POMPA REAL (SIN ESPUMA)
Por JORGE RUBIANI
Es un tema trivial, como muchos en los que disolvemos las tensiones que nos producen los que son importantes. Pero desafortunadamente le dimos el destaque de un asunto de Estado, como muestra que más allá de nuestra libertaria disposición al Bicentenario, nuestro débil corazoncito de paraguayos late con una hipertensión de linaje, con efervescencia aristocrática ante la menor posibilidad de ejercer alguna alcurnia. Porque ni siquiera se trató de una de las reinas de las casas reales de Europa, ni de las que engalanan las revistas de la farándula mundial. Pero llegó la princesa Diane en las vísperas del Día de los Héroes y fue desempolvado todo el glamour disponible para cubrir de olvido los fastos de la sangrienta hecatombe.
La señora Diane Françoise Maria da Gloria da Orléans estuvo entre nosotros. Majestuosa ella, descendiente en línea directa del Príncipe Gastón de Orléans, Conde DEu y, para regodeo de la socialité local, nada menos que yerno de Pedro de Alcântara Joao Carlos Leopoldo Salvador Bibiano Francisco Xavier de Paula Leocadio Miguel Gabriel Rafael Gonzaga, mejor conocido como Pedro II, Emperador del Imperio del Brasil entre 1831 y 1889. Empecinado guerreador contra el Paraguay, negador de su existencia y negado a cualquier gestión de paz que pusiera fin a aquel conflicto. Determinado hasta la tozudez al exterminio de nuestro país; para todo lo cual puso al frente de las huestes del Imperio a su yerno, el Conde, bisabuelo de Diana, la princesa.
El asunto no debiera ser importante, insisto. O mejor dicho, nosotros los paraguayos no deberíamos haberle dado importancia alguna. Sin importar que doña Diane Françoise María da Gloria mbaembo hiciera todas las exposiciones artísticas que quisiera. O regalara a nuestros niños pobres lo que fuera. Porque antes que todo eso, había algo que hacer. En primer lugar, que cualquiera de sus interlocutores paraguayos, privados o públicos, civiles o militares, le recordara a la princesa que si bien es cierto que somos hijos de nuestra indolencia, de nuestros errores y hasta de nuestros déspotas, cada parte de nuestras desgracias son el producto del tenaz menosprecio del Imperio hacia nuestra existencia. En segundo, que más que regalos, subsidios o la pompa de algún linaje trasnochado, necesitamos que al menos reconozcan su responsabilidad en parte de nuestras vicisitudes y se dispongan, honesta y efectivamente, a devolvernos lo que nos corresponde y pertenece. Que si sus parientes no lo han reconocido en el pasado, que al menos los destellos de sus joyas iluminen su corazón y algo del cerebro
y nos pida perdón por las barbaridades de sus reales ascendientes. Y será bienvenida
Fuente: ABC Color
www.abc.com.py
Sección POLÍTICA
Viernes, 05 de Marzo de 2010
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