Portal Guaraní - GOBIERNO CONSTRUCTIVO Y PATRIOTA... - Por JORGE RUBIANI

Era una de las tantas letanías con las que fastidiaba la cadena informativa de los tiempos de Stroessner. Porque entonces se construía aquí y allá. No importaba cómo y dónde siempre que el "segundo reconstructor del país" inaugurara edificios o instalaciones. O decidiera su ejecución. El Hospital de IPS se elevaba lejos del Centro, el Palacio de Justicia en una antigua zona de linaje barrial, las sedes de ANDE e ITAIPÚ hacían trizas de un histórico enclave residencial y el Hospital Militar servía para rellenar una laguna... aunque sin responder a su función original (después de años de abandono, hoy es el Hospital de Emergencias Médicas). La Municipalidad se trasladó cerca de las fronteras de la ciudad y un esqueleto de cemento pretendió hacer de "mercadito en altura". Mientras que siguiendo la fiebre constructiva y a falta de terrenos y cerebros, otros edificios se ubicaron en el microcentro a horcajadas de algún patrimonio histórico. Como el Ministerio de Hacienda, el de Agricultura y Ganadería, el de Relaciones Exteriores (hoy sede de la Vicepresidencia de la República). Y una blasfemia arquitectónica mayor: Impuestos Internos imponiendo una ampliación indecorosa al histórico Teatro Nacional iniciado por Carlos A. López. Aunque en materia de atropellos al patrimonio, nadie, ni Stroessner, ha batido el récord absoluto de la insensatez y menosprecio a la historia y a la belleza como el edificio del Parlamento Nacional de la "era democrática". Pero aquel planeamiento urbano en base a "paz y progreso" fue una dispersión inorgánica de edificios, según las gangas inmobiliarias que aportaban "los muchachos". Sin ton ni son y mucho menos con ideas de descentralización (perdón por la rima).
Pero las complicaciones del "hacer" son hoy, por lo visto, menos rentables que las del "comprar". De manera que el "Gobierno del cambio" ha decidido adquirir edificios. Compró tres de un saque. Todos con valores millonarios en dólares. Es más que seguro que si el procedimiento culminaba exitosamente (eso es: sin injerencia de la prensa, porque para estos menesteres la Contraloría no existe) íbamos a tapizar la ciudad de Ministerios en "coquetos edificios de departamentos". Casi como para decir que en reemplazo del segundo reconstructor, tenemos ahora al "primer comprador del país". La excusa para la adquisición de los inmuebles sería el ahorro a las arcas del Estado, según lo justifican los operadores del gobierno; ya que "el sueño dorado de la sede propia" (en los casos verificados) se ha concretado con una celeridad envidiable. ¿Para qué complicarse entonces con concursos, licitaciones y largas esperas? La brevedad del mandato no permite semejantes sutilezas. Pero el resultado es el mismo obtenido por Stroessner pues se compran edificios de discutible funcionalidad y estética, lejos unos de otros. Incrustados en la periferia o en barrios residenciales. Aquí y allá, sin que importen las clasificaciones funcionales de la Municipalidad.
Al respecto, vale la pena echar una mirada a lo que hacen gobernantes serios y con sentido de su responsabilidad histórica: convierten a los edificios del Estado en los paradigmas de la modernidad y de la eficiencia. Proyectando de paso el prestigio de la ciudad o del gobierno. Es lo que hizo François Mitterrand cuando reconquistó la fama cultural de París con una serie de grandes y hermosas construcciones que hizo que el turismo mundial volviera los ojos hacia la "ciudad luz", más resplandeciente esta que nunca. Es lo que convirtió a Docklands, un antiguo tugurio portuario londinense en la sede de la City financiera británica. Es lo que consagró a Quito en un modelo de respeto a sus valores históricos e hicieron se la designara patrimonio de la humanidad. La lista es tan larga que, de citarla, corremos el riesgo de ubicar al Paraguay –también– en el tope de los que van de contramano de todo lo que representa la ciencia urbanística y ambiental más progresista.
Y si queremos más ejemplos históricos, y de los nuestros, tampoco era esta la situación de hace nada menos que 160 años, cuando Don Carlos A. López hizo que Asunción abandonara el "chato caserío" que lo había caracterizado hasta entonces para construir oficinas del gobierno, estaciones, iglesias, teatros y palacios privados que hasta hoy son nuestro patrimonio más valioso y sede de muchas instituciones del Estado. Incluido el Palacio de Gobierno. Es claro que López también pudo haber comprado la casa de doña Casimira Mendoza o la de Sotero Fleitas y resolver su "problema de espacio", si de eso se trataba. Pero pensó en los paraguayos de aquel tiempo y de los que vendrían después; pensó en el país, en el prestigio y la seriedad de su gobierno y decidió que los edificios se construyeran en base a demandas funcionales y de espacio, de calidad y belleza. Tanto que los que él hizo construir, son útiles hasta el presente. Porque aquel gobernante ejemplar se habrá preguntado, como se preguntaría cualquier ser viviente erguido en dos patas... ¿no tendrían que responder los recintos físicos a conceptos de organización y funcionalidad? ¿No debería corresponder su ubicación a criterios de planificación urbanística? ¿No tendrían que contar con suficientes espacios para los que trabajan en el lugar? ... o para los que acuden a realizar una gestión? De seguro que no se pensó en semejantes complejidades ya que se ha omitido siquiera el considerar que un edificio hecho para familias –u oficinas– es completamente diferente al que se diseña para albergar a cientos de funcionarios y miles de usuarios, además de estar dotados de instalaciones para los instrumentos o equipamientos que aquellos utilizarán. Ni se consideró suficiente –por lo visto– la larga serie de nefastos ejemplos en materia de edificios públicos, para que finalmente el "Gobierno del Cambio", decida cambiar optando por casas, cosas y procedimientos bien hechos...

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