Poemario de RENÉE FERRER
Edición digital: Alicante :
Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 2001
N. sobre edición original:
Edición digital basada en la de Asunción (Paraguay),
Alcándara Editora, 1985.
Enlace al ÍNDICE del poemario PEREGRINO DE LA ETERNIDAD en la BIBLIOTECA VIRTUAL MIGUEL DE CERVANTES
Peregrino de la eternidad: Génesis/ Planeta tierra/ Origen/ Peregrino de la eternidad/ Iguales/ Cavernas/ Encuentro/ Hijo/ Muerte/ Despedida/ Ausencia de mi padre/ Rumbos/ Reencuentro/ Ansia/ Inspiración/ Poemas/ El columpio/ Desamparo/ Astronauta/ Los montes/ Atardecer/ Deseo sólo un árbol/ Plegaria de un niño/ Minuto/ Respiración/ Para decirte/ De regreso/ Solitario/ Las preguntas/ Rutina/ En un rincón/Espejo/ Llamada
Sobreviviente (1984):- I - Acurrucado y solo/ - II - Un grito elemental empaña el aire/ - III - De cuanto me importaba/ - IV - En un surco doliente/ - V - Me cala la memoria lo inconcluso/ - VI - Desde la arena movediza/ - VII - Acurrucado y solo/ - VIII - Si yo pudiera tenerte/ - IX - Ya los últimos pájaros/ - X - Luces se encienden y se apagan/ - XI - Un murmullo de nubes se derrama/ - XII - La inteligencia en una hoguera/ - XIII - Un aroma jugoso/ - XIV - Se desnudan los astros/ - XV - En este andar tan quieto y desolado/ - XVI - Polifónicas voces me conmueven/ - XVII - Cierro los ojos/ - XVIII - La mano que detuvo/ - XIX - En la rodilla tengo/ - XX - Acurrucado y tieso/ - XXI - Fuimos arritmia y desvarío/ - XXII - Una espina ha dejado/ - XXIII - Sobre el altar inmenso del planeta/ - XXIV - ¡Tierra deshabitada/ - XXV - Las preguntas tienden sus alas negras/ - XXVI - Qué vestigios de tiempo quedarán/- XXVII - Para taparme tengo/ - XXVIII -El tiempo de morir me ha vuelto/ - XXIX - Hija del universo permanece
PEREGRINO DE LA ETERNIDAD
a César
a nuestros hijos
GÉNESIS
Argamasa candente,
la ilimitada vastedad devora.
Hay un denso silencio
sobre la respiración del universo.
El minuto inicial se precipita.
En fogatas extintas se desvela
un refugio de sombra
para un tiempo sin nombre todavía.
Sobre su piel laten las dunas
y torrentes,
exhaustos los volcanes en sus venas.
Las lluvias sepultaron las hogueras,
las hogueras se bebieron las lluvias,
y desde el pezón azul,
ebrio de espera,
las cenizas alimentaron el germen.
En dilatada quietud, parió la aurora.
Sin testigos, ni lumbre, ni palabra,
amaneció la tierra
prendida al rosal del infinito.
1984
PLANETA TIERRA
Permaneces
en tu órbita interminable tras el sol
como regazo que acuna
los delirios de la carne apaciguada,
las lagunas torrenciales
de las agoreras vicisitudes del sueño.
Entre tantos planetas,
mi destino.
Refugio de mi amargura,
isla de mi silencio,
manantial y desierto.
Antes que el infinito
apagara tus alas,
paloma incandescente,
estabas ya destinado para albergarnos.
Oh raza de abominable perversidad
y alado sacrificio.
Los huracanes del tiempo
esparcieron tus cenizas y dormiste largamente,
en helada mansedumbre, tu quietud.
Pero estalló la aurora
y se hizo la vida,
la más bella y dolorosa,
la más pródiga y fecunda,
hija de la alegría.
Amamantaron tus rocas
nuestro aliento,
tus posadas cobijaron nuestro andar,
se llenaron de antorchas tus contornos
y nuestra sangre, desde entonces,
ardientemente, comenzó a peregrinar.
1979
ORIGEN
Comencé con el tiempo
en las colinas de un astro intemporal
para ser peregrino taciturno
de la eternidad.
Mi ser se fue poblando
de esquemas fugitivos
y con los años, dolientemente,
retorné a la inmensidad.
Bregando hacia la aurora paso a paso
fui dejando alforjas de ser y olvido
para encontrar delante en los caminos
más recodos que andar, nuevos destinos.
¿Qué fui en la distancia elemental,
que ya no tengo
de aquel primer latir ningún recuerdo?
Sólo escalar y escalar
encadenado al cuerpo,
levantando al caer la frente al viento.
Si el hombre sólo fuera llamarada,
una vida que deja interrumpida,
un cuerpo que se pudre y se termina,
qué triste su destino, qué mezquina
su limitada dimensión.
1979
PEREGRINO DE LA ETERNIDAD
a don Félix Azcurra
Islas surcando el infinito,
embriagadas de inmensidad.
¡Qué largos caminos te conectan,
cuán breves se tornan hacia atrás!
Esperanza de ir hasta Tu encuentro
-peregrino de la eternidad-
Saber que caernos y en el tiempo,
fuertes, nos podremos levantar.
Certeza de que un día no tendremos
ni el vestigio de la mezquindad.
Intuición de mundos sin rencores,
astrales colinas sin maldad.
Cual lluvia de luz el pensamiento,
al alma desciende sin hablar.
Amores profundos que tuvimos,
qué grato volverlos a encontrar.
Paloma, la vida entre las tumbas,
ceniza que vuelve a flamear.
1979
IGUALES
Entrelazados en el silencio,
debemos entenderlo;
somos iguales todos,
creados para un norte incandescente
con la misma arcilla de los tiempos.
Diferentes, tal vez,
en el matiz que ponen los defectos
o el distinto color de nuestros cuerpos.
Sentirse acantilado que no rompe
el soplo huracanado de los vientos.
Oh error trascendental que nos denigra.
Qué tristemente lejos de la aurora
boga este barco nuestro hacia las sombras.
Debemos entenderlo, alma pequeña,
estamos destinados a arrancarnos
esta adherida imperfección doliente,
perderla por caminos siderales,
ahogarla en torrentes ancestrales
hasta que sepultemos los rencores
en los pozos oscuros que separan
la vida de la nada.
En la quietud íntima del ser,
reconozco de otras multitudes
la ronca soledad;
distintas solamente
por los tristes desvelos del destino,
iguales en el fin y en el principio
de un mismo derrotero peregrino.
1980
CAVERNAS
Taciturna la luz,
medita sus relieves
mientras el reposo adormece
las ondas.
Ni círculos concéntricos
trazados en el agua,
ni bravo ventisquero
susurrando entre peñas
algún nombre.
Cavernas,
silenciosas cavernas.
Suspendido en el aire,
volatinero el cuerpo
pierde su forma estable,
mientras se escurre la carne
transformada en sal.
Ni música lejana,
ni rumor de palabras.
Cavernas,
esa nítida quietud
de las cavernas.
Un grito de protesta
rompe la piel usada
ahuyentando la sombra
de mezquindades
olvidadas.
Y somos, como entonces,
tras un cándido sueño
de inmortalidad,
tan sólo hombres.
1973
ENCUENTRO
a César
Fuimos como un lucero despeñado
a oscuras oquedades neblinosas,
transfigurando nuestro sino alado
en humanas gaviotas azarosas.
Una senda de abrojos, viva espina,
nos acunó con un temblor de fuente
como si su distancia peregrina
fuese tan sólo manantial ardiente.
Con alforjas de luz impenitente,
calcinados de ardor, canto y desvelo,
las colinas subimos, raudamente,
de ese destino persiguiendo el vuelo,
hasta vernos un día frente a frente,
incandescente sol de tanto anhelo.
1981
HIJO
a Josefina Plá
En qué remoto andar has dejado la réplica
de tu planta viviente.
En qué línea orbital
ha quedado varado tu mojón de silencio,
para venir a mí,
útero en jazmín,
vena luciente.
Qué has sido en ese tiempo desligado del mío,
antes de que yo naciera,
y aun después
y sin término.
En qué playa olvidaste la marca de tu aliento.
Qué valle sideral has dejado
extrañándote,
prendido al universo.
Qué libros has escrito,
qué formas han nacido de tus manos
en un rincón incierto.
Dónde dejaste pena para darme contento,
qué vacío a otra frente y canto a mi silencio,
hermano universal,
hijo de este momento.
Qué minuto fue tal en que me viste a solas,
cóncava de ternura,
esperándote.
Desde quién sabe cuántos años luz me has mirado
sin que yo lo supiera.
Cómo fue que elegiste el recoveco oscuro
de mi sangre azarosa;
maduro, desde lejos, escrutabas mi sueño.
Ya has sido alguna vez con otra madre, hijo,
y serás otra vez, hijo, de alguna madre.
Yo no creo que hayas comenzado
con un roce de cuerpos estrenando la vida.
Has venido de antes,
de un ayer que no cuenta.
Eres un ente único que a mi encuentro se enciende.
1983
MUERTE
in mernoriam Enrique Grenno
Muerte,
qué triste es la muerte.
Esa lúgubre emboscada entre las sombras
aguardando el instante irreversible.
¡Qué espesa soledad la de la muerte!
El eco retumbante del recuerdo,
el gesto arrancado a la sonrisa
brevemente recobrada y ese lento, lento,
deambular por lugares conocidos
donde duelen tu rostro, tus detalles,
la ausencia de tus manos moldeando
en la frente la caricia.
¡Qué desgarro en el alma roturada!
Esa declinación de tu presencia
buscando otros caminos.
Lejanía total de tus palabras.
Ese olvidar y sumergirse
en el abismo sideral
de tu vacío.
1979
DESPEDIDA
Inconmensurables pupilas del asombro.
Un sabor de tristeza escurriéndose
bajo la ronca protesta.
Estar y no estar, saberlo ausente
y sentir aún tibia su caricia.
Quedarse mansamente prendida
a esa presencia,
abandonada al frío
de una realidad definitiva.
Ni la súplica surge ya
del labio atribulado.
Huir,
no verlo
en su sobria posición de entrega,
no oír su alma deslizándose
hacia el enigma de la nada.
Dejar escapar su calidez
y un momento después
asustarse ante la esculpida frialdad
de sus mejillas.
Transcurrir de horas desgranando
la verdadera dimensión del tiempo.
Desfilar de rostros,
de abrazos,
de apretones de manos
y encontrar en ese abismo
un desconocido aturdimiento.
Sentir en el alma
el llamado imperioso
de la eternidad.
Comunión postrera.
Darle en silencio las gracias
mirando a su frente dormida
con inédito amor.
Querer retener desesperadamente
un gesto de cariño.
El ruido sordo del adiós
doliéndose.
Palabras.
Él
Y la crueldad irreversible
de dejarlo solo
para seguir viviendo.
1973
AUSENCIA DE MI PADRE
Entre las uvas el sol
y entre los brotes pequeños
de la parra
el sonido silencioso
de tus pasos.
En la garganta se quiebra
el canto del verano.
En el lugar de tu banco
carpintero
duelen caras extrañas.
No quiero, pero es cierto.
En los nidos aún hoy
cantan los pájaros
pero tú ya no estás
para llevarte
el eco de su son
hacia los árboles.
1980
RUMBOS
a papá
Me perturba que en triste lejanía
se mantenga el sonido de tu canto,
que la esencia de todo cuanto has sido
exista inmaterial entre los astros.
Te volviste viajero de la noche,
de distintos senderos caminante.
Ya resuenan tus notas, otra escala
en esa dimensión que no me alcanza.
Qué importa si tú fuiste en la distancia
refugio de los cauces de mi llanto.
De otro sol es tu huella peregrina,
diferentes alondras te acompañan.
Yo no puedo llegar hasta tu encuentro,
ni tu fuego se enciende en mi palabra.
1982
REENCUENTRO
Círculos.
Puñados de polvo titilante.
Curvas roturando el aire
que se cierra y olvida.
Y allí
tú,
nosotros,
en algún lugar,
desandando los derroteros
del universo.
Equilibrio y danza de esferas
luminosas
y el sollozo de tu pérdida,
flotando en la luz.
Viaje de soles desprendidos
hacia un punto inalcanzable,
un principio sin día,
un retorno sin tiempo.
Y despoblando la realidad
de la muerte,
nuestras almas
contemplándose en la inmensidad.
1973
ANSIA
Necesito embriagarme de oquedades,
apaciguar alondras fugitivas
en praderas de luz interminables;
olvidarme del tiempo y de las horas,
desconocer el paso.
Alejarme de todo cuanto quiero
y en callado y suspenso encogimiento
partir hacia los pozos del espacio.
Comprender los misterios abismales
y en los valles de estrellas extinguidas
esperar el silencio de mi ocaso.
Trascender de la tierra que me acuna
dejando como huella mis pedazos.
1984
INSPIRACIÓN
En un lecho de herrumbre,
lavada de las pupilas la ceniza
salobre de la entrega,
este tiempo de renacer levanta
la llama de tu aurora,
y siento como si hubiera muerto
en la colina rutinaria de las horas
aquella aceptación,
esa renuncia culpable,
ese dejar de ser,
y ser ahora.
Después de aquel silencio
caído sobre las palabras olvidadas,
de aquel volatinero llenar de hojarascas
los recodos del alma,
te encuentro, inmemorial,
diáfana, alada,
sobre el punto germinal
de mis fronteras,
trascendiendo la ausencia derribada.
1972
POEMAS
Los poemas caen sobre mí
como lluvias torrenciales,
como partes de un astro visionario
que vuelven a nacer entre mis manos,
como ríos anhelantes de su cauce
a través de mi carne.
Caen en mí
cuando las horas parten
y no estoy en mi cuerpo sino llena
de sed y de distancia
en el tránsito alado de los pájaros.
1980
EL COLUMPIO
a José Antonio Bilbao
Catedral vegetal transfigurada
por la plácida estampa de la luna,
alberga en su ramaje vieja bruma,
de tantos nidos la tibieza alada.
Pende bajo su nave dilatada
un columpio que oculta verde espuma.
Del agobio de todo cuanto abruma
de repente escapé, precipitada.
Quise desamarrar mi pensamiento,
ser velamen que parte sin cadenas,
un cántico lejano que resuena.
Y en el rítmico y suave movimiento
del columpio, mi carne se hizo viento
encendiendo fogatas en mis venas.
1982
DESAMPARO
I
Quiero hundirme en la arena blanda, oscura, de un río,
sumergirme en su cauce, en su aroma de estío,
penetrar la corriente de transitar constante,
su silencio de guijas remotas, un instante.
Acallar con mi canto las congojas del alma.
Recostarme en las horas hasta alcanzar el alba,
porque ansío un remanso que cobije mi llanto,
subterráneo vestíbulo para guardar mis ansias.
Quiero hundirme muy hondo, muy hondo en el ocaso
llevándome hasta el fondo de ese lecho de espumas
las congojas que empañan el alma cuando siente
la soledad inmóvil, que transtorna y abruma.
II
¿Qué es el hombre, perdido, solitario, vagando
de galaxia en galaxia, de sollozo en latido,
si no tiene unas manos trémulas, aguardando
el momento preciso de llenar su vacío?
¡Qué tristes soledades, qué negras espesuras!
Las manos extendidas suplicando una ayuda
y nadie que recoja la queja enmudecida.
Sólo somos entonces fría piedra esculpida.
1981
ASTRONAUTA
(al acoplase las naves Apolo y Soyuz)
Te vas
por el incierto sendero
de la eternidad,
traspasando el horizonte
del silencio,
hacia la paz absoluta,
hacia el enigma,
hacia la diáfana quietud
de estáticas soledades remotas.
Y siento como un quejido
arrastrando la protesta
de tu viaje
sobre la carne tibia
de mi cansancio.
¿Qué parecen los campos de batalla
desde las latitudes que recorres?
¿Qué las manos implorantes,
extendidas,
los cuerpos macilentos,
los ojos que se escapan
de las órbitas,
las cosechas
borrachas de napalm,
el hambre,
el abandono,
los niños mutilados
en las sombras?
¿Cómo ves
el surco roturado,
la espiga,
el labrador,
calcinando en el tiempo
su destino
de polvo;
las selvas;
las colinas
y el rancho solitario
por donde se cuela el viento?
¿Los monstruos de hormigón
tragándose el latido
de roncas multitudes?
¿Las máquinas gritando
su eco repetido
de acero elemental,
potencia y hierro?
¿Qué somos desde lejos,
qué te dicen
los minúsculos contornos
que, al fin, nos pertenecen?
¿Tristes imágenes
que llevas contigo,
y te agobian,
te subyugan
o estremecen?
En tu viaje estelar
que pertenece
a un segundo crucial
de la existencia,
¿encontrarás un pueblo transparente
sin odio ni rencor
sin lucha y duelo,
sin ansias de ser
el poderoso,
mortífero hacedor,
omnipotente
dios de hidrógeno?
¿Hallarás troncos nuevos,
savia mansa,
piedad para la vida,
calor para la alondra,
sollozos que no existan
deambulando entre sombras?
De la luz sideral
-la huella límpida
de tu paso
en la galaxia-,
recoge un gesto de renuncia,
una congoja de andar
nuestros caminos
apagando alboradas
con esta sed implacable
que nos limita
y nos denigra,
y tráenos
de las praderas insondables
del espacio
un recuerdo de ternura,
una migaja de caridad
que transforme
nuestras raíces
hasta volvernos hombres.
1975
LOS MONTES
Filigrana de helechos,
monte umbrío,
cuna de madreselvas,
¿qué soledades guardas tú?
Cómo me gusta entrar en tus honduras,
embellecerme con tu luz,
desprenderme de tantas ansiedades,
enjuagarme de tanta laxitud;
sacudirme con ramas de jazmín
la polvorienta ausencia de crecer,
encontrarme de nuevo como antes,
con las manos tendidas sin temer,
brindarme toda entera en raudo vuelo
a la pasión ardiente de volver
hacia antiguas colinas
donde tuve
otra piel, en el día de nacer.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Sólo así podré amar lo que ya tengo,
no torturarme siempre por no ser.
¡Que abandonen mi cuerpo las espinas
y se enciendan estrellas otra vez!
1979
ATARDECER
a Francisco Pérez-Maricevich
Resplandecen las nubes en la tarde.
Como fogatas blancas se estremecen.
En las hojas delgadas el sol arde,
tras la esquina del viento permanecen.
Levanta el cocotero su precisa
llamada vegetal en movimiento.
Hay un roce de tórtola indecisa.
Convocan las cigarras su lamento.
La enredadera que el ocaso aquieta
va perdiendo las flores de su altura
empañando la brisa de violeta
y dejando en la noche, sin premura,
sobre las piedras de la plazoleta,
una alfombra de muelle singladura.
1980
DESEO SÓLO UN ÁRBOL
Árbol,
posada vertical de los caminos.
Varado en la noche,
de pie bajo el murmullo de los vientos
permanecen atadas tus raíces
a fértiles honduras,
en silencio.
Libre, desde la aurora se levanta
tu posada de pájaros sonoros,
los rincones rugosos donde los nidos cantan.
No necesitas andar,
ni necesitas
desplegar tu velamen
desde el muelle germinal
que te detiene.
Eres barco con ancla aprisionada,
eres sueño de aves sin frontera,
eres sombra,
eres agua, primavera.
Y en esa espera inmóvil
que te envuelve
hay un darse sin límites,
un abrazo que acoge
el cansancio de todos los caminos,
la remota ansiedad del peregrino.
Árbol de cantos graves,
tu sombra es sorbo de agua
en la despierta pulsación del tiempo.
En ti la primavera desparrama
su manantial de aromas
y en tu generosa vocación de entrega
los frutos se sazonan.
Si tengo que elegir para mi alma
una morada,
no quiero un cementerio,
no ansío una galaxia,
deseo sólo un árbol.
1980
PLEGARIA DE UN NIÑO
a César Enrique, José Rodrigo,
Eva María y Juan Pablo
No me trunques la vida.
Aunque tú no me quieras,
déjame volar para aportar al mundo
la grande o pequeña dimensión
de mi alma
inacabada aún, inacabada.
Tú no tienes derecho a suprimirme,
tú no eres mi dueña,
sólo el arco a través del cual
una flecha se lanza
hacia las profundidades de la vida.
Y si me esperas...
Sí, generosa y egoísta, decides esperarme,
deseando que llene tus ansiedades,
te lo agradezco,
con la infinita gratitud
del que recibe
la más rotunda oportunidad
que da el destino.
Pero recuerda que soy una persona
distinta;
dolientemente me formarán los días
y de ti recibiré tan sólo
la tibia caricia que mitigue
esa dulce y angustiante
realidad de existir.
Seré tu compañero,
pero vengo de otra dimensión,
para otros fines;
no sólo a darte dicha
sino a crecer en la línea
de mis propios caminos.
Aunque te duela verme remontar el vuelo
hacia los arrecifes de los sueños,
déjame hacerlo.
Respétame
porque soy, como tú,
un ser indivisible.
Bajo este cuerpo frágil que me acuna,
bajo mi torpe y pequeña humanidad
de niño,
mi alma prisionera te pide respeto.
Tras mis palabras simples
se escurren, vacilantes,
mis pensamientos.
Amame,
no porque te haga falta,
sino porque, indefenso,
me haces falta.
No me ames sólo a mí
sino a todos los niños
para que yo aprenda a amar
a todos los hombres.
No tuerzas los senderos de mi sencillez
bajo el vendaval de la materia.
Dame tu tiempo límpido y sonoro,
las tardes soleadas a tu lado,
los días
que, una vez, serán recuerdo.
Muéstrame que me quieres
negándome aquello que no debo tener.
No me atormentes con el silencio
de tu fatiga.
¡Háblame, por favor!
Yo sé que a veces tú no puedes,
pero trata.
Soy pequeño.
Necesito de ti, de tu sonrisa,
desesperadamente necesito
que me aceptes como soy,
y me ames
hasta el fin de los tiempos.
1978
MINUTO
a Raquel Chaves
Hay un minuto que orilla las sombras del abismo,
donde cambian los rumbos
y deshacen las huellas su oquedad transitada.
Es como si la carne se nos fuera cayendo
y la luz se asilara
en los tembladerales de la ausencia.
Es un ave imprecisa que no nos pertenece
sí, agónica, la vemos posarse en otro hueco.
Y tan irremediable
cuando, implacable y fría,
nos roza con su vuelo.
1983
RESPIRACIÓN
Oleaje acompasado
que muere en mis orillas.
¿Qué me traes
de tus valles submarinos,
de tus gaviotas errabundas?
Te contesta mi espuma
quedamente,
deshaciéndose en tu arena
de silencio.
Aire pendular anegando
la silente intimidad.
Se escuchan los alientos uno a otro,
mareas de dos playas
que convergen
en abrazo perfecto.
1983
PARA DECIRTE
Tristeza que agobia
y transfigura.
Extendida en un lecho de agua,
quiero hallar un abismo
separado del tiempo,
deshacerme en un túnel
donde quede varada
la pena enmudecida.
Cómo hiere en el alma
el minúsculo cincel de la palabra.
Cómo duele en el alma.
Va dejando vacíos
recodos de amargura,
va talando los sueños
donde las horas cantan,
va volviendo de piedra
la protesta y la lágrima.
Qué triste es todo entonces.
Quiero un lecho de olvido,
una venda de musgo,
un sorbo de agua mansa.
Deja que me recueste
en las laderas del silencio.
Tremendamente sola,
para pensar, amor,
para decirte...
1978
DE REGRESO
a Carlos Villagra Marsal
y el grupo de poesía en el «Pensadero»
de La Alcándara
Hoy regresé a mi casa
envuelta en jazmines
y una fragancia suelta en el cabello.
Hoy regresé a mi casa
con un canto en las sienes,
desde un lugar donde se guarda el sol
en cristales gemelos
y se empapan de río las palabras
en las tardes agónicas, sin tiempo.
Regresé de una isla
tan alta y tan distante,
que sus playas dialogan
con los follajes quietos.
Allí donde encendimos las luciérnagas
para leer poemas,
donde fuimos nosotros
y nos sentimos libres
ante el verbo.
Crecimos con las horas y los días,
todos juntos crecimos
entre corolas blancas,
y al regresar a casa hoy me acompaña
ese jazmín temblando en la baranda.
1983
SOLITARIO
a los que no pueden oír
Varado en el insomnio de las horas,
configurando tu isla de silencio,
lamido de recuerdos por la noche,
carcelero en destierro,
ya te aferras a un canto mutilado
y al rumoroso palpitar del tiempo.
Los sonidos diluyen sus contornos,
no llegan las palabras a tu encuentro
huyendo por las sendas que amanecen
junto al despeñadero de los sueños.
Inventas el murmullo de las cosas
que mínimas se escurren a lo lejos,
y las voces golpean sigilosas
contra tus dunas yermas con su acento,
pero no las alcanzas y te quedas
desolado y desierto.
Y así andas errabundo entre las tumbas
de los cantos de enero,
entre la sombra de los vendavales
acongojadas desde los silencios.
Abandonado y solo,
ahogado en el baldío de los ecos,
se desprenden alondras fugitivas
desde la ramazón de tu aislamiento
pero tú no percibes su aleteo:
no te alcanzan su canto ni su fuego.
1980
LAS PREGUNTAS
a Osvaldo González Real
Hay abismos donde flotan
los ateridos halos de la incógnita;
claroscuros navíos prisioneros
de anclaje irremediable;
pozos atormentados donde lloran
las antiguas preguntas.
Yo no quiero el silencio
de un canto de sirena,
la desvelada claridad de un sueño
consolando raudales tumultuosos;
ese desmemoriado deambular
por las esquinas del espacio,
sin mi alforja de enigmas bajo el brazo.
1982
RUTINA
Cómo debe pesar esa rutina
cuando ya no se quiere.
No escuchar de su pulso un sobresalto,
sólo atroz lejanía.
Cómo deben cansar
las mismas palabras repetidas,
los gestos siempre iguales,
cuando ya no se quiere.
Cómo debe pesar
el decirse las cosas ya sabidas;
la ondulación caliente del hueco de la cama,
y ese ademán de adiós todos los días;
los besos distraídos del retorno,
la espera en la constancia ensombrecida.
Permanecer iguales,
tan crudamente idénticos
no obstante los abismos.
Como debe doler esa rutina
de amar siempre sin tregua,
cuando no canta el alma.
1983
EN UN RINCÓN
a Eva María
En un rincón de sombra
clavé una rama
de madreselvas blancas y olor quieto.
Su ramaje trenzó, muy lentamente,
la savia con los hierros.
Hoy a la tarde, al pasar rozando
el borde del balcón, el más incierto,
sentí el primer racimo de su seno
rendirse abiertamente al manso viento.
Al pie de tu balcón
planté una rama
para que te perfume hasta los sueños
y deje en el remanso de tu pelo
una ancha cinta de olorosos besos.
Yo no sé si al andar de tu camino
tropezarás con otro Bécquer nuevo,
pero en tu balcón planté esa rama
de madreselvas blancas y olor quieto.
1982
ESPEJO
a Gladys Caramagnola
Busco un espejo donde se refleje
no mi figura, mi piel,
ni la arruga nueva
que floreció una tarde de congoja
y de la cual no sé el itinerario
porque olvidé su nombre.
Un espejo, no para ponerme
los colores que borra la memoria,
ni verme vestida en el instante
de inaugurar contigo viejas notas,
inundados los dos como si fuera
recién nacido nuestro amor antiguo.
Yo no busco un espejo que reprise tu imagen
bajo mis venas, cada vez más honda;
la tibieza del primer abrazo
a diario repetido en tantas formas.
Un espejo no pido, como todos,
para mirar mi rostro;
ni ver si se adentra en la amplia frente
enlutada una pena, alguna sombra.
Quiero un espejo que sepa
-sin la carne-
reflejar del espíritu el contorno;
que no sea testigo de mi sangre,
de mis rasgos o vértebras,
que sólo deje el alma al descampado,
desnuda y sin adorno.
Que detenga en su hondón de plata
las urgentes palabras.
Quiero ver esa imagen de mí misma
sin la piel que la cubre y aprisiona:
tal vez pueda encontrar en su reflejo
aquello que se ha ido sin retorno.
1984
LLAMADA
a Rubén Bareiro Saguier
Soy la tierra que llora.
Un regazo vacío que abre su tibieza
para acunar tu ausencia.
Una espera infinita.
Soy los mangos del patio donde duelen
tus rodillas de niño,
la alcoba de tu primer amor,
y el beso aquel temblando en mi fragancia.
Soy el sol que te busca en los portales,
las calles por ti andadas.
Una sombra sin nidos.
Un viento inmóvil.
Soy la luna trenzada en el encaje
del lapacho florido,
la blanca inspiradora que te extraña
y quiere estar contigo.
Soy el lecho de un sueño desvalido,
el puerto de algún barco que se fue
con su mástil radiante hacia el olvido.
Soy la tierra que llora
la voz de tu palabra silenciada.
Soy tu madre
y te quiero aquí conmigo,
sin réplica
o demora,
porque sin ti soy una vida
atrozmente incompleta.
1984
SOBREVIVIENTE
(1984)
Estos poemas obtuvieron el primer premio en el Concurso de Poesía convocado por «Amigos del Arte» en 1984 y se publican con la suficiente autorización de dicha entidad.
- I -
Acurrucado y solo.
Los brazos aferrados a las piernas
en un páramo de aves abrasadas.
Aterido y helado
el corazón. Transidas las arterias
por un dolor antiguo y sin embargo inédito.
Estrenando el horror,
a pesar del horror
de los siglos repitiéndose.
Sumido en una cóncava, interminable espera.
Fetal hasta los huesos
bajo el gris desconsuelo de la luna.
Torrenteras de sal en sus mejillas,
y un vidriado paisaje de rescoldo y ceniza
en el aposento de las órbitas.
Aferrado al espanto de vivir todavía
va dejando las aguas de su cuerpo
en brocal de silencio.
Ante sus ojos secos estertoran
ciudades derribadas,
humareda,
y sobre el aire tenso
un sabor incisivo
a metal retorcido, a polvo vegetal,
a pájaro sediento.
Hoy deambula entre ausencias desde su lecho inmóvil.
Ausencias que le hablaban tan sólo hace un momento
de ir a un bar por la noche
o confundir los cuerpos
bajo el blanco arrebato de las sábanas.
Desmesuradas cuencas
donde a beber no llegan ni siquiera los cuervos.
No hay cuervos ensañados sobre la muerte aislada.
Todo es muerte y silencio.
Sólo muerte y silencio.
En la vastedad desconsolada
del planeta
una queja gastada se ha quedado sin voz.
A lo lejos, errante, va un tumulto de sombras
que no le dicen nada,
o todo le repiten;
y en el centro preciso de una distancia insomne,
acurrucado espera:
el reverso de la vida,
la consumación,
la caridad del olvido.
- II -
Un grito elemental empaña el aire;
estalla calumniando la médula del hombre
contra el rojo abismal del horizonte.
Un clamor desgarrado estruja el aire,
y desde ese vocerío
agujas de voz perforan
la turbia lejanía de las nubes.
Tan sólo voces y sombras
tras vómitos de luz impía.
Tan sólo voces girando
sin palabras, sin nombres.
Tan sólo un ronco gemido
de gargantas anónimas rodando.
Y sobre ese mar de voces
se alimentan las hogueras
del llanto inconsolable de la aurora.
No es necesario el sol.
Sin la pausa del cansancio
se vuelve añicos la voz
en las rompientes de la nada.
- III -
De cuanto me importaba
nada queda.
Los que a veces me amaron
simplemente se han muerto.
Y las manos,
aquellas alfareras
sobre la arcilla abrasadora
de mi cuerpo,
murieron tiritando,
distantemente.
Lejos.
El eco de los pájaros
se ha vuelto ceniciento.
De los árboles cuelga la amargura del duelo;
y en la trémula línea del silencio,
calado de abandono,
asumo
la soledad sin término.
- IV -
En un surco doliente
derrama
su calcárea cerrazón
la nada.
En la margen del llanto se desnudan las sombras.
Todo está consumado
en el linde del sueño y la vigilia.
Nosotros lo quisimos,
tristemente nosotros.
Nosotros recubrimos con mortajas los campos.
El mundo está vacío.
El aire yerto.
Y los últimos pájaros
se quedaron sin voz.
- V -
Me cala la memoria lo inconcluso.
Las palabras temblando sin sonido
en el portón de los labios,
los moldes palpitantes esperando
la arcilla de mis besos.
Me agobian los andrajos de la noche,
el pulso simultáneo agonizando.
Quisiera vivir otra vez,
en algún lugar
y algún momento,
el sereno alumbramiento del alba.
Contagiarme de canto. Desandar los recuerdos.
Y en calles conocidas transitar, con un péndulo
de sueños en la frente.
Beberme con deleite
un sorbo de la vida
como si no existieran humareda o silencio.
- VI -
a Miguel Ángel Fernández
Desde la arena movediza
del recuerdo
el silbato de un tren quiebra la aurora.
Todos los hombres van en él.
Todos los hombres,
con su nudo de fibras diferentes,
su singular retablo de tinieblas.
Ceden asientos,
solícitos se apartan,
se aglomeran confusos
Pisándose los pies
tras una mueca indiferente
o la sonrisa cordial.
En el primer vagón,
caviar para la cena.
En los demás, gradualmente,
los paladares se tornan
menos exigentes.
Decrecen, decreciendo, decreciendo.
Paladares de rosa.
Paladares de arena.
Paladares de estopa.
Todos juntos, iguales,
sobre un riel que se interrumpe
y permanece.
También risa,
candor,
un cálido contacto de sudores y aliento.
Y amor,
esa clara conciencia de absoluto
rigiendo el microcosmos interior.
El silbato de un tren quiebra la tarde.
De pronto,
su respiración se apacigua
y da tiempo.
Se apea un pasajero
tendiéndose en el borde
del minuto anterior y del siguiente,
mirada absuelta en tierra,
de boca al firmamento.
- VII -
a Marta Geymar de Bogarín
Acurrucado y solo,
jinete de la brisa
hacia la orilla del mar.
Empaparse de sal. Sentir la espuma.
el siseo desarmado de la espuma.
El sol reverberando
en el bolsón de los cerros.
Cautivar el instante fugitivo
en la retina de un adiós
que permanece,
y aspirar
salitre, canto, brisa marinera.
Calado de abandono
en las espaldas del viento junto al mar.
Retener esa curva de luna
recién nacida.
El blanco cementerio de la espuma.
Sobre conchas quebradas
estampar una huella lineal.
Cuerpos
tendidos, libres, invitantes.
Párpados entornados,
entrega a voces.
Mentes
como sábanas blancas desprendidas.
Noche.
Noche y luna.
Y ese rumor de caracolas
en la arena.
Manos asidas. Pasos. Besos.
Ya se desnuda el sol.
Es el alba.
La espuma entristece cada ola.
Peces hinchados flotan en sus crestas.
Acurrucado y solo
solloza sobre el viento,
abandonado del mar.
- VIII -
Si yo pudiera tenerte
sabría lo que decirte.
Ahora que ya no estás,
herida sangra la tarde.
Si yo te hubiera perdido
y en otros brazos te hallaras
toda mojada de besos,
el dolor no sería tanto.
Es tu ausencia total lo que entristece.
Tu no ser para siempre lo que agobia.
Ya no estás y no estás. Así de simple,
mientras me voy secando en mi memoria.
Es saber que no hay tú y ninguna otra.
Nunca amor. Nunca beso. Nunca olvido.
Es saber que estoy solo para siempre,
acurrucado y tieso.
- IX -
Ya los últimos pájaros
se quedaron sin voz.
Imágenes inmensas bailotean en sombras.
Un río se desborda entre mis piernas
llevándose jirones de mí mismo.
De súbito estoy lejos sin saberlo.
Sin que mis huesos lo sientan
voy errante.
Los ojos se me escapan de las órbitas
como pájaros ciegos.
Me invaden centenares de rostros mutilados
que al tocarlos tiritan y se alejan.
Ignoro si los demás son
y permanezco,
si sigo acurrucado en mi conciencia.
Cenicienta la tarde va borrando
ecos de envejecidos arenales.
- X -
a Mario Casartelli
Luces se encienden y se apagan.
Colores se abrillantan
y enceguecen.
La ciudad en tumulto
el aire en calma.
Las horas puntualmente derramándose.
Suena un timbre
y se cierra un cajón.
Todo de nuevo igual al día siguiente.
El mismo golpeteo acompasado.
Vaporoso el aroma del café recién hecho.
Camaradas. Amigos. Amantes.
Vida que se empuja y se levanta.
Retorno al hogar
y a esa tibieza de voces pequeñas
en la nuca.
Sentarse con deleite ante la cena
y más tarde
el encuentro de tu curva en la mía.
Todo de nuevo igual al día siguiente.
A veces pesa la rutina
y es un refugio el canto de los pájaros.
- XI -
Un murmullo de nubes se derrama
sobre mi piel impermeable y fría.
Hace lunas que corre con la misma cadencia.
Es una adormidera
ese son repetido.
Solamente chorrea su líquida tristeza.
Ha tornado más gris los campos grises.
Ha encarcelado el cielo
entre barrotes de agua.
La lejanía se ha vuelto tan gris
y tan distante
que ya no sé si existo
o soy tan sólo un punto vacío en la distancia.
- XII -
a Hugo Rodríguez-Alcalá
La inteligencia en una hoguera
fue vencida.
Ardieron la belleza,
la palabra, el sonido.
Con dolor se aprenderá todo
nuevamente
en otro mundo errático y vacío.
El ingenio del hombre tiene gusto a ceniza.
Computadoras, técnica, artefactos,
máquinas que ayudaban a hablamos desde lejos,
a escribir un deseo en otras latitudes,
son ceniza en el aire enajenado,
cenizas los colores y la forma,
el andamio de notas y silencios,
el verbo, el pensamiento.
El hombre ha transformado
piedra en luces,
estiércol en semilla,
arena en beso.
Todo sabe a cenizas, a cenizas.
Respira aún la tierra su diferencia de horas,
pero nadie lo nota.
No hay albas retrasadas a la noche ligera,
sólo un sabor de ausencia
cuando lloran los pájaros
el duelo de su voz.
- XIII -
Un aroma jugoso
se libera en volutas blanquecinas.
Es aliento de nabos,
de papas, de alcauciles,
un mensaje de carne, perejil y cebolla.
Ese vaho me pone húmedas las mejillas,
de mantel me contagia
y de pan me apacigua.
Lentamente lo sorbo, lentamente lo aspiro,
su savia me hace ancho,
más tórrido el latido
y me baña la lengua con su calor antiguo.
A la mesa tus ojos almuerzan con los míos.
En el tiempo tirita la niebla del olvido
y me llora la boca ante un plato servido.
- XIV -
Se desnudan los astros
en sus engarces de infinito, fijos.
No hay celajes intrusos,
ni se enturbia
la láctea inmensidad con sus matices.
En la noche persiste la quietud de la luna.
Placidez luminosa y distanciada,
ajena a todo llanto.
Sólo calma.
De repente tropieza con un brillo diverso.
Minúsculo destello de alegría.
De su fibra y talento
algo resta a lo lejos.
Entre las luces quietas
un satélite hurga
los intersticios de la noche.
Testigo y aposento
de un semidiós de carne
olvidado de amar.
- XV -
En este andar tan quieto y desolado
hay un cierto cariño,
un apego a las piedras,
a sus formas redondas,
adecuación constante
a muda condolencia.
Reconozco montículos
que hablan con la luna.
Sé de sus confidencias,
de sus cosas telúricas,
y hay un triste aguacero
de palabras remotas
que se van olvidando.
Es ya comunicarse
a imagen simplemente.
Prescindir de la lengua,
librar el pensamiento.
El agua duerme su claridad
entre guijas
y busco mi reflejo como Narciso adentro.
Qué naufragio de formas deshace mi figura.
La que soy y no he sido,
la que agoniza y tengo.
- XVI -
a Renée Alfaro,
mi madre
Polifónicas voces me conmueven,
sacuden mi angustiado crescendo de congoja.
La fiebre pulsa notas en mis sienes
y me entrego al deleite.
Qué placer sumergirse
en ese mar de escalas,
sentir cómo se esfuman los contornos
y el tiempo.
El torrente de Bach penetra en mi alma,
su genio matemático
de estructuras sonoras.
Un puente inmaterial
me distancia del mundo.
Su canto superpuesto mis gritos apacigua
y soy por un momento sinfónico espejismo.
- XVII -
Cierro los ojos
y evoco
el despertar de los montes.
Las primicias del sol
sobre el trémulo pulso de las hojas.
La oscilación de la rama
al peso leve de los pájaros.
La gota de rocío descendiendo
el declive de la flor,
cual sorbo diminuto
que una garganta de cristal espera.
Acude hasta mis labios
la agridulce redondez de la fruta,
una astringente dureza de semillas.
Inquieto,
el sol le disputa mi rostro
a una sombra adolescente.
Y me entrego,
en comunión total, al cielo
que ha descendido hasta envolverme
con su incolora transparencia.
Las cigarras
insinúan el atardecer
y los astros remontan su brillo primigenio.
Quietud. Reposo.
Y el temblor de los nidos ofreciéndome
su hueco ceniciento.
- XVIII -
La mano que detuvo
el pulso de la vida
quizás tenga respuesta para tanto silencio.
Quizás vaga buscando
en los tugurios de la conciencia
las insomnes raíces
del bien y del mal.
¿La mano que enterró
el canto de la vida,
sabía de este páramo siniestro,
en su remota lucidez sabía
de aves esqueléticas,
ausentes ya de voz?
La mano que ultrajó
el cauce de la vida,
desde la ignota orilla
de la eternidad, ya lo sabe.
- XIX -
a Isidro, Susana y Marta
En la rodilla tengo
una rosada y honda cicatriz.
Hace tiempo lloraba su amarilla congoja
bajo una costra negra,
y me dolía.
Fue una tarde de enero;
equilibrista alado, resbalé hasta las piedras
desde el áspero cordón de la vereda
y la carne
se me volvió rojo aguacero.
Fueron días de tiesa languidez,
purulentas lagunas
y cáscaras concéntricas.
Una fiebre morada se dormía en mi piel.
Cómo extraño tu mano,
del algodón caliente la caricia violeta,
consolando mi herida.
- XX -
Acurrucado y tieso,
sueña.
Un hombre de arterias transparentes,
de una sangre tan pura
que el coraje se le toma inteligencia.
Al fiel de la balanza siempre asido.
Hermoso, austero, caudaloso.
Un hombre que enciende en cada hombre
el germen de su especie.
Todo amor, todo canto,
arte y ciencia.
Muy cercano de Dios
y de sus límites.
Un hombre planetario
de alma cósmica,
de luz tan destilada
que ya la tierra esplende ante su nombre.
Acurrucado y tieso,
sueña.
- XXI -
Fuimos arritmia y desvarío
de un sonoro raudal ebrio de vida.
Tan diversos destinos hemos sido.
Surco en campera lejanía
llevando y devolviendo terrones de vigilia.
Manos sobre la arcilla persuasivas
y un arco tenso de sonidos.
El jardinero fiel que en la mañana
se contagió de rosa y de rocío.
El vientre que ha prestado sus cobijas
para acunar un niño no nacido.
El hombre que en horarios amordaza
su vocación de sueño envejecido.
La precisión del genio reclinada
sobre formas minúsculas,
la pasión de crear inmensas urbes,
y el gusto por el monte y el olvido.
Sepultada visión
de mundos transitorios.
Mensajeros tal vez de extraños himnos.
Los dadores del pan
y del cariño,
y esa inmensa fatiga de cosas cotidianas.
- XXII -
Una espina ha dejado
tarde atrás,
una lágrima roja
en el hueco rosado de mi mano.
Me devolvió al contorno de mí mismo,
escribió entre mis venas una carta
con noticias antiguas de mi cuerpo,
poniéndole un dolor al andamiaje
de mis viejas palabras.
Se ahonda en mi recuerdo aquella espina.
Más abajo de ti, -
-toda hermosura-,
bañada su agudez con tu fragancia,
-tan perfecta en tus pliegues,
tan distante y ajena a su destino.
Cómo duelen las ansias de tenerte,
aposentada en mí,
doliente y dulce espina.
- XXIII -
Sobre el altar inmenso del planeta
una hilera de cirios encendidos.
Heterogéneo enjambre de pulsos y congoja,
cada cual en lo suyo según su singladura.
Cuántos sin comprender hemos pasado
tremendamente ausentes entre tiniebla y lumbre.
Inconciencia total
o paso incierto.
Sobre el ultraje de sus madreselvas
el vértigo,
el abismo.
Un olor a pabilos sepultados
sin develar la incógnita.
- XXIV -
¡Tierra deshabitada,
adolece de gérmenes,
de orquídeas, de amapolas,
adolece de espigas
y ahógame
en savia!
- XXV -
Las preguntas tienden sus alas negras
sobre la sombra lunar
de un hombre quieto.
Es noche
y se adentran las espinas
en los arrabales del cerebro.
La densa permanencia de la muerte
silenció el canto del ruiseñor
en la aurora.
Sepultada la luz,
con asombro
nació el sol al otro día.
¿Por qué se deslizó
puntual ese minuto en el carril del tiempo?
Si existe un dios en otro espacio
y un compás ajeno a mi clepsidra,
¿por qué se deslizó,
y ahora me encuentro acurrucado y tieso?
Fueron siglos de andar
desmigajando errores
en las cunetas del olvido,
hurgando en las tinieblas el enigma
sólo oculto a tus ojos ciegos.
Pensar es el destino de los hombres.
El ojo omnipotente no interviene.
Sólo mira de lejos a sus sombras,
sólo espera a lo lejos.
El sollozo de un dios, eso es congoja.
Te liberé la mano
cuando nació tu tiempo planetario.
Escalaste peldaños de una senda
que alguna vez me roza
y te di algo único y doliente:
la voluntad de ser.
Sólo a tu ser responde este destino.
- XXVI -
Qué vestigios de tiempo quedarán
cuando habiten mis ojos
las hilachas ignotas de la sombra.
Y aún
cuando algo reste
en un punto abismal y permanente,
quién quedará para vivirlo a solas.
Morirán
las ondas que lamieron
las arenas de Troya con su espuma,
la espera en el telar
y el viaje incierto.
Al sol resplandeciente, las legiones.
Aquel llorar de remos compartido
y aterrados aún ante las fieras,
los círculos sangrientos.
Las beatíficas naves ascendentes
y la simple certeza de encontrarse en la muerte.
¿Qué restará de los vastos misterios
a la lumbre del genio develados,
de las rutas abiertas
desflorando el mar,
del pulso de la luna,
de la misteriosa respiración
de los planetas?
¿Qué restará de esta isla que me alberga
entre sus coordenadas siderales,
de sus horas huyendo
hacia los aposentos de un tiempo intemporal?
En un pozo de sombra
se sumirán conmigo
los siglos, y los siglos, y los siglos.
- XXVII -
Para taparme tengo
una manta de frío y de silencio,
una lágrima gris
y todo el abandono.
La tierra calla envuelta en humo
y frío.
No llega el sol,
mi mente sola vaga por antiguas querencias.
Alguna flor,
algún momento,
se escapan brevemente de la aterida realidad
para extrañar un sueño.
Es invierno.
Un invierno de escarcha cenicienta,
sin lumbre,
sin alientos,
sólo atroz permanencia.
Ya no hay viento, ni luz,
tan sólo frío.
Los huesos tiemblan en mi cuerpo,
los nervios, las ausencias,
el vacío corazón.
Recostada en la pena del crepúsculo
tirita mi alma amoratada.
- XXVIII -
El tiempo de morir me ha vuelto
la carne fugitiva.
Voy entrando al ocaso de mí mismo.
Desde el alba
mi pensamiento enterró su destello.
El pulso en la arena plantó el eco.
Naufragaron mis miembros
en estáticos gestos
buscando las cobijas del olvido.
El laberinto derrumbó, al fin,
sus paredes.
Todo es irremediablemente cierto
y todo lo comprendo.
Con su soplo la nada bate el viento
y la muerte se bebe mi último silencio.
- XXIX -
Hija del universo permanece
tras su sesgo orbital en movimiento.
Con lengua sideral
fustigó el viento su calma cenicienta,
y en la cuna del mar
ahogó la espuma un sollozo deshecho.
Más triste la alumbró
la tristeza del sol esa mañana,
desvistiendo
su pálida piel desposeída.
Sola va,
desnuda y fría,
su rumbo perenne repitiendo.
No hay pájaros velandola vuelta de la noche.
Sólo una inmensa congoja
de estrellas enlutadas.