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MIGUEL CHASE SARDI (+)
  PEQUEÑO DECAMERON NIVACLE - LITERATURA ORAL DE UNA ETNIA DEL CHACO PARAGUAYO (MIGUEL CHASE-SARDI) - Año 1981


PEQUEÑO DECAMERON NIVACLE - LITERATURA ORAL DE UNA ETNIA DEL CHACO PARAGUAYO (MIGUEL CHASE-SARDI) - Año 1981

PEQUEÑO DECAMERON NIVACLE

LITERATURA ORAL DE UNA ETNIA DEL CHACO PARAGUAYO

MIGUEL CHASE-SARDI

Ediciones NAPA

Dibujos: PASCAIM y CH’ACLENAJ

Fotos: MIGUEL CHASE SARDI

Tapa: CARLOS COLOMBINO

Año 1- Nº 11 - Agosto de 1981

Libro Paraguayo del mes

 

 

LEYENDO EL PEQUEÑO DECAMERON NIVACLE

 

Desde que la historia empezó a escribirse, muchas son las culturas esfumadas sin un adiós sobre la faz de la tierra. Sus testimonios, los restos dispersos de su existencia, fueron a menudo sólo objeto de extrañada o novelera curiosidad durante siglos. Sólo hace un tiempo que empezaron a ser vistos con ansia de saber, con avidez de análisis, con auténtico deseo de reconstruir y alargar el corto pasado humano. Pero la lección sólo fue aprendida a medias. Se excavaba afanosamente en busca de palacios y termas, de colosos, de tumbas, de monumentos, en fin de lo aparatoso; en tanto allí mismo, muy cerca, las culturas sin ellos morían una tras otra. Tal vez fueran ellas en su mayoría -o todas- culturas de las que llamamos primitivas: culturas humildes sin otro monumento que su cosmovisión grabada en la deleznable materia de una literatura cuyos folios nadie vio nunca porque se refugian en ese lugar inasequible donde juegan las imágenes. Y han ido muriendo a nuestra vista, una tras otra, desfigurándoseles despacio los símbolos, borrándoseles los signos; sin que nadie recogiese esos testimonios, por juzgarlos inanes, infantiles, bocetos sin valor.

Tuvo que pasar más tiempo aún, para que se comprendiese algo tan simple: que cada idioma es una cultura, y cada idioma un archivo viviente; y en éste una propuesta de contestación a los misterios básicos del ser. Ninguna de esas respuestas es exacta, pero en todas ellas hay algo de esa angustia del ser que busca su identidad; y por lo demás, tampoco la respuesta de nuestra orgullosa cultura es exacta como lo demuestra la angustia creciente que la espesa y la pudre.

Y la ingenuidad se perpetúa en la traducción misma, que se superpone a la traición del tiempo cernido por la memoria, por la cambiante faz de las palabras, huyendo siempre de sí mismas Pero siempre existe en esos idiomas lo que pudiéramos llamar la pena irreductible; aquello que resiste en los análisis a toda descomposición y que es el logotipo de esa cultura.

En el Paraguay durante lustros el tesoro cultural indígena inició ya su obliteración con la cultura jesuítica, obliteración inexorable ligada a la circunstancia histórica. No fue objeto precisamente de persecución en la colonia; pero la indiferencia puede ser científicamente tan perniciosa como aquélla.

Durante siglos y más ese tesoro cultural ha estado a nuestra disposición, sin que nadie alargase la mano para recoger de ella sino los retazos más o menos pintorescamente desfigurados, de los cuales dijo Bertoni que habían llegado a constituir "un deporte literario"; y que además se referían, sobre todo, si no exclusivamente, a las manifestaciones folklóricas, ya desfiguradas por innumerables trasiegos y sincretismos, del área acentuadamente mestizada.

Tendrán que ser los paraguayos forasteros, comenzando por el paraguayísimo Bertoni, los que llamen la atención hacia estos restos de la cultura precolombina dispersos en nuestra región, atomizada en tribus y parcialidades distintas; acaso por eso mismo más curioso su estudio y rastreo. Uno tras otro los nombres de los exploradores (desconocidos, a no ser por los pocos estudiosos que van despacio apareciendo en el país) hacen lista: de Nordenskiold a Clastres y su esposa; de Nimuendajú Unkel a Münzel y Belaieff, de Grünberg a Meliá.

Aunque Natalicio González y Víctor Morínigo llamaran la atención en modo diverso tiempo hace, sobre fábulas o mitos guaraníes, nunca se les ocurrió -o no tuvieron la ocasión- de acercarse al indio para pedirle como hermano su oración a la vida. Fue quizá León Cadogan el primero. Luego se siguieron otros; pocos, siempre; que se aproximaron a la fogata del indio, para escucharle y hacerle hablar con su propia voz: Marcial Samaniego, Miguel Chase Sardi, uno de los más empecinados a esta tarea de salvamento de la cultura indígena.

Es mucho lo que este estudioso tenaz y entusiasta lleva hecho. Se ha aproximado al nivaclé entre todos los indígenas, como un ser humano debe hacerlo a otro ser humano, pidiéndole su palabra, que es como pedirle el reconocimiento de la mutua, común identidad y rescata así del silencio definitivo esas palabras que encierran, simple, y a la vez inapreciable, la imagen de un Cosmos. Y en las cuales también y sin embargo a través de la intemperie de los siglos venciendo el paulatino deshojarse del árbol del cual "fluyó la palabra" original, de tanto en tanto una chispa efímera ilumina la unidad originaría de los mitos; porque el gran mito, el mito único, el Hombre, es irremediablemente igual a sí mismo en todos los pueblos.

Salvar las palabras es salvar una cultura. Salvar una cultura no es salvar, únicamente, una fisonomía del hombre cuya arcilla se deshace a la orilla del tiempo: es también salvar una parte de nosotros mismos; de nuestra orgullosa civilización de boca ahita de palabras de amor y manos llenas de explosivos. Es recoger uno más de los miembros del despedazado Osiris.

Chase Sardi emprendió hace años esta tarea con los nivaclé, con los que, al igual que otros pueblos aquí y allá en lo redondo de la tierra, se llaman a sí mismos "hombres" por antonomasia. Quizá porque, en algún tiempo ya sumergido bajo irremediables sedimentos de catástrofes, fueron los únicos supervivientes sobre una tierra apenas resucitada.

Y así ha recogido su material. Material que se disgrega ya en el debilitado acento de los ancianos, de los últimos en conservarlo como un friso de niebla oculto en un corazón que se enfría. Y nos lo ofrece -parte de él- en esta compilación respetuosa y fiable. Relatos cosmogónicos, mitos, fábulas. Ingenuos, pensarán algunos que no tienen en cuenta que las palabras tienen también sus claves como la música; que cada una al vivir vida distinta se preña de sentidos diferentes; y que nuestro lenguaje de orgullosa riqueza, puede parecerle a ellos tan simple o tan escaso como a nosotros el suyo; porque esa riqueza o pobreza nunca serán mensurables a quien no vivió sino los propios avatares.

Con un respeto inmenso hacia ti, nivaclé que con tu nombre no fuiste mas allá de nosotros, pero tampoco menos, en cuanto portador de una interrogante insoluble. A ti, nivaclé, único en ti mismo como todo hombre; cazador que no ignora que la máxima caza es el hombre mismo; buscador de miel que sabes lo amarga que puede hacerse la búsqueda del simple vivir:

Nivaclé que te sientes padre, hijo, marido, hermano, como cualquiera de nosotros; y amigo como muchos de nosotros debiéramos ser: quizá comprendas que entre tus palabras ingenuas y nuestra soberbia científica sólo existe la distancia de un mito. El mito dual odio-amor.

Al recoger tus palabras este Samtó, al cual juzgaste digno de nombrarle "miembro del asiento de tus fogones" este Samtó repito, tal vez ayuda a salvar vuestros cuerpos; pero desde ya está ayudando a salvar vuestro espíritu. El espíritu que se llama identidad: aquello por lo cual tú, tan igual a cualquier otro hombre, eres efímeramente distinto. Salva tu trayectoria en el pasado, tu rostro en el presente, tu presencia en el futuro. Seguramente en su trabajo hay mucho saber y esfuerzo: pero hay mucho más de amor. De amor que es compartición de vida y solidaridad de destino.

Nivaclé, hombre que en estas páginas dices lo que el mundo es para ti y lo que tú eres para el mundo: bajo las estrellas que alguna vez fueron mujeres: Estas palabras recogidas de tus labios al borde de tu prehistoria prueban que eres ciertamente un hombre, porque has comprendido lo que es preciso que el hombre comprenda para asumir plena dignidad de tal: que aunque el Universo no sea para el hombre, el Universo existe porque el hombre es su testigo.

 JOSEFINA PLÁ

Asunción, abril de 1981

 

 

 

LA RAZÓN Y LAS GRACIAS

 

Soy aficionado a la etnografía y, en mi tiempo libre -muy poco, desgraciadamente- me dedico a la investigación científica. Tengo plena conciencia de mi falta de preparación y capacidad, necesarias para hacer interpretaciones por cuenta propia, por lo que me he esforzado en permanecer, rígidamente, en la posición del que solamente recoge datos y los transmite, con la mayor veracidad posible.

En el curso de estos últimos diez y siete años, me dediqué apasionadamente al estudio de la religión de los Nivaclé. Para ello, recolecté cuentos, historias, descripciones culturales y mitos. Pude hacerlo, a tiempo completo, desde mediados de 1971 a mediados de 1972, gracias a la generosa Beca de la John Simon Guggenheim Memorial Foundation. A ella tengo mucho que agradecer y, especialmente a su ex Vice Presidente, James F. Mathias y a su Secretario, Stephen L. Schlesinger, cuya ayuda personal, en momentos difíciles, para mí y mi familia, nos fue de valor incalculable.

Veía en el material recogido, la materia prima para el estudio de la cultura y, específicamente, de la religión de este pueblo. No me percaté de la riqueza literaria, hasta que amigos, como Augusto Roa Bastos, me lo hicieron notar. Esto y la gentil invitación de NAPA, me decidieron a no enviar, únicamente, este material al Centro de Estudios Antropológicos de la Universidad Católica, para su Suplemento Antropológico y un número muy restringido de lectores, sino darlo a conocer a todos aquellos que se interesen en la literatura oral de las culturas de nuestro país. Para ello eliminé todo el aparato erudito de notas y comentarios etno-científicos, dejando solamente la traducción.

Sobre esta, debemos detenernos un momento. Los relatos, excepto en muy pocas ocasiones, no fueron requeridos directamente, sino grabados magnetofónicamente, cuando eran, de manera espontánea contados a un grupo de personas de la etnia. Luego transcriptos al papel, con la palabra castellana correspondiente, bajo cada palabra nivaclé. Posteriormente se dividió el discurso en frases numeradas y se hicieron traducciones, con sentido, de cada una de ellas. Por última se llegó a la traducción literaria.

En ella, se mantuvo la mayor literalidad posible, siempre que no impidiese la  buena comprensión. Esto hace que, a veces, algunos giros parezcan duros en nuestro idioma. Se prefirió así, para guardar algo del espíritu de la lengua Nivaclé. Nunca pudo conservarse plenamente, por aquello de la traición propia a toda traducción. Notará, el lector, algunas contradicciones internas en los relatos, alguna hilación onírica, como, por ejemplo, en el de A'sha, sobre la ceremonia de imposición de la piedra. Tendrá en cuenta que el orador nivaclé habla en estado de trance. Trance que lo trasciende al mundo del mito y del sueño, al atemporal tiempo anterior a los tiempos.

Largo sería enumerar a todos los Nivaclé que me ayudaron y me enseñaron. Quiero, sin embargo, citar a Benito Paclusí y a Pedro Avalos. Y muy por sobre todo, al Padre José Seelwische, O.M.I., alemán de nacimiento, pero Nivaclé de corazón, sin cuya ayuda y mediación no hubiera podido jamás realizar este trabajo.

Josefina Plá, tuvo la gentileza de leer los originales, haciéndome interesantísimos y útiles comentarios sobre los textos y honrándome con las palabras que los presentan.

Del enorme número de relatos, mas de dos mil, se hizo una muestra, casi al azar, que creo es bien representativa de la cultura nivaclé, sin ser absolutamente completa. Este hecho, me llevó al título, ya que El Decamerón, de Boccaccio, es un espejo de las costumbres de su época y su cultura No soy nada original en esto, pues Leo Frobenius en 1910, escribió El Decamerón Negro y, el año pasado, apareció la segunda edición del Moronguẽtá, un Decamerón Indígena, de Nunes Pereira.

El ideal de los Nivaclé, sería colmado, si estos relatos pudieran aparecer en edición bilingüe Nivaclé-Español -como el ejemplo de la Pág. 213 para servir como material de lectura y motivación a la alfabetización, con textos que, por pertenecer a la propia cultura, no pueden ser alienantes. Esa publicación soñada, tendría pleno sentido; no como este Pequeño Decamerón Nivaclé, que solo servirá para solaz de los amantes de la literatura y, tal vez, para el futuro trabajo de algún antropólogo.

La recompensa de amor, para mi esposa y mis hijos, que han asumido la dura tarea de ganar el pan familiar, para darme el tiempo y los medios necesarios para esta gratísima labor.

Al Prof. Dr. Robert Smith, de la Universidad de Kansas, mi afectuoso reconocimiento por el aliento, espiritual y material, que me dio cuando más lo necesitaba.

Finalmente, deseo aquí, rendir un homenaje de admiración a la gran antropóloga paraguaya, Prof. Dra. Branislava Susnik. A sus clases y a sus libros, debo agradecer esta ferviente vocación por los indígenas de mi Patria, vocación que sería ideal la tuvieran personas con acabada preparación académica y científica.

 MIGUEL CHASE-SARDI.

Asunción, Abril de 1981

 

I 

NOSOTROS, LOS NIVACLE

 

Si, voy a volver a repetirlo para este Samtó; este Samtó que dice querer aprender nuestras costumbres, que dice admirarnos y querer hacerse como nosotros. Voy a volver a repetir lo que tantas veces les he contado.

Aprovechen y escuchen, una vez más, jovencitos para que conozcan a sus antepasados y puedan contárselo a sus descendientes. Muchas veces me piden los jóvenes que les vuelva a contar cómo eran, dónde vivían, y cuáles eran las costumbres de aquellos hombres de antes. Y yo no me canso nunca de recordar los tiempos en que era de la edad de este muchacho. Me parece que me da nueva fuerza y más ganas de vivir cuando hablo de aquel tiempo pasado. Aquel tiempo... si ... en todas estas tierras no había nadie más que los que nacimos en ellas. Aún no nos había invadido tanta gente extraña venida de tan lejos. Por eso, nadie nos insultaba llamándonos indios. Esta palabra con la cual nos menosprecian los Elé (blancos de cabellos rubios) y los Samtó (blancos de cabellos negros) Indio significa inútil, incapaz, feo, sucio. Y hasta a nuestros jóvenes les han hecho creer que los viejos somos indios, porque no sabemos leer ni escribir y vivimos sin los conocimientos de los blancos. Pero que ellos, los jóvenes, que son civilizados y adelantados, no son indios... ¡A que le digo paraguayo o argentino, a cualquiera de estos muchachos y también se enoja! ¿Pero qué son entonces? Ni ellos saben lo que quieren ser... (pausa).

Los Nivaclé del Río, Tovoc Lhavós, gente del río, somos los más antiguos de todos. Los abuelos de mis abuelos, vivían mucho más al Sur; pero el Río fue cambiando su camino y nuestros ascendientes lo siguieron. A los que habitan desde Margariños, aguas arriba, se los llama Chishamnee Lhavós, gente de arriba o arribeños. Sus tierras están cruzadas por muchos zanjones, algunos muy hondos. Mucho más hondos que los que hay por aquí. Por ellos corre el Río durante las crecientes. Tenían una aldea muy grande llamada Ajoyej Lh tosej, semilla de mistol, que los paraguayos llaman, Mistol Marcado. A esa gente le gusta comer alhú, la iguana. A causa de eso los Eclenjui, a los que los paraguayos llaman Choroti, nos denominan, a todos los Nivaclé, Alhulhai, comedores de iguana. Los Chishamnee son muy amigos de los Choroti, son buenos y humildes, hábiles creadores de nuevas maneras de vestir y nuevas canciones. Nuestras mujeres han aprendido de ellos hermosos dibujos para las mantas. Saben trabajar la lana. Los Manjui, que son también sus vecinos y hablan como ellos, difieren en algunas costumbres. Son más amantes del monte y viven alejados del río.

Tienen también, por vecinos, a los Mataco. Hay dos clases de Mataco, los Peclô y los Tinoi, pero todos son sucios, asquerosos y feos, brutales, rencorosos y traicioneros. Son muy peligrosos por la fuerza que tienen con los espíritus malignos. Sus chamanes son muy malos y siempre nos han hecho mucho daño. Son Achivonjas, piojosos, harapientos e ignorantes. Pero muy de temer por su amistad con los espíritus malignos. Sus tatuajes están muy mal hechos. Ninguna mujer, ningún hombre de los nuestros, se casaría jamás, con uno de ellos. No hay matrimonios con los Mataco.

Por allá, por Chitej Lhatjooc, Guachalla, también vivían y viven todavía algunos Ja'nono, Guarayo. Estos sí, saben muchas cosas como los paraguayos. Pero son peor que ellos con las mujeres. Muy descarados, no las respetan. No puedo comprender la forma desvergonzada en que las persiguen. ¡Ah! ¡Y que no se emborrachen! Toman un poco y se vuelven brutales. No son como nosotros, los Nivaclé, que cuando tomamos, nos ponemos alegres y buenitos. ¡Y las guarayas son tan flojas! Se van con cualquiera que tire de ellas un poco. Si no está a su lado, el marido no puede estar seguro.

Por allá está también esa gente chiquita, baja y flaca, los Tapieté. Son valientes, como los Moro. No tienen miedo a la muerte, ágiles y ligeros en las marchas por los matorrales más espinosos.

Nosotros, los que vivimos en estos lugares, donde el río marcha más despacio y, durante las crecientes, se pierde en el monte, cubriendo casi todo; nosotros, somos llamados Shichaam Lhavós, gente de abajo o abajeños. Con mi padre y mi madre, he recorrido, durante mi niñez, toda la zona habitada por nuestra gente, los abajeños. Conocí grandes aldeas. Clayioich'e Lhavooj, alrededor limpio, lugar al que los paraguayos llaman Laguna de los Pájaros. Toyish, cañadón, conocido como Campo Azul.

Donde ahora está la Misión San José de Esteros, también había una gran aldea. La llamábamos Lhavój'ôcfi, pero más anteriormente aún, se le decía al lugar, Sshaclashi, lecheronal, porque habían muchas plantas de lecherón. Ftsuc, palma, era otra linda aldea. Estaba en esa laguna que la gente de este hombre que nos visita, llama Laguna Cuéllar. Pero la aldea más hermosa, más grande y más antigua, era ésta, donde estamos ahora, Fischat, palmar, ahora Misión San Leonardo de Escalante. ¡Esta sí que era una aldea linda! Aquí venían, de visita, gente de todas partes de todas las parcialidades Nivaclé. Estaba dividida en lhatachifás, clanes territoriales. El más antiguo de todos y el más importante, es éste, donde estamos nosotros ahora, Fischat Lhavós, gente del palmar. Aquí están los descendientes de los primeros hombres que vinieron a este lugar. Más allá, cerca del campo de aviación, están Lhafcatás, las moscas. Se los llama así, porque eran numerosos como las moscas. Ahora son pocos. Los más importantes de ellos ya se murieron. Faaicucat Lhavós, gente del algarrobal blanco, es donde hoy, este Samtó estuvo conversando con Yaquinot. En ese lugar habían muchos algarrobos blancos. Estos tres lhatachifás, fueron los primeros. Después vino la gente del palosantal, Joquichat Lhavós Se los denomina así, porque anteriormente vivían en un monte de palosantos cerca de Gral. Díaz. Y la gente de Vatacachi, Vatacachi Lhavós, porque son del lugar, también cercano a Gral. Díaz, que así se llama.

Aquí, en Laguna Escalante, se han hecho muchas espléndidas fiestas. Creo que entre todos los Nivaclé, este lugar siempre fue de la gente más feliz. Aquí hay de todo. También habían grandes plantaciones de maíz. Se podía mirar y no ver, donde terminaban los maizales. A veces todo verde, a veces, todo dorado. Este lugar también tiene muda suerte, porque aquí fundaron una Misión los Padres Oblatos, justamente unos años antes de comenzar la guerra en la cual fuimos tan perseguidos. Y ellos nos defendieron. Si no fuera por los Padres, no hubiera quedado ni un solo Nivaclé. Ellos defendieron nuestras vidas y guardaron la poca tierra que pudieron para nosotros.

Es cierto que aquí se dieron unas pocas veces, pequeñas desgracias. También hubieron guerras, contra los Juutshinaj, Toba, que vivían hacia el sur; y contra los Notôcôyit, Pilagá, que tenían sus aldeas hacia este lado. Pero a pesar de las desgracias y las muertes en las guerras, también nos daba una gran alegría ver a nuestros guerreros traer los escalpes del enemigo y hacer grandes fiestas con ellos... Estos Toba y Pilagá son brutales, crueles, traicioneros. Pero hay que reconocer qué son magníficos jinetes, buenos cazadores y mejores pescadores.

Los Tavashai Lhavos, gente del campo, están muy emparentados con nosotros, y ellos muy emparentados con los Tavalhai, los Mak'a. Por eso, a estos los consideramos parientes nuestros, muy cercanos. Algunas costumbres de los Mak'a, son muy parecidas a las de los Tavashai. ¡Somos muy parecidos! El Mak'a es nuestro amigo por excelencia. Es muy buen cazador. Por eso nunca me opondría al casamiento de una hija mía con un Mak'a. Sin embargo, ahora me contaron que cazan muy poco, porque mucha gente de afuera les regala todo lo que necesitan. No sé si será cierto esto que me contaron.

Yo conocí dos grandes aldeas de los Tavashai Lhavós, Vavojl, hondonada del aguará guasú. Cuando llovía un poco nomás, se juntaba el agua en la hondonada. Pero si la lluvia era grande, inundaba toda la aldea. Tenían que mudarse. Apenas bajaba el agua, volvían a su lugar. Yo no sé porqué esta gente tenía tanto apego a este lugar. Podían vivir tranquilamente en tierras más altas. La otra aldea se llamaba Utsichat, lugar de la anguila. Y en realidad tenía bien puesto el nombre, porque en cualquier aguadita, en cualquier pozo, se encontraban muchas anguilas.

Los Jotói Lhavós, son los que vivían -y siguen allí todavía- en donde entraron los mennonitas. Yo no los conozco mucho, pero he hablado con algunos de ellos. Unos dicen una cosa, los otros todo lo contrario. Algunos dicen que los mennonitas son muy buenos, que les han enseñado mucho, que les dieron tierras y herramientas para trabajar, que ellos quieren hacerse como los mennonitas. Otros les llaman inútiles, porque no saben hacer las más simples cosas y mandan hacerlas con otros; que son envidiosos de lo que no les corresponde y se han adelantado a tomar lo que es propiedad de los Nivaclé. También les dicen napi yishiyan Ihpeso, los que mezquinan el dinero, pues cuando uno trabaja para ellos no le pagan con dinero. ¡Lo mezquinan demasiado! y le dan, a cambio, un papelito. Los paraguayos dicen que ese papelito no sirve para nada. Con él solo se puede comprar lo que los mennonitas tienen en su cooperativa.

Los Jotói Lhavós son muy vecinos, allí, con los Yi'lhayis, los Lengua. ¡Estos si que son flojos, sucios, haraganes, sin deseos de mejorar! Los Nivaclé le tenemos asco y, también, lástima, porque no saben nada, son muy ignorantes.

Ahora todos quieren ir a las Colonias Mennonitas. Creen que con solo llegar allí, ya se harán ricos como aquellos. Yo no quiero ir. Me siento muy bien aquí. Muchos que se fueron, volvieron tan pobres como antes. Y los otros, no sé porqué se quedan allá, tan lejos de su valle.

Más lejos, todavía, en la selva, hacia Mariscal Estigarribia, viven los Yita'Lhavós, gente de la selva. También los llamarnos C'utjaan Lhavós, gente de las espinas. Pero a ellos no hay que decirles así: Se ofenden mucho. Ellos tienen costumbres bastantes diferentes de las nuestras y hablan muy mal nuestro idioma. Son vecinos de los Moro. Antes se decía que estos Moro, tenían las rodillas para atrás, como los avestruces y que por eso eran muy ágiles y ligeros. Pero ninguno de los que los han visto cuenta esto. Están hechos como nosotros, pero muy bajos y morrudos. También se decía que tienen la piel gruesa y dura, como el tapir. Y que por eso no sienten frío, pueden aguantar todo el día el sol, y las espinas del monte no les penetran. Todo eso me parece que es mentira. No creo que haya hombres así.

En la zona de los Yita'Lhavós, también están los Guasurangue. Esos sí que son sucios, borrachos, haraganes, pedigueños y cargosos. Pero algunos amigos que tengo entre los Yita'Lhavós, me contaron que antes no eran así. Solo que después de la guerra, el Ejército Paraguayo les dio alimentos y se acostumbraron a vivir de provistas. Me parece que a estos les pasa igual que a los Mak'a que ya no salen a cazar porque se les regala todo.

Más allá todavía, vivían. . . más al norte de los Yita'lhavós, una parcialidad Nivaclé que llamamos Tuj Cuvoyu, comedor de caballo, porque hacían incursiones hacia el sur para apoderarse de caballos, que eran su alimento predilecto. Enemigos de los Moro, peleaban mucho contra ellos. Tenían muchas cabras, pero las criaban nomás, no las comían. En Guachalla viven todavía sus descendientes. Algunas familias se sabe bien que son descendientes de los Tuj Cuvoyu.

Así era nuestra gente, en aquel tiempo pasado, así vivía. Cada parcialidad conocía su tierra y andaba en ella con gusto. Cuando alguno se aburría, se iba de visita a otra aldea de su propia gente o a alguna de otra parcialidad; quedaba allí algunas lunas y volvía contento a su valle. Me contaba mi abuelo que tenía amigos que se habían recorrido todo el Chaco. A muchos lugares habían ido a pie, porque hay caminos que el caballo no puede transitar. No era como ahora. Ahora los jóvenes suben al camión de la Misión y se van a las colonias. Esa vida antigua cambió. La gente comenzó a ir, todos los años a Vatômja'vat, Ingenio San Martín. De allí vinieron cambiados. Habían perdido sus buenas costumbres y trajeron muchas enfermedades que transmitieron hasta a la gente que no se movía del pueblo.

La Guerra también nos perjudicó mucho. Parcialidades casi enteras tuvieron que abandonar sus tierras. Nosotros tuvimos suerte, mucha suerte, porque los Ele, Padres Oblatos, nos protegieron y pudimos quedarnos en nuestra aldea. Los bolivianos mataron a muchos de los nuestros. Muchos fueron los muertos. Después los paraguayos. Pero, a ellos, más les interesaban las mujeres. Esas pobres mujeres tenían que acostarse con ellos porque, de otra manera, lo mismo las forzaban y, además, maltrataban a todos sus parientes. De allí es que les llaman palavai nuu, paraguayo perro, porque como los perros, apenas ven a la hembra ya les suben encima. Nosotros no podemos. Para hacer eso tenemos que tener una larga relación de amistad.

Y después de la guerra, vinieron los estancieros, los patrones, y cada uno de ellos dijo que era dueño de la tierra que siempre fue de nuestros ascendientes. Entonces, quedamos ya atados para siempre aquí. No podemos ya movernos. Si el patrón no quiere, no se puede entrar a cazar en la que dice que es su tierra. Y si alguno se anima a entrar, corre el peligro de recibir un balazo. ¡Qué le vamos a hacer! Por eso los jóvenes, a los que yo les recrimino porque quieren ir a las Colonias Mennonitas, dicen que es el único lugar donde ahora pueden rebuscarse! ¡Menos mal que por allí, no tienen mucha caña! A pesar que los macateros andan por todos lados. Esto es lo que les hace mal a los jóvenes. Toman caña y ya se parecen, en todo, a los paraguayos y dejan de lado nuestras buenas costumbres.

Inf. Tanuuj

 

 

IV

EL COJUDO CON LA MUJER CASADA

 

Voy a hablarles de una mujer que con su marido y sus dos hijos vivía muy solitariamente. Esta mujer tenía un caballo cojudo al que atendía todos los días. Le daba agua, le cambiaba de pastizal. No se sabe cómo había hecho para que su animal, doméstico se excite y copule con ella. Pero lo cierto es que el cojudo la deseaba mucho.

Una vez, como de costumbre, fornicaron. Pasó un día y una noche después de haber tenido contacto, cuando le sorprendió al esposo el estado en que se encontraba la vulva de su mujer. Estaba demasiada ancha y profunda. Asustado quedó cavilando entre sí.

- ¿Qué será lo que tiene mi mujer? Antes no tenía así la vulva. Esto es nuevo. Ahora no puedo alcanzar más el fondo.

Al día siguiente, la esposa, como siempre, se fue junto al cojudo, para darle agua y mudarle de lugar.

- Mamá. - le dijo el hijo menor- Yo también me voy contigo.

- No. ¿Cómo vas a ir conmigo? Queda muy lejos el lugar donde está atado el cojudo.

Es que la madre tenía vergüenza del hijo y además temor de que descubra lo que estaba haciendo. Pues se le notaba al cojudo que se ponía caliente cuando de lejos veía llegar a la mujer. Relinchaba y corcoveaba, así como suelen hacer los cojudos con sus yeguas. Así también hacía con esa mujer.

Cierto día, cuando llegó junto a él para llevarlo a la aguada y mudarlo de pasto, se mostró tan fogoso, como suele ser cualquier cojudo con su yegua. Y así le trató a la mujer, a la mujer que era su dueña. El hijo menor, sin que nadie se diera cuenta, había seguido a su madre y vio cuando el animal montó sobre ella.


- ¡Qué barbaridad! Había sido que esto es lo que siempre hace mi madre. ¡Se casó con nuestro cojudo!. - dice que decía el niño- Por eso es que nunca quiso que la acompañe.

Y volvió otra vez, corriendo hasta donde se encontraba su padre, para avisarle.

- ¡Papá! Había sido que mamá siempre coge con nuestro cojudo. Por eso no quería llevarme con ella.

El marido se puso furioso; sin embargo no habló cuando la mujer llegó a la choza. Quedó tranquilo como si no hubiera pasado nada. Al día siguiente cuando la mujer fue al campo, como de costumbre, para dar agua y pasto al cojudo, la siguió. La siguió con arco y flechas. Quería ver personalmente lo que hacía su esposa. Así fue como vio a su mujer en caballaje con el cojudo. Sin decir nada, se acercó y mató a la mujer. Después mató al cojudo. Con flechas los mató. Inmediatamente se retiró, acompañado por sus dos hijos, sin rumbo fijo, cambiando siempre de lugar. No tuvieron más paradero.

Entretanto los dos hijos crecieron, se hicieron mozos.

- ¡Qué cosa! -decían entre ellos- Parece que no vamos a tener nunca una mujer, porque no hay hembras por aquí.

El mayor de los muchachos, acertó en su interior una idea y se la dijo a su hermano menor:

- ¿Por qué no probamos una cosa? Yo te tiraré una doca entre las piernas. A lo mejor puedes convertirte en una hembra. ¿Te gusta la idea?

- Cómo no. Probemos a ver qué pasa -dice que dijo el hermano menor-

Se sacó el taparrabo, quedando desnudo, mientras el hermano mayor fue en busca de la planta, la encontró, arrancó un fruto y luego se lo tiró entre las piernas al otro. Al dar allí la doca, se le formó una vulva, transformándose, en el acto, en una hembra. Y, después, no pudieron hacer otra cosa que casarse, el hermano mayor con su hermano menor, que ahora es hermana menor. Y se casaron. Y no sé qué es lo que fue después. Hasta aquí es lo que yo sé.

Inf. Casamshi

 

 

Benito Paclusi, intérprete


EL TIGRE Y LA MUCHACHA

 

Ahora escucharán algo de los antiguos hombres. De un tigre y una muchacha de aquel tiempo. Ella hacía mucho que fue castigada por sus padres. La madre y el padre la habían golpeado. Por eso se fue de la aldea para morir. El sol estaba bajando. Se dirigía decididamente hacía la selva, caminando por un viejo camino, evitando los nuevos. Transitó por los antiguos que sólo se utilizaban para buscar miel.

Por ellos siguió. La noche era de luna. Dicen que la muchacha era hermosa. Caminando y alejándose, llegó a un cañadón; lo cruzó hasta el otro extremo, donde había un árbol bajo el cual pasaba el camino. Se subió a él, porque comenzó a tener miedo. Un tigre le había estado siguiendo la huella.

- Debe ser una muchacha -decía el tigre- Ya veré enseguida si la alcanzo.

Llegó hasta el árbol en el que estaba subida la muchacha y pasó de largo. Se perdió la huella. Volvió sobre sus pasos y comenzó a escudriñar entre el follaje de la copa. Cuando la luna está llena es fácil ver una sombra dentro de la de un árbol. Se fijó atentamente, revisando toda la sombra del árbol. La muchacha se mantenía quieta, sin quererlo se movió un poquito. Entonces el tigre miró hacia arriba. ¡Bájate!

¡No! Yo no me bajo de aquí. Tengo miedo de ti, aunque estoy dispuesta a morir.

- No. No tengas miedo de mí. No te haré nada si consientes ser mi mujer.

La muchacha comenzó a llorar.

- Bájate. Estás llorando de balde. No tengas miedo de mí. No te haré nada.

Por fin, consintió en bajar, llorando amargamente.

¡Pero deja de clamar! ¿No ves que no te hago nada? Buscaré alguna presa para ti.

A la muchacha no le gustaba nada tener que irse con el tigre. Pero tuvo que hacerlo. El la condujo hacia su cañadón, en el que se encontraba su guarida.

- ¡Qué barbaridad! -decía la muchacha- No tendremos fuego en el lugar adonde vamos.

- Ya veremos más tarde, -contestaba el tigre- cuando lleguemos al otro extremo de mi cañadón.

Mientras caminaban, el tigre había flechado un venado. Siguieron hasta llegar al lugar indicado.

- Aquí nos acostaremos hoy -decía él

- Pero no tenemos fuego. -protestaba ella- No te apures. Junta pasto seco.

La muchacha reunió pasto seco y el tigre acercando a él su trasero, soltó un pedo; en el acto el pasto ardió y saltó la llama. Mientras alimentaban el fuego, se puso la luna. Sólo, entonces la muchacha comenzó a fijarse en el tigre. Tenía la cara blanca.

Apenas se dio ánimo de ser su mujer. Porque él no se había transformado. Tenía siempre aspecto de tigre. No era como en aquellos otros tiempos, días de antes, cuando los tigres eran hombres. Mientras tanto, ella se puso a asar la carne de venado. El tigre, que sabía adaptarse a las costumbres de los hombres, comió la carne cocida. Recién al día siguiente, cuando salió de caza y estuvo solo, la comió cruda. Volvió a su mujer con otra salvajina y ella cocinó toda la carne.

- ¡Qué cosa! -le comentó ella- Ya me estoy acostumbrando contigo.

- Claro que tienes que acostumbrarte conmigo. Mira, ahora que lleguemos adonde tengo mi aguada, nos estableceremos bien. Haremos una choza para nosotros. Y allí tú estarás permanentemente conmigo y yo contigo. Me dedicaré a la caza y cazaré todo lo que siempre suelo cazar: el jabalí, el morito y al tapir; el venado y el puma. Nada me impide matar a cualquiera. No hay cosa que yo no haga. Mira, si te hubieras casado con uno de tus paisanos, no te hubiera tratado como te trato yo. Tus paisanos no sirven para nada. Yo soy diferente. No te engañaré. Y si tenemos un hijo con mayor razón. Nuestro hijo no será un inútil. También sabrá cazar.

La muchacha entendía lo que el tigre le decía; aunque era un tigre real. No se había transformado en hombre. Ella entendía al tigre, porque hablaba el idioma de los antiguos hombres. Después de haber hablado así, se acostaron. Al día siguiente siguieron caminando. Por fin llegaron a la aguada mencionada. Era la aguada del tigre. Allí se establecieron y la muchacha construyó una choza.

- Estoy totalmente conforme en quedarme sola aquí. -decía la muchacha- Para mí es una suerte encontrar a este hombre. Al principio tuve miedo de él.

- No, no debes tener miedo de mí, -le interrumpió el tigre- porque no sufres hambre. Si te hubieras quedado con tus padres, tendrían hambre. Por eso te castigaron.

Anteriormente le había contado todos los problemas que tuvo en su familia. Así se apoyaba, el tigre, en lo que había escuchado. Mientras tanto, habían pasado ya cuatro lunas y notó que estaba embarazada. Pasaron también las lunas que faltaban y parió un hijo. El hijo era un verdadero tigre. Desde luego, era comprensible que fuera tigre. Sólo entonces pensó la muchacha.

- ¿Qué haré ahora? -decía en su interior- Porque la criatura es de otra especie. Esto no les alegrará a mis padres. ¿Qué dirán si me ven con él? -así dice que decía la muchacha en su interior- Es el tiempo del otoño, cuando florecen las tunas. -pensaba por una oculta razón mientras, en voz alta decía al tigre- ¿Adónde irás hoy?

- Me iré al cañadón, y a los que están más allá, uno tras otro.

- Dile entonces, a mi hermano mayor que venga a buscar carne de jabalí.

- Cómo no. Se lo diré.

Y así sucedió. El tigre vio al muchacho y lo cazó. Arrastrado lo trajo ante ella. La muchacha reconoció a su hermano mayor.

Pobre mi hermano mayor. -dijo en su interior- ¡Qué desgraciada soy! No presentí que esto iba a pasar. -Y meditando mucho se dijo- Veré lo que tengo que hacer más tarde, cuando se haga el día. Así se decía a si misma mientras iba y venía.

El tigre se acostó dentro de la choza, ella siguió yendo de un lado a otro y luego se llegó junto a él.

- ¿De dónde sacaste esa pintura con la que te pintaste los ojos? -preguntó el tigre

- La saqué de aquellas que están allá.

- ¡Ah! Pero qué lindo color claro tienes! Yo también quiero, demasiado, tenerlo así. Cómo me gustaría tenerlo yo también. A mí también me gustaría mucho.

La muchacha había hecho todo eso apropósito.

- Cómo quiero que me traigas para mí. Quiero que me pintes igual.

- Cómo no. Buscaré para ti, de los que hay más allá, porque son más hermosos.

Fue la muchacha hasta el lugar y arrancó una fruta de tuna.

- Pon tu cabeza sobre mi falda. -le dijo al llegar- Así te pintaré los ojos. De esta manera no se va a borrar. Y cuando mañana vayas a cazar, vas a quedar muy vistoso.

Puso el tigre su cabeza sobre la falda de la muchacha. Ella hacía así (señala) con las espinillas de la tuna. Y dejó de quitarlas cuando raspó todo un lado de la fruta.

- Ahora el otro ojo. -decía ella-

Abrió el tigre el otro ojo y ella sólo dejó de arrancar las espinillas de la fruta cuando ya no quedaban más.

- ¡Pero qué barbaridad! ¡Me duele demasiado! -decía el tigre- No puedo abrir más los ojos.

- Dentro de un rato se te pasará. Así ocurre siempre. También me pasó a mí, apenas podía ver. Pero una vez que pasa eso, queda muy bien. Levanta un poco la cabeza de mis piernas, así se te calmará el dolor. Menos mal que atinó a decir esto la muchacha zafándose de él. Corrió y tras ella se levantó el tigre. Pero sentía muchos dolores y no podía abrir los ojos. Camino un rato dando tumbos. La muchacha lo observaba desde lejos.

Y fue así como ella pudo contar todo esto a sus padres cuando volvió, sorprendiéndolos al llegar.

El sol estaba alto al llegar a su choza, porque cuando hizo eso con el tigre ya era tarde. Durmió por el camino durante la noche. Y al amanecer reanudó la marcha hacia su aldea. Iba al lugar de donde salió decidida a morir. Mientras, el tigre seguía dando tumbos de un lado a otro.

- ¿Dónde estás? -preguntaba abrazando el aire para agarrar a la muchacha-

Largo tiempo pasó haciendo lo mismo y cayéndose hacia un lado y otro lado, desesperándose al no poder ver nada: mientras la muchacha caminaba sin preocupaciones. Marchaba rápido primero, luego corrió.

- ¡Qué bien! -se decía- ¡Qué bien lo estudié! ¡Cuánto me dolió cuando lo vi ayer trayendo a mi hermano arrastrado por el suelo!

Y seguía corriendo, hasta que llegó junto a sus padres. Le vieron de repente, y se dijeron:

- ¡Cómo se parece a mi hija aquella que viene allá!

- ¡Pero si es nuestra hija! ¡Tanto como me hizo llorar todo el invierno pasado!

Ellos habían creído que un tigre se la había comido. Y, sin embargo, un tigre había sido su marido. La muchacha enseguida le contó a sus padres lo que le había pasado.

- Yo me casé con el tigre -dijo ella- Ese mismo tigre fue el que se comió a mi hermano mayor.

- Si, es cierto que se lo comió.

- Nuestras lágrimas habían sido por vosotros dos. -decían los padres.

-Yo tengo un hijo que es completamente tigre. -siguió la muchacha- Pero no sé lo que le habrá pasado a él, porque no quise esperarlo. No puedo acostumbrarme a ese hijo tigre.

-Pobrecita, hija mía, -decían sus padres- Desde ahora no haremos más nada que te disguste. Porque no estuvo bien que aquella vez te hayamos castigado. Por eso te fuiste dispuesta a morir. Y ahora nos sentimos muy alegres de verte otra vez. ¡Qué lástima que ya no podremos verlo más a tu hermano mayor.

Mientras tanto el tigre ciego, también murió, con los ojos reventados. Los hombres de la aldea fueron a verlo, porque la muchacha les contó a sus tíos dónde era el lugar.

- Al lado de la aguada. - les dijo

Enseguida reconocieron el lugar que ella indicó y los hombres fueron a verlo.

- Este era el que decía ayer nuestra nieta. -decían cuando vieron el tigre muerto.

No tenía forma de hombre. Era un tigre real, un verdadero tigre.

Los hombres lo hachearon y también lo garrotearon.

- ¡Qué lástima que durmió con mi nieta este maldito! –decían- Me siento contento de garrotearle ahora.

Recién dejaron de tajearlo y golpearlo, cuando quedó hecho pequeños pedazos. Finalmente quemaron todos los huesos del tigre.

 Inf. Chishi’á

 

Tanuuj

 

XIX

LOS HOMBRES EN BUSCA DE MIEL

 

Ahora les contaré de los hombres de aquel tiempo. Eran muchos. En una de las aldeas se convocaban para buscar miel y se ponían de acuerdo con los de las aldeas vecinas, cada una conocida por un nombre distinto: la abeja Tsimajá, bala; la Ónití, carán, la Vots'amí, avispa carnicera; la Poc'atsí, la Shinvo’, yana, la Shnacuvaj, moro moro. Cada uno de ellos tenía su aldea. También T'iso, el pájaro carpintero, tenía su aldea. Todos aquellos hombres estaban, entonces, a la espera.

- Se sabe, -decían- que aquella aldea se está preparando para la búsqueda de la miel.

- Bueno, -finalmente decidieron- está muy bien que nos pongamos mañana mismo a buscar miel. Es conveniente que busquemos miel para nuestras mujeres, que comamos con ellas.

Y luego se fueron.

- Yo también iré enseguida con estos hombres -decía Shnacuvaj- que van en busca de miel.

El principal de ellos, ordenó la salida. A él, nadie podía negársele, porque era un hombre de mucha experiencia en buscar miel, un hombre conocido por su experiencia. Sus consejos y sus pronósticos eran siempre exactos. Caminaron hasta llegar a un lugar convenido, donde esperaron a los que faltaban. Cuando todos se juntaron, iniciaron una larga marcha.

- Estamos, -dijo el hombre principal- cerca ya del lugar dónde haremos nuestra recolección de miel.

Y así fue como llegaron al lugar elegido. Primero se sentaron a descansar. Un largo rato, descansaron sentados. Fumaban expresando sus deseos de encontrar con facilidad los panales de miel silvestre:

¡Ju'vo! (*) Aquí está la miel, en este momento la encuentro. Todos hicieron el conjuro de la miel. Ninguno dejó de expresar su deseo, antes de dispersarse por la selva.

- Yo me voy por aquí. -decía una de las abejas.        .

- Yo iré en medio de vosotros. -decía Yinunaj Shinvo', la abeja con huesos.

Otra abeja, se iba por un lado de la selva. Era la que tiene un grito muy lindo. Y así, todos los demás.

- Yo seguiré el palosantal. -decía Shnacuvaj.

- Yo me iré por este descampado. -dicen que decía Voiti, el rubito.

- Seguiré la tierra colorada, -decía Ônití porque allí hay muchos hormigueros.

- Yo con Ônití. -decía Vots'amí

- Sigo su mismo camino. Tal vez pueda alcanzarlo enseguida, para sacrificarme por él cavando yo.

Los hombres se pusieron sus mocasines y entraron en la selva.

- ¡Jimmmm!!! -gritó de repente Shinvo'.

- ¡Jimmmm!!! -le contestaba Yinunaj Shinvo'.

Y, al mismo tiempo, se escuchaban sus hachazos. Todos los hombres comenzaron a hachear.

- Yo seguiré el monte de palo borracho, -decía el pájaro carpintero. Otros le seguían. En ciertos lugares, los hombres hacheaban.

Muy rápido el sol se inclinaba. Estaba aún alto, cuando gritó el hombre que encabezaba la partida. Tenían que armar el campamento.

-  El hombre está gritando -decían.

Algunos se apresuraron a buscar más panales y tenerlos ubicados para el día siguiente. Miraron el sol y vieron que estaba alto todavía.

- Busquemos nomás, rápido, mi hijo, un panal más. -decían aquellos que llevaban consigo a sus hijos.

A poco llegaban al lugar donde prepararían sus echaderos para dormir. Pronto, se juntaron todos.

(*) Conjuro. Expresión mágica de deseos Nivaclé.


 

- Muy bien, -decía el principal- están todos juntos los adultos.

- Si, ya estamos.

Algunos habían llenado ya sus bolsones de cuero con miel. Otros, todavía no tenían nada.

- Mañana tomaremos, al buscar la miel, la dirección que va hacia las aldeas -decía el hombre principal

- Así tendremos la ventaja de buscar miel mientras vamos hacia nuestras casas. Seguiremos la angosta selva de árboles sin maleza que hay por ahí. Y, ya saben, los que hayan llenado sus bolsones, pueden tomar el camino recto a casa.

Recién entonces decidieron dormir. Era de noche. Buscaron leña para hacer fuego. C’ô, les estaba espiando, porque no sabía buscar nada. Estaba con gran hambre. Uno de ellos lo vio.

- Allí hay un hombre. -decía- Lo he visto recién. ¿Por qué será que está allí? Tiene colgado del hombro un bolsón de cuero de este tamaño, y dentro una vasija, pero no tiene nada de ellos.

- Yo me iré enseguida para matarlo. -dicen que decía Ônití- ¿Por qué tiene que vivir este hombre desconocido? Me iré. Soy feroz.

Al llegar allí, le dio lástima.

 - Es un pobrecito miserable.

- Yo me iré. Soy feroz. -decía Vots ámí- no le tendré lástima.

Pero ocurrió lo mismo. Al llegar junto a él, tuvo lástima de matarlo.

- ¡Qué lástima! -decía viendo que era un pobrecito, flaco y con la cara pálida de hambre.

Finalmente, todos los hombres que se mostraron feroces, no hicieron nada. Las abejas no intentaron matarlo, porque ellas no son hombres malos. Solamente fueron esos que nombré, que son malos.

Tsimajá también fue con intención de matarlo. Pero no hizo nada. El poder de C’ô, los superaba. Impresionaba su hermosura.

- Pobrecito el hombre. -dijo compasivamente Tsimajá.

Mas entrada la noche, C’ô, se fue al campamento de las hombres.

- Acuéstate, por aquí, también, pariente. -invitaban los hombres.

- Bueno, me quedaré con vosotros hoy -contestó, C’ô, bajando al suelo su bolsón con el calabacín vacío.

- Démosle un poco de miel a nuestro pariente. -decía el hombre principal- Saquemos cada uno un poco de nuestra miel y démosle a él.

Y así, C’ô, recibió muchos regalos. Con inmenso apetito comió los panales. De todos lados le traían miel. La cargó en su bolso de cuero y comió. Y aún había más gente que le llevaba miel, hasta que, por fin, rebosó el bolso. Recién entonces, dejaron los hombres de obsequiarle. Luego, se acostaron.

- Acostémonos enseguida. -dicen que decían- Total ya sabemos lo que haremos mañana. Estad alertas a la madrugada, criaturas, porque no es bueno que el día nos sorprenda dormidos. Al que eso le ocurra, no encontrará nada.

E hicieron así como se había aconsejado. Luego, el hombre principal, habló a sus compañeros, antes que regresaran a sus aldeas, pues sólo una noche durmieron en la selva.

- Los que tienen sus arcos, matarán mañana a los moritos. Los que tienen perros, irán mañana por un costado -decía el hombre, el jefe de la búsqueda de miel.

Y así como les ordenó el cacique, así hicieron los hombres. Antes del amanecer, estaban ya despiertos, observando cómo aclaraba. Sus bolsos con miel, bajaron al suelo, por temor a las comadrejas que saben hacerlos desaparecer. Por eso bajaron sus bolsos. Cuando se hizo de día, se pintaron la cara con palo-verde, expresando al mismo tiempo, sus deseos.

- ¡Ju'vo! Que sea negro lo que yo encuentre hoy.

- ¡Ju'vo! Que sea overo lo que yo encuentre hoy. -decía otro.

Shnacuvaj, se pintaba la cara con carbón. Todos lo imitaron y, luego, se fueron al monte. Temprano comenzaron a buscar miel.

- Ya sabemos la dirección seguida ayer. -decían ellos.

Como el día anterior se habían repartido el terreno, conocían la dirección que cada uno de ellos había tomado. Entrado que hubieron en la selva, el pájaro carpintero, T'isô, siguió el monte de palo-borracho. Después de caminar un trecho, enconró un panal y lo hacheó. Cuando eso, el sol estaba un tanto arriba ya. El panal colgaba de un palo-borracho. Pof... pof... pof... Los hombres que salieron con sus perros, mataron animales silvestres, entre ellos, algunos venados, Otros cazaron moritos. Así hacían mientras regresaban a sus aldeas. Llegarían muy pronto a ellas. Entretanto, el C’ô, al cual habían dejado en el campamento, seguía durmiendo profundamente. No había oído nada. Es un hombre inútil. No sabe como buscar algo. Es compañero del hambre. Se quedó en el campamento de los hombres a los que mendigó regalos. No se dio cuenta cuando ellos salieron. Su bolso de cuero estaba lleno, rebosaba de miel ajena. Pero esa miel, de súbito desapareció, salió de su bolsón. Se apuró por comerla, cuando el sol estaba ya caliente. Pero al mirar dentro, lo encontró vacío. No tenía ya miel. Ella, por sí misma, se fue, otra vez, a llenar los bolsones de los hombres. C'ô, se puso a escucharlos. Estaban hacheando.

- ¿A cuál de estos hombres voy a seguir? -se decía mientras escuchaba los golpes de sus hachas- ¡Al T'isô, lo seguiré!

Y así hizo. Fue hacia donde estaba el carpintero. Este hacheaba, muy alto un panal, pero sintió un ruido abajo.

- ¡Eh! ¿Quién será el que me está espiando? -dice que decía el carpintero.

Hasta que se hizo ver, C'ô, mirando hacia arriba, hacia donde se encontraba el otro.

- ¡Ah ...! ¡Compañero... eras tú!

- Si, yo soy.

El carpintero temió que C'ô, pudiera apoderarse de sus escarificadores.

- Compañero, no vayas a tocar ninguno de mis escarificadores. Me vas a perjudicar en mi futuro.

- No, no lo haré.

T'isô, se puso a contar sus escarificadores, a medida que los tiraba al suelo.

- Toma la miel de shinvo’. Cómela -invitó luego el carpintero.

C'ô, recibió la miel de shinvo' y se ensució al comerla.

- Pon esto en tu bolsón de cuero -dijo T'isô a C'ô, llenándoselo de miel.

Después se bajó, con ayuda de su piola, del palo-borracho. Al llegar al suelo, comenzó a contar, nuevamente, sus escarificadores.

- ¡Compañero! Me falta un escarificador. ¡Dime donde está mi escarificador!

- Yo no escondí nada -contestó C'ô- Nada tengo escondido.

- Cuéntame dónde está. Mira, compañero, me perjudicarás en mi futuro si no me lo dices, porque se me presentarán desde ahora, por siempre, los huecos de las colmenas muy angostos.

- Yo no tengo tu escarificador -siguió negando C'ô.

Sin embargo, dicen, lo que él deseaba era el hacha del carpintero. Y éste, finalmente, ofreció:

- Yo te daré esta hacha, a cambio de mi escarificador. Con ella, una sola vez descando y luego atravieso el hueco donde se encuentra la miel.

- Yo no escondí el escarificador -repetía de la misma manera C'ô.

- Avísame, compañero, dónde está mi escarificador: Mirá, compañero, te daré en cambio esta hacha. Con ella, una sola vez hacheo y enseguida bandeo el hueco, sin descansar. Es muy buena.

- ¡Esa sí!!! -contestó contento C'ô.

Y entonces hicieron el cambio. El carpintero le dio su hacha, que era buena y C'ô, le devolvió el escarificador que le faltaba al otro.

- A esta hacha, -le dijo al entregársela- nunca debes dejarla en parte alguna. De esta manera, no habrá de faltarte qué comer. Así tendrás la posibilidad de juntarte, nuevamente, con tu mujer, la que te abandonó hace mucho tiempo. En caso de que tú no cuides de mi hacha, inmediatamente se vendrá, otra vez, conmigo. Ten mucho cuidado con ella, pues. No olvides los consejos que te he dado.

Entre tanto, los hombres estaban ya por volverse a sus aldeas. Al llegar a cierto lugar, esperaron a los que faltaban. Recién cuando estuvieron todos juntos, marcharon hacia las aldeas. Al medio día llegaron a ellas. Todos habían llenado sus bolsones. No había uno sólo que no lo tuviera lleno. Hasta, C'ô, tenía lleno de miel su bolso. Lleno de la miel que le regaló el carpintero.

Al día siguiente, C'ô estaba entusiasmado con su hacha nueva. Ese mismo día, salió a la búsqueda de miel.

- ¡Así que él salió, nuevamente, a buscar miel!

Volvió a su choza con los bolsones llenos. Los hombres de la aldea se admiraron.

- ¿Eh... pero qué cosa rara pasa con el C'ô? Inútil como era y, ahora, está llenando sus bolsones de miel. ¿Cómo será eso? Todos los inviernos pasados se comportó como un flojo. Nunca solía traer nada, motivo por el cual su esposa lo rechazó. Todos le miraban cuando fue derecho junto a sus hijos, porque ellos también fueron abandonados por su mujer cuando ella se casó con otro.

Al siguiente día, muy temprano, fue nuevamente, C'ô, a buscar miel, y otra vez trajo mucha. Pasó al lado de unos muchachos que descansaban bajo un árbol.

- ¡Pero qué barbaridad! Este hombre siempre vuelve trayendo mucha miel. Es algo nuevo lo que está haciendo ahora. El, que solía ser pariente del hambre. Cuando había quien le decía: ¡Por inútil tu esposa te dejó el invierno pasado!

Ya sabemos que el aborrecimiento no es cosa nueva, y había hombres que no le querían a C'ô. No obstante, otros hombres decían:

- Dejen en paz a nuestro pariente -porque, C’ô, tenía algunos que lo defendían- Déjenlo tranquilo. Son cuestiones personales suyas.

- Desde entonces comenzó a buscar miel en serio. En los pasados inviernos, él no había solido hacerlo así. Hasta ese momento, nunca se había empeñado en la recolección de miel. Jamás hizo largas caminatas por la selva. Ahora por fin se dispuso, porque aprendió cuando estuvo la vez pasada con nosotros. Aquella vez que fuimos a recolectar miel. Al principio no lo habíamos visto. Sólo ya de tarde se acercó a nuestro campamento. El hambre lo maltrató mucho. De balde tenía un hacha, porque no sabía cómo hachear un árbol con miel. No sabía hacer nada.

Así dicen que decían los hombres de C'ô.

Y sólo entonces, C'ô, pensó en rescatar a su mujer que se había casado con Yiyeclé, el tapir. Al día siguiente volvió nuevamente a buscar miel. Ese día tuvo una sorpresa. Mientras caminaba, dió con Yiclatataj, la anaconda. Ella fue la que advirtió a C'ô. Mientras éste caminaba en la selva había atropellado a Yiclatataj, sin verla al principio, y se fue de bruces lejos al suelo.

- Con razón, -exclamó Yiclatataj- te quitó el tapir tu mujer.

Y luego le habló diciéndole:

- C'ô, ¡vete a luchar con aquel que es un hombre débil!

Luchó C'ô con aquel y fue arrojado lejos.

- ¡Pero con razón te han quitado tu mujer! ¡Eres un flojo!

Yiclatataj, la anaconda, sometió a C’ô a una sangría.

- Arrímate aquí -decía pinchándole con sus dientes- y te sangraré. Así, solamente, podrás rescatar a tu mujer.

Luego le hizo otras encoriaciones a C'ô, y al terminar le dijo:

- Vete a luchar con aquel otro pariente.

Inmediatamente Yiclataj, la lampalagua, se levantó y comenzó a pelear con C'ô. Después de un largo rato, lo tiró al suelo.

- Con razón, -repetía la anaconda- te quitaron tu mujer. No tienes fuerza.

Y, otra vez, lo escarificó. Luego de terminar, le hizo luchar con otra anaconda. Lo pasaron peleando de un lado a otro, hasta que, por fin, C'ô, la volteó.

- ¡Muy bien! Ahora hay esperanza de que rescates a tu mujer. Y eso fue un hecho. Dicen que C'ô, rescató a su mujer. Es decir, se lo rescató a C’ô. Ese día, llegó tarde a la aldea. Al anochecer, la cruzó con sus bolsones cargados de miel y llevando una pieza de caza sobre sus hombros. Todos los hombres le miraban. Su mujer quedó pensativa, diciendo entre sí:

- ¡Pero qué cosa! ¿De dónde habrá sacado el hombre esos modos? Es completamente nuevo esto que está haciendo.

E, íntimamente se hizo el propósito de juntarse, nuevamente, con él.

- Papá, -le recomendaron los hijos a C’ô- No te juntes más con mamá. Porque ella no rechazaba nada, era inmoral. Busca otra mujer.

Pero él no les hizo caso.

- Yo me iré enseguida, -dicen que decía- a pelear con Yiyeclé, el tapir.

Y avanzó hacia el tapir. Este ya se había acostado con la mujer. Al llegar a la choza, C’ô, se introdujo en ella con fuerza y lo atropelló. Se trabaron ambos en lucha. La vez anterior, el tapir había castigado a C’ô. Pero ahora ocurrió al revés. C’ô, tenía ahora mucha fuerza. Largo rato pudo aguantar el tapir, y después comenzó, C’ô, a golpearlo, sin aflojar, hasta dejarlo inconsciente. Y esa misma noche, C'ó, se juntó, nuevamente con su mujer. La rescató, otra vez, para él. Habían estado separados durante mucho tiempo.

Inf. Chishi'a


Niscote : Tatuaje


XXIII 

LA MUJER Y EL PENE DE CERA

 

Se cuenta que una mujer ¡quién lo diría! a pesar de la cantidad de hombres que había, se casó con un pene de cera. Yo no sé lo que ella habría querido con eso.

- ¿Por qué será que esta mujer no se busca un hombre? Ni se acerca al ruedo cuando los jóvenes bailan? -comentó uno

- Parece que aborrece a los hombres. Nunca busca su compañía. Siempre está sola o rodeada de otras mujeres. -dijo otro-.

¿Por qué será que no se casa, cuando hay tantos hombres que, en secreto, cantan para ella? -se preguntaban todos-.

- El otro día, vi que el cuñado de tu sobrina, tiró un terrón de tierra sobre sus huellas, cuando pasó -afirmó un joven

- Creo que esta mujer, anda casada con la cera -aseguraba uno más viejo, que por viejo siempre pensaba en lo peor y casi siempre acertaba- No sé como la cera puede ser utilizada como hombre, cuando sabemos que solo sirve para la terminación de las flechas.

Así se murmuraba, se preguntaban, conjeturaban todos. Los únicos que nunca escuchaban nada, eran, por supuesto, ella y sus parientes más cercanos. Las mujeres se burlaban y los hombres lamentaban el caso, pues había muchos sin pareja y ella era muy, pero muy linda. Un día, su cuñado, experto cazador, casado con su hermana menor, vió que se le habían terminado sus flechas. Buscó su cera por todas partes y no la encontró. Pensó si no le habría prestado a algún amigo.

- No sabes a quien pude haber prestado mi cera? -preguntó a uno de ellos.

- Búscala en el bolso de tu cuñada -le contestó éste.

Y así descubrió lo que esa mujer hacía. La espió y vió que, de noche, se acostaba con la cera, dormía junto a ella.

- ¿Cuánto tiempo le faltará para que tenga un hijo de la cera? -se preguntaba- ¿Cómo saldrá él?

Cada día le daba más asco y rabia lo que su cuñada hacía. Una noche no aguantó más y se lo contó a su esposa. Esta se enojó mucho, se enfureció por lo que su hermana mayor estaba haciendo.

- Hay muchos hombres sin mujeres. -le decía a su esposo- ¡Cómo es posible que no elija uno de ellos en vez de hacer esa porquería con la cera!

- Busca la cera y tráemela, -le pidió el esposo- Hace demasiado tiempo todos saben lo que está haciendo. Le daremos un escarmiento. Además, no me devuelve mi cera y yo estoy sin poder hacer mis flechas para salir a cazar. ¡Qué vergüenza! Toda la gente está enterada de esto. No hay uno en la aldea que no lo sepa. Solamente nosotros no lo sabíamos.

Cumplió ella lo que él le pedía. Fue hasta el bolso de la hermana mayor y sacó la cera. Tenía la forma que todos sabemos. Eso no le sorprendió, pero de lo que se asustó fue del tamaño. Era grande, largo y muy grueso. Se lo pasó al esposo que lo tomó y lo untó íntegramente con ají bien maduro.

- Te voy a enseñar yo a despreciar a los hombres por esta cera. -decía mientras terminaba su trabajo- Pagarás toda la vergüenza que me hiciste pasar a mí y a tu hermana menor, y a todos tus parientes.

Luego le pasó el pene de cera a su esposa y ésta volvió a ponerlo en el bolso de la hermana mayor. Por la noche, cuando todos se acostaban, para dormir, alrededor de la choza, la mujer, sin percatarse de nada, se llevó, como de costumbre, el bolso, con su contenido para usarlo como almohada y. . . para tener el esposo que a ella le gustaba en su echadero. También, como de costumbre, hizo con la cera lo que los esposos suelen hacen con sus esposas.

- ¡Ay... Ay... Ayyy!

Sintió punzante el dolor del ají que le penetraba en la carne. Gritó, pidió socorro, aulló del ardor, se revolcó, brincó y volvió a revolcarse.

- ¿Pero qué le está pasando a nuestra pariente? -decía una que estaba cerca- Parece que está muy enferma.

Así pasó toda la noche gritando y retorciéndose. Una de las mujeres de la casa, pidió al cuñado que la curara.

- Es inútil que le masájée, le chupe, le escupa o le sople. No vale la pena que le cante. Total, lo mismo se le pasará, cuando llegue su tiempo. ¡Mujer de mal agüero! ¡La vergüenza que nos has hecho pasar durante tantos días! Devuélveme tu marido que yo necesito hacer con él mis flechas.

Inf. Tanuuj

Ujque Lhavo


 

XXXI

ORIGEN DE LA POBREZA DE LOS NIVACLE

 

Fisôc'ôyich, nuestro padre, nos quiso obsequiar. Llamó al Nivaclé originario y le ofreció harina.

- Esto es bueno para comer. -le dijo

- Yo no quiero comer ceniza. -le contestó el Nivaclé. El algarrobo es mejor.

Entonces, Fisôc'ôyich, llamó a Elé (blanco de cabellos rubios) y a Samtó (blanco de cabellos negros), quienes aceptaron el regalo rechazado por el Nivaclé antiguo.

Fisôc'ôyich, volvió a llamar al Nivaclé, ofreciéndole azúcar.

- Es muy dulce. Pruébala.

- No lo es tanto como la miel que tengo en la selva. -dijo el Nivaclé, luego de llevarse un terrón a la boca

Entonces, Fisôc'ôyich, llamó a Elé y a Samtó, que muy alegres se llevaron lo que nuestro ascendiente no quiso.

Fisôc'ôyich, llamó de nuevo al Nivaclé.

- Toma esto - le dijo mostrándole una hermosa tela- Te servirá para cubrirte.

- Parece que está podrida. -replicó el Nivaclé, rasgándola con las manos-. Yo tengo ésta, de cháguar. No pueden romperla dos hombres juntos, ni la atraviesan las flechas.

Entonces, Fisôc'ôyich, obsequió la    tela a Elé y a Samtó. Qué contentos quedaron!

Fisôc'ôyich no se ofendió. Parece que nos quiere mucho. Le llevó una escopeta al Nivaclé antiguo.

- Te traigo esta arma para cuando salgas de caza. A ver. Dispara un tiro.

El Nivaclé disparó un tiro. Se asustó.

- ¡No! ¡Esto alarmará a todos los animales de la selva! Si mato un solo avestruz en el campo, ¿cómo alcanzaré a los otros? Con mi arco y mis flechas silenciosas, puedo obtener varias presas en poco rato, sin espantarlas.

Entonces, Fisôc'ôyich, le entregó la escopeta a Elé y a Samtó, que no sabían qué hacer para retribuirle. Como siempre, ellos no supieron qué hacer para retribuirle.

Al cabo, Fisôc'ôyich, parece que estaba un poco ofendido. Se acercó a nuestro ascendiente con un montón de papeles en la mano, de esos que los Samtó llaman peso y también dinero.

- Mira, mi hijo, esto es para ti. Podrás cambiarlo por cualquier cosa que quieras. Harás que otros trabajen para ti y te traigan todos los víveres que tú y tu parentela necesitáis para vivir.

El Nivaclé, originario se rio. Volvió la espalda y fue a cazar y a recoger miel en la selva.

Fisôc'ôyich, muy enojado, le dio el dinero a Elé y a Samtó. Por eso ahora nosotros vivimos así.

Lástima que fuese tan zonzo aquel Nivaclé original.

Inf. Calôt

Caasnaschai : Maestra en los rituales de la iniciación


INDICE

LEYENDO EL PEQUEÑO DECAMERON NIVACLE.

 

LA RAZON Y LAS GRACIAS.

I - NOSOTROS, LOS NIVACLE.

II - YINOOT LHAVOQUEI, LAS MUJERES DEL AGUA.

III - LA PRIMERA PAREJA.        

IV - EL COJUDO CON LA MUJER CASADA

V - SOONJALHAI (EL DESNIDADOR DE PAJAROS).

VI - JINCUCLA'AI, EL SOL Y JIVE'CLA, LA LUNA

VII - JIVE'CLA, LA LUNA

VIII - JINCUCLA'AI, EL SOL.     

IX - EL ABUELO QUE DESFLORO A SU NIETA.

X - EL TIGRE Y LA MUCHACHA

XI - AJOCLOLHAI, LOS HOMBRES - PAJAROS

XII - LAS MUJERES ESTRELLAS

XIII - STA VUUN, EL CUERVO REAL.

XIV - LA CAIDA DEL CIELO.

XV - EL INCENDIO DEL MUNDO.

XVI - LA INUNDACION. 

XVII - CUFALH.

XVIII - ITOCLONAJ, EL HOMBRE DE LA CUERDA

XIX - LOS HOMBRES EN BUSCA DE MIEL

XX - YONIS, EL ZORRO Y CAYIN'O, EL PICAFLOR.

XXI - EL CASAMIENTO DE LAS HERMANAS COTORRITAS

XXII - CALALIIN.

XXIII - LA MUJER Y EL PENE DE CERA

XXIV - EL VIEJO QUE PRACTICABA PARA SER CHAMAN

XXV - EL TIGRE Y EL TATU NARANJA.

XXVI - LOS ANTIGUOS INVASORES

XXVII - FONONON.

XXVIII - LA INICIACION DE LA MIEL

XXIX - LA CEREMONIA FUNEBRE DE LA PIEDRA

XXX - YACUTCH'E

XXXI - ORIGEN DE LA POBREZA DE LOS NIVACLE.

XXXII - VERSIÓN BILINGÜE DEL MITO NASUC.


Niclaaneshi pa Lhavo´mat : sacando al espíritu maligno.




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