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Historia Política


Presidencia de don Carlos Antonio López (13 de Marzo de 1844 al 10 de Setiembre de 1862)
(08/06/2010)

 

PRESIDENCIA DE DON CARLOS ANTONIO LÓPEZ


De capital importancia para el conocimiento de este período es clar noticia sucinta acerca de uno de los perfiles más extraordinarios de la historia paraguaya. Carlos Antonio López, nació en Asunción, el 4 de noviembre de 1792, Fueron sus padres, Miguel Cirilo López, sastre de profesión, y Doña Melchora Insfrán, de antigua estirpe asuncena.

Siendo adolescente, López ingresó al Colegio de San Carlos y llegó a vestir los hábitos menores. Enseòó en esa misma institución Artes y Teología, pero no llegó a graduarse de Doctor. Clausurado el colegio se dedicó, por algunos aòos, a la abogacía. Ya casado con doña Pabla Juana Carrillo, de esclarecido linaje patricio, se retiró a su estancia de Itacurubí del Rosario donde formó una regular fortuna y se dedicó a la lectura de los libros que podía obtener, especialmente jurídicos. En filosofía, era tomista; en lógica, aristotélico, y era buen conocedor de la legislación española. En sus actuaciones políticas revelará esas versaciones; su espíritu polémico estaba templado por el derecho. Hablaba en un erudito castellano, empleaba el guaraní con la gente del pueblo. Escribía correctamente en prosa musculosa, aunque no brillante. Era la negación del romanticismo. Es muy probable que no haya profesado la literatura revolucionaria que inundó América en vísperas de la Independencia por la desconfianza que demostraba hacia los predicadores de ideas liberales. Durante su gobierno de dieciocho años no fue conocido como un gobernante liberal en el sentido moderno de la palabra, su régimen más bien tuvo un sentido social pero sin garantías para los derechos individuales. Y aunque debió tener nociones elementales de ideología política, antes que nada fue pragmático pues conocía la realidad social de su país. Intuitivo, perspicaz, profundo conocedor de la sicología popular, es probable que don Carlos se anticipara en formularse una imagen bastante veraz del pueblo que algún día le tocaría gobernar. No fue político, no en la peyorativa acepción del término, sino entendido en política. Era enemigo del ruido y la estridencia, que no conduce, sino a dividir y abrir grietas en la comunidad nacional. Lo que hizo y lo que quedó trunco delatan a un hombre objetivo, pragmático, pacífico y receloso.

De aspecto adusto, era más bien bajo que alto de estatura, obeso, pesado, ciclotímico, de estampa española, de salud precaria a pesar de la vida campesina que había llevado. Fue víctima de la gota, dolencia por lo común asociada a los placeres de la buena mesa. Su vida era sencilla, pero no sometida a un régimen estricto, respiraba aire familiar, lo cual moderaba su temperamento autoritario. No amaba el lujo ni el boato, pero sabía rodear el mando en esa majestad y respeto y de forma que realza la autoridad, en el fondo era un campesino tiranizado por las formas exigidas por la magistratura. Su rigorismo se extremaba con sus colaboradores, de quienes demandaba una esmerada laboriosidad. Tenía aplomo, imperium y pisaba la tierra sin dejarse extraviar por sueños.

Vivía, don Carlos, una existencia pacífica rodeado de su esposa y de sus cinco hijos; y tuvo el sino de gobernar a un pueblo disciplinado y laborioso; de heredar unas finanzas estatales firmes, cuantiosas y saneadas. Con estos elementos, a los cuales entre otros, añadió dinamismo para su progreso, encaminó su acción gubernamental.

María Graciela Monte de López Moreira

Fuente: CRÓNICA HISTÓRICA ILUSTRADA DE PARAGUAY. Autores: ADRIANO IRALA BURGOS, ANÍBAL BENÍTEZ FERNÁNDEZ, BEATRIZ GONZÁLEZ DE BOSIO, CARLOS MARTINI, JOSÉ ANTONIO GALEANO MIERES, MARGARITA DURÁN ESTRAGÓ, MARÍA MONTE DE LÓPEZ MOREIRA, MIGUEL CHASE SARDI, MILDA RIVAROLA ESPINOZA. Realización y producción gráfica ARAMÍ GRUPO EMPRESARIAL. Tel.: 595 21 391136. Asunción – Paraguay, 2006 (1039 páginas)

 

 

                                                                                                                                                                                                              

 

EL CRECIMIENTO DEL COMERCIO (1840-1865)

DURANTE EL GOBIERNO DE DON CARLOS ANTONIO LÓPEZ

 

En este mundo no hay mayor placer

que volver a la vida luego de haber

estado desganado.

El Popol Vuh

 

En 1840 se vivió una coyuntura que mejoró las condiciones para el comercio en el Alto Plata. Este proceso de cambio fue efecto tanto de presiones internas como externas. La generación de los viejos líderes políticos salió de escena, y fue reemplazada por una generación más flexible y consciente de los rumbos de la economía mundial. Estos individuos veían el desarrollo de la economía regional en términos más modernos que sus antepasados.

Al mismo tiempo que estos líderes consolidaban su posición en el Alto Plata, los comerciantes de Buenos Aires y Montevideo empezaron a buscar nuevos mercados en las provincias del Litoral. En lo posible, cooperaban con los gobiernos que tenían similares ideas sobre la apertura de rutas para aquéllos mercados. Mientras tanto, los acontecimientos en el Alto Plata favorecían el constante crecimiento comercial.

 

EL RÉGIMEN DE CARLOS ANTONIO LÓPEZ

La muerte del Dr. Francia señaló cambios en la orientación económica del Paraguay, a inicios de la década. Luego de varios meses de incertidumbre, la República adoptó un régimen consular, encabezado por dos hombres de talentos diversos. El primero, Mariano Roque Alonso (1792?-1853), era un militar que sabiendo apenas leer y escribir, llegó al poder por medio de un cuartelazo. Al encontrar imposible la administración de los asuntos del estado sin colaboradores más instruídos, Alonso optó por Carlos Antonio López (1787-1862), uno de los últimos graduados del seminario de Asunción.

López rápidamente opacó en autoridad a su mentor y aunque un Congreso general nombró luego a ambos como cónsules con iguales poderes por un período de tres años, en verdad López gobernó sólo.

López había pasado la mejor parte de su vida como ganadero y abogado rural en el pequeño pueblo de Rosario. La sensación que el tiempo se había estancado en esass áreas rurales impedía ver los cambios reales ocurridos en el país. La población del Paraguay había aumentado considerablemente, excediendo las 238.000 habitantes en 1846.97 Sin embargo, el gobierno no había hecho ajustes acordes a estas nuevas circunstancias: hubo poca flexibilidad política en el Paraguay durante el período francista. Los cambios importantes debieron esperar la llegada de López.

Aunque de modesta cuna, López contrajo un matrimonio ventajoso y según las pautas sociales del interior del Paraguay, ascendió alto en los rangos de la élite rural. Evitaba inmiscuirse en política, pero debido a su educación, los chacareros y rancheros lo percibían como un hombre ilustre. Igual que Francia, él utilizó su reputación como trampolín para el poder, pero a diferencia del Dictador, López se permitió algún grado de debilidad humana.

Esta se manifestaba en su vanidad, su codicia y lo más alarmante, en su nepotismo. Para López, sus hijos eran incapaces de hacer nada indebido. Varios de ellos fueron nombrados en puestos de autoridad del Gobierno. Más tarde, cuando su poder estuvo asegurado, López transfirió a sus hijos grandes extensiones de tierra y otras propiedades del Estado.

Pese a todos sus defectos, Carlos Antonio López fue un administrador capaz. Diseñó una burocracia para el estado paraguayo, así como una magistratura y estableció un cuerpo de oficiales para la milicia. Llenó estos nuevos puestos con sus partidarios más capaces, muchos de los cuales provenían de la misma clase adinerada que López. Él creó conscientemente un nuevo aparato estatal para reemplazar las estructuras coloniales que habían constituído los fundamentos del régimen francista. Por sobre todo, el nuevo líder estaba deseoso de experimentar y de aprender de sus errores. Si sus impulsos básicos eran tan autoritarios como los del fallecido Dictador, él los equilibraba con una flexibilidad que podría ser vista como “liberal”.

Al principio, López fue muy receptivo a los desafíos del comercio. Mientras el Dictador Francia se había limitado a adaptar el rígido mercantilismo del viejo sistema español a sus propios fines, López buscó un equilibrio más moderno entre las necesidades fiscales y los intereses mercantiles. El era consciente que el desarrollo económico paraguayo dependía de los mercados de las provincias de abajo y quiso intensificar estos contactos -aunque jamás al costo de ver disminuido el poder estatal. Esta actitud la había heredado de Francia.

La perspectiva moderna del nuevo líder le permitió apreciar las nuevas influencias extranjeras. López las evaluó cuidadosamente, rechazando aquellas que podrían involucrar al Paraguay en ideas radicales o disputas externas. Uno de los primeros conflictos que llamó su atención tenía ya varios años de existencia cuando él llegó al poder; este se ubicaba al este del Río Uruguay, en Rio Grande do Sul.

 

LAS REBELIONES Y RECONCILIACIONES EN EL ESTE

En la década del ‘30, cuando Francia se quejaba de las intervenciones del “aquel salvaje ladrón, el carpintero Ferré” en Misiones, también se sucedían conflictos al otro extremo de la ruta que llevaba a Itapúa, en Río Grande do Sul. Durante años, los estancieros riograndenses estuvieron molestos por el sistema de impuestos interprovinciales del Brasil, que les deficultaba competir con Buenos Aires en el mercado del charqui (carne seca) de Río de Janeiro y São Paulo.

El gobierno imperial mostró poca inclinación a aprobar una legislación proteccionista que apuntalaría la industria ganadera en el sur. Con pocas oportunidades de remediar esta situación dentro del imperio, los riograndenses rompieron los vínculos con el Brasil en septiembre de 1835 y fundaron una república independiente. Esto desencadenó la Rebelión de los Farrapos, un conflicto que duró diez años y tuvo profundo impacto en el comercio del Río Uruguay.

La llamada Farroupilha provocó una oleada de migrantes al Alto Plata. Muchas familias, huyendo de la violencia, cruzaron el Uruguay hacia territorios correntinos y paraguayos. Estos refugiados, entre quienes había indígenas y esclavos fugitivos, fueron en general bien recibidos como colonos. Muchos comerciantes también se unieron al éxodo, reubicándose hacia el oeste, en la margen derecha del río, para reestablecer allí sus operaciones mercantiles. Este movimiento de refugiados fue el primer paso en la repoblación de las Misiones, zona casi deshabitada desde la expulsión de los jesuítas.

Sao Borja se rindió ante los Farrapos en octubre de 1835 y permaneció en su poder casi una década. Sin embargo, esto no alejó a Sao Borja del conflicto, porque las fuerzas de guerrilleros imperiales permanecieron activas en la zona. En muchas ocasiones, la caballería de un lado cruzaba el río persiguiendo a las tropas de la ribera opuesta, originado refriegas entre correntinos y paraguayos.

En la década del ‘30, São Borja era poco menos que un espacio abierto rodeado por bosques. La mayoría de sus 1.000 residentes permanentes hablaba solamente el guaraní y trabajaba en granjas y en la agricultura de autoconsumo.98 Pese a que su puerto carecía de muelle y sólo disponía de seis chalanas para transportar los productos, este pequeño pueblo era una conexión clave de una red comercial que se extendía desde Asunción y Corrientes hasta Montevideo. Como resultado, a principios de la década del ‘40, este  puerto primitivo servía “ a más de 100 pequeños buques de diez a treinta toneladas.”99

El comercio con el Alto Plata fue importante para los Farrapos por los ingresos que proporcionaba a su gobierno republicano; por las importaciones regulares de yerba y tabaco y por los caballos y mulas necesarios para mantener el conflicto armado. Ambos bandos reconocieron la naturaleza estratégica de las monturas para la caballería rebelde. Como lo resaltara un representante paulista de la Cámara Imperial de Diputados: “Los rebeldes tienen 12.000 caballos y 12.000 caballos son casi 12.000 hombres (...) Quien tenga la mayor tropa de caballos ganará.”100

No se dispone de ninguna estadística confiable sobre la cantidad de caballos y mulas que entraba a Río Grande desde el Alto Plata durante el conflicto, pero un informe gubernamental indicaba un “gran número” de caballos pasando por los distritos de Alegrete y Missoes (bordeando Corrientes) en 1841.101  Cuando la adquisición de caballos por medio del comercio legal resultaba difícil o poco práctico, los combatientes invadían territorio correntino, llevándose todo el ganado que deseaban. Luego de tales incursiones en 1844, el gobernador de Corrientes presentó una petición al Comandante Imperial en nombre de los ganaderos de Santo Tomé y La Cruz, que reclamaban una pérdida de más de 10.000 pesos en caballos y ganado robados.102

A veces el conflicto obstaculizaba la cosecha de la yerba riograndense. Allí, al igual que en otras zonas a lo largo del Río Uruguay, la industria de la yerba había disminuído desde finales del período colonial. La rebelión de los Farrapos empeoró aún más las condiciones. Mientras al norte continuaba la explotación de los yerbales, tal actividad estaba sujeta a una incierta provisión de mano de obra, y después de todo, al Gobierno riograndense le interesaba crear vínculos comerciales con el Paraguay. La importación de la yerba paraguaya ocupó un papel importante en un mercado tradicionalmente dominado por el producto nacional.

Los ingresos de Itapúa a principios de 1840 sugieren que el comercio fue menos afectado por la guerra de lo que podría suponerse. Las tiendas de ventas al por menor tenían mercaderías de todo tipo y mensualmente llegaban nuevos embarques desde São Borja.103 En 1841 Jordan Luiz de Araujo, comerciante riograndense, dirigía uno de esos establecimientos en Itapúa, con estanterías que exhibían grandes existencias de importaciones europeas valuadas de modo sorprendente en 22.244 pesos. Más tarde, Araujo fue propietario de un negocio de ramos generales en São Borja, donde distribuía principalmente tabaco y yerba paraguaya.104 El abastecimiento de estos dos productos siguió siendo considerable, debido al equilibrado volúmen del comercio. La muerte de Francia tuvo poco impacto sobre Itapúa.

La rebelión amenazó desestabilizar sólo momentáneamente el equilibrio de fuerzas políticas dentro de la región. Los Farrapos tenían actitudes contradictorias hacia sus vecinos hispano-parlantes. Algunos previeron la creación de un nuevo estado que incluyera a Entre Ríos, Corrientes, Río Grande do Sul, Uruguay y quizás el Paraguay. Otros, entre ellos el caudillo republicano Bento Gonçalves, siguieron esperando algún tipo de relacionamiento federal con el Brasil.105

Estas eran sólo utopías, incluso en el apogeo del éxito de los rebeldes. Francia se mostró muy frío con los Farrapos, sin duda porque no se atrevía a arriesgar el deseado reconocimiento por parte del Brasil a la independencia paraguaya. Su sucesor C.A. López, al notar la derrota de los Farrapos, tampoco demostró agrado por la aventura en Río Grande do Sul.

El Gobierno correntino se mantuvo alejado hasta principios de 1840, cuando la necesidad de vengarse del gobernador bonaerense Juan Manuel de Rosas (1793-1877), inspiró una breve alianza con los Farrapos. Los tropas leales a Rosas habían asesinado 800 prisioneros correntinos después de la batalla de Pago Largo en 1839. Muchas familias de la élite perdieron a sus hijos en la masacre. Este derramamiento de sangre trajo consigo una década de violencia para Corrientes, interrumpida sólo ocasionalmente por cortos períodos de calma.

El deseo de venganza llevó a los correntinos a buscar aliados, aun entre los Farrapos. En este caso, el intento estaba destinado desde el principio al fracaso, porque los rebeldes ya estaban en retirada y no podían ofrecer ayuda a Corrientes. No obstante, los riograndenses gustosamente llegaron a un acuerdo común sobre los intereses políticos dentro del Alto Plata. En enero de 1842, los enviados Farrapos firmaron un pacto secreto con el Gobernador Ferré que abrió las relaciones comerciales a lo largo del Uruguay, enfatizando el propósito común de eliminar el contrabando. El acuerdo obligó a los Farrapos a desarmar a cualquier oponente de Corrientes que pudiera realizar negocios desde territorio riograndense, y se les ordenó a los correntinos, de igual modo, expulsar cualquier agente imperial de la provincia.106

Estos vínculos resultaron imposibles de mantener. Entre 1841 y 1848, Corrientes tuvo siete administraciones diferentes, ninguna de las cuales logró verdadera autoridad dentro de la provincia. En Río Grande do Sul, la causa Farrapo estaba muriendo. Aun con la ayuda de aventureros europeos como el notable Giuseppe Garibaldi, las fuerzas republicanas estuvieron constantemente a la defensiva. En marzo de 1843, São Borja e Itaqui se rindieron ante el Ejército Imperial y los rebeldes transportaron todas las reservas de tabaco, papel, ropa y otros objetos de valor hacia el lado opuesto del río.107

Derrotados y exhaustos, los Farrapos aceptaron finalmente los generosos términos de paz del Emperador en febrero de 1845, en virtud de lo cual a los oficiales del ejército rebelde pudieron reintegrarse a las fuerzas imperiales con los mismos rangos que poseían bajo el régimen Farrapo: Para satisfacer las demandas de la economía ríograndense, el Gobierno Imperial había establecido ya un 25 por ciento de impuesto a la importación del charqui platense, concesión que desarrolló la importancia a Río Grande do Sul en el comercio interior, debilitando el interés de contactos con el Alto Plata.108

La pacificación de Río Grande do Sul no conduciría rápidamente a una paz definitiva, debido a que el conflicto entre Corrientes y las fuerzas de Rosas siguió perjudicando el comercio en el Uruguay. Sin embargo, la derrota de los Farrapos señaló un nuevo rumbo al desarrollo político del Alto Plata. Ahora el Imperio tenía el firme control en Sao Borja e Itaqui, lo que facilitó la reorientación de la vida económica de esta región hacia el Brasil. La tendencia separatista de los riograndenses ya no se mezclaba con la del Alto Plata.

La unión política con sus vecinos hispánicos era ahora menos atractiva para los riograndenses, debido a que su crecimiento comercial podía realizarse dentro del Imperio. No obstante, los brasileños de todas las tendencias políticas siguieron apoyando un rol independiente para Corrientes, el Paraguay y la Banda Oriental, dado que ese proyecto autonómico podía contrarrestar la hegemonía de Buenos Aires.

 

EL RÍO PARANÁ Y EL CONFLICTO DE LA LIBRE NAVEGACIÓN

Como el comercio paraguayo en la región del Río Uruguay sobrevivió relativamente intacto al conflicto, Carlos Antonio López vio con indiferencia la muerte de la causa Farrapo en 1845. Esto se debió parcialmente a que temía irritar al Brasil, pero también porque estaba más preocupado por la política y los sucesos que se registraban a lo largo de la decisiva vía fluvial del Paraná.

En las décadas precedentes, Francia había llevado hasta sus límites la tendencia paraguaya al aislacionismo, condicionando cualquier comercio en el Paraná al reconocimiento de la independencia de su país. Pero esto era algo que los porteños rehusaron conceder. Los gobernantes de Corrientes, durante esos mismos años, no pudieron resistirse a la atracción del sur, privilegiando en cambio alguna fórmula para alcanzar la coherencia regional, que respondiera a la necesidad común de una libre navegación de los ríos hasta el Océano Atlántico.

La libre navegación significó en esencia la internacionalización de los ríos, tomando como ejemplo a la Convención del Rin de 1804-1805, que abrió el citado río europeo a todas las banderas. Si se lograba que las potencias europeas reconocieran los derechos de Corrientes en este aspecto, podría impedirse legalmente -con su apoyo- cualquier intento de cierre de los ríos por Buenos Aires.

Buenos Aires se adhirió a una política firme de control del tránsito del río, que perjudicaba a los habitantes del Alto Plata. Los comerciantes de la región norte querían recibir los cargamentos extranjeros directamente, sin la fijación de impuestos por otras provincias. Como los buques extranjeros subían más arriba de Buenos Aires, los comerciantes pedían el derecho de transbordar la carga de las provincias de abajo sin tener que pagar aranceles a los porteños. Buenos Aires rehusó de modo inflexible otorgar este privilegio.

Con menor razón aún, los porteños tampoco querían conceder el acceso extranjero a los ríos internos. La libre navegación era importante, en esa epoca, sólo como símbolo político. Antes del surgimiento del buque de vapor, el tránsito por el río con destino al Alto Plata era lento y costoso: navegar las 1.600 kilometros desde Montevideo hasta Corrientes podía demorar 112 días, y pocos comerciantes extranjeros estaban dispuestos a costear los gastos necesarios. El cónsul británico expresó en Buenos Aires:

“La gente de estos países no debería continuar engañándose con el sueño del Dr. Francia, que puede aprovecharse del interés de los comerciantes europeos haciéndolos incurrir en riesgos y gastos innecesarios de enviar sus propios buques, tan poco preparados para la navegación de los ríos, internándose a tantos cientos de millas en el interior del continente sudamericano en busca de un cargamento que en toda época se consigue en las desembocaduras de los puertos marítimos.” 109

Durante estos años, Juan Manuel de Rosas expresó la postura de Buenos Aires sobre el tema de la navegación platense. Su largo gobierno (1829-1852) fortaleció la decisión de la ciudad porteña de someter completamente al reacio nordeste bajo su dominio. Aunque la figura de Rosas se ha obscurecido por un siglo de polémicas, quizás pueda describirselo como un hábil defensor de los intereses de la ganadería costera. Él se ubicaba a sí mismo, sin embargo, como un paladín de los derechos provinciales, con una inconexa interpretación federal del estatismo argentino. Rosas prefería ignorar los derechos de cualquier provincia que no fuera la suya.

Reprimió despiadadamente toda oposición unitaria a su régimen en Buenos Aires y luego se propuso restaurar la autoridad de la ciudad-puerto sobre todo el antiguo virreinato. No obstante, Rosas era un hombre cauto y prefería dividir a sus enemigos antes que actuar contra ellos. Por lo tanto, vió al comercio del río como un grifo que debía abrir y cerrarse según su conveniencia. Después de todo, el Alto Plata no era su prioridad; dicha región nunca significó durante su gobierno más del 6 por ciento del comercio porteño en el río.110 El Alto Plata pudo haber necesitado de Buenos Aires, pero ésta no necesitaba del Alto Plata y Rosas lo sabía. De acuerdo a las coyunturas, privilegiaba al Paraguay sobre Corrientes o viceversa, impidiendo de este modo la creación de un frente regional en su contra.

Pese a sus maniobras diplomáticas, la política de Rosas en relación al comercio del Alto Plata mostró una notable firmeza: no toleraría la libre navegación de los ríos interiores. El líder porteño insistió en que Buenos Aires era el único puerto legal de entrada y utilizó leyes estructuradas por sus predecesores unitarios para controlar los aranceles de la ciudad-puerto. Los opositores de Rosas sostenían que esta política negaba a Corrientes su justa participación de los ingresos provenientes del comercio; todas las provincias contribuían en el comercio, argumentaban éstos, pero únicamente Buenos Aires se beneficiaba con las ganancias.

Rosas pudo imponer su política porque muchos líderes en el Litoral, pese a desear alguna participación en los ingresos aduaneros, no veían un beneficio inmediato en el libre comercio. Y aunque quisieran oponerse al control porteño sobre la aduana, tenían problemas de orden militar más graves que resolver.

No obstante, las circunstancias cambiaron en 1830. Viendo las posibilidades de comerciar con el extranjero por vía fluviales y como las noticias provenientes de Montevideo penetraron lentamente en los círculos gobernantes del Alto Plata, Rosas se vió más presionado a reconsiderar este punto. Sus aliados de la región empezaron a preguntarse cuándo participarían también ellos de los beneficios del creciente comercio.

La verdadera prueba para el Alto Plata sobrevino a principios de la siguiente década, con la muerte del Supremo Dictador, un antiguo enemigo de Rosas. Los ojos se tornaron hacia aquélla “tierra de hadas del Paraguay, guardada por tanto tiempo por aquel ogro fabuloso, el Dr. Francia”.111 La comunidad mercantil extranjera de Buenos Aires respondió con interés a las nuevas posibilidades comerciales, así como los gobiernos de Corrientes y Montevideo y el mismo Rosas.112

Carlos Antonio López consideró cuidadosamente los méritos de los distintos pretendientes. Igual que el Dictador Francia, él consideraba al comercio como una cuestión política, en mucho sentidos. No hubo protestas públicas por el aumento del comercio registrado desde la muerte del Dictador y sus dóciles compatriotas otorgaron carta blanca a López para tratar con los estados extranjeros según lo que él considerara conveniente. Luego de cierta reflexión, decidió apartarse de la anterior política de aislamiento y decidió enfrentar a Rosas.

Uno de los primeros experimentos de López fue la negociación de dos tratados con Corrientes. La élite gobernante de dicha provincia no le tenía aprecio a Rosas. Aunque López estaba poco dispuesto a comprometer sus fuerzas en un conflicto ajeno (como el de los farrapos), pensaba que la unión con los correntinos debilitaría la autoridad del gobernador porteño en la región. López sabía que la vieja crisis política en Misiones, entre Corrientes y el Paraguay, no había beneficiado a ninguno de los dos.

Consideró entonces conveniente recibir a los enviados de Ferré y, en julio de 1841 se firmaron los tratados sobre comercio y limites en Asunción que asignaron al Paraguay los territorios del norte del Río Aguapey y concedían el control de los asentamientos del Apipé y el Río Uruguay a Corrientes. Los vados del río de Itatí, Yabebirí e Itapúa, en el Alto Paraná, fueron declarados abiertos al comercio correntino, como lo fue Pilar en el Paraguay. En reconocimiento a la unidad cultural y linguística de las dos partes, el tratado declaró que “los hijos de ambos estados serán considerados nativos de uno y otro (...) con el libre ejercicio de sus derechos.”113

Estos acuerdos probablemente fueron considerados transitorios tanto en Corrientes como en el Paraguay. Ferré necesitaba reducir los disturbios en la frontera norte, para poder concentrarse por completo en su lucha contra los porteños. Los paraguayos, por su parte, estaban ansiosos por restaurar algo del comercio a lo largo del Paraná, manteniendo abierta la ruta comercial a São Borja. Para demostrar su buena fe, estos empezaron a evacuar la población del sur de Misiones y aparentemente su comercio volvió a crecer. 114

Como resultado de estos tratados, 1841 fue un buen año para el comercio del Paraná en el Alto Plata. El periódico oficial correntino, El Nacional Correntino, expresó gran satisfacción por el arribo de las chalanas paraguayas, “extremadamente sobrecargadas” con productos de ese país.115Pilar también gozó de los beneficios del nuevo acuerdo. Más de setenta comerciantes paraguayos fueron inscriptos como trocadores de yerba por mercancías en dicha ciudad, entre julio y diciembre y se envió desde Asunción cierta cantidad de divisas fuertes para cubrir el costo de otros productos que entraban a Pilar durante el mismo período. 116.

Dado que los comerciantes extranjeros residentes no podían exportar metálico legalmente, éstas divisas sin duda eran convertidas en yerba y tabaco enviadas al sur. Los embarques de mercaderías desde Pilar a Asunción también aumentaron, desde julio a diciembre, en proporción de uno a cuarenta y cinco.117

Los tratados de 1841 enfurecieron a Rosas. Cuestionaban su pretendido derecho de conducir las relaciones exteriores de todas las provincias argentinas y también aprobaban límites que no eran de su agrado. Los tratados reconocían esencialmente la independencia paraguaya, un paso que Rosas se había opuesto firmemente a dar. Como López sin duda lo sabía, los acuerdos de 1841 eran de limitada utilidad. Tenían la fuerza para estabilizar las condiciones a lo largo de la frontera sur del Paraguay y promover la entrada de buques mercantes al Alto Plata.118 Pero los tratados estaban ligados al poder del gobierno de Ferré, un régimen cuya continuidad corría riesgos ante la oposición porteña. En diciembre de 1842, los correntinos y sus aliados uruguayos sufrieron una derrota masiva frente a las fuerzas Rosistas en Arroyo Grande, Entre Ríos. Los Rosistas emprendieron camino hacia el sur de Corrientes y al cabo de un par de semanas, ocuparon la mayor parte de la provincia. Ferré pasó al Paraguay, huyendo del fracaso, y luego fue al exilio en Río Grande do Sul. López tenía una frontera aún menos segura que antes.119

Una nueva esperanza surgió justo en ese momento, en la persona de George J.R. Gordon, un agente comercial británico. Este caballero, miembro consular de la legación británica en Río de Janeiro, había viajado por ruta terrestre desde São Borja hasta Itapúa y desde allí a Asunción, llegando en octubre de 1842. El propósito de su visita a la región consistía en obtener información “acerca de la disposición del Gobierno [paraguayo] con respecto al intercambio comercial (...) y, en general, sobre los recursos comerciales y posibilidades del país”.

Gordon no tenía autoridad para firmar tratados. Sus informes a la cancillería británica confirmaron que López, pese a estar interesado en el comercio exterior, sospechaba de cualquier contacto acordado sin el previo reconocimiento de la independencia paraguaya. Gordon permaneció varias semanas en Asunción y recibió grandes muestras de hospitalidad.

Hacia el final de su visita, Gordon se involucró en un conflicto al distribuir a los paraguayos vacunas contra la viruela, sin antes solicitar permiso del Gobierno. Asombrado de que un extranjero se tomara tales libertades, López lo expulsó del país. Gordon se fue sin haber obtenido ninguna concesión comercial. Así terminó un breve episodio, en el cual parte del Alto Plata percibió un nuevo interés en su comercio, pero una vez más, como tantas otras veces, la política impidió que se estrecharan vínculos concretos. Gordon resumió su visita ala región describiendo al Paraguay como una tierra de grandes pero irrealizables posibilidades. “”El Paraguay no es nada”, concluyó él, “no vale nada y no tiene posibilidad de nada en su estado actual y bajo el sistema de gobierno actual”. 120

Era una opinión demasiado dura. Gordon había actuado de modo imprudente e inexperto. El estado paraguayo tenía buenas razones para sospechar de las intenciones extranjeras y después de todo, apenas habían transcurrido dos años de la muerte de Francia. El nuevo régimen en Asunción no tenía experiencia con tales propuestas. Los británicos se mantuvieron escépticos, y no estaban dispuestos a arriesgar relaciones diplomáticas con el Paraguay contra los deseos expresos de los porteños.

A mediados de 1840 resurgió el caos en el Alto Plata. El gobierno pro-Rosas impuesto en Corrientes en diciembre de 1842, resultó efímero y pocos meses después la provincia se hallaba nuevamente alejada del gobernador porteño. Conforme a su sistema, Rosas trató de ganar ventaja de esta situación, dividiendo a sus opositores de la región. A los paraguayos les tendió una mano de amistad, aunque no la del reconocimiento. En abril de 1843 Rosas alegó en una nota a López que quería buenas relaciones con el Paraguay y denunció que el Brasil y los unitarios estaban planeando en ese momento una invasión al Paraguay desde Corrientes, como primer paso en la conquista de las provincias de abajo.121 Esta intriga surtió efectos en la suspicacia de los paraguayos, pero por el momento López mantuvo una política de neutralidad con el sur.

En cuanto a los correntinos, Rosas se comportó con abierta hostilidad. Enterado que los barcos de Corrientes habían comerciado con puertos controlados por los unitarios sin pagar aranceles a sus agentes, Rosas impuso un bloqueo casi absoluto sobre la provincia rebelde, exceptuando intencionalmente de sus críticas más severas a los paraguayos.122

Como Rosas esperaba, este trato diferencial, indispuso a Corrientes contra el Paraguay y en octubre de 1844, el Gobierno correntino decretó que todos los buques que portaran la insignia porteña o que comercializaban con Buenos Aires podían se retenidos indefinidamente. Esta medida estaba obviamente dirigida contra los barcos paraguayos.123 López tomó rápidamente represalias, deteniendo  a todos los buques correntinos que surcaban en ese momento aguas paraguayas. 124 Rosas había tenido éxito en enfrentar a las dos partes del Alto Plata.

Este estado de cosas duró sólo dos meses, hasta que el Brasil entró en escena. El Imperio ya había llegado a un acuerdo con los Farrapos en Río Grande do Sul y dirigiendo su atención hacia el vecino Alto Plata, el Ministro brasileño de Relaciones Exteriores se ofreció como mediador entre López y los correntinos. El objetivo de los brasileños de organizar un conflicto generalizado contra Rosas, se logró con pocas dificultades.

José Antonio Pimenta Bueno, un diplomático de carrera, había llegado a Asunción unos meses antes para acordar el reconocimiento brasileño a la independencia paraguaya, que se efectuó en octubre de 1844.125 A principios de diciembre, él ayudó a fraguar un acuerdo paraguayo con Corrientes, que clarificaba el reglamento de los barcos mercantes e implícitamente obligaba a los dos gobiernos a una alianza anti-porteña.126

Esta coalición se afirmó todavía más en los meses siguientes. Rosas había respondido a la distensión paraguayo-correntina, bloqueando inmediatamente el comercio de todos los estados del Alto Plata.127 El Restaurador trató de salvar lo que pudo de un acuerdo con el Paraguay, escribiendo a López que “nadie más que [él] lamentaba la problemática situación del Paraguay”, y las dificultades con las que se enfrentaba para transportar sus productos y mejorar sus beneficios.128 En efecto, Rosas había recibido a varios enviados paraguayos durante los dos años anteriores, pero no les había prometido nada. Pese a sus palabras, él rehusó sistemáticamente a cooperar de modo significativo.

 

EL LOGRO DE LA LIBRE NAVEGACIÓN

A fines de 1840, Juan Manuel de Rosas parecía había reafirmado su dominio sobre los asuntos Platenses. El Paraguay, aunque más deseoso que antes de impulsar el comercio externo, permaneció en los primeros años del gobierno de López casi tan aislado como en los tiempos de Francia. Los rosistas dominaron una vez más las provincias del Litoral; la intervención anglo-francesa era sólo un recuerdo e incluso el Brasil parecía inactivo.

La dominación rosista resultó efímera. Rosas se negó a abandonar su oposición a la independencia uruguaya, lo cual impulsó al Brasil a romper las relaciones diplomáticas con Buenos Aires en octubre de 1850, para aliarse con el Paraguay dos meses más tarde. Rosas pudo haber presagiado el giro de los acontecimientos, pero sorpresivamente, en mayo de 1851, Urquiza -probablemente el general más capaz del ejército rosista- se enfrentó a su ex-jefe.

Urquiza era un hombre de grandes ambiciones y tenía mucha autoridad en su nativa Entre Ríos y en Corrientes. Además de sus logros en la milicia, en 1840 empezó a adquirir tierras, y a fines de la década era el mayor terrateniente de Entre Ríos y el principal propietario de saladeros de la provincia. Sin embargo, Urquiza nunca pudo obtener grandes beneficios de estas posesiones, debido a que Rosas no permitía la libre navegación en las provincias del Litoral.

Rosas comprendió que las condiciones objetivas favorecían la traición de Urquiza y comenzó a tratar con mucha suspicacia a su lugarteniente. En lugar de esperar el inevitable castigo que generalmente se daba a los rivales, el entrerriano decidió actuar. Primero Entre Ríos y luego Corrientes declararon la guerra a Rosas y en cuestión de semanas estas provincias del Litoral estaban unidas con el Brasil en un movimiento contra el líder porteño. Benjamín Virasoro aparentemente cambió de lado, uniéndose él también a su viejo mentor, Urquiza. El Paraguay también aprobó esta alianza con la condición de que el nuevo gobierno argentino reconociera su independencia.

Las operaciones militares comenzaron en el Uruguay, donde los aliados aplastaron a los rosistas en octubre. La antigua estrategia de Rosas basaba la seguridad de su régimen en la lealtad de líderes provinciales, lo que le permitía concentrar sus fuerzas contra ejércitos que ellos no podían controlar. Esto fue un error, porque, al final ya no pudo confiar en sus propios aliados. Las tropas de Urquiza cruzaron el Paraná a fines de 1851 y marcharon hacia el sur por Santa Fé y las provincias del norte de Buenos Aires. En Caseros, las fuerzas de coalición derrotaron al mal preparado ejército de Rosas en febrero de 1852. Rosas huyó protegido por un combatiente británico, quien lo condujo a un largo exilio hasta su muerte en Inglaterra.

En la tregua que sucedió a la batalla, Urquiza, hombre del Litoral, insertó cláusulas para liberar la navegación y abolir los impuestos interprovineiales.146 Pronto éstos cláusulas se convirtieron en los artículos 12 y 26 de la Constitución de 1853. En julio, el nuevo gobierno porteño reconoció oficialmente la independencia del Paraguay, extendiendo a los habitantes de dicho país el mismo derecho para la libre navegación que tenían los correntinos, entrerrianos y ciudadanos de otras provincias del Litoral. Este acuerdo también comprendía un arreglo sobre límites entre el Paraguay y la Confederación Argentina, por el cual Apipé y Candelaria fueron asignados a la Confederación, mientras se garantizaba el libre paso a los paraguayos entre Encarnación y São Borja.147

Con el nuevo orden de cosas, el fundamental conflicto de intereses entre Buenos Aires y los estados Platenses del noreste seguía afectando la vida económica del Alto Plata. No quedó claro si la relación con Corrientes (la única parte de la región que permanecía dentro de la confederación) evolucionaría en dirección a la asociación o hacia la dominación porteña. Después de la caída de Rosas, la Confederación Argentina adoptó una estructura federal legal que dió a Buenos Aires el mismo rol político que las demás provincias.

En términos de política fiscal, las autoridades de la Confederación querían nacionalizar las recaudaciones de aduana, hasta entonces bajo el exclusivo control de Buenos Aires. Sin embargo, las élites porteñas rechazaron por unanimidad esta estructura que reducía tanto su influencia como sus beneficios. Al cabo de un año, forzaron el retiro de la provincia de Buenos Aires de la Confederación. Buenos Aires por una parte y la Confederación, con su capital en Paraná, permanecieron aislados entre si unos años.

Pero el Alto Plata finalmente logró dos de sus objetivos políticos fundamentales. Los paraguayos habían ganado el reconocimiento de un gobierno con base en Buenos Aires y Corrientes ahora estaba incorporada dentro de la estructura política federal  argentina, que al menos teóricamente. le daba a ésta la misma posición legal que Buenos Aires y las otras provincias.

La paz posibilitó no sólo un ambiente más estable para el comercio, sino también el surgimiento de nuevos patrones comerciales en la región. Los Gobiernos del Alto Plata habían pasado más de una década definiendo cuál sería su política comercial si la libre navegación se hacía realidad, En 1842, Corrientes adoptó casi en su totalidad el Código Comercial español de 1829. Este órgano legal, más moderno que cualquiera de los anteriores, aún estaba teñido de mercantilismo en el sentido que priorizaba la obtención de ingresos por sobre todo.148

El enfoque de Carlos Antonio López fue más complejo; él estaba construyendo no sólo una política de comercio, sino un aparato estatal completamente nuevo que debía responder a los cambios operados en su país. Mucho más que Francia, López era exponente de la elite. Excepto en el principio, rara vez buscó el apoyo activo de los chacareros, concentrándose más bien en los adinerados terratenientes.

Por ejemplo, el congreso que se reunía cada tanto durante su gobierno estaba compuesto sólamente por terratenientes. Las políticas de comercio que desarrolló favorecieron en primer lugar al estado paraguayo (a menudo entendido como la familia López); en segundo lugar, a la pequeña aristocracia del interior (que tenía la mayor cantidad de ganado para vender); en tercer lugar, a los comerciantes extranjeros (cuyo oficio posibilitó el comercio); y por último a los chacareros que con tanta lealtad siguieron al anterior Dictador. Los campesinos sin tierra y la población indígena sólo interesaban a López en su calidad de mano de obra.

En 1842, López aprobó una serie de reglamentaciones aduaneras que reflejaban estas prioridades. Fijó altos aranceles a la importación, en una tasa del 40 por ciento para artículos que podían ser producidos en el Paraguay. La seda, joyas y relojes pagaban un impuesto de importación de 25 por ciento, mientras la sal pagaba tres  reales la fanega. Todas las demás importaciones pagaban 15 por ciento, excepto los instrumentos científicos y mapas que entraban libre de impuestos. En cuanto a los productos paraguayos, López ordenó un pequeño arancel de dos reales por cada cuero exportado y 5 por ciento, de arancel para las demás exportaciones.

Fue más generoso aún con aquellos exportadores que pudieran descubrir “invenciones útiles” y los que comercializaban artículos manufacturados como bebidas espirituosas paraguayas, rapé, aceite vegetal y jabón. Estos productos podían ser exportados libres de impuestos. La prohibición de exportar monedas (o cualquier metálico de valor) siguió en vigencia. López adjuntó a estas reglamentaciones, detalladas y pedantes instrucciones dirigidas a los jefes y autoridades aduaneras sobre cómo debían cobrarse los aranceles y los honorarios imprevistos.149

A diferencia de Ferré y otros gobernadores correntinos, cuyas inclinaciones mercantilistas se expresaban principalmente por medio de aranceles proteccionistas, López siguió una política comercial monopolista que recordaba al modelo Borbón. Consideraba apropiados los estrictos controles sobre el comercio; la salud fiscal del Estado paraguayo era más importante que las teorías sobre la empresa privada. Esta actitud explica la extensión y el detalle de sus reglamentaciones de 1842.

Seis años después de la promulgación de estos decretos, el Gobierno paraguayo incorporó las veintiún comunidades indígenas autónomas (“pueblos de indios”) al patrimonio nacional. Aparentemente, esta medida convirtió en ciudadanos a miles de indígenas asentados en el país. En realidad, esta incautación de los pueblos aumentó ampliamente el potencial comercial del Estado, no sólo liberando una gran fuerza laboral hasta el momento sub-utilizada, sino también cediendo al Gobierno el control de algunas de las mejores haciendas, tierras de labradío y yerbales del Paraguay.

En esencia, fue abolida una institución arcaica para dar lugar al comercio. La economía cerrada del Paraguay, fomentada durante la era de Francia, estaba en 1852 casi en su totalidad reestructurada en favor de relaciones comerciales abiertas con las provincias de abajo. Se abrieron nuevas oportunidades para el Estado y los especuladores privados y ninguno de ellos mostró interes por volver al aislacionismo anterior.

 

NOTAS

97.Solamente los pardos se conservaron como categoría étnica diferente dentro del censo de 1846, aunque el número de individuos denominados agregados, parece incluso haber aumentado para esta última fecha otro indicio de que el período de Francia experimentó poco progreso social. Ver John Hoyt Williams, “Observations on the Paraguayan Census of 1846” en Hispanic American Historical Review 56:3 (Agosto 1976): 424-37.

98Alexandre Baguet, Rio Grande do Sul et le Paraguay. Souvenirs de Voyage (Anvers, 1873), pág. 40.

99.           Informe de George J.R. Gordon a Lord Aberdeen sobre su visita al Paraguay, 1842. Hampton Wick, 29 de abril de 1843, PRO-FO 13/302, pág. 101.

100.Jornal do Commercio (Rio de Janeiro), 27 de julio de 1841. Ver también Spencer Lewis Leitman, Raízes Sócio-Económicos da Guerra dos Farrapos (Rio de Janeiro), 1979), pág. 37.

 101. Saturnino de Souza e Oliveira a José Clemente Pereira. Porto Alegre, 28 de mayo de 1841, AHRGS, caixa 8, nro. 34. Entre marzo y junio de las años anteriores, el receptor de Curuzú Cuatiá informó sobre la exportación de 486 caballos a Rio Grande. Probablemente muchos más pasaron de modo clandestino. Ver Comprobantes. Curuzú Cuatiá, marzo-junio de 1840, AGPC-EA 1840, legajo 62.

102.Joaquín de Madariaga, Gobernador de Corrientes, a Barao de Caxias. Corrientes, 1 de octubre de 1844, AGPC-EA 1844, legajo 71. Similares ataques fueron dirigidos contra los refugiados que vivían bajo la protección de los paraguayos. Ver Miguel Ferreira de Pampayo a José Gabriel Valle. Itapúa, 6 de mayo de 1842, ANA-SH 247, nro. 4.

103.Ver Francia al Receptor de Itapúa. 18 de septiembre de 1836, ANA-NE 2605; Francia al Receptor de Itapúa. 22 de agosto de 1837, ANA-S H 243, nro. 7; Francia al Receptor de Itapúa. 13 de diciembre de 1837, ibid.; Derechos de introducción y extracción. Itapúa, 31 de diciem-bre de 1841, ANA-NE 1325.

104.         Williams, Rise and Fall, pág. 130 [por equivocación Williams lo nombra «Trayo»); Jordan Luiz de Araujo a los Cónsules de la República. Itapúa, abril(?) 1841, ANA-SII 247, nro. 4.

105 Los pretextos para alguna forma de unión política entre Río Grande y los estados platenses fueron frecuentes durante estos tiempos conflictivos. Aún antes del estallido de la rebelión de los Farrapos, el filósofo argentino Juan Bautista Alberdi reflexionó sobre la necesidad de tal unión para oponerse a las pretensiones de los federalistas porteños. Ver Juan Bautista Alberdi a Juan Lavalle. Montevideo, 31 de octubre de 1833, en la Academia Nacional de Historia, Colección Enrique Fitte, Sección Organización Nacional, VIII-30. Hacia 1844, Bento Gonçalvez propuso la creación de una federación que pudiera unir Rio Grande no solamente al Brasil, sino también al Uruguay, Corrientes, y Entre Ríos; citado en Joseph L. Love, Rio Grande do Sul and Brazilian Regionalism 1882-1930 (Stanford, 1971), pág. 265, nro. 15.

106.Convención Secreta de Amistad. Corrientes, 29 de enero de 1842, Archivo Histórico do Rio Grande do Sul (AHGRS) Arquivo Alfredo Ferreira Rodrígues, caixa 213, nro. 17.

107José Miguel Galán, comandante de Santo Tomé, a Justo Díaz de Vivar. 7 de marzo de 1843, AGPC-CO 1843, legajo 77; Galán a Pedro Dionísio Cabral. Santo Tomé, 29 de marzo de 1843, ibid.

108Love, Rio Grande do Sul, págs. 14-15. 94

109Woodbine Parish, Buenos Ayres y las Provincias del Río de la Plata (Londres, 1852), pág. 237, 251. A principios de 1819, un comerciante británico advirtió sobre este mismo punto, en una frase que era aplicable veinte años más tarde: «El estado de civilización en el Paraguay es demasiado primitivo como para permitir una inmediata demanda de artículos de fabricación europea (...) nosotros nos damos cuenta de que en el Paraguay tales artículos no son requeridos, porque ellos no son conocidos; y sus necesidades deben ser creadas antes de intentar proveerles». Informe al Comodore William Bowles por un comerciante anónimo, Buenos Aires, 25 de diciembre de 1819, en G. S. Graham y R. A. Humphreys, eds. The Navy and South América, 1807-1823: Correspondence of the Commanders-in-Chief on the South American Station (Londres, 1962), pág. 290.

110. Jonathan Brown, A Socioeconomic History of Argentina, pág. 213.

111.William Hadfield, Brazil, the River Plate, and the Falklands Islands (Londres, 1854), pág. 305.

112.Con respecto a la reacción de la comunidad comercial de Buenos Aires a la muerte de Francia, ver British Packet and Argentine News, 16 de julio de 1842.

113Tratado de Límites. Asunción, 31 de julio de 1841, ANA-SH 245. Las tendencias expresadas en este tratado se manifestaron por varios meses. En marzo, los guardias de la frontera correntina fueron instruídos para mantener la "perfecta armonía y amistad" con sus contrapartes paraguayos. Ver Instruciones al Capitán Félix Cabrera. Corrientes, 11 de marzo de 1841, AGPC-CO 1841, legajo 74.

114Un censo de 1841 registra 320 habitantes para el distrito de Santo Tomé, incluyendo 37 brasileros, 3 paraguayos, 2 italianos, 1 español y 1 uruguayo. Federico Palma, «Santo Tomé. Crónica de su restablecimiento», en Revista de la Junta de Historia de Corrientes 4 (1969): 16.

115El Nacional Correntino, 1 de agosto de 1841.

116Derechos de extracción. Pilar, 31 de diciembre de 1841, ANA-NE 1905. Aprimera vista, la cantidad de 817 pesos parece despreciable, pero era importante en una economía aún dominada por el trueque. Introducción de especie. Pilar, 31 de diciembre de 1841, ANA-NE 1905.

117Guías otorgadas. Pilar-Asunción (1841), ANA-NE 724-727, 936-937, 1327, 1919, 1923-1924, 1986. Para un ejemplo de cómo se manejaba el trueque en este período, ver Comprobantes de Manuel Fernández. 8 de octubre de 1841, y Esteban Rams y Rubert. 28 de diciembre de 1841, ANA-NE 1905.

118La perspectiva de llegada de navíos extranjeros fue bastante real, en Corrientes, el gobierno recibió una nota del cónsul de los Estados Unidos en Montevideo, en la cual este último prometía dar a conocer a su gobierno que los puertos de Corrientes estaban abiertos ahora a barcos de todas las banderas. Ver William Hamilton al Ministro Secretario de Estado de Relaciones Exteriores de Corrientes. Montevideo, 21 de diciembre de 1841, AGPC-CO 1859, legajo 104.

 119 Mantilla, Crónica histórica, 2:83-84.

120.George J. R. Gordon, Report to Lord Aberdeen. (1843) En mi archivo, pág. 126.

121. Rosas a López y Alonso. Buenos Aires, 26 de abril de 1843, citado en Hebe Clementi, Rosas en la historia nacional (Buenos Aires, 1970), págs. 164-65.

122El texto exacto del decreto del bloqueo no ha salido a la luz, aunque se hace evidente en varias notas y cartas de la época. Ver Bando de Pedro Dionisio Cabral y Justo Díaz de Vivar. Paraná, 22 de abril de 1843, AGN X-5-7-6; Francisco Lizardo Garayo a Manuel Peña, Paraná, noviembre de 1843; Peña a Carlos Antonio López. Buenos Aires, 12 de noviembre de 1843, en ANA-CRB 1-29,24, 10, nros. 16,20.

123 Decreto de Joaquín Madariaga. Corrientes, 7 de octubre de 1844, ROPC V, págs. 213-16.

124 Decreto de Carlos Antonio López. Asunción, 14 de octubre de 1844, ANA-CRB 1-29, 24, 6, nro. 3.

125 Pedro F. Ribeiro, A Missáo Pimenta Bueno, 1843-1847, 2 vols. (Rio de Janeiro, 1965), págs. 74, 134-40.

126 Tratado del 7 de diciembre de 1844, El Paraguayo Independiente, 5 de julio de 1845.

127Decreto de Juan Manuel de Rosas. Buenos Aires, 8 de enero de 1845, ANA-CRB 1-29,25, 15, nro. 6.

186Rosas a López. Buenos Aires, 22 de marzo de 1845, ANA-CRB 1-29, 25, 15, nro. 7.

144La cifra de 11.000 animales proviene de un censo de ganado realizado a principios de dicho año. Informe de Pedro Virasoro. Santo Tomé, 9 de junio de 1849, AGPC-EA 1849, legajo 102. En cuanto a la destrucción de los asentamientos del Río Uruguay por las tropas de Wisner, ver Centeno, San Juan de Hormiguero, pags. 159-62.

145Cuaderno de Carga y datos. Receptoría de Restauración, 1850-1851, AGPC-EA 1850-51, legajos 105-112.

146. Higinio Arbo, Libre navegación de los ríos. Régimen jurídico de los ríos de la Plata, Paraná y Paraguay (Buenos Aires, 1939), págs. 114-15.

147 Tratado de Límites, Amistad, Comercio y Navegación. Asunción, 17 de julio de 1852, ANA-SH 298, nro. 17.

148. Mantilla, Crónica histórica, 1:378.

149.Reglamento de Aduana. Asunción, 13 de enero de 1842; Reglamento de la comisión del Resguardo de Aduana de la Villa del Pilar. Asunción. 17 de enero de 1842; Reglamento [sobre] buques nacionales y extranjeros. Asunción, 19 de enero de 1842. El Repertorio National 3, 5, 6,(1842).

Fuente: EL COMERCIO Y LOS CONFLICTOS FLUVIALES (1780-1840) - TRADICIÓN Y DESARROLLO EN EL ALTO PLATA. Por THOMAS WHIGHAM. Profesor de Historia Latinoamericana, Universidad de Georgia, Athens, Georgia EE.UU. Editorial EL LECTOR - www.ellector.com.py . Asunción – Paraguay 1999 (158 páginas)




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