para darte

caminos en la noche;

porque en el alto

cielo, las estrellas

(ecos de Dios

temblando)

cantaron tu hermosura;

porque la voz del día fue elevándose

desde la misma

tierra

de tu muerte;

porque aquel viento fue

con sus semillas

sembrándome el amor

bajo la sangre;

porque fue como ola mi alegría

(y mi dolor, de pronto, mar de mármol);

porque todo fue triste

(y entonces tan alegre);

porque todo

fue dicho antes de tiempo,

antes de madurar la maravilla,

antes de la vendimia verdadera:

por eso estas palabras

(oh tristes prendas por mi mal halladas,

dulces y alegres cuando Dios quería),

estas oscuras hijas del exilio,

esta dulce antiquísima agonía…


POEMA

Después de todo hay que vivir lo mismo.

Vivir con la palabra a medianoche,

a mediaencarnación,

a mediamuerte.

Después de todo,

hay que entregarse entero,

tan desnudo y total,

tan mansamente.

Después de todo, sí,

después de todo:

tu dulce mano arriba

como una luz

(sangrante,

llameante,

subiendo desde las raíces).

Después de todo, el mundo

huido de los pies,

de la cadena,

huido, al fin, terreno, deslucido,

errante, transeúnte

(como un niño)

haciéndose palabra breve, honda,

palabra solamente apenas dicha

–ven herida invisible

desde siempre–.

Después de todo, oh Tú,

irrespondiente, altísimo,

sigue la voz temblando,

sigue y sigue

–silencio incorporado, encorpecido–

del alma transviviéndose a sí misma.

(De: Los muros fugitivos, 1983)


Fernando Pistilli Miranda

(Asunción, 1972)

Poeta, ensayista y docente. Miembro del PEN Club del Paraguay, miembro fundador y presidente de la Academia Universitaria de Artes, Ciencias y Letras del Paraguay y presidente actual de la Sociedad de Escritores del Paraguay (SEP), Fernando Pistilli ha cultivado la poesía desde sus años adolescentes. Entre sus actividades culturales y literarias se cuentan, entre otras cosas, la dirección de la revista Inquietudes y Cultura y la compilación de poemas para la Antología Poética de José-Luis Appleyard, con prólogo de Roque Vallejos, editada por El Lector en 1996. Actualmente se desempeña como profesor de taller literario en el Colegio Goethe y es también consultor independiente en gestión cultural. En poesía ha publicado los si-guientes títulos: De mi/ nuestra transición (1994), La soledad (1995), En la piel (1997), Un Café en Jerusalén (1997), Bitácora del aire (2000) y Antología Poética 1994-2004 (2004). Como ensayista, es co-autor de la compilación de ensayos Cerca del amanecer (2001). Tiene además obras publicadas en periódicos, semanarios, revistas y antologías locales y extranjeras.


ELLAS PASAN

sin importar siesta,

tarde, madrugada.

Ellas pasan

llevando frutas

dulces

mazamorra,

miel de caña.

Ellas pasan

sin importar mes,

sol, estación,

lluvia.

Deliciosas flores primaverales

aromada flor de coco navideña.

Ellas pasan, pasan,

pasan,

la vida les pasa.

(De: La soledad, 1995)


TU ULTIMO BESO

Pálido, frío,

atravesado el pulmón

de silencio,

espero

la última ráfaga de viento,

tu último beso...

ESCRIBO

Me preguntas cuándo escribo.

Escribo mientras camino,

mientras encienden sus computadoras

y navegan por Internet,

mientras manejan y hablan por celular.

Escribo cuando otros duermen,

pasan películas malas

o entran goles del equipo que no es mío.

Escribo cuando tú te enojas y no me llamas,

mientras me hablan de esas cosas

que parecen un mundo y no entiendo,

cuando unos ojos me ríen en el colectivo.

Escribo cuando abro la puerta de casa,

me quito el reloj, la billetera,

la ropa y los zapatos

y toda ella es mía.

Escribo cuando me baño,

pues sigo cantando mal.

Escribo...

Sólo dejo de hacerlo

cuando te sé, toda mujer en mis manos.

Entonces

¡Vivo!

(De: Bitácora del aire, 2000)


Josefina Plá

(Islas Canarias, 1903 - Asunción, 1999)

Poeta, dramaturga, narradora, ensayista, ceramista, crítica de arte y periodista. Aunque española de nacimiento, su nombre y su obra están totalmente identificados con la cultura paraguaya del siglo XX. Radicada en Asunción desde 1927, distinguida (por el Congreso Nacional) con la ciudadanía paraguaya en 1998, Josefina Plá ha dedicado toda su vida al quehacer artístico del Paraguay y ha contribuido enormemente a su desarrollo cultural. Ha incursionado con éxito en todos los géneros y colaborado de manera regular en innumerables publicaciones locales y extranjeras. Como merecido homenaje a su labor de tantos años, en 1981 la Universidad Nacional de su país de adopción le concedió el título de "Doctora Honoris Causa", galardón que se une a muchas otras merecidas distinciones de que ha sido objeto en las últimas décadas, entre ellas: "Dama de la Orden de Isabel la Católica" (España, 1977), "Mujer del año" (Paraguay, 1977), "Medalla del Ministerio de Cultura de San Pablo" (Brasil, 1979), "Trofeo Ollantay" del CELCIT, por investigación teatral (Venezuela, 1983), y "Miembro Correspondiente de la Real Academia Española de la Historia" (España, 1987). Con más de setenta años de intensa y fecunda labor creativa y crítica, y más de cincuenta libros publicados, nos limitaremos a mencionar aquí sólo algunos de los títulos más representativos de su extensa bibliografía. En poesía se destacan El precio de los sueños (1934), su primer libro, La raíz y la aurora (1960), Rostros en el agua (1963), Invención de la muerte (1965), El polvo enamorado (1968), Luz negra (1975) y cinco poemarios posteriores: Tiempo y tiniebla (1982), Cambiar sueños por sombras (1984), Los treinta mil ausentes (1985), La nave del olvido (1985) y La llama y la arena (1987). Su producción narrativa incluye algunas colecciones de cuentos, entre ellas: La mano en la tierra (1963), El espejo y el canasto (1981), La pierna de Se-verina (1983), Maravillas de unas villas (1988) y La muralla robada (1989). En teatro, es coautora –con Roque Centurión Miranda– de varias obras (como: Episodios chaqueños, 1933; Desheredado, 1942; y Aquí no ha pasado nada, premiada por el Ateneo Paraguayo en 1942) y autora de muchas más, entre ellas: Víctima propiciatoria (su primer éxito teatral, estrenada en 1927), La cocina de las sombras, Hermano Francisco: El revolucionario del amor, Una novia para José vaí (1955), Historia de un número (1969), Ah che memby cuera y Fiesta en el río, premiada en el concurso teatral de Radio Cáritas (1977). De su prolífica producción ensayística y crítica sobresalen: Voces femeninas en la poesía paraguaya (1982), La cultura paraguaya y el libro (1983), En la piel de la mujer (1987) y Españoles en la cultura del Paraguay (1985).


TAN SOLO

…Tan sólo una mirada,

una pupila sólo para todas las cosas.

Para la aurora y el ocaso,

para el amor y el odio,

para el amante y el verdugo,

la paloma y la víbora,

la estrella y la luciérnaga.

Solamente unas manos

para el cáliz y el látigo,

para la rosa y para el cacto.

Solamente unas manos

para la arena y el rocío,

para mecer la cuna,

y acariciar la sien del esperado,

y abrir el último agujero.

Una boca tan sólo

para el beso y el grito

y para la oración y la blasfemia.

Para el suspiro y la mentira,

para el perdón

y la condena.

(De: Rostros en el agua, 1963)


EL HOMBRE NACE LIBRE

…"El hombre nace libre" Oh mentira hecha droga

Desde antes de nacer el hombre está en prisiones

Por túneles de sangre a ser esclavo viene

Nace llevando el látigo del latido en el pecho

El espacio le oprime pupilas labios tímpanos

Le numera los pasos Le cuenta los suspiros

Mide con la metáfora la altura de su ergástula

gradúa su voz le dosifica la palabra

Le encadenan los Números los Signos y los Días

Por donde va resuenan chirriantes sus cadenas

A esa música llama imbécil su poesía

Y cree liberarse lanzando al viento el canto

sin saber que ese canto es la imagen del perro

en traílla que caza sólo el propio ladrido

(1982)


EL POETA Y EL TIEMPO

"Yo soy el Destinado…"

H. Campos Cervera

Atleta destinado a vencer sobre el tiempo

mientras ritman tus vértebras

su secreto chirrido.

Con la tierra y el sol que algunos tienen,

con la lluvia de nadie, con la sangre de muchos,

con el dolor de todos,

realiza tu milagro.

Con el barro que ensucia tus zapatos,

y el granizo que cruje entre tus dientes;

con la niebla harapienta,

con la yerba que canta

y muere en las quijadas de la oveja;

con la piedra que rueda buscando entre las rocas

el sueño que perdió en su infancia;

con el viento, acróbata de cimas,

pastor de los estériles rebaños de la arena;

con la nada de todos, con el todo de nadie,

sálvalos, sálvate tú con ellos.

Son los que duermen.

Tú eres el despierto:

aquel del corazón, campana de la aurora.

Duermen y los sorprende la pantera,

la pantera sin nombre y sin descanso.

Sólo tú la has mirado deslizarse;

sabes su forma oscura, esbelta, horripilante,

su fatua pupila, su paso cauteloso,

su hora preferida.

Mientras hay tiempo, atleta,

vence al tiempo.

Sálvate y sálvanos,

si puedes.

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

Atleta: ni aún el tiempo,

que es el proveedor de todos y de todo,

te ha prometido nada.

(1957)

(De: Cambiar sueños por sombras, 1984)


BUSCAR CON LA PALABRA

Buscar con la palabra lo que aún no tiene nombre

más allá de la lágrima el canto el estertor

La rosa de la luz sin rosal conocido

pero cuyas espinas son constante escozor

y por senderos hechos de arco iris quebrados

marchar hacia esa aurora que nunca tendrá sol

(Porque es la consigna marchar sin saber dónde

o quizá ir es volver hacia el mismo mojón…)

…Y si alguna vez tocas una orilla del manto

será para saber que es sólo una ilusión

Tal vez roces la puerta Tal vez sientas el hálito

y tal vez a Dios mismo

Mas las palabras no

(1975)


OFICIO DE MUJER

Oficio de mujer.

Juego a escondite:

en donde estoy nunca vio nadie nada.

Oficio de mujer.

Espigadora

de campos bajo un sol que pronto acaba.

Custodia de los cántaros.

Avivo los rescoldos en la dura mañana,

aliso los pañales como pétalos

y reenciendo las lámparas.

Oficio de mujer.

Puente entre muertes.

Rosal despetalado con cada alba.

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

Oficio de mujer.

Manos moviéndose

sin pausa

como hojas

que se retratan arañando el cielo

para caer al suelo y ser pisadas.

Manos sin pausa y sin descanso

sellando itinerarios, tibios mapas.

En el vientre un camino.

En la mirada

tremolando al viento el cartel roto

de huérfana posada.

(1951)

(De: La llama y la arena, 1987)


Margarita Prieto Yegros

(Asunción, 1936)

Docente y narradora. Doctorada en Historia por la Facultad de Filosofía de la Universidad Nacional de Asunción, Margarita Prieto Yegros ha dedicado gran parte de su vida a la docencia, campo en el que ha sido varias veces distinguida con galardones como la "Medalla de Oro" de las Autoridades y Maestros del 9º Depto., Paraguarí (1980), y la "Placa de Gratitud y Reconocimiento" del Depto. de Formación Docente del M.E.C. (1993), para mencionar sólo un par de distinciones representativas. Miembro de la Sociedad de Escritores Paraguayos (SEP), del PEN Club del Paraguay, Asesora de la Fundación CABILDO y redactora de la Revista Tupasy Ñe’ê, también colabora regularmente en periódicos de la capital y desde 1986 integra el Taller Cuento Breve dirigido hasta hace poco por el profesor Hugo Rodríguez-Alcalá. Sus cuentos han aparecido en varios de los libros de dicho taller, así como también en revistas y antologías literarias locales y extranjeras. En 1998 dio a luz En tiempo de chivatos, su primer libro de cuentos, y en 2001 publicó Cuentos de la Guerra Grande, su segunda obra narrativa. Tiene además relatos inéditos y otra colección de cuentos en preparación.


LA DAMA DE COMPAÑIA

Isidora Díaz colocó más leña en la chimenea y se asomó al ventanal para mirar cómo nevaba.

Era la primera vez que veía nieve y la novedad le asombró al principio y le hizo llorar en silencio después, como una niña castigada injustamente.

Ella era del trópico y extrañaba Pirayú-mí, el valle donde había nacido, cerca del Cerro Verá.

–No me "hallo" en esta ciudad y no sé hablar el idioma. Quiero volver a Paraguay –se dijo a sí misma, al besar la medalla de la Virgen de Caacupé, antes de acostarse a dormir.

La despertó el tintineo de la campanilla de Madame Lynch. Entonces, se aseó rápidamente y después de vestirse el uniforme de doncella acudió al llamado.

–¡Buenos días, Isidora!

–¡Buenos días, señora!

–¿Qué te pasa? Tienes los ojos muy hinchados.

Afuera los árboles se agitaban y sólo se oía el silbar del viento. Isidora miró hacia el parque cubierto de nieve y con un suave movimiento de la mano derecha intentó secarse las lágrimas que ya acudían a borbotones.

–¡No me "hallo" en París, señora –dijo, con voz entrecortada.

–Preparáme el desayuno y después vamos a hablar –dijo Madame Lynch.

Isidora obedeció maquinalmente, sin decir nada.

Una claridad silenciosa y sin transeúntes anunciaba un domingo con color de tedio. El viento helado retenía a la gente bajo techo.

Madame Lynch se sentó junto a la chimenea y después de tomar el desayuno le dijo a Isidora:

–Siéntate cerca y vamos a conversar.

La bella irlandesa, que durante tantos años había vivido en Paraguay como compañera del Mariscal López, sonriendo con benevolencia, agregó:

–Asiento y conversación "gratis".

Isidora, cabizbaja y sollozando, parecía temerosa de hablar.

Madame Lynch, en un gesto comprensivo, le tendió la mano.

–¿Qué te pasa, Isidora? ¿Qué te falta?

–No me falta nada, Madame, pero quiero volver a Paraguay. NO me "hallo" aquí.

–Yo también extraño el Paraguay –acotó la dama irlandesa–. Extraño al Mariscal y a mis hijos Panchito y Adelaida, que quedaron muertos allá. Y eternamente te agradeceré la ayuda que me diste en la paz y en la guerra, como dama de compañía. Enrique Solano viajará a Paraguay el próximo mes. Si aceptas te compraré el boleto para que viajes con él.

–¡Dios se lo pague!

Isidora caminó hacia su habitación, gesticulando como la gente parisina. Al observarla Madame Lynch se sonrió. Isidora seguía tan juguetona como cuando, en Paraguay, le ayudaba a criar sus hijos. El preferido de la joven era Panchito, el primogénito.

¿Quién se hubiera imaginado entonces que Isidora le ayudaría, años después, en Cerro Corá a cavar las fosas para sepultarle al Coronel Panchito, de tan sólo dieciocho años, junto al cadáver del Mariscal López, mutilado por la soldadesca enemiga?

En esa ocasión, Isidora le insistió a Madame Lynch:

–Los cadáveres deben ser lavados y envueltos en sábanas, antes de bajar a las fosas...

Y así se hizo, con la presteza y energía de la joven.

Ahora, la que sollozaba quedamente era la irlandesa que aún conservaba su garbo y belleza de antaño.

–Madame, ¿qué le pasa? –preguntó Isidora al regresar al salón.

–Te voy a extrañar, Isidora, te voy a extrañar...

–Yo también, Madame, pero debo regresar a Paraguay, para ayudar a mi gente que está pobre y enferma.

(De: Cuentos de la Guerra Grande, 2001)


Gilberto Ramírez Santacruz

(Ava-í, 1959)

Poeta, narrador y periodista. Autor de versos testimoniales, reivindicador de los derechos sociales y humanos de su pueblo, Ramírez Santacruz fue también fundador y director de la revista Todo Paraguay, vocero (a comienzos de la década del 80) de la colectividad paraguaya en el exilio argentino. Su producción poética incluye, entre otros, los siguientes títulos publicados: Primeras Letras (1981),Poemuchachas (1983), Golpe de Poesía (1986), Fuegos y Artificios (1988), Poemas descartables y otros baladíes (1990) y Poemas y Canciones de Amor y Libertad (1993). De más reciente aparición es Poemas entre el amor y el olvido (2003). También es autor de la novela Esa hierba que nunca muere (1989) y de Relatorios (1995), una colección de relatos.


EL PODER DE LA PALABRA

Si digo pan

y mi poema no convoca

a los hambrientos a la mesa,

es porque la palabra ya no sirve

y la poesía exige otro lenguaje.

Si digo amor

y mi poema no provoca

una tormenta de besos y canciones,

es porque la palabra perdió su magia

y la poesía debe buscar una nueva voz.

Si digo vida

y mi poema no revienta

un alba de luceros y primaveras,

es porque la palabra quedó sin dioses

y la poesía debe estar al servicio del hombre.

Si digo libertad

y mi poema no revoluciona

la conciencia de los sedientos de paz,

es porque la palabra dejó de ser instrumento

y la poesía está obligada a cambiar de poetas.

(De: Poemas y Canciones de Amor y Libertad, 1993)


DESTINO

sólo quiero escribir cuando amo

pero cuando amo dejo de escribir

por suerte cuento yo con las dos manos

que al tiempo de amar puedo sentir

sólo quiero vivir enamorado

pero me enamoro y dejo de vivir

y gracias que el amor equivocado

en vez de matarme me da que decir

sólo quisiera escribir y amar

y como si eso fuera posible

poder vivir un día sin respirar

sólo entonces quisiera yo morir

cruzar esta vida amando sin parar

y escribiendo poemas hasta dormir


ALGUIEN EN EL MUNDO

caen una y otra estrellas fugaces

en medio de la noche más profunda

mientras el mundo duerme sin advertir el hecho

cuando más sopla el torbellino

más caen las hojas y flores en las plazas

mientras la gente se guarece de la lluvia y no ve nada

miles y millones de personas por doquier

pueblan el planeta con sus sueños y miedos

entre ellos un hombre te ama y tú aún

no lo sabes

(De: Poemas entre el amor y el olvido, 2003)


Gonzalo A. Ramos

(Asunción, 1937)

Poeta. Aunque abogado de profesión, Gonzalo Antonio Ramos se interesa por la poesía desde muy joven. En 1959 publica su primer poema (titulado "Ya no está") en Vanguardia, órgano oficial del Centro de Estudiantes de Derecho y Notariado de la Universidad Nacional de Asunción. Sin embargo, recién en 1989 aparece Poemas, su primer poemario. A ese primer libro siguen varios otros, entre ellos: Como el monte y un cerro por camino (1990), El sol oscuro brillaba (1991), Azulada colina del mar (1992), Ventanas al alba (1993), La colina del mar (1995), Banderas castigadas (1996), Muelle en lejanía (1999) y Rosas otoñales (2000).


HECHIZOS

Cuántas veces sentí los hechizos

de esos ojos con brillo de sol

que bogaba con luces de ensueños

la colina desierta del mar.

Son rosales cubiertos de mieles

que salpican burbujas radiantes

en recuerdos de noches vibrantes

con destellos que viven pasión.

(De: La colina del mar, 1995)


EL ADIOS

En soledad

viajan los sueños

desnudos de alas

sangrando...

Es el adiós

de las hojas

vacías de ritmos

sin ojos.

Y el calor de la aurora

derrite la llaga

en el umbral

de roncos destellos.

(De:Muelle en lejanía, 1999)


MARZO HEROICO

Asesinos... asesinos...

Castigaron la plaza

la noche de banderas

y los pechos juveniles

La barbarie

al viento

derramó a los cielos

aromas de tragedias

Pueblo, campesinos y estudiantes

a la muerte derrotaron,

surcando marzo

en noche de asesinos...

Sangre a borbotones

desbarrancaron criminales,

asesinos,

golpistas fugitivos...

(De:Rosas otoñales, 2000)


Jacobo A. Rauskin

(Villarrica, 1941)

Poeta. Autor de una veintena de poemarios, Rauskin también ha publicado algunos poemas en revistas y antologías literarias locales y extranjeras. Su producción poética incluye, entre otros, los siguientes títulos: Oda (1964), Casa perdida (1971), Naufragios (1984), Jardín de la pereza (1987), La noche del viaje (1988; Premio La República 1989), La canción andariega (1991; Premio El Lector), Alegría de un hombre que vuelve (1992), Fogata y dormidero de caminantes (1994), obra que le ganó en 1996 el Premio Mu-nicipal de Literatura, compartido ese mismo año con Gladys Carmagnola (por su poemario Un sorbo de agua fresca, aparecido en 1995), La calle del violín allá lejos (1996), Adiós a la cigarra (1997, Premio "Roque Gaona"), Canciones elegidas (1998), Pitogüé (1999), La ruta de los pájaros (2000), Poemas viejos (2001), Andamio para distraídos (2001), El dibujante callejero (2002), Doña Ilusión (2003, Premio "Roque Gaona") y Poesía reunida (2004).


RECUERDOS DE UN LAGO

Una noche tibia…

no, no nos conocimos.

Nos destruimos

dulcemente,

cual conviene

sin duda

a quienes tienen

aún algo

por destruir

en sí mismos.


DIALOGO INTERIOR (SIN COPLA)

Entre el tedio

y el encuentro,

uno ya miente

diciendo:

no, no la quiero.

Y otro sopla

–en fiel silencio–

el muy oportuno

adverbio: aún.

(De: Naufragios, 1984)


UN SUEÑO

Las noches comenzaban a ser largas, no por el cambio de la hora local sino por cierto insomnio, muy frecuente en mí durante aquella época. Solía yo pasar muchos amaneceres caminando; buscaba un desayunadero, una panadería, una pirámide de frutas en la calle, un poco de mercado en las albas del no-sueño. A veces, leía el periódico y vivía mi propio collage

en esa plaza

con una glorieta

y otra viñeta

telúrica o tetánica

que, por otra parte, deja de ser una viñeta para ser un fragmento de río y chatarra en los ojos de cualquier madrugador desinteresado. Y una vez, estando yo ahí bajo la protección de las últimas estrellas, de la suave luna del alba, del fino sol llamado Febo por Pandora, quedé profundamente dormido.

Quién sabe si alguna vez desperté de aquel sueño; soñé que no era yo quien dormía.


CONFESION

Soñar es dulce;

no amar, amargo.

Por eso, yo no quiero

vivir sino en la periferia

confusa de mi sueño.

Rozando a veces la vigilia

y, a veces, algún cuerpo.

(De: Jardín de la pereza, 1987)


AÑORANZA

Musgo, jazmín, palmeras,

esta noche definen

el aroma y no el límite

de otra noche más densa.

¿Fue aquí? Fue ayer, fue ella,

criatura de fuego,

de inocencia y desvelo.

Fuimos dos, y mi estrella.


COMPOSICION EN BLANCO Y NEGRO

En el fango radial se demora el desenlace de una noche de fútbol. Oigo sin interés mientras tomo el fresco en mi porción de acera. También la calle rechaza el presente y se me aparece como si ella fuera un recuerdo, una glosa de otra noche. Bajo la luna, un perro ladra a una sombra y un borracho sigue su camino. Es curioso, creo haber visto ya la escena al tiempo que pienso que no soy yo, que debe ser otro quien ahora la está viendo.


FABULA

En mi camino encuentro

un árbol elocuente: dice cosas

que el viento calla y la razón entiende.

Es un palo borracho, un palo panzón.

Es un gordo del reino vegetal.

Las nubes pasan o se quedan en sus ramas.

Icaro vuela, lejos.

Y yo, que sólo vuelvo a mi casa,

creo que vuelvo a un árbol de mi infancia.

(De: Fogata y dormidero de caminantes, 1994)


José María Rivarola Matto

(Asunción, 1917 - 1998)

Dramaturgo, narrador y ensayista. Colaborador ocasional, durante muchos años, en varios periódicos de la prensa local, José María Rivarola Matto es autor, en narrativa, de una novela: Follaje en los ojos (1952) –obra que capta la angustiosa realidad de la vida en los obrajes del Alto Paraná– y de una pequeña colección de cuentos: Mi pariente el cocotero (1974). De su producción teatral se destacan, especialmente, El fin de Chipí González (1965; comedia estrenada en Asunción en 1956) y las obras de teatro: La cabra y la flor, premiada en 1965 en el concurso teatral de Radio Cáritas, La encrucijada del Espíritu Santo (1972), también galardonada en 1972, y Tres obras y una promesa (1983), antología teatral que reúne tres piezas: El fin de Chipí González, La calma y la flor y Su señoría tiene miedo. Ha publicado además ensayos como Hipótesis física del tiempo (1987), Reflexión sobre la violencia (1993) y La no existencia física del tiempo (1994), para dar sólo algunos títulos representativos.


LLORA LIBRE MARINERO

Iba subiendo el rumboso Paraná la balandra argentina "Aurora", aquella mañana apacible de horizontes netos bajo cielos lucientes.

Las tareas del día seguían la rutina de limpiar y pintar para el marinero paraguayo Aparicio Brítez enrolado en un puerto del Sur.

Había llegado de su pueblo perseguido por males manifiestos y disfrazados males; había vagado por ciudades extrañas en busca de conchabo con tornadiza suerte. La transitoria changa fue el socorro constante; los dormitorios hacinados de pensiones misérrimas, el consuelo habitual del mate para distraer la puntualidad del hambre; y la soledad, la frontera precisa de su cuerpo ante el matorral de un idioma y hábitos que expresaban situaciones opuestas al paisaje campesino donde había modulado su dulce infancia y una confundida juventud.

Después de trajinar sin rumbo, alguien le indujo al oficio marinero hablándole de horizontes que suben a los cielos, constelaciones movedizas, embriaguez de brisas, incansable murmullo de las aguas, la falaz urgencia enamorada de los puertos, y las citas seguras con el rancho.

Con mañas entró en el sindicato, y de allí pasó a fregar cubiertas, a estibar y remover cargas como precio por su boleto hacia la aventura.

En aquel momento, esa mañana, de pronto Aparicio vio venir bajando al buque paraguayo, que debía cruzarse a pocos metros con el "Aurora". Un súbito frenesí le agitó el corazón: de un salto trepó al puente del timón.

–¡Patrón!, ese barco es paraguayo, ¿no le podemos saludar?

–No lo conocemos… el pito no se toca por cualquier cosa… –contestó el Patrón encogiendose de hombros.

Ya se volvía Aparicio, aturdido, sin saber cómo explicarse, cuando le oyó decir:

–Tome, salúdelo al pasar, con esta bandera– y tomando una bandera paraguaya doblada en un armarillo, se la entregó.

Aparicio la apretó entre sus manos y se empinó sobre la baranda. Tomó las puntas correspondientes, y en el momento que se cruzaban los navíos, soltó la insignia patria, que flameó briosa con la fuerte brisa del andar, desde sus propios brazos extendidos.

Un apasionado grito de conmovida euforia se levantó en el otro buque; marineros y oficiales abandonaron sus tareas y se precipitaron a la borda exaltados ante esta evocación amada de flamígero arrebato, que pasaba navegando llevada por un hombre.

Aparicio vio a su lado al Patrón; quiso ocultar las gruesas lágrimas que corrían libres desde hondones del pecho conturbado.

Pero le oyó decir con voz enronquecida:

–No se avergüence de llorar, marinero: todo ese barco está llorando, y muchos, también en éste.

Me fastidia la fanfarria patriotera; me irrita que se le saque lucro, pues se vuelve tímido el sentimiento honrado, ese que se cría entre vividas experiencias, con dolores y esperanzas comunes, y un largo orgullo compartido.

(De: Mi pariente el cocotero, 1974)


Augusto Roa Bastos

(Asunción, 1917)

Poeta, narrador, periodista, ensayista, guionista cinematográfico y dramaturgo. Uno de los grandes maestros de la narrativa contemporánea, ganador del Premio Cervantes 1989 y el escritor paraguayo de más renombre internacional, Roa Bastos vivió en el exterior (Argentina y Francia) durante casi medio siglo (desde 1947). Miembro del grupo que inició la renovación poética en el Paraguay en la década del 40 –con Josefina Plá y Hérib Cam-pos Cervera, entre otros–, regresó a su país natal –donde reside actualmente– poco tiempo después de la caída del régimen de Stroessner (1989). Muchas de sus obras han sido traducidas a varias lenguas, distinguidas con prestigiosos premios internacionales e incluso llevadas al cine. Sus libros de poemas incluyen El ruiseñor de la aurora y otros poemas (1942) y El naranjal ardiente (1960). En 1995 apareció Poesías reunidas (Edición de Miguel Angel Fernández). Su copiosa producción narrativa –que tiene su génesis en el exilio– gira, temáticamente, en torno a la realidad problemática de su país. El trueno entre las hojas, su primera colección de cuentos, data de 1953. Otras antologías cuentísticas son: El baldío (1966), Los pies sobre el agua (1967), Madera quemada (1967), Moriencia (1969), Cuerpo presente y otros cuentos (1971), Lucha hasta el alba (1979), Antología personal (1980) y Contar un cuento y otros relatos (1984), para dar sólo unos cuantos títulos representativos. En 1960 publicó su primera novela, Hijo de hombre, obra ganadora del Concurso Internacional de Novelas de la Editorial Losada (1959) y epopeya sublime de un pueblo sufrido y doliente, cuya narración abarca un marco temporal muy amplio: desde la dictadura del doctor José Gaspar Rodríguez de Francia (1814-1840) hasta años después de la Guerra del Chaco (1932-1935). En 1974 salió a luz Yo el Su-premo, su segunda novela y, hasta la fecha, la más traducida de las obras narrativas paraguayas de las últimas décadas. Yo el Supremo –inspirada en un personaje histórico, el doctor Francia, supremo dictador del Paraguay durante 26 años– es también la novela que le ha ganado, hasta ahora, tres importantes y codiciados galardones: el Premio de Letras del Memorial de América Latina (Brasil, 1988), el Premio Cervantes (España, 1989) y la Condecoración de la Orden Nacional del Mérito (Paraguay, 1990). En 1984 apareció El sonámbulo, una novela corta. Sus últimas novelas publicadas son: Vigilia del Almirante (1992; Premio El Lector), El Fiscal (1993), Contravida (1994) y Madama Sui (1995), obra que le ganó el Premio Nacional de Literatura 1995, galardón que en Paraguay sólo se otorga cada dos años. También es autor de una pieza teatral, La tierra sin mal (estrenada en Asunción en 1998), ambientada en las Reducciones Jesuíticas del Paraguay y situada en 1768, año de la expulsión de la Compañía de Jesús de territorios americanos.


LOS HOMBRES

Tan tierra son los hombres de mi tierra

que ya parece que estuvieran muertos;

por afuera dormidos y despiertos

por dentro con el sueño de la guerra.

Tan tierra son que son ellos la tierra

andando con los huesos de sus muertos,

y no hay semblantes, años ni desiertos

que no muestren el paso de la guerra.

De florecer antiguas cicatrices

tienen la piel arada y su barbecho

alumbran desde el fondo las raíces.

Tan hombres son los hombres de mi tierra

que en el color sangriento de su pecho

la paz florida brota de su guerra.


LA TIERRA

Sembrada entre sus vientos capitales

y desde el pecho casi sin orilla,

su corazón estalla en la semilla

de corazones rojos e inmortales.

Al Norte, sus cornisas minerales;

la arena, al Oeste, que en los huesos brilla,

y entre el Este y el Sur, la verde quilla

de su barco de tierra y vegetales.

Hundida hasta la frente con su carga

de escombros y de vivos corazones,

mira pasar el tiempo en una larga

sucesión de esperanzas y muñones,

hasta que rompa su prisión amarga

el puño popular de sus varones.

(De: El naranjal ardiente, 1960)


CANTO A JULIO CORREA*

I

Corazón popular

del solar guaraní,

se quebró ya el rubí

de tu idioma sin par.

El varón torrencial

que templara tu voz,

se durmió junto a Dios

en el sueño inmortal.

II

Ya se apagó

el gran proscenio

donde tu genio

tu arte forjó.

Con voz viril

de primavera,

la raza entera

se expresó en ti.

II (bis)

Anocheció

al mediodía,

la luna fría

gimió en un ¡ay!

Númen de unión

tu nombre sea,

Julio Correa

en Paraguay.

III

Desde el luqueño jardín

donde tu sueño vivió,

tu corazón de jazmín

sueños de vida plasmó.

Y en el teatro vital

que tu emoción alumbró,

tu recia voz nacional

verdad de pueblo sembró.

III (bis)

Bajo la tierra natal

tus ojos claros serán

en la raíz de Guarán

germen vibrante vernal.

Y entre tus brazos en cruz

nuestro lenguaje racial

florecerá musical

lazo fraterno de luz…

(¿1954?)


EL BALDIO

No tenían cara, chorreados, comidos por la oscuridad. Nada más que sus dos siluetas vagamente humanas, los dos cuerpos reabsorbidos en sus sombras. Iguales y sin embargo tan distintos. Inerte el uno, viajando a ras del suelo con la pasividad de la inocencia o de la indiferencia más absoluta. Encorvado el otro, jadeante por el esfuerzo de arrastrarlo entre la maleza y los desperdicios. Se detenía a ratos a tomar el aliento. Luego recomenzaba doblando aún más el espinazo sobre su carga. El olor del agua estancada del Riachuelo debía estar en todas partes, ahora más con la fetidez dulzarrona del baldío hediendo a herrumbre, a excrementos de animales, ese olor pastoso por la amenaza de mal tiempo que el hombre manoteaba de tanto en tanto para despegárselo de la cara. Varillitas de vidrio o metal entrechocaban entre los yuyos, aunque de seguro ninguno de los dos oiría ese cantito isócrono, fantasmal. Tampoco el apagado rumor de la ciudad que allí parecía trepidar bajo tierra. Y el que arrastraba, sólo tal vez ese ruido blando y sordo del cuerpo al rebotar sobre el terreno, el siseo de restos de papeles o el opaco golpe de los zapatos contra las latas y cascotes. A veces el hombro del otro se enganchaba entre las matas duras o en alguna piedra. Lo destrababa entonces a tirones, mascullando alguna furiosa interjección o haciendo a cada forcejeo el ha… neumático de los estibadores al levantar la carga rebelde al hombro. Era evidente que le resultaba cada vez más pesado. No sólo por esa resistencia pasiva que se le empacaba de vez en cuando en los obstáculos. Acaso también por el propio miedo, la repugnancia o el apuro que le iría comiendo las fuerzas, empujándolo a terminar cuanto antes.

Al principio lo arrastró de los brazos. De no estar la noche tan cerrada se hubiera podido ver los dos pares de manos entrelazadas, negativo de un salvamento al revés. Cuando el cuerpo volvió a engancharse, agarró las dos piernas y empezó a remolcarlo dándole la espalda, muy inclinado hacia adelante, estribando fuerte en los hoyos. La cabeza del otro fue dando tumbos alegres, al parecer encantada del cambio. Los faros de un auto en una curva desparramaron de pronto una claridad amarilla que llegó en oleadas sobre los montículos de basura, sobre los yuyos, sobre los desniveles del terreno. El que estiraba se tendió junto al otro. Por un instante, bajo esa pálida pincelada, tuvieron algo de cara, lívida, asustada la una, llena de tierra la otra, mirando hacer impasible. La oscuridad volvió a tragarlas en seguida.

Se levantó y siguió halándolo otro poco, pero ya habían llegado a un sitio donde la maleza era más alta. Lo acomodó como pudo, lo arropó con basura, ramas secas, cascotes. Parecía de improviso querer protegerlo de ese olor que llenaba el baldío o de la lluvia que no tardaría en caer. Se detuvo, se pasó el brazo por la frente regada de sudor, escarró y escupió con rabia. Entonces escuchó ese vagido que lo sobresaltó. Subía débil y sofocado del yuyal, como si el otro hubiera comenzado a quejarse con lloro de recién nacido bajo su túmulo de basura.

Iba a huir, pero se detuvo encandilado por el fogonazo de fotografía de un relámpago que arrancó también de la oscuridad el bloque metálico del puente, mostrándole lo poco que había andado. Ladeó la cabeza, vencido. Se arrodilló y acercó husmeando casi ese vagido tenue, estrangulado, insistente. Cerca del montón había un bulto blanquecino. El hombre quedó un largo rato sin saber qué hacer. Se levantó para irse, dio unos pasos tambaleando, pero no pudo avanzar. Ahora el vagido tironeaba de él. Regresó poco a poco, a tientas, jadeante. Volvió a arrodillarse titubeando todavía. Después tendió la mano. El papel del envoltorio crujió. Entre las hojas del diario se debatía una formita humana. El hombre la tomó en sus brazos. Su gesto fue torpe y desmemoriado, el gesto de alguien que no sabe lo que hace pero que de todos modos no puede dejar de hacerlo. Se incorporó lentamente, como asqueado de una repentina ternura semejante al más extremo desamparo, y quitándose el saco arropó con él a la criatura húmeda y lloriqueante.

Cada vez más rápido, corriendo casi, se alejó del yuyal con el vagido y desapareció en la oscuridad.

(De: El baldío, 1966)


Guido Rodríguez-Alcalá

(Asunción, 1946)

Poeta, narrador, ensayista, periodista y crítico literario. Doctorado en Literatura por la Universidad de Nuevo México (Estados Unidos, 1979), prolífico escritor y asiduo colaborador en diversos periódicos locales y extranjeros, Guido Rodríguez Alcalá ha publicado obras en casi todos los géneros. Su producción literaria incluye, entre otros, los poemarios Apacible fuego (1966), Ciudad sonámbula (1968), Viento oscuro (1969), Labor cotidiana (1979) y Leviatán et cétera (1981). En narrativa es autor de Caballero (novela, 1986), Cuentos decentes (1987), Caballero rey (novela, 1988), Curuzú Cadete: Cuentos de Ayer y de Hoy (1990; Premio Radio Curupayty), El rector (novela, 1991), obra galardonada con el Premio El Lector (en narrativa) de ese año, Cuentos (1993) y Velasco (2002), su novela más reciente. También ha escrito varios ensayos, entre ellos: Literatura del Paraguay (1980), Ideología autoritaria (1987) y Borges y otros ensayos (1995), para mencionar sólo tres títulos representativos.


ARTE POETICA

VII

Yo soy como la voz

de muchas voces

como el canto de muchos

patria, callada perra

pobre vieja

que se muere de sueño.

Yo, rencoroso Edipo,

insatisfecho, terco,

soy poeta.

Digo lo que no dicen

lo que nunca dijeron

Fulano, Juan Zutano,

yo canto sus rencores,

yo vengo a sus silencios

(y quizá no lo saben

y quizá canto mal).

No me quieras pedir

historias lindas;

todos estamos mal.


COMO SE BUSCA EL FUEGO

Como se busca el fuego

en las cenizas frías

de la hoguera extinguida

he buscado el calor

en vano en la desierta

geografía, en los símbolos,

gastados de tu historia

en todos los hermanos

(quiero decir aquellos

que son tus hijos todos)

pobre, callada, sola,

discreta madre patria.

(De: Labor cotidiana, 1979)


CLARA Y EL FANTASMA

Clara no acostumbraba hacer esas cosas pero aquella noche se dijo que había trabajado todo el día y que todos los días trabajaba todo el día, así que era cuestión de cambiar de rutina. Sin embargo, no fue a la boite para estar acompañada, fue porque fue. Así se lo repetía para sus adentros y, cuando vio llegar al hombre, estuvo a punto de rechazarlo. ¿Piensa que una viene para eso? Era la frase que tenía en la punta de los labios cuando el hombre la invitó a bailar pero, medio segundo antes de despacharlo, decidió aceptar su invitación. El hombre parecía cortés. No daba por sabido que una mujer sola en una boite necesitaba un hombre.

Y así se hicieron amigos, porque tomaron la costumbre de verse en la misma boite y hablar horas enteras, pero sin hacerse demasiadas preguntas. Había una comprensión tácita entre los dos, algo que no podía comprender la del segundo piso.

Y es que Clara vivía en un cuarto piso y el edificio no tenía ascensor. Las escaleras de madera crujían y, al pasar por el segundo, era seguro que la pareja encontraría la puerta de la vecina entornada, como por casualidad, cuando no sentía la llave moviéndose en la cerradura.

¿Era malicia, curiosidad, infantilismo? Clara no podía saberlo pero le divertía pensar lo que pensaba la vecina que la veía montar las escaleras acompañada y descenderlas sola. Quizás la curiosa, mientras Clara trabajaba en un banco, contando billetes interminables y ajenos, había llegado furtivamente hasta el cuarto piso y mirado por el ojo de la cerradura. ¡Qué decepción! Contando y recontando plata, Clara podía imaginar el asombro de la fisgona, que ya estaría imaginándose una historia de fantasmas. Sólo que las historias de fantasmas no pueden contarse y a la vecina le gustaba contarlo todo y no podía arriesgar su reputación contando que la del cuarto piso dormía con un hombre inexistente.

No. Era preciso dar el nombre, la descripción; de ser posible, señalarlo y decir es aquél. Pero el potencial aquél se evaporaba y la relación que para Clara resultaba de más en más placentera, para la curiosa se volvía torturante. ¿Dónde estaba? ¿Quién era? ¿Qué hacía?

Tanto la torturaban esas cuestiones que, finalmente, decidió verificar la identidad del fantasma en forma bastante impertinente. Y así, cuando Clara llegaba al segundo piso, se abría bruscamente la puerta de la vecina, que salía y se ponía en jarras, como censurando. El fantasma trató de ser cortés; trató de intercambiar con ella algunas palabras cuando se cruzaban pero la vecina, de más en más desagradable, terminó con una crisis de nervios que la llevó a una internación siquiátrica prolongada.

Fue un castigo justo, pensó Clara, aunque ella se ocupaba mayormente de lo suyo y no tenía tiempo para incomodarse a causa de los demás. Justo, por haberse preguntado más de lo que uno debe preguntarse acerca de los otros, a quienes debe respetarse en su intimidad. La misma Clara, al fin y al cabo, tampoco sabía mucho pero había tenido el buen tino de ser discreta. La primera noche que trajo al hombre a su casa no lo sintió al amanecer pero, como en el próximo encuentro lo encontró muy sincero, comprendió que él no tenía la culpa de ser quien era.

No creer en fantasmas no es tan sencillo como creer lo que se dice de los fantasmas. ¿Cuál es la verdad? Los dos se entendían bien y ella ni siquiera tenía necesidad de levantarse temprano para prepararle el café. Sigamos así, le dijo ella cuando él se disculpó de su primera desaparición con un ramo de flores blancas que se esfumaron con él en el segundo encuentro. Pero ella no se lo echó en cara y nunca más volvieron a tener disgustos porque ninguno de los dos hacía demasiadas preguntas.

(De: archivos del autor, agosto de 2004)


Hugo Rodríguez-Alcalá

(Asunción, 1917)

Ensayista, poeta, narrador y crítico literario. Doctorado en Derecho y Ciencias Sociales por la Universidad Nacional (Asunción, 1943) y en Filosofía y Letras por la Universidad de Wisconsin (Madison, 1953), residió en Estados Unidos (de Norteamérica) durante casi cuatro décadas ejerciendo la cátedra de literatura en varias universidades. Fundador y primer director del Departamento de Estudios Hispánicos de la Universidad de California, Riverside, volvió a su ciudad natal en 1982 –después de jubilarse de dicha universidad–, donde dirigió el Taller Literario Cuento Breve desde 1983 hasta hace poco y donde colabora regularmente en diversas revistas especializadas y suplementos literarios locales y extranjeros. También fue redactor en jefe de las "Commemorative Series" de la Universidad de California, miembro del consejo editorial de importantes revistas literarias (Hispanic Review, Revista Iberoamericana, Hispanic Journal y otras) y dirigió la colección "Cuentos de Taller" de su Taller Cuento Breve. De prolífica labor crítica, Hugo Rodríguez-Alcalá tiene en su haber unos cincuenta libros publicados. Es autor de numerosos ensayos y libros de crítica, como también de varios poemarios y colecciones de cuentos. De su producción crítica y ensayística sobresalen: El arte de Juan Rulfo (1965), Sugestión e Ilusión (1967), Historia de la literatura paraguaya (1970; en co-autoría con Dirma Pardo Carugati, publicó una nueva edición, aumentada, en 2000), Narrativa hispanoamericana (1973), Ricardo Güiraldes: apología y detracción (1986) y La incógnita del Paraguay y otros ensayos (1987). Sus obras narrativas incluyen cuatro colecciones de relatos: Relatos del Norte y del Sur (1983), El Ojo del Bosque: Historias de Gente Varia/ Historias de Soldados (1985), La doma del jaguar (1995) y El dragón y la heroína (1997). En poesía ha publicado, entre otros, los poemarios La dicha apenas dicha (1967), Palabras de los días (1972), El canto del aljibe (1973), El portón invisible (1983) y Terror bajo la luna (1983). De más reciente aparición son Romancero tierra adentro, Romancero de Juan Lobo y Antología Poética, todos publicados en 1999, año en que se le concedió el Premio Nacional de Literatura.


PROYECTO DE POEMA

Un poème c’est bien peu

de chose...

R. Queneau

Tema:

mi madre en la casona vieja,

entre las cuatro y cinco de la tarde.

Que se la pueda ver a sus ochenta

y tantos años, pulcra y sosegada,

leyendo en su sillón del corredor.

Que el corredor se haga imaginable:

largo, con sus baldosas coloradas

y las que han sido más o menos blancas.

Que, como fondo, el patio sea intuible

con las palmas, la parra, el jazminero,

y el aljibe en el centro.

No abusar de detalles:

lo esencial es la dueña de la casa

leyendo en su sillón.

Rostro moreno,

hermoso todavía,

capaz

de la alegría más vivaz

como de la tristeza

más discreta.

El cabello rizado, todo blanco.

El aire de la patria, dulce y ácido,

ha de sentirse en torno a su figura.

Y no olvidar:

que a pocos pasos de ella

brinquen y píen cuatro o cinco audaces

gorriones, reclamando

las migajas rituales de la tarde.

Si pudieras pintar ese retrato

con las palabras justas,

estarías allí, en la vieja casa,

vencedor de tu exilio y, para siempre,

con tu tiempo mejor recuperado.

Mayo-junio, 1970


EL PORTON INVISIBLE

... Ed io non so chi va e chi resta…

E. Montale

En la fotografía busco el alto

portón, aquel portón del viejo patio

para ver si es que puedo introducirme

en secreto, y quedarme allí, temblando,

en espera de cosas abolidas.

Mas la fotografía sólo muestra

el muro de ladrillo, a mano izquierda,

y a la mano derecha, esas casonas

que hoy como ayer están allí, en silencio,

proyectando sus sombras en la acera.

Un muchacho moreno, muy delgado,

con ágil paso avanza junto al muro.

Ese muchacho es hoy un blanco abuelo

que habrá olvidado acaso aquella siesta

en la calle desierta, bajo un cielo

ardoroso de enero o de febrero.

–Muchacho: date vuelta; retrocede;

ve si puedes llegar hasta el portón

y abrirlo para mí. Tuya es la hora

de esa remota siesta. Deja abierto

el antiguo portón ahora invisible.

Yo habré de entrar para quedarme a solas

en el patio, mirando a todos lados,

andando de puntillas hacia el fondo...

Tú seguirás andando mientras tanto

por la calle soleada y silenciosa.

Yo, sin hacer ruido, al poco rato,

saldré a la calle que ahora es toda tuya

y cerraré con llave, para siempre,

el portón de tu infancia y de mi infancia.

17 de junio, 1972

(De: El portón invisible, 1983)


PANCHA GARMENDIA INTUYE SU DESTINO

…Caminaba con mucha dificultad

por la larga permanencia en el cepo…

La Pancha no pudo ocultar la

sorpresa que le causó la inesperada

presencia del Mariscal, pues se detuvo

y retrocedió al verlo; López avanzó

hacia ella, le extendió fríamente

la mano…

P. Fidel Maíz

Encontré al Mariscal de pie en el

corredor cerca de uno de los últimos

horcones o pilares de madera labrada.

Le manifesté el objeto que me

llevaba ante él. En seguida en un

pedazo de papel blanco escribió a

lápiz contra el horcón los nombres

de la Pancha Garmendia y de las

hermanas de Barrios y me lo entregó

con la orden de mandarlas ejecutar.

Juan Crisóstomo Centurión

Entre cuatro sayones, desgreñada,

marchita su hermosura incomparable,

Pancha Garmendia, muy penosamente

camina por el bosque. Los harapos

dejan ver, en su cuerpo ayer de nieve

las huellas aún sangrientas del suplicio.

Es la Doncella, orgullo en otro tiempo

de su raza; tan bella y deslumbrante

que a su paso la gente enmudecía

y los ojos no osaban contemplarla.

* * *

El sendero del bosque desemboca

en el improvisado campamento.

Por doquiera hay lanceros de la Guardia

que reposan sus lanzas en la tierra

y las sujetan, rígidos, formando

grupos de estatuas de perfil broncíneo.

Pancha Garmendia mira a todos lados.

–¿Adónde me conducen?– se pregunta.

Los Acã Carayá le infunden miedo.

¡Aún puede sentir miedo! Esos soldados

de terrible semblante; este silencio

ominoso, le advierten la presencia

–que habrá de ser muy próxima– del hombre

cuyo ceño iracundo la persigue

en sus insomnios y en sus pesadillas

y en las horas atroces del tormento.

De pronto, la doncella, con espanto,

ve aproximarse al Mariscal. Los ojos

de él, los siente encendidos como llamas

que hacen arder sus llagas y congelan

el flujo de su sangre. Los sayones

se detienen, clavados en la tierra

con pávida atención. El hombre llega.

Los sayones se apartan como autómatas.

El hombre fríamente la saluda

con ronca voz, tendiéndole la mano.

Pancha Garmendia, en su estupor, no atina

a estrechar esa mano poderosa

que se le acerca, dura, imperativa.

Retrocede unos pasos, aterrada.

Un diamante chispea en esa mano.

Detrás del hombre, en lo alto, al viento cálido

flamea una bandera. La voz ronca

le ordena penetrar en el recinto

del Poder Absoluto. Ella obedece.

Una mujer de claros ojos, rubia,

la sale a recibir. Tiembla Panchita

porque sabe muy bien quién la recibe

tendiéndole esas manos enjoyadas.

Más miedo siente ante esta hermosa hembra

que ante el caudillo inexorable. El rostro

de la mujer sonriente disimula

el ya viejo rencor que se ha enconado.

La fingida bondad, el agasajo

la cohiben aún más y la trastornan.

A los ruegos corteses toma asiento.

Al hacerlo, dolores agudísimos

le acalambran las piernas laceradas,

le apuñalan el pecho y le acribillan

la espalda en rojas llagas encendida.

Le ofrecen ahora dulces y bizcochos.

Famélica, con ansia en mano torpe

de uñas rotas, manchadas de su sangre,

Pancha acepta un bizcocho. Aunque las lágrimas

la ciegan, se domina. Vagamente

sonríe y va afirmando su persona

en los finos modales de su estirpe:

aunque envuelta en harapos, la doncella

lleva en sí un invencible señorío.

Y ya, por un milagro de su orgullo,

sus ojos vuelven a brillar, hermosos,

con un fulgor de retenidas lágrimas.

El busto se le yergue cual ceñido

en preciosos encajes. La pareja

la observa con asombro. El hombre le habla

en tono ya distinto, bondadoso.

El, el duro señor, en homenaje

al señorío invicto en la desgracia,

se muestra lo que es; cae la máscara

que las grandes angustias de la guerra

fijaron en su rostro ayer sereno.

Pancha Garmendia advierte en la mirada

del férreo Mariscal un noble brillo,

un fulgor compasivo y generoso.

Y sorprende, en los ojos de la Inglesa,

un súbito relámpago de ira.

* * *

Cuando Pancha Garmendia se despide,

junto a la puerta esperan los sayones.

Entre cuatro fusiles, cuatro sables,

Pancha Garmendia vuelve a su tugurio.

Ya ha adivinado ella su destino:

ya sabe que va a ser alanceada.

Setiembre de 1982

(De: Terror bajo la luna [Sobre gestas de dos siglos], 1985)

EL PUEBLO

San Pedro del Paraná

es su pueblo. Mes de enero.

Olor a campo fecundo

que el sol calienta. Y silencio.

El caserío se inclina

con la canícula. El pueblo,

cinco o seis cuadras de casas

y ranchos pobres y viejos.

La iglesia, de tan mezquina

apenas parece un templo,

aunque por dentro, el altar

es de estilo plateresco.

Algunas cruces y tumbas:

eso es todo el cementerio.

La Plaza es sólo un baldío

con un mástil en el centro.

El horizonte se extiende

en línea de cocoteros

de copas que se deslíen

al aire de azur y fuego.

Lentas carretas de bueyes

cansados y soñolientos

salen del pueblo dormido,

las altas ruedas, crujiendo.

El arroyo manso y limpio

cruza el camino bermejo.

Allí, chicuelos desnudos

bañan sus cuerpos morenos.

Allí se paran los bueyes

y mojan sus tibios belfos.

Sobre lo verde del valle

el rojo alegre y violento

del camino, se enardece

y alza un polvo turbio y seco.

¡Camino rojo que trae

vagos rumores al pueblo

y lleva rumores vagos

que se pierden a lo lejos!

Pero nunca trae nada

diferente, nada nuevo.

Y el pueblo nunca despierta

de la calma de su sueño.

Entreabre a veces los ojos

al repique dulce y lento

de las campanas. Los gallos

hieren el hondo silencio:

único reloj que advierte

la tarda fuga del tiempo.

INFANCIA DE JUAN LOBO

Al padre de Juan, Tenorio

de amorosas serenatas,

andaluz de cantos hondos

que cavaba en la guitarra;

Lobo auténtico que siempre

hacía honor a su raza,

quebráronle el canto un día

tres balas en la garganta.

Con fuego de amores rojos

celos negros provocaba;

por eso, una noche negra

lo mataron por venganza.

Criolla que era su esposa

le lloró desconsolada

y puso junto a la cruz

la ensangrentada guitarra.

Pero Juan, hijo del canto

en cuya sangre vibraban

las cuerdas enmudecidas,

cogió un día la guitarra

y en el silencio del bosque

despertó la caja mágica.

Coplas del huérfano alzaron

en la noche alucinada,

un clamor de redención

por sus lágrimas heladas...

Mucho tiempo persiguieron

al huérfano, sueños malos:

una noche de puñales

de gritos y fogonazos;

el cuerpo del padre en tierra;

en el aire, muerto el canto

y la guitarra ya muda

junto al cadáver, sangrando...

Una cruz en el silencio

con la guitarra en los brazos:

y fuga del asesino

al galope sobre el campo...

(De: Romancero de Juan Lobo, 1999)


Elvio Romero

(Yegros, 1926 - Buenos Aires, 2004)

Poeta y periodista. Fecundo versificador del sentir de su pueblo y uno de los representantes más prolíficos del vanguardismo social –en la línea de su compatriota Hérib Campos Cervera y de Pablo Neruda, otro gran hermano latinoamericano–, Elvio Romero es el poeta paraguayo más conocido de las últimas décadas a nivel internacional. En 1947 tuvo que abandonar su país por razones políticas y se exilió en Buenos Aires, donde ha escrito y publicado la mayor parte de su creación poética. Autor de más de una docena de poemarios traducidos a más de una decena de lenguas, Elvio Romero ha recibido el elogio de dos grandes poetas de América, ambos ganadores del Premio Nóbel. "Pocas veces –ha escrito de su poesía Gabriela Mis-tral– he sentido la tierra como acostada sobre un libro", y Miguel Angel Asturias, comentando su obra, ha expresado: "Poesía invadida llamo yo a esta poesía, poesía invadida por la vida, por el juego y el fuego de la vida". Entre sus numerosos poemarios figuran: Días roturados (1948), Despiertan las fogatas (1953), Los innombrables (1959), De cara al corazón (1961), Esta guitarra dura (1961), Destierro y atardecer (1962, 1975), Libro de la migración (1966), Antología Poética (1981), Los valles imaginarios (1984), El sol bajo las raíces (1984), Despiertan las fogatas (1986), Resoles áridos (1987), Poesías completas (2 vols., 1990) y El poeta y sus encurcijadas (1991), libro que le ganó en su país el primer Premio Nacional de Literatura 1991, distinción con él inaugurada y creada por iniciativa del Parlamento paraguayo con el nombre de "Premios Nacionales de Literatura y Ciencia". En 1995 apareció Flechas en un arco tendido y más recientemente, en 2003, Contra la vida quieta: Antología, su último poemario y libro que va acompañado de un CD con la voz del autor, el poema "Elvio Romero. Poeta Paraguayo", a él dedicado y recitado por Rafael Alberti, y la canción "Cielito del Paraguay", interpretada por Lizza Bogado.


EL DICTADOR

(Epigrama)

Pobló el solar

de cárceles;

supuso que a su paso

no crecerían nunca

las hierbas ni el rocío.

El desprecio a su imagen

y a su nombre

los verdeció

hace tiempo.

EXTRANJERO

Viajero: te lo han dicho;

ya lo has oído, pobre de ti, "¡extranjero!".

Ya no mereces reposar

–¡como tanto querías!– por fin bajo esos álamos.

Y te lo ha dicho un niño, deseando

saber qué aires silbabas; te lo ha dicho mirando

tu mirada; te lo ha dicho sintiendo

en su inocencia toda tu inocencia.

Esta tierra no es tuya

–debes saberlo siempre–, ni siquiera tu sombra

te conoce esta tarde; recoge nuevamente

tus pobres cosas; pudiera conocerte

piadosamente un día la piedra en que descanses.

Viajero: ¡te lo han dicho!

Escúchalo y no tiembles. Quizá haya sido justo

morir antes de oírlo; quizá ya ese "extranjero"

te induzca a retornar, a no ser huésped

de tu propia penumbra destrozada.

Y te lo ha dicho un niño, pobre de ti,

viajero.

Ya no mereces reposar

–¡como tanto querías!– por fin bajo esos álamos

(De: Antología Poética, 1981)


ALEGRES ERAMOS...

Usted sabe, señor,

qué alegría colgaba en la floresta;

qué alegría severa

como raigambre sudorosa;

cómo el alegre polvo veraniego

fulguraba en su lámina esplendente,

¡cómo, qué alegremente andábamos!

¡Qué alegremente andábamos!

Usted sabe, señor,

usted ha visto cómo

la lluvia torrencial sempiterna caía

sobre un textil aroma de bejucos salvajes

y cómo iba dejando con sus pétalos húmedos

su flora resbalosa,

su acuosa florería.

Usted sabe, señor,

cómo los sementales retozaban

hartos de florecer, jubilosos de hartazgo,

con qué poder la noche deponía

su amargura en la altura del rocío

tal como deponía la desdicha

su arma en las arboledas.

Usted sabe qué alegre

frutecer de racimos por las ramas,

como alegres luciérnagas subían

a encender las estrellas

a conducir azahares que estallaban

como emoción nupcial o lumbraradas.

Usted sabe, señor,

que antes de que aquí se enseñoreara

la pobreza, frunciendo hasta las hojas,

desesperando al aire,

bien sabe, bien conoce

que cualquier miserable aquí podía

prorrumpir con un canto en su garganta,

en su pecho opulento.

(¡Cómo podías reír, muchacha mía!

Juvenil, ¡cómo izabas

una sonrisa fértil como un grano,

cómo te coronaban los jazmines

y cómo yo apuraba

mi vaso de fervor! ¡Qué alegres éramos!)

Antes,

antes de la amargura,

antes de que sorbiéramos

un caudaloso cáliz de indigencias boreales,

antes de que supiéramos

que en su reverso el sol guardaba al hambre,

¡qué alegres caminábamos!

Antes,

antes de que al aura ofendieran,

antes del mayoral, del tiro, antes del látigo,

qué alegría, señor,

¡qué alegremente andábamos!


CARTA A JULIO CORREA

Julio: vuelvo a escribirte ahora, madurado

en este oficio amargo de recordar mi tierra,

llena de estragos hondos y un sino desolado,

la que dejó mi vida tendida en su costado

izando hasta su cielo las sombras de la guerra.

Te recuerdo plantado como un árbol frondoso

ante el nivel caliente de un crepúsculo abierto,

árbol antiguo, agreste; ramaje poderoso

de empurpurada tierra, de polvo fragoroso

resumiendo el silencio del paisaje desierto.

Cuando imagino, Julio, que allí la vida tiene

un telón de sombrío derrumbe oscurecido,

que es una rosa ardiente la pasión y sostiene

el corazón su rama de espinos, se me viene

la voz en hondo trueno de tizón encendido.

Te alcanzó en el sendero la vida más amarga,

y su sabor amargo lo llevaste prendido

como algo que en la densa soledad nos descarga

una dura tristeza, una tristeza larga

arándonos el pulso y el puño decidido.

Has conocido al hombre cuando enseñó el severo

reverso de su sangre poderosa y bravía,

que luego se hizo fuego vibrante y sol señero,

torrentera boreal, remanso verdadero,

abriendo por los montes tajos de valentía.

Todo fue un tiempo clara severidad, tranquilo

beso del esplendor en la luz mañanera,

de roja claridad acostada en el filo

de la tarde, del limpio albor llevando en vilo

el amor, la mies clara, el sol, la primavera.

Después . . . ¡lo que sabemos! ¡Viejo dolor ceñido

al bulbo terrenal que la vida sustenta;

viejo dolor de pueblo castigado y caído,

de pueblo que levanta su ardor amanecido

en la humillada noche como dura tormenta!

Después . . . ¡lo que sabemos! ¡La libertad vendida,

vendido el cielo claro, vendidas las amigas

albas que demoraban su ramazón florida,

vendido el aire suave, la brisa atardecida,

vendido el corazón, vendidas las espigas!

La libertad, fogosa, reclama nuestra mano,

dulce como los sueños, roja como la brasa

radiante que resalta hacia un confín lejano;

la libertad, tan simple como el trigo lozano,

cual la mesa raída y el vino de tu casa.

¿Escucharás también la nueva melodía?

¿No has aguardado acaso que la vida recobre

la fabulosa gracia de vivir la alegría,

de vivirla en las cosas más tiernas cada día,

en el bucle de un niño o en tu mantel de pobre?

Cuando regrese, Julio, habrá flores dichosas

acogiendo el anuncio de las nuevas semillas.

Todo tendrá el aroma de las cosas sencillas.

La tierra, el alba pura se abrirán generosas.

Nosotros, como siempre . . . ¡cantando maravillas!

(De: Despiertan las fogatas... [1950-1952], 1986)


Jesús Ruiz Nestosa

(Asunción, 1941)

Narrador, fotógrafo y periodista. Aunque ejerce el periodismo desde hace muchos años y ha publicado cuentos y novelas a partir de los años setenta, la fotografía es, según palabras del mismo escritor, "una actividad por la que siento especial afecto". En ese sentido ha hecho numerosas exposiciones en Asunción, y en 1992 se realizó una muestra retrospectiva de sus fotografías en el Museo Paraguayo de Arte Contemporáneo. Con respecto a su producción narrativa, en 1973 apareció en Buenos Aires Las musarañas, su primera novela cuya temática gira en torno al ascenso social y posterior caída de una familia arribista. El resto de sus obras publicadas incluye "La huida", cuento galardonado con el "Premio Hispanidad" (1974), El contador de cuentos (1980), volumen de cinco cuentos cuyo relato titular ("El contador de cuentos") había sido publicado con anterioridad en Alemania (1979) en una antología dedicada a escritores paraguayos, Los ensayos (1982) y Diálogos prohibidos y circulares (1995), su segunda y tercera novelas, respectivamente. También es autor de varios textos poéticos, entre ellos: "El Río" (1978; año de estreno) y "La Cruz del Sur" (estreno en 1984), para dos obras musicales del director y compositor Luis Szarán, y "Ciclos" (obra presentada en 1985), texto preparado para el montaje fotográfico del mismo nombre con acompañamiento musical también de Luis Szarán.


BAILANDO EN "EL CRIOLLO"

Puedo jurar por lo más sagrado que tengo –si algo de sagrado tengo todavía después de lo de esta noche– que no he tomado nada. Quizá una cerveza o dos. Esta no debe ser más de la tercera. ¿Por qué luzco así entonces? Debe ser el miedo. Qué mierda, nunca sentí tanto miedo. Ahora me descubro lo cobarde que soy, qué miedo tengo. Cuando me pidieron los documentos tendría que haberles pasado la cédula con la mano derecha, no con la izquierda, con la derecha para que vieran cómo la tengo. Pero no, tuve miedo y se la pasé con la izquierda. ¿Con qué cara les voy a mirar cuando vuelvan? Eso siempre y cuando vuelvan. Claro que van a volver. Y yo no sé con qué cara voy a mirarles. No sé cómo voy a explicarles que mi nombre no estaba en la lista.

Después que se fueron me quedé parado, sin poder reaccionar, al lado de la misma mesa que ocupamos casi siempre que vamos a El Criollo, al entrar por el largo pasillo, a la izquierda, en la tercera fila de mesas comenzando a contar desde la pista de baile. Tardé un tanto en descubrirme en la calle. No es que yo quiera ocultar todas las vueltas que dimos antes de llegar allí. Pero mis pies me llevaron afuera antes que yo hubiera decidido salir.

Caminé por esa calle que pasa por atrás del Hospital Militar –nunca supe cómo se llama– hasta la esquina de General Díaz, mirando fijamente hacia el frente, tratando de descubrir en las zonas oscuras de la calle la patrullera que tenía que estar esperándome. Estaba seguro que me esperaban en algún lugar. Hasta que como en un acto de magia, aparecieron ante mí las luces de El Rubio y decidí quedarme. Acabo de descubrir que traía en la mano, apretándolo muy fuerte, el anillo de plata que le había regalado. En algún momento me lo devolvió, pero eso fue antes de salir.

No entiendo cómo me dejó salir o por qué me dejó ir solo. Según los perros estaba loca por mí. Loca tendría que estar para enloquecerse por mí. ¿Qué podía darle? ¿Qué podía significar para ella? Si me hubieran dicho que estaba loca por Ricardo Patiño lo hubiera creído. Ricardo es alto, atlético, de linda pinta. Pienso que tiene todas las características para enloquecerle a una fulana como Catalina. ¿Pero yo qué tengo para atraerla más que un montón de huesos descolocados bajo la piel? Creo que no le llego ni al hombro a Ricardo. Sin embargo los perros me decían que era por mí que la fulana deliraba.

Nunca pensé que Catalina fuera una prostituta, por más que le guste ir a bailar al Criollo. La primera vez que nos encontramos la quité a bailar porque me estaba mirando desde hacía tiempo.

Y me animé. Se volvía loca con la orquesta de rock que había allí. Saltaba, se movía, giraba como un trompo mientras se le volaba el vestido hasta mostrar la bombacha sin ningún problema. En los rock lentos, sin embargo, se me apretaba como un pulpo y yo volaba de calentura. No sabía qué hacer porque calculaba cuál sería su tarifa y yo no tenía ese dinero para decirle vamos, más aún siendo un viernes por la noche cuando abundan los clientes y el dinero fácil corre. Fue ella la que me dijo vamos y yo, con la garganta seca, en parte por la calentura, en parte por la vergüenza de reconocerlo, le dije soy un seco, no tengo un peso para poder pagarte lo que vos debés cobrar. Más vergüenza sentí cuando me dijo vamos, yo no cobro nada, quiero hacerlo por el gusto de estar contigo.

Cortamos por un callejón, salimos cerca de la plaza Rodríguez de Francia y allí entramos en una casa que forma parte de una serie de casas viejas, todas iguales, que tiene como media cuadra de largo. Menos mal que llegamos pronto porque de lo contrario la hubiera violado por el camino tal era la calentura que tenía en ese momento.

Fue una noche inolvidable. Nunca imaginé que el sexo me pudiera hacer tanto bien. Sobre todo después de una semana tan tormentosa como aquélla. No hace más de un mes de esto. Fue cuando la universidad se declaró en huelga. Mi hermano mayor que está en Ingeniería y el hermano mayor de Ricardo que está en Medicina nos hablaron, primero por separado, después nos reunimos los cuatro para ver la posibilidad de integrar los colegios secundarios a la huelga. La idea era parar el país para protestar contra la dictadura. Pasaron casi ocho años que este señor tomó el poder prometiendo llamar a elecciones libres y limpias pero no ha dado hasta ahora señales de querer cumplir con aquello.

La noche con Catalina fue un descanso para los nervios. Me aseguró que no era prostituta y que tenía un trabajo aunque no me dijo dónde trabajaba. Pienso que a lo mejor tenía miedo que me fuera a molestarla. Me hizo prometer que nos encontraríamos con frecuencia en El Criollo. Después de esa noche, a lo largo de este mes nos encontramos con bastante frecuencia. Los perros me aseguraban que ella estaba loca por mí y creo que yo comencé a enloquecerme por ella. Teníamos unas noches de sexo que me dejaban fuera de órbita.

Juro por lo más sagrado que tengo –en ese entonces todavía tenía mucho de sagrado– que nunca le pagué un centavo ni ella me pidió que lo hiciera, ni siquiera me pidió ese regalo que le hice. El anillo de plata, el anillo de siete ramales, se lo regalé porque quería decirle de alguna manera lo feliz que me hacía en la cama. Es factible que ella estuviera loca por mí, porque qué ventaja podía quitar de un chiquilín de dieciocho años como yo. En un momento dado nos sentimos muy hombres, muy machos, pero a esta edad no somos más que chiquilines. Es muy difícil reconocerlo. En mi caso peor porque además debo aceptar mi cobardía sumada al espantoso miedo que sentí esta noche.

Pero Catalina, Catalina Bernal, me dio mucho, mucho más de lo que me costó el anillo de siete ramales. Desde el mismo comienzo, desde la primera vez que estuvimos juntos mostró mucho interés por todo lo que yo hacía. No era sólo sexo lo que quería ella, lo que podía darle yo. Me escuchó pacientemente mientras le contaba lo que yo llamo mi locura, el sentimiento de soledad que me invade con tanta frecuencia, la necesidad de encontrar a alguien que me quiera, el delirio de descubrir a alguien que se me parezca, las dificultades que tengo en el colegio con los profesores porque me aburre el estudiar tantas cosas que no entiendo para qué sirven, el desencanto de vivir en un país donde emocionarse está mal visto y el temor de no poder desarrollar mis posibilidades porque el sistema no me lo permite.

Cuando mi hermano y el hermano de Ricardo nos hablaron de la posibilidad de paralizar el país con una huelga se me hizo como una luz. Me estaban ofreciendo la oportunidad de luchar contra un sistema que me estaba oprimiendo y de acabar con él. Creo que fue una de las primeras veces que le hablé a Catalina de Ricardo. Y dos días más tarde le conoció en El Criollo. Hubo una corriente muy positiva entre los tres. Tanto que en un momento dado le invitó a él a irse con nosotros a su casa. Al comienzo no entendí muy bien cómo venía la mano. Dejé que las cosas sucedieran. Tenía mucha curiosidad de todo. Siempre tuve curiosidad de todo. Nos fuimos a su casa y hasta ahora no sé cómo terminamos acostándonos los tres desnudos en la misma cama. Catalina se puso en el medio de nosotros dos y nos acariciaba. Primero yo le hice el amor mientras ella le tocaba a Ricardo. Luego lo hizo Ricardo. En fin, fue una noche de locura, nos hizo de todo y nosotros también, no había límites, ni vergüenza, ni pudor. Era una sensación de mucha libertad y sobre todo de mucho entendimiento. En ningún momento sentí miedo de ser desplazado por Ricardo. A la madrugada, cuando íbamos caminando calle Colón arriba, Ricardo me dijo que era evidente que Catalina estaba loca por mí, a pesar de todo cuanto habíamos hecho entre los tres. Fue una de las pocas veces en la vida que no me sentí solo porque tal sentimiento había sido sustituido por una euforia que hasta ese instante no había conocido ante el descubrimiento de las variantes del sexo y la posibilidad de luchar por una libertad que nunca he conocido.

Hace dos días estuvimos de nuevo allí los tres juntos, de siesta, porque a la noche teníamos reunión con el comité universitario de huelga. Le explicamos por qué no íbamos a poder ir a bailar esa noche al Criollo y ella simplemente nos escuchó sin prestarnos mucha atención. Lo único que le interesó escuchar fue que nos encontraríamos todos allí esta noche. Qué le puede interesar una huelga estudiantil a una mujer que trabaja... No sé adónde trabaja. No sé por qué se me hace la idea que trabaja de vendedora en alguna tienda. No tiene pinta de trabajar en una oficina aunque es evidente que sólo lo hace de mañana porque ese día estuvo con nosotros dos casi toda la tarde. No me hago a la idea que hace sólo dos días lo hayamos pasado tan bien con Ricardo y ahora ha naufragado todo: nuestras ideas, nuestro intento de lucha, nuestros pensamientos. A lo mejor ha naufragado hasta nuestra amistad. Porque ¿con qué cara voy a mirarle a Ricardo cuando vuelva?... Si es que vuelve. Si es que vuelve. Sentí tanto miedo. ¿Es justo sentir un miedo tan grande?

Todo el día de hoy –ya no hubo clases por la huelga– trabajamos en hacer los lápices de cera para pintar las paredes. Gente con experiencia nos enseñó cómo mezclar la cera con los óxidos de diferentes colores. Proyectábamos irnos a bailar a El Criollo. Si las cosas se daban bien nos íbamos a acostar con Catalina y después, a la madrugada, proyectábamos pintar las paredes. Redactamos en un papel las frases que íbamos a escribir para no perder tiempo. Además, con los nervios a uno se le van las ideas. Ricardo había propuesto "Muera el tirano" y yo quería que fuese "Que se muera el tirano".

El proyecto era salir en grupo de tres o cuatro. Dos actuarían de campana y dos escribirían. Y nos fuimos al Criollo. Ya de ida tuvimos oportunidad de escribir en dos paredes. Por eso tenía… por eso sigo teniendo la mano derecha manchada. Fuimos llegando de a poco, separadamente, para no llamar mucho la atención despues de haber escondido nuestros gigantescos crayones en un patio baldío de los alrededores. Primero caímos Ricardo y yo. Luego Emilio Barudi, y más tarde en este orden: Guillermo Alarcón, Osvaldo Montaner, Carlos Fleytas y mi primo Osvaldo Moreno.

Podíamos formar dos grupos, uno de tres y el otro de cuatro. Estaba tan excitado por las dos paredes que pintamos que no le di mucha importancia al hecho que Catalina estaba bailando con un desconocido. Un tipo de aspecto desagradable al que nunca habíamos visto por allí. Después de frecuentar tanto tiempo el lugar uno termina conociendo más o menos a todos los parroquianos. Pero a este no le vimos nunca anteriormente, por lo menos, yo no. Los muchachos de la orquesta estaban como en trance. Tocaron tres veces seguidas "Rock alrededor del reloj" y a continuación comenzaron con "Hasta luego cocodrilo". Iban por la segunda vuelta cuando cayó la policía. Al comienzo ni nos dimos cuenta porque todos iban de civil, no se veía ningún uniforme. Yo tiré la silla hacia atrás por si había necesidad de salir corriendo y vi que en el largo pasillo de entrada, el que pasa por el costado de la mueblería, había un grupo dispuesto a no dejar pasar a nadie y al fondo, en la calle, la camioneta roja. Allí sí había dos agentes uniformados.

Cuando comenzaron a pedir documentos los perros pensaron que se trataba de un control de rutina y Carlos Fleytas que está justo en el límite de los dieciocho años pensó que le harían salir del lugar. Pero yo no, yo no me engañé. Desde el primer momento comprendí que era otra cosa, que nos estaban buscando. Puse la cédula de identidad en el bolsillo de la camisa para tenerla al alcance de la mano y la derecha me la metí en el bolsillo del pantalón. Casi en seguida se acercaron a nosotros y el que me pidió los documentos me miró fijamente, después miró mi fotografía donde aparezco bastante diferente porque es de cinco años atrás. En ese entonces tenía trece. Me miró de nuevo y me preguntó si era zurdo. Con una velocidad increíble me pasó por la cabeza si la pregunta tenía un doble significado, dudé un segundo y maquinalmente hice un gesto afirmativo con la cabeza para agregar luego sí, soy zurdo. Con mi cédula en la mano miró a su alrededor como si buscara a alguien, pero era evidente que no daba con la persona indicada. Después me la devolvió mirándome siempre fijamente al tiempo que me decía está bien, está bien, así lo repitió varias veces.

Después se dirigió a los otros y uno a uno fue pidiéndoles su cédula de identidad. Miraba el nombre y se la guardaba en el bolsillo. Póngase allá le decía con tono seco y cuando tuvo a todo el grupo de seis les gritó van a tener que acompañarnos, carajo y le empujó a Guillermo que estuvo a punto de caer si no hubiera sido por Ricardo que lo atajó ya en el aire. Después el mismo hombre se dirigió a la orquesta para decirles a los músicos con tono autoritario que podían seguir tocando los demás que bailen pero sin armar mucho quilombo.

Yo me quedé parado mientras el mundo a mi alrededor volvía a la normalidad con movimientos quitados de una película rodada en cámara lenta. Algunos me miraban extrañados porque era llamativo en realidad que todos mis amigos fueron apresados y yo no. Seguía con mi cédula de identidad en la mano cuando le vi acercarse a Catalina que comenzó a hablarme pero yo no estaba en condiciones de escucharle hasta que logré darme cuenta que me aconsejaba irme a mi casa a dormir porque todo había acabado. Andate a tu casa y quedate tranquilo, es lo mejor que podés hacer. ¿Y mis amigos? Se los llevaron, no sé qué puede pasar con ellos, se los llevaron no sé adónde ni hasta cuándo. En cuanto a lo de volver a casa, en ese momento, no me resultaba lo más indicado ni lo más seguro. ¿Y si me estaban esperando allí para allanarla? Tales eran mis dudas por lo que me pareció más prudente pedirle a Catalina que me dejara dormir esa noche con ella, en su casa. Se negó, insistí y volvió a negarse, así todas las veces hasta que le dije de mala manera que le dejara al tipo ese con el cual estaba. El desconocido no es tan desconocido, por lo menos para mí. Me dijo que yo era un chiquilín que no podía darle gran cosa. Mientras que el desconocido me cuida, es mi protección y en este país es muy importante tener a alguien que te proteja. Me quitó la cédula de la mano, me la metió en el bolsillo y sentí que me tomaba de la mano derecha. Al ver que estaba aún sucia de cera azul me miró haciendo un gesto negativo con la cabeza y me puso allí el anillo que le había regalado, el anillo de plata de siete ramales. Lo nuestro es cosa terminada me dijo mientras se daba vuelta y regresaba con el tipo que la acompañaba.

¿Vos creés que ella podía haber estado enamorada de mí, como decían los perros? Ella sólo se quiso divertir conmigo, con Ricardo, y hasta comenzó a preguntar por Roberto, mi hermano. Estaba loca de ganas de conocerle. Pero yo nunca le dije nada a él, tan ocupado está entre la universidad y la organización de la huelga. Qué va a estar enamorada de mí. Allí se quedó tan tranquila, tan segura, con el desconocido. Sobre todo, tan segura. Mientras yo, ¡qué miedo sentí!. ¡Qué miedo sentí, carajo!. ¿Habrá alguien en este momento que nos puede proteger, alguien que se apiade de nuestra suerte y nos defienda? Me imagino que en este mismo instante los perros estarán siendo azotados en el tenebroso Departamento de Investigaciones. El tenebrosísimo Duarte Vera en persona los debe estar pegando hasta que pierdan el sentido. Todo por meternos a organizar una gigantesca huelga en contra del dictador. Pero ahora se echaron a perder nuestros planes. Mañana tenía que salir nuestro comunicado. Ibamos a repartir copias en toda la ciudad mientras las paredes tenían que amanecer con leyendas en contra de Stroessner, de su gobierno, de los abusos que se cometen, a favor de todos los que están presos injustamente. Ahora se desbarataron nuestros planes y posiblemente los perros, desaparecidos los cabecillas, mañana mismo comiencen a entrar a clase. ¡Qué maldita suerte tiene este alemán de mierda! Y yo qué miedo. Qué pánico, qué sensación de encierro, de opresión, cuando esté sentado aquí en la calle, al aire libre, bajo el cielo descubierto, en la mesa de un bar. Pienso que en cualquier momento pueden venir a buscarme mientras la ciudad duerme. El continente entero duerme. Sólo la policía está despierta buscando a los enemigos del régimen. Y nosotros, nosotros también estamos despiertos, vos y yo. Vos, Jesús, escuchándome, y yo hablando sobre este espantoso sentimiento. No sé qué hacer con mi miedo como con este anillo. ¿Por qué no intentamos venderlo? Ese dinero nos alcanzará fácilmente para pagar a dos fulanas con las que nos vamos a acostar esperando que llegue la mañana. A la luz del sol será más fácil pensar qué es lo más adecuado hacer. Bajo la luz de la mañana es más fácil pasar desapercibido y esconderse entre la gente que llena las calles y no como ahora en que la oscuridad proteje a los delincuentes, a los asesinos, a los ladrones, a los policías que no se diferencian de los asesinos que aprovechan la noche para encarcelar, matar o torturar ya que a esta hora nadie escucha el tiro de gracia, ni los gritos de socorro, ni los lamentos de dolor, ni nuestras voces porque es en medio de la oscuridad de la noche que descubrimos que en realidad estamos solos haciéndole compañia a este miedo que nos traspasa, que nos transforma, que nos convierte en seres diminutos frente al poder absoluto del dictador.

Asunción, 1962/1994*

* Nota: Según el autor, este cuento lo escribió en 1962 y lo retomó para reelaborarlo y darle forma final en 1994. Explica además que "en su versión original no estaba ubicado con la precisión que ahora tiene, ni se mencionaban los lugares que existieron, ni los nombres de las calles, ni los nombres de los personajes..." por razones obvias... Recordemos que la dictadura de Stroessner duró más de treinta años: 1955-1989.



Raquel Saguier

(Asunción, 1940)

Cuentista y novelista. Siendo aún muy joven, escribe su primera novela, Los principios y el símbolo, que sale finalista en un concurso de novelas organizado por el diario La Tribuna en 1965. Socia fundadora de la Sociedad de Escritores del Paraguay (SEP), forma parte de diversos grupos literarios de su país y tiene cuentos publicados en libros del Taller Cuento Breve (1984 y 1985), así como también en numerosas antologías y revistas literarias, nacionales y extranjeras. Raquel Saguier ha logrado notoriedad con la aparición de La niña que perdí en el circo (1987), su primera novela publicada, convertida en best seller local y luego traducida al francés y al portugués, y publicada en París (Francia) en 1992 y en Porto Alegre (Brasil) en 1993, respectivamente. Su segunda novela, La vera historia de Purificación (1989), también ha sido muy bien acogida por la crítica local. En 1994 aparece Esta zanja está ocupada, su tercera novela, distinguida con un galardón especial en el Concurso de Novela "Mario Andrade", organizado por el Movimiento Literario y Cultural del Sudeste Sudamericano en abril de 1994. Posteriormente, en 1999, sale a luz La posta del placer (Premio Municipal de Literatura 2000), su cuarta novela.


LA CARTA

La carta, que por casualidad había llegado a mis manos, me dejó estupefacta y fue tal el impacto al leerla que tuve que sentarme. Era indudable que nunca había sido enviada y que la había escrito sólo como un desahogo.

La letra era de la abuela Ester y el destinatario, una gran incógnita. Siempre pensé que el abuelo Francisco había sido su primer y único amor, pero ahora, la extraordinaria revelación de un sentimiento antiguo, fuerte y misterioso, afirmaba lo contrario.

Necesité leerla de nuevo:

"Te escribo desde el silencio de mi alcoba, de un silencio venido de muy lejos, sólo quebrado de tanto en tanto, por la brisa que escapa de la noche y se cuela en la ventana, agitando las cortinas e inundando todo con profunda tristeza, pertinaz y amarga. Como la mía, como la tuya. Por la dolorosa evidencia de no poder cambiar nuestros destinos. Porque los sueños se desvanecen ante la realidad de que estábamos soñando. Porque mañana me caso con otro y tú lo sabes. En vano trato de detener estas horas que nos quedan en el tiempo, sólo en vano; ellas se escapan de mis manos en su eterno avanzar raudo y constante, acercándonos a la inevitable despedida, a la tensión de un adiós irremediable, a la partida que empieza a ser nostálgica presencia.

Y ahora, sola en la noche, vivo este silencio con los ojos cerrados para evocarte, para sentirte, pues si los abro no te encuentro. Te recupero poco a poco y es tan nítido y doloroso el contorno de tu frente, de tu boca; tu presencia se hace tan vívida y cercana que hasta tengo la certeza en este instante, que con sólo alargar un poco la mano puedo tocarte, puedo llenarme de tu aroma que parece estar en todas partes, de tus ojos que secos de lágrimas regresan reflejados en la luna, de tu amor que me sofoca como si fuera lo único que me ha sucedido y seguirá sucediéndome sin fin, hasta el día en que tu memoria agote tu recuerdo.

Escribo con una facilidad que me asombra y las ideas que brotan del sentimiento se apresuran por llegar a ti, a tu silencio, hasta tu pena que en la distancia se confunde con la mía.

Mi refugio son los recuerdos que ya se hicieron carne en mi carne y que vuelven llenos de indefinible encanto, de fragmentadas añoranzas. Nuestros pasos se encontraron en una misma huella ancha y profunda, pero ya nuestros senderos estaban bifurcados en distintas direcciones, sin posibilidad de algún reencuentro.

Nos conocimos tarde y ahora sólo acepto mi destino, impotente de cambiar lo que de antemano estaba impuesto. Como si nuestros días se sucedieran en tiempos diferentes, como aguas que apartadas de su cauce ya no pueden reunirse en sus comienzos.

Fueron encuentros casuales, fortuitos y tú lo sabes. Iba yo por la senda y tú venías por ella. Con el lenguaje mudo sin voz y sin palabras. En tácito acuerdo nuestras miradas se buscan, se comprenden, se responden, prendidas en algo sobrenatural situado más allá de la expresión hablada. Una sutil complicidad de pensamientos, de tenues ondas sensoriales sólo captadas por nosotros mismos, que nos hace entender la noche, entender los trinos, el viento y lo bello.

Retrocede el tiempo hasta llegar al día íntimo, infinito. Y me estremezco de sólo revivirlo. Es de noche y hay un baile, con ruidos, con personas que se mueven sin rostros, con voces que se alargan y que no oímos.

Solos tú y yo; ausentes a todo lo que nos rodea. Unidos en el torbellino de la música que nos llega muy lejana. Embriagados en la rara y deleitosa sensación de sabernos cerca, sólo sintiendo en las manos, el palpitar de las venas.

Tu mirada húmeda, inmóvil en la mía, mi mirada húmeda, inmóvil en la tuya y ese temblor divino que prendido a nuestros labios, nos impide pronunciar palabras.

La conciencia vuelve a ratos, tratando de liberarnos del hechizo, de guardar distancias, de gritarnos lo imposible de este sueño, de este amor que nos delata. Y sin embargo, ella fracasa.

Asistimos deslumbrados a la revelación que comienza a tomar cuerpo en nuestros cuerpos: yo te amo y tú me amas.

Bailamos con ansiosa entrega; nos aceptamos tan gozosos y olvidados que la música se hace eterna. Vibramos con vibraciones tan profundas de placer, que nos parece absorber en cada sensación, la vida entera.

Nuestras voces se anudan en la garganta, pronunciamos nuestros nombres quedos. Es un momento mágico de dicha suprema que nos arrebata, nos eleva; salimos a la luz, alcanzamos la luna.

¡Oh, Dios, obra el milagro de detener esta noche en el tiempo, que ella quede eterna, edificada en nuestro cielo! Era la oración de nuestros corazones y tú lo sabes.

Nada más que un sueño del que despertamos cuando nos sacude la dolorosa realidad de que estábamos soñando.

Esa noche lejana, tibia aún de tu presencia. Y ahora, en la soledad de mi cuarto esta noche que se hace fría, inmensa.

Sigo viviendo el silencio, empiezo a vivir tu ausencia; pero ahora ya no hay brisa ni una mañana que se cuela en la ventana y a través de ella percibo como en sueños, difuminadas, dos siluetas que se alejan, huyéndose y buscándose.

Hoy tú sales de mi vida y no puedo retenerte. Hoy te llevas mi dolor, hoy te llevas mi agonía, hoy te esfumas lentamente...

Miro el reloj, implacable me recuerda que me casaré mañana. Y en mi pecho crece una indecible sensación de desconsuelo, de dolor que va en aumento y en mi boca se demora el sabor de una lágrima, que cae silenciosa mezclada con la tuya.

Lo nuestro empezó sin un comienzo y termina sin un final. Nos une todo y no nos une nada; ni siquiera aquello que no dijeron las palabras, ni siquiera aquello que captaron las miradas.

Mañana me caso con otro, mañana...

Todas las luces se apagan. En el fondo, en las almas queda una: tú me amas, yo te amo y tú lo sabes...".

(De: Taller Cuento Breve [Varios autores; dirección: Hugo Rodríguez-Alcalá], 1984)


Mario Santander Mareco

(Asunción, 1972)

Docente, escenógrafo, actor, director y autor de teatro. Formado en institutos y escuelas superiores de arte teatral, en su país y en Estados Unidos (Washington D. C., Tejas, Nueva York, Chicago, Austin...), Mario Santander se inició muy joven en el mundo del teatro. Empezó sus actividades teatrales en 1990, cuando sólo tenía dieciocho años, participando en numerosas producciones, primero como actor, escenógrafo y vestuarista; y luego también como director y autor teatral. Desde 1994 enseña en la Escuela Municipal de Arte Dramático. Entre los años 1998 y 2001 ha escenificado y dirigido cuatro obras, incluyendo dos de su autoría. Como escritor teatral, es autor de más de una docena de piezas, en su mayoría breves y estrenadas en Asunción también entre 1998 y 2001: Sueños por un Panambí, Leña mojada, Lilí, Receta y Pasos Dobles, en 1998; A la Una, en 1999; Azulejos y Show Yos (Premio Cooperativa Universitaria 2000), en 2000; y Del fiambre, Cookies, A mano, Ella, La Ministra sin cartera y La tuerca, en 2001. Dos de estas últimas obritas (Cookies y A mano) forman parte de Mujeres, pieza de autoría colectiva compuesta de diez textos breves, dirigida por Mario Santander y estrenada en 2001. Además de sus muchas obras de teatro corto, Santander es también coautor, con Agustín Núñez, de Golpe de luna llena, publicada y estrenada en Asunción en 1999. Actualmente integra el plantel docente del Ministerio de Educación y Cultura en talleres teatrales para las escuelas de danza de todo el país.


LILI *

* Esta obra fue estrenada en Asunción (en la Manzana de la Rivera), en julio de 1998.

Viernes de setiembre, 11 de la mañana, cuadernos y revistas de moda. Y cientos de maquillajes en una bolsa grande.

LILI: Faltan pocos minutos, y en la puerta del colegio el Mercedes esperándome, el chofer, con esos caramelos de menta baratos sonreirá levemente y me dirá "señorita", abriéndome la puerta, casi escapando con poquísima suerte de los periodistas, las fotos y los micrófonos me acecharán. Ellos no saben que los necesito, pero no puedo ni siquiera un poco mostrarme carente, ¡jamás! Es la vida de estrella, yo arriba, ellos tratando de captar una imagen mía para el pueblo que me sigue, me ama, me idolatra, son las reglas, yo no las hice, simplemente soy una modelo... ¡¿Cómo que modelo de qué...?! FASHION, ¿te suena? ¡GLAMOUR! ¿me entendés? Todo eso soy yo... Jean Paul, ¡por favor! Maneja con más cuidado, que casi me haces derramar champagne por la blusa nueva que me regalaron en Johannesburgo. Es que estos baches asuncenos son como los periodistas, están y te salen por cualquier parte.

Sí, profesora, ya entendí, ahora guardo mis útiles.

Y a ésta, qué bicho le picó, creo que tengo que reconsiderar este colegio y sobre todo a esta profesora, revisaré entre mis apuntes su currículum, tal vez es una aprendiz, planillera y seccionalera, ¿por quién habrá hecho más "hurra" para lograr su mediocre sueldillo de puchero?

Encima, esos collares de plástico y piedra, el anillo de lata y pulseras de madera, my god!, no hay duda lo que dice la monja tilinga que sale por televisión en las mañanas, ¡vivimos en tiempos apocalípticos!, sinceramente, ésta se escapó de un cuadro de Dalí, y justo a mí me toca tener que lidiar con esto, lo que una soporta para su formación académica integral, por suerte es el último año del colegio, después... directo a New York, París, Milán. (Soñando...)

Estoy tan cansada que creo que me dará una jaqueca. Tomaré un descanso después del almuerzo, luego pasearé por las playas del club. Mi casa queda frente mismo a la sede social; ese barrio del Yacht es tan "cool", con el río que corre por detrás (pausa), sin contar los marginados que se ven a lo lejos, junto a los camalotes luchando por sus casas contra la inundación. Es el único lugar donde uno encuentra gente de su nivel. Este mi país me da tanta pena, ¡tanta gente pobre, inculta, sucia, marginal, y fea! Pero bueno, para que admiren mi belleza algunos muchos deben ser feos. Como ese guardia, por ejemplo, la cara de indio y el porte de un gorila, tomando zumo de yerba helada, pobrecito, ¡es un mutante! Por suerte esta gente me tiene a mí cerca de ellos, una sencilla mujer hermosa e impactante.

(Mira su espejo con agrado y luego alrededor amenazada.)

Y estas mis compañeras que no me dirigen la palabra, es que no saben cómo dirigirse hacia mí, toda una top-model, me miran y se ríen. Leticia una vez me preguntó, sí, aquella desfasada, que tiene aires de hippie en este tiempo de plástico, si por qué yo nunca hablo con nadie, por qué siempre en los recreos me paso todo el tiempo en el baño retocándome el maquillaje y el peinado, y entre mis cuadernos escondo mi espejito de mano para cualquier momento. Yo la miré, levanté una de mis cejas, y giré, ella se atrevió a tocarme el hombro para detenerme, agarré su mano y la hice a un lado.

(Se peina y se retoca el maquillaje rápidamente.)

Sí madrina, ya voy a empezar a lavar las ropas, esas ropas asquerosas, ni siquiera son mías, pero tengo que lavarlas, esa fue la condición con que madrina me mandó al colegio. Yo terminé el sexto grado aquí nomás en el barrio, después yo le insistí un montón para entrar al Colegio Nacional de Niñas, y ella me dijo que a cambio tenía que ayudarle con los quehaceres de la casa: lavar las ropas de los vecinos, cocinar, y atender al compañero de mi madrina en sus cochinadas; ese viejo barrendero de la municipalidad, él me tocaba todo el cuerpo y después me daba un poco de plata, "tomá mi reinita", me decía con sus ojos de-generados y sus manos ásperas pasando suavemente por mis pezones, con lo que corría a comprar mis maquillajes.

¿Cómo me veo?, ¡que bonita soy!, ¡dulce y cándida vocecita!, mis cabellos ondulan al ritmo de mis caderas. ¿Qué hago para tener esta cintura de muñeca? Como de todo: pollo, milanesas, ensaladas de papa, remolacha, atún, lasaña, asado, de todo. Eso sí, luego todo para afuera, y para terminar un té de rosas. ¿Si tengo novio? Querida, mientras más utilidad tenga ese chico, o esa chica, que pueda compartir conmigo, tanto mejor es mi pareja ideal. ¿Si soy feliz? ¿Feliz...? Feliz es una palabra muy... difícil, porque... yo no la uso. Ahora, eso sí, yo me debo a mi público que me ama, me idolatra, me persigue a todas partes, y para ellos siempre seré Lilí, y por ellos debo existir.

Y yo voy a hacer lo que sea para seguir mi destino, y nada ni nadie me apartará de conseguir lo que quiero, ser modelo, una modelo famosa, rica y poderosa. Te juro por este crucifijo (lo besa y lo lame).

¿Qué es lo que querés ahora madrina? A la pucha, no se puede luego una concentrar tranquilamente. Sí, ya voy a prender las velas, una para la Virgen de Caacupé, otra para San Miguel y esta chiquitita (quita la vela de su cartuchera de maquillaje) para la Pompa Gira, para que me ayude a conseguir buenas partidas. (Prende las velas y al final sonríe con picardía.)

(De: Sobre el río... y otras historias: Ejercicios para actores, 1998)


Lucía Scosceria

(Finale Ligure [Savona, Italia], 1945)

Poeta, narradora y docente. Aunque italiana de nacimiento, a los siete años llega a Paraguay con su familia, radicándose en Encarnación. Allí realiza sus estudios primarios, secundarios y terciarios, y allí reside actualmente. Abogada y licenciada en Pedagogía y Filosofía por la Universidad Católica de Encarnación, ejerce la docencia durante casi tres décadas, desde 1965 hasta 1992, año en que se jubila y fecha que marca el principio de su prolífica producción literaria. Desde 1993 en que aparece Cuentos de Lucía (cinco cuentos y una novela corta), su primera obra, ha publicado ya unos veinte libros. También de 1993 son Desnudando el alma (poemas), El lapacho (novela), Historias de amor (tres novelas cortas) y Poemas de Lucía. En 1994 da a luz Amelia (novela) y Simplemente relatos (cinco cuentos y una novela corta). En 1995 publica Poemas sin tiempo y, en co-autoría con Olga Samcevich de Ladan (Carmen del Paraná, 1932), edita Antología poética de Itapúa, recopilación de poemas de poetas de la zona de Itapúa. En 1996 sale Para contar en días de lluvia, una colección de quince relatos. Desde enconces han ido apareciendo: Poemas y poetas (compilación de autores locales; 1997), Decisiones (cuentos; 1998), Nuestros cuentos (compilación de cuentos de autores de Encarnación; 1999), Sueños de cristal (poemas; 1999), Sobredosis de cuentos (2000), t-quiero.com (cuentos; 2001), ¡Cuántos cuentos! (2002), Cuentos sin mordaza (2003) y Ese extraño equilibrio de lo opuesto (relatos eróticos; 2004), su obra más reciente.


LA CITA

Miro de reojo hacia la puerta entreabierta que da al corredor.

Con sigilo vuelvo a sentarme frente a la computadora. En menos de cinco minutos me estoy comunicando con Héctor. ¡Quién hubiera pensado que la austera jefa de personal tendría un amigo, que poco a poco estaba pasando al plano de pretendiente, por Internet! Este es mi secreto, que lo tengo bien guardado.

El problema es que yo temo el encuentro, físico, se entiende. Me siento cómoda con el anonimato que me proporciona la pantalla, me hace desinhibida y natural. Lo comprendo. Sé todo lo que le gusta y lo que le disgusta. En qué trabaja, su vida pasada, que no se recuperó nunca de su viudez y sus sueños actuales. Mantenemos una relación totalmente platónica. Nos compenetramos totalmente. Acordamos no hablar de nuestras señas particulares ni mandarnos fotografías. Nos gustan los mismos poetas; nuestro preferido: Gustavo Adolfo Bécker, la música romántica, caminar por la orilla del mar, conversar sobre literatura, leernos los poemas que escribimos en nuestros ratos libres y pasear al anochecer. Nuestras edades son casi iguales. Y somos libres. El viudo, sin hijos, yo divorciada, sin hijos. Me enternecí con el relato de su matrimonio breve, truncado por la enfermedad y muerte de su querida esposa.

Ahora Héctor viene de su Corrientes natal a Buenos Aires y exige encontrarse conmigo.

Pero, ¿y si me considera gorda? ¿Y si le parezco vieja? ¿Y si le desilusiono? Todas estas preguntas me aterrorizan, porque me siento locamente enamorada de él, de la persona que hace más de tres meses me devolvió la alegría de vivir.

Silenciosamente se me escapa un suspiro de la garganta. Las letras saltarinas de la pantalla me dan el saludo de Héctor en su sitio habitual. Me dispongo a contestar.

Sí, el domingo. En la confitería "El Paraíso", a las cinco de la tarde. Yo también estoy impaciente por encontrarnos (Las letras no revelan que estoy mintiendo). Llevaré un vestido blanco. Tendrás puesta una camisa blanca, llevarás un ramo de rosas rojas en la mano.

No puedo dormir. Me doy vueltas en la cama sin poder conciliar el sueño. Estos tres días previos al domingo me dejan con profundas ojeras. Mi idea no me parece tan brillante. Lourdes me va a ayudar.

Entro en la confitería con cierta aprensión. Busco la mesa más alejada de la puerta. Se encuentra poco iluminada. Me siento en la confortable silla como si fuera a desmayarme. Guardo en mi cartera el libro "Rimas". Pido una gaseosa. Trato de tranquilizarme. Total, es imposible que me reconozca. Estoy vestida con una blusa rosa y una falda negra. Faltan diez minutos. Mis ojos no se apartan de la puerta. Entra y sale gente.

Se me corta la respiración. Un hombre de camisa blanca y un ramo de rosas rojas entra al lugar. ¡Es él! Es algo obeso, pero tiene una sonrisa a flor de labios. No es tan alto como me había dicho, pero todos podemos equivocarnos al describirnos. Lo veo mirar hacia todos lados, parece desconcertado. Su sonrisa se amplía mucho más al dirigirse al centro del local. La mujer de vestido blanco le sonríe. El le entrega las flores. Se dan un apretón de manos y dos besos castos. Encontrados sentimientos me dejan confusa. Mis manos están heladas y mi rostro ardiente. ¿Qué se estarán diciendo? ¿Se sentirán bien juntos? ¡Soy yo la que debería estar en ese lugar! ¿Nunca superaré mi desconfianza hacia los hombres? ¡Diez años pasaron! Pero mi mente me muestra como una película en cámara lenta la cara asombrada de mi ex marido en la cama con otra. Como si fuera ayer. Lo perdoné, pero la desconfianza me tomó como amante. Nunca pudo abandonarme.

¡Pero me siento tan sola! Tal vez Héctor no sea igual,

tal vez...

El local se llena poco a poco de gente. Paradójicamente me siento cada vez más sola.

Una carcajada se eleva de la mesa donde están Héctor y la mujer de blanco. Siento vértigos. Cierro los ojos unos instantes, pues las náuseas no me abandonan. Poco a poco me siento mejor. Las lágrimas me corren por las mejillas arrastrando a su paso el maquillaje que con esmero me puse por la tarde... ¡Estoy arrepentida de haber enviado a Lourdes en mi lugar! Héctor no podrá perdonarme nunca. Se nota que la están pasando de maravilla juntos. Una nueva carcajada me hizo abrir los ojos, anegados en llanto.

Un desconocido dice algo sobre que no hay sillas en el lugar. Si le puedo dejar compartir la mesa. Que espera a alguien y no sé qué cosas más. Mi primer impulso es salir corriendo del salón. Poco a poco me calmo. El hombre cortésmente me entrega un pañuelo. Lo tomo con cierta vergüenza. No sé qué le digo, que perdí algo muy valioso, que soy cobarde, que nunca rehuya una obligación, que hoy había aprendido una lección y no sé cuántas cosas más. Sus ojos miran detrás de dos cristales transparentes, los que no impiden que vea en ellos cierta simpatía, no sé cómo estamos tomando café y le estoy contando todo sobre mi vida, mientras veo que Héctor y Lourdes están hablando muy animadamente sin dejar de reír.

El hombre dice que no me culpe por lo que hoy hice. Todos nos equivocamos, sin ir más lejos, él también había co-metido muchos errores, que eran parte del aprendizaje del largo camino que se llama vida, donde nos caemos muchas veces, pero lo importante es levantarnos y volver a caminar. Creo que tomamos más de cuatro cafés, este hombre tiene la virtud de hacerme hablar hasta por los codos. Pienso si no será sico-analista. De reojo veo que Héctor y Lourdes se levantan de la mesa. El, caballerosamente, le retira la silla. Tomados del brazo toman rumbo hacia la calle. Curiosamente no me siento he-rida. Se lo debo todo al desconocido. El mira el reloj. Me pregunta si quiero caminar por la plaza que se ve frente a la confitería y agrega: "Antes de que muera la tarde".

Una leve inquietud se acrecienta en mi pecho al escuchar esa frase.

–No estás tan sola como crees, sabes. Lourdes es una buena chica y creo que se llevará bien con mi amigo.

¿Qué quiere decir? ¿Cómo sabe de Lourdes? Lee el interrogante en mis ojos. Sin decir palabra ya me pone en la palma de la mano un pequeño libro. Las Rimas de Bécquer. Comprendo todo. Yo, no digo nada. Le doy la rosa roja que tengo casi mustia dentro de mi cartera y frente a las miradas azoradas de todos nos damos un gran beso.

(De: t-quiero.com, 2001)


Victorio V. Suárez

(Asunción, 1952)

Poeta y periodista. Miembro de la llamada "promoción del 80" y egresado de la Facultad de Filosofía de la Universidad Nacional de Asunción en 1991 (con una tesis de licenciatura titulada "Corrientes culturales del Paraguay"), fue director y fundador del "Taller de Historia: Alfredo Seiferheld" de dicha institución universitaria y actualmente enseña literatura paraguaya en la Universidad Nacional de Asunción. En 1977 fue galardonado con una de las principales menciones del Primer Concurso de Poesía Joven organizado por el Instituto Paraguayo de Cultura Hispánica. Publicó sus poemas y artículos desde 1974 en los suplementos culturales de La tribuna y de ABC Color. En 1984 fue uno de los fundadores de Editora Taller (del "Taller de poesía Manuel Ortiz Guerrero"). Parte de su obra poética apareció en las ediciones colectivas de dicho taller: ...Y ahora la palabra (1977), Poesía Taller (1982) y Poesía Itinerante (1984). En 1985 dio a conocer su primer poemario: Los fuegos del alba. Es además autor de Literatura paraguaya 1900-2000 (2000), un voluminoso trabajo sobre la literatura paraguaya del siglo XX que incluye, entre otras cosas, reportajes a escritores representativos del período, que se han ido publicando a partir de 1992 y durante varios años en los suplementos literarios de ABC Color y del diario Noticias, de cuyo suplemento dominical fue director entre 1994 y 1998.


MUCHACHA DE MAR Y ALAMEDAS

Muchacha de mar, en mi corazón golpea

el irresistible fluido de las uvas

y en la memoria perdura tu fulgor marino

con el imponente resplandor de las alamedas.

Por aquellas calles donde paseábamos

el color alegre del sol o la tristeza larga del exilio

imaginariamente te encuentro todos los días

y desde adentro mismo de todas las cosas

sube tu aroma latinoamericano

y tu encendida presencia de infinitas luchas.

Es cierta la distancia

y el prolongado vuelo de las añoranzas.

No sé por dónde empezar para contarte

las anécdotas que llevan tu nombre

o para decirte la simpleza del día

cuando el verano muere en repetidas ausencias.

Las viejas ilusiones llevan un latido vegetal

y palpan el espejo donde miro para ver

de qué manera a veces no regresa el tiempo.

Deambulando en el viento

imagino tu espalda

y los mansos veleros con movimientos de gaviotas.

La vida se me ha vuelto un círculo

donde no hay gargantas con sabor a guitarras

ni almohada que dibuje pájaros

tras el incienso semanal de las entregas.

Todo se pierde en vanas caricias,

nadie absorbe el aguacero de enero

ni los matices que impregnaron la tarde

en que tú y yo abrimos piel a piel la magia del fuego

y el poder indestructible de nuestras querencias.

Muchacha de mar y alamedas

tu voz me llega desde lejos, desde las nubes,

desde el silencio

y redimido después de tantas vigilias

recupero la esperanza que me diste el día

en que descalzos aprendimos a amar y abrir

las vísceras del canto.

Mañanera presencia, California es el humo que vaga

y a pesar de la diferencia de horarios

y la eterna transición de las rosas

yo sencillamente te espero

en la abierta lentitud de los días.

(De: DiarioHoy, Suplemento Cultural, 30 de septiembre de 1992)


Natalicio Talavera

(Villarrica, 1839 - Campamento de Paso Pucú, 1867)

Periodista, poeta y narrador. Famoso cronista y poeta-testigo de la Guerra de la Triple Alianza (1864-1870), el mérito principal de las obras de Natalicio Talavera radica en el hecho de haber sido concebidas y escritas en el campo de batalla, característica compartida con una conocida obra del escritor mejicano Mariano Azuela, Los de abajo (1916), primera novela de la Revolución Mejicana. Muerto antes de que terminara la guerra, en el campamento de Paso Pucú, Natalicio Talavera dejó un "Himno", muchas crónicas (publicadas en El Semanario, periódico de la época) y diversos poemas patrióticos cuya nota recurrente es el dolor de impotencia frente a la destrucción de la patria invadida y sufriente.


LA BOTELLA Y LA MUJER

Disputaban por saber

un pastor y un lechuguino

cuál es el tesoro más fino:

¿la botella o la mujer?

Aquél dijo, a mi entender

es más sabrosa y más bella,

la botella.

Cuando exhausto de fatiga

bajo un ombú me reclino

de Baco el licor divino

todas mis ansias mitiga:

allí es mi mejor amiga,

mi sol, mi luna, mi estrella,

la botella.

El que empieza a envejecer

se refocila, imagino

más en dos cuartas de vino

que en seis cuartas de mujer,

porque siempre está en su ser

sin melindres de doncella,

la botella.

Calla, –dijo el lechuguino–

sólo un hombre sin templanza

puede poner en balanza

a las mujeres y al vino;

¿quién suaviza el cruel destino?,

¿quién da el supremo placer?

la mujer.

No hay contento comparado

con los goces del amor,

ni otra delicia mayor,

que el amar y ser amado;

es el don más delicado

que Dios quiso al mundo hacer,

la mujer.

Sin ellas todo sería

caos de inmensa tristeza

porque son de la natura

la más perfecta armonía,

es del hombre la alegría,

consuelo en su padecer,

la mujer.

No siempre, dijo el pastor,

porque salen camarada

a estocada por cornada

el fastidio y el amor,

mas mi prenda es superior,

no es falaz como aquella,

la botella.

Cuantos más besos le doy,

más me inflama y me enardece

y cuando aquel desfallece,

yo más animado estoy:

Papa, Rey, Príncipe soy

sin que me cauce querella,

la botella.

Dama que no pide y da

grata aún después de gozada

cuando la ven más preñada

tanto más virgen está,

sin mujer muy bien me va

porque me suple por ella,

la botella.

Silenciosa y no profana

un tapón tiene su boca

aunque a celos la provoca

tal vez cierta Dama-Juana

espera su turno ufana

y su rival no atropella,

la botella.

Mujer, dijo el lechuguino,

bocado de Reyes es,

pues dice el hombre al revés

de los reyes en latín,

mas no conoce un mal sin

de cuanto puede valer,

la mujer.

A nuestros hijos, que humanos

dan sus cuidados prolijos:

a ver si a ti te dan hijos

botellas de damajuanas;

en sus angustias tiranas

sabe al hombre sostener,

la mujer.

Tiene el hombre una aflicción,

gime solo . . . y de repente

va a su amada, y luego siente

tas, tas, tas el corazón;

porque innata afección

le dice que es su placer,

la mujer.

En esto se dejan ver

Baco y Cupido abrazados

y dice: –Callad cuitados

que no nos sabéis entender;

todo puede complacer

tomando en medida bella;

la mujer y la botella

la botella y la mujer.

(De: Romualdo Alarcón Martínez, ed., El parnaso guaireño, 1987)


Ida Talavera de Fracchia

(Asunción, 1910-1993)

Poeta, narradora y pintora. Aunque en vida sólo publicó un libro –Esto de andar, 1966–, esta prolífica pintora y poeta de gran sensibilidad y fuerza artísticas tiene también en su haber numerosas obras inéditas, incluyendo versos en guaraní. De dicho caudal inédito forman parte los siguientes poemas: "Protesto", "Lámpara en vigilia", "Sin brújula en la noche" y, en guaraní, "Jheruguá Poty", para dar sólo algunos títulos representativos.


NO ES LUNES

No es lunes ni es septiembre

y sin embargo

se está llenando el patio

de unos verdores nuevos.

Vuela el alma y picotea

como un pájaro

el alma del misterio.

Esta tarde sin ti

que ya se marcha

me toma de la mano

y tu recuerdo

camina aquí a mi lado

quietamente.

Tu voz

como una música olvidada

acuna mi tristeza

y tiene de otros días

y otras noches

la fugaz trayectoria

de una estrella.

Todo viene de ti

y hacia ti vuelve

y sin embargo

no es lunes ni es setiembre.


PUEDES PONERLE UN NOMBRE

Puedes ponerle un nombre,

tú que lo sabes todo,

a mí, ya no me importa.

He soltado los remos

y voy a la deriva,

no me importa si hay playas

o puertos que me esperan,

o dunas solitarias,

o cantos de sirena.

Me voy con estas manos

vacías, sin estrellas,

no llevo nada, nada,

ni brújula siquiera;

he olvidado los mapas

y perdí los caminos,

ya no tengo una meta,

ni me importan las rutas,

que bifurcan sus brazos

acercando las vidas;

he soltado los remos

y voy a la deriva.

(De:Esto es andar, 1966)


Rudi Torga (Gabino Ruiz Díaz Torales)

(San Lorenzo, 1938 - Asunción, 2002)

Actor y director de teatro, poeta bilingüe (español-guaraní) y periodista, Rudi Torga es el seudónimo o nombre artístico de Gabino Ruiz Díaz Torales. Egresado de la Escuela Municipal de Arte Escénico "Roque Centurión Miranda", entre 1964 y 1969 se desempeñó como actor y director del Teatro Popular de Vanguardia (TPV) y en 1970 fundó y dirigió el Teatro Estudio Libre, incorporado al Programa de Acción Cultural Comunitaria de Misión de Amistad. Socio fundador del Centro Paraguayo de Teatro (CEPATE) y de la Sociedad de Escritores del Paraguay (SEP), ha sido también columnista regular de la sección "Arte y Espectáculos" del diario Hoy durante mucho tiempo. Autor bilingüe desde sus primeros inicios poéticos en 1955, Rudi Torga ha reunido todos sus poemas en dos poemarios titulados, significativa y respectivamente, Mandu’arã (1990), volumen en donde ha publicado sus versos en guaraní, y Donde mi canto pasó, publicado póstumamente (2003) y título bajo el que ha incluido su producción en español. Dejó además varios textos inéditos, entre ellos: Esta Tierra Soy Yo, obra de teatro, y Julio Correa: Texto y Contexto, sobre el conocido poeta y "padre" del teatro en guaraní. Según el propio autor, la mayoría de sus poemas han sido concebidos "en verso y con música". En efecto, casi todas sus obras poéticas están musicalizadas y han sido grabadas en disco y casete por varios intérpretes y conjuntos paraguayos. Son también de su autoría: Antología del Teatro Clásico en Guaraní (1998) y Pascual Duarte Rekovekue (2001), traducción al guaraní de La familia de Pascual Duarte (1942), conocida novela del escritor español Camilo José Cela (Premio Nobel 1989).


LA PATRIA QUE LATE EN MI *

* Tiene música de Arnaldo Llorens.

La patria que late en mí

es una patria de hermanos

donde se puede vivir

sin temor a los tiranos.

La patria que late en mí

es una patria sin amos

donde se ve construir

el presente trabajando.

La patria que late en mí

es una patria de canto

porque el hombre no está allí

existiendo amordazado.

La patria que late en mí

es una patria sin llantos

en ella son cual jardín

los sentimientos humanos.

La patria que late en mí

tiene el futuro ganado

porque ha logrado abolir

la injusticia y sus daños.

La patria que late en mí

siempre estará progresando

porque ningún ser infeliz

se la estará aprovechando.

La patria que late en mí

es patria sin exiliados:

el hombre debe vivir

donde le guíen sus pasos.

La patria que late en mí

es la del estudiantado

no del sicario servil

que el dictador ha amaestrado.

La patria que late en mí

es la del campesinado

no del mandón sableril

que se llama "comisario".

La patria que late en mí

es la del proletariado

nunca del caudillo vil

que juega al conciudadano.

La patria que late en mí

no tiene privilegiados

todos respiran allí

fraternal calor humano.

La patria que late en mí

late con arpas y rayos

¡es la que empezó a vivir

un día catorce de mayo!


RONDANDO LA CIUDAD *

Las callejas duermen sin rumor de pasos.

Asunción galana con su lucha está.

Más bebiendo arenas de jazmines blancos

el Agente ronda… ronda la ciudad.

Presagio sin rumbo va y viene en la noche.

En cambio el Agente da "sin novedad".

Los perros cansados de asustar peatones

igual que sus dueños duermiéndose están.

Es larga la noche. No llega la aurora.

Insomnes guitarras ya no suenan más.

Leal a su lema: la Paz de los hombres,

el Agente ronda… ronda la ciudad.

(De: Luis María Martínez, ed., El trino soterrado, vol. II, 1986)


EL RIO DEL TIEMPO

a Néstor Romero Valdovinos

Camalotes en el río del tiempo

Hacia el puerto del hombre viajo.

Y a medida que voy navegando

No consigo acercarme a ese puerto.

Repartido entre el ruego y el canto

Yo no cuento en el vasto universo.

Y oprime mi ser el silencio

De un latido que se va acabando.

Yo no sé si este ir siempre es bueno

Pues tampoco he podido quedarme.

Así vivo hilvanando cantares

Para darme a mí mismo consuelo.

Camalote en el río del tiempo

Hacia el puerto del hombre viajo.

(De: Donde mi canto pasó, 2003)


Arnaldo Valdovinos

(Villeta, 1908 - Buenos Aires, 1991)

Poeta, ensayista, narrador y periodista. Durante la guerra del Chaco publicó Bajo las botas de una bestia rubia (1933) y Cruces de quebracho (1934), relatos que reflejan la angustia y el horror de la contienda. Unos años después apareció uno de sus más elogiados poemas, "El Mutilado del Agro" (1935), donde canta también el dolor de los caídos. Otro poema muy conocido es "Asunción", premiado con Medalla de Oro por la Municipalidad de la capital en un concurso de juegos florales convocado para celebrar un aniversario más de la fundación de Asunción. Circunstancias políticas lo llevaron más tarde al exilio en la Argentina donde vivió casi medio siglo hasta su muerte en Buenos Aires. De aquella época son sus estudios sobre el folklore paraguayo, reunidos en forma de libro con el título de La incógnita del Paraguay (1944).


EL MUTILADO DEL AGRO

¡Quién duda que te hará falta esa pierna,

cuyo pedazo trunco,

hoy oscila como péndulo roto

entre tus dos muletas!…

Eras un hombre libre, sano y fuerte,

sin temor a la vida ni a la muerte.

Macho para el trabajo y los dolores,

las huellas de tus pies dominadores

de malezas hostiles, de marañas

hirsutas y malignamente hurañas,

marcadas han quedado en los caminos

de todos los recodos pueblerinos.

Amabas el trabajo y el pedazo

de tierra que sembrabas. Había un lazo

de afecto natural que decidía

tu apego hacia el sembrado y la alquería.

¡Eras todo un creador! Bajo el milagro

de tus manos curtidas en el agro,

las semillas tornábanse fecundas;

y sentías secretas y profundas

sensaciones humanas y divinas

desbrozando del suelo las espinas.

Y así, con la conciencia de tan santo

destino, tú sentías el encanto

y el orgullo de un Dios bueno y creador

en tu placer viril de sembrador.

Tu ambición era estrecha; tu pobreza

no turbó la ansiedad de la riqueza;

un dictado secreto te decía

que más de lo que eras, no serías;

además, abonabas tales creencias

en constantes y ajenas experiencias.

Así, nunca tuviste sueños vanos;

no podías ser más que tus hermanos

campesinos, presentes y pretéritos,

a pesar de tus luchas y tus méritos.

Por la fuerza ancestral y fatalista

de esta anímica herencia pesimista,

no creíste jamás que la fortuna

tuviera que ofrecerte gracia alguna.

¡Pero tú eras feliz!

Tu noción de la vida y de Dios, era

sencilla, clara y buena a tu manera.

Lo que la ciencia cree impenetrable

muy fácil lo volvía y explicaba

tu nativo evangelio: la agüería.

¡Jamás te preocupó la trilogía,

ni aquello de si Cristo es Jesucristo,

si es un Dios en verdad o sólo un hombre!

A ti ha llegado el eco de su nombre

con la mágica escolta de la gloria,

desde el seno lejano de la historia;

y en él tu fe sencilla ha descansado.

No escuchaste jamás el cuento amado

de las mil y una noches, ni en tu ingenio

sospechaste, que un tiempo vivió un genio

al cual los hombres llaman Napoleón,

y que del mundo fue la admiración.

No oíste nunca hablar de la cultura

oriental, como base o levadura

de la otra llamada de Occidente

ni del senil achaque que resiente

a las naciones clásicas de Europa,

que hacia el Oriente vuelve, viento en popa,

en medio de un espasmo de agonía,

según dicen las doctas profecías…

Sencilla fue tu idea religiosa:

todos los santos son la misma cosa,

pero eso sí: alguno es más amigo

que otros, pues, soporta ser testigo

de cualquier juramento; además,

lo bueno que le pides a él, jamás

–ni lo malo tampoco– se ha negado

de hacerlo, que por algo es "tu abogado"

para todas tus cuitas y pesares.

Tú también, es verdad que en tus andares

has demostrado serle más que fiel;

¡si hasta un nicho le abriste en viva piel

de tu cuerpo! Allí, o en un rosario,

llevas su efigie en santo escapulario.

Tus días matizaban con motivos

baratos, pero plenos y emotivos

para tus concepciones y sentires:

correr a campo abierto hasta que estires

la lengua de cansancio, tras los teros

o perdices, en tardes de aguaceros

propicios; o tomar tu fiel amiga

la guitarra, que irá para que diga

por ti, frente al "tapyi" de tu morena,

cuáles son tus dolores y tus penas,

y para ello cruzar el malezal

con la magia instintiva y nocturnal

de quien trabó amistad con las estrellas.

No te inquietaron nunca las querellas

de este mundo plagado de maldades.

No sabías de extrañas dignidades

caprichosas y abstractas, que fecundan

los males y tragedias que hoy inundan

a los pueblos. Honor, tradición, gloria,

moral, cultura, ética, historia,

derecho, todo aquello que englobado

forma lo que llamamos el sagrado

y universal tesoro de naciones,

para ti no existían ni en nociones

ambiguas, pues, que nunca estos asuntos

tocáronse en velorios de difuntos,

donde cualquier secreto se revela

al correr de la caña y la mistela.

Tenías dignidad a tu manera;

por ejemplo, en un baile, grave era

escuchar una polka ejecutada

adrede en contra tuya, colorada

por caso, no ignorando el atrevido

el "color" liberal de tu partido;

o que de un cuello cuelgue un insolente

pañuelo azul, sabiendo el prepotente

que por no aguar la fiesta y por antojo

prudente, no exhibiste el tuyo, rojo;

o que el rival audaz un tropezón

simule, y te arrugue el pantalón,

por mostrarse a la dama veleidosa,

que con ambos sonríe, vanidosa,

son ofensas gravísimas que el hombre

debe lavar con sangre, si su nombre

mezquina, que si no, es un cobarde…

Muchas veces así, cuando en la tarde

de los sábados ibas a bailar,

por fuerza te obligaban a matar,

o a volver con el tajo de una herida.

Así era el concepto de la vida,

de la honra y del valor que tú tenías.

¡Y eras hombre feliz! Pero un mal día,

el espanto rugió sobre la tierra.

Los jinetes del cuento pavoroso

aullaron a los vientos su luctuoso

alarido de muerte y de miseria.

Destinado tú estabas a esa feria

de brutales horrores y de males,

provocada por almas criminales

entre whisky y bostezos de salones;

llegaron hasta ti, lamentaciones

de pavor y de miedo. Te pidieron

auxilio y protección y te ofrecieron

a cambio de tu vida, la gran gloria

de penetrar al templo de la historia,

precedido de famas y de honores

que rimarían épicos cantores.

Te hablaron de moral y de derecho,

de posesión de juris y de hecho,

de conquistas pretéritas, de reales

cédulas y de audiencias virreinales,

de líneas meridianas, y también

de status-quo y utis… no sé bien

si posidetis… ¡Claro que tu ciencia

no dio para entender tales sapiencias!

Entonces te dijeron que la amada

y humilde patria estaba amenazada

por muy grave peligro, que era urgente

que opusieras tu pecho al prepotente

invasor, que ya a pasos de tambores

venía desplegando en sus clamores

la bandera del luto y de la muerte…

¡No averiguaste más! Tu diestra fuerte

arrojó la semilla y el arado

amigo, en mitad de tu sembrado;

empuñaste un fusil y a la batalla

corriste, para ser férrea muralla

contra el malón audaz de nuevos hunos,

sin jactancia ni nombre propio alguno…

¡Y en la brutal acción de la jornada

de sangre, fuiste todo, sin ser nada!

Has vuelto ya. Comprendo en tus pupilas

que divagan serenas y tranquilas

sobre el miraje azul de la llanura

la secreta ansiedad que te tortura…

¡Quién duda que te hará falta esa pierna,

cuyo pedazo trunco,

hoy oscila como un péndulo roto

entre tus dos muletas!

(De: Sinforiano Buzó Gómez, Indice de la poesía paraguaya, 3ª ed., 1959)


Roque Vallejos

(Asunción, 1943)

Poeta, ensayista, periodista y crítico literario. Aunque médico de profesión, desde hace muchos años se dedica a la creación y crítica literarias. Miembro de número de la Academia Paraguaya de la Lengua Española desde 1973 y de la Sociedad Científica del Paraguay, Roque Vallejos ha colaborado en periódicos y revistas literarias diversas. Ha publicado varios poemarios, entre ellos: Pulso de sombra (1961), Los arcángeles ebrios (1964), Poemas del Apocalipsis (1969), Los labios del silencio (1986), Tiempo baldío (1988) y Antología poética (2000). También es autor de dos antologías literarias: Antología crítica de la poesía paraguaya contemporánea (1968) y Antología de la prosa paraguaya, tomo I (1973). Su producción crítica incluye, entre otros, los siguientes títulos: La literatura paraguaya como expresión de la realidad nacional (1967, 2ª ed., 1971; 3ª ed. corregida y aumentada, 1996), libro que obtuvo el "Premio de Crítica Nacional John F. Kennedy", Palabras al viento (1972), selección de ensayos críticos, y Josefina Plá: Crítica y Antología (1995).


EL ULTIMO POEMA

No hay última poesía

sino miedo a escribirla

la bandera arriada

en la mitad del cielo

¿por qué negar ideas

cuando sobran palabras?

¿por qué volver sepulcro

una trinchera viva?

No se niegue al poema

el conjuro de voces

no se plieguen los labios

que aún son sementeras

un corazón que abrasa

es perpetuo rescoldo

una sola semilla

yema de primavera.

Sólo el tiempo no deja

al pasar su ceniza

sólo el alma no acaba

donde termina el cuerpo

no hay represa que alcance

a detener un río

ni hay silencio que pueda

matar una poesía.

Asunción, 26-XI-1987


PARADOJAS

I

Sentir el vacío literario

es tomar conciencia de

la literatura.

III

El hombre puede

penetrar en la palabra,

como la palabra puede

penetrar en el hombre.

Pero sólo cuando ambos

hechos coincidan en

algún punto, se producirá

la poesía.

XIII

A veces la realidad puede ser menos verdadera

que el recuerdo. Y el recuerdo puede

ser más verdadero que la realidad.

XV

La palabra es la anti-idea.

La anti-palabra es la idea.

XVI

La descapitalización de la conciencia

es la capitalización de la inconsciencia

XXII

Vivir es cambiar, cambiar es vivir porque sólo

en el cambio se consuma la vida.

(De: Tiempo baldío, 1988)


EL DESENCUENTRO CON EL TIEMPO

A Oscar Ferreiro, gran poeta

Hace tiempo que lucho con el tiempo

en la vieja porfía de los hombres.

Un bocado de muerte, él, me convida

Un bocado de vida le devuelvo.

Creí en mi juventud que el tiempo fuera

el havi’u del beso de la novia,

los astros que en sus ojos se constelan

como un guiño de Dios en la mirada.

Y ya en otoño pensé que el tiempo era

apenas un hollejo de infinito

que el lagar de la vida va exprimiendo

para embriagar el corazón del hombre.

¿Qué pienso hoy que el tiempo se termina,

que la sulfúrea eternidad me quema

que ardo como pira sin residuos?

¡Qué importa al fin, si ya no soy yo mismo!


MORIR NACIENDO

Muriendo sin cesar

y sin cesar naciendo

así muero viviendo

así resucitando.

Amando y desamando

odiando y desodiando

así mi corazón

me está crucificando.

Como insectos voraces

me devoran mis sueños

mi alma es honda sima

que atenaza mi luz,

en la ausencia absoluta

la soledad perfecta

no impide el reverbero

siempre infuso de Dios.

(De: Antología poética, 2000)


Carlos Villagra Marsal

(Asunción, 1932)

Poeta, narrador, ensayista y periodista. Aunque abogado de profesión, desde muy joven se dedicó también a la creación literaria. Integrante de la llamada "promoción del 50", miembro de la Academia Universitaria del Paraguay, durante muchos años director de la Tertulia Literaria Hispanoamericana de Asunción, embajador de Paraguay en Chile (1997- 1999) y en Ecuador (1999-2003), actualmente es profesor de literatura guaraní en la Universidad Católica y en la Universidad Nacional de su ciudad natal. Co-fundador (con José María Gómez Sanjurjo y Jorge Gómez Rodas) y director de Alcándara Editora (1982-1988) –que en sus breves seis años de vida dio a luz sesenta volúmenes de poesía paraguaya– y director, además, de la Editorial Araverá (1985-1987), hasta la fecha ha publicado cinco libros y numerosos ensayos y comentarios críticos aparecidos en diversos semanarios culturales y publicaciones literarias nacionales y extranjeras. Es autor de tres libros de poesía: Antología mínima (1975), Guarania del desvelado [1954-1979] (1979), que incluye su épico "Canto a Simón Bolívar" (1954), premiado ese año en los "juegos florales" organizados por la "Sociedad Bolivariana del Paraguay" en homenaje a Bolívar, y El júbilo difícil [1986-1995] (1995), con ediciones paralelas en México y España bajo el título, en ambos casos, de Poesía congregada. Esta última obra (en sus tres ediciones) incorpora en sus páginas los seis poemas musicalizados de su Cantata del pueblo y sus banderas torrenciales (1986). En prosa, son de su autoría Mancuello y la perdiz (1965; 2ª ed. corregida, 1991; reeditada en Ecuador, 1995) –novela corta ganadora del Primer Premio (en narrativa) otorgado en 1966 por el diario La Tribuna– y Papeles de última altura (1991), colección de textos literarios y culturales diversos. En 1996 aparecen dos ediciones críticas de Mancuello y la perdiz: una en Quito (Ecuador), con prólogo y notas de Juan Manuel Marcos, y otra en España (Editorial Cátedra, Colección Letras Hispánicas), a cargo de José Vicente Peiró Barco. Actualmente tiene en preparación Etnococina del Paraguay (Indígena, mestiza, romántica y contemporánea), serie de ensayos con intención estética.


GRITO DE TIERRA

Grita

el cocuecero.

Vuelve de la chacra gritando

el cocuecero.

Viene gritando la tierra cuando grita

el cocuecero.

Con la antigua cruz de la azada

y con su grave y único grito

regresa este labriego.

Ha sido un día de fuego.

Pero grita su duro grito

el cocuecero.

Trae la espalda rota,

y por eso mismo grita en desafío

el cocuecero.

Sabe bien que la tierra no es suya,

y sin embargo va caminando detrás de su largo grito

el cocuecero.

De oscuro monte a monte

sigue el grito

solo

del campesino moreno.

La luz de cobre se acuesta en el rozado

mientras grita profundamente

el cocuecero.

Todo el crepúsculo cabe

en ese grito

de arriero.

Grito de madera que se incrusta

en el tremendo

silencio.

Allá el lejano, sufrido

grito

del cocuecero.

(De: Luis María Martínez, ed., El trino soterrado, vol. I, 1985)


ACTO

Mestiza de jazmín y sombra,

tu conseguida fragancia

sube por mi cuerpo, pronto

me ocupa y guarda.

De la tormenta al sueño,

oh desnuda que sólo nos reclama

la fiebre junta, el ámbito, la tarde,

en fin, la llamarada.

Pero tu cuerpo sabe:

su arco tenso dispara,

desde la dulce hondura,

una memoria cierta hacia mañana.


ELEGIA DEL DESTIERRO

Los despeñados de la patria,

los condenados a la ausencia,

traspasaron sus grandes ríos,

se internaron en la tristeza.

Porque la tierra era su herida

desde los pies a la cabeza,

les forzaron a verla lejos,

por entre llanto y humareda.

Se mudaron a la intemperie

cuando el odio selló la puerta:

así, su exilio es una espina

que por las sienes nos afrenta.

Mas hoy, compañeros errantes,

estamos izando la estrella:

al enseñarles el regreso,

aplaudirán nuestras banderas.

Mientras se cumpla el tiempo abierto

en que apaguemos esa ofensa,

nuestra canción no les olvida,

toda la casa les espera.

(De: Rubén Bareiro Saguier y Carlos Villagra Marsal, eds.,

Poésie Paraguayenne du XXe. Siècle, 1990)


MADRE

Basta

uno solo de los diez mil recuerdos

para enjoyar tu ausencia

mortal,

María Elena.

La mirada de ceniza verde, por ejemplo,

junto al qué vamos a hacer después

de niña presurosa

por recorrer las vidrieras de la ciudad y el mundo.

O tu projimidad insaciable

como la inclinación

a los helados de limón y de vainilla.

O esa distraída

manera de ensortijar o desrizarte el pelo

con dos dedos pensativos,

tu cabello oscuramente rubio

resuelto en los jazmines de plata del verano.

Así las memorias

encienden tristemente

la galería de tu ausencia.

Puro espacio

huérfano,

y en su hora

portal de nuestro inmaculado,

definitivo reconocimiento.

(abril 1995)

para Salvador Villagra Maffiodo

(De: Júbilo difícil, 1995)


Elsa Wiezell

(Asunción, 1926)

Poeta, pintora y docente universitaria. Licenciada en Filosofía por la Universidad Nacional de Asunción (1950) y catedrática de la Universidad de Columbia, desde hace varios años se dedica también a la pintura y ha expuesto en galerías de arte y centros culturales diversos. Prolífica poeta y participante activa del mundo artístico-cultural asunceno, Elsa Wiezell ha recibido numerosas distinciones de importancia, entre las que se cuentan el "Premio García Lorca" otorgado por "Amigos del Arte" en 1967, una "Mención de honor" de la Asociación de Escritores Guaraníes por su libro Puente sobre el Tapé Cué (1968) y el "Premio Integración Regional" en 1992. De su treintena de poemarios publicados, hay que mencionar: Poemas de un mundo en brumas (1950), su primer libro de poemas, Orbita de visiones (1962), Mensajes para hombres nuevos (1966), Palabras para otro planeta (1967),Virazón (1972), La cosecha del viento norte (1974), Antología Poética (1982), Poemas del aire profundo (1992), La tierra de los maizales (1993), Los dos y el mar (1994), Rumbo al arco iris (1995) y El hombre de la nube (2004), para dar sólo una docena de títulos representativos de su más de medio siglo de labor creativa ininterrumpida.


HABIA UNA VEZ UN SUEÑO

Había un espejismo de libertad

meteórica - torrencial

transmisible

como la sangre libre

como el amor boca arriba

como el mar temblando.

Pero hay una libertad con bellos peces

movediza y clara

sin miedo subterráneo

sin muro con hombre decapitado.

Recuerdo un café,

un arco - iris,

un ansia vertical

de cielo y pájaro.

–¿Te gusta cómo vuelan?

No mires esa bóveda negra.

No tiembles con el frío

de un agujero silencioso.

Digo no a la puerta del terror

a la noche falsa.

–Abre tu signo

el sol penetra el sótano

y un látigo

doblará la muerte de los crueles.

–Los pájaros alzan el pico

su fuerza ilimitada

sacude el río

las fábricas

sobrevivientes de las máquinas.

Se abrirán las puertas máximas

–Me desgarras.

–Toma mis alas.

(De: La cosecha del viento norte, 1974)


LAS MANOS PERSISTENTES

Litorales fieros.

Mi patria es un barranco

con un río de vidrio.

La historia campesina

con uñas bajo tierra

va quedando en el surco

como una confidencia.

Calcinados de soles

despiertan sus heridas

con sangre de machetes.

Oscura libertad con pulso justo

levanta mano y hueso

al pan del día.

A veces aguaceros

le tumban de cansancio.

Sus manos agrietadas

pertenecen al indio.

Su guarania es la tierra.

(De: La tierra de los maizales, 1993)


TANTAS COSAS

La mirada entre relámpagos

la luz del trueno

y el viento bailando sin huellas.

Se oía la respiración de ambos.

Las manos iluminadas por el cielo.

En el silencio

con increíbles impulsos

hablamos tantas cosas

el tiempo de los niños

el próximo invierno

el charco entre las rocas.

En el torbellino

detuvimos la marcha

miramos el paisaje

y el agua

que abrazaba las verdes algas.

Nuestras pisadas

juntas como dos párpados

caminaban

rumbo a la eternidad.

(De:Los dos y el mar, 1994)


AMERICA

América para todos

una patria de justicia

hagamos con su bandera.

Sobre la mesa haya pan

en los ojos alegría

con el amor del trabajo

haya fruto cada día.

Que no dividan las razas

y no existan las fronteras.

Que aprendamos a soñar

en una América unida

Norte con Sur abrazadas

por nuestro amor redimida.

Que no dividan las razas

y no existan las fronteras.

(De: Peldaños de papel [Cuentos y poemas para niños y adolescentes],

Escritoras Paraguayas Asociadas, 2002)


Carlos Zubizarreta

(Asunción, 1904-1972)

Narrador y ensayista. Considerado uno de los grandes prosistas de su país, Carlos Zubizarreta ha dejado páginas inolvidables del paisaje y las costumbres tradicionales del Paraguay en sus famosas Acuarelas paraguayas (1940). Otros títulos representativos de su producción literaria son: Capitanes de la aventura (1957), ensayos sobre dos figuras de la conquista (Irala y Cabeza de Vaca), Historia de mi ciudad (1965), Cien vidas paraguayas (1961), Los grillos de la duda (1966), colección de cuentos, y Crónica y ensayo (1969).


VELORIOS CON MUSICA Y BAILE

Ha corrido ya mundo una versión peregrina sobre los velatorios del Paraguay. Viajeros frívolos o chanceros, por no saber mirar –que es un arte– o burla burlando, dieron en decir que la gente del país tiene el hábito de bailar en los funerales.

El aserto es falaz pero encierra su dosis de verdad, como todas las falsedades que alcanzan éxito. El aborigen baila en los velatorios pero sólo cuando el muerto es un niño. Al igual que en el norte argentino los paraguayos dicen velorio, y no velatorio. La corruptela debe ser antiquísima. En su libro Supersticiones en el Río de la Plata Diego Granada se refiere a ella cuando cuenta que "la velación de un difunto que está de cuerpo presente lleva el nombre de velorio entre la gente vulgar, en sentido familiar entre la gente culta".

Quiero creer que la costumbre de los velorios con baile tiene raigambre jesuítica, ya que no indígena ni española, porque no sé de ejemplos similares en otros países del continente americano que también estuvieron sometidos al poder español y de él adquirieron savia y esencia. Tampoco la consigna ningún cronista del coloniaje ni existen rastros de ella entre los primitivos guaraníes o demás tribus guaranizadas.

La ocupación de la Compañia de Jesús de esas feraces regiones, al amparo que le prestara la Corona de España en tiempos del coloniaje, ha dejado surcos muy hondos en la conciencia popular paraguaya. Y es explicable que así sea, porque no se concretó sólo a la explotación del suelo, sino que se extendió también, natural, sabia y discrecionalmente, a la explotación del indio y del alma del indio. Así se justifica que pudiera resultar tan pingüe que asustara a los propios reyes cristianísimos.

Los hermanos Robertson, en su libro Letters on Paraguay, cuentan que las misiones jesuíticas rentaban a la Compañía arriba de tres millones de libras esterlinas anuales. Aparte de la fe que pueda merecernos la exactitud de la cifra, por venir de cronistas que han incurrido en muchas desproporciones al pintar las cosas, es indudable que la utilidad que producían era fabulosamente crecida.

Un niño que muere es un ángel que asciende al cielo. La suposición cabe esencialmente dentro del espíritu religioso que a cristazo limpio inculcaron aquellos santos padres en la mente del indio, dura como la madera de sus selvas, pero transparente como la linfa azul de sus arroyos. En aquellas reducciones, donde imperaba despótica disciplina y se regimentaban hasta las horas de amor a fuerza de campanazos, cabe imaginar también que debiera disciplinarse el dolor dentro de preceptos escolásticos y rígidos. Reduciéndolo, eliminándolo para los progenitores en el caso de muerte de sus vástagos tiernos y aun improductivos, hállase, de paso, a esa convicción un sentido de utilidad práctica nada desdeñable para el interés de los mentores.

¡Un ángel más para el cielo! No hay por qué llorar. ¿Qué madre no enjuga su llanto, no esconde su pena, sabiéndole alado y dichoso? ¿Es absurdo entonces que el adobe y la paja del rancho abuchen la risa, la música, en vez de congojas?

Esa vieja costumbre paraguaya de los velorios con baile, mozas y rondas de caña va perdiendo su añejo prestigio bienaventurado. Ya no existe en ciudades ni pueblos. Hay que buscarla ahora en el corazón de la campaña, bajo el alero arisco y tostado de sol de los ranchos campesinos.

Es condición esencial para la fiesta que el infante muerto no pase de la pubertad. Ello crea en favor de su pureza una "praesumptio juris et de jure", como dicen los juristas, que no admite prueba en contra y asegura a parientes y bailarines la certeza sobre lo fundado de su alegría.

Pasado el dolor de los primeros momentos, el dolor verdadero, la parentela se sume en los preparativos de la fiesta. Es posible que en algún rincón oscuro la madre permanezca todavía ajena a ellos, junto a los amados despojos, oyendo clavetear la caja blanca que preparan. Sale el chasque hasta el poblado más cercano en procura de la orquesta, que hará después leguas y leguas por caminos rojos, a la vera de la selva verdinegra o cruzando palmares. El arpa, las guitarras y la flauta van a lomo de caballo, rompiendo en mil añicos el cristal de los arroyos. Otras veces van a pie. ¡Oh, esos pies desnudos que huellan infatigables y ágiles la arena de todos los caminos y que recuestan y doman el abrojo de todos los pastizales!

Los ranchos que jalonan la ruta entéranse así del suceso. Si al cobijo del naranjal dormían la siesta, el ladrido de los perros acusará el paso de los músicos. No importa las distancias. Cuando la caída de la tarde enfríe los senderos ardorosos de sol, mozos y mozas bañarán su cuerpo moreno en el cercano arroyo, con el jabón de olor de los grandes acontecimientos, y emprenderán camino del velorio con los zapatos al hombro. Porque la moza de los campos anda descalza, pero –mujer al fin–, prefiere bailar calzada.

El rancho donde el niño muerto espera en su caja encalada el regocijo campesino antes de su ascensión al cielo acusa con rústicas luminarias su ubicación, borrado en el borrón de tintas oscuras que destila el monte. Va llegando gente como cuentas desgranadas de un collar. Los más a pie, algunos a caballo, con la china a grupas, sobre ponchos y pellones. Y el baile empieza bajo la enramada, matizado por rondas de esa caña rubia que pone fuego en los músculos y en los corazones. El tereré, cebado en largas guampas con virola de plata, refresca las fatigas del camino y de la danza.

En redor del cándido y lívido angelito que duerme su sueño indiferente las parejas bailan sobre el piso desigual polcas, chopíes, guaranias y galopas. Bailan incansablemente, hasta que llega el nuevo día. La concurrencia tonifica la resistencia de los músicos con frecuentes libaciones y se entrega con lujuria y deleite a la más primitiva de las artes. Un curioso documento antiguo da testimonio de la atávica inclinación que siente este pueblo por la danza. En carta dirigida al Consejo de Indias y fechada en Asunción el año 1556, que daba cuenta de la rebelión de Ramoncillo, el capellán Martín González, refiere lo siguiente: "Tenemos nueva que entre los indios se ha levantado uno, con un niño que dice ser Dios o hijo de Dios, y que tornan con esta invención a sus cantares pasados, a que son inclinados por naturaleza; por los cuales cantares tenemos noticia que en tiempos pasados muchas veces se perdieron, porque entretanto que dura ni siembran ni paran en sus casas, sino, como locos, de noche y de día en otra cosa no entienden, sino en cantar y bailar, sin que quede hombre ni mujer, niño ni viejo, y ansí pierden los tristes la vida y el ánima".

Y estos velorios de angelitos son ocasión propicia para que sus lejanos descendientes resuciten la afición y se entreguen a ella con pesada y contagiosa delectación carnal.

A la luz movediza de los candiles las parejas sudorosas giran estrechamente abrazadas. En la cocina humilde cébase el mate amargo de la madrugada; y las llamas intermitentes de la leña húmeda y escandalosa, iluminan y entenebrecen los rostros de la china que ceba y del arriero que aguarda.

Hasta que vuelve de nuevo el sol, y el campo despierta, y se lava con el rocío. Acompañados de los músicos de ojos enrojecidos por el insomnio y la caña van los despojos impúberes hasta el cementerio más cercano del lugar. Un cementerio sombroso, apacible, con canto de pájaros y alfombra de yuyos; ¡un cementerio donde la tierra sobra y resulta agradable ser una tumba más!

Después, las fatigas del baile hacen menos penoso el recuerdo de las primeras horas.

Ricardo Palma cuenta en sus Tradiciones Peruanas que en los antiguos dominios del inca estílase contratar mujeres especiales, llamadas lloronas, que con llanto y gemidos aseguran la nota del dolor necesario. Yo he visto también en la tierra guaraní viejas rugosas y ágiles que siguen al féretro con lamentos des-garradores y lúgubres, como melopeya intermitente que no tiene fin. No es uso pagarlas pero la lamentación constituye también un hábito indiferente que nace sólo de un deber de cortesía.

Mas en el entierro de un niño nadie gime. La muerte ha sustraído una vida al dolor de la tierra, ha elevado un alma a la bienaventuranza celestial, sin obligarla a andar el camino de prueba y padecimientos. Y la madre vence y aniquila su dolor egoísta para agradecer el don divino.

(De:Acuarelas paraguayas, 3ª ed., 1959)


 
 
 
 
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ENSAYO: SIGLO XX
 





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POESIA ACTUAL














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L - O
P - R
 
S - Z
 
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