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Historia Política


Contexto de la Naciente Economía Paraguaya, Siglos XV - XVII (Por Delfín Ugarte Centurión)
(01/08/2012)

CONTEXTO DE LA NACIENTE ECONOMÍA PARAGUAYA (SIGLOS XV-XVII)

Por DELFÍN UGARTE CENTURIÓN



1

INTRODUCCIÓN


         El Paraguay se incorpora a la historia de los procesos político-sociales y socio-económicos del mundo, en un marco histórico bien definido cuya mención no podremos soslayar bajo el pretexto de desviarnos de nuestro cometido principal y aun a riesgo de exponernos a una simplificación exagerada de la descripción de ese contexto.

         Esta reseña inicial es, realmente, imperativa. Primeramente, porque con ella esbozaremos, siquiera sea con el método riesgoso de la necesaria síntesis, un marco general de referencia que nos delinee los grandes contornos de la situación económica y política de la Europa de los siglos XV y XVI, permitiéndonos vislumbrar en ese entramado de acontecimientos, los principales móviles del descubrimiento de América, del posterior proceso de su conquista y colonización y, de nuevo recortándose en ese paisaje, el perfil más preciso de un territorio donde transcurrirían cuatro y medio siglos de riquísimos sucesos que hoy permiten la presencia activa de un prototipo humano, social y culturalmente bien definido.

         En segundo lugar, porque sólo así podremos hacer justicia a ese otro Paraguay que, antes de nacer a esta historia narrada documentalmente, vivía ya en gestación dinámica en las entrañas de una tierra incógnita, preparando las simientes germinales, sus propios fundamentos fenotípicos y genotípicos, de una sociedad y de una cultura que tampoco hallarían explicación histórica si no desentrañáramos, ab initio, el sentido de las profundas raíces que las fijan al suelo americano.

         No nos hemos resistido aquí a la tentación de establecer este parangón, y sólo eso, con el campo de la genética, pues a ella nos acerca la historia al presentarnos este tipo de fenómenos: cuando la mezcla de hombres de diferentes caracteres raciales, de diversos modos de organización social y de universos culturales dispares, produce la plasmación de un nuevo ente autónomo, peculiar, con rasgos propios bien definidos, pero con la marca indeleble de sus progenitores.

         No era, acaso, este rincón de la América marginada de la historia de esa época, como el fértil vientre materno donde se desarrolla un embrión humano y no provocó, por cierto, el inopinado arribo del poblador hispano la eclosión impetuosa del nuevo ser paraguayo a una historia que, hasta ese momento, había ignorado a este continente y que sólo desde entonces adquirió dimensiones realmente universales?

         Adentrémonos, pues, en este extraordinario proceso y veamos ya con los ojos menos divagantes del pintor impresionista y más precisos del analista histórico-económico, cómo estos instantes decisivos de las postrimerías del siglo XV y comienzos del XVI, permiten ciertas caracterizaciones bien definidas del substrato económico que impulsaría la gran empresa conquistadora y colonizadora del continente americano por el naciente Estado español unificado.


2

MOVILES DEL DESCUBRIMIENTO, CONQUISTA Y COLONIZACIÓN


         Si tuviésemos que decidirnos por una definición sintetizadora del conjunto de los fenómenos sociales y económicos que se desarrollaban en la Europa de finales del siglo XV y de todo el siglo XVI, optaríamos por adelantar la afirmación de que se asistía a los instantes iníciales del nacimiento del sistema de producción capitalista.

         En este último siglo comienza a percibirse una fase bien característica de la economía europea basada, entre otros hechos, en una lenta recuperación demográfica y en el notable impulso que cobran los conocimientos y la técnica. Ambos factores serían de importancia gravitante en el ulterior desarrollo histórico-económico mundial.

         En lo que se refiere al primer fenómeno, algunos estudiosos de las primeras épocas de la historia de la humanidad, han destacado cómo el crecimiento poblacional constituyó uno de los fundamentos del progresivo avance de las civilizaciones, al provocar la expansión espacial del hombre y su consiguiente secuela colonizadora y difusora de la cultura; así por ejemplo, el incremento demográfico se halla estrechamente asociado a las etapas iníciales del surgimiento de la Revolución Neolítica y de la posterior Revolución Urbana.

         Respecto a lo segundo, la incorporación de nuevas fuentes de energía y su utilización cada vez más racional en el proceso de producción económica, trajeron aparejados extraordinarios cambios y permitieron una adecuada combinación con otros inventos que revolucionarían ciertas áreas claves de la actividad económica.

         En efecto, se produjo un franco mejoramiento de las máquinas basado en un mayor aprovechamiento de las fuentes de energía animal, hidráulica y eólica y se lograron notables inventos así como un adelanto general de la técnica y de la ciencia.

         En el campo del transporte por agua, al uso del viento como fuerza impulsora de las naves, se agregaron poco a poco inventos tales como la brújula marina y el moderno timón, aparecidos ya en el siglo XII, así como el perfeccionamiento del velamen, la mejor utilización del sextante y el astrolabio, todo lo cual había significado conferir significativos impulsos al transporte de largo alcance, dando origen a una época de verdadera revolución y expansión comercial y marítima.

         Paulatinamente se iría superando el sistema de producción del rígido y autosuficiente modelo feudal, constituido por una economía cerrada, de base agrícola y artesanal, llegando los países europeos a requerir cada vez más del intercambio comercial, de la importación de materias primas para sus incipientes industrias y de la ampliación de los mercados para la creciente producción de mercancías.

         Todo ello iba a hacer posible que, en adelante, cada región pudiera especializarse en la producción de aquellos rubros para los que se hallara más favorecida, generando la posibilidad de satisfacer sus otras necesidades económicas a través del intercambio comercial inter-regional.

         Efectivamente, en el siglo XVI, el naciente capitalismo comercial buscaba afanosamente su propagación por la conquista de nuevos mercados y, en las condiciones determinadas por la organización feudal aún vigente en la sociedad europea de esta etapa de transición, el único factor de incremento de la productividad y del ingreso y, consiguientemente, el único instrumento de transformación estructural, era el comercio entre regiones.

         En ausencia de esta actividad, no existían fuerzas capaces de modificar la asignación de recursos productivos; esta asignación implicaba la ocupación de la mano de obra en tareas agrícolas y, sólo marginalmente, en actividades artesanales y en servicios. En tales circunstancias, la estructura económica permanecía invariable, con una muy elevada proporción de recursos productivos en el campo y el progreso tecnológico sin llegar, o llegando con retardo, a los feudos donde los excedentes de la producción, se aplicaban casi estrictamente al consumo señorial.

         En contraste con esta situación residual de la economía feudal, los comerciantes demostraban un especial dinamismo económico, dándoles a sus excedentes un destino muy diferente: éstos eran reincorporados al circuito mercantil acrecentando la masa de riqueza acumulada en manos del capital comercial. Por otra parte, los comerciantes tenían a su alcance el usufructo de los grandes inventos -que eran la expresión del ya comentado adelanto tecnológico de la época- para multiplicar notablemente su escala de operaciones.

         La creciente acumulación de excedentes entre los comerciantes, habría de desplazar gradualmente el centro de poder desde la nobleza hacia el capital comercial, provocando cada vez más la declinación del feudalismo y el surgimiento de la economía capitalista cuya irrupción definitiva habría de producirse en el siglo XVIII con la Revolución Industrial.

         Entre tanto, el impulso de la surgente economía comercial capitalista del siglo XVI arrastraba en su impetuosa corriente a la mayor parte de los nacientes estados europeos; más aún a aquéllos que reconocían una larga tradición marítima.

         No ha de olvidarse que el Mediterráneo, otrora "mare nostrum" de los romanos, se había constituido, ya desde mucho antes del siglo XVI, en verdadero lago interior de sus ciudades y pueblos litorales, asiduamente navegado por comerciantes bizantinos, venecianos y genoveses; la poderosa expansión islámica -sobre todo a partir del siglo VIII- no tardó también en enseñorear sobre sus aguas; con la decadencia del imperio bizantino, sin embargo, el comercio mediterráneo había quedado cada vez más bajo el dominio de los reinos italianos.

         Aquel continuo tráfico había permitido una fluida circulación de diversos productos originarios de los más apartados rincones del mundo entonces conocido. El Oriente, la costa septentrional del África y el continente europeo se vincularon activamente a través de ese intenso movimiento comercial. Manufacturas de algodón de Mosul (ciudad iraquí célebre por sus muselinas); vidrio, joyas y sedas de Bagdad; acero y telas de hilo de Damasco; pieles y cueros de Marruecos; tejidos de lana, encajes, tapices, orfebrería, drogas, perfumes, esmaltes, marfil y -en fin- las tan mentadas especias (jengibre, canela, clavo de olor, azafrán, pimienta), constituyeron la vasta línea de rubros del intercambio que crearon una amplia red mercantil interregional (1)

         Los ya mencionados avances tecnológicos, el mejoramiento de los medios de navegación marítima (ampliando la capacidad de carga de los buques, haciendo más segura su orientación con el avance de la cartografía naval y alentando a las armadas a rebasar el simple tráfico de cabotaje, para tentar incursiones más audaces mar adentro), el soporte brindado por los nuevos conocimientos técnicos y científicos, se asociaron así a la propia fuerza impulsiva del capitalismo mercantil y, ya para fines del siglo XV, tornaron completamente insuficientes los itinerarios mediterráneos.

         Se agregaron a éstos otros factores de índole más propiamente políticos, de los que aquí corresponde citar dos por sus efectos directos sobre el tema que nos ocupa.

         En primer lugar, el control otomano sobre la plaza de Constantinopla desde el año 1453, con el consiguiente cierre del tránsito europeo por el Mediterráneo hacia el Oriente; a este hecho algunos historiadores han atribuido tanta importancia que lo han utilizado, tradicionalmente, como hito demarcatorio entre las épocas medieval y moderna de la historia.

         El segundo hecho, de trascendencia histórica y geográfica mucho más localizada, pero no por ello menos importante para el caso, fue la temprana liquidación por parte de Portugal de la dominación morisca y su constitución en estado-nación unificado ya en el último cuarto del siglo XIV -un siglo antes que España-, y subsecuentemente el pujante surgimiento de una flota mercante pionera, ampliamente respaldada por la monarquía centralizada.

         Por cierto, al declinar y hacerse enteramente insuficiente el tráfico marítimo europeo por el Mediterráneo, Portugal supo tomar la anticipada delantera en la búsqueda de nuevas rutas oceánicas para el comercio con Oriente, aprovechando para ello de aisladas experiencias que intrépidos navegantes habían ido desarrollando ya desde fines del siglo XIII.

         Genoveses fueron las primeros en llegar a las costas atlánticas del continente africano a fines de ese siglo y comienzos del XIV; pero los portugueses no les iban en zaga, infundiendo inusitado aliento a las empresas marítimas de navegantes particulares, de la nacionalidad que fuesen, y atrayendo sus logros en beneficio propio. Desde temprano crease en Portugal una vigorosa burguesía mercantil portuaria que habría de ser factor clave en el ulterior auge ultramarino de esta nación.

         No tardaron en surgir disputas entre portugueses y castellanos en relación a sus respectivas jurisdicciones en la exploración de nuevas rutas de navegación, recurriéndose en tales casos a la indiscutida autoridad papal para zanjar los diferendos. Pero Castilla era todavía solamente un reino entre los muchos hispánicos y a todos ellos agobiaba aún el peso extraordinario de la dominación árabe y la lucha secular por la Reconquista.

         Entre tanto, como síntoma significativo de esta nueva época de propagación ultramarina, Enrique, hijo del rey de Portugal, no por azar llamado "el navegante", fundaba la Escuela de Cartografía y Navegación portuguesa; en 1454 esta nación reclamaba ya derechos de conquista sobre la Guinea ecuatorial africana y, para fines del siglo XV, marinos a su servicio franqueaban el Cabo de Buena Esperanza para llegar a la India, en 1498, por la vía del Atlántico austral y del Océano Indico.

         Sólo al concretarse las bases para la fusión nacional, por medio de la unión dinástica de los reinos castellano y aragonés, en 1479, y al lograr al fin imponerse España definitivamente en su lucha de ocho siglos sobre la dominación islámica, pudo entrar aquélla de lleno en la ardua competencia con su vecino ibérico para expandir los mercados del naciente capitalismo comercial europeo. De la extraordinaria pugna que comienza a entablarse, desde entonces entre las dos potencias marítimas de la Europa del siglo XVI, nacería la empresa magistral que daría a luz al continente americano.

         Así entonces, el descubrimiento de América reconoce su origen, fundamento y móviles, en el proceso de expansión mercantil capitalista producido en la cuenca mediterránea de la Europa de los siglos XV y XVI y, más específicamente, en la península ibérica que, si bien no es la que más definidamente habría de verse involucrada en el posterior desarrollo del nuevo sistema de producción -como veremos en el capítulo siguiente-, se constituyó, sin embargo, en la principal puerta de salida y en el instrumento de expansión más destacado, con una tradición marítima bastante consolidada, para iniciar la aventura de atravesar el Atlántico hasta llegar a las puertas de un nuevo continente y a las páginas iníciales de una nueva época en la historia de la humanidad.

         Apenas concretado el descubrimiento americano, ya la puja entre España y Portugal por afianzar sus dominios en el nuevo continente se tornaba dramática. En efecto, incontenible en sus expediciones ultramarinas, Portugal había llegado a América pisando los talones españoles. Y fieles a su tradición de apelar a la autoridad vaticana para dirimir sus litigios en este orden, ambos reinos ibéricos lograron del Papa Alejandro VI las célebres bulas que trataban de fijar claras delimitaciones a sus respectivos dominios en los nuevos territorios descubiertos.

         Sin embargo, serían las propias negociaciones entre las cancillerías hispana y portuguesa las que estipularían una suerte de solución salomónica a sus pleitos. Así, el Tratado de Tordesillas, firmado en 1494, marcó las bases del acuerdo bilateral entre ambas potencias, repartiéndose las tierras americanas y todas las otras que descubriesen navegando por el Atlántico desde la península ibérica hacia el occidente, en razón de una línea imaginaria que las cortaba de norte a sur pasando a 370 leguas al oeste de las islas de Cabo Verde.

         Esta línea, que tuvo realmente mucho de imaginaria y muy poco de precisa, estaba destinada a ser fuente de rivalidades y disputas nunca del todo dirimidas, no sólo en las sedes metropolitanas, sino en el propio escenario americano.

         Como parte de los intentos por delinear claramente los dominios establecidos por la Línea de Tordesillas, como se la conoce a la que surgió de aquel Tratado, pero también del interés por un minucioso reconocimiento y consolidación de derechos sobre el nuevo continente, así como por la búsqueda de un paso que comunicase el Atlántico con el Pacífico, siempre ávidos de hallar nuevas rutas marítimas hacia el Oriente, llegaron al Río de la Plata las primeras expediciones.

         Juan Díaz de Solís, en 1516, abre las puertas de la penetración española al interior del continente por esta portentosa vía fluvial y, de aquí en más, la navegación del Paraná y del Paraguay, aguas arriba, impondrá a los conquistadores, cada vez más, nuevos impulsos y motivaciones casi siempre fieles a los intereses metropolitanos, pero nunca del todo desligados ya del interés personal que en cada empresa ponían sus propios protagonistas.

         En efecto, por ningún concepto debe olvidarse que las grandes armadas que llegaron a América, salvo un número insignificante de excepciones, fueron obra de la iniciativa y del financiamiento privado, basándose en pactos contractuales formalizados entre empresarios particulares y la Corona española: las célebres "capitulaciones".

         En cada expedición conquistadora que llegó a América, al Río de la Plata y al Paraguay, deben reconocerse necesariamente al menos tres diferentes tipos de móviles e intereses, a veces concordantes, a veces divergentes. En primer lugar, los que impulsaban al estado español, buscando afianzar su posición de potencia marítima y metropolitana en relación con sus flamantes colonias ultramarinas (asegurándose la importación de ciertos productos básicos, metales preciosos, tributos, etcétera); por otra parte, los de los propios jefes y capitanes de cada empresa, tratando de lograr sus famosas "mercedes", feudales (beneficios pecuniarios y nobiliarios) y, en tercer término, pero no menos importante, las propias aspiraciones de la masa conquistadora enrolada en las armadas también ansiosa de obtener sus particulares intereses, riquezas y, acaso, el olvido de un pasado indecoroso o punible en su país de origen.

         Al fin de cuentas, fue esta última, la masa de los intrépidos tripulantes llegados a tierra americana la que contó en su poblamiento definitivo y, en el caso del Paraguay, la que protagonizó el trascendental proceso de mestizaje, base y sustancia de la conformación social nacional.

         Una vez asentados en Asunción los pocos conquistadores de las primeras expediciones originadas en la armada de Pedro de Mendoza, y los pocos más que se irían sumando después, la fiebre del oro y la plata invadió a todos ellos por igual y a su ansiosa búsqueda destinaron gran parte de sus primeros afanes y trajines por estos territorios. Sin embargo, frustrada definitivamente la ilusión del enriquecimiento áureo, fácil y expeditivo en apariencia, un destino más simple, más duro, laborioso y duradero, terminó por imponérseles obligándoles a sentar las bases de una economía bien característica.

         En 1541, a escasos años de la fundación de Asunción, se creaba el Cabildo, institución básica del sistema político-comunal español. La Colonia. hispano-paraguaya, comenzaba un lento pero irreversible proceso histórico de organización interna.




(1) Si se ha sobre acentuado el papel de las especias como factor fundamental de la expansión europea hacia el Oriente, ha sido por la notable importancia que las mismas llegaron a tener como componentes de su dieta alimenticia, como conservadores de alimentos (carnes y legumbres) y, en el caso de algunos productos, como el alcanfor, por su valor medicinal. Sin embargo, las especias no fueron los únicos productos de ese intenso intercambio comercial.



3

ECONOMIAS NATIVAS E IMPACTO DE LA CONQUISTA Y COLONIZACIÓN


         Dos formas básicas de organización económica encontraron los españoles a su llegada al territorio paraguayo. Ambas, en diferentes medidas y en diverso grado, afectarían al posterior desarrollo histórico-económico de la Provincia del Paraguay.

         Habría que agregar, aún, el propio modelo socio-económico hispano, el que llegó con los conquistadores en sus carabelas, pues de la amalgama entre éste y una de las formas de organización económica pre-existente en el suelo paraguayo, habría de surgir lo que podemos denominar la economía de la colonia en el Paraguay, la que nos proponemos estudiar en el siguiente capítulo.

         En la Región Oriental del Paraguay, específicamente en la cuenca oriental de este río, se hallaron los conquistadores con los pueblos guaraníes caracterizados por una cultura pre-civilizada, típicamente neolítica: cultivadores rudimentarios, con pequeñas parcelas donde practicaban la roza y el cultivo intensivo de algunas pocas especies básicas (mandioca, maíz, calabazas, porotos), hasta agotar la fecundidad del suelo, lo que les obligaba a sucesivos desplazamientos de corto alcance buscando nuevas sementeras.

         Eran, pues, pueblos semi-sedentarios, en el sentido de que se establecían en forma relativamente estable y su movilidad no constituía un nomadismo permanente sino sólo una suerte de rotación poblacional, en torno a nuevos suelos, una vez que el recurso tierra se volvía insuficientemente fértil; mientras los cultivos producían, se asentaban en aldeamientos más o menos numerosos compuestos de una, dos y hasta cuatro grandes casas comunales multifamiliares.

         Formaban un conjunto de nucleaciones de diferente localización regional que cubría toda la Región Oriental del Paraguay, llegando hasta Matto Grosso y el actual Estado brasileño de Paraná, la costa Atlántica brasileña y el delta del estuario rioplatense. Estas unidades regionales eran, sin embargo, independientes entre sí y, aun cuando compartían todas el mismo sistema de organización y producción económica, se mantenían celosamente autónomas.

         Se trataba, desde luego, de una agricultura puramente consuntiva o subsistencial que era complementada con la caza y la pesca, proveedoras de algunas pocas proteínas de origen animal para su dieta alimenticia.

         Con todo, la economía y la sociedad guaraní, habrían de significar un poderoso factor de arraigo del conquistador español en suelo paraguayo.

         En contraste, toda la Región Occidental estaba poblada por numerosas tribus de diferentes familias lingüísticas, pero pertenecientes todas al modelo de cultura paleolítica, con una estricta economía de caza, recolección y pesca. El enorme Chaco paraguayo era el escenario de las incontenibles correrías de estos pueblos genuinamente nómadas, que basaban su sustento en la recolección de frutos silvestres y en especializados sistemas de caza y pesca.

         La diferenciación regional entre estas dos grandes áreas del territorio paraguayo estaba así marcada, desde los propios inicios de la conquista; por formas de organización económica y social fundamentalmente contrapuestas.

         Es más: la mayor parte de los grupos tribales paleolíticos chaqueños, sobre todo algunos que se desplazaban muy cercanos a la costa occidental del río Paraguay (como los guaycurúes) o que, incluso, practicaban un habilidoso y activo desplazamiento fluvial por medio de canoas a lo largo de este río (como era el caso de los payaguáes), sostenían con los pueblos guaraníes de la orilla oriental un secular enfrentamiento, sometiendo a estos últimos a permanente asedio, saqueos y violencia y buscando proveerse de los productos de una práctica económica que no cabía en su universo social y cultural: la agricultura.

         Esta situación era particularmente patente en la región actualmente asuncena, comarca originalmente poblada por los carios-guaraníes, en constante lucha defensiva contra los pueblos chaqueños y, muy particularmente, contra los recién mencionados guaycurúes y payaguáes.

         En esta circunstancia encuentra su explicación, en gran parte, el que los españoles fijaran su primer asiento estable en el territorio asunceno, pues con sus pobladores nativos cario-guaraníes pudieron entablar, de inmediato, una forma especial de alianza, familiarizados ambos pueblos con la economía de base agrícola y ligados de inmediato por recíprocos intereses socio-culturales.

         Los guaraníes, en efecto, se sintieron particularmente atraídos por elementos básicos de la cultura hispana: el metal (sobre todo herramientas aptas para una mayor productividad, como el caso de las célebres "cuñas" o hachas de hierro), el arma de fuego, el caballo y, en fin la especial potencia combativa del recién llegado con su característico equipamiento material.

         La notable significación del instrumental de hierro para los guaraníes, es claramente percibida y expresada por Juan Francisco Aguirre, marino de la Armada Española que, de su estadía en el Paraguay hacia fines del siglo XVIII, señala certeramente en su Discurso Histórico, analizando los factores fundamentales del contacto hispano-guaraní, la extraordinaria importancia que para este último tuvo el hierro. "Acaso el oro ni la plata que buscaron los españoles -se pregunta Aguirre-, equivalía al inmenso bien y superior utilidad física y sensible que producía el hierro que empezaron a conocer los indios con tanta admiración?". Y agrega aún: "Pero podrá contrapesarse con un monte de oro el inmenso afán que ahorró a los indios un par de tijeras, un cuchillo y una cuña?".

         Se trataba, sin duda, de un verdadero impacto cultural, de la irrupción súbita de la cultura del hierro en una sociedad neolítica, de agrupaciones regionales dispersas, de cultivadores rudimentarios con la sencilla tecnología del simple palo cavador y del hacha de piedra pulida.

         Por su parte, la efectividad bélica de la caballería y del arma de fuego españoles, significaron una interesante expectativa para los guaraníes en su tradicional enfrentamiento con las tribus enemigas del Chaco.

         Los españoles, por su lado, comprendieron enseguida la importancia decisiva de una alianza con los guaraníes de la costa oriental del río Paraguay: ellos representaban una segura retaguardia logística, una sólida base de apoyo económico para la provisión de bastimentos, además de las dotaciones de hombres guerreros que aportaban para la etapa inicial y más ardua de la conquista y, posteriormente, para las primeras acciones ya más estables y proyectivas de la colonización.

         Además, basados en su peculiar sistema de vinculación social, a través del parentesco político, los guaraníes les proveyeron también, por la vía del "cuñadazgo", de otro elemento de capital importancia para la empresa conquistadora y colonizadora en su fase inicial: mujeres, para afianzar el poblamiento.

         El ya citado Aguirre ofrece, nuevamente, un comentario irrebatible respecto del papel trascendental de los guaraníes en el proceso de plasmación histórica de la economía y de la sociedad colonial paraguaya, al rememorar que los capitanes de la Armada de Pedro de Mendoza buscaron infructuosamente sitios seguros para establecerse y que, "al fin, para consuelo de sus trabajos, hallaron en la Provincia del Paraguay a los indios de generación cario, más adelantados en un chacareo de maíz, porotos, mandioca y otras legumbres, y en el país abundantes las frutas silvestres y otros recursos esenciales para los primeros establecimientos". Los cario-guaraníes son los que "en la Asunción recibieron a los españoles, quienes con su amistad aseguraron la dominación de los soberanos de Castilla sobre estas regiones... y quienes se complacían en darles sus hijas y emparentar con ellos, por lo que recíprocamente se llamaban con la expresión de cuñados".

         Nació así una verdadera alianza social basada en lazos de parentesco político, por la unión del hombre español con la mujer guaraní, de la cual aspiraban los guaraníes obtener el beneficio de una o de tantas campañas como fueran precisas para exterminar al temido y odiado enemigo chaqueño.

         Esta alianza se vio reforzada por el propio interés de los españoles en llevar adelante estas expediciones que, más que dirigidas a complacer al aliado nativo, se encaminaban a afianzar la conquista y -sobre todo- a ampliar su dominio hasta el mismo Perú desde donde relumbraba el atractivo de las minas de oro y plata.

         Este sueño duró poco: lo suficiente como para que, en sucesivas y laboriosas jornadas de los hispano-asuncenos cruzando el Chaco hacia las serranías andinas, se constatara que ya otros osados conquistadores se habían posesionado de los yacimientos que aquéllos ambicionaban. Con lo cual debieron arraigar definitivamente en suelo paraguayo, trocando su expansivo ímpetu conquistador en intrépida acción pobladora y colonizadora de estas tierras.

         Y si bien la inicial alianza, amistad y parentesco con los guaraníes, se transformaron paulatinamente en nuevos sistemas de relación marcados ya irreversiblemente por las formas institucionales propias del régimen de explotación de la colonización española, definitivamente trasplantadas al Paraguay, ese vínculo original estaba destinado a perdurar en la progenie a cada rato renovada y reforzada de los mestizos nacidos de la conjunción biológica hispano-guaraní.

         La población colonial se afianzó con el rápido surgimiento de los nuevos estratos sociales criollo y mestizo, sin que fuera preciso el aniquilamiento masivo de sus etnias progenitoras; las poblaciones española y guaraní propiamente tales, sin embargo, declinaron progresivamente: aquélla porque paulatinamente disminuyó la afluencia de nuevos pobladores peninsulares y la otra porque el impacto de las nuevas formas de organización social y económica implantadas durante la colonia, la condenaron a un lento pero inexorable ocaso biológico.

         En efecto, luego de la llegada del primer contingente de españoles asentados en Asunción, que no pasaban de tres centenares, la inmigración peninsular se volvió cada vez más escasa. Estudiosos de este proceso histórico han señalado que, aparte de los pobladores iníciales arribados con la Armada de Pedro de Mendoza, sólo llegaron nuevos colonos europeos con Alvar Núñez Cabeza de Vaca, con Juan Ortíz de Zárate y con algunas otras pocas flotas que recalaron en la Asunción del siglo XVI, cesando este aporte poblacional casi definitivamente a partir de 1575.

         Por su parte, los guaraníes de la cuenca del río Paraguay con quienes los españoles establecieron sus contactos y vinculaciones más directas, amplias y duraderas, cuando no quedaron sometidos al proceso de integración que se desarrolló en la Colonia a través de las instituciones básicas, que estudiaremos en el siguiente capítulo, sufrieron las consecuencias de enérgicas acciones punitivas que reprimieron sucesivos intentos fallidos de rebelarse contra la dominación colonial, o se dispersaron de sus originales hábitat regionales desintegrándose social y culturalmente y conociendo de un paulatino decrecimiento demográfico.

         Los guaraníes actualmente sobrevivientes, constituyen una ínfima minoría de las grandes nucleaciones regionales que se encontraban en toda la Región Oriental del Paraguay al inicio de la conquista y colonización española. Aún más, estos sobrevivientes, según estudiosos y especialistas en la materia, descenderían de aquellas nucleaciones tribales que, amparadas en la impenetrable cuenca selvática del río Paraná, lograron mantenerse mucho menos expuestas al contacto inter-étnico con los españoles.

         Por último, las tribus chaqueñas aportaron poco o nada a la formación socio-económica y cultural de la colonia, como no fuera el sostenido asedio hostil a los poblados hispanos e hispano-guaraníes, situación que se mantuvo hasta bien entrada la época independiente del Paraguay. Por el contrario, varias de ellas tomaron de los españoles algunos elementos culturales claves que no sirvieron sino para acrecentar su nomadismo, su agresividad y su irreductible enemistad con los guaraníes neolíticos de la Región Oriental, poniendo en zozobra a la propia población ya establecida en su carácter colonizador en territorio paraguayo.

         Tal, fue el caso de los guaycurúes que adoptaron el uso del caballo y provocaron, durante casi dos siglos, un estado de permanente inseguridad en los poblados criollos, mestizos y guaraníes de la Provincia del Paraguay, sumando a su economía, ya de por sí improductiva de cazadores-recolectores-pescadores, nuevos elementos depredatorios para el sistema económico-social de la colonia: el pillaje, la rapiña y la piratería.

         Contra éstos y otros grupos paleolíticos del Chaco, debió concentrarse gran parte de los esfuerzos de la organización social y política colonial paraguaya en acciones defensivas o punitivas que se extendieron hasta los propios gobiernos de Francia y López, ya en pleno Paraguay independiente.

         La declinación poblacional de estos grupos, sin embargo, fue también inexorable. Sólo han quedado grupos aislados y dispersos cuya sobrevivencia ha sido más el resultado de posteriores políticas de carácter indigenista, encuadradas ya en los marcos de acción de la moderna organización del Estado paraguayo.

         Los pueblos guaraníes que habitaban el Paraguay a la llegada de los españoles, rindieron así su tributo histórico a la conformación de la sociedad nacional paraguaya aportando los elementos básicos de su futura organización social y económica. Fueron sus recursos naturales (tierra, selvas, yerbales, a falta de minas de oro y plata), su rudimentaria tecnología agrícola, sus mujeres y sus propios brazos, los que se aunaron al conquistador hispano para asegurar una nueva modalidad de poblamiento y una nueva estructura económica y social al Paraguay que se incorporaba, desde entonces, a la historia.

Fuente: EVOLUCIÓN HISTÓRICA DE LA ECONOMÍA PARAGUAYA. Por DELFIN UGARTE CENTURIÓN. Editorial GRAPHIS S.R.L., Asunción – Paraguay 1983 (336 páginas)




 

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