ANALES DIPLOMÁTICO Y MILITAR DE LA GUERRA DEL PARAGUAY
TOMO II
Por GREGORIO BENITES
Ex plenipotenciario paraguayo
cerca de varias potencias de Europa y América
ASUNCIÓN
Establecimiento Tipográfico de
MUÑOZ Hnos. - 1906
Edición Digital
BIBLIOTECA VIRTUAL DEL PARAGUAY
Setiembre 2005
ÍNDICE:
TOMO II
CAPITULO I : Misión al Pacífico
CAPITULO II : Mediaciones
CAPITULO IV : Cambio en la legación paraguaya
CAPITULO V : Viaje a Estados Unidos
CAPITULO VI : Regreso a Europa
CAPITULO VII : Audiencia de Napoleón III
CAPITULO VIII : Retiro del ministro americano
CAPITULO X : Enviado especial al Paragua
JUAN BAUTISTA ALBERDI
Revelaciones del señor Benítes
Proscriptum
CONCLUSIÓN
CONCLUSIÓN
Las dos legaciones del Paraguay cesantes. Pedido de una resolución del nuevo gobierno. Complicación entre Francia y Prusia. Expresión pintoresca del duque de Morny. El rey Guillermo rechaza la exigencia de Napoleón. La chispa al yesquero. Invasión de los prusianos a Francia. Los ejércitos de McMahon y Caurobert derrotados. La force prime le droit . Sedan, Strasbourg y Metz, capitulan. Napoleón III y varios mariscales y generales prisioneros de guerra. Impresión indescriptible en París. Proyecto de ley proclamando la República. En la tribuna diplomática. Recinto de la Cámara invadido por el pueblo. Las tropas militares fraternizaron con el pueblo. Centinela en la puerta de la tribuna diplomática. Nos alarmó. Organización del gobierno republicano . Cuerpo diplomático extranjero sale de Paris . Me dirijo a la isla de Jersey.
Cesantes las legaciones del Paraguay acreditadas en Inglaterra y Francia a mi cargo, con la muerte del jefe de Estado que me dio las credenciales e instalado en la Asunción el nuevo gobierno constitucional de la República, cumplí el deber de dirigirme al ministro de Relaciones Exteriores, D. Miguel Palacios, (El mismo Palacios, compañero de estudio de Delvalle que ayudó eficazment4e a éste en su resolución de trasladarse al Paraguay, vía Bolivia.) antiguo alumno del colegio del abate Paris, de Versalles, pidiéndole se sirviera tomar las órdenes del presidente de la República para disponer de las dos legaciones del Paraguay acreditadas en Inglaterra y Francia. Que yo no quería abandonarlas sin una disposición expresa del gobierno.
Ínterin recibía la contestación a mi nota, permanecí en París, presenciando el desarrollo de las dificultades entre Francia y Prusia. La situación se complicaba cada vez más, hasta que le convino al Rey de Prusia, cuyos aprestos bélicos estaban listos, promover, como promovió, la candidatura del príncipe Hohenzollern al trono de España. Mas, Napoleón III, a quien, según la expresión pintoresca del duque de Morny, era muy difícil sacarle una idea fija, y darle una voluntad firme, (De Mazade . La guerra de Francia.) se opuso tenazmente á dicha candidatura. Esta actitud trajo una tirantez extrema en las relaciones entre Francia y Prusia.
A la exigencia de Napoleón III, que el rey de Prusia le diera una declaración escrita de que no volvería a presentarse la candidatura del mencionado príncipe de Hohenzollern, el Rey de Prusia contestó rechazando la pretensión del soberano francés.
Cuando el embajador de Napoleón, Mr. Benedetti, solicitó una audiencia del rey Guillermo en Ems, éste se le negó, mandándole a decir que ya no tenía nada más que comunicarle; este desaire al embajador francés repercutió en
Francia y en toda la Europa, como el estallido de una bomba. El sentimiento del pueblo francés se encontraba ya en aquellos momentos en ebullición contra la Prusia; de suerte que aquel incidente diplomático fue el eslabón que prendió la chispa al yesquero.
Las hostilidades no tardaron en iniciarse; 982 mil alemanes traspusieron las fronteras francesas por el Rhin. La lucha empezó cruenta. La Francia había estado relativamente desarmada. Apenas tenía 300 mil hombres que oponer a la irrupción de sus numerosos invasores, perfectamente organizados y armados.
Los mariscales McMahon y Caurobert, al frente de sus 150 mil hombres cada uno, marcharon a las fronteras alemanas. Cuando allí llegaron los prusianos habían cruzado ya el Rhin y se encontraban en territorio francés. Los primeros choques con el enemigo fueron desastrosos para las divisiones de los ejércitos de McMahon y Caurobert, a pesar de las proezas de valor y patriotismo que hicieron, soldados y jefes. Todo fue inútil. La force prime le droit, ha dicho Bismark.
Las plazas fuertes de Sedan, Strasbourg, Metz, etc., capitularon o fueron tomadas por la fuerza y ocupadas por los alemanes. La noticia de que Napoleón III, con sus mariscales y numerosos generales cayeron en Sedan prisioneros de guerra en poder del enemigo, causó una impresión indescriptible en la población de Paris, tan susceptible en materia de honor y de dignidad nacional.
Con motivo de las graves noticias recibidas del teatro de la guerra, la Cámara de diputados tuvo sesión extraordinaria el 3 de Septiembre 1870, a las 12 de la noche. El ministro de la Guerra, general conde de Palikao, comunicó a la Cámara la capitulación de Sedan, cayendo, en consecuencia, prisioneros de guerra el emperador y los jefes ya mencionados, con el resto de sus fuerzas.
En presencia de la gravedad de la situación, el diputado de la oposición Jules Favre, presentó un proyecto de ley declarando cesante el Imperio y proclamando la Republica. La Cámara resolvió retirarse para reunirse el día siguiente, a las 12, a fin de tomar en consideración el proyecto de ley del diputado Favre.
El día siguiente, desde muy temprano, una división militar de las tres armas, que no bajaría de 5 a 6 mil hombres, tomó posesión en los alrededores del palacio de la Cámara de diputados. El puente de la Concordia estaba ocupado por un fuerte piquete militar. A las 12 del día me trasladé al Cuerpo legislativo, llevando conmigo al coronel Centurión y Emiliano López. Estos me acompañaron hasta el referido puente, que pasé exhibiendo mi tarjeta de la tribuna diplomática. Esta estaba ya llena cuando llegué. Los representantes de Estados Unidos, de Suiza, de Holanda, de Dinamarca, de Luxemburgo, del Perú, del Brasil, de Haity, de España, de Portugal, de la República Argentina, de Venezuela, de Chile, el jefe de la oficina de Protocolos, etc., estaban allí.
El ministro de Guerra presentó un proyecto de ley, a nombre del gobierno, para instituir un Consejo de Gobierno compuesto de cinco personas, designadas por la Cámara de diputados.
El diputado Jules Favre reclamó la prioridad de su proyecto, presentado en la sesión de la noche pasada, y que se discutiera con carácter de urgente.
El eminente Mr. Thiers presentó también un proyecto del tenor, más o menos, del de Favre.
A moción del diputado Gambeta, la Cámara voto la urgencia de los tres proyectos de ley presentados, y se retiró enseguida a las respectivas comisiones para dictaminar sobre ellos. Eran las 3 de la tarde.
Estando la Cámara en las comisiones, fue invadida por el pueblo que, en más de cien mil personas, hombres y mujeres, se hallaba reunido en la plaza de la Concordia desde la mañana muy temprano. Se gritó la décheance. La división de las tres armas, que guardaba el palacio legislativo, fraternizó con el pueblo, levantando arriba la culata de los fusiles.
La masa del pueblo llenó el edificio. Dos obreros de blusa azul tomaron posesión de la silla presidencial, y otros subieron a la tribuna de los oradores.
De repente apareció en la puerta de la tribuna diplomática un individuo de blusa con un fusil en la mano. Se colocó de centinela. Como era natural, esta aparición armada produjo alguna alarma entre los colegas; y notando esto nuestro centinela, nos dirigió la palabra, en estos términos: que "su presencia allí no nos alarmara, que él fue enviado allí, para que nadie entrara en la tribuna diplomática". Nos tranquilizó.
El espectáculo era imponente. Los diputados Jules Favre, Gambeta, Cremieux, Glay-Bizoin y otros, trataron de calmar la efervescencia popular.
A eso de las cuatro de la tarde, la masa del pueblo, precedida por los diputados de la oposición, que eran como 63, se dirigió al Hotel de Ville, palacio municipal. Allí se declaró cesante el imperio y se proclamó la república, nombrándose un gobierno provisorio compuesto de 12 personas, los diputados: Jules Favre, León Gambeta, Emanuel Arago, Garnier Pagés, Glay- Bizoin, Ernesto Picard, Jules Ferry, Eugenio Pelletan, Enrique Rochefort, Jules Simon, Dorian, general Trochu. Este fue nombrado presidente del nuevo gobierno republicano.
El ministerio se integró del modo siguiente; Favre, relaciones exteriores; Gambeta, interior; Cremieux, justicia; Picard, finanzas; J. Simón, instrucción pública; general Lefló, guerra; almirante Fournichon, marina; Dorian, trabajos públicos; Magnin, comercio; Keratry, jefe de Policía.
El aspecto de la gran ciudad quedó sereno, a pesar de que todo París salía a las calles durante muchos días y noches.
A medida que los ejércitos prusianos avanzaban a marchas forzadas sobre París el cuerpo diplomático extranjero, abandonaba la capital de su residencia. Por mi parte, previa entrevista con el nuevo ministro de Relaciones Exteriores, salí también de París con dirección a la isla de Jersey posesión inglesa en el canal de la Mancha, ínterin recibiese la contestación del gobierno de la República, a mi nota a que hice referencia arriba.
Mi itinerario era Caen y Granville, este puerto marítimo de Francia. En Saint André de Fontenay (Calvados) me detuve tres días con mi ilustre amigo el Dr. Alberdi, que vivía a la sazón en aquel pintoresco pueblito francés. De allí tomé pasaje por el tren hasta el puerto de Granville, debiendo cambiar de tren en el pueblo de Argentin, importante ciudad francesa. Cuando llegué a la estación de esta población encontré una confusión indescriptible de trenes cargados de soldados, de artillería, de caballos, forrajes, etc. No se veía sino uniforme militar, la mayor parte de guardia civil. Grupos aquí, grupos allá, discutiendo los sucesos del día.
Ínterin llegaba el tren que debía conducirme a Granville me paseaba a lo largo del andén de la estación por entre una multitud de gente bulliciosa. Al pasar por cerca de un grupo o círculo en que un caballero vestido de particular, que usaba pera y bigote, hablaba con calor y vivacidad, me paré un rato a escuchar sus enérgicas palabras. Decía: .¡ah! si yo tomase a ese Rey de Prusia lo colgaría allá en la cúspide de la columna Vendôme.. Su expresión me hizo sonreír maquinalmente.
Disuelto el grupo, se dirigió a mi encuentro el orador de la referencia y me hizo esta pregunta muy cortésmente: “¿Es usted extranjero, señor?” - Si, señor, lo soy, le contesté – “¿De qué país es usted?” - Americano, señor. – “¿Tiene usted pasaporte, tarjetas o documentos que puedan comprobar su nacionalidad?” - Le respondí que no necesitaba de pasaporte para viajar en Francia, que no existía ninguna ley francesa que me exigiese ese requisito. - “Si señor, replicó, actualmente estamos en estado de guerra”.
En vista de la insistencia en que le comprobara mi identidad y atenta la situación anormal del país, saqué mi tarjeta oficial con algunas cartas con rótulo igualmente oficial y se las pasé. Al ver mi tarjeta, con el título de Encargado de Negocios del Paraguay, exclamó con aire victorioso: - “¡Ah! usted me ha engañado, diciéndome que es americano.” - Es verdad, señor, que le he dicho ser yo americano y me ratifico en ello. – “No bastan la tarjeta y las cartas,” decía. Sí, sí, no bastan, repetían más de cien voces de los que me tenían ya estrechado en un círculo peligroso.
El orador de la referencia me increpó por haberme sonreído cuando él estaba hablando con sus amigos. Es cierto, le contesté, me he sonreído porque me han gustado sus palabras enérgicas y patrióticas al referirse al Rey de Prusia, pues le aseguro que yo, aunque extranjero, soy tan francés como usted de corazón. Esto se lo dije, por haber oído decir en el grupo que me rodeaba: “quien sabe sino es un espía prusiano”.
Comprendiendo la dificultad de mi situación, dije a mí interlocutor, que consultara por el telégrafo con el ministro de Relaciones Exteriores, sobre mi identidad. Que, además, podía ver en cualquier almanaque mi nombre en la lista del cuerpo diplomático extranjero, acreditado en Francia.
En eso llegó el tren que debía conducirme a Granville. Entonces asumí una actitud más firme, diciendo al individuo que me interceptaba el paso y que probablemente habrá sido un comisario de policía: - Señor, yo no sé con quién tengo el honor de hablar, mientras qué usted conoce quien soy yo. Sin duda usted no es autoridad competente para resolver la dificultad en que se encuentra, causándome perjuicio, con la pérdida del tren que debía llevarme a Granville. Le pedí me mandara ante la autoridad superior del pueblo. Hizo señas y se le presentaron dos de aquellos famosos gendarmes de la campaña. Les dijo: “Lleven ustedes este señor al Procurador de la República.” Me colocaron en medio de ellos y me condujeron al domicilio del referido Procurador. Más de 200 personas nos seguían. Lo que no me dejaba de pensar en un linchamiento posible, vista la efervescencia popular.
Felizmente, la casa del Procurador de la República distaba de la estación dos cuadras. Al llegar al domicilio de este funcionario entregué una tarjeta oficial a uno de los gendarmes para llevarla al magistrado. Este señor, en cuanto la recibió se presentó con la servilleta en el cuello (estaba en la mesa) y reprochó seriamente la conducta del individuo que me interrumpió el viaje, así como la actitud violenta del populacho. Dijo a los gendarmes que hicieran retirar toda la gente agrupada y que me dejaran la libertad absoluta de ir donde yo quisiere, que a mí no debían molestarme ni impedirme el paso.
El señor procurador, que parecía ser uno de aquellos funcionarios franceses cultos, me pidió disculpas por haber sido contrariado por personas inconscientes y exaltadas, debido a la situación anormal en que se encontraba el país. Me invitó a comer con él. Se lo agradecí infinito; y a mi pedido mandó a uno de sus sirvientes a acompañarme al mejor Hotel de la localidad donde pasé la noche. El día siguiente seguí viaje con dirección a Granville.
En Jersey encontré a muchas familias francesas distinguidas, que también se alejaron de París, con motivo de la guerra. El eminente estadista francés, Drouyn de Lhuys, ex ministro de Relaciones Exteriores de Napoleón III, era uno de los emigrados a la isla. A este personaje le habíamos merecido mucho aprecio y distinción, siendo ministro de estado.
De Jersey pasé a la isla de Guernsey, antigua residencia de Victor Hugo. Allí tenía su pequeño Chateau. En esta isla escribió varias de sus obras notables.
Las dos islas son preciosas, puede decirse, que son grandes y magníficos jardines en plena mar.
Estando en Guernsey recibí la visita del Dr. Guillermo Stewart; que iba con el objeto especial de participarme su nombramiento de agente confidencial del Paraguay, en Inglaterra, y a pedirme, en tal carácter, le entregara los archivos de la legación de la República a mi cargo. Sin embargo, el gobierno no me decía una sílaba sobre el particular, que me autorizara a entregar al Dr. Stewart ni a nadie los referidos archivos que este me pedía a nombre de aquel, lo que me impidió satisfacer el pedido del honorable doctor.
Desde luego no comprendía el nombramiento de un súbdito inglés como agente de carácter político de un gobierno extranjero en Inglaterra.
Si el nuevo gobierno del Paraguay de aquella época ignoraba las leyes inglesas y las prácticas internacionales, como lo ha probado con el nombramiento que hizo para su representante en Inglaterra, de un súbdito británico, no era presumible que el Dr. Stewart, ignorase las leyes de su gran país, ¡para admitir un nombramiento de esa naturaleza! Era evidente que han influido eficazmente en su generoso ánimo su afección al Paraguay, y sus nobles deseos de servirle, en otra esfera que la de su carrera profesional.
A pesar de que el Dr. Stewart, me había asegurado que su admisión por el gobierno británico, como agente del Paraguay, estaba arreglada entre él y los funcionarios del Foreing Office, me permití manifestarle mis dudas al respecto.
En este mismo sentido escribí al nuevo gobierno de la República, declarándole a la vez que los archivos de la legación de la República a mi cargo no saldrían de mi poder sin una orden en forma, emanada de la autoridad nacional competente.
Pocos días después que recibí la visita del honorable doctor Stewart y la seguridad que éste me diera de su admisión por el gobierno inglés como agente del Paraguay, encontré en la Sesión parlamentaria del Times, de Londres, la declaración del gobierno británico en estos términos: que el doctor Stewart había solicitado su recepción como agente del Paraguay, pero que el gobierno de la reina no podía acceder a su solicitud en razón de ser súbdito ingles. Así quedó sin efecto el nombramiento hecho por el presidente Rivarola en la persona de un súbdito británico como agente del Paraguay en Inglaterra.
Era evidente que tanto el patriota Sr. Rivarola como su inexperto ministro de Relaciones Exteriores D. Miguel Palacios, ignoraban las leyes inglesas y los usos internacionales.
Pocos días después de la visita del Dr. Stewart, recibí la de un joven inglés, Mr. Auld, que, según me decía iba a comunicarme su nombramiento de Vicecónsul del Paraguay en Inglaterra e Irlanda. Que en conversación con el ministro Palacios, en la Asunción, este señor le había dicho que yo podría ayudarle mucho en el ejercicio de sus funciones.
Le pregunté si tenía la patente consular y si el gobierno inglés le ha dado ya el Exequatur. Contestó que la patente la tenía en su casa y que todavía no ha recibido el Exequatur. Observé en la conversación del joven Auld, que no tenía idea del cargo que me decía haberle confiado el gobierno del Paraguay.
Me pidió que le consiguiera el Exequatur del gobierno británico. Le contesté que sentía mucho no poderle prestar el servicio que me pedía, no estando autorizado por el gobierno de la República para el efecto. El Sr. Auld manifestó su extrañeza de que el gobierno no me haya participado su nombramiento. Me refirió que la misión especial que le ha dado el gobierno paraguayo era la de cobrar todos los fondos pertenecientes al finado presidente López, que se encontrasen en Europa. Me pidió informes sobre el dinero existente en poder de los Sres. Blyth y Dr. Stewart. Si entre mis papeles no existía algún dato respecto a esos fondos.
Respondí a la extraña manifestación de mi visitante que nada, absolutamente podía decirle sobre el particular. Que ninguna comunicación tenía del gobierno respecto a su misión. En el curso de la conversación me dijo que quizás el gobierno me creyese hostil a él, y que por eso no me hubiese escrito. Le contesté que en tal caso no tendría razón, por cuanto no tenía motivos para serle hostil.
Al despedirse le encargué que transmitiera al señor ministro Palacios todo lo que le había dicho, en nuestra conferencia.
Le pagué la visita antes de su partida de la isla.
Habiendo esperado en Europa, durante un año, la disposición que había recabado del gobierno de la República, respecto a las legaciones a mi cargo, dispuse mi regreso al Paraguay. Al efecto me acerqué a los ministros de Relaciones Exteriores de Inglaterra y Francia, exponiéndoles la nueva situación del Paraguay y mi resolución de volver al país. Ambos encontraron procedente mi resolución y por consiguiente me despedí de ellos en la forma de práctica en casos análogos.
Me embarqué, pues, en el paquete inglés Douro de la línea de Southampton, el 9 de Octubre de 1871, con destino la Asunción, donde llegué en los últimos días de Noviembre. Era presidente de la República D. Cirilo A. Rivarola y su ministro de Relaciones Exteriores, el capitán de navío, don Domingo A. Ortíz.
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Fuente de la imagen:
ROA Y PARAGUAY - FABULACIÓN Y UTOPÍA - EDUARDO AZNAR & GLORIA GIMÉNEZ GUANES
Editorial SERVILIBRO
Ilustraciones: Acervo MILDA RIVAROLA
Asunción - Paraguay. Setiembre de 2012 (374 páginas)
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