HABLANDO DE DISRESPEITOS...

Por  JORGE RUBIANI

Es verdaderamente sorprendente que con motivo del anuncio de devolución del cañón "Cristiano" al Paraguay, los historiadores del Brasil hablen del respeto que se merecen sus soldados muertos en la Guerra de la Triple Alianza. Pues las crónicas consignan que durante la misma, y en al menos tres ocasiones, la armada imperial hizo fuego sobre sus propios contingentes cuando estos se encontraban en dura disputa –cuerpo a cuerpo– con los paraguayos. A saber: en el desembarco aliado en Laguna Sirena y durante los dos asaltos que hicieran los bogavantes paraguayos a los acorazados del imperio. Puede que hubiera otras. Pero en las ocasiones que se mencionan, el procedimiento estaba claramente pautado. No se trató de un error de cálculo o de "daños colaterales" del conflicto. La carne de cañón –nunca más adecuada la expresión– estaba en la guerra para eso: matar a los enemigos del Imperio o servir de sebo para que estos murieran como fuera posible. Aun a costa de sus propias y depreciadas vidas. Así de simple y doloroso. Pasar por alto este hecho no prueba otra cosa que: o los académicos del Brasil no conocen su propia historia. O están dispuestos a echar mano a cualquier disparate para seguir postergando lo que el Imperio debería haber hecho cuando, con la promesa de "civilizar" al Paraguay, instalaron la barbarie y la desolación en nuestro país.   

Aunque la apreciación de las autoridades del IPHAN ya mencionada en un artículo anterior (ABC-marzo 17 pasado) no merecen siquiera una contestación, habría que recordarles que en aquellos tiempos, la base del reclutamiento en el Brasil "…eran los voluntarios contratados por los presidentes de provincias" en sus respectivas jurisdicciones. Por lo que al inicio de la contienda aquellas reservas de 440.000 hombres parecían más bien una "…turbamulta" con una "absoluta ausencia de disciplina y de instrucción militar", según el juicio del historiador argentino Juan Beverina. Aun más drástico, el brasileño Joaquim Nabuco afirmaba que aquel contingente era "en realidad un estorbo" por la falta de medios, tiempo y oficiales para su instrucción. Tanto, que la cantidad de hombres en situación de ser convocados obligó al Brasil a un procedimiento ya utilizado en Uruguay y Argentina: el sorteo. Pero a diferencia del primero, subsidiado por Pedro II para obligar la participación de su gobierno en la guerra; o de Argentina que "enganchó" a delincuentes y "hombres de mala fama", el Imperio agregaría otro mecanismo novedoso en la gesta de "derrocar a López y civilizar al Paraguay": liberar a sus esclavos para llevarlos al frente. Algo así como: "…les damos la libertad… pero tienen que ir a morir por el Brasil". De manera que no alardeemos ¡por favor! de respeto a los soldados, pues en ninguno de los ejércitos se los respetó. Ninguna guerra los respeta.   

Solo cabe redimirlos haciendo que sus muertes no fueran vanas. Que la libertad, la civilización y la convivencia se instalen ¡al fin! en esta parte de América. Que no se reverdezca el menosprecio hacia los otros, protagonistas involuntarios de tanta tragedia. Especialmente hacia quienes, con patriotismo o sin alternativas, ofrecieron su cuerpo a las balas. Con uniformes diferentes, es cierto. Bajo banderas distintas y sueños postergados o truncos, pero igualmente víctimas de tiempos que ya no deben ser desenterrados en el presente con actitudes intolerantes, despectivas y desubicadas.

Fuente: ABC Color

www.abc.com.py

Sección OPINIÓN

Domingo, 21 de Marzo de 2010

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