EL HOMBRE DE LA HORA
Cuento de MANUEL RIVAROLA MERNES
EL HOMBRE DE LA HORA
- Vaya a descansar Capitán, y los marineros también. ¡Permítame admirar esta clara noche de setiembre! Vaya Capitán, ¿acaso no estoy ya libre? No saltare al agua: primero, porque no nado bien y, segundo, porque estoy cansado de nuestra política; harto de moderar ambiciones sectarias, voluntades díscolas. Y todo para conquistar una paz siempre esquiva. Tampoco piense que vendrán a rescatarme. Nadie en el Paraguay se juega por un ex presidente, ni por ningún derrocado. Además, ahora lo tienen a él, al Cnel. Rafael Franco (1), al "león caré", al único que salvo esta guerra. Los demás, nosotros, sólo buscamos la derrota. En fin, descansare un tiempo en Buenos Aires. Tal vez algún día me llamen... o me traigan.
Hombre de estatura mediana, perfil clásico, tez ahora mas blanca tras los meses de encierro, y escaso cabello cano, mirada y gestos decididos aunque calmos, el Dr. Eusebio Ayala inspira sentimientos de respeto y pesar, allí sentado en la popa del Berna, mirando destellos de luna reflejarse en la estela del barco.
Otro "karaí-guasú", gran señor que se va - piensa la tripulación.
"Me vuelvo melancólico mirando languidecer las luces de Asunción. Aunque rumbo al exilio, se está mejor aquí que en el cuartel de policía. Siete meses de prisión. ¡Vaya descanso! Merecido, por salvar al país y... devolverle su dignidad perdida desde la derrota contra la triple alianza. ¡Es de nunca acabar! ¿Podrá este desdichado país dejar alguna vez de pelear? Si no en guerra, en revoluciones.-Para mí, el drama comienza en el 22, cuando ante la sublevación del ejército, los bandos enfrentados del Congreso acuerdan que fuera yo presidente provisorio. No pude lograr la paz entonces y se derramo sangre entre paraguayos. Después de eso, nos consagramos a preparar al país para la contienda que parecía ineludible: desde el gobierno de Eligio Ayala hasta mi segundo mandato. Lo hicimos callada y disimuladamente, tratando de no provocar al virtual enemigo. La oposición fue feroz: Indefensión, abandono del Chaco. ¡Disparates! ¿Cómo explicarles la compra de barcos, aviones, armas y municiones, sin dinero, sin préstamos, sin que se resintiera la economía o lo notaran nuestros vecinos? ¡Declare el estado de sitio, calle a la prensa! - me aconsejaban algunos. No es necesario - les decía - no seré yo quien vuelva a introducir esos detestables métodos, demasiado entrañables para tantos paraguayos."
"Eso sí: buscaron mi concurso cuando las papas quemaban. Confiaron en mi temperamento de buen componedor. En mi doctrina pacifista. ¡Es el hombre de la hora!', dijeron. Luego, desaparecido el peligro, resulta que soy un flojo, o aunque ni ellos lo crean, un traidor."
El hombre se pone de pie y aprisiona con fuerza la baranda, mientras sacude la cabeza. El arrugado traje de brin claro, el cutis pálido y el lacio cabello cano, le dan un aspecto fantasmal contra el fondo borroso y oscuro del horizonte.
"San Antonio, ¡que apagada está esta villa de pescadores! Aquí desembarcó Caxías a espaldas de López... El cielo se está nublando. Ya me suponía que Salamanca (2) y yo seriamos los primeros en salir perdiendo en esta absurda contienda, y que los militares se apoderarían de nuestros países. “Traición a la patria”.
Y entonces, por qué no me fusilaron? ¿Qué les hizo dudar? El cargo: buscar la paz. El famoso armisticio que ofrecí tras la capitulación de las dos divisiones bolivianas en Campo Vía; todo ese magnífico ejército, bien armado y pertrechado, combativo y con alta moral, se pierde mediante la tozudez del prusiano (3). Y pretendían que los sacrificara y humillara aún mas."
"Fue a iniciativa mía. Ya sé. Muchos se opusieron. El principal: el rompedor del frente de Gondra. El que dio el golpe de gracia: Nuestro actual presidente. Pensaban liquidar la guerra entonces, persiguiendo al enemigo hasta el río Pilcomayo o hasta tomar Villa Montes. Tal vez. Aposte al buen sentido del pueblo boliviano y al desprestigio en que cayeron sus jefes militares."
Vuelve a la reposera, cruza los brazos, recuesta la cabeza mientras exhala un largo suspiro.
"Esta súbita negrura me inspira un raro presagio. ¿Volveré alguna vez? Y el Gral. Estigarribia, allí en su litera revisando una y otra vez su diario de guerra, como queriendo cambiar esa historia, me dijo esta tarde, con gesto enigmático, que esto no volverá a pasar. No quise preguntarle que no volverá a pasar: si esta revolución o esta guerra."
"Para mí, el objetivo de la guerra es la paz. Para otros: la victoria o la destrucción del enemigo. Nunca pude considerar al pueblo boliviano como menos que hermanos americanos. El estado de guerra es pasajero. ¿Qué diferencia sustancial existe entre el quechua o aimara y el guaraní? Los unos: pueblos estoicos, con un misterio de siglos tallado en sus rostros. El otro: esconde bajo su alegre picardía una historia de tragedias. Su desprecio por la muerte no es más que la sospecha de un futuro sin esperanzas. Que oscuro esta el cielo. Esta brisa arrecia a mis espaldas."
"Destruyeron todos sus camiones, menos ochenta. ¿Cómo evacuar a ocho mil hombres con todo su armamento, artillería y bagajes, entre ellos, heridos; enfermos, sedientos? ¿Cómo..., si sus ochenta camiones los iríamos a usar para continuar nuestra ofensiva inmediatamente? Nosotros, que nunca tuvimos ni la mitad de los que me urgía Estigarribia. Además, también teníamos como dos mil heridos y enfermos que evacuar. ¡Qué dilema! No lo pude confesar porque no me lo hubiesen creído. Aduje otros motivos. Pero, en verdad, también lo hice por salvar a esos jóvenes."
“¿Acaso no vieron lo que pasó al año siguiente en las batallas del Carmen, Yrendague y Picuiba? Murieron casi cuatro mil bolivianos por no poder rescatarlos de la más espantosa agonía: la sed. Delirantes y agotados, caían de los camiones y eran aplastados por los que venían detrás. ¡Por no poder parar! Era una carrera contra el tiempo. Llevar moribundos y traer agua. ¡Una tregua hubiera salvado a tantos! Pero no, había que perseguir al enemigo en retirada. ¡Para eso estamos en guerra! Salve a muchos la primera vez, pero luego no pude socorrer a muchos más. Y ahora deberé llevar a mi tumba semejante estigma... Tal vez por eso es mejor que me fuera."
"Apenas se ven estos barrancos. ¿Estaremos en Angostura, la ultima batería costera de López? Ah, el trágico Paraguay de antes, el turbulento de hoy. ¿En que hemos cambiado? El agua se está encrespando."
"Menos mal que luego se firma un tratado de paz, amistad e integración sobre las bases que propuse. Un amplio convenio comercial siempre es fundamento para otros acuerdos. Siguen el trazado de nuevas rutas. La concesión a Bolivia para instalar un puerto sobre el río Paraguay. Economías complementarias. Minerales y petróleo fluyendo en barcazas hacia el Paraguay. Producción agrícola, ganado y maderas hacia el altiplano. Se cumple un antiguo sueño de tiempos de la colonia. La producción industrial, en ambos países, se fortalece. Forman un bloque político que comienza a ser respetado por los vecinos. La tesis de la mediterraneidad esta planteada por ambos pueblos unidos y pronta a resolverse. Existe un intenso intercambio cultural y estudiantil. El error histórico de la guerra del Chaco ha sido reparado..."
- Despierte Dr. Ayala, despierte. Vaya a su camarote. Está comenzando a llover.
(1). El Cnel. Rafael Franco, comandante del II Cuerpo de Ejército, quien luego de la cesación de hostilidades, comanda, desde el exilio, un golpe de estado, derrocando al Dr. Eusebio Ayala el 17 de Febrero de 1936
(2). Dr. Daniel Salamanca, presidente de Bolivia durante la guerra del Chaco.
(3). Gral. Hans Kundt, comandante en jefe en campaña del ejército boliviano.
MANUEL RIVAROLA MERNES.
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