Asunción del Paraguay (75 páginas)
ARTE POÉTICA
Que ya no escriba.
Que ya no hable, me pidieron.
Que calle.
Que todo es inútil, me dijeron.
Que no vale la pena tanto esfuerzo.
Sin embargo,
afuera, en la calle,
voces anónimas, sombras, casi sombras
reclamaban el viento, la lluvia azul,
el cielo.
CONSEJOS
Su retrato y el pañuelo del Partido, en la ventana,
estos días.
Que no nos confundan,
enciende luces y pega calcomanías con su rostro
en las puertas.
Di fuerte su nombre
y aplaude en el templo, en la calle,
para que te vean,
que sepan que eres de los que sonríen
solamente.
Cuida tu aspecto y tus maneras
y saluda con unción.
Que están rondando,
que se cruzan en nuestras calles,
caminan con pasos fuertes
y extienden sus sombras en las esquinas.
Besa y ama en los cines, busca a la mujer del alma
y bebe
y sueña un mundo lleno de dulces hurras
y su efigie gigante.
Ponte el reloj que repite sus palabras
y no apagues la radio cuando Él habla
que ya no andan solos,
que se han multiplicado.
Señala tu casa, que es casa de corderos,
coloca en lo alto del árbol la bandera
y el día de su cumpleaños despiértate en su vereda
y mírale a los ojos y dile que no eres de los otros.
Cuídate en los baños y nunca leas las apócrifas letras,
que el diablo con la cola enseña.
Y no hables solo
que hay ojos, oídos y lenguas
en la tierra, en el cielo y en todo lugar.
Que son muchos en estos días
y pueblan los sueños, el café, los bolsillos.
Elige tus libros y si es posible no leas
sino cantos de amor, por decencia, digo,
que no entiendan mal,
que la música del Partido suene alto
y en fin hágase su voluntad en la tuya
y así con pulidas cadenas adornadas el alma
espera sentado el Juicio Final.
POEMA DEL MIEDO
De inexplicables sombras, su cuerpo.
De confusos sentimientos
y endócrinos líquidos,
su presencia.
Es un rostro, un paraguas olvidado,
unos pasos en la calle,
unos ojos en el exacto sitio del alma.
A veces,
como espesa agua cubre el pecho
y tiembla, entonces, imperceptible
y silencioso, el viento.
A veces,
como ruda tormenta desnuda la puerta
y agitando la sangre hace crujir
los dientes.
Difusa, incierta, es sombra en los zaguanes,
en las ventanas semiabiertas,
entre los árboles y la noche
Sigiloso y en acecho, es mariposa oscura
temblándonos en los huesos;
pero, tal vez, mordiéndonos
desde adentro.
Rabia y celo,
animal sin ningún cuerpo
habita el aire del pueblo,
confunde vivos y muertos
y hace del Destino un niño
solitario y ciego,
el miedo.
RESIGNACIÓN
Aunque sea únicamente el silencio,
aunque el silencio únicamente quede,
deja crecer a las golondrinas y los girasoles,
deja a la rana engañarse de luna con el camalote,
qué importa que sea el silencio el que se tiña de agrio,
qué importa sentir la lengua rota de quebrar
silencios inquebrantables.
Deja entonces al silencio.
Porque, ¿quiénes son los que se sienten al borde del incendio?
¿Quiénes son los que hombrean hambre secuestrando mariposas?
¿Acaso nos miramos las manos
cuando están mojadas de silencio?
En verdad, arrugamos los años
para que se acabe el tiempo.
Deja entonces al silencio.
Deja morir al sonido en los umbrales vacíos de la luz.
Deja en la sencillez el vuelo quieto de las hojas amarillas,
Qué importa que sea Octubre el mes de las celdas,
qué importa aquí o allá si el amor y la muerte
se hacen de la misma manera.
Deja entonces al silencio.
Aunque solamente sea él.
Aunque únicamente él habite entre Nosotros.
GERONTOCRACIA
Bostezan los viejos mostruos,
los grandes lagartos,
los tristes pterodáctilos.
Lejos, muy lejos, hay campanas,
y de cuando en cuando rumor de alas.
Lejos suena el agua
y descansa en paz una iguana.
Olvidados paquidermos descascaran la mañana,
aburridos y eternos.
A veces algo pasa
y hay ruidos de cascos,
de pesadas panzas,
respiración y hedor en la aguada.
A veces algo pasa,
agitan sus branquias las ranas
y duendes ancianos miran la plaza:
en la calle no hay vientos.
Aquieta el silencio el torpe sueño
y es vana la mirada, que nada pasa,
nada,
algún caimán ha muerto.
Bostezan los viejos monstruos,
rumia desierto el tiempo.
TOQUE DE QUEDA
Tal vez morirse de miedo sea mejor.
Huir bajo la lluvia intermitentemente gris.
Sonreír
y hablar para uno mismo
mientras el tiempo consume nuestros largos pasos
cotidianos.
Encontrar en alguna esquina tu corazón en silencio
y callar como una sombra escondida,
como una palabra arrugada de frío
y volverte de espaldas
diciendo bajo tu nombre
y alegrarte bajo la lluvia con cierta amargura
por no detenerte sencillamente a conversar.
El viento apura -pensaremos-,
aunque hubiera sido lindo estrechar tu mano,
reír, reír compartiendo el aire oscuro
y la piel apurada.
Tal vez sea mejor callar
y olvidar tu mirada ansiosa,
tus dedos nerviosos en el bolsillo,
tu figura sola frente al agua de los raudales
y dejar que la vida escape
como aquellas hojas que caen interminablemente.
Mirarse el uno al otro con disimulo
cuando ya no hay sino puntos casi inmóviles
en el extremo de la calle
y arrepentirse
y sentir en el pecho
los clavos largos de un pecado indefinido
y al instante, el consuelo de la lluvia que no cesa,
del traje mojado,
de la hora y la ronda
y del silencio en el alma.
Y pensar, arreglándose el cabello,
que mañana todo será sólo un recuerdo.
TRAICIÓN
Sentado a la mesa de los poderosos
hablas con delicados acentos y extranjera voz.
Multiplicas los exquisitos moldes
y en parábolas magníficas explicas
el silencio de Dios.
Ríos y en el carmesí del fino mantel
derramas la soberbia canción de las rosas,
del ayer opulento, de los extraños duendes,
del sueño de nereidas hermosas
y Egiptos rebeldes.
Y aplauden tus núbiles gestos
fariseos de leve andar,
cantores de perdidas labias,
poetas de pasos reales
que eructan sobre el hombro
una rima demás.
Vivos laureles adornan tu frente
y empolvados saludos de enguantada mano
adulan la precisa cadencia de un ritmo mayor.
Aceites, unguentos, fotógrafos
enmarcan tu sonrisa y tu nombre,
altas damas escriben en la ensalada de arroz.
Truenan las mandíbulas,
te halagan las niñas
y amanerados varones
piden tu canción.
O h qué luces, qué alegría, qué festín.
Los espejos reflejan tu pluma invicta
y al cerrarse la ovación,
crónica y laudos coronan tu perfil.
Sólo el pueblo de afuera te mira
y con la mejilla por tu beso herida
marca, poeta, tu traición.
POEMA DE AMOR EN LAS SOMBRAS
Aquí estamos, muchacha,
con la noche inmensa extendida sobre nuestros besos,
hermosamente unidos,
perfectos en el amor y su embeleso;
pero, ¿sabes que allá afuera
una muchacha como tú se desnuda en la calle
y todos los hombres le huelen el sexo
como jazmín al paso?
¿Sabes que mientras te digo te quiero
una niña ensaya el strip-tease en el Carrousel?
¿Has pensado en la comadrona bebiéndole el hijo
una siesta, a la una?
¿Sabes, amor mío,
que ahora, cuando en el temblor de tus pupilas
encuentro a Dios en el Universo,
lúbricos torturadores
turnan alcohólicos golpes a una muchacha azul,
de lunas enamorada?
Aquella que, fresca y bella,
como un ave en la madrugada llenaba de libertad,
pintura blanca las paredes del alba,
¿recuerdas?
Y tú me quieres
y yo te sueño, amada mía,
y recorres mis labios encendidos como crepúsculos
y encuentro en tu pelo los vientos que hacen los hijos.
Pero, dulce compañera,
mientras descubrimos margaritas celestes entre las sábanas
y se esparcen calientes luceros en la almohada,
la noche es un cuchillo corvo en el vientre de un niño,
es un cartón insoportable,
una serpiente en el camalote,
el hambre una vez más, sencillamente.
La noche de nuestro amor, pequeña,
aquí donde viajamos desnudos hacia la madrugada,
es también la que llora la conciencia vendida.
Es esta noche rota a patadas
la misma que en su corazón guarda al rancho incendiado,
del campesino de lucha abierta, fraternal y combativa.
Es esta, amor mío, la noche que cobija el rumor de tu piel,
la luna de los versos con que te nombro.
Es la que vio duendes amarillos de drogas
sangrando en el asfalto
y en el coche de papá sorprendió a la rubia,
a la yanqui, a la que estaba de moda,
desnuda como un maniquí, con los ojos rojos de marihuana.
Es la que alumbró los golpes a la puerta
y el miedo del niño, la fuga del estudiante
y la muerte casi a la madrugada.
La noche de nuestro amor,
la misma que guarda la alegría de querernos
junta con las golondrinas de tu pecho
la entrega, el cambio de una cintura por un trabajo,
por las escobas diarias y el sí señor cotidiano.
Sabes, entonces, tímida avecilla que tiemblas en mis
[brazos,
¿cuál es la noche en la que extendidos estamos
sobre nuestros besos?
Pero calla, mi hermosa compañera,
mira que las palmeras se agitan,
que se acaba nuestra noche
y que los frescos vientos de la mañana ya están cerca.
ESTE CANTO
Este canto, señor,
tiene las uñas sucias
de buscar palabras en la tierra,
tiene casi sin dientes la boca
y muerde, señor
los versos
que a medianoche sueñan
las callejeras en sus besos.
Es de aguardiente su olor,
y de pobreza,
y tienen en sus bolsillos rimas imperfectas,
donde la miseria sobra
y están ausentes las estrellas.
No quiere este canto
ropaje de nácar
y aunque conoce
la perfecta belleza de la rosa,
prefiere el sudor,
los pies con sanguijuelas,
el grito abierto de la vida
que ante la muerte clama
por los fuegos gigantes
que dejen a la miseria en llamas.
De vestidos rotos,
de humillación intacta,
de torturas quietas
y comisarías amplias,
de piel analfabeta
tienen sus letras anchas
y guarda, señor,
mucho miedo en sus líneas blancas,
y se arrastran apenas
y no hablan sino gritan
y son desnudas y son violentas,
las palabras que en la vida encuentra.
Este canto, señor,
tiene el corazón rojo de impotencia,
pero no calla:
aun defectuosa, la lengua clama
en la letra impura,
en la palabra inexacta,
con el sudor a cuestas
y la humillación intacta.
Clama la lengua, señor,
en mitad de la tierra
árida y silenciosa,
con las uñas sucias.
Los huesos de la vida
el canto inflama
esperando, señor,
esperando un sol ardiente cada mañana.
CERCO FINAL CON ESCAPATORIA
Todo se volvió extraño. El día y las hojas amarillas
que caían.
Murmullos sordos y pasos apresurados en el camino,
como de lejos,
llegaban.
Encontró en el parque, botas abandonadas
a la hora exacta del paseo a la tarde.
Y sonaban las campanas,
como al descuido, dobles de angelitos.
Se prohibió entonces a sí mismo,
por decreto, los paseos vespertinos.
Irritó el sol su rostro
y el viento despeinó sus ordenados cabellos.
Mandó cerrar las ventanas
y una inquietante sensación de humedad
le creció cerca del corazón.
Cuando le anunciaron el principio del diluvio,
apagó la luz de su cuarto. Desterró los muchos espejos
y empezó a conocer los objetos, los muchos regalos
con las manos.
Recorría los límites de la casa y de memoria repetía
sus ladrillos.
Las aguas enfermaron las orquídeas del zaguán.
Gris de lluvia, la luna asombraba el horizonte
y sus noches solas.
El siguiente verano no fue distinto. Sin primavera,
el tiempo no trajo flores ni pájaros. De tantos días iguales,
equivocaron de rumbo transeúnte, almas, soldados
y animales.
Algún rumor golpeó las cortinas y arrugó su fotografía.
Decretó, por cábala, el destierro de los últimos criados
y no la sonrisa de sus retratos. El mismo cerró la casa,
y las habitaciones, los roperos.
Claraboyas, tragaluces, resquicios, ninguna luz, ningún viento.
La noche antes sintió la densidad acuática,
el peso químico de las aguas en su cuerpo.
Afuera el raudal mostraba el vientre
de los perros muertos.
Un pozo azul en el alma inauguró su pensamiento.
Cruel, la soledad
empezó a hablar sola y atrevida en la habitación cerrada.
En la calle
empezaban los difuntos la vuelta a casa.
El, vestido de gala, sólo alma, empezó a llorar.
Bajo las puertas, por entre las baldosas, por la alfombra
y sus rosas,
goteaba el tiempo.
Cuando las aguas bajaron,
cantó una voz
la mañana.
Despertó el cielo
y anunciaron por la radio
la reelección del gobierno.
REQUIEM
Apurada, la muerte te fue llegando,
mal querida y sin cita anotada,
justo cuando la tarde convidaba sencillamente a soñar,
justo cuando empezábamos a esperarte,
a ti,
a tus libros,
a tu sonrisa compañera,
presencia de pantalones gastados.
¿Acaso la libertad te amanecía profunda
cuando la muerte se te pegó, dura, al costado?
Palomas asombradas de amor quebraron sus alas
y tus letras rojas interrumpidas en las altas murallas
se hicieron cantos en la mañana.
Roto tu pecho de amores y pólvora,
soltó inmenso sus pájaros azules al cielo abierto.
Lloraba la patria aterida en su miedo
y la tarde de Octubre cerraba sencilla
tus ojos en silencio.
Y aun con el sol en el cielo,
era oscura la vida del pueblo.
Justo cuando empezábamos a olvidar antiguas penas,
justo en el corazón vivo de nuestra espera,
florecía en el asfalto la rosa de tu muerte.
Sabíamos, ahora,
que tendría la patria su primavera
y en la alta bandera de la libertad conseguida
sería tu sonrisa compañera,
estrella quemando, al fin,
nuestra cobardía entera.
PRESENTIMIENTO
Quieta una espiga
en la quietud mágica del aire,
levanta contra el cielo la rebeldía de su tallo
y un verano de sandías y cigarras
enciende el herido silencio de los campos.
-Dime, hermano,
¿por dónde nacerá hoy el lucero de fuego
que mate la mudez y el miedo?
¿Qué aguas traerán la alegría, la fruta madura,
la risa del pueblo?
Quieta el ave del alba;
las alas abiertas, las ansias al viento,
y deteniendo el vuelo,
un lucero triste y ciego.
- ¿No sientes, acaso, hermano
una callada sed de infinito
un hambre de voces que aprietan desde dentro?
Quietos,
acostados sobre el límite azul del mundo,
desnudos,
un hombre y una mujer
aguardan el grito profundo
que llega desde el beso.
Quietos,
esperan los hombres el fin de este tiempo,
el brote tierno,
la flor, la cosecha
y la alegría de saber que pronto acabará
en las almas el invierno.
-Mira, hermano
qué letargo el de nuestro pueblo,
qué triste el silencio y qué huellas grises
deja el miedo.
¿Pero no sientes un murmullo diferente,
fragor de lluvias en el vientre de la mañana?
Quietos,
en una quietud antigua,
sin primavera se mueren miles de pájaros.
Y la guitarra,
callado su ombligo sonoro,
impaciente aguarda el canto,
la voz,
el poema,
la polka alegre y salvaje
que inunde de gritos ciudades y campos.
Quieta
la oración del mediodía,
duro el pan y el sueño.
Quietas
las cruces de mi tierra,
se estremecen violentos en noches de aguacero
y en la quietud terrible de los siglos,
por los siglos quietos, mi pueblo
empieza, dolor y gozo, a despertar.
-Hermano, hermano,
¿no sientes en el pecho, próximo a estallar
el alto lucero de la libertad?
A PLENA PALABRA
A plena palabra
estoy llamando a tus puertas, compañero.
A tu alma de pájaro insomne,
a ese antiguo furor de viento
que incendia las noches.
Quiero el temblor de tus labios
sometiendo, salvaje, al silencio.
Imponente en el grito te reclamo, compañero.
Quiero tus banderas sorprendiendo las mañanas,
sangrando las serpientes del miedo,
a plena palabra,
fraternal y rebelde, yo te quiero, compañero.
Este es el tiempo de tu presencia,
de tu voz compartida,
de recuperar la ancha dignidad de la risa,
del beso,
de la mano limpia,
del amor y del poema.
Aquí, compañero,
a plena palabra y a luz de hombre
quiero tu constancia de agua para las sombras,
tu fulgor de cometa ardiendo,
quemando la mentira nuestra de todos los días.
Mira que en el corazón del Verbo
te nombran invictas llamaradas,
y en cada esquina alguien, sufriendo de sueños,
tu valentía aguarda.
Y porque este silencio nos va creciendo
como filosa daga, piel adentro,
y la vida incesante
paso a paso golpea el secreto de la muerte,
yo te reclamo.
Quiero tu pecho violento,
tu furor de aguacero para las sequías del alma.
Ven, compañero,
a partir el pan,
el honesto y justo sacrificio del trigo,
ven a multiplicar la voz, la palabra,
milagro de siglos que la patria aguarda.
Ven, que yo te quiero con el canto en la sangre,
con el grito soberbio de los ángeles rebeldes,
ígneo y hermoso,
matador certero de una paloma mentirosa.
Ven, compañero,
que más allá de tu puerta
varones ciegos esperan tu primavera.
Este es el tiempo de tu presencia
a plena Palabra, Compañero.
INSURRECCIÓN
Para destruir los altos muros,
payasos desnudos inventaron la paloma
y sonrientes titiriteros
llenaron de pañuelos la luna blanca.
Juntaron los poetas,
en los duros cimientos,
el canto preciso para arrancar las piedras
y ángeles morenos hamacaron el viento;
y por la noche, al fin sin miedo,
encendieron sus mudos luceros.
Para destruir los altos muros
rasgaron los obreros, uñas y dientes,
la hedionda mudez del tiempo
y prendieron jazmines encendidos en sus pechos;
muchachas de largos sueños llenaron de amor el alba
y de la tierra y las rocas
crecieron violentos gritos campesinos.
Para destruir los altos muros,
duendes callejeros inauguraron el cielo
y poblaron el aire de victoriosos fuegos;
así,
caídas algunas torres, rotos los viejos escudos,
resquebrajadas las negras murallas del silencio,
alzóse el pueblo, voz y guitarra en vuelo,
y signos,
amores,
palabras y sueños
vieron desmoronarse las últimas piedras del muro.
UN POETA
Las garzas del sueño detenidas en la tarde
escuchan el leve rumor de tus labios
y próxima la luna, lámpara cerca de tu mano,
escribes en silencio.
Crepuscular la vida, evoca el pueblo,
los altos cocoteros de la infancia,
la historia imaginada,
el sol perdido en la memoria.
Y un otoño triste cae amarillo sobre el alma
cuando tu palabra indica las duras sombras
de la patria;
como un río lento y amargo fluye el poema,
el corazón insomne palpita
al forjar esa precisa letra.
Y te preguntas, poeta,
buscando en el aire la ubicua respuesta,
¿qué distintos cometas cruzarán mañana el cielo?
¿Qué estrella del alba, qué aromilla del camino
anunciará la esperanza?
Todas las preguntas son más preguntas
en la perfecta oscuridad de la noche.
Y hermosa tu mano escribe,
es el signo la huella de la voz que hace digna la tierra.
Sencillo viento que sobre el mundo pasa.
En la quietud de los hombres, poeta,
eres el grito
y en la tranquila lluvia de una tarde de junio
eres el justo silencio de los hombres.
Ya las garzas perdidas del sueño,
blancas como la luna reposan en tu pecho.
Es inminente la madrugada, descansas la cabeza
y ya no ves en el alto cielo
la señal de la Palabra,
el fuego eterno del poema.
PROFECÍA
En verdad os digo, que si éstos callan,
las mismas piedras darán voces
LUCAS XIX, 40
Como siempre,
al principio no creyeron;
decían que era un truco comercial;
sonrieron, como siempre, incrédulos, en el Templo.
Alguien buscó monedas para comprar entradas,
por los comentarios de la gente, dijeron,
por el circo,
y mascando chicles de mediodía
sintonizaron la radio del beatiful world,
porque en verdad nada había cambiado,
al parecer, nada.
El mismo aire quieto, el mismo cielo mudo,
seguían en Palacio los discursos
y en los bares las canciones de moda,
como siempre
idéntica la vida de tardes inciertas,
de aburridas mañanas, de noches cansinas
que como anuncios de neón se repetían,
se repetían como las grises calles de la lluvia
y los pálidos taxis del silencio,
como siempre,
era Diciembre lleno de Dios de barro
y pesebre
y verano de milagros muertos,
el mismo Santa Claus del año pasado,
la estúpida nieve y la sonora cigarra,
que nada ha cambiado, igual la estrella de Belén,
los pinos de plástico importados y petardos
y globos y uvas y calcado el tiempo con papel manteca,
como siempre,
y no creyeron, porque era igual el orden estricto.
Hasta después de los disparos al aire,
de los festejos de fin de año,
de ver con sus propios ojos quebrarse los vidrios del alma,
muertos de vergüenza, simulando la risa
y recogiendo como corchos de sidra sus corazones arrugados,
preguntaban cuál era la trampa
y como siempre, podridos de inacabable miedo y grande silencio,
faltos de fe,
escucharon gritar a las piedras.
POEMA
No recuerdo casi tu nombre,
ni tu manera peculiar de encender los cigarrillos.
Nada en ti era extraordinario:
vulgar tu cuerpo, simple tu cintura,
tus vestidos se repetían por las calles
y ni siquiera tu modo de andar
era diferente al de cualquier hija de vecino.
De tus besos tampoco guardo memoria
sabían, creo, a cirimoyas de la infancia.
De milagros del amor, nada escondías
y lo sabía yo por la simpleza azul
de tus ojos.
Sencillas tua manos, tus sueños,
aunque a veces encendías de magnolias rojas
la mañana
y un sonoro dolor de campanas te agrietaba el cielo:
qué enamorado agitar de banderas, entonces,
te animaba el pecho,
qué entusiasmada estatura de palomas
inauguraba el vuelo en tu frágil regazo.
Avecilla de un sueño,
la libertad era un rumor marítimo
que se agitaba en tus huesos
y era, decías, el modo natural de tu pueblo.
Hoy llueve y todo es muy aburrido,
el raudal en las calles es fuerte,
el cielo resquebraja alguna nube.
Yo pienso en ti, casi, pues nada hay que pueda
reproducir, pese a mi deseo, la misma moneda
perdida, lo comprendo, de aquel tiempo viejo.
Todo se ha ido. Tu cuerpo, tus besos,
los vientos de tu pueblo perseguido, digo,
como las palomas se han perdido,
y ahora
que alguien llama a la puerta,
marca el reloj un sino exacto,
espanta la memoria humedecida
y otra vida y otro acto
pasan de gozo y alma cierta
a ser recuerdo sólo,
como tú,
casi olvido.
POEMA DEL NÚMERO PERDIDO
Levanto el teléfono
y antes del número preciso
es tu voz, tu sonrisa, tu rostro,
el desnudo sendero de tu cuerpo
confundiendo cifras y recuerdos.
Y responden que estoy equivocado,
pero estoy en lo cierto, digo,
y que te quiero insisto,
pero ya nadie contesta
y el silencio electrónico del teléfono
me devuelve al laberinto
de un amor incierto;
alguien apura en los cristales
de la cabina pública
y me abandono a la ciudad
como un número perdido;
transeúnte extraviado
en los límites del beso
o acaso burla de un niño
menesteroso y alado, solo,
jugando en la calle.
Ninguna mirada es suficiente,
ni sombra, ni cine,
ni música, ni vino, ni palabra
para olvidar tus ojos,
tu risa, tu nombre.
Así, quieto, en una esquina cualquiera,
pienso un bar, un café en la ciudad,
un teatro pequeño, donde fumando
me esperas, mientras en arrugada esquela
el viento un número perdido
rueda por la acera.
MONUMENTOS
Sentado, desnudo bajo el cielo exacto
y la estrella precisa,
inquieres a la vida
la razón de este río insomne y quieto.
Y nadie contesta ya tu voz de mando,
ni presto acude al ademán seguro de tus manos,
ni las hojas del lapacho tiemblan
ante la firme mirada y el ceño adusto.
El gesto inmortal detuvo el tiempo.
El mármol caído, pleno de hiedras,
ortigas y typycha hũ esconden arañas,
hormigas, algún diario viejo.
Lejos de ti, palomas fugaces
manchan inaugurados monumentos
y pese a la lluvia y al viento
aguardas aún la resurrección de los muertos.
POEMA
Y allí el cepo, signo al viento,
quieto en el vidrio del ojo,
duras las fibras, la madera firme,
los clavos con herrumbre,
la sala en silencio,
la puerta abierta a las nueve
y acercándose, poco a poco, la muchedumbre,
el maestro, el ejecutivo distraído,
la joven disconforme, la pipa apagada,
la niña del suéter dormido.
Multiplicados los sentidos
por un curso de Historia
aguarda en los pasillos
y paso lento el siglo por las baldosas cuadradas,
como agua de lluvia se desliza por los techos
el tiempo,
el cepo permanece
y la multitud espera
la cabeza ausente.
TRANSFIGURACIÓN
Ahora que la muerte
es un objeto más comprado a crédito,
deseado a veces, olvidado apenas,
perdido entre papeles viejos
y cosas queridas, esperando
en un rincón del cuarto,
ahora, en este momento justo
en el que la vida recupera
su exacta dimensión de hoja
suelta, viento y silencio,
en el universo,
ahora que mirar atrás
significa ver orgullos rengos
y queridas esperando en vano,
confundidos los caminos
y los calendarios,
y que es verdad y es mentira
la misma rosa vista
desde la misma esquina,
ahora que laureles y penas,
dolores suicidas y alegrías perfectas
son fórmulas precisas de correcta materia
o desliz corregible,
ahora que no soy más que tú mismo,
anónimo noctámbulo
volviendo a casa para la cena,
siento arder en el pecho
la paloma de paja de los sueños
y es mi cuerpo, ahora, una hostia azul
alzada hacia el poema.
INDICE
Arte poética, 9
Consejos, 10
Poema del miedo, 14
Resignación, 17
Gerontocracia, 19
Toque de queda, 22
Traición, 25
Poema de amor en las sombras, 28
Este canto, 33
Cerco final con escapatoria, 38
Requiem, 43
Presentimiento, 46
A plena palabra, 51
Insurrección, 55
Un poeta, 58
Profecía, 61
Poema, 65
Poema del número perdido, 69
Monumentos, 72
Poema, 73
Transfiguración, 74
ENLACE INTERNO A ESPACIO DE VISITA RECOMENDADA
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