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JORGE RUBIANI

  SÁBANAS COSTOSAS... - Por JORGE RUBIANI - Martes, 21 de Agosto de 2012


SÁBANAS COSTOSAS... - Por JORGE RUBIANI - Martes, 21 de Agosto de 2012

SÁBANAS COSTOSAS...

 

Por  JORGE RUBIANI

 

Los argumentos de los que propenden a la eternización de las listas sábanas, no molestan. De verdad. Lo que verdaderamente indigna es que sus mentores nos crean mentalmente desvalidos, que piensen que la ciudadanía es opa, que somos estúpidos, cuando en realidad este sayo les calza perfecto, porque según explica el semiólogo Umberto Eco, los estúpidos son aquellos que “...no se equivocan de comportamiento, sino se equivocan de razonamiento”, como sucede en este caso. Y un Tribunal digno de nuestra democracia decide “desrazonar”, alegando que el procedimiento “será complicado”, que la apertura de las listas será “costosísima” y que los resultados, poco menos que impredecibles.

Otros beneficiarios del sistema llegan a afirmar que abrir las listas electorales para democratizar la Democracia se volverá “peor que la enfermedad” y una serie de lugares comunes que lo que único que tienen de común es el menoscabo a nuestra inteligencia.

Y aun si los apocalípticos vaticinios tuvieran algún rigor, se impondría una simple pregunta: ¿Lo que tenemos es mejor? ¿El sistema actual nos ha deparado una democracia estable, instituciones firmes y autoridades dignas de las responsabilidades que asumen, ya fueran estas electas o “cuoteadas” por las electas? Porque es ahí cuando refulge el enorme costo de la listas sábanas. Y es cuando nos preguntamos también si nadie ha considerado las tremendas pérdidas que se derivan de la impericia, de la improvisación, de la falta de dedicación y responsabilidad de quienes vienen empaquetados dentro de las listas. Pérdidas para el Estado, hipoteca a nuestras ilusiones, ocasionadas por un sistema electoral económico tal vez, pero más que oneroso por sus resultados y consecuencias.

¿Cuánto nos cuesta el desempeño de gente sin otro mérito que la militancia partidaria en la mayoría de los casos, sin idoneidad ni competencia para lidiar en medio de las complejas exigencias de un Estado moderno? ¿Cuánto cuestan al país los “representantes” que siempre se agregan prerrogativas y nunca límites a sus desbordes, que nunca se imponen penas a las defecciones o errores de los miembros parlamentarios, que no castiga la falta de actividad, la impuntualidad, las ausencias o las trasgresiones a los reglamentos del mismo Parlamento? ¿Alguien se ha ocupado de medir el sobrecosto de la mala gestión, del derroche, del despilfarro de quienes miden sus ínfulas por el decorado de su investidura, por la escenografía que le confiere un “status” que casi nunca se sustenta en una buena formación académica o en la competencia social que concede la capacidad de discernimiento y ubicación?

¿Cuánto cuesta al país el desaliento de tanta gente que invierte en su educación para ser útil a la sociedad y es desplazada, interferida y frustrada por un incorregible contingente partidario que reclama “su espacio” en la función pública, simplemente en pago por lo que hiciera en beneficio de algún candidato sin otra virtud que el manejo de recursos suficientes para su postulación a un cargo público? Hablamos de una postulación que por otra parte se decidirá entre cuatro paredes y entre “amigos” que repiten –aunque ahora colectivamente– el viejo ritual autoritario de determinar “lo conveniente” para el pueblo.

En contrapartida a todo esto, y si de verdad pudiéramos elegir a nuestras autoridades, cuánto puede revertir económicamente al país la gestión pública basada en la calidad, idoneidad y decencia de quienes han cotejado con lo mejor de sus capacidades para cualquier cargo, y que ante cualquier defección durante su gestión puede ser demandado y hasta recibir una revocación de sus mandatos por parte de sus votantes.

¿Cuánto puede mejorar la educación del país si de sus resultados y de su utilidad se obtiene una élite intelectual académica y profesional capacitada para los negocios del Estado y por este motivo, confiable para sus conciudadanos? ¿Cuánto se beneficiarán los partidos políticos –no sus líderes actuales, desde luego– cuando mejoren sustancialmente los cuadros y recuperen el prestigio que la sociedad requiere de su actuación? Porque, finalmente, la promoción permanente de talentos y capacidades que se producirá al abrir las listas, es la única y verdadera forma de promover la alternancia y la progresiva depuración de los vicios que nuestra frágil democracia no ha logrado decantar.

Pero, las preguntas que anteceden nunca han sido planteadas lamentablemente entre los orientadores de opinión y mucho menos en el seno de los partidos políticos. Pareciera que algunos perversos mecanismos que desvirtúan la esencia democrática no permite identificar que el sistema ha incubado no solo frustraciones y falencias en la gestión de gobierno, no solo el ausentismo a los actos electorales sino una generación de seguidores –más que de ciudadanos– a la medida de sus líderes: mediocres, pedigüeños, obsecuentes, oportunistas, inmunes a las críticas del resto de la sociedad, indiferentes al destino de la nación.

Fuente: ABC Color

www.abc.com.py

Sección OPINIÓN

Martes, 21 de Agosto de 2012

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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