ACTA DE INDEPENDENCIA DE LA REPÚBLICA DEL PARAGUAY
En esta ciudad de la Asunción de la República del Paraguay, a veinte y cinco de noviembre de mil ochocientos cuarenta y dos, reunidos en Congreso General Extraordinario cuatrocientos diputados por convocatoria especial de los señores cónsules, que forman legalmente el Supremo Gobierno, ciudadanos Carlos Antonio López y Mariano Roque Alonzo, usando de las facultades que nos competen, cumpliendo con nuestro deber, y con los constantes y decididos deseos de nuestros conciudadanos y con los que nos animan en este acto.
Considerando: Que nuestra emancipación e independencia es un hecho solemne e incontestable en el espacio de más de treinta años. Que durante este largo tiempo y desde que la República del Paraguay se segregó con sus esfuerzos de la metrópoli española para siempre, también y del mismo modo se separó de hecho de todo poder extranjero, queriendo desde entonces con voto uniforme pertenecer a sí misma, y formar como ha formado una nación libre e independiente bajo el sistema republicano, sin que aparezca dato alguno que contradiga esta explícita declaración. Que este derecho propio de todo Estado libre se ha reconocido a otras Provincias de Sur América por la República Argentina, y no parece justo pensar que aquél se le desconozca a la República del Paraguay, que además de los justos títulos en que lo funda, la naturaleza le ha prodigado sus dones para que sea una nación fuerte, populosa, fecunda en recursos y en todos los ramos de industria y comercio. Que tantos sufrimientos y privaciones anteriores consagrados con resignación a la independencia de nuestra República por salvarnos a la vez del abismo de la guerra civil, son también fuertes comprobantes de la indudable voluntad general de los pueblos de la República por su absoluta emancipación e independencia de todo dominio y poder extraño. Que consecuente a estos principios y al voto general de la República, para que nada falte a la base fundamental de nuestra existencia política, confiados en la Divina Providencia declaramos solemnemente:
Primero: La República del Paraguay en el de la Plata es para siempre de hecho y de derecho una nación libre e independiente de todo poder extraño.
Segundo: Nunca jamás será el patrimonio de una persona o de una familia.
Tercero: En lo sucesivo el Gobierno que fuese nombrado para presidir los destinos de la nación, será juramentado en presencia de Congreso de defender y conservar la integridad e independencia del territorio de la República, sin cuyo requisito no tomará posesión del mando. Exceptuase el actual Gobierno por haberlo ya prestado en la acta misma de su inauguración.
Cuarto: Los empleados militares, civiles y eclesiásticos serán juramentados al tenor de esta acta luego de su publicación. Quinto: Ningún ciudadano podrá en adelante obtener empleo alguno sin prestar primero el juramento prevenido en el artículo anterior.
Sexto: El Supremo Gobierno comunicará oficialmente esta solemne declaración a los Gobiernos circunvecinos y al de la Confederación Argentina, dando cuenta al Soberano Congreso de su resultado que la mande publicar en el territorio de la nación con la solemnidad posible, y la cumpla y haga cumplir como corresponde.
Dada en la Sala del Congreso, firmada de nuestra mano, sellada con el sello de la República, y refrendada por nuestro Secretario.
[El Paraguayo Independiente, Asunción, 14 de junio de 1845]
Fuente: LA DECLARACIÓN DE LA INDEPENDENCIA DEL PARAGUAY. Por RICARDO SCAVONE YEGROS. Editorial SERVILIBRO. Dirección editorial: VIDALIA SÁNCHEZ. Diagramación: GILBERTO RIVEROS ARCE. Asunción – Paraguay, Noviembre, 2011 (242 páginas)
LA GESTA DE MAYO - LA INDEPENDENCIA DE PARAGUAY
Alocución del Coronel DEM Don
VÍCTOR AYALA QUEIROLO (+)
La nacionalidad paraguaya, tiene su génesis, en las profundidades ignotas de la formación étnica de los guaraníes. Ellos ya se habían constituido en una nación firme, peculiar e indestructible, antes de la llegada de los españoles a la América.
Sobre este sólido cimiento, edificaron los conquistadores, el aparato de su dominio, pero, cayeron vencidos ante las necesidades económicas y fisiológicas y los arrullos de la mujer india, que en silencio y con tesón amamantó al mestizo, que más tarde constituiría el arquetipo que forjaría la verdadera nación paraguaya de la actualidad y rompería con certera visión las cadenas que los hacía gemir, bajo los flagelos de la injusticia social de que eran objetos, a pesar de las relaciones de alianza existentes.
El orgulloso caudillo de la conquista DOMINGO DE IRALA dio el ejemplo y los demás no hicieron otra cosa que imitarlo.
La estructura social criolla progresó, aunque relegados ellos a una situación de inferioridad, que acrecentaban sus complejos, amores y rencores sedimentaron el deseo de libertad, en las insondables profundidades del alma nacional, como efecto lógico de cuatro siglos de duro dominio. Intentos de rebelión, apagados con ríos de sangres, aletargaron sus sentimientos libertarios, pero no los mataron. Aceptó el criollo el yugo impuesto como un mal necesario, pero en el fondo recóndito de su alma seguía ardiente la viva llama de la anhelada libertad.
Los criollos y mestizos lucharon codo a codo; unidos por los lazos de la injusticia y de la impiedad, hallaron como válvula de escape la expansión territorial. Es así como la semilla de la civilización impuéstaseles, trasplantó en las lejanas riberas atlánticas, en las rumorosas pendientes andinas, en la inmensidad pampeana y en la fértil llanura del Plata, sembrando ciudades al duro costo de sus vidas y haciendas.
La obra y la voz del criollo y del mestizo, su resistencia y sublime abnegación a su mísera suerte, su inteligencia esclarecida y su ambición surgente, hicieron que los lazos que los unían se acrisolaran en el martirio que un régimen despótico y cruel, les imponía anulando sus valores y relegando sus ambiciones políticas al Cabildo, único reducto hasta donde podían escalar y allí bullía hasta el desborde, su ancestral pasión por la tierra que los vio nacer.
Sembradas las ciudades, satisfechas sus ansias expansionistas, se dedicaron con ahínco al trabajo productor.
Las observantes y absolutas leyes de la CASA de CONTRATACIÓN de Sevilla y Cádiz, trabaron sistemáticamente el fruto de tantos esfuerzos, matando también las justas ansias de progreso, con semejante espina en el corazón, el mestizo y el criollo rumiaban en silencio su impotencia.
Dividida la Provincia Gigante de Indias y relegada la del Paraguay a una situación mediterránea. Abandonada a su suerte por la Corona de España. En guerra permanente contra el guaicurú bravío agravaba la situación, por el cada día más osadas incursiones de los bandeirantes portugueses, aprendimos a vivir con el arma en brazos para no sucumbir, circunstancias estas que consolidaron el sentimiento de Patria, que ya palpitaba en el ambiente colonial.
Los asuncenos y todos los provincianos del Paraguay, escucharon emocionados las ideas geniales, de aquel ilustre panameño, José de Antequera y Castro quien enviado por la Audiencia de Charcas, con el título de Juez Pesquisidor, para ventilar los hechos arbitrarios del Gobernador Diego de los Reyes Balmaceda, se hizo presente en Asunción el 23 de Julio de 1721, y como resultado de sus pesquisas "encontró razonable" y justo el clamor popular y tuvo la virtud de encausar este clamor en la fórmula luminosa "de la superioridad del común por encima de cualquier otra autoridad, incluso la del misma Rey". Este ideal comunero, no engendrado, pero sí aceptado por Antequera, hizo que los sedimentos de libertad que dormían latentes en las reconditeces del alma nacional, emergiesen a la superficie y durante 18 años anduviera la brava Provincia, ensayando a tientas, regímenes revolucionarios, en uso de sus derechos autoproclamados de gobernarse a sí mismo, derechos aletargados desde 1544 y palpitantes de actualidad en 1717.
La sangre que corrió a raudales, en aquel entonces fertilizó la tierra, pero no consiguió matar la idea, ella sobrevivió, a pesar de tantos horrores. El ensayo revolucionario no dio el fruto esperado, por falta de cauce orientador. La fuerza bruta y el odio de los dominadores, mataron a los hombres pero la idea supervivió, sedimentando otro largo siglo antes de madurar.
Europa, en 1808 temblaba ante las águilas napoleónicas y en América se escuchaba la voz de la libertad en toda su inmensa extensión.
En el Río de la Plata, se enciende la chispa revolucionaria y un golpe afortunado derriba a las autoridades Virreinales, pero la Junta Gubernativa del Río de la Plata, imperialista también anhelaba mantener a todas las gobernaciones de Intendencias bajo su influencia, algunas de las cuales, como la del Paraguay, se negaban a la obediencia.
La Gobernación de Intendencia del Paraguay, en los días inciertos de la ebullición emancipadora americana, enfrentaba dos arduos problemas a resolver, la cadena dura pero corroída que la unía con la España milenaria y la dura y acerada que la unía, cual cordón umbilical con el Virreinato del Río de la Plata. Con valor y resolución las va enfrentar en su hora.
Los Embajadores se suceden con pasmosa celeridad; la misión diplomática de José Espínola y Peña, hizo entrever al pueblo ya paraguayo, por derecho de su evolución histórica, el peligro que implicaba las ambiciones de la Junta de Buenos Aires y así el Cabildo Abierto del 24 de Julio de 1810, reunido en Asunción, toma decisiones transcendentales, pudiendo afirmarse que en esa magna Asamblea, se decidió romper la dura y pesada cadena que nos unía con el Virreinato, ratificando poco después esta decisión en los campos de Paraguarí y Tacuary, en donde el pueblo, emergió arrollador y soberano y comenzó de nuevo a cantar el himno a la libertad, por centurias perdida.
Los laureles de la gloria, imponen obligaciones y sacrificios. Las testas laureadas de FULGENCIO YEGROS y CABAÑAS, ocupan la atención del pueblo, e impulsados por éste deciden sacudir la corroída cadena que nos unía con la Madre Patria. Los planes se trazaron con celeridad, pues en el horizonte nororiental del Imperio Lusitano, las ambiciones de la princesa Joaquina Carlota se exalta por momento, pues se creía con derecho de heredera, a influir en los asuntos del Río de la Plata.
Las defecciones de los comprometidos no fueron pocas. Para gloria eterna de este pueblo, un joven de rancia estirpe guerrera y de ilustre prosapia, entreveía que su hora de grandeza había llegado y sin titubeos ni claudicaciones asume sobre su joven existencia la sublime responsabilidad de la Hora: LA ACCIÓN.
Este mancebo, con sus escasos 25 años de vida, obediente a las consejas de sus parientes y amigo Fray Fernando Caballero y por la necesidad del momento se transforma en el brazo armado de la libertad, y en la voluntad férrea de la acción. Salir del histórico Callejón donde realizaban sus reuniones, recibir los cuarteles de la Plaza Real de manos de los Ttes. Juan Evangelista Acosta y Juan Manuel Iturbe y lanzar al viento su voz apocalíptica en la noche del 14 de Mayo de 1811 fue todo uno, dando así nacimiento al Estado Paraguayo, el que desde entonces hasta hoy y por el siglo de los siglos, ocupa y ocupará un lugar en el concierto de las Naciones Soberanas del Mundo.
Este joven Capitán, que así pasó del anonimato los laureles hacia la eternidad, tiene un nombre glorioso: PEDRO JUAN CABALLERO.
La injusticia de los hombres y la decidía de los historiadores, no han extirpado del todo el lodo que la montaña de calumnia abruma con su peso la ilustre trayectoria del verdadero prócer de nuestra Soberanía Nacional. Es un deber de justicia que aún no ha llegado, pero sin lugar a duda llegará.
Por circunstancias del servicio, el verdadero Jefe de la Idea de la libertad, el TCnel. FULGENCIO YEGROS, se hallaba ausente, pero firme en sus propósitos llega a la cita de honor el 22 de Mayo, siendo recibido apoteósicamente por el pueblo delirante de entusiasmo, confirmando así su título de JEFE INDISCUTIDO DEL MOVIMIENTO EMANCIPADOR.
Nacido el Estado paraguayo, al calor de la idea de FULGENCIO YEGROS y de la acción de Pedro Juan Caballero y de otros no menos ilustres compañeros que le secundaban, se organiza el gobierno, apareciendo en escena un hombre, uno de los más capaces de su época, el Dr. JOSÉ GASPAR RODRÍGUEZ DE FRANCIA, quien, con firmeza y tenacidad defendió y afianzó la soberanía política y la integridad territorial de la República Independiente proclamada, el 12 de Octubre de 1813.
La gesta emancipadora de Mayo nos puso en la encrucijada de entregarnos una Patria; Patria que la recibimos alborozados y a la que debemos servirla con ciega fe y renovada pasión.
Los Próceres que la gestaron y los que la preservaron, nos legaron un sagrado deber, el deber de proyectar su vida y su destino hacia un futuro de grandeza cada día ascendente, hasta ubicarla al mismo nivel de los pueblos cultos laboriosos y respetados del mundo, para ello, la hora es propicia, el porvenir alentador trabajemos pues con más ahínco que nunca, por la prosperidad de nuestro querido Paraguay, desde el lugar que nos quepa actuar.
Todos unidos, como la gesta de Mayo, nos conducirá a la grandeza nacional que nuestros corazones anhelan.
Fuente:
Alocución del entonces Cnel. DEM Don VÍCTOR AYALA QUEIROLO (1917-2003), Jefe de la Sección Historia de la Dirección de Publicaciones de las FF.AA. de la Nación. Homenaje en el Centésimo cuadragésimo octavo aniversario de la Emancipación Política Nacional a los Próceres que la gestaron y la preservaron.
El entonces Cnel. DEM Don VÍCTOR AYALA QUEIROLO fue un distinguido e ilustre militar, estudioso de la Historia, fue Miembro de Nº de la Academia Paraguaya de la Historia y Miembro de Nº de la Academia de Historia Militar del Paraguay.
Asunción, mayo de 1959
Fuente digital: http://generalyegros.com
(Registro: Agosto 2011)
LA INDEPENDENCIA (PARAGUAY, CORRIENTES Y LA POLÍTICA FLUVIAL)
Por THOMAS WHIGHAM
El año 1810 encontró a los comerciantes de Asunción sumidos en problemas causados por su propio éxito. La frustración ocasionada por los burócratas de Buenos Aires ya era muy evidente; con la independencia, los comerciantes asuncenos también sintieron todo el peso del resentimiento largamente sufrido por la élite criolla. La enemistad se dirigía no solamente hacia los comerciantes, sino también hacia sus aliados locales (en su mayoría pequeños burócratas asociados con el comercio) conectados con los porteños.
Los comerciantes ejercían una autoridad considerable en el Alto Plata, siempre y cuando los ríos Paraguay y Paraná estuviesen abiertos. Sin embargo, con la clausura de los ríos -primero por los corsarios monárquicos de Montevideo y luego por las tropas del jefe oriental José Gervasio Artigas (1764-1850)- las actividades y la influencia de los comerciantes empezaron a decaer.
La yerba, el tabaco y otros productos se pudrían en los muelles de puertos altoplatenses después de 1816, porque el transporte a Buenos Aires resultó casi imposible durante la guerra civil que cerró las vitales rutas fluviales del sur. Los comerciantes asuncenos se enfrentaron a la crisis comercial en el exterior y a la oposición política interna. En consecuencia, incluso en esta fase inicial, la política restringió el desarrollo en el Alto Plata.
En 1810-1811, Buenos Aires y el Alto Plata empezaron a precibir en forma anticipada las dificultades que les perseguirían en las cuatro décadas siguientes. Cuando el Cabildo de Buenos Aires rechazó la Junta de Cádiz en mayo, y se separó en consecuencia del imperio español, el Alto Plata respondió de modo vacilante. Las noticias del movimiento independentista porteño se dieron a conocer en junio, cuando los emisarios del nuevo gobierno llegaron a la región con una demanda de reconocimiento de su autoridad.
Corrientes aprobó, por medio de su Cabildo, esta petición casi inmediatamente. Los comerciantes y estancieros que controlaban el Cabildo esperaban sin duda que este asentimiento les salvaguardara el status quo. Corrientes siempre tuvo escasez de mano de obra y podía dar vida sólo a una pequeña economía de exportación. El comercio correntino dependía de la posición de la provincia como punto de tránsito para el tabaco y la yerba paraguaya. Para que esta “Carrera del Paraguay” se mantuviera, había que establecer en Asunción un régimen amistoso a los intereses porteños. Si tal gobierno no podía crearse de modo inmediato, los porteños pensaban que la resistencia paraguaya duraría sólo algunos meses. Tarde o temprano se lograría este propósito.
Los hechos no se dieron de esta manera. El Cabildo paraguayo, con la esperanza de evitar conflictos tanto con los españoles como con los porteños, declaró fidelidad a la Corona y se expresó a favor de las buenas relaciones con Buenos Aires. Los porteños rechazaron rápidamente esta actitud legalista e hicieron preparativos para obligar a los paraguayos a cambiar de actitud. Una fuerza militar al mando de Manuel Belgrano se abrió paso hacia el norte, desde Buenos Aires y cruzó el Alto Paraná hacia Itapúa a fines de diciembre de 1810. No obstante, el confiado Belgrano sufrió dos derrotas sucesivas y fue forzado a retirarse en marzo de 1811. Los paraguayos establecieron un estado independiente pocos meses más tarde.
Una milicia comandada por miembros de la élite criolla derrotó a Belgrano, pero estos hombres no apoyaban a los españoles ni al sistema colonial en sí. Más bien, ellos temían que la dominación de Buenos Aires significara su extinción política en la región. En los años siguientes, pocas veces se apartaron de esta posición y por lo general respaldaban cualquier régimen que les prometiera el control sobre sus asuntos en la zona rural.
El fracaso de la expedición de Belgrano no significó el fin de los intentos porteños de obtener o ganar por la fuerza el apoyo paraguayo. El nuevo Gobierno, una vez que asumió el poder en Asunción, trató de no incomodar a los porteños. Entre Buenos Aires y el Paraguay se firmó un acuerdo en octubre, que obligaba a ambos a unirse en alianza contra los monárquicos, pero se dejó pendiente el tema de la unificación política. El primer artículo del tratado abolía el monopolio del tabaco y estipulaba que el Paraguay podría vender el tabaco que se hallaba entonces en depósito, a fin de financiar la defensa contra las “maquinaciones de todos los enemigos del interior o exterior de nuestro sistema”.31
El segundo artículo estipulaba que los impuestos sobre la yerba paraguaya, antes percibidos en Buenos Aires, serían de ahí en más recaudados en Asunción, y y se utilizarían para el bienestar general de la provincia del Paraguay. Se concedió a los porteños un moderado impuesto sobre la introducción de productos paraguayos, pero sólo cuando necesidades urgentes lo requirieran.
El artículo tres también trataba de asuntos comerciales, enfatizando que los impuestos sobre ventas (alcábalas) serían percibidos únicamente en la ciudad en la cual se realizara la venta final, ya sea Asunción o Buenos Aires. En circunstancias normales, tal reforma hubiera facilitado ampliamente el intercambio de productos a través de los ríos.
Varios artículos sobre límites y otros asuntos importantes se adjuntaron a estos tres, junto con una cláusula separada, aparentemente agregada más tarde, que expresaba:
“La Exma. Junta [de Buenos Aires] podrá establecer algún moderado impuesto, en caso urgente a la introdución de los frutos de la provincia del Paraguay en Buenos Aires. . . esta imposición haya de ser un real y medio por tercio de yerba y otro real y medio por arroba de Tabaco y no más, hasta tanto que en el Congreso General, de las Provincias, sin perjuicios de los derechos de esta del Paraguay”.32
El tratado de octubre significaba algo más que una tregua. El documento garantizaba al Paraguay un comercio más equitativo con las provincias de abajo y otorgó a los paraguayos un reconocimiento semi oficial de su independencia. En recompensa, los porteños obtuvieron una alianza militar temporaria en términos tan vagos que los paraguayos nunca se sintieron obligados a proporcionar ayuda o equipos.
El tratado tuvo poco efecto sobre el comercio, porque finalmente las circunstancias políticas no lo permitieron. En efecto, los porteños intentaron recuperar rápidamente todo lo que habían concedido al Paraguay en el acuerdo de octubre. Al cabo de un año, cuando la situación de Buenos Aires había mejorado, la ciudad porteña intentó reafirmar su autoridad sobre el Paraguay por medio de presiones económicas y diplomáticas.
En la prosecución de este fin, los porteños pudieron contar con la ayuda de las autoridades de Corrientes y de las provincias de abajo, quienes interferían el paso de las embarcaciones paraguayas que transitaban por el Río Paraná. Esto hizo que la junta de Asunción enviara en enero de 1812 una fuerte nota a Elías Galván (1774-1843), el popular gobernador de Corrientes, exigiendo que libere inmediatamente a varios de los buques mercantes paraguayos detenidos en el puerto de Corrientes. El motivo oficial de esta detención era la presencia de buques corsarios españoles en el río.33
En esta época los saqueos protagonizados por los monárquicos formaban parte del panorama comercial en el Alto Plata y la Junta paraguaya tuvo varias veces que ordenar a los barcos que arribaran a puertos de la ruta fluvial para prevenir su captura por los españoles. Pero Corrientes también sufría la competencia del Paraguay y Galván, que además era porteño, tenía buenas razones para adoptar una política de hostigamiento contra el Paraguay. El no dudó en usar su influencia: el Alto Plata se había dividido, pues, en entidades separadas y antagónicas sólo dos años después de la independencia.
Santa Fe era otro agente irritante para el comercio paraguayo. Las autoridades santafecinas escribieron al ministro de hacienda de Corrientes en febrero de 1812, informándole que habían detenido un barco cargado de yerba paraguaya, porque sus transportadores no habían pagado la alcábala al “precio [estipulado] de doce pesos por arroba”.34 Los santafecinos sabían que el tratado de octubre sólo autorizaba el pago de la alcábala en la ciudad de venta final y que las tasas, aun en épocas de emergencia, debían ser moderadas. Doce pesos la arroba era una verdadera extorsión, puesto que la yerba en sí no podía valer más de cuatro pesos.
Estos incidentes volvieron muy conflictivas las relaciones comerciales de los ríos Paraná-Paraguay. Los paraguayos generalmente culpaban a los porteños de la actitud desfavorable de los Gobiernos de las provincias intermedias, aun cuando ellos no fueran verdaderamente responsables. Los portugueses en el Brasil aprovecharon los problemas internos de las antiguas posesiones españolas y empezaron a plantear sus propias exigencias a lo largo de la frontera. Es así como tomaron y ocuparon por un tiempo el puesto paraguayo de Borbón, en el Alto Paraguay, al sur del Mato Grosso.35 Por su parte, los indígenas del Chaco occidental aprovecharon la confusión en el Alto Plata y atacaron con impunidad los puestos y comunidades paraguayos y correntinos.
En un esfuerzo por encontrar algún amigo en medio de tantos enemigos, la Junta del Paraguay inició -con renuencia- negociaciones con Artigas, cuyas tropas ya habían ocupado Corrientes, Misiones, Entre Ríos y la Banda Oriental del Uruguay. Desafortundamente, Buenos Aires consideró estas tratativas diplomáticas como una afrenta a su autoridad en el conflicto contra las fuerzas monárquicas. Las relaciones de los paraguayos con Artigas nunca fueron muy importantes (sólo pretendían mantener abiertos los ríos), pero para los porteños esta tentativa de aminorar las tensiones suponía una deslealtad paraguaya.36
Para forzar la situación, en septiembre de 1812, los porteños decretaron un doble arancel (de tres pesos por arroba) al tabaco paraguayo y para agravar el asunto, también establecieron un puesto de aduana en el puerto de Corrientes.37 El tratado de 1811 prohibía claramente tales aranceles elevados, pero los porteños buscaban cualquier medio para reestablecer su control sobre el Paraguay.
Aquéllos que se oponían a Buenos Aires encontraron un paladín en José Gaspar Rodríguez de Francia (1766-1840), quizás la figura más singular en la historia de la región. Francia, un miembro de la élite criolla e hijo de padre extranjero, tenía casi cincuenta años de edad en el período de la independencia y vivió todos los cambios experimentados por el Alto Plata desde 1780. Habiendo obtenido el doctorado en teología en la Universidad de Córdoba, retornó al Paraguay para ejercer la abogacía.
Trajo consigo una reputación de honestidad y de profundo desprecio hacia los porteños, muchos de los cuales pagaban coimas para adquirir posiciones de importancia en la universidad. A pesar de su frío y público deísmo, que lo volvió sombrío y taciturno, poseía una pasión del trabajo serio que le proporcionó triunfos materiales. Por el año 1811, Francia ya gozaba del respaldo de mucha gente en el campo, campesinos y chacareros. Las suspicacias que éstos tenían respecto a las influencias externas era comparable a la suya, lo que él aprovechó primero para aislar y luego para destruir a sus enemigos políticos.
Los inciertos meses de este primer año de independencia dieron a Francia la oportunidad que necesitaba, puesto que, siendo uno de los pocos hombres instruídos en el Paraguay, su presencia en el nuevo gobierno era considerada imprescindible. Sus hábiles maniobras políticas como miembro de la primera Junta, desorganizaron a la facción “porteñista”.
Luego Francia renunció y se fue al campo, donde hizo contactos con los chacareros, indígenas y todos aquéllos que podían aumentar sus bases políticas. Ignoró a los comerciantes y a los escasos terratenientes, lo que le creó enemigos en ambos estratos. Sin em-bargo, la estrategia de Francia se reveló útil y al final logró definir el futuro del Paraguay por su propio mandato, por encima de las rivalidades entre las élites.
El impase de 1812 con Buenos Aires le permitió arreglar el asunto de una vez por todas. Fernando de la Mora, el único defensor de acuerdos con Buenos Aires que quedaba en la Junta paraguaya, fue obligado a renunciar y murió años más tarde en prisión. Francia fomentó la discordia en las áreas rurales y él y los que lo respaldaban cosecharon sus frutos. Su meta largamente anhelada era la separación incondicional de Buenos Aires y como tal situación se presentó de facto, procuraron lograrla también legalmente.
En noviembre de 1812, los dos miembros de junta que restaban en Asunción, agobiados por la presión pública, rogaron a Francia que volviera al gobierno. Francia impuso algunas condiciones: fue creado un batallón de infantería del cual sólo él era responsable; nombró a todos sus oficiales; y recibió la mitad de las municiones de la provincia. Y lo más importante: Francia ganó el derecho virtual al veto sobre las futuras decisiones de la Junta: “Ninguna orden o acción provendrán del Gobierno sin ser firmadas por los tres individuos [es decir, los miembros de la Junta Fulgencio Yegros, Pedro Juan Caballero y Francia] quienes pactaron este acuerdo. 38
Aunque faltaban dos años aún para la instauración de la dictadura de Francia, el ya había asumido, en los hechos, el control. En septiembre de 1813 fue convocado en Asunción un Congreso Extraordinario, para decidir el carácter del estado paraguayo. Dominado por los partidarios rurales de Francia, no fue extraño que el doctor en teología ganara la batalla política. Francia se convirtió en Cónsul de la República, junto a Fulgencio Yegros. El mismo Congreso sancionó oficialmente la ruptura con Buenos Aires. El respaldo paraguayo a Francia se mantuvo firme y en 1814, otro congreso lo eligió Dictador por cinco años. Dos años más tarde, fue nombrado Dictador Supremo y Perpetuo de la república.
El establecimiento de la Dictadura Perpetua en 1816 marcó el fin del acceso comercial fluído al Alto Plata. El comercio resultó difícil durante varios años y aunque pudo haber algunas excepciones, en general, la época de apertura comercial había llegado a su fin. El virreinato tenía puestas sus esperanzas en la economía de exportación, pero la desintegración de toda autoridad, además de las pesadas estructuras crediticias y las burocracias legales disiparon todo optimismo en la región ribereña.
En consecuencia, resultó difícil evaluar las perspectivas comerciales y casi imposible actuar en consecuencia. Muchos comerciantes extranjeros abandonaron por completo el Alto Plata en ese período y se mudaron a las provincias de abajo. Otros se trasladaron a sus estancias y chacras en el campo, donde se mantuvieron aislados, esperando tiempos mejores. Algunos reaparecieron muchos años más tarde, cuando la apertura de los ríos Paraguay y Paraná prometió una vez más algún auge comercial.
En el corto período que siguió a la independencia, los regímenes altoplatenses trataron de mantener -sin mucho éxito- los niveles comerciales anteriores. Los nuevos gobiernos comprendieron que la declinación comercial también significaba una disminución en los ingresos de los nuevos estados. Por esa razón, buscaron limitar el daño e incluso intentaron atraer nuevos comercios a la región, en especial porque Buenos Aires había tenido éxito en este sentido. Algunos antiguos comerciantes peninsulares como Andrés García Viñan, Emeterio Velilla y Cayetano Yturburu, se las arreglaron para quedarse en el Alto Plata, pese a que les resultó verdaderamente difícil mantener abiertas las antiguas líneas de crédito.
Un comerciante de la vieja generación, José Tomás Ysasi, se convirtió en agente comercial del gobierno paraguayo y logró prosperar en consecuencia. Sin embargo su buena estrella duró poco: cuando Francia descubrió, a mediados de 1820, que Ysasi había sacado del país clandestinamente una abultada cantidad de dinero, puso precio a la cabeza del comerciante. Ysasi escapó de la furia del Dictador permaneciendo en Buenos Aires.
El fue una excepción. Pocos de los antiguos comerciantes conservaron suficiente dinero para mantener sus negocios. Se necesitaba introducir capital extranjero para fomentar el desarrollo económico, pero las antiguas fuentes de provisión no tenían nada que dar.
La llegada de comerciantes europeos -principalmente británicos e italianos- prometió cierto alivio en forma de nuevos contactos comerciales en Buenos Aires y quizás inclusive en el comercio del Atlántico. Sin embargo, tales contactos estaban llenos de riesgos para los comerciantes europeos. El Alto Plata no se reintegró fácilmente al mercado mundial. John Parish Robertson proporciona un caso digno de mencionar.
Robertson, un joven empresario escocés, visitó primero el Río de la Plata en 1807, inmediatamente después de las invasiones inglesas. Luego de una serie de aventuras en el Brasil y Buenos Aires, se encaminó hacia el Paraguay en diciembre de 1811 y allí entregó una gran cantidad de mercaderías á consignación. A pesar de no tener aún veinte años cumplidos, de modo inmediato él transformó sus ganancias desde esta primera venta, en un gran emprendimiento paraguayo que incluía agentes con comisión, tiendas de ventas al por menor, varios almacenes y varios barcos que realizaban viajes regulares entre Asunción y Buenos Aires.
Mirado al principio con recelo, Robertson pronto se ganó la confianza de las autoridades paraguayas, quienes le dieron libertad de acción en la provincia. Hasta Francia estaba impresionado. El escocés aparentemente había revitalizado el comercio del río, Firmando alianzas comerciales con otros comerciantes ingleses en las provincias de abajo y empleando indirectamente a cientos de trabajadores en el Paraguay. Si las transacciones posteriores (la sal que costaba en Buenos Aires 200 pesos, se vendía por 4.000 pesos en Asunción) sirven de indicador, sus ganancias fueron considerables. William, su hermano menor, llegó de Escocia a reunirse con él en 1814 y juntos proyectaron ganancias aun mayores. 9
Aunque los hermanos Robertson eran extremadamente hábiles, al final se expusieron a altos riesgos en el Paraguay. Habían prometido al Dictador un valioso cargamento de armas, y alimentaron la ingenua fantasía de Rodriguez de Francia de que ellos podrían abrir las relaciones comerciales con Gran Bretaña e incluso lograr el reconocimiento diplomático de este reino. Al principio, Francia creyó que los Robertson lograrían integrar a la Union Jack el tráfico ribereño del Paraguay. Para este fin, dio en 1814 a John Parish Robertson unas muestras de yerba, tabaco, azúcar y tela, ordenándole que los presentara en la House of Commons y anunciara que el Paraguay deseaba firmar un tratado de comercio y alianza. 40
El mayor de los Robertson no tomó muy seriamente el encargo de Francia, viajó sólo hasta Buenos Aires y a su retorno perdió el cargamento de armas y casi la vida en manos de los artiguistas. Al llegar a Asunción con las manos vacías, también perdió la confianza de Francia. Perentoriamente expulsado, fijó residencia en Corrientes. Allí se reunió con William, quien trajo consigo lo que había podido salvar de sus aventuras en el Paraguay.
Luego de la partida de los Robertson, una pesada cortina empezó a caer sobre el comercio paraguayo. El valor total de las exportaciones del Paraguay descendió de 391.233 pesos en 1816 a 291.564 pesos en 1818; 191.852 pesos en 1819 y luego a apenas 57.498 pesos en 1820. Las importaciones, según lo reflejado en el registro de impuestos, bajaron de 83.640 pesos en 1816 a 58.480 pesos en 1818 y a 42.643 pesos en 1819. Este monto subió a 69.647 pesos al año siguiente, debido a un breve levantamiento del bloqueo contra el Paraguay, pero en 1821 continuó la espiral descendente cayendo a 44.346 pesos, para alcanzar finalmente un nivel ínfimo de 4.824 pesos en 1822. 41
La caída de las exportaciones del Paraguay se debió en primer lugar a los desórdenes políticos de las provincias de abajo. La intransigencia porteña y artiguista hizo casi imposible el libre tránsito desde Asunción a principios de 1820. Otro factor que también contribuyó fue la política elaborada por Francia, que cerró al Paraguay a casi todo comercio exterior.
Pese a las afirmaciones que aparecen en la literatura dependentista acerca de un Francia revolucionario, su modo de pensar era fundamentalmente conservador. Como cualquier absolutista del estilo de los Borbones, él consideraba al comercio y todas las otras actividades económicas como subordinadas a una meta política suprema: la del aumento del poder del estado respecto de las clases internas y otros estados competidores.
Esta postura mercantilista promovió la consolidación política por encima del desarrollo económico. En el Paraguay los comerciantes aún eran considerados foráneos, hombres poderosos que tenían contactos en Buenos Aires y por lo tanto automáticamente sospechosos a los ojos de Francia. A fin de garantizar la sobrevivencia de su régimen, el Supremo Dictador expulsó de Asunción a la mayoría de ellos, aún cuando esto provocase una mayor pérdida de ingresos para el estado, via interrupción del comercio. Como J.P. Robertson quien probablemente exageró el asunto, explicara:
“Con algún frívolo pretexto, él declararía el cierre riguroso del puerto de Asunción y todas las actividades comerciales quedaban inmediatamente paralizadas. Con el menor motivo aparente, luego de un mes él abriría los puertos. Luego, todos estaban alertas para cargar sus buques y llevar sus productos a sus diferentes mercados. Pero otra vez, quizás justo cuando el primer buque estaba listo para zarpar, echándolo todo por tierra, vendría otra nueva orden para cerrar los puertos, los buques debían ser descargados, incurriendo en grandes gastos y el producto en vez de recompensar al comerciante el capital invertido y el riesgo de quedar en ruina por proveer a la república sus necesidades, debía ser devuelto a sus depósitos, para deteriorar su valor y quizás para echarse a perder por completo. 42
Como los hechos siguientes lo demostraron, Francia no tenía deseos de ver el deterioro total del comercio. Más bien él quería tener bajo su control a un limitado comercio destinado a proporcionar máximos ingresos, mientras desplazaba simultáneamente a los potenciales competidores. Él era consciente de que esta postura tenía ciertas contradicciones, pero pagó con gusto su precio para lograr la unidad política. Dentro de estos límites, exigió todas las cuotas, peajes e impuestos adeudados a su gobierno.
Esta orientación fiscal fue evidente en su estricto sistema de guías (otro remanente de la era colonial), su cuidadosa vigilancia al distrito del puerto y su prohibición abiertamente mercantilista a la exportación de metálico. 43
Aunque nunca pudo suprimir por completo la exportación clandestina de monedas y otros contrabandos, como un gobernador colonial eficiente, hizo todo lo que pudo para eliminarlo. 44
Otro efecto del fracaso comercial fue el reencauzamiento de gran parte de la economía paraguaya desde la producción mercantil hacia la agricultura de subsistencia. Se puede considerar que el aumento de la industria ganadera estuvo ligado a la decadencia de la producción de yerba; las grandes poblaciones de peones yerbateros y los trabajadores ligados al tráfico, que anteriormente proveían de yerba al mercado de exportación, se convirtieron en peones de estancias o agricultores.
El Paraguay de Francia proporcionó a la literatura dependentista un ejemplo frecuentemente citado del modelo del desarrollo alternativo. Entre los proponentes de esta interpretación están Eduardo Galeano, E. Bradford Burns, Vivian Trías y el más notable, Richard Alan White, cuyo estudio titulado, Paraguay's Autonomous Revolution, 1810-1840, sigue considerada como la mejor versión revisionista del período de Francia. White afirma audazmente que el Dictador lanzó una radical revolución social:
“Al desmantelar a su tradicional sociedad dependiente, los paraguayos negaron a los españoles y a la élite criolla su dominante condición social, política y económica, previniéndoles así de continuar manejando los asuntos de la nación de acuerdo a los intereses de la clase alta. Además de eliminar la dominación de la oligarquía, el Paraguay rehusó ceder a las agresiones del imperialismo argentino, escapando así de la dependencia sufrida por otras provincias (...) por medio de un riguroso control estatal y una completa reforma agraria, el Paraguay diversificó su tradicional economía de monocultivo y desarrolló una economía equilibrada, diseñada para abastecer adecuadamente las necesidades fundamentales de toda la población la primera nación en toda la história de América en alcanzar una meta tan radical.”. 45
En la década de 1970, la postura de White tuvo mucho éxito. Apareció oportunamente, al seguir de cerca el espectacular ataque de André Gunder Frank a la historiografía tradicional. A la vez, hizo engrandecer la historia de los olvidados por aquellos historiadores aferrados a la interpretación de “grandes eventos”. Era un estudio meticuloso, basado en una cuidadosa manipulación de trabajos secundarios y una abundante documentación de archivos (muchos de los cuales White incorporó en forma de estadísticas gráficas y apéndices).
Pese a todas sus virtudes, el tratamiento de White tiene un defecto básico: permite que la teoría de la dependencia abrume a la evidencia histórica. White no estaba aislado en esta tendencia. Muchos escritores norteamericanos, incluyéndome, vimos en el paradigma de la dependencia el modo más sobresaliente de conectar las injusticias actuales en el Tercer Mundo con sus antecedentes de principios del siglo pasado.46 La acumulación de nueva información documental (junto con el aumento del escepticismo entre los eruditos latinoamericanos) volvieron a estas conexiones mucho menos evidentes.
Este no es el lugar para abrir un debate sobre las virtudes y flaquezas de la perspectiva de la dependencia; aquí solamente interesa el tema del desarrollo autónomo. A este respecto, White sostiene que “los profundos cambios estructurales” del gobierno de Francia, engendraron una gran trasformación en la sociedad. Sin embargo, ¿existió tal desarrollo? En ninguna parte White proporciona índices con los cuales pueda medirse los supuestos adelantos realizados por las masas paraguayas.
En realidad, Francia no estaba interesado en cambiar la estructura socioeconómica del Paraguay, excepto en aquéllos aspectos que eran relevantes para legitimar su régimen. El desplazó a los comerciantes e incautó las propiedades de sus opositores criollos, aunque no en mayor proporción que gobernantes de otras naciones americanas de la época. Intencionalmente, él no se hizo nada más radical. La esclavitud y el sistema de mita de indígenas se mantuvo igual.
Las élites rurales (excepto los españoles) mantuvieron por mucho tiempo su privilegiada condición con relación a los campesinos. En efecto, debido a la drástica disminución del trabajo asalariado -como el del procesamiento de la yerba- durante la era de Francia, el número de peones dependientes aumentó considerablemente.
Incluso cuando Francia abrigara pocos principios democráticos, fue lo suficientemente astuto como para manipular a los chacareros y a ciertos miembros de la élite criolla. A pesar de los argumentos de White, Burns y Galeano, el Dictador nunca fue un líder “popular”. Como muchos de sus contemporáneos de Buenos Aires, hacía ocasional uso de un discurso radical en los primeros años, pero sus palabras eran de tono convencional, generalmente inspiradas en fuentes francesas. En la práctica, no se interesa nada cualquier filosofía igulitaria. Los congresos extraordinarios que dieron lugar a la dictadura estaban compuestos de personas designadas, gente del campo que gustosamente dejaba al Caraí Guasú tomar todas las decisiones.
Ellos le dieron el respaldo que necesitaba y en consecuencia, Francia tuvo poca necesidad de efectuar ajustes políticos. No volvió a convocar congresos. En asuntos legales, normalmente contaba con el código legal colonial, la Recopilación de las Leyes de Indias. Y excepcionalmente hizo uso del Cabildo; todas las estructuras institucionales de la vieja Intendencia -estructuras fiscales, judiciales y militares- sobreviveron con nuevos nombres en escala reducida. Francia demostró poca inclinación a innovar en tales asuntos.
En cuanto a la “radical reforma agraria” del Dictador, tampoco hubo cambios fundamentales. Por ejemplo las muy elogiadas estancias de la república, no fueron más que una extensión del anterior sistema de estancias reales. 47
Francia, según cabe suponer, también incrementó el número de arrendamientos en el país, declarando como propiedad estatal todos los terrenos no reclamados, que luego arrendaba por montos moderados a los campesinos.
Aun cuando esta historia fuera exacta (y probablemente sea una exageración), pocos cambios importantes pudieron tener lugar, debido a que los campesinos afectados ya ocupaban desde hacia años los citados terrenos sin pagar por ellos ningún alquiler al gobierno. Visto desde esta óptica, la política agraria de Francia fue simplemente un medio para incrementar los ingresos fiscales.
El famoso aislacionismo del Dictador también encontró motivación política: logró mantener al Paraguay inmune de la anarquía de las provincias de abajo, pero también mantuvo fuera al capital, la competencia extranjera y cualquier idea que Francia considerara rechazable. Que un programa de desarrollo económico pueda ser construído sobre una base de estas características todavía necesita ser convincentemente demostrado.
Más que cualquier otra cosa, los años de Francia representan una continuación de ciertos modelos coloniales. El Dictador en sí poco difería de Lázaro de Ribera, Pedro Melo de Portugal o cualquier otro gobernador de fines de la etapa colonial, excepto que estos eran peninsulares con expresa lealtad a la Corona, mientras que Francia, un criollo, favorecía los intereses locales por sobre los de la metrópolis. No obstante, todos coinciden en que la sociedad paraguaya estuvo mejor organizada en lo que hace a costumbres patrimoniales, con líderes que guiaban y arbitraban los sectores sociales para garantizar la completa armonía.
De acuerdo con esta noción del arte de gobernar, el líder estaba por encima de las facciones, con obligaciones y responsabilidades con la sociedad. Las autoridades Borbónicas también quisieron que el Paraguay financiara por sí mismo la creación de nuevas fuentes de ingreso y de nuevas defensas para protegerse de los intrusos foráneos. 48
Francia tenía estas mismas inquietudes y actuó de la misma manera, aunque las circunstancias políticas le fueron menos favorables que a sus predecesores.
La política del Dictador fue coherentemente conservadora y autoritaria. Nunca cedió a los caprichos idealistas. Estaba orgulloso de su imagen reservada y austera. Aún su vestimenta, con pesado saco y grandes hebillas en los zapatos, era más evocadora de los tiempos Borbónicos que de cualquier etapa revolucionaria. Francia no consideraba a la nación paraguaya como creación suya, pero sí de su responsibilidad.
Esto explica su fuerte defensa de la independencia, así como su insistencia en la supremacía de la soberanía estatal, una actitud que tuvo implicancias económicas y políticas. Los escritores dependentistas han olvidado por mucho tiempo que el régimen colonial estaba a favor de un activa intervención del estado en la economía platense; Francia simplemente tomó como guía estos precedentes. El improvisaba cuando era necesario, pero prefería dar continuidad al pasado.
Francia parecía más arbitrario y paternalista que otros, simplemente porque tuvo más exito. En una época dominada por jóvenes jefes militares y oportunistas, el Paraguay era gobernado por un civil de mediana edad, bien educado, que reunía en su persona los poderes ejecutivo y legislativo. Igual que Napoléon y Pedro el Grande, Francia se consideraba el Hombre providencial, y actuó conforme a ello. En el proceso, sacó al Paraguay de la corriente principal del desarrollo latino americano.
NOTAS
31.Citado en Benjamín Vargas Peña, Paraguay-Argentina. Correspondencia diplomática, 1810-1840 (Buenos Aires, 1945), págs. 63-66; ver también John Hoyt Williams, «Dr. Francia and the Creation of the Republic of Paraguay, 1810-1814», tésis doctoral, Universidad de Florida, 1969, pág. 172.
32Ibid., págs. 173-74.
33. Ibid., pág. 192.
34. Ibid., pág. 193.
35Testimonio contra el Capitán don Miguel Montiel. Concepción, Junio 1812, ANA-Colección Río Branco (CRB) 1-29, 22,19-20.7
36Triunvirato de Buenos Aires a la Junta del Paraguay. Buenos Aires, 24 de marzo de 1812, AGN X-1-9-13.
37Julio César Chávez, Historia de las Relaciones entre Buenas Ayres y el Paraguay, 1810-1813 (Buenos Aires, 1959), pág. 192. Jerry W. Cooney, «The Rival of Doctor Francia: Fernando de la Mora and the Paraguayan Revolution», Revista de Historia de América 100 (Julio Diciembre 1985): 222.
38Acuerdo de Fulgencio Yegros, Pedro Juan Caballero, y José Gaspar de Francia. Asunción, 16 de noviembre de 1812, ANA-SH 216.
39 R. A. Humphreys, «British Merchants and South American Independence», in Tradition and Revolt in Latin América (Londres, 1969), págs. 106-129; J. P. y W P. Robertson, Letters on Paraguay, 3 vols., (Londres, 1838-39), en passim. Los materiales en archivo sobre los hermanos Robertson en el Paraguay incluyen J. P. Robertson a la Junta Gubernativa. Asunción, 20 de octubre de 1812, ANA-Sección Histórica (SH) 220 no. 4; Demanda de J. P Robertson. Asunción, 7 de marzo de 1812, ANA-Sección Judicial Criminal (SJC) 2047; y especialmente el Libro de sobordo de la balandra San Juan Bautista, 1812-1815, Archivo General de la Provincia de Corrientes - Expedientes Administrativos (AGPC-EA) AGPC-EA 1810, legajo 1.
40 Robertson, Letters on Paraguay, 2:279-80.
41. White, Paraguay 's Autonomous Revolution, pág. 82.
42. Robertson, Letters on Paraguay, 3:20-21.
43. Para decretos que prohíben la exportación de monedas, ver Decreto de Francia. Asunción, 13 de noviembre de 1814, ANA-Sección Copias de Documentos (SCD) 23, no. 38; Bando de Francia. Asunción, 8 de agosto de 1816, ANA-SH 226, no. 16 (en este caso, él hizo una excepción para embarques de municiones). En 1823 y 1829, él reiteró su posición sobre la expotación de monedas; ver ANA-CRB 1-29-23-28, no. 80, y ANA-SH 240, no. 3.
44El contrabando fue eminente durante toda la era de Francia. Para ejemplos, ver Causas contra Francisco Aguilar. Asunción, 31 de octubre de 1815, ANA-SJC 1513; y Francia a Asunción, 1 de septiembre de 1827, ANA-SH 239, no. 1.
45White, Paraguay's Autonomous Revolution, págs. 171-72; Eduardo Galeano, The Open Veins of Latin America (Nueva York, 1973), págs. 206-16; E. Bradford Burns, The Poverty of Progress (Berkeley, 1981), págs. 128-29; Christian Lalive D'Epinay y Louis Necker, «Paraguay (1811-1870): A Utopia of Self-Oriented Change,» en Johann Galtung, Peter O' Brien y Roy Preiswerk, eds., Self-Reliance: A Strategy for Development (Londres, 1980), págs. 249-68; y Vivian Trías, El Paraguay de Francia el Supremo a la guerra de la Triple Alianza (Buenos Aires, 1975); ver también Edy Kaufman, «Authoritarianism in Paraguay: the Lesser Evil?,» Latin America Research Review 19:2 (1984), 193-207; y Vera Blinn Reber, «Commerce and Industry in Nineteenth-Century Paraguay: the Example of Yerba Mate,» The Americas 42:1 (1985), 29-53.
46La atracción norteamericana por el paradigma de la dependencia ha sido investigada en Fernando Henrique Cardoso, «The Consumption of Dependency Theory in the United States:, LatinAmerica Research Review 12 (1977): 7-24, y en Halperín Donghi, «Dependency Theory», passim. En una opinión que induce a la partida, los historiadores soviéticos y de Europa Oriental se han distanciado de la escuela de la dependencia en sí, pero ellos también mantienen que el desarrollo autónomo ha ocurrido en el Paraguay del Dr. Francia. En su interpretación, sin embargo, el «experimento» del Dictador fue diseñado para preparar el camino para el capitalismo, y no a cierta variedad de socialismo estatal en el país. Desafortunada y evidentemente, estos historiadores han estado trabajando sin acceso a los documentos primarios. Ver Moises Samoilovic Alperovich, Revoluciia i Diktatura v Paragvai. 1810-1840 (Moscú, 1975); Jan Szeminski, «Rewolucja i dyktatura w Paragwaju. 1810-1840», Przeglad Historyczny 68 (1977), 567-574; and Henryk Szlajfer, «Against Dependent Capitalist Development in Nineteenth-Century Latin America. The Case of Haiti and Paraguay», Latin American Perspectives 13:1 (Winter, 1986), 45-73
47 John Hoyt Williams, «Paraguay's Nineteenth-Century “Estancias de la República’ Agricultural History 47 (Julio 1973): 206-15.
48. Para un interesante análisis del estilo burocrático de los Borbónes, ver Susan Socolow, The Bureaucrats of Buenos Aires, 1769-1810 (Durham y Londres, 1987), passim.
Fuente: EL COMERCIO Y LOS CONFLICTOS FLUVIALES (1780-1840) - TRADICIÓN Y DESARROLLO EN EL ALTO PLATA. Por THOMAS WHIGHAM. Profesor de Historia Latinoamericana, Universidad de Georgia, Athens, Georgia EE.UU. Editorial EL LECTOR. Tapa: CA’AVO-GOIRIS. Asunción – Paraguay 1999 (158 páginas)
Documentos de lectura recomendada:
*. EL MOVIMIENTO DEL 14 Y 15 DE MAYO. Fuente: LA REVOLUCIÓN PARAGUAYA DE LA INDEPENDENCIA. RELATO Y BIOGRAFÍA DE LOS PROCERES - 1811-SESQUICENTENARIO-1961. Introducción, comentarios y notas de JULIO CÉSAR CHÁVES. Editorial Asunción. Impreso en Argentina, 1961.
*. EL EJÉRCITO DE LA INDEPENDENCIA. Por BENIGNO RIQUELME GARCÍA. Prólogo de AUGUSTO ROA BASTOS. Asunción del Paraguay. 1973 (69 páginas).
*. ANTECEDENTES DE LA DECLARACIÓN DE INDEPENDENCIA DEL PARAGUAY. Dr. RICARDO SCAVONE YEGROS, Chozno del Prócer Fulgencio Yegros. Artículo publicado por la Revista Jurídica CEDUC.
*. LA INDEPENDENCIA PARAGUAYA. Por R. ANTONIO RAMOS. Libro fuente: LA INDEPENDENCIA DEL PARAGUAY Y EL IMPERIO DEL BRASIL. Autor: ANTONIO RAMOS. Publicación conjunta de CONSELHO FEDERAL DE CULYURA E DO INSTITUTO HISTÓRICO E GEOGRÁFICO BRASILEIRO. Rio de Janeiro - Brasil (1976)
*. LA REVOLUCIÓN DE LA INDEPENDENCIA DEL PARAGUAY. Por BLAS GARAY. MADRID. Est. Tip. de la Viuda é Hijos de Tello, 1897.
*. ESTUDIO SOBRE LA INDEPENDENCIA NACIONAL. Por FULGENCIO R MORENO. 3ra. edición. Carlos Schauman editor. Asunción – Paraguay.
*. CAUSAS DE LA INDEPENDENCIA DEL PARAGUAY. Ensayos de FULGENCIO R. MORENO. Colección: INDEPENDENCIA NACIONAL. INTERCONTINENTAL EDITORA, Asunción – Paraguay 2010 (107 páginas)
LA REVOLUCIÓN DEL 14 DE MAYO DE 1811
Por GUIDO RODRÍGUEZ ALCALÁ
La revolución del 14 de mayo de 1811 fue el primerpaso para la creación del Paraguay independiente. Aquella noche, un grupo de jóvenes oficiales paraguayos se apoderó de los principales cuarteles de Asunción. Entre aquellos oficiales estaban los siguientes, que mencionamos dando el año de nacimiento: Antonio Tomás Yegros (1783), Vicente Ignacio Iturbe (1786), Pedro Juan Caballero (1786), Juan Bautista Rivarola (1789), Mauricio José Troche (1790). Esta lista incompleta muestra que eran jóvenes, pues tenían entre veinte y veintiocho años de edad aproximadamente. Debe agregarse que todos ellos eran del interior del país.
En la madrugada del 15 de mayo, los oficiales presentaron una nota al gobernador español Bernardo de Velasco, para exigirle que les entregase las armas, el dinero y los documentos oficiales. Al principio, Velasco se resistió, pero después terminó entregando lo que se le exigía. De esta manera, Velasco perdió toda autoridad, aunque no se lo separó del gobierno inmediatamente.
El 16 de mayo se formó un triunvirato integrado por Velasco, José Gaspar de Francia y Juan Zeballos. Ese mismo día, el triunvirato juró fidelidad al rey de España, Fernando VII, que entonces se encontraba en Francia, prisionero del emperador francés Napoleón. Aunque los próceres querían la independencia, todavía no la declararon abiertamente, sino que se dijeron leales a España.
Esta fue una maniobra política utilizada en varias ciudades americanas que formaron Juntas o gobiernos revolucionarios en aquellos años. En 1810 juraron lealtad a Fernando VII la Junta de Caracas (19 de abril), de Buenos Aires (25 de mayo), Bogotá (20 de julio), Quito (22 de septiembre) y Santiago de Chile (18 de septiembre). 1810 fue un año de insurrecciones en las colonias españolas de América porque, en el mes de enero, las victorias de Napoleón en España hicieron pensar que Fernando VII jamás volvería a reinar en España, y seguiría cautivo en Francia indefinidamente. Por eso, los patriotas americanos decidieron formar sus propios gobiernos, y el juramento de fidelidad a Fernando VII fue una simple formalidad. Por otra parte, ese juramento aseguraba a los revolucionarios la neutralidad de Inglaterra, que entonces dominaba los mares
con su flota de guerra. Inglaterra era aliada de España en la lucha con Napoleón y no podía aceptar una rebelión abierta contra el rey Fernando VII. Con el juramento de fidelidad, Inglaterra podía considerar que se trataba de una cuestión interna de la política española, en la cual no debían intervenir.
Los revolucionarios paraguayos no fueron los únicos que dejaron por corto tiempo en el gobierno al funcionario español, si bien quitándole el poder. Algo parecido ocurrió en 1810 en Santa Fe, Quito y otras ciudades americanas. Como el juramento de fidelidad a Fernando VII, la permanencia del gobernador o virrey en el gobierno como figura simbólica fue una maniobra política, que disfrazaba el objetivo de la independencia total. En el Paraguay existía otro motivo más para dejar a Velasco en el gobierno. La revolución de mayo fue una conspiración de civiles y militares, con ramificaciones en varios puntos del país.
De acuerdo con el plan inicial, Fulgencio Yegros debía anear un grupo de hombres en Itapúa, para marchar con ellos hasta las Cordilleras, donde se le sumaría Manuel A. Cabañas con otro grupo de patriotas, para seguir camino hasta Asunción. También marcharían hasta Asunción grupos procedentes de otros puntos del país. Blas Rojas de Aranda, quien se encontraba en Corrientes al mando de tropas paraguayas, se sumaría al movimiento. En Asunción, los oficiales sublevados (Caballero, Iturbe y otros) entregarían los cuarteles a los revolucionarios. Pero este plan inicial debió cambiarse, porque Velasco se enteró de la conspiración, y por eso Caballero y sus compañeros decidieron dar el golpe sin esperar a Fulgencio Yegros y los demás dirigentes.
Cuando Velasco cedió, los oficiales dirigidos por Caballero hicieron llamar a Fulgencio Yegros y al doctor José Gaspar de Francia. Francia, que se encontraba en su quinta de Trinidad, llegó a Asunción para integrar el triunvirato con Velasco y Zeballos. Yegros, desde Itapúa, viajó rápidamente a Asunción, donde fue recibido por una muchedumbre. El triunvirato, que fue un gobierno provisorio, convocó un congreso para que los paraguayos eligieran un nuevo gobierno. El Congreso se reunió entre el 17 y el 20 de junio de 1811, y eligió una Junta de Gobierno integrada por cinco miembros: Yegros (presidente), Mora (secretario), Francia, Caballero y Bogarín. Esta fue la primera elección de autoridades del Paraguay independiente, si bien el sistema de elección fue indirecto. En efecto, los pueblos y localidades nombraron sus representantes para el Congreso; estos representantes, a su vez, eligieron a la Junta presidida por Yegros. Pese a las limitaciones del sistema de elección indirecta, aquella elección de autoridades significó una superación del sistema anterior, en que los nombramientos venían de España, sin ninguna participación paraguaya. Por otra parte, en aquel tiempo no existía en ningún país del mundo un sistema electoral democrático, tal como lo entendemos hoy.
Fuente: HITOS DEL BICENTENARIO. Por LINE BAREIRO, MABEL CAUSARANO, MARGARITA DURÁN ESTRAGÓ, VÍCTOR-JACINTO FLECHA, BARTOMEU MELIÁ, GUIDO RODRÍGUEZ ALCALÁ © De esta edición SERVILIBRO. COMITÉ ASESOR, COMISIÓN NACIONAL DEL BICENTENARIO. Editorial Servilibro. Telefax: (595-21) 444 770. Correo electrónico: servilibro@gmail.com , Asunción, Paraguay octubre 2011