LA MADRINA DE GUERRA
Cuento de MARGARITA PRIETO YEGROS
LA MADRINA DE GUERRA
Corría el año 1932.
El dos de agosto, justo cuando los lapachos comenzaban a florecer, precediendo a la primavera, el decreto de la movilización convocó a los varones paraguayos a presentarse a los cuarteles para "Vencer o morir".
Los jóvenes acudieron de todas partes, pidiendo el honor de ocupar un lugar en el Ejército. La guerra les parecía necesaria, cómoda y hasta divertida.
Tan pronto como se organizaron los regimientos, fueron transportados, a su destino, por vía fluvial.
Cada vez que uno de los buques cañoneros partía de Asunción, cargado de tropa, la gente se apiñaba en las calles y en los balcones, para aplaudir, vivir, bendecir, llorar, o simplemente mirar a los guerreros que iban aguas arriba, hasta Puerto Casado y desde ahí' a los diferentes puestos.
En una de esas ocasiones, se acercó marcando el paso, al ritmo de la marcha "Chaco Boreal", el Regimiento 8 de Infantería "Piribebuy" apodado "Regimiento Universitario", porque todos sus batallones estaban integrados por estudiantes paraguayos de universidades locales y del exterior. Era una tropa de aspecto elegante y viril.
A la cabeza del grupo verde olivo marchaba un rubio comandante, hijo de austriaco y paraguaya. Antes que el propio regimiento, había llegado su fama de esbeltez y varonil aspecto. En sus pupilas azules y en su porte marcial se reflejaban la temeridad y el valor.
Las muchachas los aplaudieron con timidez al principio, con osados piropos después.
- ¡Que vivan los valientes universitarios!
- ¡Aplausos para el rubio comandante!
- Son mejores los trigueños!
- ¡Todos lucen por igual!
Secundando al comandante marchaba un suboficial moreno, casi negro, retacón, de gruesos bigotes y cejas espesas, oriundo de la mulata localidad de Emboscada. El contraste entre el jefe y su subordinado era similar al del día y la noche.
Y.. partieron entre vítores y lamentos. El tiempo demostró que la guerra no era un "juego de niños" y se tornó más cruel por la falta de agua y por la alimentación deficiente; faltaba todo y si algo sobraba, estaba enmohecido.
Entonces, como por milagro, surgieron las "madrinas de guerra", verdaderos ángeles que desde la distancia trataban de paliar las penurias y la pobreza con sus encomiendas y sus cartas.
La llegada de la estafeta era un día de fiesta. De los paquetes surgían, como por arte de magia: cigarrillos, fósforos, caramelos, galletitas, dentífricos, peines, gomina, dulces, guampas, yerba, bombillas y cartas... largas cartas.
En el "reparto de madrinas", le correspondió al oscuro suboficial una refinada joven "porteña", cuyo apellido se escribía con "ll", pero se pronunciaba como "ye". Anonadado, el hombre semianalfabeto, le pidió a su comandante que le sirviera de amanuense.
El gringo-paraguayo no se hizo rogar y con caligráfica letra escribía cuanto su subordinado y algunos oficiales le dictaban entre comentarios y carcajadas.
Cartas van, cartas vienen, la relación entre madrina y ahijado se fue estrechando.
- Me fascinan los hombres valientes. ¿Podría enviarme una fotografía suya? - escribía la joven.
- Lamento no poder satisfacer su pedido. No disponemos de fotógrafo - respondía el amanuense, ante la negativa rotunda del suboficial a dejarse retratar. - ¡Jamás le mostrare mi cara!
- Algún día lo conoceré en persona - insistía ella. - Por ahora le envío mi retrato.
Era ella una joven ni linda ni fea, con el rostro demasiado redondo, pero con almendrados ojos azules, de mirada firme y decidida. Hacia la Navidad de 1933, Paraguay y Bolivia acordaron una tregua. Esta se prolongó hasta la Epifanía de 1934. Del lado paraguayo las madrinas de guerra tuvieron autorización para visitar a sus ahijados, en todo el frente.
La joven porteña anunció su venida y llegó sin tardanza, cargada de regalos.
La tropa se veía flaca, desnutrida, curtida por el sol y el viento; solamente la piel oscura del suboficial parecía soportar el embate de la intemperie.
Por ruego de su moreno subalterno, el rubio comandante se presentó a la madrina porteña como el ahijado de guerra, alistado en el Regimiento Piribebuy.
Al concluir la jornada de visita el jefe ordenó al suboficial: - Acompañe, usted, a mi madrina hasta el puerto.
- A su orden - respondió el subalterno. Y caminó hacia el puerto con la joven.
De pronto, mirando el suelo arenoso la joven dijo:
- ¡Qué desilusión! -y agregó, arrastrando las palabras: -Yo creí que mi ahijado sería como usted, morocho y fornido.
MARGARITA PRIETO YEGROS
Fuente:
TALLER CUENTO BREVE
Dirección: HUGO RODRÍGUEZ-ALCALÁ
Edición al cuidado de
MANUEL RIVAROLA MERNES y LUCY MENDONÇA DE SPINZI
Asunción - Paraguay. Octubre 2001. (166 pp.)
(Espacio del Taller Cuento Breve, donde encontrará mayores datos
del taller y otras publicaciones en la
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