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ALFREDO M. SEIFERHELD R. (+)

  NAZISMO Y FASCISMO EN EL PARAGUAY (1936/1939), 1985 - Por ALFREDO M. SEIFERHELD


NAZISMO Y FASCISMO EN EL PARAGUAY (1936/1939), 1985 - Por ALFREDO M. SEIFERHELD

 NAZISMO Y FASCISMO EN EL PARAGUAY

 

VÍSPERAS DE LA II GUERRA MUNDIAL

 

GOBIERNOS DE RAFAEL FRANCO Y FÉLIX PAIVA  (1936/1939)

 

por  ALFREDO M. SEIFERHELD

 
 
Revisión técnica: Alfredo Seiferheld
 
Tapa: Jorge González Saborino
 
 
Asunción-Paraguay 1985
 
 
 
Por primera vez, un escritor paraguayo aborda el tema, de palpitante actualidad, de la influencia del nazi-fascismo en el Paraguay en vísperas de la segunda guerra mundial. Alfredo M. Seiferheld inicia su estudio con la caída del gobierno liberal de Eusebio Ayala y lo concluye con la asunción del general José Félix Estigarribia, relatando la toma del poder por el coronel Rafael Franco y su reemplazo, 18 meses después, por Félix Paiva. La historia de estos tres años y ocho meses cargados de expectativas -enero de 1936 a agosto de 1939- acaba dieciséis días antes del estallido de la guerra mundial. En el libro, el autor revela aspectos poco conocidos de la historia del nazismo, como la fundación del partido nazi en el Paraguay en 1929, el primero en el mundo fuera de las fronteras alemanas y austríacas. Alfredo M. Seiferheld mantiene además el interés mediante un mesurado equilibrio en la exposición de sucesos europeos y locales. "Nazismo y fascismo en el Paraguay", que también recoge el trascendente tema del antisemitismo, es a la vez un valioso estudio de historia política contemporánea del Paraguay, referido a la segunda mitad de los años treinta.

FOTO DE TAPA: 22 de agosto de 1935: el general José Félix Estigarribia encabaza el desfile de la victoria del Chaco, sobre la avenida Colombia, actual Mariscal López. A su derecha, el edificio de la Legación de Alemania en Asunción con las banderas nazi y alemana saludando a los vencedores (Fototeca: Aníbal Ferreira Menchaca)
 
 

PRÓLOGO

Un proceso histórico no se halla articulado solamente con los hechos. Detrás de éstos hay también, además de los intereses materiales concretos, factores ideológicos que dan perfil y permiten definir su carácter global. En la historiografía paraguaya, pocos trabajos han tenido el propósito de mostrar la interacción político-ideológica existente en los acontecimientos y sistemas estudiados. Y eso que ha predominado casi unilateralmente la descripción política, en desmedro de una visión de conjunto que interpretara, sobre todo, los problemas estructurales que determinan y condicionan el curso de los sucesos históricos.

Quizá una sensible limitación intelectual fuese la causa de esa fragmentariedad en la tarea del historiador. Despreocupado del cono-cimiento científico de la historia, la mayoría estimó siempre que la relación de los hechos y la exhumación de los documentos bastaban para hacer "historia". Las disciplinas auxiliares, como la sociología, la antropología, la economía, la ciencia política y la filosofía, parecían no existir. Así nuestra historiografía se ha reducido, hasta ahora, a una mera narración política del pasado. Obviamente, con ello se ha dejado de explicarlo.

Este problema es aun mayor respecto a la historia reciente. En la antesala de lo actual comienzan a emerger las líneas que darán el marco singular al sistema socio-político del presente. De ahí que el simple cronicismo acerca de los acontecimientos previos a nuestra época poco puede servirnos para entender la realidad de hoy. En la ausencia de un análisis explicativo del pasado inmediato no sólo se elude su conocimiento, sino también se contribuye a opacar la verdad del presente. Tal vez, por eso no se ha encarado todavía una investigación científica de los orígenes del sistema ideológico y político del Paraguay actual.

Ninguna sociedad es impermeable a las corrientes ideológicas de su tiempo. La nuestra no es una excepción. No obstante, hubo un interregno de relativa originalidad: el Estado agrarista y autonomista del Dr. José Gaspar de Francia. Su posterior intento de modernización, con el modelo ya mercantilista de los López, aún quiso conservar la autonomía, particularmente en su esquema político. Pero el ejemplo y la atipicidad no podían continuar, tal como efectivamente ocurrió después.

El liberalismo que siguió no vino sin embargo sólo con su ideal de la democracia. Junto con su postulado jurídico de la libertad, la igualdad y la soberanía popular, trajo e impuso el libre comercio, la propiedad privada -de la tierra y de los medios de producción- y la acumulación capitalista, con su correspondiente jerarquía social. Esa ideología representaba un desfase entre las condiciones reales de la sociedad y sus ideas-fuerza. El país, destrozado tras la guerra, no podía adecuarse a su modelo de sociedad. Pasado el tiempo, demostró no obstante ser útil para legitimar y garantizar un proceso de desigualdad social y económica.

En ese sentido, el Estado Liberal fue relativamente eficaz. Su aparato jurídico sirvió para la implicación de una modalidad económica que se ajustaba a las exigencias del contexto internacional. Pero el carácter extractivo de la producción -ligada a intereses transnacionales- y el irrelevante crecimiento de la economía agro-exportadora, no permitieron la expansión de la burguesía ni de una clase media clientelista. En cambio, la pobreza se había extendido, y con ella el descontento popular.

A esa circunstancia se agregaba el hecho de que el Estado liberal no pudo consolidarse en su estructura política. El bipartidismo no funcionaba como sistema alternativo. Y dentro del propio partido gobernante reinaba la anarquía. Así, la "democracia representativa", aun cuando trataba de preservar un margen de libertad bastante gran-de para la élite política, no parecía ser ya idónea para salvaguardar los intereses del orden establecido o, quizá, para encontrar algunas respuestas a las contradicciones sociales.

La guerra del Chaco contribuyó a ampliar el escenario del conflicto. Los militares ya no querrán, de ahí en más, ser simplemente la guardia pretoriana del poder civil. Además, el nacionalismo había resurgido, no tanto como un "hacer-la-nación", sino más bien como un "sentimiento-de-nación".

Estamos, pues, frente a la decadencia política del liberalismo local y ante la insurgencia de los "valores" y "principios" de las ideologías del "nacionalsocialismo" y del "fascismo". En las décadas del 30 y del 40, ellas sientan plaza en la enrarecida atmósfera de la política paraguaya. Es ese el período que estudia Alfredo M. Seiferheld, para ofrecernos unos cuadros bastante vívidos de las luchas que, en el interior de nuestro proceso histórico, llevan a cabo sus epígonos a fin de dar un marco de justificación ideológica a sus afanes de poder y dominación.

Una esquemática exposición de los condicionantes históricos y de las ideas que sirvieron de hilo conductor a la política nazista y fascista, en su lugar de origen, nos permitirá seguramente extrapolar lo que sucedió después en el Paraguay y comprender hasta qué punto esas ideas encajaban -y son válidas aún- para apuntalar un orden en franco deterioro y remozarlo mediante un sistema autoritario.

En 1919 comenzó en Alemania un movimiento político denominado "nacionalsocialismo", que pronto fue popularmente conocido como partido nazi. Con rapidez se convirtió en un movimiento de masas. Con Adolfo Hitler a la cabeza consiguió en las elecciones de 1933 -la última vez que participaron partidos de oposición- unos 17 millones de votos. Así, la mitad del electorado alemán había optado por un programa antidemocrático, totalitario y militarista. Católicos, conservadores y liberales votaron por el nazismo, pues veían en él la fuerza de contención que pondría término a la expansión socialista. Una vez en el poder, el régimen nazi completó su modelo político e ideológico. Autoritarismo y partido único fueron su instrumento de monopolización del poder. La libertad de prensa se convirtió en prensa regimentada. La crítica se consideraba enemiga; sólo se consentía la propaganda. Todo el sistema educativo quedó bajo el control del partido. La juventud se organizaba en función de la defensa y promoción de la "fe nacionalista" y como vocación de lealtad al "líder". Todos los sindicatos obreros fueron declarados ilegales y sustituidos por un Frente Unido de Trabajadores, controlado por el gobierno.

Las iglesias cristianas llegaron a ser perseguidas cuando se opusieron a la política oficial. Ejército, partido y gobierno se vieron obligados a identificarse, sacrificando su recíproca autonomía bajo la subordinación del jefe del Ejecutivo. Cuando en 1945 la Alemania nazi perdió la guerra, no sólo había "legado" a la humanidad la experiencia política más atrozmente represiva, sino también el asesinato de casi seis millones de judíos, al impulso de una política antisemita que se propuso la "solución final" de la cuestión hebrea.

Las bases del apoyo social del nazismo fueron amplias y policlasistas. El respeto por la autoridad, profundamente arraigado en el pueblo alemán, no hizo difícil la aceptación del sistema. Pero, sobre todo, implicó la adhesión de la clase media baja y del empresariado industrial y financiero, además de los grandes terratenientes. Los empleados asalariados, los maestros y los funcionarios públicos que deseaban ascender y sentían envidia por la opulencia, a la vez que temían el trabajo, se dejaron manipular por la astuta propaganda que jugó con sus temores y ansiedades, atacando "la esclavitud del capitalismo inhumano" y el carácter "antinacional del marxismo bolchevique". Mientras, la clase económicamente poderosa vio en el nazismo un decisivo aliado, tanto por su apoyo a la expansión productiva y comercial, como por su promesa de abolir los sindicatos libres y mantener el régimen de salarios. Asimismo, otro grupo social cuya colaboración fue decisiva era el de los militares. Las virtudes de la disciplina, del amor a la patria, del heroísmo y de encarnación de la "raza superior", cotidianamente ensalzadas, sirvieron de motivación psicodinámica para que los militares se identificasen con el nazismo.

Si bien la gran depresión económica fue la causa principal del ascenso del nazismo, no debe prescindirse del papel ideológico. El romanticismo alemán y la tradición filosófica que hacían derivar la paz, el bienestar y la justicia del poder absoluto del Estado regulador y de la eficacia de la autoridad, contribuyeron a forjar una doctrina que actuó como su "concepción del mundo". La teoría organicista del Estado, basada en la raza y en la comunidad, en el destino manifiesto y en el espíritu colectivo, fue sumamente útil para que el pueblo estimara menos los principios de la libertad, de la autonomía y de la igualdad. El culto a la personalidad, en tanto ella simboliza la capacidad paradigmática, el "carisma" del poder e incluso la voluntad "providencial" como designio para la "grandeza nacional", llegó a ser una de las formas de idolatría popular "legítima", puesto que el Estado necesita de un "conductor". Adam Müller, Julius Langbehn, Paul de Lagarde, Heinrich von Treiste y Moeller van den Brick son algunos de esos ideólogos que desarrollaron una filosofía social en la que tuvieron preeminencia los valores del nacionalismo, del racismo, del autoritarismo y del absolutismo estatal. El nazismo se apropia de esa filosofía, la asume, y su principal ideológico, Alfred Rosenberg, rechazará, en su nombre, la herencia del racionalismo, acusando a la razón su "falsa" pretensión de querer constituir una sociedad igualitaria y democrática. El racionalismo -dijo- es causante de esta ilusión que ha creado la "enfermedad" del diálogo, de la discusión y de la tolerancia. La "unidad de la nación" está por encima de cualquier otro objetivo, y procurar una moral superior a ella equivale a complotar contra la seguridad del Estado, máximo "bien" al que debe aspirar el ciudadano.

En el trabajo de Seiferheld se encontrará, al apelar a la literatura política de inspiración nazi-fascista, como soporte documental, la re-producción de estos "ideales" en el proceso de instauración del autoritarismo "moderno" en el Paraguay. En lo que respecta al modelo político, la similitud de procedimiento no deja de ser elocuente.

El fascismo, término empleado para designar un régimen totalitario, tuvo su origen histórico en Italia. Surgió en ese país motivado en gran parte por el fracaso de las instituciones parlamentarias y la debilidad de los liberales en el poder para hacer frente a las agitaciones económicas y sociales, derivadas de la crisis que siguió a la primera guerra mundial. El fascismo, que gobernó desde 1922, aprovechó el descontento de la clase obrera, el exacerbado patriotismo del momento, la predisposición psicológica de los ex combatientes de la guerra de no mantenerse al margen del poder y los temores de la burguesía, de los liberales y de los católicos "ante el peligro socialista". Su populismo lo consiguió insistiendo en la necesidad de restablecer la autoridad del Estado, de convertirlo en baluarte de la ley, del orden y del progreso. Su líder, Benito Mussolini, estableció privilegios institucionales a fin de hacer inexpugnable su posición y control del poder, como Jefe de Estado y líder del partido. No permitió competencia a su persona y montó un sistema de comunicación y propaganda no sólo destinado a promover su "imagen carismática" sino fundamentalmente a identificarlo con el partido, la nación y el ejército. El partido, por su parte, llegó a ser el instrumento de poder, de movilización de las masas y de penetración en todas las esferas, asociaciones, instituciones y actividades nacionales. Afiliarse a él era imprescindible para ocupar cargos públicos y, en especial, para ser considerado "bueno y patriótico" ciudadano.

"El gobierno 'totalitario' de un partido sobre una nación es una experiencia nueva en la historia", dijo Mussolini. Tenía razón, puesto que se lo empleó para la represión sistemática contra los "enemigos" de la "patria", para controlar la vida del individuo y establecer un mecanismo de seguridad de carácter intimidatorio, que espiaba no solamente la acción de los "opositores" sino también de los propios militantes del partido. La sacralización del "orden" y la "disciplina" se mezcló con el culto a la figura del jefe, cuya voluntad de poder se justificaba con la mitomanía que afirma su calidad de "ser el fiel intérprete de los manes de la nacionalidad" y "preclaro ejecutor de la reconstrucción nacional".

Con el idealismo de Gentile, el fascismo configuró una ideología que concedió al Estado un papel absoluto, mientras que a los individuos y a los grupos sociales un rol relativo. Estos últimos son tolera dos en tanto se subordinan al Estado y no pueden atacarlo. El Estado, al proponerse el "bien común" de la nación y al concebirse con "voluntad propia", tiene un "fin ético". Por lo tanto, debe ser conciliado como un "organismo superior", capaz de regular la vida de la sociedad y conducirla hacia su autoglorificación.

En lo económico, el fascismo introdujo la modalidad de las corporaciones, que era el mejor ejemplo de uno de sus dogmas esenciales: la supremacía del técnico sobre el político, de la economía sobre las "estériles" instituciones cívicas, como las "parlamentarias". Habría que sustituir la "hueca retórica" por la "eficacia de la acción". No obstante, las corporaciones devinieron finalmente en arma política, al ser utilizadas también como instrumentos de control gubernamental sobre los sectores obreros y las asociaciones patronales. Pero, básica-mente, ellas representaron la intervención estatal en la actividad económica; la "nacionalización" de algunos medios de producción y de servicio público.

El fascismo no murió con Mussolini en 1945. La historia del Estado policiaco-represivo ni del partido monopolista acabó con él. Co-mo tampoco el poder vertical y personalista. Ya con anterioridad se había extendido en el continente europeo y arribado a América Latina. En España y Portugal echó raíces con Franco y Salazar. Algunas de sus características tuvieron concreta manifestación en el régimen de De Gaulle en Francia. En América Latina, el fascismo se convirtió en la pesadilla de las instituciones republicanas. Desde mediados de la década del 30, no dejó descansar a los tímidos intentos de democratización, perturbándolos siempre con regímenes discrecionales y autocráticos. De norte a sur, de Venezuela a la Argentina, pasando por el Brasil, la influencia de su doctrina se vio reflejada en una práctica totalitaria que, sin poder afirmarse, interfería los esfuerzos por consolidar las libertades cívicas y el sistema democrático de gobierno.

En el Paraguay, al término de la guerra del Chaco, las condiciones históricas estaban dadas para el surgimiento de una corriente política que suscribiera tanto el nacionalismo exasperado del nazismo como la propuesta tecnocrática corporativista del fascismo. El Partido Liberal, largos años en el poder, no tendría ya la suficiente fuerza como para garantizar el "orden" y la "paz" que el "país" necesitaría para superar las agudas contradicciones económicas y sociales a las que le había sumido un Estado formalista, impasible al abuso del legalismo que permitía toda clase de expoliaciones a los estratos desposeídos de la población. En el Partido Colorado, también de extracción ideológica liberal, hacía tiempo que las ideas-fuerza motoras del inconsciente colectivo habían erosionado la ortodoxia de su doctrina, al difundirse en su seno nuevos valores, con los cuales precisamente el nazismo y el fascismo hicieron eclosión. O'Leary había dado la base del culto a la heroicidad -culto no a la razón, al civismo y a la democracia, sino a hombres que cumplieron un papel bélico-patriótico en el pasado-; y Domínguez, la autoestimación de la "raza superior". A la revalorización de lo "heroico" y a la sublimación de la "raza" -concepto zoológico, no biológico- como infraestructura emocional, Natalicio González sumó la arquitectura aparentemente racional para pretender la remoción "organicista" del Estado paraguayo. A la denuncia de que el "derecho" no bastaba para que cumpliera un rol de más efectiva regulación en la vida nacional, formuló la necesidad del paso a un "Estado de Justicia", cuya función sea "servir al hombre libre". Pero lo determinante es el papel absolutista que otorgó al Estado, al conferir no a la sociedad sino a éste la iniciativa y la acción para dirigir el "destino de la nación". Con ello, el Partido Colorado estaba predispuesto a contribuir con la liquidación política del Estado liberal, pero no en la dirección, por ejemplo, de una sensibilidad socializante insinuada en Blas Garay y en Ignacio A. Pane, que careció de continuidad en el partido, sino en la de algunos elementos ideológicos muy fuertes del fascismo y del nazismo.

La "revolución de febrero" de 1936 potencializó los factores histórico-institucionales para la instauración del nazi-fascismo en el Pa-raguay, en el marco de una ambigüedad y plural posición ideológica. Un sector, el de mayor peso político, abrazó las ideas del fascismo y, seguramente, alentó la alianza cívico-militar para gobernar el país. Otro, el liderado por Stefanich, optó por el reformismo "solidarista", un sincretismo ideológico que trató de conciliar el comunitarismo católico con el neo-subjetivismo moralista de corte liberal. Y, por último, el sector que propugnaba el socialismo, con Anselmo Jover Peralta. El triunfo de la, primera tendencia representó el gran eslabón inicial del proceso de fascistización de la política paraguaya y del Estado. Ese triunfo se afirmó después, cuando el poder se desplazó efectivamente hacia el predominio de la fuerza militar, y adquirió las formas jerárquicas y represivas del autoritarismo. Facciones conservadoras del liberalismo, del febrerismo y del Partido Colorado prestaron su colaboración para esa estrategia.

En lo formal jurídico, instancia de legitimidad de una ideología dominante, el adefesio constitucional de 1940 consagró el desequilibrio en la estructura de poder del Estado, dando testimonio de que el fascismo había penetrado en las capas políticas de este país.

Pero el Estado, aun con la aparente disolución de su contenido y envoltura liberal, ¿no adquirió un sistema de poder autoritario para conservar los privilegios sociales existentes? ¿No cambió algo en lo político para que, con algunas variantes, la estructura económica montada con el liberalismo tuviese continuidad y mejor protección? En fin, ¿hasta qué punto el fascismo local no es más que la intervención de las fuerzas represivas para asegurar la inmovilidad de la vieja estructura social?

El libro de Alfredo M. Seiferheld no resuelve explícitamente estos interrogantes, pero aporta las materias primas para una hermenéutica crítica de la historia contemporánea del Paraguay. Con la profusa documentación del historiador que trabaja con las fuentes y, en base a ella, construye la trama argumental y descriptiva de su objeto de investigación, ofrece una obra útil para la interpretación analítica de la génesis y arraigo de las modalidades fundamentales de la ideología nazi-fascista en el país. En un amplio friso, casi gráfico en sus significaciones, revela sorprendentes complicidades e identificaciones con esa ideología, de las que no escaparán ilustres figuras e instituciones nacionales. Haciendo abstracción de lo dedicado al "antisemitismo" y acaso aun con él, Seiferheld ha elaborado un referente valioso para la explicación causal del modelo político que ha inficionado compulsivamente el proceso cívico de nuestra historia. En ese sentido, el libro es una clave próxima para entender la quietud en la que inercialmente quedaron prisioneras nuestras actuales vicisitudes cívicas de libertad y democracia.

El nazi-fascismo no es, en efecto, una experiencia clausurada en la historia del Paraguay. Sus variantes políticas tienen todavía, con mayor o menor rigor, una continuada vigencia. Bastaría recordar, como tipificación relacional, algunas de sus características para verificar su incidentalidad. Están, de hecho, presentes los métodos funcionales de un sistema vertical de poder, de un Estado que se esfuerza por ser eficiente en su capacidad represiva, de un partido oficialista que no oculta su voluntad de monopolización política, de una práctica que identifica gobierno con Estado y que utiliza, además, los aparatos de éste para la propaganda y actividades proselitistas del partido.

De igual manera, están los elementos manipuladores de conciencia colectiva, como la apelación reiterativa y meramente emocional al nacionalismo, el rito cotidiano del culto a la personalidad, la actitud maniquea de dividir la nación entre buenos y réprobos, la apropiación unilateral de los valores cívico-nacionales, y la agresión verbalizante y represiva contra el pluralismo ideológico.

La historia tiene la obligación de explicar los factores concurrentes que estructuran como un todo las articulaciones de este proceso. La clarificación que logre exponer al respecto, contribuirá a su supe ración. El conocimiento objetivo que aporta la historia es un puente hacia el estadio superior de la sociedad, en el salto hacia el reino de la libertad. Para cada hombre y todos los hombres.

JUAN ANDRÉS CARDOZO


 
 
INTRODUCCIÓN
 
Dos hombres de formación y carácter radicalmente dispares gobernaron el Paraguay durante los tres años y medio que antecedieron a la eclosión de la segunda guerra mundial. El coronel Rafael Franco y el doctor Félix Paiva no tenían parecido alguno, excepto que ambos eran paraguayos. El primero, un joven y valiente militar de 39 años, sin experiencia ni política ni pública; Paiva, a los 60, casi un anciano, un hombre digno, de Derecho y de partido, hasta entonces el de más edad entre los mandatarios paraguayos al asumir la presidencia.

El único rasgo común a ambos era que para la época -segunda mitad de los años treinta- ninguno de ellos hubiera alcanzado la primera magistratura en circunstancias normales. Lo que indicaba que el Paraguay vivía días de inestabilidad, secuela inevitable de la guerra que acababa de concluir por el Chaco. Franco representaba las nuevas inquietudes; Paiva, en cambio, era el prototipo de un tiempo que luchaba por sobrevivir. Y ambos, insertos en aquel periodo de transición, sumaron cuarenta y dos cruciales meses de gobierno, en un momento no menos crucial de lo historia de la humanidad.

Estas páginas no pretenden hacer un análisis político del período 1936-1939, sino apenas destacar sus complejos elementos, en medio de los fundamentales cambios de estructura que se operaban en Europa, concretamente en Alemania, Italia y Rusia. El Paraguay pertenecía a ese mundo y, como tal, no fue ajeno a sus desbordes.

El año 1936 es, pues, algo más que una línea divisoria arbitrariamente trazada para facilitar la tarea historiográfica. Principia por entonces en el Paraguay un serio cuestionamiento del liberalismo como doctrina y accionar político, a cuyo amparo se habían consolidado las instituciones republicanas y abierto las puertas a la inmigración. Esta segunda mitad de la década del treinta marca, asimismo, el inicio de las convulsiones de la posguerra con la revolución del 17 de febrero de 1936; provoca la crítico a la Constitución jurada en 1870 y derogada bajo el gobierno revolucionario, y delata un mayor afán de modernización del país mientras empresas extranjeras, buscadores de petróleo, inversionistas, etc. ponen su mirada en él. Del mismo modo, significa la negociación de los primeros créditos norteamericanos obtenidos por el general José Félix Estigarribia como ministro paraguayo en Washington, el año 1939.

Sucesos de gravitación dominan los acontecimientos mundiales, llevando los intentos de paz por el despeñadero: la consolidación del fascismo en Italia y del nacionalsocialismo en Alemania; la guerra civil española que es su primer campo de experimentación; el rearme alemán y la belicosidad italiana en Etiopía y Albania; el "Anschluss" o anexión de Austria al Tercer Reich, y el pacto de Munich, a cuya claudicación se suma su desconocimiento por Alemania para borrar a Checoeslovaquia como nación, son eslabones de una misma cadena que sojuzgará por la fuerza y el amedrentamiento.

En este encuadre, las doctrinas totalitarias también alcanzan Sudamérica. El servicio de inteligencia alemán envía o recluta agentes, al tiempo que circula una densa propaganda, hábilmente encubierta. Todo ello sin descartar la posibilidad -aún remota- de que la importante comunidad alemana sirviera algún día como quinta columna a los propósitos del nazismo.

Si bien la filial del Partido Nazi (NSDAP) se organizó en el Paraguay por iniciativa individual en 1929, es decir cuatro años antes de la toma del poder por Adolfo Hitler, el país no tuvo para Alemania, con mucho, la importancia que se asignaba a la mayoría de los demás en Sudamérica. Carente el Paraguay de costas marítimas, los espías al servicio del "Abwehr" (Amt-Ausland der Oberkommando der Wehrmacht) o Departamento Exterior del Comando Superior de las Fuerzas Armadas, nada tenían que reportar de aquí sobre movimientos de buques mercantes o de la Armada, carga y descarga de productos, rutas marítimas, etc., como era el caso desde el litoral del Brasil, Argentina, Uruguay, Chile, Perú e incluso el Ecuador. Tampoco tenía el Paraguay un volumen comercial que interesase, pues no era productor de ningún rubro que no se manufacturaba allende sus fronteras, Incluso Bolivia, mediterránea como el Paraguay, tenía una explotación mineral estratégicamente apetecida.

Con todo, el Paraguay formaba parte del continente y estaba destinado a cumplir algún servicio. Aislado por la geografía, el país podía proveer, en caso urgente, de refugio a agentes perseguidos o descubiertos en los países vecinos. Stanley E. Hilton, autor del más importante estudio que conocemos sobre el espionaje alemán en Sudamérica de antes y durante la segunda guerra mundial, refiere una de estas situaciones. Walter Giese, espía nazi en el Ecuador, corría peligro de ser deportado en tiempos de guerra. La central del "Abwehr" en Hamburgo instruyó para que, en caso de producirse su expulsión, Giese, alías "Grifo", se dirigiese a Chile o al Paraguay.

El Paraguay también podía facilitar documentación falsa a quienes la necesitasen, como ocurriría con varios agentes nazis, así como con algunos ex-tripulantes del "Graf Spee" acorazado hundido frente a Montevideo a finales de 1939. Por su posición de encrucijada, su territorio era un puente para las redes de espionaje montadas en sus grandes vecinos. Y podía, como aconteció finalmente, servir como refugio a elementos nazis huidos de Europa o del mismo continente americano.

Esta obra, que pretende reconstruir los años previos al estallido de la guerra, adolece de importantes vacíos. No hemos podido localizar los archivos que pertenecieron a la Legación de Alemania en Asunción y que en octubre de 1946, durante el gobierno del general Higinio Morínigo, habían pasado a la "Comisión Asesora de la Propiedad Enemiga" creada para manejar y administrar bienes que fueron del Eje. Tampoco hemos podido dar con los papeles del "Deutscher Volksbund fuer Paraguay" o "Unión Germánica", los que tras su clausura el 29 de octubre de 1943 pasaron a poder del Ministerio del Interior.  Esa institución cumplió un importante papel en la organización de la propaganda nacionalsocialista en el país.

Pero el Paraguay sería mucho más vulnerable a la influencia ideológica que a la política. Su cuerpo social se contagió del virus fascista y de la doctrina racial nazi que predicaba la segregación y la superioridad aria. Mientras contingentes de judíos buscaban refugio en algún rincón del mundo, la tesis de su minusvalía llegó al Paraguay bloqueando su ingreso. Con todo, muchos eludieron las restricciones legales, y provistos de documentación incompleta o adulterada traspusieron sus fronteras.

El nazismo introdujo aquí, entre otros elementos, el maniqueísmo y el odio al adversario político, los que todavía subsisten en la vida cívica paraguaya. Pero sus partidarios de allende y aquende las fronteras no advirtieron -o no les preocupó- que semejante actitud,  junto al menosprecio que sentían por quienes no compartían sus sentimientos, conducían inevitablemente a un nuevo enfrentamiento bélico. Cuando a mediados de agosto de 1939 Félix Paiva, sucesor de Rafael Franco, entregaba la banda presidencial al general José Félix Estigarribia, faltaban apenas dos semanas para que una nueva guerra fuese el corolario de esa siembra de odios.

En 1985 se cumplieron cuarenta años del final del enfrentamiento, en el que también se derramó sangre latinoamericana. Desde entonces, el mundo no es el de antes. También en el Paraguay el totalitarismo dejó secuelas en su legislación y en la actitud política de sus hombres. La tesis de la superioridad étnica no triunfó, pero prevaleció la concepción de una sociedad para superiores e inferiores, para buenos y malos, para patriotas y anti-patriotas, conforme la supremacía de una u otra ideología. Ha sido ésta la gran herida que dejaron al mundo aquellos convulsionados años.
 
 
A. M. S.
 
 


INDICE
 
PROLOGO - JUAN ANDRÉS CARDOZO
 
INTRODUCCIÓN
 
· Muerte de Salomón Sirota/ Febrero de 1936: errores gubernistas precipitan los acontecimientos/ La I División de Campo Grande aparece en el escenario político paraguayo
 
II* RACISMO Y TOTALITARISMO EMERGEN DE LA CONFUSION REVOLUCIONARIA
· La amalgama de ideologías lleva a la discrepancia revolucionaria "Ni Roma, ni Berlín, ni Moscú"

III* LA INTOLERANCIA POLITICA Y RACIAL ACOMPAÑA A LAS IDEAS TOTALITARIAS

IV* PANGERMANISMO Y SUEÑOS IMPERIALES DE ROMA ALCANZAN SUDAMERICA
 
· Se constituye en el Paraguay el primer partido nazi extranjero del mundo/ La cancillería del Reich designa a Hans Buesing como ministro plenipotenciario ante el gobierno de la revolución / Italianos del Paraguay saludan con el brazo en alto Roosevelt: primer presidente norteamericano que visita Sudamérica/ Judíos alemanes buscan refugio en el Paraguay/ El nacionalsocialismo se infiltra en las colonias menonitas/ Se aplican las primeras restricciones legales a la inmigración

V* SE DESMORONA EL GOBIERNO DE LA REVOLUCIÓN
 
· Arturo Bray: jefe de policía de la capital / Alemania extiende sus fronteras: anexión de Austria y claudidicación en Múnich/ Las grandes potencias luchan por los mercados sudamericanos.

VI* FALLIDA INMIGRACIÓN SEMITA A CONCEPCIÓN

· Se radicaliza la posición nazi-fascista en Europa/ La penetración nazi se consolida en el Paraguay / Se motivan las primeras discusiones parlamentarias/ La ideología fascista gravita en algunos sectores del país

VII* AMÉRICA DEJA DE SER PARA TODOS LA NUEVA TIERRA PROMETIDA
 
· No prospera una legislación contra la inmigración judía/ Se estimula el negociado de visas y pasaportes/ Se manifiesta preocupación por una posible penetración japonesa en el Paraguay/ "El Tiempo" reacciona ante la candidatura de Estigarribia/ Caída de Barcelona y Madrid. El acuerdo de Múnich queda hecho trizas/ La propaganda radial del nacionalsocialismo también llega al Paraguay/ El Partido Comunista ofrece su colaboración a Estigarribia/ Estigarribia apoya una política inmigratoria sin restricciones/ Toca a su fin el gobierno de Paiva
 
CITAS
 
APÉNDICE DOCUMENTAL
 
 
 
 
 
 
HISTORIA Y PROGRAMA DE LA
 
"ORGANIZACION DE LOS ALEMANES EN EL EXTRANJERO"
 
 

(Del "Anuario de la Organización Exterior del NSDAP", 1939) Organización: Todas las personas de sangre alemana que viven más allá de las fronteras del Reich como alemanes y los que poseen la ciudadanía alemana son los llamados "alemanes del extranjero" (Auslandsdeutsche).

Únicamente de estos ciudadanos alemanes se ocupa la "Organización de los alemanes en el Extranjero". No es posible decir la cantidad exacta de ellos. Alemanes del extranjero, desde el punto de vista de la Organización, son también los 80.000 pertenecientes a los oficios relacionados con la marina.

Las principales particularidades de la Alemania precursora del nacionalsocialismo, es decir, la división en pequeños Estados y partidos, ha sido el aspecto preponderante que presentaban las colectividades en el extranjero antes y después de la guerra mundial, hasta el año 1933. Los distintos grupos de partidos guiados por intereses personales, etc., nunca han podido implantarse en el exterior. Por estas razones los alemanes del extranjero no han formado parte de ellos, siguiendo en consecuencia sus propios caminos. Detrás de una Alemania deshecha y debilitada, que demostraba muy poco interés por sus súbditos residentes en el extranjero, se reunieron los que poseían aún el espíritu de solidaridad, y los que estaban ligados por distintas razones (por ejemplo: escuelas, iglesias, deporte), a clubes y asociaciones de carácter "no político". Los primeros han alcanzado a veces éxitos sorprendentes, mientras que los últimos se agotaron en simples reuniones de carácter patriótico, -separados por su posición social y su fortuna- no ayudando mayormente a reemplazar la patria. Se ocupaban solamente en formalidades, no comprendiendo tampoco las exigencias del nacional-socialismo.

Las primeras asociaciones nacionales-socialistas en el extranjero se formaron sin ayuda de la patria. Su fundación se basaba en el deseo de los alemanes del extranjero de pertenecer a la "NSDAP" demostrando su adhesión hacia Adolfo Hitler. Para la mayoría de los alemanes residentes en el extranjero fue una gran sorpresa el éxito logra-do por el nacionalsocialismo en el plebiscito del 14 de septiembre de 1930, pues no tenían ninguna impresión personal del desastre económico de la República de Noviembre, como tampoco de la peligrosa penetración del comunismo y del comienzo de una nueva y mejor Alemania bajo la dirección del nacionalsocialismo.
Tomó la iniciativa de combatir este mal un grupo de hombres, antiguos residentes en el extranjero, los cuales se reunieron en Hamburgo, en el otoño de 1930, para comenzar los trabajos preliminares destinados a fundar una oficina de servicio (Dienststelle), que el 1° de mayo de 1931 tomó el nombre "Sección para el extranjero de la NSDAP" con sede en Hamburgo. Todo alemán residente en el extranjero debía figurar, sin excepción alguna, en el registro de la "Sección para el extranjero". Ya en el año 1931 pudieron formarse nuevos grupos y en 1932 fundáronse los primeros grupos de distrito.

En los primeros meses después de la toma del poder por el nacionalsocialismo, esa "organización" llevó por un tiempo el nombre de "Sección para los alemanes en el extranjero bajo la dirección de la AO", hasta que el 3 de octubre de 1933 le fue entregada al representante del Führer, bajo la denominación de "Organización de los alemanes en el extranjero de la NSDAP".

Los miembros del partido en el extranjero son subordinados a la "AO" (Organización de los Alemanes en el Extranjero). La "AO" es la única sección del partido para todos los grupos en el extranjero. Las comunicaciones oficiosas entre todas las secciones del partido con las organizaciones de la "NSDAP" en el extranjero son enviadas por intermedio de la "AO". Según una disposición de 16 de marzo de 1934, el representante del Führer ordenó que también todos los miembros del partido que poseen un registro marítimo, y los pilotos alemanes, deben estar subordinados a la "AO".

Estas disposiciones pusieron fin a todos los malentendidos que se producían en el trabajo alemán en el extranjero. En marzo de 1935 la "AO" estableció su sede en Berlín, contando ya con 170 empleados oficiales.

Después que el nacionalsocialismo tomó el poder, aumentó grandemente la cantidad de miembros de los distintos grupos y asociaciones. 548 "grupos de pueblo" y puntos de apoyo, además de 45 "grupos de distrito" independientes, y 1097 grupos en la marina, forman hoy la "Organización de los alemanes en el extranjero".
 
 
 

 
LOS DIEZ MANDAMIENTOS PARA LOS ALEMANES DEL EXTRANJERO
 

Ya en el año 1931 fue formulada la tesis que sirve como mandamientos para cada miembro de partido de la Organización de los Alemanes en el Extranjero, contenidos éstos en el carnet de socio que se le entrega.

Son los siguientes:

1. Respeta las leyes del país cuyo huésped eres.

2. La política del país que te brinda hospitalidad, déjala hacer a sus habitantes. No te intereses en la política interna de un país extraño. No participes en ella ni siquiera en forma de una conversación.

3. Confiésate siempre y en todas partes como miembro del partido.

4. Habla y obra siempre de tal manera, que hagas honor al nacionalsocialismo y, en esa forma, a la nueva Alemania.
5. Trata de ver en cada alemán del exterior a tu connacional, es decir, a una persona de tu sangre y manera de ser. Dale la mano sin tomar en consideración el cargo que ocupa. Todos somos "trabajadores" de nuestro pueblo.

6. Ayuda de corazón a tus connacionales cuando viven, sin culpa, en la miseria.

7. No seas únicamente socio sino también, y en primera línea, colaborador. Instrúyete sobre historia, programa, etc., del nacionalsocialismo.
8. Propaga y lucha día a día para el ingreso de todos los alemanes en el partido. Convéncelos sobre la rectitud de nuestra evolución; la necesidad de nuestro éxito, para que siga viviendo Alemania. Lucha con armas espirituales.

9. Lee nuestro órgano de partido, impresos y libros.

10. Ponte en relación con todos los miembros del partido de tu lugar. Si existe allá un "punto de apoyo" o un "grupo de pueblo", debes serle un colaborador disciplinado y laborioso. No trates única mente de no provocar conflictos, sino que pon todas tus fuerzas para evitar desacuerdos.
 
Estos diez mandamientos revelan el sentido que da la Alemania nacionalsocialista al trabajo alemán en el extranjero. Antes significaba el trabajo alemán en el extranjero apelar a la compasión de los connacionales o trabajos muy intensos en los archivos y, en algunos casos, ayuda material. El trabajo alemán en el extranjero bajo el nacional-socialismo, significa la inclusión del hombre, su clasificación y su arrojo. El reconoce solamente como ley suprema el derecho de la comunidad del pueblo; de la que la comunidad de los alemanes en el extranjero ("Auslandsdeutschtum") forma solamente una parte. El tiene como principal objeto, lo siguiente: el Reich y su pueblo no están para la comunidad alemana en el extranjero, sino que ellos exigen lo contrario, es decir, que la comunidad alemana en el extranjero, deberá tomar parte en los deberes de la Nación. Preparar a la comunidad alemana en el extranjero para esos deberes, es el trabajo de la "Organización nacionalsocialista de los Alemanes en el Extranjero". El propósito de su trabajo es conseguir la unidad de destinos, por dentro y por, fuera.
 
Para conseguir esto, es indispensable establecer la verdadera comunidad del pueblo en el exterior. Puede ser únicamente nacional-socialista. Tiene que estar en condición de ayudar en toda forma, sin distinción de clases. El alemán del extranjero carece de la protección y dirección del Estado, lo que le da al alemán en su país el sentimiento de estar incorporado al gran mecanismo nacional. La organización de los alemanes en el extranjero comprende a aquéllos que contemplan su colaboración a los deberes alemanes y a los propósitos del Führer como el contenido de su vida; y también a los que no son miembros del partido, de viejas asociaciones, etc., si es que quieren ser alemanes. El sentimiento de pertenecer de cualquier manera al nacionalsocialismo le da a cada uno, otra vez, un objetivo a su vida. Que esta unidad de pueblo se consigue luchando, es lógico y bueno. Lucha, produce vida; pero es fatal cuando el idealismo se pierde en el terreno de la lucha personal, o cuando se desarrollan semejantes diferencias bajo los ojos del país que brinda hospitalidad. Por eso la lucha alemana en el extranjero exige mucha disciplina. Por eso es muy grande la responsabilidad de la Organización de los Alemanes en el Extranjero al elegir a sus representantes y colaboradores.
 
Una fuerte y unida comunidad de pueblo en una colonia alemana en el extranjero y en un vapor alemán, es la condición de ser en el mundo y en el país en donde residen, o sea, un todo. Es el representante de un país grande y laborioso. No es una célula de un "imperialismo conspirador", que espera la oportunidad para perjudicar al país donde es huésped -de lo que se ha acusado a la Organización de los Alemanes en el Extranjero, con mala intención, es decir, de los que antes se han burlado de ellos por su indignidad-, sino que es un conjunto de orden y comprensión. El "mandamiento" de la no-intervención en la política del país que los hospeda y la idea que tiene formada el nacionalsocialismo de la dignidad de otros pueblos, hablan en contra de los ataques hacia la "AO". A ningún Estado se le puede negar compenetrar a sus ciudadanos en el extranjero de sus ideas. Tampoco al Tercer Reich. Y nada en el mundo puede quitarle la responsabilidad que siente un alemán del extranjero por su pueblo y por su Reich. La legalidad de la Organización de los Alemanes en el Extranjero se basa en la más íntima ley de la mundivisión nacional-socialista, que solamente quiere ser para el pueblo alemán. Reconocerla y hacer efectivas las fuerzas de la comunidad alemana en el extranjero, significa para el Estado ajeno una comunidad de huéspedes disciplinados y leales dentro de sus fronteras.

La Organización de los Alemanes en el Extranjero no llegaría a conseguir su finalidad si no hubiera tomado por principio hacer desaparecer la desvinculación de los alemanes del exterior con el Reich, a causa del separatismo del Estado existente hace varios siglos. La dirección nacionalsocialista del Reich ha reconocido este mal y está decidida a combatirlo. Hay que mencionar aquí que tienen gran éxito las instituciones educacionales nacionalsocialistas en el intercambio escolar, y que el Jefe de la Juventud alemana del Reich Alemán ha ordenado recientemente que todos los jefes superiores de la juventud hitleriana deben haber permanecido un tiempo en el extranjero.
 
La Organización de los Alemanes del Extranjero, que es al mismo tiempo la unión de millones de hombres y mujeres alemanes que conocen el extranjero, no dejará de cumplir los importantes deberes que quiere realizar.
 
 
 
 
 
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LOS AÑOS DE LA GUERRA
 
GOBIERNOS DE JOSÉ FÉLIX ESTIGARRIBIA e HIGINIO MORÍNIGO (1939/1945)

 
Revisión técnica: Alfredo Seiferheld

Corrección: Ada Rosa de Wehrle

Editorial Histórica.

Asunción-Paraguay 1986
 
 

 

 

 

 

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