REBELIÓN ARMADA DE FEBRERO
FUSILAMIENTO DEL SR. ADOLFO RIQUELME (17 DE MARZO DE 1911)
La causa del Presidente caído el 17 de Enero, fue recogida por la masa principal de su partido y los Sres. Adolfo Riquelme y Eduardo Schaerer, fundadores del núcleo de El Diario en 1904 y a la fecha, leaders auténticos del radicalismo organizado durante los años de 1908, 9 y 10. D. Manuel Gondra, resignado ante el desastre sobrevenido y cierto del período de convulsiones que se inauguraba, se retira del país y gana territorio argentino.
En el orden militar, una nucleación igualmente escogida de oficiales de escuela, se había embanderado con su causa. Los tenientes coroneles D. Adolfo Chirife, Pedro Mendoza, Manuel L. Rojas, Manlio Schenone L., egresados de Chile; el coronel Patricio Alejandrino Escobar, los comandantes Justo Escobar, Alfredo Aponte, Crisóstomo Machuca y una numerosa oficialidad, todavía activa en las filas del ejército, se deciden por el Presidente caído.
En su mayoría los mencionados jefes pidieron su baja, o estaban ya retirados del servicio, cuando el pronunciamiento de la nueva situación.
El ex ministro del Interior, D. Adolfo Riquelme, animado del entusiasmo revolucionario de sus correligionarios y el resultado de sus trabajos en el ejército contra Jara, había resuelto, en combinación con el Sr. Eduardo Schaerer, levantarse en armas para reponer por la fuerza al Sr. Gondra en la primera magistratura.
Dos bases militares cuenta el complot: la zona de Concepción, con la mayor parte de su oficialidad, de la que se hallaba encargado el sargento mayor Alfredo Medina, allí comisionado, y la zona de Misiones, de la que respondía igualmente el capitán Francisco Brizuela, del servicio activo.
El Sr. Riquelme debía asumir la jefatura inmediata del movimiento, y el Sr. Schaerer, trasladarse a la Argentina, para procurarle de allí combinaciones decisivas al éxito del mismo.
Resueltos los hechos, se embarca furtivamente Riquelme para el Norte, a fines de Febrero, previo aviso con los sublevados de la zona y arriba a tiempo a su destino.
Sin mayor dificultad, el sargento mayor Alfredo Medina designado a tomar la zona, se apodera de ella y la entrega a Riquelme con todas sus fuerzas.
Fue la señal del movimiento.
Lanza en Concepción Riquelme un manifiesto, declarando bandera de la revolución, la reposición de D. Manuel Gondra en la Presidencia de la República.
Inmediatamente procede a financiar la campaña y alistar todo el ejército de línea con que entrar en operaciones.
En eso, se subleva igualmente la zona de Misiones y asume su comando el capitán Brizuela, quien, a su vez, se pone a las órdenes del teniente coronel Pedro Mendoza, que estaba designado para operar con él, en la región.
El plan convenido era marchar sobre la capital, sin dar tiempo a Jara de organizarse, con el ejército del Norte y el de Misiones conjuntamente.
Noticioso Jara de los hechos de Concepción, resuelve proceder en el acto, convoca la Guardia Nacional y arma una fuerte expedición por agua para constituirse en el teatro de la revuelta y atacar a Riquelme.
Es sorprendido de nuevo con la sublevación, para él inesperada, de Misiones, donde había enviado de jefe, su hombre de confianza, el comandante Américo Benítez, que cae prisionero de los revolucionarios.
La expedición naval iba partir al mando del teniente coronel Manuel I. Rojas, pero receloso Jara de un complot en sus filas, por la presencia de numerosos oficiales sospechosos, da una contraorden y baja nuevamente a tierra todas las fuerzas que estaban ya embarcadas en el puerto, para marchar sobre Concepción.
A la noche, el comandante Rojas y varios oficiales de la expedición contraordenada, pasan al Chaco argentino y se incorporan al campamento revolucionario.
D. Manuel Gondra, el coronel Escobar y numerosos emigrados, se hallaban acampados en la Colonia Bouvier.
Despacha Jara, en cambio, por tren, sobre los sublevados de Misiones una columna expedicionaria de las tres armas, de dos mil hombres, a la orden del teniente coronel Carlos Goiburú.
Acompañaba al comandante Goiburú, el capitán chileno T. Jofré, contratado por el gobierno, que ejercía las funciones de Jefe de Estado Mayor.
El 6 de Marzo, avista Goiburú a los revolucionarios en Caí Puente y les lleva ataque, con el grueso de sus fuerzas.
El capitán Brizuela, al frente de 400 soldados, atrincherado oportunamente en la loma de San Antonio, le libra batalla, antes de recibir el contingente del comandante Mendoza que debía de reunírsele.
Un sangriento y prolongado combate se empeña entre atacados y atacantes, hasta que las líneas revolucionarias son asaltadas por las fuerzas superiores de Goiburú, terminando con la dispersión de sus ocupantes, el retiro de Brizuela, y sus principales oficiales.
Numerosos prisioneros caen en poder de los gubernistas. Los derrotados pasan el Paraná y ganan territorio argentino. Goiburú queda dueño del teatro de la acción y llamado por Jara, que era en esos momentos presionado por Riquelme, retorna con sus fuerzas hacia la capital.
En ese ínterin, Riquelme avanzaba con 800 hombres, por agua y tierra, sobre Asunción. Llega por Limpio su avanzada de 400 hombres, al mando del Mayor de Guardia Nacional, D. Donato Alonso, hasta Paso Ñandeyara. Aquí es detenido su avance, por fuerzas también superiores, de infantería y artillería, despachadas por Jara, a cargo del mayor Enrique Oliver, no sin otro reñido y sangriento combate, que termina con la retirada desordenada de los revolucionarios.
Desde aquel momento, Jara se pone personalmente en campaña para copar la retirada de Riquelme.
Desembarca Goiburú todas sus fuerzas en Ypacaraí y sigue por tierra, cruzando Atyrá, Tobatí, Emboscada, para reunirse con la expedición de Jara que marchaba por agua en persecución de los derrotados de Paso Ñandevyara.
Estos iniciaban una retirada general, con intención de ganar nuevamente el Norte al internarse en el territorio.
Se habían incorporado a sus filas, tras una larga travesía por el Chaco, de territorio argentino, el comandante Alfredo Aponte y varios oficiales.
Resuelven Riquelme y sus jefes militares, finalmente, atrincherarse en el puerto de Rosario v Bonete, para empeñar allí batalla a las fuerzas de Jara.
Contaban con varias piezas de artillería que fueron ubicadas en el barranco del río, a la altura mencionada, al mando del capitán Miguel Rojas y fuerzas de protección de infantería.
En Bonete, se dispuso un largo cordón de trincheras, resguardado a su frente por un ancho estero y en sus costados por dificultades naturales. El teniente Ricardo Cardozo, con 120 soldados de infantería, comandaba esta posición.
Avanza Jara por agua y tierra y el 17 de Marzo emprende la ofensiva sobre las posiciones de Riquelme.
Desembarca en Puerto Loma, Goiburú, con 2000 hombres y costea la laguna que baña la línea de Bonete, sita a dos kilómetros del río. Al llegar a este punto, de improviso, recibe las primeras descargas de fusilería de Cardozo, cuya posición ignoraba aún, viéndose obligado a atacarlo en aquella emergencia.
Lanza el grueso de sus fuerzas de 2000 hombres sobre Cardozo, en medio del estero inundado, donde quedan largo rato empantanadas. La artillería cooperaba en el avance.
Las exiguas tropas de Cardozo, aprovechando las ventajas del terreno, causan una gran mortandad a los atacantes.
La laguna se llena de cadáveres.
Por fin, vadeado el estero, asaltan las trincheras de Cardozo, los soldados de Goiburú. El teniente Cardozo yacía muerto, acribillado de heridas.
Allí fueron fusilados los prisioneros tomados.
La batería del capitán Rojas contiene, en el primer momento la flotilla artillada de Jara, que la comandaba en persona.
Líbrase un duelo de cañones entre ambos, en cuyo transcurso es destruida la batería de Rojas por la superioridad de los tiros de a bordo. Las fuerzas triunfantes de Bonete cooperan al bombardeo de los barcos y avanzan sobre Rojas, quien se retira de su línea, con el resto de sus oficiales y tropas en dispersión.
Numerosa oficialidad revolucionaria cae prisionera en poder de Jara. Fueron fusilados, sin más trámites, después de entregarse, casi todos los oficiales, entre ellos, José Félix Guerrero, Leonardo Daveggia, Edmundo Maldonado y otros.
Faltaba ocupar el pueblo de Rosario, donde acampaba personalmente Riquelme, con un pequeño destacamento.
Otro avance combinado se efectúa en esa dirección para copar los fugitivos de las dos batallas y del pueblo, que a la noticia de los desastres ocurridos, se desbandaban en fuga general.
El jefe de la revolución, Sr. Adolfo Riquelme, con un grupo de fieles, organiza su salvataje, cuando las avanzadas de Jara tiroteaban ya la capilla.
Logra ganar el río Cuarepoty y tripular una embarcación con la cual, no sabiendo nadar, trata de pasar al otro lado, circunstancia que le priva del tiempo requerido para escaparse.
Sus compañeros cruzan a nado el río y él seguía en la chata de difícil manejo .
En eso, una patrulla del enemigo da con su paradero, lo acosa y toma prisionero.
De ahí, es conducido al pueblo del Rosario, donde se le encierra en una torre de la Iglesia local, acompañado del ciudadano argentino Pedro Castaing, también prisionero y otros.
El coronel Jara, Presidente Provisorio de la República, al frente de todos sus ejércitos victoriosos, a bordo de uno de los buques expedicionarios, en el puerto de Rosario, es informado inmediatamente del suceso.
Transcurren las horas, sin novedad, con su fría contemplación de la suerte de Riquelme.
El comandante Goiburú, Jofré, los mayores José Tomás Mendoza, Enrique Oliver y demás jefes y oficiales, apoderados del Rosario y de la persona del jefe de la Revolución, antes de proceder por sí sobre la vida del prisionero, le dan por cárcel la torre de la Iglesia y envían a Jara el parte consiguiente, aguardando sus disposiciones.
Riquelme se creía ya salvo de un asesinato, alevosamente premeditado, al cabo de las varias horas transcurridas desde su caída en poder del ejército vencedor, en el paso del Cuarepoty.
Pero, precisamente, a la tarde, concluía aquella larga expectativa.
Es descendido de la torre y entregado a un sargento, al frente de varios tiradores, que lo conducen por la ruta desierta del puerto.
En el camino, se informa Riquelme de la consigna del sargento, de quitarle la vida indefectiblemente, y trata de disuadirle con las más desgarradoras súplicas.
Todo fue en vano.
Le manda aquél adelante unos pasos, y a su orden, el pelotón le hace varias descargas por la espalda.
Instantáneamente, el jefe prisionero de la revolución, Don Adolfo Riquelme, rodaba muerto por el suelo.
Su cadáver fue arrastrado y enterrado expeditivamente, cerca del lugar de la ejecución, hasta que a la noche, una mano deseosa de aventar hasta sus restos, lo desenterró y arrojó al Cuarepoty.
Jamás se ha podido dar con sus despojos.
Aquel cuadro de deslealtad con un prisionero político, rendido, evocador de una puja de caníbales, que no de las tradiciones de nuestra generosidad, afectó profundamente el orgullo nacional, que se recogió, disminuido ante el mundo, del menoscabo inferido a la cultura patria, con el asesinato del jefe civil de una revolución, hecho prisionero, por manos de sus compatriotas.
La historia de las agitaciones populares de la República, no incorporaría en sus páginas, ciertamente, tamaño episodio de descenso colectivo, sin la más inapelable condenación cíe la sociedad y del pueblo en masa del Paraguay, sobre los suplicios del Rosario. Documentóse, en diversa forma y manera, la protesta unánime del país.
La revuelta quedaba sofocada con estos cruentos epílogos. Contribuyeron al desastre de la campaña algunas incidencias fortuitas, que favorecieron el desenvolvimiento del gobierno, como ser, la prisión efectuada del Sr. Eduardo Schaerer, en Villa del Pilar, en ocasión de dirigirse a la Argentina, a cumplir su cometido.
La revolución perdió, con su cooperación, una de sus bases en el exterior.
Regresa Jara a la capital con los laureles de su nueva victoria. El telégrafo vibraba diariamente al eco de las protestas del país y del extranjero por los fusilamientos de prisioneros políticos.
La prensa del Río de la Plata se asociaba al duelo nacional y discernía justicia americana a los factores sociales y políticos que se oponían, en el país, a la escuela de gobierno que pregonaban las ejecuciones de la última contienda.
Ordena Jara el encausamiento criminal de los autores y partícipes del movimiento sofocado, a fin de aplicarles el castigo de las leyes y retenerlos en la expatriación.
El país quedó sumido en el terror.
El 1º. de Abril inauguran las Cámaras sus sesiones ordinarias con el mensaje del Ejecutivo, celebrando el fin de la insurrección. Estado general del país:
Hacienda: Fondos de Conversión en el Banco de la República, $ o/s. 737.973.42. Emisión circulante $ 35.200.000. Deuda Externa al 31 de Diciembre de 1910, $ o/s. 3.920.717.64. Deuda al Banco Francés del
Río de la Plata, $ o/s. 600.000. Recaudaciones generales: $ o/s. 1.480.614.72 y pesos curso legal 22.002.226.14.
Instrucción Pública: 483 escuelas oficiales, 45.000 alumnos, y 861 maestros. Creación de un Instituto Histórico y Geográfico, que no llegó a funcionar.
Relaciones Exteriores: Concurrencia del Paraguay, con pabellón propio, a la Exposición Internacional de Agricultura del Centenario Argentino y a numerosos Congresos Internacionales.
Interior: Edificación del matadero municipal, pavimentación de 40.000 metros cuadrados en la capital.
Guerra y Marina: Adquisición de nuevos armamentos y contratación de un Oficial de Estado Mayor de Chile.
El gabinete se modifica: es nombrado el Sr. Francisco L. Bareiro, Ministro de Hacienda, en reemplazo del Dr. Ortiz, enviado con una misión al Plata.
Un hecho de vital trascendencia para el desarrollo del país, se anota: la llegada a Villa Encarnación de las líneas del Ferrocarril y su próximo empalme con el argentino de Posadas.
La política interior iba a complicarse en breve, como nunca.
La oposición se concentra únicamente en un diario: El Nacional. Se retira el Dr. Isasi de su dirección y le sucede el Sr. Gómes Freire Esteves. Este ciudadano había permanecido en el extranjero de 1906 a 1908. En 1910, disperso el núcleo de fundadores de aquel diario, se incorpora activamente al partido democrático.
Iniciado a petición del P. E., el procesamiento de los revolucionarios vencidos, abre El Nacional una campaña a favor de éstos, propiciando la sanción de una ley de amnistía que reparase, en algo, la lesión colectiva de las hecatombes del Rosario. Impugna, al propio tiempo, las ideas de formación del Partido Presidencial.
En la noche del 3 de Mayo, la policía reduce a prisión al Sr. Freire Esteves, y lo deporta, a altas horas de la madrugada, al otro lado de los ríos Paraguay y Pilcomayo, por motivo de aquella propaganda.
Desde aquel atentado, se precipita Jara, de exceso en exceso, a la dictadura abierta.
Al día siguiente, el personal del diario, era igualmente apresado y la imprenta clausurada, "manu militari" .
El Diario, órgano del partido radical, a cargo del Sr. Ramón Lara Castro, iniciaba otra campaña de oposición.
En las Cámaras legislativas, numerosos representantes de filiación radical, permanecían en sus puestos, para contrapesar en el momento preciso la política presidencial.
El partido colorado, cifrando siempre remotas esperanzas en el Presidente, había incorporado al Congreso varios representantes, de acuerdo con éste, y se llamaba a una benévola expectativa a su respecto.
El Dr. Antolín Irala, presidente de la Cámara de Diputados y jefe director de la Asociación Nacional Republicana, con motivo de un empate de votos en la Cámara para otorgar a Jara el grado de general de brigada, decide el empate a favor del ascenso y vota por él.
Llévanse a cabo, en las fiestas patrias del 14 y 15 de Mayo, grandes manifestaciones populares, iniciadas por la juventud, en conmemoración del Centenario de la Independencia Nacional.
En su transcurso, comienza a desbordarse el espíritu público contra el gobierno.
Las calles de la capital resuenan con los primeros "¡Mueras al dictador! "
En la opinión internacional, la situación de Jara, se averiaba a más día.
La prensa del Río de la Plata acrece sus protestas por las ejecuciones del Rosario y las nuevas violencias.
El ministro paraguayo en Buenos Aires, Dr. Carlos Cálcena, aparece envuelto en un incidente tribunalicio que lastimaba el decoro de su investidura.
Un episodio diplomático en el Brasil complica las relaciones de nuestra cancillería con la Argentina: el nuevo ministro plenipotenciario en Río de Janeiro, enviado por el gobierno, D. Juan Silvano Godoy, pronuncia en Itamaratí su discurso de recepción, previamente consentido por Jara, abundando en conceptos que ocasionan escozor en la Cancillería y opinión argentinas.
Bajo presión del ministro argentino residente, Sr. Martínez Campos, es llamado el Sr. Godoy de Río y desvirtuado su discurso.
Intenta El Nacional reaparecer en los primeros días de Junio y nuevamente la policía conmina a su director a abandonar el país. Mientras tanto, se apoderaba de Jara una sorda inquietud. Sus allegados íntimos se dispersaban. El Senado rechaza su ascenso a general, votado por la Cámara de Diputados.
Contra el Sr. Marcos Caballero Codas, su jefe de Policía al otro día del 17 de Enero, había impartido rigurosa orden de prisión, escapándose aquél mediante su asilo en una Legación extranjera.
El coronel Goiburú, ministro de Guerra es enviado a Europa con una Legación por haber dejado de inspirar confianza.
El Dr. Alejandro Audivert encabezaba, en el mayor sigilo, un complot con los hermanos Liberato y Emiliano Rojas para deponerle.
El partido radical proscripto era espontáneamente solicitado por algunos elementos del ejército y civiles jaristas, para tramar soluciones subversivas contra la situación.
El Sr. José I. Meza, que reemplazara a Caballero Codas en la jefatura de Policía, caía igualmente en introducción subterránea del P.E. poco después.
Así las cosas, publica El Diario, el 28 de Junio, una carta-denuncia de una señora extranjera, madre de la artista L. Panissi, que trabajaba en el Teatro nacional, refiriendo los pormenores de un secuestro atentatorio al pudor de que fuera víctima su referida hija por parte del Presidente de la República.
No bien se entera Jara de la publicación, manda ocupar militarmente El Diario, con 50 soldados de la Guardia Cárcel, apresar su personal y retener la edición del mismo, clausurando el establecimiento.
La juventud estudiosa se agita, ante aquel nuevo desborde. Organiza, una tras otra, a los días subsiguientes, grandes manifestaciones de protesta, en que los estudiantes desahogan sus resistencias a la opresión.
Despacha Jara fuerzas de línea para dispersarias a sable y bayoneta, prender a sus promotores y encarcelarlos en la Policía.
Aquí, bajo sus inmediatas órdenes, fueron vejados y azotados numerosos estudiantes, con el mayor encarnizamiento.
Mientras tanto, las Cámaras legislativas, en cuyo seno militaba una mayoría de radicales y republicanos, interpelan al gobierno por aquellas extralimitaciones. Los republicanos apoyan la interpelación. El diputado radical, D. Víctor Abente Haedo, y el republicano, D. Ricardo Brugada, la promueven.
El Dr. Domínguez, ministro de Justicia, Culto e I. Pública, concurre a defender al P. E. y replica a los representantes radicales que aquellos hechos se consumaban para enseñarles a ellos, los radicales gondristas, en carne viva, como son dolorosas las transgresiones de la ley.
Se resuelve en las alturas apresar a todos los representantes de la mayoría y arrancarles, individualmente, renuncia de su investidura, en tanto la minoría asumiese la responsabilidad de las medidas presidenciales.
La policía procede a apresar a los senadores y diputados de la mayoría, y sólo iban recuperando su libertad los que renunciaban espontáneamente.
El senador radical, ex convencional de 1870, D. Francisco Campos, anciano caracterizado y de respetabilidad, se niega a firmar su renuncia en la Policía.
Noticioso Jara de ello, ordena se le remita a su domicilio particular, para conseguir de él, en persona, la dimisión.
Presentado Campos ante Jara, y pregunta de éste si iba a renunciar o no, insiste en su negativa. Desenvaina entonces el Presidente su espada y le aplica varios golpes, con amenazas de ultimarle, si seguía oponiéndose.
El Sr. Campos tuvo que renunciar,
En esta forma, conseguidas las renuncias, la minoría presidencial las acepta expeditivamente.
DEPOSICIÓN DE JARA
Tras aquel torbellino de medidas extraordinarias, amanece el día 5 de Julio.
El complot inicial de los Rojas y Audivert se había generalizado. El ministro de Guerra, Sr. Cipriano Núñez, que sustituyera a Goiburú, por la ciega confianza que inspiraba a Jara, entra en la conspiración.
El mayor Tomás Mendoza, jefe del cuartel de Artillería, es el eje del plan. Gozaba, asimismo, de la confianza íntima del mandatario. En la mañana del día citado, recibe Jara un llamado del cuartel sublevado y concurre, no obstante advertencias de última hora de algunos allegados, al cuerpo de Mendoza.
Una vez aquí, fue rodeado de la oficialidad en una pieza y allí le significó el mayor Mendoza la resolución de los amigos de pedirle su renuncia de la Presidencia y de aceptar, del gobierno que se constituya, una misión al exterior.
El batallón II de Infantería fue tomado personalmente por el ministro de Guerra sublevado, Sr. Ibáñez.
La Policía y la Guardia Cárcel se entregaron después, bajo órdenes del mismo Jara, que viéndose perdido concluyó por dimitir y aceptar, de la manera más amigable, todas las proposiciones de Mendoza.
Seguidamente se reúne el Congreso con asistencia de la mayoría anteriormente obligada a renunciar y acepta la dimisión del mandatario preso, designando para reemplazarle Presidente Provisorio de la República al Sr. Liberato M. Rojas.
Esa misma tarde, el coronel Jara, era embarcado en un paquete de pasajeros con destino a Buenos Aires, ante una numerosa manifestación de hostilidad que se había improvisado a su paso en el puerto.
Fuente: HISTORIA CONTEMPORANEA DEL PARAGUAY (1869 - 1920). Por GOMES FREIRE ESTEVES. Prólogo de ALFREDO M. SEIFERHELD. Reseña biográfica del autor: MANUEL PESOA. Complementos: RAÚL AMARAL. Editorial NAPA. Asunción – Paraguay 1983 (396 páginas)
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