DESDE EL INFIERNO
JOSÉ DE LA CRUZ AYALA (ALON)
LIBRO PARAGUAYO DEL MES
Ediciones NAPA
Nº 19. Mayo 1982 (209 páginas)
Obra de tapa: TEOREMA II
de CARLOS COLOMBINO.
VIDA Y OBRA DE JOSE DE LA CRUZ AYALA
MANUEL GONDRA
A partir del sábado 30 de enero de 1892, comenzaron a llegar a Asunción las primeras noticias de la muerte de José de la Cruz Ayala, a la sazón exiliado en la ciudad argentina de Paraná (Entre Ríos).
De inmediato, correligionarios y adversarios políticos, intelectuales y ciudadanos independientes, constituyeron una serie de comisiones de homenaje al extinto, unánimemente conmovidos por su temprano fallecimiento.
Una de esas comisiones, integrada “por los señores Indalecio Aquino, Manuel Gondra, Amancio Insaurralde y Manuel Domínguez, quedaron encargados del trabajo biográfico”: (Diario El Independiente del lunes 1° de febrero de 1892, bajo el título Noticias.)
Dicha comisión designó a su vez al señor Manuel Gondra, miembro redactor de la biografía de Ayala; la cual en su oportunidad fue aprobada por unanimidad por los demás miembros.
Este trabajo biográfico fue publicado por primera vez en el diario El Independiente de Asunción, del 12 de febrero de 1892, edición extraordinaria en homenaje de ALON.
Por segunda vez salió a la estampa en el periódico El Radical de Asunción, del 28 de octubre de 1925, con motivo de la repatriación de los restos de Ayala.
JOSÉ DE LA CRUZ AYALA
I
El 13 de setiembre de 1863 nació en el pueblo de Mbuyapey el malogrado periodista, cuya muerte lloran hoy todos los que le conocieron, con lágrimas del corazón.
Hijo de padres virtuosos, recibió en su niñez una educación severa en la que se modeló el carácter que tanto le enalteciera después. Hizo los estudios de la instrucción primaria en una humilde escuela de su pueblo natal, y en 1878, habiendo comenzado a funcionar el Colegio Nacional de la Capital, creado por ley del año anterior, ingresó en aquel establecimiento a hacer los estudios de la segunda enseñanza como alumno becado por el pueblo de Mbuyapey.
En el Colegio Nacional, Ayala dio pruebas de su indisputable talento y aplicación, como se deduce de su foja de estudios. Los exámenes que rindió al terminar el primer curso fueron menos que medianos, debido esto, indudablemente a la mala preparación con que ingresara en el instituto, pero luego fue obteniendo calificaciones cada vez más elevadas, hasta que al terminar el quinto año, en 1882, fue uno de los que más brillantes exámenes prestaron.
Acerca de su conducta como alumno, baste saber que el año de 1883 la Dirección del Colegio Nacional le nombró sub-celador de ese establecimiento, no contando entonces todavía veinte años.
II
El año de 1883 llamaba la atención de los alumnos que recién ingresaban en el Colegio Nacional, un joven delgado, cuyo labio apenas sombreaba ligero bozo, de frente amplia y elevada, en la que se veían como reflejos de una inteligencia superior, de mirada penetrante y dominadora y de altivo continente. Era Ayala que, como dijimos en el párrafo anterior, desempeñaba el humilde puesto de sub-celador.
Veíasele siempre con un libro en la mano, libro que leía con profunda atención a todas horas, excepto aquéllas en que los deberes de su cargo le exigían distraerse de su lectura.
Transcurrido el año mencionado cuando en el mes de Octubre uno de esos incidentes que suelen frecuentemente producirse en los Colegios entre estudiantes y profesores, hizo que presentara su renuncia el que regenteaba la cátedra de Geografía Universal y de Historia Romana, de la Edad Media y Moderna. La Comisión del Colegio encomendó provisoriamente el desempeño de aquellas clases a dos profesores del establecimiento, y cuando estaba por comenzar el curso siguiente, en enero de 1884, propuso al P.E., a indicación de la dirección, el nombramiento como profesores titulares de las clases citadas, de dos jóvenes que juntamente con Ayala habían hecho los estudios de la segunda enseñanza. El P.E. desechó esta proposición, resolviendo se sacase a concurso de oposición las cátedras vacantes, buscando de ese modo más "imparcialidad" en el nombramiento de las personas que debieran ocuparlas, y en virtud de esta disposición verificóse el primer domingo de Febrero el concurso referido, y a él se presentó Ayala como aspirante a las clases de Historia, en oposición al ex-condiscípulo cuyo nombramiento, según dijimos, fue propuesto por la Comisión y desechado por el gobierno.
¡Cuánto y con qué tesón estudió para presentarse a los exámenes! Veíasele pasar noches enteras inclinado sobre los enormes infolios de Cantú y otras obras de historia, leyéndolas con honda atención a la escasa luz de la mezquina lámpara, que alumbraba el dormitorio de cuya vigilancia se hallaba encargado.
Sus trabajos fueron coronados por un éxito que fue tan brillante, como asiduos y pacientes habían sido sus estudios. Llegó el día de la prueba y Ayala salió vencedor. Su palabra fácil y elegante, su criterio exacto y severo para la formación de los juicios históricos y los vastísimos conocimientos que había acopiado en sus constantes lecturas, le dieron el triunfo, y el P.E. por decreto de fecha 12 de Febrero de 1884, le nombró profesor de Historia Romana, de la Edad Media y Moderna del instituto cuyas aulas apenas hacía un año que había abandonado. Ayala contaba entonces veinte años. ¡Hermoso comienzo de una vida que tan pronto había de extinguirse!
III
Aproximábase entre tanto una época en que la sociedad paraguaya debía agitarse a impulsos de sentimientos largo tiempo dormidos, y en que el joven y brillante profesor del Colegio Nacional debía darse a conocer como escritor de combate y recibir los aplausos de todo un pueblo, haciendo la defensa de sus derechos por dilatado espacio de tiempo desconocidos.
Una sociedad aletargada bajo la influencia letal de gobiernos republicanos en el nombre y despóticos en realidad, una de las constituciones políticas más avanzadas sirviendo de ludibrio a oligarquías ignaras y humillantes, una profunda corrupción dominando casi todas las esferas sociales y aflojando los resortes de la administración pública: tal era el espectáculo desconsolador que se ofrecía en aquellos momentos a la mirada del patriota observador.
En la prensa sólo se oía el palmoteo que tributaban a los que la audacia o la fortuna elevan a la cumbre, esos aduladores que, para desgracia de nuestras repúblicas sudamericanas, tanto abundan, o la insinuación cobarde del que teme hacer uso de ese derecho bendito de las democracias que se llama libertad de la prensa.
Pero ¡ah! ...
"Dormido estaba el rayo, como duerme
En el monte la lava rugidora
Y en la cumbre el turbión; llegó la hora
Y el rayo despertó . . .
El 1° de abril de 1884 apareció el primer número de un diario, que con el simbólico nombre de El Heraldo, venía a sacudir al pueblo de su marasmo, a predicar la moralidad en la política, a aplicar el cauterio de la censura a las grandes llagas, a luchar en fin porque la ley no fuese ya vana palabra sin sentido, sino lo que realmente debe ser: la norma de acción de todos los ciudadanos, desde el que se apodera de las riendas del gobierno hasta el mísero labriego de los campos.
Era Director y Redactor de El Heraldo un periodista español, hombre lleno de talento, de propósitos elevados, de pluma cáustica y aguda y de gran corazón. Aun cuando no necesitamos su nombre, vamos a hacerlo como un homenaje rendido a su memoria. Nos referimos al inolvidable Giménez Martín.
Giménez, que era profesor en el Colegio Nacional, había formado parte del tribunal examinador que discernió a Ayala la corona de triunfo en el concurso de oposición de que hemos hablado ya, y conociendo los talentos de su joven colega, invitóle a que colaborara en El Heraldo, y Ayala hizo sus primeras armas en el periodismo, emprendiendo una campaña en que demostró que a su inteligencia ya reconocida, unía un ardiente patriotismo y un carácter, que había de traer poco después sobre él la atención del país, y que al morir debía ser el mejor timbre de su corta pero agitada existencia.
El 6 de mayo publicó el primer artículo bajo el pseudónimo de Alón, que tan popular se hizo y por el que era conocido más que por su propio nombre.
Ayala se ocupó en sus dos primeros escritos de la necesidad de llevar a cabo varias reformas de importancia en el Colegio Nacional, pero luego dejó la pluma que aconseja para esgrimir la que combate. Un día apareció en cierto diario local un artículo, aconsejando a los hombres del poder ahogasen en germen un partido político que decían se hallaba en gestación. Alón atacó denodadamente al periodista que tal aconsejaba, y en ese artículo dio a conocer las condiciones que luego habían de hacerle temible como periodista: dialéctica vigorosa, habilidad para dirigir golpes al adversario, que no podía pararlos ni esquivarlos, y frase robusta en que había ora relampagueante elocuencia, ora rugidos de patriótica indignación, ora agudezas epigramáticas y mordaces.
A la réplica de su adversario, Alón contestó con artículos llenos de nervio, de energía, vibrantes, que le dieron el triunfo en la polémica. Sus contenedores quisieron entonces arrojar duda sobre la honradez de los propósitos que le inspiran, insinuando la idea de que sus escritos respondían a la sugestión del director del partido en embrión, y amenazándole también con hacer públicos algunos hechos, que decían eran desdorosos para su dignidad. Alón contestóles levantando los falsos cargos que se le hacían y diciendo: "nadie sino ellos, son instrumentos, ese elemento perverso que deberíamos arrojar de nuestro seno, como la tierra expele de sus entrañas la escoria impura que hierve en el crisol de los volcanes"; y después, contestando a los que, como el personaje de la Polémica literaria de Larra, querían acallar su voz atemorizándole con dar a luz hechos que le deshonraban, les desafió a que lo hicieran, pues él nada temía "porque en Alón encontrarían el Aquiles invulnerable hasta en sus talones".
Bien pronto debía encontrar Ayala un adversario más poderoso. Un día la Cámara de Diputados, una de esas cámaras "deshonradas antes de nacidas" que tanto avergüenzan a nuestras incipientes democracias, declaró, con motivo de la interpelación hecha por uno de sus miembros a un Ministro del Poder Ejecutivo, que dicho funcionario había violado tres leyes, pero que no había lugar a acusación, como propuso un representante, por la poca importancia de las prescripciones legales que habían sido transgredidas. Esta declaración hecha por una parte del poder legislativo, era una prueba de la gran corrupción dominante, y Alón, que había asistido a aquella sesión como cronista de El Heraldo, lleno de patriótica indignación ante tanto relajamiento moral, puso en la picota del desprecio público a los que no habían sabido cumplir con sus deberes y entregó a la consideración del pueblo los nombres de los pocos que habían alzado su voz en defensa de la ley. Ese artículo fue el comienzo de una campaña ardiente, que emprendió contra aquella cámara y contra sus defensores en la prensa. Nada le arredraba: ni el tener que luchar con enemigos que podían esgrimir el arma de todas las maldades, ni las grandes fuerzas que se necesitaban para emprender la curación de un mal que tan hondas raíces había echado.
Alón hizo uso de todas las armas que maneja el periodista honrado: ya daba formidables golpes de maza a sus adversarios, ya los exhibía en toda la deformidad de su ser moral, ora les lanzaba el dardo agudo que penetra hasta lo más hondo, como se complacía en hacerlos objeto de hirientes carcajadas de desprecio.
Aún se recuerda el entusiasmo con que fueron recibidos los primeros artículos del joven profesor de historia y novel periodista.
Ellos cayeron como "chispas eléctricas" sobre una sociedad que parecía dominada por abrumadora catalepsia, y a sus viriles acentos contestó el grito de alborozo del pueblo y sobre todo de la juventud, que sentía por primera vez la palabra iracunda de la protesta contra los que no pudiendo ser grandes en su tiranía, avergonzaban a la nación con humillante despotismo.
Pero la Cámara no podía sufrir la tenaz y valiente prédica de El Heraldo, y comenzaron las persecuciones de aquel popular diario. Varios de los artículos fueron denunciados, por cuanto según decían los legisladores, importaban su desacato cometido por sus autores hacia la Cámara, entre ellos uno de Alón, y el director de El Heraldo, en cumplimiento de arbitraria disposición, compareció ante ella para declarar quién fuera el autor de los artículos acusados.
¡Turbulentos días aquellos! En uno de ellos Alón dio pruebas de la serenidad de su espíritu, de la grandeza de su alma.
La Cámara en sesión, se hallaba recibiendo la declaración de Giménez Martín. En la barra hervía una muchedumbre de bandidos, llevados exprofeso para intimidar a las personas de espíritu independiente, que se atrevieran a hacer manifestaciones de simpatía por los periodistas de la causa popular. Interrogado Giménez Martín sobre quién era el autor de los artículos incendiarios, que aparecían bajo el pseudónimo de Alón, se negó valiente y caballerosamente a declarar, en vista de lo cual la Cámara resolvió reducirlo a prisión. Oyóse en ese momento una voz vibrante que del fondo de la barra gritaba: "No encarceléis a ese hombre. ¡Yo soy Alón!".
¿Quién era el osado a hacer esa declaración, que en aquellos momentos importaba tanto como el reto lanzado a los asesinos que formaban la barra de la Cámara? Era José de la Cruz Ayala, cuya grandeza de su alma no podía permitirle que fuese injustamente castigado su compañero de tareas. La Cámara, sin embargo, consumó su obra, decretando la prisión de Giménez Martín y otros escritores y empleados de El Heraldo.
Las persecuciones que hasta aquellos momentos se habían llevada a cabo, procurando en cierto modo observar formas legales, fueron desde entonces hechas sin paliativos de ningún género, y poco tiempo después de estos acontecimientos, era bárbaramente apaleado un joven patriota que hoy se halla en el lecho de dolor a consecuencia de la última revolución, pero que entonces vivía retirado de la escena agitada de la política. La mano criminal había errado el golpe. Alón, que era la víctima designada, se salvó mediante el acaso.
Algunos días después, el 28 de junio, el P.E. publicó un decreto por el cual, sin exponer fundamento alguno, se separaba a Ayala de la cátedra de Historia que venía desempeñando en el Colegio Nacional, con tanta brillantez por parte suya como contento por la de sus alumnos, y el 10 de Julio, oyendo los consejos de sus amigos que temían por su existencia, partió a Buenos Aires con objeto de continuar en la Universidad de aquella capital los estudios que con gran lucimiento había comenzado en la Escuela de Derecho, que funcionara en ésta el año anterior. Pero invencibles dificultades le impidieron ingresar como alumno en aquella Universidad, y Ayala tuvo que vivir en medio de grandes privaciones, lo que dio lugar a que iniciara entre sus amigos de aquí una suscripción, cuyo producto le fue remitido. Poco tiempo después abandonó la capital bonaerense y vino a emplearse en un establecimiento rural que el señor Pedro Gill posee en el Chaco. Allí, Ayala, al mismo tiempo que a los trabajos materiales, se dedicaba con afán a los intelectuales, y empleó gran parte de su tiempo en verter al español la traducción francesa hecha por Cousin de la Crítica de la razón pura del gran filósofo de Koenisberg.
Pero la fogosidad de ese espíritu no compadecía con la vida tranquila del campo, y no tardó mucho en volver a la Asunción, donde el público estaba ávido de leer sus artículos llenos de fuego y patriotismo. Formó nuevamente parte del cuerpo de redactores de El Heraldo, y prosiguió la obra regeneradora que había iniciado el año anterior. Esto acontecía por el mes de junio de 1885. Acercábase por consiguiente el tiempo en que debía elegirse al que ejercería la Presidencia de la República en el quinto periodo constitucional. Ofrecida por el gobierno con grandes promesas de garantías la libertad electoral, reunióse un día el pueblo asunceno para designar las personas cuyas candidaturas a la presidencia y vicepresidencia de la República debía sostener, y Ayala fue nombrado por unánime aclamación secretario de la comisión directiva del Club del Pueblo, que tal fue el nombre que se dio a aquella agrupación de ciudadanos. Como candidato a la primera magistratura fue proclamado por unanimidad el General D. Patricio Escobar, cuyo nombre era entonces el compendio de las caras ilusiones de los patriotas, que esperaban haría un gobierno honrado y progresista; pero para la vice-presidencia, la Comisión, sin escuchar la voz del pueblo, impuso la candidatura de don José del R. Miranda, porque según dijo uno de sus miembros, era sostenida por las bayonetas del poder, contra las cuales era imposible toda lucha. Ayala, entonces viendo que las aspiraciones populares eran defraudadas, y que las garantías ofrecidas por el gobierno se trocaban en vergonzosa imposición, manifestó que su carácter de miembro del Club del Pueblo era incompatible con los principios por los cuales luchaba y presentó su renuncia al cargo de secretario, para el que había sido electo.
Entre tanto, El Heraldo continuaba siempre luchando con vigor, desenmascarando a los comediantes de la política y poniendo de manifiesto ante el país las repugnantes úlceras que corroían la administración pública.
Sus artículos llenos de amarga sátira excitaban la ira de los que eran el blanco de sus rudos y continuos ataques, y un día desarrollóse ante los ojos de la población asuncena un drama de sangre: el Director de El Heraldo que era entonces don Manuel Curutchet, periodista argentino, que cayó muerto en las calles de Buenos Aires en las jornadas de julio de 1890 formando en las filas revolucionarias, fue herido a balazos por el secretario privado del Presidente de la República. Aún está en la memoria de todos aquel hecho. No necesitamos narrarlo.
Ayala, que en los momentos del sangriento suceso se hallaba en la imprenta, apenas tuvo conocimiento de lo ocurrido, lanzó un boletín que cayó como una bomba sobre la sociedad consternada ante el horrible drama, y El Heraldo del siguiente día, 16 de Diciembre de 1885, publicó con el título de Tabla de Sangre un artículo lleno de vehemencia, en que su indignación estallaba en frases ardientes como el fuego y vibrantes como el acero, contra los que oprimían al pueblo, lo que le valió ser enrolado horas después en el cuartel de la Escolta por orden arbitraria del Ministro de Guerra. Inútiles fueron todos los esfuerzos hechos con la ley en la mano por sus amigos para que fuera puesto en libertad, y en la noche del 16 al 17 de enero de 1886 fue deportado a Villa Hayes a bordo de la cañonera Pirapó.
Todos temblaron por su existencia. Temíase que en las soledades del Chaco terminase, bajo los velos del misterio impenetrable, la vida del periodista casi adolescente.
Una vez en Villa Hayes, Ayala fue nombrado para formar parte del piquete que debía acompañar al agrimensor don Antonio Codas, en la expedición que iba a hacer al través del Chaco para levantar el plano topográfico de ese territorio, e hizo todo aquel penoso viaje, volviendo al punto de partida después de mes y medio de continua y penosa marcha.
A principios de marzo de 1886, Ayala vino a la Asunción como ordenanza del comandante de Villa Hayes, Capitán Ferreira y teniendo aquí conocimiento de que iba a ser confinado a un fortín en el interior del Chaco, y oyendo también los consejos de varios amigos suyos que temían por su suerte, se fugó en la noche del 15 de marzo en una canoa con dirección a Formosa de donde pasó luego a Buenos Aires.
En la capital argentina vivió como en su anterior emigración, en medio de grandes penurias. Estuvo primeramente como traductor de un importante diario, y luego fue escribiente supernumerario del Ministerio de Relaciones Exteriores. Al hacer la biografía de Ayala debe recordarse en este punto, que él fue uno de los fundadores del Centro Paraguayo que existe en aquella ciudad.
El 24 de Noviembre del 86 subió a la Presidencia de la República el General Escobar, quien ofreció amnistía a los emigrados políticos, y Ayala pudo regresar a la patria en junio del 87. Pero trabajando como siempre por el triunfo de sus generosos ideales, y viendo llegado el momento de recoger el fruto de las semillas que sembrara, fundó en Julio de aquel año, acompañado de los señores don Antonio Taboada, doctor José Z. Caminos, don Juan A. Aponte, don Fabio Queirolo, don Víctor Soler y don Juan Bernardo Dávalos el partido político denominado Centro Democrático, que no tardó en dominar por el número de sus afiliados en la República entera, lo cual no era de extrañar dada la perversidad de los gobiernos que se vienen sucediendo y los trabajos verdaderamente titánicos que El Heraldo llevó a cabo.
El 17 de Setiembre, habiendo el Centro Democrático adoptado como órgano oficial del Partido Liberal el diario El Imparcial, fundado meses anteriores, Ayala fue encargado de su Dirección y Redacción y nuevamente continuó su luminosa campaña periodística con la energía que le era peculiar; pero un mes después abandonó El Imparcial por diversas causas, y poco tiempo más tarde se encargó de El Independiente, recién fundado entonces, y a cuyo frente estaba hasta el 30 de Noviembre de 1886.
Como redactor de El Independiente Ayala combatía tenazmente y con su denuedo de siempre los malos actos del gobierno del General Escobar, publicó una serie de artículos bajo seudónimo de José de Concepción haciendo en ellos el estudio más profundo y más sangriento de sus adversarios políticos, censuró en artículos que a veces llegaron a tener los más ásperos tonos, a sus correligionarios que firmaron el acuerdo político que dio por resultado la exaltación al poder de don Juan G. González, acuerdo que Ayala consideraba solamente como una farsa política, en lo que los hechos no tardaron en darle razón, y dirigió rudos y encarnizados ataques a la candidatura de aquél, demostrando que lejos de responder a las aspiraciones del pueblo, don Juan G. González no haría otra cosa sino seguir el mismo camino que sus antecesores, es decir, que en vez de hacer una política patriótica y nacional haría una estrecha, exclusivista, oligárquica.
Pero, habiendo sido adquirido El Independiente para sostener la conciliación de los partidos, Ayala dejó su redacción en la fecha ya expresada, despidiéndose del público en un artículo, en el cual, refiriéndose a aquel diario, decía con muchísima razón: "Su papel ha sido el del tribuno romano que defendía a sus clientes contra los abusos de las castas privilegiadas, y más satisfechas volvían a sus hogares las víctimas de las injusticias y atentados gubernativos con una denuncia de El Independiente, que con la justicia de los tribunales que buscaban en vano"; y haciendo luego justo alarde de la campaña que terminaba, decía:
"No hay uno solo que pueda decir que haya jamás alquilado su propaganda, como para vergüenza de los del oficio hacen los mercenarios de la pluma y del sable; no hemos hecho comercio de la tarea; hemos querido prestar un servicio al país y si algo hemos conseguido será la mayor de las satisfacciones que al retirarnos podamos llevar".
IV
Con el retiro de Ayala de El Independiente había de terminar su vida activa de periodista. Si luego escribió en algún otro diario fueron artículos que no significaban campañas como las que anteriormente había realizado, si bien que había de dirigir nuevos terribles golpes al actual presidente de la República.
Aproximábase entre tanto la ocasión en que su carácter se diera a conocer con más vigor. En una de las varias visitas que hizo a su familia después de abandonar la redacción de El Independiente, concibió el proyecto de lanzar su candidatura a diputado por su pueblo natal y los otros partidos que constituyen el 13° distrito electoral. Alentado en esta idea por todos los amigos y por los que querían ver ya en el Congreso personas en las que se aunaran carácter e ilustración, dirigió un manifiesto a sus electores trazándoles su patriótico programa, manifiesto en el que comenzaba por renunciar a favor de las escuelas de aquel distrito los sueldos que le corresponderían en caso de triunfar, lo que, como era natural nadie pondría en duda, si la libertad del sufragio fuese respetada por nuestros gobiernos.
Al entusiasta manifiesto de Ayala le respondió todo el distrito, poniéndose de pie como un solo hombre para sostener su candidatura. Su contendor, personaje que se había revelado en las legislaturas anteriores como una nulidad, así de inteligencia como de carácter, entró a la lucha contando con el apoyo de las bayonetas oficiales. Ayala no desesperó por ello ni se arredró. Quiso probar que era tan valiente al frente de sus electores, como al de un periódico, habiéndolo logrado al poner en ocasión que todos recuerdan, en vergonzosa fuga a su impopular adversario.
Pero, como era natural, no fue electo diputado: resultado fatal de todas las contiendas electorales en que intervienen gobiernos sin virtudes republicanas. Los detalles de estos hechos están frescos en la memoria de todos. Son acontecimientos de última hora, puede decirse, de la historia contemporánea del Paraguay. No necesitamos pues referirnos, ni tendríamos espacio para hacerlo.
Antes de esto, Ayala tuvo que volver por unos días a la prensa, levantando desde las columnas de La Democracia cargos infames con que habían querido vanamente desdorársele.
Acusado luego por uno de esos tantos instrumentos de que disponen los hombres que ocupan las alturas del poder, Ayala tuvo que vivir oculto algún tiempo, no porque el delito que se le imputara fuera cierto, sino porque estaba convencido de que en los tribunales corrompidos, los hombres honrados y patriotas, en vez de justicia sólo hallan la cadena infamante del presidiario.
De su oculto retiro se trasladó a la Argentina, no sin antes dirigir al primer magistrado de la Nación cartas en que le echaba en cara todas las faltas que cometiera en el corto tiempo en que había regido los destinos del país. En esos escritos su pluma recorrió todos los tonos desde la más vehemente imprecación y el apóstrofe más violento hasta la sátira mordaz que abofetea.
¡Eran los últimos zarpazos del león que abandona su presa después de haberla hecho pedazos con sus garras!
En Febrero, Ayala abandonaba por tercera vez el suelo de la patria. Fue a Corrientes y allí dio largo descanso a su espíritu que tantas y tan ardientes luchas había tenido que sostener. Trabajó tranquilamente ayudando a un hermano suyo en sus negocios, desempeñando el cargo de comisario de un vaporcito que hacía la carrera de Corrientes a Buenos Aires y que se ocupaba principalmente de transporte de maderas, hasta que a fines del mes de Noviembre se trasladó a la ciudad de Paraná, donde cayó, poco tiempo después de llegar, enfermo de influenza, enfermedad que le tuvo casi al borde del sepulcro, pero de la que felizmente halló curación.
Mas ¡ay! ya eran contados los días del valeroso adalid de la causa popular.
Astro que se apaga sin llegar a la mitad de la carrera, su espíritu brillante iba a hundirse en la eternidad, como se hunden en la noche sin fin de los espacios esos meteoros de luminosa cabellera que cruzan en curva gigantesca, dejando tras sí regueros de luz y deslumbrando con sus fulgores.
El 24 de Enero pasado fue atacado por la fiebre tifoidea, que tan intensa fue para rendir en cuatro días de lucha el organismo del joven pero vigoroso atleta y el 28 exhaló sus últimos suspiros en el seno de una familia que en su enfermedad lo atendió con tierna solicitud y que, por el hecho, es acreedora de la gratitud de todos los corazones que amaron al valiente periodista de la libertad y que hoy lloran su prematuro fin: la familia de Berisso.
V
La premura con que han sido escritos los apuntes biográficos que preceden ha hecho imposible dar más detalles acerca de la vida de Ayala.
Hubiéramos podido hablar extensamente de sus largas y dolorosas luchas; de sus múltiples talentos que le hicieron brillar así en la cátedra como en la prensa con fulgores resplandecientes, de su gran carácter forjado en el yunque de continuos sufrimientos; de su amor filial que en sus días de proscripción vertió, en cartas íntimas, frases que al leerlas hacen asomar las lágrimas a los ojos; de sus notables aptitudes como orador, que le hubieran hecho descollar sin rival en la tribuna y de las cualidades especiales que prometían en él un brillante literato, cualidades que se manifestaron en aquella original Leyenda Guaraní, que con el aplauso de todos leyó en una de las veladas que celebró en Ateneo Paraguayo; pero la circunstancia expresada se opone a ello de modo invencible.
Sin embargo, por la breve reseña que antecede se puede ya comprender la magnitud de su personalidad.
Ayala ha sido la encarnación viva del carácter, y si su prematura muerte no ha dado lugar a que se manifestasen en toda su plenitud sus brillantes aptitudes intelectuales, no ha sido obstáculo a que aquél se revelase en toda su grandeza.
En las épocas por que atravesamos, doloroso es confesarlo pero también fuerza es decirlo, raros son los espíritus bien templados que pueden resistir las tentaciones de la concupiscencia reinante y que no se tuercen ni aun ante el martirio.
Pues bien, la vida de Ayala fue una lucha continua, y ni las inicuas persecuciones de que aquí fue víctima ni las grandes penalidades que sufrió en su vida infortunada de proscripto, llegaron a abatir su inflexible espíritu, el cual, por el contrario, se manifestaba cada vez más gigante.
"¡Es que el dolor abate a los pigmeos. Y a los grandes infunde nuevos bríos!"
Su muerte lejos de la patria, que abandonara huyendo de las arbitrariedades de un poder despótico, es la mejor prueba de la entereza de su carácter, y las honras fúnebres que todos sus amigos, así nacionales como extranjeros, han resuelto tributarle, es la manifestación más evidente de las grandes simpatías que se atrajo en su azarosa vida de apóstol de noble causa.
Ayala, por sus virtudes cívicas, constituye una gloria para la República entera que llora hoy con su muerte la pérdida de su hijo predilecto, y sobre su tumba, podrían escribirse estas palabras del poeta:
"No es sepulcro el sepulcro sino templo
A los que mueren dándonos ejemplos."
Manuel Gondra - Indalecio Aquino
Amancio Insaurralde -Manuel Domínguez
JOSE DE LA CRUZ AYALA
(Alón)
I. ARTICULOS PUBLICADOS EN EL DIARIO EL HERALDO (1884)
COBARDÍA Y ADULACIÓN
Después de haber lanzado a publicidad un escrito que rebosa todo entre gritos de guerra, cuyo conjunto es el más bello programa de la intolerancia despótica de los cobardes que no se creen con fuerzas para vivir libres; de los aduladores, sanguijuelas corrompidas y corruptoras que emponzoñan y vician hasta el ajeno corazón de esos instrumentos viles tan siniestros cuanto más cobardes, cuanto más se doblan a la mano que les gobierna; después de dar a luz el monstruoso parto de su inteligencia, se lamenta, ¡el infeliz! de que haya otras inteligencias que la comprendan tan mal para darle interpretación semejante!
¿Creéis que el infeliz haya refutado nada de lo que dije? Cuando se lee su artículo es como si viajásemos por un país lleno de cementerios, corrupción, miasmas venenosos, tumbas entreabiertas que exhalan el olor nauseabundo de la podredumbre, sepulcros, sarcófagos, etc.; el corazón humano que se corrompe, que pierde todo sentimiento de dignidad, y otras yerbas, que bien podríamos todos cocer en una caldera y hacer cataplasma para su escribidor, porque no vienen al caso, ni refutan nada de lo que dije. Es un conjunto de relumbrones, ampulosidades vacías de sentido, como su autor que se revuelca en su derrota con el furioso paroxismo del que da su último manotón; es el delirio de Espronceda en sus últimos momentos que quiere hundirse en bacanales, orgías y muertes; como tú, infeliz; es la rabia del desconsolado que adulando en público quiere sin embargo que este acto de los esclavos, o mejor dicho, del cobarde adulador, quede oculto; es el delirio lleno de turbación y vergüenza del que comienza la carrera maldita y se ve descubierto; es el eco del que quiere continuar siendo lo que fue: instrumento.
Sí: ese artículo "Consejo de ministros" fue tu perdición, infeliz, porque en él revelasteis lo que eres, y ya que quieres defenderlo, lo que serás toda tu vida. Ese artículo es el clamor de los hombres que pinta Tácito con tan triste acento y en tan tristes colores, de aquellos hombres que deifican por adular y llevan su adulación tan adelante, que para buscar un medio más de mostrarse indignos claman por la opresión.
O si no, leed ese artículo "Consejo de ministros" y veréis ese grito del salvajismo que hay en él, es el consejo pérfido de Neso pues aconseja la muerte, es la voz de Marat, pero de un Marat que no tiene siquiera el valor de éste; es el "viejo franciscano" que aconseja la matanza de los girondinos. Por lo cobarde y mal encubierto podemos compararle a la serpiente que destila su ponzoña de muerte a la escondida.
No creáis, infeliz, que haya querido explotaros, no creáis que haya inventado para difamarte y alcanzar reputación: esto es muy baladí, digno solamente de figurar en tu famosa refutación. ¿Risum teneatis amici? En ese artículo "Consejo de ministros" no hay un solo párrafo que no indique corrupción; la corrupción de la muerte es pestilente y venenosa, y no quiero emponzoñar mi corazón ni viciarle con el virus febril de la siniestra hiena.
El grito agorero de la corneja que clama por la tempestad, el hambriento chacal que aúlla cuando anda en busca de osamentas, el rugido del feroz tigre, el tiritar siniestro y horrible del caníbal que engulle carne humana y chorrea sangre de sus entreabiertos labios, son escenas espantosas de la naturaleza; pero ese clamor encubierto y cobarde por la esclavitud, ese medio de adulación el más infame que tienta volver a los días del puñal y de las cadenas, esa alma del verdugo, del siniestro instrumento que se muestra y revela en el que escribió, que no espera sino la voz de un Tiberio para lanzarse gruñendo en el circo y llevar la muerte por doquier: es el último grito de prueba para buscar los vapores de sangre a que están acostumbrados los cuervos de graznidos siniestros.
Si el ángel exterminador blandiera sobre tu frente, infeliz, su espada de fuego para castigarte por haber llenado de la peor manera tu misión en este mundo cuando se abriera el séptimo sello de Daniel, no tendrías una sola razón que alegar, y me parece ya verte sumergido en aquel infierno de Dante, en pez hirviendo y el demonio, con sus garfios os sumerge en sus ardientes ondas. Nada menos mereces.
No podéis negar que ese artículo "Consejo de ministros" es el grito de alarma del que está acostumbrado al despotismo en presencia de la libertad, que es el eco de la intolerancia. Leed el artículo: Comienza su párrafo, entra en materia; pero asustado de su obra, vuelve al consejo de ministros. Este desvarío indica que temió escribir su código de sangre y sin embargo quiso adular: cobardía y adulación.
En cuanto a mí, mentís, infeliz, que sirva como tú de instrumento a nadie, porque me siento con fuerza de mí mismo, porque he hecho la promesa de no pertenecer, jamás, a ningún partido donde es forzoso a veces defender la iniquidad, o si uno es infeliz, adular y ser instrumento como tú.
Os enfurecéis contra mí porque os he sacado la careta, aunque bien conocido sois y porque la maldad es de las tinieblas, y porque ese artículo es el siniestro tejido por Luzbel en los infiernos.
Sí: cuando el corazón humano se pervierte, cuando la humana naturaleza se deprava hasta las leyes de la razón parecen variar; y entonces ese ser depravado y pervertido es más horrible que el aborto monstruoso de la salvaje Pampa.
Alón
(N° 34, 12/V/1884)
UN HÉROE OLVIDADO
I
No hay nación tan pobre en glorias que no tenga un día que recuerde un momento supremo de la vida Histórica; y el Paraguay tiene el suyo el 14 de Mayo que recuerda el solemne momento del primer grito para romper sus cadenas.
Siete generaciones habían pasado en el silencio tristísimo de la esclavitud, sentado sobre el montón de sus cadenas, cadenas enmohecidas por su acerbo llanto; un mar de dolores nubló su frente con la sombra melancólica del que vive en la ergástula del esclavo. De repente se oye un sordo rumor semejante al ronco acento de la lejana tempestad que rueda sobre la falda de una cordillera: las grandes borrascas rugen sordamente mucho tiempo antes de llegar.
Y cuando suena el instante único en su especie en nuestros anales patrios, tantos dolores acumulados por los siglos y las generaciones, tantas lágrimas derramadas en la esclavitud, tantos y tan lastimeros quejidos de nuestros padres oprimidos, se condensaron todos juntos en su solo grito de su oprimido pecho, en el grito de libertad.
II
El árabe del desierto que camina a pasos lentos sobre su jadeante camello al través de la candente arena; el moro que cruza el Sahara sobre su sediento corcel con la velocidad violenta del abrasador Simún; la raza judía que lleva en su seno, contra las sombras de la incredulidad la fe purísima de la unidad del Dios de Isaac y de Jacob, y cruza ríos y montes, mares y llanuras caldeadas: al caer la tarde plantan sus tiendas en el fresco oasis y recuerdan las glorias de sus padres, de su pueblo y de su raza.
Y los hijos de todas las generaciones que pasan tendrán derecho a preguntarles a sus padres cuando declinen en el ocaso de su vida, cuando pronuncian el dulce nombre de patria, tendrán derecho, digo, a preguntarles: ¿Quién nos la dio? Y nuestros padres contestarán, nosotros contestaríamos a nuestros hijos: Yegros, Caballero, etc.
Pero, ¡oh injusticia de la posteridad! Hay un hombre que tiene su parte de legítima gloria en la formación del Paraguay independiente y de quien nadie se acuerda, justo castigo de los que al bellísimo ideal de los libres mezclan el instinto sangriento y cruel de la feroz pantera. Nadie se acuerda que Tiberio desterraba a los aduladores y todos hablan del ángel exterminador de Caprera. Nadie dice que Nerón estableció la administración de justicia gratuitamente para los pobres y todos se acuerdan del incendio de Roma y del asesinato de su madre.
Y nadie se acuerda que Francia, el taciturno, hizo independiente al Paraguay a despecho del partido anexionista; y todos maldicen al genio sombrío que fusiló a un albañil inocente y mantuvo en perpetua cárcel a tantos desgraciados.
Mármol, esa sencilla y tierna lira del Plata dijo a Rosas: "Como hombre te perdono mi cárcel y cadenas, pero como argentino, las de mi patria no".
Yo, parodiando en una antítesis, diría a Francia: como hombre te perdono mi cárcel y condena, pero como paraguayo las de mi patria, no.
Francia, efectivamente, si alguna vez merece nuestra memoria legítimamente, es en esa parte. Condeno a esa mitad de fiera que hay en él, y le elogio y le hago justicia, por otra parte, llamándole "padre de la Patria". Y si os extraña revisad nuestra historia, las circunstancias especiales del Paraguay en aquella época, las tendencias de absorción de nuestra vecina, la disposición de los ánimos, hasta del leal y heroico Yegros, y veréis que la voz mágica de libertad que resonó el 14 de Mayo hubiera pasado fugaz como el sueño de oro y no hubiéramos renunciado a una cadena sino para llevar otra cadena, como el que muda de amo. Tiene pues Francia su parte de gloria en la independencia del Paraguay.
III
La España, dominadora del mundo y de la América virgen que reclina su cabeza en el hielo del polo y lleva en su pecho el fuego de los volcanes, la pobre España, semejante al titán batido por los titanes estaba abatida. Y debía estar abatida por la lógica misma de la historia, porque había repartido su sangre, la savia generosa de su vida a todos los vientos, porque España no era ya suficiente para dar vida a dos mundos y a cien pueblos, y luego encima, el golpe fatal de las luchas extranjeras e intestinas.
En aquel momento ya podía oír el rumor de grandiosa revolución. Ya América se estremece arrullada por el canto de libertadoras legiones y los pueblos se conmueven al ruido de las rotas cadenas.
El Paraguay se levanta también, y elevando su jurado evangelio de libertad, dio un eterno adiós a la España.
Alón
(N° 36, 14/V/1884)
A MIS ANTIGUOS COMPAÑEROS DE COLEGIO
Vosotros sois los únicos que me conocéis, únicos que sabéis la promesa que hice a mi patria, y sólo de vosotros me avergonzaría si fuera cierta la calumnia del Paraguayito, y si no tuviera tranquila la conciencia.
Así es que cuando sepáis de cierto que la mano de ALON se haya manchado con la bolsa del mercader de conciencias, llamadle en un lugar solitario, en silencioso bosque, y allí sin más testigo que la naturaleza, dadle el golpe de muerte por haber faltado a su palabra.
Alón
¡¡BASTA!!
Basta abusos!! Basta dilapidaciones!! He aquí el clamor de los 280.000 de la campaña, y de los 20.000 de la Capital, excepto los trece que el público conoce; es decir, el clamor universal del Pueblo Paraguayo y de los extranjeros residentes en este país.
Hay alguien que ha levantado la bandera de un partido con una inscripción bendita y que sin embargo, es el capitán de un complot político para violar todas las leyes, pisotear todos los derechos y las garantías todas juntas acordadas al que pise el suelo paraguayo.
¡Pobrecitos! Ha creído que se levanta partidos sólo con poner en letras de molde su enseña, mientras ejecuta hechos que no merecen sino la reprobación de todo el que desee bien a este desgraciado suelo.
Con violar todas las leyes, es decir, el evangelio jurado por la convención nacional y el pueblo, podrá, sí, formarse partido; pero sólo un partido terrible que será una amenaza perpetua porque no estaría ligado sino por el negro lazo del crimen. Levantará sí partido, pero un partido que sólo se asemejará al genio malévolo de la violencia.
Pero, no: Ese partido no estará sino en letras de molde en las columnas de La Democracia.
Volviendo a "La campaña por la campaña", diré que defenderé sus intereses, que defenderá los intereses de todos, que clamaré, aunque en vano, contra la violación de las leyes, y que gritaré siempre ¡¡BASTA!! contra todos los dilapidadores, contra todos los que chupan la sangre del Pueblo, mientras éste viva miserable y sumido en la ignorancia, en la inercia, en la nada.
He querido hacer comprender a los diputados de la MAYORIA que cometían un cúmulo extraño y escandaloso de violaciones; mas ellos llevaron adelante su capricho, cebados por una pasión vengativa.
No es posible creer que haya inteligencia tan obtusa que no comprenda que esos diputados obraron mal. Y, sin embargo, una "mano negra y traidora" lucha con el delirio desesperado del que siente que la vida se le escapa y hace un esfuerzo supremo para no quedar reducido a la nada que le llama y hacia la cual se precipita.
Todo en vano, porque el pueblo paraguayo se levanta para desechar de su seno el elemento corrompido, del mismo modo que la tierra expele de sus entrañas la escoria impura que hierve en el crisol de los volcanes.
Alón
LA "FARSA" NO CUELA
El pasquín La Democracia dio su primer grito diciendo que el hálito de una conspiración heráldica había penetrado en los cuarteles. Es tiempo ya; raza de tolos, ciegos y desatinados hasta en la maldad, de que concluyamos con la FARSA.
Sabed que estamos alerta, que sabemos lo que maquináis, a qué punto miráis, hacia dónde os dirigís, que infamia meditáis, los disfrazados que tenéis, el círculo de espiones de que nos rodeáis, los asesinos armados que tenéis: ¿Creéis que ignoramos nada, cuando lo hacéis con tanto escándalo?
Sabed que estamos alerta, que hemos descubierto la red que nos tendéis, la FARSA torpe, vulgar y malvada que habéis tramado, la supuesta conspiración que meditáis. Pero os engañáis: El ejemplo está muy cercano. Habéis querido hacer la "segunda edición" del libro sangriento de MACHAIN. Pero no lo lograréis.
Nada menos esperábamos de la MANO NEGRA que tan punzante fue para aquellos desdichados. ¡¡Ellos fueron!! ...
Cuando en vuestro retorcido sentido habéis meditado, ya lo habíamos leído, toda la FARSA había desaparecido ante nuestros ojos, quedando solamente la siniestra sombra del crimen en toda su fea desnudez. Ah, mano negra, cómo te retuerces y echas lazos; ¡maldita seas!
Pero la "segunda edición" de su obra COLORADA te salió mal.
¡Cómo tendrás tu conciencia! Horrible y fea como el crimen, lo tienen él y su cómplice.
Vuelvo a repetir: estamos advertidos y no saldréis con la vuestra sino ensangrentando el puñal que tenéis en vuestras asesinas manos.
Alón
(N° 54, 5/VI/1884)
SONSONETE DE INFAMIAS
Hay una prensa que en estos días ha recibido propiamente el nombre de "pasquín de delación", y que desde que principié a escribir las "diversiones públicas" no hace jamás otra cosa que llenar sus columnas de abominables infamias.
Quisiera tener memoria suficiente para enumerarlas una por una. Pero tendría necesidad de copiar todo entero lo que se dijo en ese libelo infamatorio desde entonces hasta hoy, y el pueblo tiene, todavía fresco el recuerdo de todo lo que se dijo y se va diciendo.
Comenzaron en la Cámara por una injusticia, creyendo jugar con el "barbilampiño" las cuarenta, o brindar con un porongo de caña, y cuando se vieron impotentes, con la indignación de todo un pueblo por delante, el escándalo llegó a su colmo con el furor y se hundieron en un cúmulo de violaciones, arbitrariedades, bajezas e infamias.
Tal es la historia de esta cuestión.
Veamos como defiende La Democracia o su redactor los principios de la mayoría. Pero en vano buscaremos argumentos, golpes de dialéctica razonamientos siquiera sean falsos; o sofismas aún.
Nada de eso. Tenemos razón, dijeron, y apoyados en su mayoría, en su inviolabilidad e irresponsabilidad, en una palabra, en la impunidad de sus fechorías, se lanzaron con insensato furor a la consumación de la más tremenda violación de nuestras leyes.
Pero ¿cuántos están ya arrepentidos? Todos. ¿Cuántos han vuelto sobre sus pasos? Muchos. ¿Quiénes persisten? Dos, tres, o UNO quizá; acostumbrados a no oír oposición, a no encontrar obstáculos, en todo lo que emprenden, a ver realizados todos sus proyectos en medio del silencio sólo semejante al de la muerte, en medio del mutismo, esos sultanes blandieron con ira frenética el horrible alfanje de la venganza, acompañada de la impunidad, sobre la frente de los que se atrevieron a decirles: ¡¡BASTA!!!
He aquí la razón de todo su furor, la causa de todas sus bajas y cobardes luchas y el principio de todas sus infamias.
¿Cómo se defienden? Con infamias, calumnias y bajezas. Narremos.
Toda su defensa se encuentra en el "pasquín de delación", porque allí está su centro, porque allí se reúnen los conciliábulos y allí se encuentra la negra mano ("o mano colorada") que dirige la cuestión con el tino sin igual del que está acostumbrado a las mazmorras de las CARCELES y noches horrendas del crimen. Allí, en ese PASQUIN está toda la defensa de esa justísima causa, y la defensa corre pareja con la causa, misma.
El primer argumento fue el decirnos, y especialmente a mí, que me había vendido, que defendía un "partido" que había esquilmado a su patria. ¡Oh, imbéciles!
Y yo no conocía ni conozco la existencia de tal partido, porque realmente no existe. Y mi partido es mi patria, y mi causa el progreso, la causa misma de la humanidad; y la humanidad progresa con el progreso del individuo, y la libertad es un progreso.
Pero es el argumento que usan cuando se les hace fuego en el último reducto; es el argumento de la infamia y la astucia de la cobardía.
En su mente negra como su mano, fraguaron o explotaron la obra del acaso, como se fraguó y explotó por "mano negra" la sublevación de la carcelería cuando allí estaba uno que le hacía sombra a quien temían como el criminal a la luz; y se deshizo de un sólo golpe de aquél que también le iba a decir basta, dejando el famoso código tinto en su sangre. Ellos fraguaron, digo, o explotaron una sublevación fingida o real, (mucho temo que no sea esto último) y acudieron a otra infamia, diciendo que íbamos a llevar el luto y desolación, a nuestra patria, que llevábamos el negro pendón (¿será tan negro como su conciencia?) del llanto y de la desolación.
Y yo creo con fundamentos que si EL pudiera, no haría otra cosa que marchar con la tea del incendio en su mano para reinar, aunque sea sobre las cenizas de los que fueron.
¿Y qué no han dicho? ¿Y quién se ha olvidado ya de lo que dicen y dijeron?
No se crea que me importa algo de lo que dijeron, de las calumnias, ni del grito detractor de los malvados. Y les pregunto, ¿de dónde sacaron todo eso? ¿Hay acaso un solo párrafo en mis escritos, que les diga ser ciertas sus sospechas? ¿Podréis mostrarme? ¿De dónde pues las sacáis? De talento sin límites que tenéis, pandoras modernos, para esparcir el mal y defenderos con infamias.
No lo siento por mí; lo siento por ellos, porque indica que para salir con el objeto de sus afanes, no trepidan en echar mano a las armas más innobles e infames, cuando no tienen ni razón, ni medios de razonar. Lo digo solamente para que se sepa y se les pueda mañana colocar sobre sus féretros el negro crespón formado del sonsonete de sus infamias.
Alón
(N° 62, 16/VI/1884)
DEJEMOS EL FUSIL Y TOMEMOS EL CAÑON
Libre ya de un profesorado, (diría un destituido), voy a abandonar el fusil por el cañón, porque "les messieurs" parece que son cosquillosos y sabido es que esto no sucede cuando en vez de tocar solamente con la punta del dedo, se apoya encima la mano entera con el puño, brazo y cuerpo. Comenzaré pues con un exabrupto diciendo al pueblo paraguayo, a los 280.000, más 18.987, lo siguiente:
¿Y estos bribones desnaturalizados son los que os llevan arrastrados de peña en peña, de abismo en abismo, como si fuerais patrimonio de la casta privilegiada de los entronizados en el poder? ¿Y sois vosotros los que contempláis impávidos y tranquilos, como el eterno paria destinado al sacrificio, como el esclavo ruso que arrastra sus cadenas a manera de pesado trineo sobre el hielo de su adormecida conciencia; sois vosotros los que sufrís, los que soportáis, los que consentís que criminales y asesinos os esquilmen con el silencioso cinismo del despotismo? ¿Habéis renunciado, habéis abdicado por ventura a vuestros derechos más sagrados, a vuestros más santos deberes para no protestar siquiera con la voz del que clama en el desierto, con las sangrientas burlas de los que se creen con el derecho de hollar la cerviz e inclinar la frente de todos? ¿No os avergonzáis de tener por amos, ya que son amos, los que debían llevar como castigo de sus crímenes la librea del presidiario, y en su frente, la eterna marca de abominaciones y anatemas?
Pero no: ¡silencio! Siento el estremecimiento confuso del valle de Josafat; y voces misteriosas como si la tierra se convirtiera en carne, prorrumpen en alaridos incomprensibles. Parece que se acerca el día de las tribulaciones del gran juicio del espíritu y de la materia! Ahí está el que con furia extraña blandió el puñal del asesino; ¡allá se arremolina en torva confusión el cúmulo sin cuento de la desvergüenza, del latrocinio, de la bajeza y de la violencia!
Ya veo el ángel de las justas venganzas blandir su espada de fuego, hirviente como el rayo, sobre la frente impía de los que abusaron de la candidez ciega e ignorante de todo un pueblo. Siento el rumor extraño de la indignación que ruge sorda pero tremenda como la voz de la tempestad. ¡Tiranos, colmad, colmad presto la urna de la violencia y arbitrariedades, delitos y bajezas, colmad presto para que presto os acabéis!
Libertad, garantías, derechos, palabras que a cada paso se encuentran en el evangelio de todas las democracias, no existen acá sino a precio de persecuciones inicuas cuando se trata de hacer luz sobre las fechorías de los malvados; o defendiéndoles como instrumentos o sirviéndoles como esbirros de sus arbitrariedades, o bien tratando de lo baladí e inútil, como de lo sereno de los cielos, de lo apacible de los campos, del murmullo de las fuentes, etc. etc.
¡Cuántas, cuán sorprendentes libertades en esta tierra de libérrimas instituciones! Y si Belcebú no lo remedia, ¿sabe Dios dónde iremos a parar?
No parece sino que tienen celos de que los 280.000 sepan que tienen derecho a decirles: Basta tunantes, fuera seres bajos y abyectos; a trabajar para ganar, ociosos dilapidadores; u otras cosas que suenen del mismo modo.
¿Y cómo no? ¿No es Cayo Ceriano un borrachón, un ente bajo y despreciable? ¿Y qué? ¿No es Calígula un asesino que debiera tener la cárcel perpetua? ¿Junio Maledicto no es un hombre sin pundonor y desvergonzado? ¿No es Claudio un gaznápiro, meliloto que pone su firma en el blanco de la orden que le presentan sus cortesanos? Y el Antonino Pío de justicia, ¿no es un instrumento servil que responde por las ajenas y propias maldades? Y el Cambaceres y el Lebrun del parlamento, con toda su carnavalesca comparsa, ¿no son por acaso, vendidos y abyectos? ¿No es pues, un híbrido monstruoso y salvaje, una mezcolanza desordenada y horrible de gatuperios, violencia, injusticias y crímenes la suma de las administraciones, desde Rivarola hasta Claudio, hasta el imbécil Claudio? Luego tienen razón de temer, teniendo en cuenta que el criminal, el culpable, teme siempre la luz, como albino que es en el crimen.
No. Perseguirán directa o indirectamente a cuantos quieran "locamente" oponerse, ¿oponerse? es demasiado; hablar solamente de ello en el sentido de indicar a los 280.000 y pico lo que ellos hacen como amos en la obscuridad de un laberinto y en medio del silencio universal de los "patoteros" ¡Magnífico!
No. Es que esperan que su reinado, el reinado de la monarquía di fatto y del servilismo tristísimo del paria, será eterno, tan eterno como ellos y los que a ellos reemplacen y sustituyan porque, ¡insensatos! piensan que no han alimentado la llama del espíritu sino para lanzar al mundo partos monstruosos de la calaña y género que da la mente apocada y corta de la generación gastada y corroída por el carbunclo contaminador del statu quo del bolsillo.
No. Es necesario que en las arcas del tesoro público no quede un centavo, aun cuando las entradas sean más del doble, porque nos obligaría el grito popular a hacer mejoras útiles, a fundar escuelas y colegios que son fraguas donde se forjan las centellas vivas que alumbran el montón horrible de nuestras malas obras.
No. Esa eterna pesadilla es menester desterrar de la cabeza delirante de ciertos "barbilampos", destrozar el profesorado, poner obstáculos a la buena marcha del colegio, porque es el hervidero donde se fomentan ideas subversivas y disolventes; sus profesores ya no les hablan sino de política, ya no hacen sino incitarles a firmar protestas contra los actos de nuestros gravísimos y bien servidores instrumentos; a mostrarles cual pálido fantasma ese escuálido Paraguay que nos ha ayudado a llenar el ánfora sin fondo, sueño de oro de nuestro regalado vivir! . . .
Destiérrese el impuesto directo que llevará a los campos el filón de oro de nuestra pesada montaña de impuestos y privilegios gananciales con un Banco que amenaza ruina el día, el terrible día en que la sospecha y la desconfianza den su grito de "sálvese quien pueda"! Prepárese el medio de embolsar noventa y nueve mil mal contados, y acállese, acállese a todo trance el grite atrevido de Alón, quitándole el profesorado de Historia.
¡Qué! El que vive, se alimenta y come mediante lo que le damos, se atreva a insultar su cólera. El que ayer recibió un profesorado mediante tu benignidad, sí, mediante tu benignidad, Claudio mío, se atreve hoy con tenacidad insensata, (¡tiene razón!) "a redimir cautivos y a desfacer entuertos". Ahoguémosle en la nada de su miserable vivir.
Tal es la política del agorero-oráculo, Junio Maledicto, del esfialtes de nuestras luchas, del consejero supremo del retroceso, del engañador del imbécil Claudio, del defensor de gatuperios y rapiñas ministeriales, del pundonoroso casquivano, del pisaverde enamorado de las relaciones ministriles y de todo lo que tenga el color del esperidio maldito de sus eternas y siempre fugitivas ambiciones.
¿He mentido por ventura? Pues demuéstreseme, y no tendré dificultad en decir que me había equivocado, porque "mentir" jamás, pues que supone mala fe, y no tengo necesidad de esta arma cuando hay el arma de Aquiles, el dardo de la verdad cuya herida no se cura sino cuando surge el arrepentimiento.
A vosotros, viejos de espíritu, a vosotros los llamados elementos viejos (¿quién se dará por aludido?), a vosotros, digo: Gozad del fruto de vuestra infamia, si es que cabe goce y alegría en bacanales y epicúreas orgías, cuando se tiene el espíritu atribulado y la conciencia negra como la noche del Erebo.
Pero importa que la nueva generación, la generación entusiasta y gallarda como la imagen siempre joven de un dios del Olimpo; esos que serena la frente con la conciencia del deber no se han contaminado aún con el hálito corrosivo del corazón viciado, prosigan con la fe reflexiva de los grandes principios, con el entusiasmo de las grandes convicciones, con el ímpetu del que persigue una gran idea, que prosiga su carrera, porque le espera la gloria o el martirio, que es una gloria mayor.
No teman la muerte de la materia, que es segura, sino esa muerte lastimosa y lenta del espíritu que es mil veces más dolorosa y más horrible.
"Levantad a vuestro derredor una altísima muralla", para que el soplo corruptor del malvado no inficione la razón; sed como el pueblo hebreo: aunque errante y peregrino, mantened puro en vuestro pecho el dios del ciudadano, el dios del amor patrio.
Alón
(N° 73, 30/VII 1884) (continuará)
¿Y PUES?
. . . Decía el día anterior que tenían razón los caraí guazú para temer que la luz fosfórica de la campaña se convierta en faro que alumbre los obscuros antros de este cráneo llamado Asunción, cráneo que frenológicamente estudiado deja entrever, (si tenemos que creer a los apologistas de esta ciencia infusa) la causa de cuantos males nos desolaron.
Una prominencia del hueso detrás de la oreja, indica, si mal no recuerdo, inclinación al latrocinio, al robo, a la dilapidación. La prominencia de otro huesito, no compensada con la del juicio, indica tendencia constante al crimen, tanto más terrible cuanto mayor es la desproporción. No hay pues razón de echar la culpa a esas víctimas de la mala suerte, que nacieron con la fatal estrella, según dijo paí .... por brujería, patas de sapo y cabalísticas combinaciones con aceite de astronomía.
Y yo profundo creedor de la doctrina fatalista, tendría mucho menos razón en echarles la culpa a ellos y a los que hoy ya descansan del cansancio y penar de sus monetarias excursiones. Nacieron también, según demuestra la misma ciencia, para dominar, mandar, imponer; para hacer estremecer al valentuomo con la sola presencia de un poignard doré; para deshacerse de un golpe de tres o cuatro bribones no importa que sea en "cárceles o cadenas", pues lo mismo da pasar a otra vida mejor, estando en Arabia que el Japón.
Tan malinclinados estaban los hombres de aquellos tiempos, diría de aquí a cincuenta años Ricardo Palma, que no respetaban ni al sol ni a la luna, y lo mismo era que fuese sol del Perú como que fuese de Lima; limón o pera, con tal que fuese de bolsillo, todo lo llevaban a su chalet los hombres de aquellos tiempos de feliz recordación.
Así son las cosas y estos los tiempos. Los hombres de otros países, suelen tener alguna dignidad, algún decoro: suelen ambicionar el buen fallo de la posteridad, amar el heroísmo, considerar la virtud como una hermana, siquiera sea difícil andar bien con ella, amar la gloria, aspirar a esa tranquilidad interior de la satisfacción íntima del cumplimiento del deber; y sobre todo contribuir con el grano de arena de su trabajo personal, a la obra y al trabajo de las generaciones y de los siglos. Pero los hombres de por acá viven pensando siempre en la distancia que les separa de la tumba, y el exceso de su corrupción está siempre en razón inversa del cuadrado de la distancia. Quiere decir esto, que viven demasiado en el presente, y ¡lástima grande! no se ve ni aun por casual acontecimiento un corto vuelo siquiera hacia el porvenir.
Esto viene a probar todavía el rigor lógico de las leyes de la vida. La lucha por la existencia a que están sometidos todos los seres, les indica con el imperio ineludible del instinto que más tienen que trabajar por su conservación actual, que por el porvenir. ¿Qué tiempo pues le queda para abrazar el ideal infinito del genio? Tan cierto es que los seres no aparecen sino cuando una sociedad se encuentra necesitada, para llevar a efecto una grande idea o cumplir las eternas aspiraciones de la humanidad. Y refiriéndonos al presente de nuestra achacosa vida política, ¿quién, cuál de esos gastados instrumentos que roen la migaja, fruto corrompido de sus infamias, va, no digo a salvar la situación, sino a tener siquiera voluntad para ello? ¿Será Junio Maledicto, el Esfialtes de nuestros conflictos patrios? ¿O es Claudio, ese imbécil que llegó al trono de Roma por las bayonetas, por la corrupción de la guardia pretoria y de la adulación y bajeza llena de miseria de unos cuantos que quisieron tener tal amo? ¿O será el Senado (el parlamento) fiel instrumento del Meliloto? ¿Será por acaso, Seyano, el ministro de Claudio, que es capaz de envenenar al mismo Claudio puesto que no tuvo escrúpulos en ensangrentar su puñal con la sangre de un César caído? ¿Será la crápula pléyade que recoge el polvo levantado por las pisadas de Claudio? La montaña sagrada de Sión se estremecería si supiera que de tal canalla depende su salvación.
Felizmente el Paraguay tendrá, dentro de poco los hijos del Titán forjando en el crisol de la indignación. Me refiero a la generación que nace con ambiciones nobles, con esa ambición de lo infinito que cuando no encuentra su objeto, estalla encerrada en el espacio. Esa generación será la primera que comience la obra inmensa, inmensa sí después de tantas ruinas, la obra de la regeneración.
Sin el egoísmo del pasado, despertará a la campaña de su letargo prolongado por tres siglos como el sueño sin fin de la muerte. Sin celos, alimentará la llama del espíritu iniciando a todos, a todos absolutamente, a todos, en los secretos de la ciencia; hará partícipe a todos los desheredados en los asuntos públicos. Sin temores ni recelos, dejará que la mente libre, la exaltación libérrima del pensamiento encumbre su vuelo sobre todas las regiones y campee por todos los horizontes.
Pero el eslabón de la cadena que unirá el pasado al presente temo que se romperá con violencia como en Francia: he aquí que veo surgir una revolución social y política. ¡Magnífico espectáculo! ¡Dichosos los que la presencien! Ellos lo quieren. Ven un malestar profundo, radicalmente profundo, y todavía se empeñan en querer detener el movimiento ascendente, pero pacífico de las ideas, en vez de guiar ese movimiento. La humanidad camina hacia el progreso, y si el insensato quiere violar esa ley, el arranque de la nueva marcha es siempre violento.
Todo se encadena, y el todo tiende siempre a un mismo fin. Los abusos del pasado y del presente son lecciones, son lemas con que se alimentan las revoluciones.
Y a propósito de "revoluciones", no hablo de esas revoluciones mezquinas, tales como suelen llamarse por acá las luchas de odios personales, los conflictos miserables para disputarse la rica presa del poder, y por ende, la vaca lechera del tesoro. No me refiero a esos pugilatos estériles entre un aspirante y un presidente, como las tres revoluciones de los generales Caballero y Escobar, y las otras que las antecedieron o siguieron, no; sin ninguno de esos choques buscamos una reforma que entrañe un principio legítimo, una gran idea, contra los que pugnan por su encarnación y triunfo. Tal es una revolución.
Pongo fin a estos borrones, para combinarla con la moralidad administrativa del presente; y sintetizando lo dicho, concluiré diciendo: ciegos, empeñados en la violencia, en la arbitrariedad, que el que a hierro mata, a hierro muere, según dice la Biblia que tan bien conocéis ... para vosotros, se entiende. Y al pueblo paraguayo, que levante su espíritu y no permita por muchos años más, las burlas de los mandones.
Alón
(N° 74, 1/VII/1884)
II. LEYENDA GUARANI
Ensayo literario de don José de la Cruz Ayala, socio del Ateneo Paraguayo, leído en la tertulia celebrada el 30 de agosto, conmemorando el segundo aniversario de la fundación de ese Centro, y publicado en El Heraldo el viernes 4 de setiembre de 1885.
Elevada colina de cima empinada alimentaba en sus faldas, allá en la noche primitiva de la leyenda, el pueblo de Guarán, pueblo opulento que embriagaba a su Rey con el perfume del incienso de sus selvas, tan viejas como el mundo. Tributo le pagan sus súbditos en pescados de escamas brillantes y pálidos como el sol del invierno; y cuatro veces cada doce Lunas nuevas, larga procesión del pueblo guaraní conducía en andas y angarillas de cuero de pantera un bosque flotante de plumas de avestruz con que se adornaba el Rey y su rústico palacio. Al soplo del Oriente este palacio parecía columpiarse sobre sus cimientos, y la suave pluma del Chajá de los húmedos valles se levantaba en tropel confuso en los aires y se perdía en el azul del firmamento.
Otros presentaban sus tributos en fuentes de arcilla de formas caprichosas, del color de la púrpura y de la grana, brillantes piedrecitas del hueco de un lejano torrente que se despeñaba de una alta sierra en un abismo en que roncaba un genio desconocido. Aquel entregaba una banda brillante de tornasolados colibríes en jaulas de ramas verdes como la esmeralda; y aquellos otros el pichón locuaz del multicoloro papagayo que una tradición suponía poseído de un genio protector, de un talismán, por su facilidad para modular la palabra humana; y éste era el presente de la casta cazadora de la pléyade bárbara.
Una otra casta, escasa en número, escarbaba la tierra con pena grande, buscando con la punta de su arado rudo, el germen dormido de la mies, pagaba tributo con la primicia de su reducido huerto, o recogía desde donde la mano podía alcanzar, la fruta olorosa del brillante hesperidio del festín abundoso de sus selvas, y la colocaban en canastas de juncos secos y amarillos en el festín interminable del Rey.
Pero había una casta masculina y célibe, profundamente original, llena de fanatismo y de superstición, que no pagaba tributo y se dedicaba al culto, modulando perpetuamente en el ara salvaje colocada al aire libre, chorreando siempre la sangre del sacrificio, palabras misteriosas, secretos conjuros contra los espíritus invisibles que poblaban los aires y podían por magia misteriosa perturbar el orden mismo de la creación; eran los genios del mal multiplicados hasta el infinito. Hierofantes misteriosos, sacerdotes al aire libre, exaltados por visiones místicas, elevaban constantemente una salmodia infinita al Sol y a la Luna, dioses supremos, cuyas iras aplacaban con cruentas hecatombes y arrojaban flechas contra el dios de la cólera. Veíaseles frecuentemente, torvos y airados, prorrumpir en palabras de ocultos sentidos, y lanzar al viento un grito de maldición, contra el delincuente.
Así vivía el pueblo de Guarán. Y su Rey en un prolongado festín, en bacanales y orgías, creaba la crápula del vino y de la sensualidad. Era el festín de Baltazar, de ese otro Guarán del opuesto hemisferio donde duermen el Sol y la Luna. Bacantes desnudas en son lascivo, danzaban al compás de bárbaros címbalos alrededor de la mesa del festín. Una escena brutal se consumaba cada minuto. De repente un magnate, ebrio y turbado por el vapor del fuerte licor que fermentaba en las copas de barro sobre la mesa del festín, un Baco tambaleante excitado por una emoción eléctrica que recorría toda la materia de su cuerpo se levantaba, y espumante la boca, se lanzaba con furia brutal sobre una bacante para caer aturdido por la consumación de la voluptuosidad. La choza del Rey era el mirto de Milita en cuya sombra resonaba constante el rumor de repugnante orgía.
Bella entre todas, dominaba a todas las demás jóvenes con sus lúbricas danzas la hija del Rey, la princesa Urutaú. Su pecho siempre consumido por un fuego secreto, su alma arrebatada por un incendio, le hacía correr las horas calladas de la noche en pos de nuevos placeres.
A tres Lunas de caminar continuo hacia donde nace el Sol se encontraba el pueblo patriarcal de Tapaicuá, regido por Rey soberbio y fuerte. Guerrero como su pueblo, afilaba su silbante flecha y le daba una virtud formidable untándole el Kurará, veneno que ocultaba un sueño de muerte. Su hijo, Caráu, valiente luchador de la pantera rugidora, fuerte como nadie, veloz como la silbante flecha disparada por el robusto brazo de su padre, de negra y honda pupila, vivía intranquilo, vagando inquieto de sombra en sombra en la selva secular de prolongados ecos, como impelido por un vago misterio. El arrayán blanco y gigante movido en sus ramas por un soplo del Moto producía un chirrido, una nota como un quejido que resonaba en la selva umbrosa; y el príncipe corría en pos de ese sonido moribundo, buscando una palabra de amor en el viento, en las auras, en el céfiro, en cada hoja de árbol, hasta que disipado el eco, melancólico y abatido, se dejaba caer a la sombra del cedrón añoso. Vano intento: ¡el suspiro fugitivo pronto iba a transformarse en la voz trágica de un cataclismo!
En estos días, cuando resonaba el son de besos, el rumor de la orgia en el festín de Guarán; cuando un canto de guerra, un alarido de combate dejó oír el pueblo de Tapaicuá, en lucha entonces con una raza de caníbales venidos del otro lado de un monte que diseñaba su vago peristilo en el horizonte, aparece de repente una figura tétrica como un cadáver ambulante evocado de las criptas profundas de un sarcófago, un hombre de cuerpo descarnado, de rostro demacrado, de expresión airada y siniestra, de cabellos luengos y desordenados, de torvo gesto, fulminando con acento espantable un grito de maldición y vaticinando como iracunda Sibila la consumación de misterio terrible, de una temerosa justicia. Era éste el profeta
- Oigo, decía, un rumor como de mundo que se desmorona. El rumor de la caverna de los gigantes en que zumba el soplo del huracán no será nada comparable al trueno que resonará a la puesta de la diva Luna. Será el ruido de hundimiento, ruido de muchas aguas. Ya oigo el rugido desesperado y agonizante de la fiera en la selva umbría; los ayes, los lamentos, las palabras de dolor llenan ya la inmensidad de los cielos.
Cuando tres Soles hubiesen pasado por la extensión vacía del cielo, todo será llanto y agonía. Un globo de fuego en chisporroteo horrible cruzará el horizonte; y en la noche obscura, cuando la tierra se estremezca de espanto, cuando las profundas grietas dejen escapar sus fugitivas llamas y el empinado monte se corone de negros crespones de humo, meneados por todos los vientos, entonces esperad ¡oh pueblo! porque el furor de los dioses se acercará ya!. Inmensas olas, altas como montes, turbias y bermejas, obscuras y rojas como sangre líquida cubrirán la tierra! . . .
Turbose el pueblo, la muchedumbre de guerreros se irritó, la bárbara gritería llenó el espacio, y cada varón armado de flecha empinó su arco y arrancó una saeta de su carcaj de cuero de venado para dispararla contra el divo Sol, el dios iracundo.
Al ruido del tumulto acuden Tapaicuá y Caráu que reclaman el silencio, preguntando la causa de tanta algarabía; y todos le señalan al hombre misterioso que permanecía de pie y en silencio. Vuelve a hablar y dice:
- Tus orgías, oh tierra, son bastantes para desencadenar las olas de la ira del dios terrible.
Vuelve también a comenzar el tumulto, y entonces el misterioso profeta dice a Tapaicuá:
- Dos altas palmeras cargadas de fruto tienen aprisionadas sus raíces entre duras peñas en la abrupta cima del monte que domina el hondo valle. Cuatro Lunas pasaréis en sus copas, tú y tu mujer sobre las olas del diluvio.
Y dirigiéndose a Caráu dijo:
- Tú, veloz heraldo, corre, vuela, traspasa la selva y el llano, sube y baja la colina y anda y avisa a tu tío Guarán lo que pasará cuando tres soles brillen sobre el mundo.
Y el veloz heraldo de ligera planta, rompió su carrera hacia el sol poniente, atraviesa selvas y valles, sube y baja las colinas hasta que después de tres Lunas de correr continuo divisa a lo lejos, en la cima de elevada colina, el pueblo de Guarán, su tío.
Era la hora en que el tercer Sol se iba sepultando en el poniente, tras el empinado monte. La Luna como un disco de plata, blanca y pálida, aparecía en el oriente. Era también la hora en que la bella Urutaú salía del festín para bajar al hondo valle que dominaba la colina, en pos de nuevos placeres, de aventuras obscenas, aspirando el perfume de las flores y agotando todo lo sensual en una sola voluptuosidad.
Ve pasar junto a ella, rápida como una exhalación por entre el jazmín oloroso, una sombra. ¡Alto! grita ligero la princesa. ¿Quién pasa ligero sin arrodillarse ante la que va a ser Reina de este valle frondoso, rico en caza y del majestuoso torrente abundoso en peces de brillantes colores, riqueza viva de mi potente padre?
Y el veloz heraldo que había corrido tres Lunas continuadas detuvo su paso, miró fijamente la bella sombra, la visión mística y cayó de rodillas murmurando una palabra de amor. Había oído el eco que tantas veces escuchara vagar de rama en rama en la espesura de la selva.
Urutaú, la princesa impura, conmovida por una nueva emoción de esa pasión brutal que había ulcerado su pecho, se acerca, mira, y exclama:
- ¡Qué bizarro continente! ¡Qué apuesto y qué galán se muestra el mozo! Pero ¡qué es ese resollar violento! ¿Habéis corrido por ventura el día entero? . . . ¿Quién eres? ¿A qué has venido a este sitio? ¡Oh tú, divo Sol que ya te ocultas, y oh tú, diva Luna, no me arrebatéis el rayo de esa honda y negra pupila. Pero dime, ¿quién eres? ¿a qué has venido a este valle de los placeres?
- Soy Caráu, príncipe de lejana comarca, del potente reino de mi padre Tapaicuá. Vengo a traeros fatal noticia... El ronco trueno, ¿oyes? ese ronco trueno es la señal de muerte. Y el valle oloroso, y el reino y la tierra toda en breve no será sino el ancho seno de inmenso mar! . . . ¡Oh dolor! ...
- ¿Por qué llora el fuerte luchador de la pantera rugidora? Desecha el vano llanto que humedece tus párpados, abrázame con el fuego de tu mirada; mírame, que el corazón late, flaqueo... ya no puedo... Príncipe. . . ¡mi amor! ...
- Oh dolor, princesa, oh dolor!
El rumor crece, ronco. Bestias y alimañas salvajes pasan huyendo, desesperadas, por cerca de los dos amantes, y un trueno espantoso retumba en la extensión vacía del cielo. Vapores sulfurosos brotan de la tierra: fantasmas y vestigios por cuyos cuerpos serpentean fosforescentes llamas llenan el espacio, y una ola, alta como líquida montaña, rodó de valle en valle y cubrió la tierra.
De las espumas del diluvio salen dos aves: son los manes de los amantes. Urutaú transformada en un ave sigue eternamente la marcha del sol; y al caer la tarde en la misma hora del cataclismo, comienza su primer lamento, ese grito triste de siglos que en las noches calladas cuando la luna vierte sobre la tierra su pálido resplandor conmueve con su acento las tinieblas y el bosque. Y en tanto, Caráu, transformado a su vez, en un ave de nuestros valles al salir la luna lanza un acento desgarrador.
A tres jornadas de caminar continuo, sobre la torva superficie de los mares se levantan dos palmeras, únicas plantas que sobresalen a la superficie de las aguas. En sus copas de helecho estaban Tapaicuá y su mujer. ¿Dónde el valiente está, decían? Y les contestaba el ronco ruido de las olas.
Cuando el sol llegó a su zenit un mar iluminó, mientras una blanca cigüeña batía con sus fuertes plumas las olas del diluvio. Así las tradiciones se unen para explicar la colosal leyenda de los siglos, la leyenda del Diluvio.
III. ARTÍCULOS PUBLICADOS EN EL DIARIO EL IMPARCIAL
ORGANO DEL CENTRO DEMOCRÁTICO
SEGUNDA ÉPOCA (1887)
REDACTOR Y DIRECTOR: JOSE AYALA
ERRORES Y VERDADES HISTÓRICAS
En el decurso de tres siglos de azarosa existencia, América, la tierra de promisión, ha sufrido transformaciones inmensas, y su corta historia, ha dado más que decir que la antigua Roma.
Desde el golfo de Darién, de rápidas corrientes, hasta el tormentoso mar de Tierra del Fuego han corrido desde entonces extrañas palpitaciones y genios distintos, Tartufo misterioso, se ha apoderado de cada pueblo para hacerlo delirar a su antojo y de un modo nunca visto en la historia del mundo.
España, llena de cansancio, exangüe, atacada de extraños paroxismos y aterida al pie de sus altares entonando himnos a los dioses muertos que ya no hacen milagros, ciega y sin las grandes intuiciones de la predestinación de su raza, olvidada de Colón, de Cortés y de Pizarro, colocó cetro en cabeza de un mísero idiota y vio inmediatamente en torno a sus murallas la llamarada de colosal incendio y la conquista armada por el genio de la guerra la despertó al fin nadando en sangre, pero despierta ya.
Pero, desgracia grande, más allá de los mares se levanta un mundo nuevo, y España estudió el mapa del planeta y le encontró cambiado: pidió oro a sus colonias y estas le contestaron como los espartanos: ven a tomarlo.
América entonces ardió como una pira, se purificó en el fuego sagrado como los güebros hindúes y San Martín y Bolívar recorren a escape sobre sus corceles de batalla rompiendo cadenas y despertando con su estridente grito las razas enervadas del coloniaje.
Entonces comenzó la lucha de los pueblos nuevos, la pasión dormida o ahogada en los primeros momentos aparece celosa y llena de envidia y los límites perdidos antes se diseñaron vagamente sobre el largo continente.
El Virreinato del Río de la Plata quiso absorberlo todo y el mameluco del Norte quiso también recoger el botín de la contienda. La República Oriental lanzó resonante grito y se llamó libre, la actual Confederación Argentina se convirtió en un caos que tenía sus tiranuelos como la Italia de la Edad Media, Chile se ocultó tras su murallón altísimo de granito, Bolivia guardó las termópilas de sus montañas, y el Paraguay vencedor de Belgrano en Cerro Porteño (así se llama hoy), vencedor de Velazco y olvidado después, cuando se acordó el Virreinato devorado por la anarquía, era una nacionalidad Sud-Americana con un déspota sombrío, cruel tirano, es cierto, pero que formó una nacionalidad.
Entonces la idea de Patria no existía, pero el mismo error del tirano, encerrado en el castillo de su locura, en esa neurosis de silencio y de aislamiento, ha impreso al pueblo paraguayo un carácter profundamente diferente de todos los otros pueblos del orbe. Es por eso que Francia es verdadero autor, consciente o inconscientemente, de una nacionalidad americana.
Pero ¿qué es lo que Sarmiento por ejemplo llama "no haber concurrido a la causa americana"? Es sencillamente el hecho de que el Paraguay no tuvo un San Martín, otro neurótico sublime en vez de ser abominable tirano, que recorriese el continente, el haber combatido a Belgrano que se introdujo armado y en guerra para "conquistar una provincia más al Río de la Plata" y el de que el Paraguay, finalmente, no quiso enviar su representante al Congreso de Tucumán, sin previo reconocimiento de la soberanía e independencia de esta nacionalidad.
Siempre hemos aborrecido y execrado la raza de los tiranos, pero también hemos comprendido que la historia es un juez que separa las obras malas de las buenas, para anatematizarlas por las primeras y reconocerles siquiera las segundas.
Prejuicios y odios que han venido pasando de generación en generación se han convertido después en armas para denigrarnos. Y las rencores de una guerra sangrienta que no tiene ejemplo, han convertido ese error histórico en un insulto que debe resonar sobre la tumba de Francia en son de maldición y en una vergüenza para los que se levantan como nación libre sobre las cenizas de las huestes del cacique Paraguá.
Francia, el tirano sombrío y brutal, ha formado una nacionalidad tan sin semejanza con ninguna otra vecina que no desaparecerá sobre la faz de la tierra sino después de haber exterminado el último de ellos, o consumídolos a todos en una pira semejante a la hoguera en que ardía con sangriento fulgor la inmortal Sagunto.
Esta es la verdad histórica.
(24/IX/1887)
CORRUPCIÓN DE LA JUSTICIA
Al comenzar nuestra reorganización social y política, después de cruel agonía, algo ha ido quedando siempre enfermo con un cáncer en su mismo corazón: La Justicia.
Mientras todo ha ido tomando en torno nuestro matices y colores de vida, hay una cosa semejante al depósito fúnebre de los cementerios, en que no hay más que corrupción y pestilencia. No quisiera sino recordar un corto número de hechos para poner en evidencia este aserto; pero otras oportunidades se han de presentar, y entonces se oirán ecos extraños que harán revelaciones capaces de resucitar la huella vergonzosa de las pasiones e injusticias que han pasado por la balanza de la desgraciada Astrea.
Pero, ¿dónde está la raíz de este cáncer, su origen, su causa? Está en los altos magistrados de la nación, en la inconsciente ignorancia de muchos jueces, y en el servilismo de los más. No se falla una causa sin consultar con los interesados. No hay justicia que no sea aconsejada por un funcionario público de alta categoría. No hay expedientes que no pasen por manos del consejero secreto. No hay juez honrado que permanezca en su puesto sin persecuciones, sin que inmediatamente sienta rodar sobre sí una tormenta de odios y rencores. No hay independencia que no sea perseguida, ni se perdona medios para precipitarla, porque no conviene a los intereses del Olimpo.
Este triste espectáculo no es una invención nuestra para presentar a la expectación pública en lastimoso conjunto la administración de justicia: es el derecho, la propiedad, el honor y la vida peligrados y siempre perjudicados que claman reparación, porque los escándalos de los tribunales ya no están rodeados de aquel misterio de antaño, sino que salen con el cinismo, hoy tan en moda en todos los actos de la vida pública, a la luz del sol.
No se dicta una sentencia, no se da trámite a un expediente sin previa consulta a una entidad de la administración. ¡Y desgraciado del que no siga sino las inspiraciones de su propia conciencia! Estas reflexiones nos sugieren la situación del actual juez del crimen y la destitución del fiscal del crimen, señor Báez.
Sabemos, en efecto, que esta semana se presentará por el fiscal, si no se ha presentado ayer, una acusación contra el Juez Señor Irala por desacato e injuria grave a un superior de copete y se sabe el origen e historia de este hecho, cuya sola relación sería suficiente para causar vergüenza a las piedras de la calle, ya que los hombres han perdido por completo este último sentimiento que a veces queda hasta en los días de mayor corrupción.
La prensa debe ser centinela avanzado que dé el alerta a la sociedad cuando graves peligros la amenazan, cuando los males han llegado a un colmo inconcebible, cuando la única garantía de lo más caro vacila por sus cimientos, cuando la justicia, desnaturalizada y corrompida vacila por sus fundamentos y amenaza dar en tierra con todo cuanto en ella se apoya.
Pero se van desarrollando hechos que darán lugar a ruidosas acusaciones y entonces nosotros, que hoy nos limitamos a llamar la atención de los que están en el misterio de los "autos", nosotros, los revelaremos.
(27/IX/1887)
LA CIENCIA DEL GOBIERNO
Ningún país del mundo tiene en la actualidad una existencia más eventual, un destino más misterioso ni tampoco un progreso más espontáneo que el Paraguay.
Su desarrollo es la espontaneidad de la naturaleza, su destino el de los seres regidos por sus propios instintos, el género de su existencia el de todas las organizaciones: nace, crece, se reproduce y ¿dónde irá?
Llaman los autores ciencia de gobierno la serie de principios y leyes que rigen a las sociedades constituidas en forma de estado político; nosotros queremos extender más este término hasta abarcar en su conjunto todas las necesidades y aspiraciones de un pueblo.
Hoy un gobierno ya no consciente como benéfico a trueque de no pactar con el despotismo un descalabro de la libertad y del derecho, que son gemelos, cuya muerte del uno conduce a la otra al sepulcro y vice-versa: ya no se llama gobernantes a los poderes que se cruzan de brazos sobre una montaña de ejemplares de la constitución; ya no se le dice por el solo hecho de consentir el derecho: si no es sabio, si no es previsor, si no es reflexivo, factor activo, impulsador poderoso que desarrolla todo cuanto es capaz de vida, no existe gobierno, es el caso de nada que rige los destinos de las naciones.
¡Y qué diremos cuando los que gobiernan violan las leyes, pactan el despotismo, ofenden los derechos, fomentan la inmoralidad económica con la impudicia de sus desfalcos, el desconcierto administrativo con su ambición de dominio y causan todos los males peores por su intemperada ambición y avaricia!
Ha dicho Sarmiento que a las grandes tiranías de sangre sucede generalmente, (ley histórica) el despotismo de la avaricia que consigo trae aparejado el apoyo brutal de la fuerza y todos los desórdenes. Y como un ejemplo de que las leyes históricas no son desmentidas por el capricho, el Paraguay se presenta en su camino, escuálido y hambriento, consumido por esa enfermedad extraña que heredan los pueblos de sus tiranos. Mientras los gobernantes se afanan día y noche en el saqueo libre de un pobre diablo harapiento, que echa en su faltriquera de cuando en cuando una moneda de oro, el país marcha a su antojo, bien entendido que es cuando trata simplemente de comer; porque cuando grita, mientras los demás se ocupan de sacarle la tajada correspondiente, corre un Ministro a darle un bofetón al pueblo bullanguero, sin perjuicio de que sea fusilado, y vuelve relamiéndose el hocico como el perro que por espantar una gallina ha dejado el plato apetitoso.
Y ésta es nuestra ciencia de gobierno, su espíritu progresista, su iniciativa, su industria, su fomento, su política interna, consistiendo su diplomacia en la solución de esta charada: "Ud. reclama 100.000, ¿cuánto me da? - La mitad. - Aceptado".
Y este avariento gobierno tiene allí toda su ciencia y su conciencia, su voluntad y entendimiento, su memoria y reflexión, todas las potencias de su alma, mientras por todas partes se pregunta, ¿qué es el Paraguay? Y la pregunta se estrella, con lo ignorado por delante, por detrás, por todas partes.
La inmigración huye, el capital resabiado de la informalidad del muchacho goloso, se marcha, por falta de garantías muchos no se atreven, ¿qué significa todo esto?, el más acabado desbarajuste, la ineptitud avarienta de los gobernantes, la carencia de la más elemental noción de la conciencia de gobierno.
Parecemos un rebaño con un pastor brutal y voraz, que apenas si se ocupa de nosotros para fustigarnos. ¿No es cierto?
Sarmiento ha dicho una verdad y nosotros sacamos una parte mínima de sus rigurosas consecuencias. De manera que, en realidad, somos un pueblo sin gobierno, con un verdugo descuidado a la cabeza. ¡Viva la Civilización!
(28/IX/1887)
CENTRO DEMOCRÁTICO
En su sesión de anteayer, la Comisión Directiva del Centro Democrático tomó en consideración la denuncia hecha por varios de sus miembros de que el señor Benjamín Moliné cuyo nombre apareció en la lista publicada en La Nación de los socios de la Asociación Republicana, parecía persistir en pertenecer a esta última, antes que al Centro Democrático, cuya acta suscribió también aquel señor voluntariamente.
Que esta persistencia indica una resolución firme, por cuanto el señor Moliné ha sido amonestado por orden de la Comisión Directiva de lo extraño e inconveniente de su proceder.
Que se le había señalado el medio de hacer saber que optaba por alguna de las dos asociaciones políticas, guardando no obstante silencio prolongado por más del tiempo razonable.
Que el art. 15 del reglamento declara que todo socio que contraríe los propósitos de la asociación será separado del Centro por resolución de la Comisión Directiva.
Que el señor Moliné ha contrariado en efecto, los propósitos de esta asociación perteneciendo a otra, cuyos corifeos han declarado en furiosa catilinaria que combatirán a este Centro, según es de pública voz y fama notoria.
Que, por tanto, era el momento de cumplir con ese precepto reglamentario, expulsando a dicho señor Benjamín Moliné del Centro Democrático. El señor Presidente puso a votación esta moción y fue apoyada por unanimidad. Enseguida se resolvió publicar esta resolución en el órgano del Centro.
Este primer ejemplo de una expulsión desdorosa es ciertamente sensible, tanto más cuanto que está fundada en un hecho cuya comisión por parte del autor indica falta de delicadeza, estampando su firma al pie de documentos que consignan la fundación de asociaciones políticas diametralmente opuestas.
El Centro Democrático pide concurso de convicciones y de civismo, no veleidades indiferentes a los altos intereses de la nación, ultrajada y hollada por sus gobernantes en sus instituciones y derechos.
Y un ejemplo de esta clase era necesario para hacer comprender a los individuos que ante todo son personas y ciudadanos y que la asociación no se basa en la inmoralidad y la doblez y que no necesita para los fines que se propone de hombres sin valor en sus convicciones y sin franqueza en sus acciones.
(30/IX/ 1887)
LOS PARTIDOS POLÍTICOS
Decíamos hace un tiempo que éramos nuevos en la política de partidos y que cometeríamos todavía muchos errores. Y así hablamos en los comienzos de la constitución del CENTRO DEMOCRÁTI CO y de la ASOCIACION NACIONAL REPUBLICANA, porque sabemos que en todos los pueblos ha sucedido lo mismo, por haberlo así aprendido del eterno ejemplo de los tiempos que ya pasaron y que se llama historia.
Por desgracia hemos visto corroboradas nuestras predicciones con una acumulación de errores que dan vergüenza, cuyos comisores, aparte de ser criminales, son dignos de lástima por sus insensatos extravíos y porque acusan una aterradora corrupción de la conciencia y del corazón humano.
En nombre de un partido político se han consumado atentados inauditos en la capital y en los pueblos de campaña. En su nombre se arrestan ciudadanos, se coartan libertades, se violan derechos, se cometen crímenes; buscando por el terror una adhesión a causas perdidas que ha mucho tiempo están definitivamente condenadas por la conciencia del pueblo paraguayo.
En nombre de un partido político se rompen todos los diques impuestos por el decoro humano a todas las más espantosas corrupciones de las costumbres públicas, que hoy se han desbordado como sucio torrente, enlodando reputaciones honorabilísimas, sin que sea de ello responsable más que el misterio encubridor de todos los crímenes infames y una colectividad política impersonal e irresponsable ante las leyes, aunque condenada sin apelación en el tribunal de la conciencia pública.
Los pueblos de la campaña son hoy teatro de atrocidades sin cuento. Villa-Rica descuella entre ellos por su mayor desventura, teniendo a su cabeza un azote ante el cual el mismo Atila, creador de la barbarie sería humanísimo y piadoso en nuestro siglo. Y todos los otros pueblos de campaña, visitados por el hálito de corrupción que lleva consigo una fracción política, se han convertido en escenario de deplorables errores.
Pero nada debían extrañarnos acontecimientos de índole tan criminal como los de la campaña, donde la impunidad es el caballo de batalla de esos salvajes que hacen guerra y guerra a las creencias y convicciones de sus propios hermanos, si aquí en la capital, entre nosotros mismos han reventado en forma de pasquines cotidianos inmundas elucubraciones concebidas en términos que ofenderían el pudor de la misma Mesalina, la meretriz más famosa de todos los tiempos.
Y ese es un órgano que defiende los intereses del partido republicano, que es como se ha dado por llamar esa agrupación que no tiene más significación que el estercolero que cubre los millones arrebatados al tesoro público de la nación.
La sociedad ofendida con la inmundicia del último número de ese pasquín, ha lanzado una exclamación de horror en vista de tan inmunda defensa de un partido que no encuentra otro medio de desprestigiar a honorables miembros del CENTRO DEMOCRATICO, entre los cuales descuella la personalidad eminente del doctor Zacarías Caminos, abogado y médico, de conducta intachable, de honradez acrisolada y de un carácter que honra al Centro al que pertenece y a la civilización paraguaya.
El crimen se encadena siempre con el crimen. Por medio de una infamia creyeron hundirnos a los del CENTRO DEMOCRATICO y por medio de esa misma infamia han perdido los derechos a la consideración de la sociedad. Por un crimen han perdido su prestigio ante los pueblos de la campaña y por medio de nuevos crímenes pretenden rehabilitarse ahora, adoptando esbirros como jefes, el látigo, la amenaza, las prisiones, el terror, como medio de propaganda y la calumnia sucia, impúdica, como arma para destruir a los adversarios políticos.
Pero recuérdese que no hay plazo que no se cumpla ni deuda que no se pague. Hoy mismo, que han visto el efecto contraproducente de su obra, están arrepentidos. El remordimiento es la primera sanción penal de las leyes morales transgredidas; luego viene la sanción penal de las leyes humanas.
En tanto se suceden los errores a los errores, váyase comparando la conducta de los dos partidos: el democrático y el republicano; el uno es el pueblo y el otro ese pueblo escarnecido, pues no se conoce la existencia del otro partido sino por las ofensas inferidas a todo el mundo, a las mujeres y a los hombres.
(16/X/1887)
(Este es el último editorial publicado bajo la dirección de José Ayala, en "El Imparcial") M. P.
"El Imparcial" siguió siendo órgano del CENTRO DEMOCRATICO, con dirección anónima, hasta el 28 de octubre de 1887, fecha en que el gobierno se incautó de la imprenta. M. P.
IV. ARTÍCULOS PUBLICADOS EN
EL DIARIO INDEPENDIENTE (1889)
DISQUISICIONES DE ACTUALIDAD
La Conciliación Inconciliable - Decoud, Caballero, Meza, González
Un amigo nuestro, muy dado a cavilaciones sobre el cálculo de probabilidades, nos tiene metidos en un lío de hipótesis y en una madeja de confusiones con sus largas vistas políticas y filosóficas sobre la actualidad y el porvenir de la política paraguaya.
Según él, si la conciliación fuese posible, la primera condición que impondrá el "ilustrado" general Caballero y el Coronel Meza, más ilustrado todavía, será la de que no fuese candidato ni para portero de la presidencia el señor José S. Decoud.
- ¿Puede Ud. decirnos algo más sobre este punto? interrogamos al punto. Y como el amigo aludido suele hablar tendido y sin ambages, se explanó de esta manera:
- Sí, señor. El General Caballero está sumamente resentido con el señor Decoud por el desaire que éste le hizo. Acaso no sepa de lo que le hablo: escuche Ud.; Decoud es hombre de alguna ilustración, entendido en los cubileteos palaciegos, audaz para consejos aunque inútil para la acción. Su presencia en el círculo situacionista y su propaganda de la corbata colorada, daba a la asociación de los rojos una apariencia de representación y lucidez. Cuando a mí me preguntaban qué hombre había entre los rojos que valiera algo como cabeza directriz y pensante, contestaba invariablemente: José S. Decoud y de allí no pasaba. Los situacionistas oían complacidos, en cierto modo, estas citas y se enorgullecían de verle ufanamente ostentar la corbata roja.
Decoud no es ningún animal para vivir tanto tiempo entre todos los otros de esta especie así de puro patriotero y convencido; la presidencia era su norte y su destino en la peregrinación que no dejaba de tener sus escabrosidades y sus ritos humillantes. Pero vino lo que todos saben, la candidatura Meza, y el natural despecho en quien tantos méritos ha contraído con ellos para esta preferencia, y nació en el pecho del señor Decoud y se fue enconando en su ánimo hasta renunciar a la sociedad roja y de su Comisión Directiva la víspera de su última asamblea.
El primer día que el señor Decoud se puso corbata celeste, dijo el General Caballero: "Cuando no se le hace presidente cambia de color. ¡Desagradecido!. . .". Meza, ya se sabe las malas relaciones entre Meza y Decoud. Este vio desde temprano en el ministro del Interior un rival que le llevaba la media arroba con ser cuñado de Caballero, y desde entonces la guerra sorda pero cruda ha venido hasta hacer renunciar a Decoud de toda pretensión.
La defección de persona tan significativa irritó a Caballero, como es natural, porque importaba un motín, un ejemplo de indisciplina irremediable y un principio de división en el círculo que llama su partido, un germen de anarquía y falta de respeto. He aquí porque decía yo que la condición primera de la conciliación sería la exclusión de la candidatura Decoud y datos privados me confirman en esta creencia.
- ¿Le parece a Ud. posible que llegue Meza a la presidencia?
- La pregunta es insidiosa. Me presenta Ud. un erizo y me pregunta donde tiene el ojo para que meta el dedo entre sus puones. Sin embargo, a condición de que Ud. no comprometa mis negocios dando mi nombre, yo le diré lo que creo. Meza será presidente, pese a quien pese, buenamente o por la fuerza y sólo con la fuerza se lo sacará del sillón.
Yo sé que Meza es mucho menos que impopular. Pero como nunca se ha elegido un presidente, este tampoco lo será, sin que sea maravilla un caso tan común. Creo igualmente que Meza no terminará su período en paz y que su exaltación al poder significará una desgracia pública. Caballero, que es la negación de todo entendimiento, rodeado y alucinado tanto por sus propios amigos de conveniencia no cree posible ningún hecho de fuerza capaz de concluir con él y con los suyos. La verdad es que la Nación está pobrísima y es también verdad que él y algunos otros que se han enriquecido, tienen toda la plata de aquélla.
Los liberales tienen en su favor el hambre, la carencia, las expoliaciones, la miseria y las múltiples faltas de gobierno y de tino con que tanto odio y antipatía ha cosechado esta situación desde quince años atrás; pero no tienen recursos y tendrán que aguantar la mecha.
Yo no me explico el empeño para elegir a Meza, sino diciendo que Caballero no encuentra otro con quien esté vinculado como con Meza y que le garanta a éste un tranquilo dominio y acaso la presidencia el 94, después de Meza. Caballero se ha hecho soberbio a la larga, como debía suceder en presencia de tanta adulación, como de la que ha sido objeto. Todos sus "partidarios" son excesivamente serviles y le han habituado a voluntariedades que no admiten contradicción, y sobre todo, le han llevado con su indigna adulación, a ser un gran ambicioso, que por nada dejaría la presidencia. Es por eso que no me extrañaría que abrigase la esperanza de morir presidente porque de otro modo no se explica su elección que contraría a algunos de sus partidarios que también tenían la esperanza de ser presidente o vice, y cada uno de ellos tiene su respectivo círculo personal que le seguirá, desorganizando el panal rojo.
- ¿De manera que Ud. no cree en la conciliación que se intenta?
- ¡Quiá! La tal conciliación es una quimera. Borre Ud. todo lo que le dije de Caballero y sus planes ambiciosos, y dígame sólo ¿quién es el candidato aceptable? ¿Don Juan Gualberto González? No tiene bastante con lo mucho que tiene; es un tonel sin fondo, Decoud ha intentado esta evolución, porque le convendría hacer algo para no quedar solitario, sin ser torta ni pan, ni celeste, ni rojo, y con palitroques por delante y por detrás que le zurren día y noche.
El espera ser lo menos un candidato de transacción y no le faltará modo de que la tal transacción pase al canasto cuando se convenza de que ésa es precisamente la dificultad. Porque, piense un poco en esto. Decoud, con su barniz de ilustración, que lo tiene, ha mantenido el caudillaje en el gobierno esperando utilizarlo, y ha hecho un gran daño al país. Ud. no ignora que fue él el que organizó el círculo rojo y bautizó jefe al General Caballero en el Olimpo. Para él, no había más gobierno posible, ni principios, ni progreso, más que en la "Gran Asociación Nacional Republicana" y hoy separado de los rojos, cuervos que él crió, y de los celestes, cuervos que él quiso matar, ...Ud. ve que la situación es como para echarse de cabeza en un pozo.
José de Concepción
(14/IX/1889)
DISQUISICIONES POLITICAS Y FILOSÓFICAS
La máquina de M. Guillotin Decoud - Inmoralidad y corrupción.
- Señores: Vamos a descorrer hoy velo; así os lo prometí; y cumpliré mi palabra. Iniciado en los misterios de la ASOCIACION NACIONAL REPUBLICANA, puedo hablar de su organización cabalística con ciencia propia. Más de una vez he tenido que ayudar en las ceremonias de su rito y oído sus ceremonias fúnebres, especies de tenidas masónicas, misteriosas, en cierto modo endemoniadas y sombrías, y para entrar en ellas preciso es dejar en la puerta la conciencia, como Dante al penetrar en los infiernos siguiendo al Divino Maestro. La "Sociedad Republicana" es una secta desalmada, y las veces que he visto esas sesiones de la comisión, o la reunión de los graduados más importantes, me ha parecido sentir exhalarse de todos los rincones de la sala olor a Belcebú, o ver tras de algún tapiz la punta de la cola de Mefistófeles. Caballero asume entonces las proporciones de un pontífice. Los diputados y senadores se miran con cierto recelo, como hombres sin alma que esperan una inspiración sobrenatural. Si el asunto es importante, la sesión es secreta y casi siempre lo es: secreta aunque poco importante.
- ¿Y qué condiciones se requieren para ser uno de los iniciados de la secta?
- Ya he dicho, señor Alcornoque, que haber aprendido a despojarse de la conciencia, que según un conocido poeta, Dante, dijo a su vuelta: "Del infierno en lo profundo - no vi tan atroz sentencia como el de ir por el mundo - cargado con la conciencia".
- Livianito se anda Ud., por lo que yo colijo. . .
- No seré yo sólo, en todo caso, como verá Ud. por el siguiente histórico suceso: Un diputado, uno de los tantos sepulcros blanqueados que se hallan afiliados al rojismo, perdiendo muy temprano la vergüenza decía a unos amigos que le arrostraban su juventud en consonancia con tan precoz envilecimiento: " ¡Qué quiere! Yo he dado mi alma al general Caballero. ¡Yo no soy dueño de mi voluntad!". El general Caballero, pues, no sólo es omnívoro, sino psicófago, demonio que come almas y se alimenta de voluntades ajenas. Y como ese barbilucio envilecido, son todos los demás.
Antes de votar cualquier ley importante en el parlamento, los diputados y senadores de la comisión política se reúnen bajo la presidencia del "ilustre" general Caballero. El dogma consagrado es que todo debe ir por mayoría de los presentes, debiendo la minoría someterse a su decisión en la sala de sesiones legislativas. Así es como se dictan leyes criminales que muchas veces no hubieran contado con la mayoría legal, si los legisladores siguieran las inspiraciones propias; es violando su conciencia, su solemne juramento de cumplir con su deber como representantes de la Nación, es así como ha sido teatro el recinto de las leyes de monstruosos hechos consumados por mayoría y unanimidad de votos.
Para la acusación de los miembros del Superior Tribunal y su derrocamiento, por ejemplo, se reunieron en sesión los diputados rojos y una mayoría pequeña resolvió la acusación y el golpe de estado, crimen constitucional que no ha tenido trasunto más que la usurpación de la presidencia, por medio de la fuerza, consumado por el general más ilustre de estos tiempos, "que como jefe de la cuadrilla no conoce rival". La minoría de rojos esa vez tuvo que votar por la acusación, en virtud de la resolución secreta de la mayoría. Las cámaras se han anulado con este mecanismo monstruoso que espanta por lo inverosímil y peligroso.
Esta organización, inventada también por Decoud, "inspirándose en la unidad de acción necesaria a un partido político", permite hacer el tráfico más ignominioso de la cosa pública. Los proyectos se ponen en almoneda; proyecto que "no unta, muere", porque se modifican las condiciones y se constriñe a su presentador a deslizar algunos miles, aunque pidan luego concesiones, garantías y privilegios bárbaros, perjudiciales y ruinosos para la Nación.
Esta asociación secreta importa una traición infame a la ley, indica grados inconcebibles de corrupción, de villanía sin ejemplo, de carencia absoluta de todo sentimiento generoso y convierte a la situación imperante en caverna de ladrones de cuyos antros se retira cada socio con el botín conquistado a precio del mayor descaro y de una indignidad sin ejemplo.
¡Cómo no arruinarse un país así regido, a saqueo por jornada! Desde luego, nada resiste a la insaciable voracidad del monstruoso parto de ese cerebro maldito del señor Decoud, creador de la maquinaria de que creía usar un día en su provecho.
- Supongo, señor. . . que es un cuento de viejas lo que está Ud. contando; acaso en su reblandecido cerebro de patriota platónico se ha agotado ya la historia y echa mano a la novela y al libelo.
- Señor, excuso repetir mi desprecio hacia el que usó de la palabra; pero he referido lo que veo a diario y concebiréis, si tenéis nociones elementales siquiera, que nuestro sistema político está profundamente cancerado, que sus úlceras han tomado tan alarmante y espantoso pábulo que sólo un cauterio semejante a incendio puede contener el virus que ha viciado su sangre y su corazón.
¿Y sabéis qué hierro será el que quemará esa inmensa llaga social? Sociedades como ésta, acostumbradas a la abdicación y a la servidumbre, llaman a gritos a su Cromwell que eche a puntapiés del recinto de las leyes a esa falange de lacayos y carneros, y cuelgue en la portada de la legislatura un cartelón en que se lea: "Esta casa se alquila a hombres solos".
Tal es la ASOCIACION NACIONAL REPUBLICANA, asociación inmoral, vedada y criminal, violación descarada de la ley y la más triste y vergonzosa representación del envilecimiento y degeneración moral de esta lamentable época de nuestra historia.
José de Concepción
(26/IX/1889)
DISQUISICIONES POLÍTICAS Y FILOSÓFICAS
La corrupción se corrompe - El cisma de Lutero González.
Cuando al día siguiente volví a casa del señor... le hallé pensativo. Un diario arrugado yacía a sus pies y los feligreses del eterno despellejador estaban silenciosos y tristes.
- Bonsoir, messieurs, dije sacando el sombrero que ensarté en una percha de asta de ciervo clavada en la pared. El ojo del animal, reemplazado por otro de vidrio, miraba dulcemente aquel conjunto de intrigantes. Volví el rostro y hallé a todos en la misma silenciosa actitud. El señor... fruncía las cejas y me miraba furiosamente.
De pronto creí que alguno había muerto en la casa y aventuré una pregunta:
- ¿Y la familia, señor...?
- Judas! me contestó con un aire de tanto despecho y cólera, que quedé aterrado. - Sí, Judas, tú eres el traidor José de Concepción, el infame...
Lancé una carcajada de desdén soberano y dos minutos estuve riéndome; tan bien hice mi papel que cuando miré al señor. . . le encontré catequizado; estaba calmado y la duda de si era o no yo José de Concepción le devolvió una mohina y desconcertante sonrisa. Diez minutos después, Judas, sospechoso, ira, silencio, tristeza, todo había desaparecido, y el señor... siguió así, después de pensar un rato sobre su monomanía de las disquisiciones políticas y filosóficas, como las llama él:
- El Diputado X. con quien me encontré un día en la calle, me decía al cruzar de una vereda a la otra: - Sí, amigo; los tiempos han cambiado y han de cambiar más aún. Porque sépase Ud., señor. . . que hasta hoy éramos unos líricos que como las abejas trabajábamos para alimentar al muy zángano de Caballero y alguno que otro de sus íntimos. No es materialmente posible, como Ud. ve, seguir en el mismo estado; Ud. ve...
- Yo no veo nada, le contesté. Lo que yo veo es que los diputados se labran una fortuna envidiable en pocos días y que quien más quien menos, todos se aperciben de casa y gastan un lujo que... me mata de envidia, de veras. Y, diciéndole esto, le miré; estaba radiante, había encontrado en mí su confidente y no podía ocultar en su alma el germen de rebelión que se sublevaba contra la omnipotencia del general Caballero.
- Éramos unos zonzos, continuó el señor diputado. Pero, ¡silencio! porque jugamos partida decisiva, en que si perdemos, perderemos quince mil duros, y ¡ay, ay, ay! caemos en desgracia.
- No le entiendo.
- Mire Ud.: Como diputados, estamos haciéndonos despreciables entre los conciudadanos; y todo ¿para qué? para que el precio de nuestra deshonra la aprovechen dos o tres pillos que pasan por conspicuos entre nosotros.
- ¿Y?
- Y hemos resuelto independizarnos de la férula del Centro Republicano.
Di un salto atrás y levantando mi junco hacia el cielo le dije:
- Amigo: Todo ha concluido entre nosotros o me cuenta Ud. lo que hay.
- ¿Me delatará Ud.? ¡Por Dios, mire...!
- Sea franco y... acaso... entremos en el negocio... ¿no es así?
- Nos hemos reunido en casa de N. catorce diputados y el señor Nazareno pronunció un discurso que nos convenció. Dijo: que éramos víctimas de nuestra propia inocencia, que el general Caballero está sirviéndose de nosotros como aparato de vomitar plata y traficando sin ningún provecho para nosotros; que estábamos más pobres por zonzos y tanto más imbéciles, cuanto que otros nadaban en la opulencia vendiendo en subasta pública nuestra honra! Muy lindo era el discurso. Después nos dijo: "Nosotros somos amigos... Yo trato de ganar algunos pesos, pero os lo diré con franqueza, necesito de vuestro apoyo. Para realizar la especulación, es necesaria una mayoría en la cámara, y 14, más los diputados opositores, tenemos asegurado el punto. A cada uno de los presentes corresponderá 15.000 pesos!". Ya ve Ud. qué ganga, amigo!".
Vimos en ese momento que Caballero venía jinete en un matungo, y a retaguardia su amigo, el feo López Yacaré, que campeaba por sus respetos, saludando a todo el mundo. Me separé de X. y no volví a saber nada hasta hace un mes que di de nariz contra el mismo, al doblar una esquina. Me tiró del brazo y en el hueco de una puerta me habló al oído.
- ¿Sabe Ud. lo que hay?
Nada sabía, me encogí de hombros y X siguió:
- El plan aquel había sido una trama política. Fulano y Mengano querían formar una mayoría en la cámara y han formado; ¡pero, compañero! es algo más que un negocio: Se trata de "largas vistas": se trata de la presidencia.
Yo no entendí una palabra, y X continuó diciendo:
- Pero lo he embromado. Conté todo al General y en la sesión de los 14 dije que había un traidor, sabiendo lo que venía. Anoche casi nos tomamos a balazos en casa del general Caballero. Estábamos reunidos y el general estaba en autos; dijo que trataban de traicionarle y quiso sulfurarse; pero un senador se levantó y le dijo terminantemente: "Es inútil, general, que se enoje. Uds. se han enriquecido por medio de nosotros y nosotros estamos más bien pobres. Uds. tienen estancias, quintas, plata, casas, caballos, mu..., camas, y nosotros andamos como atorrantes, después de servir de instrumentos. No se meta Ud. en nuestros negocios!...
Hubo un bochinche espantoso. El diputado tal casi fue apaleado por delator: ya le dije, casi ardió Troya, y Caballero tuvo que callarse. Se iban a derrocar, por Dios le digo.
Me reí a mandíbula batiente y me fui retirando de aquel ente degradado, envilecido, inconsciente. El hábito de vivir en el fango, de servir como un perro a un amo, le había llevado a delatar a sus compañeros de infamia, a los que le prometieron pesos, para volver al redil del mandón, allí donde no es sino un vil esclavo.
Y vi allí una mano oculta, a un titiritero que movía a aquellos títeres y dije para mí:
- "La corrupción principia a corromperse. ¡Pobre de ti, Caballero el día que se presente un mercader político!"
En efecto, Caballero ha llegado a asentar su poder sobre un montón de lodo y poco a poco el lodo va subiendo sobre el trono: pronto lo cubrirá. Ya veréis como irán defeccionando, rebelándose los súbditos de Caballero, vendrá el cisma, la rebelión, y el principio del fin será iniciado por la separación del señor Decoud, que dejará sin cabeza a la bestia situacionista que ha incubado en el lodo. Ese día habrá sonado el primer doble de campana por un cadáver podrido antes de morir.
Hoy, señores, no es cuestión de armas la presidencia; es cuestión de pesos. La República está en almoneda. ¿Quién la compra?
José de Concepción
(27/IX/1889)
DISQUISICIONES POLÍTICAS Y FILOSÓFICAS
La corrupción corrompiéndose - Oligarquía, dictadura y desquicio. –
Círculo y línea recta. -
La noche siguiente al día de nuestra última conversación, encontré al señor..., más serio que nunca, y temiendo alguna nueva tormenta, me senté y esperé. Fueron llegando los feligreses uno por uno y cuando se completó el número de cinco, el señor... levantó la cabeza y dijo:
- Pues, es natural; no parará esto hasta que llegue a lo infranqueable, al océano.
Nos miramos todos con extrañeza. ¿Estaba loco el señor. . .? ¿Su manía de las disquisiciones había trastornado su cerebro? Se frotó las manos y lanzó una carcajada histérica, nerviosa, convulsiva, frenética, parecida a un acceso de epilepsia y prosiguió:
- En un cerebro enfermizo las ideas se agigantan y llegan a las proporciones de un mundo. Lo ruin y pequeño tiende a establecer comparaciones entre lo gigantesco. El genio es un estado patológico, un desequilibrio portentoso del cerebro. ¿Y qué diríais si... yo... fuese un genio?
El señor. . . estaba loco. Le miramos con lástima y un silencio angustioso reinó en el aposento.
- Sí, señores, prosiguió. Hemos explorado regiones insalubres que exhalan la muerte de sus charcos, hace tanto tiempo que no descansamos! Siento que los miasmas han envenenado mi sangre y tengo fiebre. La sangre corre en mis venas como lava candente que serpentea por todo el cuerpo, y me quema las carnes. Sube por mis sienes una ola de fuego y me trastorna el cerebro. Me han envenenado; la víbora se ha enroscado en mi cuerpo; me oprime en sus nudos nerviosos y silba en mi oído... señores, estoy por venderme! La serpiente me tienta y no puedo resistir ya!. . .
- Pero, diga Ud. señor. . . ¿está loco?
- No, señores, es que me han tratado, estoy por corromperme yo también. En contacto con este gobierno imprudente, las ocasiones se han presentado unas tras otras, y la idea de aumentar mi peculio con algunas viejas, me tiene, señores, os lo confieso, trastornado el cerebro.
Es que cuando los gobiernos se corrompen, el cáncer sigue su proceso corrosivo devorando todos los organismos, se contagia de un cuerpo a otro y pronto domina la sociedad entera. Después de las dictaduras victoriosas, violentas, que triunfan por medio de la fuerza, la energía de los individuos cede su puesto al desaliento, se elabora dentro de cada persona el genio de la servidumbre y cesa todo combate. La tiranía tiene la virtud de un río, que desbordado de su cauce, invade la llanura y la cubre de una capa de cemento, lodo y barro, que todo lo pudre y comunica al valle una uniformidad desoladora y triste. Apenas cesa la violencia del desborde, el río se retira a su lecho y contempla su obra sobre la llanura vencida: el pantano exhala pestilentes emanaciones que matan.
Es esto lo que pasa en el Paraguay actualmente. Después de cruentas luchas civiles vino la dictadura de la soldadesca y uno de los últimos caudillos supervivientes holló como un conquistador, con su bota de campaña, la presidencia de la República. Ante el éxito fácil, todos los caracteres se doblegan, los más viriles organismos tomaron el camino del extranjero y en la vasta llanura de la vulgaridad restante se extendió un manto uniforme del más puro légamo.
Desde aquel día principió una nueva era. Una calma profunda, una paz octaviana, un silencio sepulcral, sucedieron a las borrascas revolucionarias del período caótico que siguió a 1870, y los conquistadores del día antes colgaron las espadas y se enervaron en la molicie, en la inacción y en los placeres, los bárbaros victoriosos fueron vencidos a su vez, y en posesión del tesoro formado por el tributo de los vencidos, su relajación tomó luego las proporciones de una vasta corrupción, la más grande y alarmante que haya tenido el Paraguay en los días del coloniaje y en la época de las dictaduras vitalicias. El flujo fue subiendo como una inundación; se formó alrededor del caciquillo una falange enana; desapareció la república, todas las instituciones perecieron en este naufragio universal, y cuando ayer se dio el primer grito de alarma y se examinó la situación todos se llenaron de espanto ante la magnitud de las desgracias públicas.
Señores, es una ley del desarrollo de los pueblos que se cumple fatalmente en la historia: tras la anarquía, viene la dictadura; a ésta sucede el cansancio y la corrupción de la corrupción; nace luego la oligarquía, se crea una nueva aristocracia; se corrompe y concluye por el principio: se vuelve a la anarquía.
En esta época en que los pueblos nuevos hacen sus evoluciones a galope, no hay régimen duradero más que en la práctica de la libertad. Los gobiernos personales tienen que ser forzosamente contingentes y pasajeros; y nada fuera esta rápida y continua formación y decadencia, si el despotismo no tuviera la peculiar propiedad de girar siempre en un círculo vicioso.
El despotismo, al contrario de la libertad, es un círculo en que toda marcha adelante lleva siempre al punto de partida; la libertad es la línea recta que aleja constantemente a los pueblos del punto de partida.
- Hago moción para que se ponga al señor... un chaleco de fuerza, gritó N. que ya no podía pasar esta charla insubstancial.
- ¡Apoyado! ¡Apoyado!
- ¡Se separa Ud. de la cuestión! gritó un prudente que había usurpado una butaca.
- Tengan paciencia, carneros de Dios, dijo el señor. . . y prosiguió. Quiero decir, señores, que esta oligarquía que hoy corrompe a todos, está maquinando su propia destrucción. El círculo rojo con el "ilustre" Caballero a la cabeza, se desliza hoy por un talud. ¡El abismo que tienen a sus pies les da vértigos y se precipitan por la ley de la gravedad a su propia muerte. ¿Qué significa, sino esa corrupción sin ejemplo de nuestro sistema actual? Ya no es el hierro, es el oro, es la sed febril, rayana en paroxismo y desesperación, en que todo escrúpulo y pudor se pierde y tras el oro se corre en tropel de bacantes
Y aquí entro yo: bajo mi palabra de honor os digo que en mis negocios y especulaciones con el gobierno, no he hecho negocios sucios, y hoy vacilo ante una oferta inmoral pero de resultados brillantes, y estoy próximo a consentir el primer anillo de la cadena. Una palabra mía, y el "prudente" será un siervo más de la situación política.
Estamos en plena decadencia oriental: las satrapías asiáticas nada tienen que envidiarnos.
Concluyamos, señores: He querido señalaros los peligros de la situación. Un gobierno caduco, desordenado, inmoral y despótico nos arrastra a todos a un convulsionamiento general que llegará pronto, porque todas las crisis despertadas por este espantoso desorden, por este gobierno de orgías se están conjurando y concertando para precipitar el desenlace.
José de Concepción
(28/IX/1889)
DISQUISICIONES POLÍTICAS Y FILOSÓFICAS
Supresión del gobierno representativo - Gobierno del libertinaje y del capricho.
- El gran proceso del desgobierno de Paraguay hay que principiar de su origen, del principio. Este principio es, señores, el falseamiento de todo sistema político, de la república y de la democracia.
El señor... tenía, contra su costumbre de llevar corbatín negro, blanco o bermejo, una roja purpurina y el parroquiano B. le preguntó:
- ¿Se ha realizado la compraventa?
- No estoy para perder tiempo; y prosiguió. Una vez os dije que la república no vivía sino en el nombre, por la costumbre. Cuando el general Caballero y sus cómplices celebraban con un festín el derrocamiento del Vice Presidente Saguier y la usurpación violenta de la presidencia, dignas ceremonias funerales del otro (Bareiro) que iba a su última morada, los dobles de campana lloraban con sus lastimeros acentos otra muerte. Hablaba ese día con I. sobre el atentado inaudito, y le dije: "Ya que habéis usurpado por la fuerza la primera magistratura ¿por qué colocáis en la presidencia a ese imbécil? En mi diario de aquellos días encuentro una nota que dice: "Caballero es ignorante, pero es hombre de buenos sentimientos, y eso basta". No le parece, le repliqué, que si el maquinista no conoce el mecanismo social llevará mal la nave? "Esas son historias" me replicó y nos separamos, él riendo; y yo... risueño.
El magno ultraje inferido a la soberanía popular debía, empero, tener las consecuencias que hemos venido palpando en el curso de nuestras disquisiciones, y hoy no hay ni sombra de república. El gobierno representativo, hijo del sufragio libre, ha desaparecido por completo. Desde ese día ya no se eligieron los presidentes, los diputados ni los senadores; el "ilustre" general Caballero se hizo elector único, y conozco yo un diputado - hasta hoy - que pidió de rodillas que no le olvidase en la lista de candidatos; Caballero, después de nombrar sus instrumentos en el senado, en la cámara y en los tribunales de justicia, hizo interpretar la constitución por sus lacayos, y desde la presidencia se hizo nombrar presidente por otro período. Los honorables representantes hallaron que la Constitución sólo prohibía la reelección del Presidente y no la del Vice en ejercicio del Poder Ejecutivo, tanto más cuanto que Caballero no tenía nombre, no era presidente ni vise, ejercía el poder ejecutivo porque sí, sin ser nada, y siendo todo: era un simple dictador.
La Constitución se suprimió, y lo que es más inaudito, se la invocó para cometer toda clase de atentados. El sufragio popular y la soberanía legal de la Nación fueron abolidos; en las cámaras legislativas entraron en mayoría las hechuras del cacique; se dominó toda resistencia y se dio principio a todos los excesos de un gobierno sin control, sin equilibrio, esencialmente absorbente. Más tarde, cuando la dictadura se perfeccionó con la reelección de Caballero, principio a actuar la energía del caudillaje sobre el Tesoro público, y el saqueo libre tuvo sus memorables escándalos.
En este intermedio la opinión pública tuvo un despertamiento paulatino; la enormidad del monstruoso gobierno que tenía por delante le llamó por primera vez a meditación; pero en las elecciones se impusieron los elementos oficiales, y últimamente es la fuerza pública el agente electoral. La libertad aparente concedida a los electores no era sino un paso de farsa: las actas se falsifican por los candidatos oficiales y un simulacro de cámaras legislativas practican un escrutinio irrisorio y desvergonzado para traer a las bancas al elegido por el señor. Las últimas elecciones fueron una mascarada, una parodia ridícula de elecciones.
El Poder Legislativo se rebajó al nivel de un vil instrumento del despotismo gubernativo, sin autonomía, sin libertad, sin voluntad, en una corporación irresponsable, llena de nulidades indignas que deprimieron el elevado carácter de ese cuerpo. Ya sabéis a que grado ha llegado la corrupción de ese cuerpo que debía ser el más digno y respetable de nuestros poderes públicos.
Suprimido el sufragio, quedó en su lugar el capricho del caudillaje embrutecido y soberbio. Hoy se aproxima el cambio presidencial y de todo se acuerdan menos de las elecciones. ¿Qué importa la Nación? Hay dos mil hombres sobre las armas, hay diez mil fusiles, cuatrocientos mil cartuchos, cuatro krupps y todo el dinero dilapidado. Elecciones no habrá: habrá un nombramiento, y si no agrada será impuesto, y si alguien se opone, el sufragio se hará a balazos.
La cuestión es nombrar un sucesor que garantice al general Caballero su cuantiosa fortuna, el gobierno, el saqueo libre y después de todo, otra vez la presidencia.
Un día decía un senador al general Caballero: "Me parece que no debe Ud. dejar la presidencia". - Sí, le contestó, pero la Constitución...? "A qué hablar de la Constitución, le replicó, si nosotros hacemos lo que nos da la gana? ¡Se reforma la Constitución y se acabó!".
Otro día el presidente Caballero decía a un letrado: "¿Qué le parece suprimir este artículo? Era el Art. 90 de la Constitución que dice: "El Presidente y Vice no pueden ser reelegidos. . ." etc.
Hace poco se fraguaba la destitución del general Escobar y el Vice Presidente, para colocar al "jefe" como provisorio, convocar a los convencionales y "reformar" la Constitución.
Como veis, estos hechos son graves y nada nuevos: el abuso del poder es notorio; las libertades públicas han sido suprimidas, la ley única es el pillaje y la dictadura de tantos facciosos está en todo vigor.
¿Dónde está, pues, la República? La República no existe y es una vergüenza que el Paraguay haya resucitado el sistema fosilizado de los gobiernos pasados de Francia y los López.
Y, sin embargo, señores, el cinismo de nuestros gobernantes es tan grande que después de haber privado a la nación de sus leyes, después de haberla saqueado, después de haberla reducido a la condición de un pueblo esclavo, sin derechos de clase alguna, sin justicia, sin ley, después de hacerla la víctima de sus vicios y concupiscencias, de su escandaloso libertinaje, después de todos los crímenes y atentados, tienen aún el valor o la desvergüenza de decir que han gobernado para el bien general y presentan su pasado escandaloso y criminal como un título que les impone a la estimación pública.
No es posible, señores, hallar un ejemplo de tanto descaro e impudicia.
¿Qué han hecho el general Caballero y su servidumbre, qué han hecho que no les haga acreedores al grillete del presidiario por traidores a su Patria, por falsarios, por haber desnaturalizado el sistema representativo, por haber implantado la dictadura y muerto la República?
Si lo más caro que tiene un pueblo es la libertad, y si el mayor crimen de sus gobernantes es el privarle de ella, como lo es, no hay más que pegarle cuatro tiros a la gavilla imperante o llevarla al cadalso como hicieron los mejicanos con el emperador Maximiliano, por el crimen de usurpación de los derechos de un pueblo libre. Y añádase a este gran crimen todos los que de él derivan y veréis que estos "beneméritos e ilustres" tienen marcado en el código penal una celda en el presidio.
Es necesario que el pueblo paraguayo vea claro que está siendo juguete de una agrupación criminal que no le ha dejado ni sombra de libertad.
José de Concepción
(30/IX/ 1889)
V. CARTAS DESDE EL INFIERNO
ARTICULADOS PUBLICADOS EN EL DIARIO LA DEMOCRACIA (1891)
CARTA DE AYALA
Mbuyapey, Febrero 3 de 1891.
Señor Director de La Democracia:
Sin preámbulos ni enredos, que no ha menester la narración histórica, entro a referir lo sucedido en Ybycuí y a cuyo respecto apenas tendrá Ud. datos suministrados por los adversarios.
Como Ud. sabe, el lunes 26 de Enero último, vine por ferrocarril a Paraguarí, con el objeto de reclamar unas armas que arbitrariamente y sin ley alguna que prohíba su comercio, lícito por tanto, me fueron arrebatadas por no sé qué salteadores que invocaron orden superior. Este hecho me hizo presentir los futuros sucesos electorales: a Samaniego no se prohibía traer armas y pertrechos, y aun el General Caballero le acompañó hasta la estación central del ferrocarril, donde se embarcaron por soldados de policía, varios remingtons para Samaniego. El mismo Caballero fue portador de armas para el propio, cuando su como nunca apresurado viaje a Quyquyó.
Tras este paréntesis, vamos al grano.
Me encontraba en el Hotel Abadie de Paraguarí la noche del 26. A las 9 p.m. llegó uno de mis compañeros que con anticipación había venido a Ybycuí, donde me aguardaba con otros para seguir viaje a Mbuyapey. Díjome ése que tenía noticia cierta de que a la mañana siguiente iban a ser atacados por la gente de Samaniego y Zoilo González, quienes aquella mañana habían salido de Paraguarí camino de Ybycuí.
Comprendiendo lo grave de la situación, púseme en marcha con mi compañero, y a la mañana siguiente a las 8 y media o 9, me encontraba en un lugar denominado Isla Paú, a una legua de Ybycuí hacia Paraguarí. La gente a que antes me referí y que había venido de la Asunción, se componía de once personas y se hallaba en casa de don Fausto Subeldía, distante dos kilómetros de la casa donde yo había parado. Todos ellos eran voluntarios, siendo tres de ellos tan jóvenes que el mayor tendría 18 años. En la Asunción se me presentaron diciendo que iban a pie si era necesario y que sólo me avisaban de su determinación.
La dueña de casa me tendió una hamaca y un rato después de hallarme acostado, llegaron el señor Subeldía, el joven Araujo y mi hermano Josesito, y hallándome con ellos en conversación, llega un muchacho diciéndonos:
Aquí muy cerca vienen llegando muchos hombres coloós a caballo.
Efectivamente, a 150 varas de distancia venían éstos, a galope corto, en mal orden de combate, dando gritos desaforados. Parecían una horda de bárbaros. Huimos, pues no había más remedio, ante el número de aquellos inesperados salteadores. Un bosque cercano fue la salvación de todos.
Mi hermano José y Araujo que habían montado un mismo caballo, fueron derribados por el bruto, extrañado de tan mala carga.
La horda era capitaneada por Benito Benítez y Lázaro Martínez, famoso facineroso, antiguo vecino de Ybycuí y a la sazón en Tabapy, de donde había ido con once de su escogida condición. Luego supe que eran 23 los que le acompañaban.
Llegaron a la casa de la familia Gauna dando espantosos gritos. Lázaro Martínez dijo que el saqueo era libre y se procedió en consecuencia: el saco se hizo libremente, llevándose cuanto quisieron, penetrando por fuerza en todos los aposentos, violando el domicilio. Llevaron mi montado y el de mi hermano, con todo su recado, y sólo escapó mi montura de la rapacidad de Benito Benítez, mediante el valor de una señora de la casa, quien le disputó aquella presa.
De allí desfiló la banda de salteadores siguiendo su devastadora incursión: unas carretas cargadas que había en casas vecinas, fueron saqueadas; un liberal fue obligado a seguirles y como se negase, Lázaro Martínez ordenó que le fusilasen si se empeñaba en quedarse. Casa por casa fueron batiendo el poblado valle de Isla Paú y un instante después el terror era general. Llegamos en algunas casas a saber algo y hallamos mujeres temblorosas y mudas de espanto, quienes más con señas que por el habla y lágrimas en los ojos nos rogaban internarnos en los bosques.
A galope iba Lázaro Martínez, a la cabeza de su gente, rumbo a la casa de Subeldía, donde estaban mis compañeros.
Un joven de la casa Gauna había tomado carrera y fue a avisarles del peligro: si no, les tomaban dormidos; pero tras el aviso, los bárbaros con Lázaro Martínez y Benito Benítez, el correntino, a la cabeza, llegaban a la casa Subeldía dando gritos de muerte acompañados de repetidas descargas de fusiles y revólveres, que produjeron la mortal herida de uno de los nuestros y las graves de dos más. Adviértase que en su mayoría iban armados de remingtons y winchesters.
La señora de Subeldía y sus hijas apenas tuvieron tiempo de encerrarse en piezas separadas del cuerpo del edificio donde se hallaba nuestra gente.
El drama terrible principiaba: los asaltados estaban resueltos a la defensa hasta morir, pues ya no les quedaba tiempo para huir y en la primera víctima de aquel atentado adivinaron la suerte que les esperaba; tomaron sus armas y contestaron con otra descarga: Lázaro Martínez cayó atravesado de más de una bala y Benito Benítez se retiró herido al parecer en una mano. La horda se desmoralizó con la muerte de su jefe, pero sitió la casa y principió un fuego terrible contra los sitiados: las balas pasaban las paredes del débil baluarte. Tengo un pantalón que se hallaba colgado en la sala cuando el fuego, tiene 10 agujeros de bala; las paredes fueron completamente acribilladas... El fuego siguió durante cuatro horas y media, de 9 y media a 2 p.m. Los sitiados no hacían sino muy pocos tiros y sólo hacían descargas cerradas para rechazarlos asaltos. Eran ocho y en la primera descarga, uno había quedado fuera de combate, más otro que no hizo fuego, de modo que sólo seis tenían que luchar contra veintitantos!!
Entretanto, los rojos habían pedido refuerzos al pueblo, al JEFE POLITICO VICENTE CARDOZO. Este juntó a cuantos hombres había en el pueblo, sin distinción de nacionalidad, y a la cabeza de 37 hombres se presentó el sinvergüenza con Zoilo González, a reforzar la cuadrilla asesina, principiando un fuego nutridísimo contra los sitiados.
Los bárbaros, impotentes, habían deliberado entre tanto un nuevo salvajismo: una traición y un incendio.
En efecto, gritaron a los nuestros que cesaran el fuego y entraran en negociaciones, porque había llegado el jefe político Vicente Cardozo. El fuego cesó, y se les contestó que aceptarían siempre que fuera a tratar con ellos el jefe en persona, proponiendo hacer paz, con tal de retirarse el bandidaje. Aceptada la propuesta, los sitiados abrieron la única puerta de salida y allí se agolparon los rojos, penetrando atrevidamente un correntino, peón de Medardo Melgarejo, que es pariente del general Caballero. Aquél llevaba una espada en la mano y apenas hubo traspuesto el umbral, hirió a uno de los sitiados diciendo: "Otro día, canalla, no se meterá a esto". Al propio tiempo, los que se habían agolpado en la puerta descargaron sus revólveres sobre los ya rendidos. Indignados éstos, serenos ante la muerte inminente, matan de un balazo al correntino, rechazan el traidor asalto a vivo fuego, hacen una nueva salida y desmoralizan al enemigo.
Pero éstos hicieron un último esfuerzo: tras una descarga cerrada, dieron asalto a la casa, mientras prendían fuego a las dos casas donde se hallaban la familia y los sitiados.
El asalto fue de nuevo rechazado y los nuestros hicieron una nueva salida. Aquellos cinco héroes avanzaron haciendo fuego y ¡vergüenza! el medio centenar de rojos huyó en desorden.
En la última descarga, cuando cometieron los rojos la felonía de hacer paz, hirieron a dos de los nuestros: éstos también salieron de la casa que ya abrasaban las llamas del incendio. Una vez fuera, los nuestros, cinco sanos y dos heridos, se internaron en el bosque, pues su pequeño número les hizo temer una reacción de los rojos y un nuevo asalto: el único de los nuestros que murió, quedó en una casa vecina, donde le dieron sepultura. No murió sino dos horas después del combate. Los otros heridos fueron recogidos en casas de la vecindad y su estado ya no inspira temor.
Aparte del sangriento drama, otro más infame se desarrollaba con la esposa e hijas del señor Subeldía: su casa también había sido incendiada, casa pajiza terrada: dos carretas del propio señor Subeldía, con cargas en conducción para don Pedro Felte fueron quemadas.
El terror de los rojos fue tanto, que cuando ya las casas caían en ruinas, no se atrevían aún a llegar, temiendo que todavía hubiese la temida gente adentro. Más tarde fueron llegando y se apoderaron de la señora de Subeldía, con la boca del cañón en el pecho, la ultrajaron de mil modos, insultándola y amenazándola de muerte. Sólo después de mil tormentos la dejaron refugiarse en una casa vecina.
De los rojos, y hasta dos días después, habían muerto ocho, habiendo aún muchos heridos. Noticias posteriores nos dicen que aún seguían muriendo.
El resto de los bandidos sanos que se retiró del combate, se desbandó durante la noche y Samaniego y Zoilo quedaron con sólo diez...
La indignación del vecindario no tuvo límites: aquel asalto sin motivo, aquel saqueo y el incendio, los ultrajes a la honrada familia, todo se condensó en una maldición unánime contra los salvajes.
La fuerza está ahora en Ybycuí y ¡quien lo creyera! vive con los incendiarios y no han tomado ninguna medida respecto a ellos. Para concluir, Samaniego estaba también en el teatro de la devastación, pero... lejos, en un bosquecillo.
Ante tamaño salvajismo, el Paraguay horrorizado debe decir: ¡BASTA!.
José Ayala
(3/II/1891)
APÉNDICE
La Democracia, lunes 1° de febrero de 1892
JOSE DE LA CRUZ AYALA
Un telegrama recibido de Paraná y publicado el sábado por "La Democracia" fue el mensajero de una noticia conmovedora: anunciaba la muerte en aquel punto del distinguido compatriota, el joven don José de la Cruz Ayala, nuestro querido ALON, el adalid inquebrantable en las tumultuosas luchas del pensamiento.
Tan triste nueva se ha propagado con la celeridad de un relámpago, produciendo en el alma una honda sacudida. Todos ahora lloramos a ese héroe que acaba de tragar la tumba.
Su interesante historia no es ignorada por ninguno; nadie desconoce sus ideales, sus desgracias, sus luchas, la generosidad de su alma, su abnegado patriotismo, su voluntad de acero.
Su ingenio chispeante, su carácter de hierro, su amor al pueblo, su desinterés, digno de los buenos tiempos de la República Romana, y su corazón de oro, le hacían señalar por la multitud como la gloria más pura de nuestra patria.
Viva y palpitante está la memoria del valiente periodista que defendía los derechos populares con una bravura sin ejemplo en los anales de nuestras luchas diarias. Su arma temible fue la pluma, la prensa su tribuna, la diosa de la libertad el objeto de su culto.
De su cerebro volcánico brotaban ideas que arrojaba en la conciencia del pueblo, cual chispas redentoras, animándolas con el fuego de su alma. Su estilo ardiente como su espíritu, vibrante como su voz, sencillo como su vida, respiraba el entusiasmo, el arrebato, la pasión: sí, respiraba la pasión porque amaba la libertad con esa especie de frenesí con que se ama la luz. En ese estilo ligero, fácil, muchas veces descuidado e incorrecto, siempre nervioso, se reflejaban como en un límpido espejo las explosiones de su alma.
No tuvo otra musa que la patria, su noble corazón no entrañó otro sentimiento que el que profesaba a la libertad, ni jamás bajó su altiva frente ante los ídolos levantados por el capricho de la fortuna.
Cuando atacaba a las frentes encumbradas, sostenidas por las bayonetas y el oro, se parecía el genio vengador de los pueblos.
Cáustico como Juvenal, en ocasiones hería sin reparo con su látigo despiadado el rostro de los defensores del retroceso. Muchas veces su indignación traducía en ondas amargas cuando consideraba la podredumbre, la llaga corrosiva de la sociedad en que se agitaba.
Al pintar la depravación y la miseria recordaba a Tácito lamentando con serena elocuencia la bizantina corrupción de la Roma Imperial. Tan tenaz, tan implacable enemigo de la injusticia y el oprobio no podía sostenerse por largo tiempo en su heroico puesto. Perseguido siempre, siempre fugitivo, huyendo de la cárcel que le ofrecían los tribunales paraguayos por haber sostenido con denuedo sus derechos de ciudadano, fue por tercera vez a pedir asilo a extranjero suelo. Se halló sin patria, sin hogar, sin familia. Apuró el cáliz de todas las amarguras en su tempestuosa y corta vida, sin alternativas de bonanza. . . ¡Concluyó por apagarse tristemente esa existencia singular, sin que quizá endulzara sus dolores la mano cariñosa de un amigo...!
Su virtud catoniana no se turbó por un momento ni mordiendo el pan de la más bárbara miseria. No vaciló por un instante su incomparable voluntad, ni bajo la presión de la fuerza y la amenaza de muerte sobre su cabeza. Por eso, su carácter más duro que el granito, más duro que el diamante, será el pedestal de su gloria. Consecuente consigo mismo hasta morir, jamás ha cambiado su bandera política agitada por las furias de los vientos contrarios, como otros que cambian la suya según el soplo de la fortuna.
Cien veces hubiera muerto antes que quemar incienso a los dioses del Capitolio.
Pertenecía al poco número de los que son capaces de morir como Sócrates, sosteniendo sus ideas. Había rechazado hasta un trono por hallarse del lado del pueblo. Su alma, ajena a los goces de la vida, a los deleites que busca la generalidad de nuestros jóvenes, se hallaba vaciada en el molde de los antiguos estoicos.
No podía así extrañarnos que haya coronado su hermosa existencia con su muerte en la pobreza. El pueblo debe llorarle como en otros tiempos se lloraba a los héroes; debe llorar al terrible periodista, al ardiente defensor de sus derechos, al implacable enemigo de sus tiranos; debe llorar al patriota incorruptible que jamás se dejó deslumbrar por el brillo fascinador del oro, y tendrá un día que reclamar sus cenizas que deben serle sagradas, para que descansen en el amado suelo que meció su cuna...!
Mirabeau en su agonía pedía epitafios dignos de su poderoso genio. ¿Qué inscripciones se grabarán sobre la losa que cubran los restos de nuestro malogrado ALON, que simbolicen todo ese valor que le hace tan superior en el orden moral? ¿Qué monumento digno de su memoria se le puede levantar en estos tiempos? ¿La grandeza del silencio no sería más elocuente que una pompa indigna que, como todo lo que se haga en esta época, debe llevar el sello de nuestra miseria? ¿No sería mejor esperar, contentándonos por hoy con el luto que por él llevamos en el alma?.
La patria invocará su sombra en sus momentos de tribulación para pedirle inspiraciones, y su aliento soberano, en sus horas de gloria, para rendirle el culto debido a los que se sacrifican por ella.
Su nombre será siempre querido y venerado como el tipo del valor, del mismo modo que en Francia ha quedado viva la memoria de Manuel.
En el corazón de sus amigos vivirá todo lo que vivan ellos. ¡Nuestro querido ALON formará la nota más vibrante en la doliente armonía de los recuerdos.!
Alguien dice que las lágrimas caídas en el Océano se convierten en perlas. Si las nuestras pudieran transformarse en tales, lloverían sobre su tumba más que las perlas del rocío.
Le damos nuestro adiós a esa estrella que alumbró el cielo de nuestra Patria, con la fórmula usada por los romanos al despedirse de sus muertos:
Aeternum vale.
Manuel Domínguez
La Democracia, lunes 8 de febrero de 1892
CARTA DE BAEZ
Formosa, 6 de febrero de 1892.
Señor Director de La Democracia
Don Ignacio Ibarra.
Estimado amigo: Por los diarios de ésa quedo informado de que la generosa y entusiasta juventud paraguaya se apercibe a honrar la memoria del malogrado amigo y compatriota nuestro, José Ayala, muerto en extranjera tierra, donde no de la dicha gozaba, sino mordía el polvo de la proscripción y la necesidad. José Ayala habrá deseado tal vez, morir en medio de los suyos, de los compañeros de su infancia y de sus amigos; pero pudo consolarse al considerar que en sus postreros momentos rodeábanle muchos de sus compatriotas y de que viviría en la memoria de todos.
La prensa fue su teatro, la tribuna donde ejercitó y desarrolló sus fuerzas. Su ilustración era poca, pero encontraba recursos en su hermoso talento, que se revelaba en su frente levantada y amplia, y en su entusiasmo por las libertades públicas. Fue su ideal ver una Patria grande y feliz, libre de la opresión de gobernantes sin pudor ni conciencia, sin patriotismo ni virtud. A este efecto abrió contra ellos una campaña porfiada y tenaz, que prosiguió y sostuvo con viril energía y que le concitó el odio de los gobernantes. De ahí las persecuciones y la proscripción en que murió.
Los que afectan participar de los repulgos de moralista discreto hanle censurado la acrimonia de su estilo y sus sangrientas invectivas; pero no reparan esos, en que el lenguaje virulento de Ayala no era el propio de él; sino el del pueblo indignado, cuya cólera expresaba. Cada asunto, cada sentimiento, cada pasión, tiene el lenguaje que le es propio y el tono que le es peculiar. Así, la indignación que producen las injusticias no habla en el lenguaje de las almas tranquilas, sino con la voz de la tempestad que ruge y la lengua centelleante de Isaías iracundo.
La juventud paraguaya ha recogido en su alma todos los dolores de la Patria, todos los sollozos de la generación que gimió bajo el yugo de la tiranía y pereció en su mayor parte en los campos de batalla. Esos dolores y sollozos adquirieron tal tensión en el espíritu de Ayala que éste se deshizo en terribles imprecaciones contra los malvados que, en vez de levantar a la Patria caída, la aplastan bajo el tacón de sus botas y se burlan de la debilidad y del infortunio del pueblo. Su lenguaje debía, naturalmente, acomodarse al estado de agitación de su ánimo y ser tanto más caldeado cuanto mayor era su indignación y más grandes las desgracias nacionales.
Ayala subió a la tribuna de la prensa para defender los derechos vulnerados del pueblo y combatir el régimen de fuerza imperante. Desempeñó su noble papel con valentía y entereza, sin vacilaciones, reticencias ni desmayos. Pudo ser orador literato si hubiese querido, porque poseía excelentes aptitudes naturales para ello, pero no fue ni lo uno ni lo otro, porque abandonó sus estudios para consagrarse enteramente a la política y al periodismo, sacrificando su porvenir a la causa del pueblo.
La muerte le ha sorprendido en su edad más florida, pues no contaría aún treinta años, y al tranzar esa preciosa existencia, arranca a la patria un ciudadano abnegado, toda una esperanza para ella, y arrebata al pueblo un campeón de sus libertades, un tribuno celoso de sus derechos.
Cecilio Báez
El Independiente, 12 de febrero de 1982
ALON, UN ADALID DE LA LIBERTAD DE LA PATRIA
"La triste nueva de la muerte de José de la Cruz Ayala nos ha sorprendido en el momento más inesperado, y cundiendo con una celeridad imponderable, ha llegado hasta los más remotos confines de la República, enlutando todos los corazones que admiraban en el eximio patriota el espíritu noble más grande y más generoso de nuestra generación. El pueblo entero derrama por él esas lágrimas que sólo arranca el dolor sincero por los que, como Ayala, han consagrado su tranquilidad, las esperanzas de su fortuna y su inteligencia, y arriesgado su vida por la más santa de todas las causas, la libertad, y preferido arrostrarlo todo, antes que vender su pluma, traficar con su dignidad y con su conciencia, desoír la voz de su honradez y rendir servil homenaje a los que tanto mal han causado ya a la desgraciada patria.
Por eso, todos, partidarios, amigos y hasta enemigos políticos, que de otra clase no pudo tenerlos por la bondad excesiva de su alma, se han unido para lamentar la pérdida, cual ninguna irreparable, del que por tantísimos conceptos supo hacerse acreedor al cariño de sus compatriotas, para tributar la más merecida apoteosis al modelo de ciudadano.
No hay, en efecto, nadie que pueda invocar los títulos que Ayala tiene a la gratitud y aun a la admiración del pueblo que tanto amó.
Periodista valiente hasta llegar a ser temerario, combatió siempre con terrible y justa energía las faltas de los malos gobiernos, sin que las más crueles persecuciones le hayan hecho nunca cejar en su propaganda regeneradora, siendo al contrario como el crisol de donde salían sus ideas, no más puras, porque era imposible, pero sí mejor templadas. Fue incorruptible y rechazó con indignación y desdén los ofrecimientos que muchas veces se le hicieron, creyendo que su pluma independiente tenía un precio: optó por ser pobre en bienes de fortuna, sin tener que bajar la frente y esquivar la mirada de las personas dignas, a vivir rico pero sin honra; y fue su pobreza su único orgullo y riqueza. Prefirió buscar por tres veces refugio en suelo extranjero, y luchar en él con la miseria, a gozar de la tranquilidad que una más moderada oposición le habría asegurado, como a muchos; y otras tantas volvió apenas pasado el momento de mayor peligro.
Intransigente, porque sabía que si la gangrena no se corta de raíz vuelve a renacer, fue enemigo de todo avenimiento con los que gozaban y abusaban del poder, y combatió la conciliación tenazmente, porque no esperaba que hiciera la felicidad del país, y no se equivocó en sus predicciones.
Ciudadano virtuoso, supo cumplir todos sus deberes y ejercitar sus derechos buscando el bien de la patria. Aspiró a la representación de su pueblo natal, no por el interés del sueldo, que renunció a favor de la instrucción pública, sino para poder ser más útil a la nación. Su inmensa popularidad le aseguraba el triunfo, aunque eran obstáculos insuperables para ser admitido en las cámaras, su honradez intachable, su inteligencia y lo mucho que lo merecía; pero la elección no se verificó a causa de la más descarada coacción oficial y de los recursos a que se acudió para impedirla. Sucumbió, pues, pero no sin haber demostrado más de una vez que si era valiente con la pluma, era temerario con las armas.
Nadie tuvo su inmensa fuerza de voluntad para perseverar en la penosísima vía que Ayala siguió, en esa lucha porfiada e incesante en defensa de los derechos del pueblo, desconocidos y despreciados.
Ni le abatió la envidia que intentó a menudo herirle, pero que a menudo también hubo de convencerse de que la virtud cívica hace al que la posee más invulnerable que si se hallara cubierto de durísimo acero; ni le enconaron, aunque tal vez amargaron su alma, los ataques injustos que en más de una ocasión le hicieron hasta sus mismos partidarios; ni le engrió la merecida fama y resonancia que su nombre obtuvo.
Dotado de las más brillantes aptitudes para las letras, su original y hermosa Leyenda guaraní fue espléndida primicia de su talento literario, que infundió esperanzas que su agitada vida y su temprana muerte han impedido viéramos realizadas. El desgraciado fin, de Caraú, el "valiente y fuerte luchador de la pantera rugidora", y de la bella cuan impura hija de Tupí, que cantó en su rica prosa, prueba el vigor de su fantasía y la altura a que habría llegado, cultivada con esmero; sus conferencias de historia romana, de la edad media y moderna, cátedra que obtuvo en el Colegio Nacional, después de una lucidísima oposición, eran discursos notables que sus alumnos recuerdan con deleite; y sus artículos políticos, publicados sucesivamente en El Heraldo, El Imparcial y El Independiente, son, a pesar de las incorrecciones en que no puede menos que incurrir quien, como él, carecía de tiempo para repasar lo que escribía, llenos de fuego, de mérito no escaso, realzados por la pasión ardiente con que fueron escritos y que se comunica al que los lee.
Ayala fue, además, el primero que despertó a la juventud diciéndole que el ciudadano que ama a su patria y que quiere verla un día en el lugar que merece por sus desgracias y por su heroísmo, debe dirigir todos sus esfuerzos a consolidar en ella la Libertad, base de la grandeza, y procurar que la gobiernen los que por sus acciones se han hecho dignos de ello, y no aquéllos a quienes eleven las revoluciones o las intrigas.
Tales son, imperfecta y débilmente diseñados, los rasgos más notables del carácter del gran patriota que ha terminado su gloriosa y tormentosa vida lejos del suelo en que nació, sin nadie tal vez que estuviese a su lado para decirle que la semilla por él sembrada germina cada vez más, y que llegará un día en que produzca los anhelados frutos. Reposan hoy sus restos bajo tierras extrañas, y allí continúen hasta que, digna su patria de guardar tan preciosas reliquias, vuelvan a honrar el monumento que se le erigirá, no para perpetuar su memoria que todos los paraguayos guardarán eternamente, sino para que diga a los extranjeros que lleguen hasta nosotros que la hora de la regeneración sonó para el Paraguay. Sea él, entretanto, espejo en que nos miremos y modelo que imitemos en lo que podamos en nuestra pequeñez.
Blas Garay
INDICE
AL LECTOR
JOSE DE LA CRUZ AYALA
Estudio biográfico escrito por Manuel Gondra. Año 1892
I. ARTÍCULOS PUBLICADOS EN EL DIARIO "EL HERALDO". Año 1884
Algo falta
¿Cómo no?
Existe, sí
Sí señor
Cobardía y adulación
Un héroe olvidado
A todos
A la serpiente
Sueltos
Noticias
Manifiesto al pueblo paraguayo de la juventud estudiosa
Política camaresca
Diversiones públicas - Cámara de Diputados
Allá va otra
Habeas pataleo in corpus crassus
Otra y van tres
Episodios (de las diversiones públicas)
Otra y van cuatro
Perfidia sobre perfidia
El grito del pueblo
Otra bola
A todos - Al paraguayito
A Argos
A mis antiguos compañeros de colegio
¡Basta!!
La "farsa" no cuela
Que se practique
¿Un paraguayito?
A Argos
Los 280.000
Escollos donde no hay
¡¡Atiza!!
Consummatum est
Un paraguayito
A Argos
Sonsonete de infamias
¡Lázaro, levántate!
Corra el telón
Un sueño
¡Friolera!
Destituciones que honran
Dejemos el fusil y tomemos el cañón
¿Y pues?
II. LEYENDA GUARANI
Ensayo literario de José de la Cruz Ayala. Año 1885
III. ARTÍCULOS PUBLICADOS EN EL DIARIO "EL IMPARCIAL". Año 1887
"El Imparcial"
Redacción
Sindicato político (Profesiones Francas)
Avestrucismo
Errores y verdades históricas
Corrupción de la justicia
La ciencia del gobierno
Centro democrático
La libertad de la prensa
La campaña
¡Feliz Jauja!
"El Imparcial"
Criminalidad
"Centro democrático"
La obra de ayer
12 de Octubre
Los partidos políticos
IV. ARTÍCULOS PUBLICADOS EN EL DIARIO "EL INDEPENDIENTE". Año 1889
Disquisiciones de Actualidad
La Conciliación Inconciliable: Decoud, Caballero, Meza y González
Disquisiciones de Actualidad
Neurosis y manías - El posibilismo - Corrupción gubernativa - El éxito
Disquisiciones de Actualidad
Personalidades guaraníes
Disquisiciones de Actualidad
La institución del saqueo libre - Política
Disquisiciones de Actualidad
Los seres inferiores de la política
Disquisiciones de Actualidad
Asociación de la Pulpería - República y Oligarquía
Disquisiciones Políticas y Filosóficas
Los prudentes y los sabios
Disquisiciones Políticas y Filosóficas
El campeo neutral de la bandera- Los funerales de la República
Disquisiciones Políticas y Filosóficas
El inventor de la guillotina - Cerco por hambre - Los incapaces en el gobierno
Disquisiciones Políticas y Filosóficas
La máquina de M. Guillotin Decoud - Inmoralidad y corrupción
Disquisiciones Políticas y Filosóficas
La corrupción se corrompe - El cisma de Lutero González
Disquisiciones Políticas y Filosóficas
La corrupción corrompiéndose - Oligarquía, dictadura y desquicio - Círculo y línea recta
Disquisiciones Políticas y Filosóficas
Supresión del gobierno representativo - Gobierno del libertinaje y del capricho
Disquisiciones Políticas y Filosóficas
Síntesis general
Miserable condición del Paraguay - Los pueblos tienen el Gobierno que merecen
Arboles que dan su fruto
Situación que se pinta - Los candidatos rojos Arboles que dan su fruto
Situación que se pinta - Los candidatos rojos Arboles que dan su fruto
Situación 4que se pinta sola - Estereotipia de los rojos
Expulsión de dos socios
"El Independiente"
V. DESDE EL INFIERNO
Cartas publicadas en el diario "LA DEMOCRACIA" Año 1891
Carta de Ayala
Anulación de la requisitoria de Ybycuí en la fecha
En gran proceso o Los sucesos de Ybycuí
En gran proceso - Los sucesos de Ybycuí
Desde el infierno
Desde el exilio
APÉNDICE
JOSÉ DE LA CRUZ AYALA
Manuel Domínguez
CARTA DE BAEZ
Cecilio Báez
ALON
Belisario Rivarola
JOSÉ DE LA CRUZ AYALA
Adolfo Riquelme
ALON
Gomes Freire Esteves
ALON, UN ADALID DE LA LIBERTAD DE LA PATRIA
Blas Garay
JOSÉ DE LA CRUZ AYALA, que firmara ALÓN en la mayoría de sus artículos periodísticos, nació en Mbuyapey el 13 de noviembre de 1863 y murió en Paraná, Argentina, el 28 de enero de 1892. En opinión de Blas Garay, la LEYENDA GUARANÍ, que publicara en 1884, "fue espléndida primicia de su talento literario, que infundió esperanzas que su agitada vida y su temprana muerte han impedido viéramos realizada". Pero, donde la garra del escritor se manifestó en plenitud fue en su batallar de periodista. En 1891 apareció en La Democracia la famosa serie de cartas, conocidas por el título de la penúltima de ellas, DESDE EL INFIERNO, que hemos elegido para titular el presente volumen, que contiene la obra completa del autor, reunida por el doctor MANUEL PESOA.
José de la Cruz Ayala fue una personalidad vigorosa, que dejó profunda huella en el espíritu de sus contemporáneos más allá de los límites contingentes de su militancia partidaria. A su muerte recibió el homenaje de partidarios y adversarios, que reconocieron en él una figura nacional. Esta edición incluye una biografía del autor, escrita por Manuel Gondra, y un Apéndice con artículos publicados con motivo de su muerte por Manuel Domínguez, Cecilio Báez, Adolfo Riquelme, Gomes Freire Esteves, Belisario Rivarola y Blas Garay, con lo que el libro acrecienta su valor excepcional de documento de la vida y la cultura de una época en la que el Paraguay convalecía, lenta y dolorosamente, de las heridas de la Guerra Grande.
Con esta entrega, Ediciones NAPA continúa la tarea de rescatar y difundir obras inéditas o injustamente olvidadas, sin otro criterio de selección que la calidad de las mismas, para incorporarlas a la dinámica actual de nuestra cultura y proyectarlas al porvenir.
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