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JORGE RUBIANI

  SIMULACROS - Por JORGE RUBIANI - Domingo, 22 de Noviembre de 2009


SIMULACROS - Por JORGE RUBIANI - Domingo, 22 de Noviembre de 2009

SIMULACROS


Por  JORGE RUBIANI

 

El Brasil nos somete a un simulacro que es de verdad. Y simulamos un honor que es de mentira. Pues honor y dignidad están ausentes de nuestras actitudes desde hace ya mucho tiempo. La gente que honramos como próceres, fueron elevados a esa categoría porque no permitieron que con excusa alguna, ninguna persona, ningún otro Estado avasallara la dignidad de la República. Los datos abruman. Solo como un ejemplo: en 1853, el presidente Carlos Antonio López expulsó al Encargado de Negocios del Brasil, Felipe Pereira Leal. Un año más tarde, el 3 de octubre, el mismo presidente agregó a la anterior otra medida para frenar la prepotencia imperial: prohibió la navegación de naves brasileñas "…mientras estuviese pendiente la delimitación de las fronteras" con el Brasil. En represalia y en son de guerra, el almirante Pedro Ferreira de Oliveira fue enviado al Paraguay al frente de una flota de 20 navíos de guerra, 130 bocas de fuego y 2.000 hombres a sabiendas que nuestro país no tenía ni una décima parte de ese arsenal. Pero había dignidad. Y movilizado el pueblo para la defensa, López lanzó un Bando para los pobladores de la ribera: que no dejaran a los invasores poner un "pie en tierra, que no puedan cortar un gajo de leña, ni hallar un animal útil de ninguna clase, ni granos, ni raíces ni frutas". Al resto del pueblo hizo saber que: "Somos invadidos y obligados a defender nuestro suelo, nuestra independencia, honor y existencia", apelando finalmente a todos los paraguayos para que salvaran "el honor del país". Amilanado ante tal firmeza, a Ferreira no le quedó otra alternativa que arribar a Asunción con una sola nave y retirarse algunos días más tarde sin nada de sus propósitos iniciales. Y fue así porque no eran bravatas. El cónsul británico en Asunción, Charles Henderson, escribía a su gobierno: "…Si los brasileños triunfasen, triunfarían sobre un país en ruinas y despoblado, sobre los cuerpos sin vida de sus habitantes. Los paraguayos no se mueven fácilmente, pero, una vez que despiertan son como leones y, si son victoriosos, harían que el Brasil se arrepintiera de su perfidia, así como la Confederación Argentina por su obsequiosidad, permitiendo que la escuadra de guerra ascendiera por el río, sin requerir garantía alguna en cuanto a sus objetivos". De paso, el sagaz ministro británico desnudaba los comunes y persistentes guiños que hubo siempre entre nuestros "vecinos/hermanos".   

Después vinieron otros tiempos. Con el Paraguay reducido a escombros, paralizado por una cuantiosa deuda de guerra y humillado por cuanta intervención se le ocurriera a nuestros "civilizadores", desde la finalización de la guerra del 70 hasta hace muy poco, los paraguayos hemos asistido al festín de nuestros propios despojos, como una burla amarga del destino.   

Hoy el Brasil quiere recordarnos su condición de Imperio. Como lo hizo en tantas ocasiones antes.   

Por ahora es un simulacro, una hipótesis de guerra; mañana será realidad. La historia de las relaciones de nuestro país con el insaciable imperio, está plagada de incidentes parecidos. Los que por ignorarlos y por ignorantes quienes nos representan, solo han dado lugar a menoscabos como el del presente. Agravios que el Brasil jamás se atrevería a cometer contra ningún otro vecino de su extensa frontera. Y no es que le moleste especialmente el Paraguay mientras sus autoridades se sometan a sus designios. Para ellos tiene reservados cómodos e impunes refugios si hicieran falta. Como hasta ayer. Lo terrible es que hoy castigan nuestra pusilanimidad. La condescendencia cómplice, nuestra falta de firmeza.   

En otros casos, sin simulacros ni subterfugios, Lula nos ha enviado el avión de la Fuerza Aérea Brasileña para que vayamos a departir con él. Lo hizo el presidente Lugo sin rubor alguno. Sin siquiera percatarse –creo– que la humillación habría significado en otros tiempos: "no te envío el carruaje del emperador sino el carromato del comisario; pues vienes como súbdito, no como igual". Lenguaje que –por otro lado– el Imperio maneja muy bien. Total, aceptamos cualquier cosa. Que ni siquiera nos incomoda que el prestigio de nuestro país vaya raudo cuesta abajo. Y con viento a favor.

Fuente: ABC Color

www.abc.com.py

Sección OPINIÓN

Domingo, 22 de Noviembre de 2009

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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