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CARLOS ZUBIZARRETA (+)

  CIEN VIDAS PARAGUAYAS - Por CARLOS ZUBIZARRETA - Año 2011


CIEN VIDAS PARAGUAYAS - Por CARLOS ZUBIZARRETA - Año 2011

CIEN VIDAS PARAGUAYAS

 

Por CARLOS ZUBIZARRETA

Prólogo a esta edición CARLOS VILLAGRA MARSAL

Prólogo a la 2ª edición de 1985

ALFREDO M. SEIFERHELD

Comisión Nacional de Conmemoración del Bicentenario

de la Independencia del Paraguay

Biblioteca Bicentenario Nº 6

EDITORIAL SERVILIBRO

Dirección Editorial: VIDALIA SÁNCHEZ

Diseño de tapa: CELESTE PRIETO

Asunción – Paraguay

2011 (240 páginas)

 

 

PREFACIO A ESTA EDICIÓN

 

            Es apropiado indicar que Carlos Zubizarreta (Asunción, 1904-1972) es uno de los ocho o diez grandes escritores mediante quienes el Paraguay, hasta ahora, ha enriquecido la literatura, la crónica y el ensayo de nuestra América.

            Por lo general, cada libro suyo se constituye en una duradera, espléndida aleación de rigor histórico, maestrazgo verbal y penetrante reflexión acerca de los avatares de la patria y su gente: Acuarelas paraguayas, Capitanes de la Aventura, Historia de mi Ciudad; también es el caso de Cien vidas paraguayas, texto que decidimos incorporar a la BIBLIOTECA BICENTENARIO en la certeza de que esta reunión bibliográfica conmemorativa resultaría incompleta sin la inclusión del presente volumen. Cien vidas paraguayas no es solamente invocatorio y repaso de otras tantas "personalidades fallecidas que, de alguna manera, forjaron la historia paraguaya", según manifiesta el propio autor en la Advertencia a la 1ª. edición, sino una memoria, concisa pero cabal y eficaz, de los trajines, malaventuranzas, severidades y regocijos de la nación, desde el arribo del primer europeo a estas tierras hasta, digamos, mediar el siglo pasado.

            Por otro lado, Cien vidas paraguayas no tiene tan sólo "una modesta intención didáctica", conforme señala igualmente la humildad del autor, sino que compone un insoslayable material de información (pocas veces agrupada en conjunto) para sentir y comprender el entero país, especialmente desde la cúspide de la evocación bicentenaria.

            Me remito además a los argumentos del mismo Carlos Zubizarreta, y a los de Alfredo Seiferheld en su Prólogo a la 2a. edición, sobre la oportunidad de inserción, en esta centena de biografías, de extranjeros que vivieron cierto tiempo o se radicaron en el Paraguay, jugándose por él a las duras y a las maduras.

            Por último, déjeseme dedicar este umbral de palabras justamente a Carlitos Zubizarreta, de inolvidable conversación y escritura, que fue mi maestro y amigo de mi padre y mío.

 

            Carlos Villagra Marsal

            Última altura, febrero 2011

 

 

PRÓLOGO A LA SEGUNDA EDICIÓN

 

            Desde que Plutarco escribió, hace casi dos mil años, sus Vidas paralelas, el género biográfico sufrió la influencia de los diversos períodos históricos y corrientes literarias que cruzaron los caminos de la humanidad. Desprendida de su afán moralizador, primer signo común en las historias de vidas griegas y romanas, la biografía llegó a nuestros días no carente de un objetivo ético, aunque con un mayor afán por la verdad y por la precisión literaria.

            Las letras paraguayas no han sido fecundas en biografías. Arturo Bray, Julio César Chaves, Justo Pastor Benítez, Juan E. O'Leary y unos pocos más cultivaron este género sin ignorar, en otro aspecto, la densa obra de Carlos R. Centurión y el aporte sostenido de J. Arturo Alsina y Raúl Amaral, argentinos de cuna ambos, pero paraguayos de adopción.

            Carlos Zubizarreta agrega su nombre a tan breve nómina. Sus Cien vidas paraguayas representan el esfuerzo más completo por reunir los perfiles del tránsito por este país de un centenar de ciudadanos ilustres, desde el amanecer de la conquista europea hasta un cuarto de siglo atrás, momento de aparición del libro en su edición primigenia. Como lo aclara su autor, no todos los incluidos por él fueron paraguayos, entendido por esto la ciudadanía natural. Pero, ¿quién podría dudar de la paraguayidad de españoles y portugueses que galvanizaron la nacionalidad en sus orígenes remotos, o de la de quienes como Guido Boggiani, Viriato Díaz Pérez, Rafael Barrett, Moisés Bertoni o Juan Belaieff incorporaron, como afirma Zubizarreta, su esfuerzo vital al acervo de la civilización del país?

            El gran biógrafo que fue Stefan Zweig, sostenía en El mundo de ayer que mientras los escritores, en su mayoría, "no pueden decidirse a silenciar algo de lo que saben, y con cierto enamoramiento de cada línea lograda pretenden mostrarse más amplios y profundos de lo que en realidad son", su ambición (la de Zweig) consistía en "saber siempre más de lo que queda de manifiesto". Parecida actitud de elaboración literaria puede atribuirse también a Zubizarreta en Cien vidas paraguayas: la obra pudo haber sido mucho más extensa. Pero su autor dedicó, en promedio de la edición original, menos de dos páginas a cada descripción, prefiriendo remitir al lector, bibliografía al pie mediante, a una mayor información sobre cada síntesis elaborada. Aunque el lector perdiera con ello el volumen, Zubizarreta no sacrificó la fluidez del relato, característica que hace de él uno de los escritores paraguayos de prosa más castiza y de mejor dominio de la lengua.

            Carlos Zubizarreta no fue un historiador, aunque a menudo resulte comprometedor trazar una línea demarcatoria entre el ensayista, el historiador y el novelista. Poseedor de un léxico "rico en sí mismo en matices y ajustado a los conceptos", según Carlos R. Centurión, su homónimo Zubizarreta comenzó haciendo literatura en los años veinte, época de un estallido cultural sin precedentes en el Paraguay. Dio a la estampa numerosos artículos en la prensa diaria, como también en las revistas Alas y Juventud. Abogado de profesión, debió, como casi todos, atender a su supervivencia económica para, en las pocas horas restadas al descanso, dedicarse a su vocación literaria.

            Sus Cien vidas paraguayas son un provechoso material didáctico, a la vez que una rica cantera de datos, muchos hoy esquivos para con el investigador. Con ellas, Zubizarreta rescató la figura del héroe civil paraguayo, tan eclipsado por los galones del uniforme y por las glorias del campo de batalla. En los años que corren, en que este país necesita vigorizar su condición civilista de pasado y presente, la obra de Carlos Zubizarreta, sin ignorar mártires y sobrevivientes de nuestras dos guerras, resalta el aporte de ciudadanos acaso menos conocidos, pero destacados en campos tan conexos como la educación, las artes y la literatura.

            Agotado este libro hace tiempo, su reedición -que es la primera en el Paraguay-por la Editorial Araverá, actualiza en sus páginas la vida de muchos paraguayos que no siempre conocieron el éxito en su corto o largo tránsito. Pero Zubizarreta antepuso lo moral a lo material. Sus personajes fueron de suerte dispar; triunfos y fracasos jalonaron su paso. Unos han sido grandes en lo cultural, más pequeños en lo político. No pocos pagaron con su vida un ideal trunco. Siete compatriotas escogidos por él fueron muertos por manos y armas paraguayas, en momentos de oscuridad y fanatismo.

            La obra de Zubizarreta evoca también a siete religiosos de todas las épocas. Asimismo, a cuatro mujeres. Solamente a cuatro. La omisión pudo haberse salvado, como lo prometió el autor, en un volumen que ya no vería la luz. La historia del Paraguay y la historia de sus actos trascendentes siguen siendo historia de hombres. No por menosprecio a la mujer, sino por la actitud anónima de ésta. La mujer paraguaya ha forjado, en puridad de razón, la nacionalidad. Detrás de cada perseguido, de cada encerrado, de cada sacrificado y de cada exiliado, siempre existió una mujer que ha sido olvidada.

            En su conjunto, Cien vidas paraguayas reúne un selecto núcleo de varones que hasta mediados del siglo XX moldeó más de cuatrocientos años del ser nacional. El Paraguay se consolidó con ellos y el civismo tuvo a la mayoría como su expresión más concreta. Las vidas físicamente ausentes que Zubizarreta rescata en estas páginas no han muerto en la fría cronología. Su trascendencia escapa a las fechas porque se proyecta sin término, con el vigor de las cosas perdurables.

 

            Alfredo M. Seiferheld

            Asunción, marzo de 1985

 

 

 

 

 

ADVERTENCIA 1

 

            Este libro se ha escrito por feliz iniciativa de Ediciones Nizza, sello publicitario que se aboca en el Paraguay a eficiente labor de divulgación cultural, digna del mayor encomio y de la más cálida adhesión nacional.

            Consecuente con el propósito de la casa editora, la obra no alienta definida pretensión literaria sino modesta intención didáctica para un fácil y cómodo conocimiento -en país donde no son asequibles las fuentes de consulta- de personalidades fallecidas que, de alguna manera, forjaron la historia paraguaya. Por eso incluye también la biografía de hombres ilustres nacidos fuera del solar patrio pero cuyo esfuerzo vital quedó, de modo permanente, incorporado al acervo de la civilización del país. Mirados por nosotros, esos hombres no son, pues, extranjeros.

            Dedicado preferentemente a uso inmediato de maestros, estudiantes y espíritus curiosos de la vida nacional, el libro intenta ser un simple manual de rápida consulta. Para suplir las naturales deficiencias de la brevedad en la referencia biográfica, se agrega al final de cada nota una lista bibliográfica a la cual los interesados en ahondar su conocimiento de determinada figura, aquí recordada, pueden recurrir en procura de más completa documentación.

            Se ha puesto particular empeño en que la información suministrada esté revestida de la mayor objetividad posible. El autor ha omitido, siempre que pudo, su particular juicio sobre hombres, sucesos y situaciones prefiriendo avalar todo enjuiciamiento con el criterio de más ilustres y autorizadas opiniones. Es muy difícil hablar de las cosas paraguayas. Difícil y peligroso. Se corre siempre el riesgo de ser mal interpretado, de herir delicadísimas susceptibilidades históricas o de discrepar con personales sentimientos apasionados. Permita Dios que este empeño haya sorteado con fortuna esos riesgos.

            La enunciación electiva de las figuras recordadas en el libro no implica, por otra parte, una deliberada selección excluyente. La limitación numérica impuesta al trabajo debió ocasionar, necesariamente, sensibles omisiones que no son premeditadas sino debidas a involuntario olvido, a fallas en la revisión del panorama histórico o a falta de documentación oportuna. Tales omisiones serán salvadas en un segundo volumen, contemplado en los propósitos editoriales.

 

1De la primera edición.

 

 

INDICE

 

PREFACIO A ESTA EDICIÓN

PRÓLOGO A LA SEGUNDA EDICIÓN

ADVERTENCIA

 

ALEJO GARCÍA

SEBASTIÁN CABOTO

PEDRO DE MENDOZA

JUAN DE AYOLAS

JUAN DE SALAZAR Y ESPINOSA

ALVAR NÚÑEZ CABEZA DE VACA

DOMINGO MARTÍNEZ DE IRALA

RUIZ DÍAZ MELGAREJO

PEDRO DORANTES

NUFRIO DE CHAVES

JUAN DE GARAY

RUY DÍAZ DE GUZMÁN

FRAY LUIS DE BOLAÑOS

HERNANDARIAS

HERNANDO DEL TREJO Y SANABRIA

R. P. ROQUE GONZÁLEZ DE SANTACRUZ

R. P. ANTONIO RUIZ DE MONTOYA

FRAY BERNARDINO DE CÁRDENAS

JOSÉ DE ANTEQUERA Y CASTRO

FERNANDO MOMPOX DE ZAYAS

RAFAEL DE LA MONEDA

R. P PEDRO LOZANO

FÉLIX DE AZARA

JUAN FRANCISCO DE AGUIRRE

R P AMANCIO GONZÁLEZ ESCOBAR

PEDRO VICENTE CAÑETE

FULGENCIO YEGROS

PEDRO JUAN CAVALLERO

VICENTE IGNACIO ITURBE

MAURICIO JOSÉ TROCHE

MANUEL ATANASIO CABAÑAS

JOSÉ FÉLIX BOGADO

JOSÉ GASPAR DE FRANCIA

FERNANDO DE LA MORA

MARIANO ANTONIO MOLAS

AIMÉ BONPLAND

CARLOS ANTONIO LÓPEZ

JUAN BAUTISTA RIVAROLA

JUAN ANDRÉS GELLY

ANDRÉS GILL

JOSÉ BERGES

FRANCISCO SOLANO LÓPEZ

ELISA ALICIA LYNCH

JOSÉ DÍAZ

JOSÉ MARÍA FARIÑA

FIDEL MAÍZ

PANCHA GARMENDIA

NATALICIO TALAVERA

FRANCISCO WISNER DE MORGENSTERN

BERNARDINO CABALLERO

CIRILO ANTONIO RIVAROLA

JUAN BAUTISTA GILL

JOSÉ SEGUNDO DECOUD

FACUNDO MACHAÍN

FACUNDO INSFRÁN

PATRICIO ESCOBAR

JOSÉ DE LA CRUZ AYALA (ALÓN)

RAMÓN ZUBIZARRETA

BENIGNO FERREIRA

JUAN B. EGUSQUIZA

BENJAMÍN ACEVAL

JUAN SILVANO GODOY

BLAS GARAY

MANUEL DOMÍNGUEZ

FULGENCIO R. MORENO

CECILIO BÁEZ

MANUEL GONDRA

VIRIATO DÍAZ PÉREZ

ANDRÉS BARBERO

VICTORINO ABENTE

GUIDO BOGGIANI

ADELA Y CELSA SPERATTI

RAFAEL BARRETT

IGNACIO A. PANE

RAMÓN INDALECIO CARDOZO

ALEJANDRO GUANES

MOISÉS SANTIAGO BERTONI

JUAN SINFORIANO BOGARÍN

ARSENIO LÓPEZ DECOUD

SILVIO PETTIROSSI

DELFÍN CHAMORRO

ELOY FARIÑA NÚÑEZ

ANTOLÍN IRALA

ELIGIO AYALA

ADRIANO IRALA

JUAN BELAIEFF

EUGENIO GARAY

JULIÁN DE LA HERRERÍA

MANUEL ORTIZ GUERRERO

AGUSTÍN BARRIOS

EUSEBIO AYALA

JOSÉ FÉLIX ESTIGARRIBIA

GERÓNIMO ZUBIZARRETA

FRANCISCO BRIZUELA

JULIO CORREA

FÉLIX CABRERA

TEODORO ROJAS

LUIS IRRAZÁBAL

HÉRIB CAMPOS CERVERA

 

 

 

CARLOS ANTONIO LÓPEZ

 

            Anota Justo Pastor Benítez que la biografía de Carlos Antonio López "está escrita al pie de sus obras en las piedras, ladrillos y el hierro de sus construcciones". Pero si éstas fueron sólidas y abundantes, más arduo y encomiable es su esfuerzo constructivo de la afirmación soberana del Paraguay, imponiéndola al respeto de la conciencia americana, a pesar de las equivocaciones de su política internacional. Pero el reparo implica ya la admisión de un juicio; y sería propósito harto ambicioso para la simple nota biográfica la formulación de enjuiciamientos reservados a la historiografía documentada de una figura con tan enorme significado en la patria paraguaya.

            Carlos Antonio López no nació en el pueblo de Santísima Trinidad, como han divulgado anteriormente muchos historiadores copiándose unos a otros, sino en Manorá, suburbio de la Asunción actual, el 4 de noviembre de 1792, siendo bautizado en julio del año siguiente por un fraile franciscano en la cercana iglesia de la Recoleta. Fue uno de los ocho hijos -seis varones y dos mujeres- de don Miguel Cirilo López y de doña Melchora Insfrán, "nobles, limpios, sin mala raza ni tacha". "Si en algo se afanaba don Miguel Cirilo -dice el historiador Chaves-, era en asegurar a sus hijos el mejor porvenir; varios de ellos recibieron la más aventajada educación que era dable obtener en el país por aquella época. Martín, el primogénito, siguió la carrera eclesiástica; se hizo franciscano y fue más tarde, durante largos años, párroco de Yute. Basilio Antonio fue también franciscano y, cuando el dictador Francia secularizó las órdenes religiosas, ocupó el curato de Pirayú; después llegaría a obispo. De los hijos del sastre, nacidos en aquella humilde casa de Manorá, uno llegaría a ser el jefe del poder temporal y otro del espiritual, simultáneamente. Pero era a Carlos Antonio a quien le estaba reservado el mejor porvenir...".

            Desde muy niño, con reconcentrada aplicación al estudio, frecuentó la pobre escuelita anexa al convento franciscano de la Recoleta, donde fray Buenaventura Sendagorda fue su maestro. Más tarde pasó al Real Seminario de San Carlos, única institución asuncena de estudios superiores, como alumno manteísta. En 1808 aprueba allí su examen de Filosofía y, al año siguiente, el de Teología. Finalizados sus estudios de las órdenes menores, se inicia en la docencia. "Su mocedad le ha impedido tomar parte en los sucesos de esos años: las batallas de Paraguarí y Tacuarí; la revolución del 14 de mayo; los Congresos de 1811 y 1813; el proceso político que tuvo como final la formación de la primera República independiente en la América del Sur, y la entronización del doctor Francia en el poder...".

            En 1814, Carlos Antonio López fue nombrado catedrático de Artes en el Seminario de San Carlos y, tres años más tarde, profesor de Teología. Mientras tanto ejercía también la profesión de abogado, en la que pronto se destacó por su talento y probidad. Probidad, austera probidad; ésta es, fundamentalmente, la cualidad que habrá de distinguirle en el consenso unánime de sus conciudadanos.

            En 1826, el abogado y catedrático contrae matrimonio con doña Pabla Carrillo, rica dama de prosapia patricia cuyo patrimonio pasa a la administración de su marido. López es ya un hombre prominente y esa prominencia social implica un serio peligro en los días inseguros de la dictadura. Temeroso del doctor Francia y con prudente precaución, prefiere la vida recogida de su quinta de Ybyray -el actual Jardín Botánico en Santísima Trinidad- a la vida ciudadana. Pero aún allí se corren riesgos imprevisibles. En el año 1837, se retira más lejos aún y va a vivir a la estancia de Olivares, cerca de Rosario de Ycuamandiyú, extensa propiedad de su esposa. Así capea el tiempo tormentoso de la dictadura francista el hombre paciente que espera la hora propicia de su destino.

            Muerto José Gaspar de Francia, los militares lo hacen buscar en aquel retiro apacible, a fines de 1840. En el país raleado de clase directiva son necesarios sus luces y el asesoramiento de su cultura. Carlos Antonio López comienza su actuación pública como consejero y secretario de Mariano Roque Alonso, durante el gobierno de la Comandancia de Armas, hasta que el Congreso de 1841 lo coloca con éste en el Consulado. Su avasalladora personalidad va a desplazar pronto a su colega. En efecto, el

Congreso de 1844 elimina del gobierno a Mariano Roque Alonso y nombra a Carlos Antonio López presidente por el período de 1844 a 1854.

            Durante esa década, los actos más relevantes del mandatario consisten en la enérgica y sostenida defensa de los derechos paraguayos a la Independencia, cuestionados por Rosas; en la aprobación de la carta orgánica de 1844; en el reconocimiento de la Independencia del Paraguay por el Imperio del Brasil; en la aparición de El Paraguayo Independiente, en 1845, primer periódico paraguayo y órgano oficial del gobierno, del cual el propio López es principal colaborador; en la ocupación del territorio de Misiones -1845-, y en la posterior alianza con el Brasil, el año 1850. Caído Rosas del poder, la Confederación Argentina reconoce la Independencia del Paraguay, en 1852. Un año más tarde -1853- se firman importantes acuerdos con los Estados Unidos de América, con Inglaterra, con Francia y con Cerdeña.

            Así llega el fin de su primer período presidencial. El Congreso de 1854 quiere reelegirlo por otro período igual; pero Carlos Antonio López acepta el mandato solamente por tres años. Durante este nuevo gobierno se suscitan graves conflictos con los Estados Unidos norteamericanos, con la Argentina, con el Brasil y con Francia; pero, con menos o más airosa suerte, todos se solucionan pacíficamente.

            El Congreso reunido el año 1857 reelige a Carlos Antonio López por tercera vez para un período de diez años, que esta vez no tiene ya reparos en aceptar. La ciudadanía, acomodada a su autoridad, no concibe que pueda ser otro hombre quien rija los destinos del país. El acontecimiento más destacado de este tiempo fue la mediación de su hijo Francisco Solano -entonces brigadier-, el año 1859, en la guerra civil que afligía a la Confederación Argentina. El joven militar paraguayo cumple su misión poniendo paz entre Buenos Aires y Urquiza en el pacto de San José de Flores, sin advertir que su personal triunfo diplomático perjudicaba los vitales intereses nacionales. "Este triunfo -dice Chaves- debilitó la posición internacional del Paraguay y abrió paso al desastre. ¡Cuán extraviados son los senderos que escoge el destino de hombres y pueblos! El pacto de San José de Flores daría lugar a la hegemonía de Buenos Aires y al ostracismo de Urquiza. Para el Paraguay resultó fatal que la unidad argentina se consolidara tomando como base el centralismo porteño, y no la corriente del litoral a la cual estaba ligada nuestra suerte y nuestro destino por múltiples razones. Y para López y su régimen resultó igualmente fatal que el liberalismo porteño pasara a regir el timón de la nación argentina".

            El año 1860 señala el apogeo de los dieciocho años del gobierno de don Carlos. El progreso general de la nación se traduce en todos los órdenes. Se inaugura con grandes festejos el templo de la plaza fuerte de Humaitá. La población asuncena ve correr alborozada el ferrocarril recién construido en su primer tramo, que une la hermosa estación de Asunción con el pueblo de la Santísima Trinidad. Una pequeña flota nacional surca los ríos y pone en contacto al país con las naciones del Plata, abriendo la puerta al mar. Las modernas fundiciones de hierro de Ybicuí baten el metal como un canto al progreso. En la capital trabaja con ardor un moderno arsenal. El telégrafo une esta ciudad con Paso de Patria. La producción y el comercio se desarrollan aceleradamente y las exportaciones doblan el crecido monto de la importación. Por primera vez en la historia de la vieja ciudad, la fisonomía edilicia de Asunción se orna con edificios de jerarquía. Contratados por el gobierno, vienen a trabajar al Paraguay muchos técnicos europeos y, becados por el Estado, marchan a Europa jóvenes paraguayos a recoger cultura.

            Dos años después -en la madrugada del 10 de setiembre de 1862- don Carlos Antonio López entregaba su alma a Dios, luego de recibir los últimos sacramentos del presbítero Fidel Maíz. Su cuerpo fue sepultado ese mismo día en la iglesia de Santísima Trinidad, que él hiciera edificar. En 1936, los restos se trasladaron al Panteón Nacional de los Héroes.

BIBLIOGRAFÍA

Julio César Chaves: El presidente López.

Pelma Horton Box: Los orígenes de la guerra de la Triple Alianza, Carlos Antonio López.

Efraím Cardozo: El Paraguay Independiente.

 

 

JUAN BAUTISTA RIVAROLA

 

            Cuando se produce la revolución emancipadora, en mayo de 1811, Juan Bautista Rivarola aparece en el escenario político, a pesar de su juventud, junto a los próceres de la Independencia, y desde entonces su acción pública -aunque corta e intermitente- le coloca entre los varones esclarecidos de la patria.

            Había nacido el año 1789 en Barrero Grande, donde su familia poseía extensas estancias. El joven viene a la Asunción como alférez de las milicias de su pueblo, llamadas para defensa de la provincia amenazada por la expedición armada de Belgrano. Se bate en las acciones de Paraguarí y Tacuarí, que le valen su ascenso a teniente. Actúa luego, al lado de Cavallero, Iturbe y Troche, en el pronunciamiento del Cuartel de la Ribera. Su firma aparece en la comunicación a Velasco que deroga su mando personal y en el acta del juramento prestado, el 16 de mayo de 1811, por José Gaspar de Francia, Juan Valeriano Zeballos y Pedro Juan Cavallero. Cuando se establece el primer gobierno consular en 1813, es ya capitán y, considerando terminada su misión militar, solicita su retiro del ejército. Desempeña luego diversas funciones de carácter civil y, en 1816, es electo alcalde del Cabildo asunceno.

            Pero atento a los recelos que suscita en Francia, abandona Asunción y toda injerencia en la vida pública para volver a su actividad privada de estanciero en Las Cordilleras.

            Aquella medida de prudencia no había de salvarle. A raíz de la conspiración de 1820, Juan Bautista Rivarola fue apresado con sus gloriosos compañeros de la revolución emancipadora para ser encerrado en las mazmorras del dictador. Dicen las crónicas que logró salvar la vida y recuperar más tarde la libertad gracias a la feliz intercesión de una de sus hijas, ahijada de Francia. Reintegrado a sus lares nativos, Rivarola debía aparecer sólo después de la muerte de Francia, como diputado al Congreso reunido el 12 de marzo de 1841 que va a votar el consulado de Mariano Roque Alonso y Carlos Antonio López.

            La prisión sufrida no le había amilanado el ánimo y en aquella histórica asamblea tuvo el valor de alzar la voz para disentir con la sumisión que se advertía en ella. "Los anhelos de libertad y de justicia que vienen del hontanar de la historia paraguaya -dice Chaves- tuvieron su vocero en uno de los diputados, Juan Bautista Rivarola, prócer de la Independencia, quien traía al recinto el eco de los ideales de mayo de 1811. Objetó la forma precipitada y sumaria en que se pretendía constituir un gobierno; pidió que se pusiese término al período del personalismo y de la arbitrariedad, causa fundamental de los males padecidos por el país, y se dictase una Constitución para abrir paso a un régimen más tolerable después de una larga tiranía".

            Luego de esta breve pero brillante actuación pública, Juan Bautista Rivarola retorna nuevamente a sus valles cordilleranos. En 1844 suena su nombre como posible candidato a presidente de la República, pero el prócer no interviene en la política y permanece retirado en sus estancias o en Barrero Grande hasta la hora de su muerte, ocurrida el año 1864.

            Las cartas del naturalista sueco Eberhard Munck, que fuera médico de Carlos Antonio López y fusilado por el mariscal Francisco Solano López en Azcurra, contienen algunas curiosas referencias, poco conocidas, sobre su vida privada y su familia. "Era antes una de las personas más ricas del país -dice-, propietario de varias estancias, pero durante el gobierno de Francia sufrió grandes pérdidas que dejaron muy reducidas estas riquezas. Es padre de siete hijos y cinco hijas..."

BIBLIOGRAFÍA

Julio César Chaves: El presidente López. La revolución del 14 y 15 de mayo.

Efraím Cardozo: El Paraguay independiente.

R. Antonio Ramos: Juan B. Rivarola, Cirilo A. Rivarola y Eusebio Ayala, tres hijos preclaros de Barrero Grande (Conferencia).

Carlos R. Centurión: Historia de las letras paraguayas.

 

 

FRANCISCO SOLANO LÓPEZ

 

            No es secreto para nadie que el juicio histórico sobre Francisco Solano López se ha visto enturbiado por pasiones enconadas. De su figura se pretendió hacer bandera política. Otros quisieron arrojar sobre ella los rencores acumulados por heridas familiares, que aún no podía curar la proyección del tiempo. Pero hay una verdad incuestionable: el Mariscal López significa para los paraguayos algo más que un personaje de su historia: es todo un símbolo que encarna la resistencia heroica, las virtudes guerreras de la raza, los atributos esenciales de la nacionalidad.

            Su biografía no cabe en breves páginas. La presente nota consignará sólo una sencilla reseña cronológica de esa vida, para que sirva de índice al mejor estudio de su proyección en la historia patria.

            Cinco hijos legítimos engendró don Carlos Antonio López en su unión con doña Juana Carrillo. Francisco Solano; Inocencia, casada luego con el general Vicente Barrios; Venancio; Rafaela, quien contrajo matrimonio con don Saturnino Bedoya y, ya viuda, volvió a casar terminada la guerra con el brasileño Melcíades Augusto Acevedo Pedra; y Benigno. El primogénito parece haber nacido el 24 de julio de 1826 y fue su padrino don Lázaro Rojas Aranda. No hay certeza sobre la fecha porque la partida bautismal desapareció de los archivos parroquiales. Francisco Solano hizo sus primeros estudios con el maestro argentino Juan Pedro Escalada y, más tarde, con el jesuita Bernardo Parés. Quince años contaba cuando el fallecimiento del dictador Francia llevó a su padre a la vida pública. Tal circunstancia y su congénita ambición de cultura le permitieron una formación intelectual muy superior a la enseñanza recogida de sus maestros. Leía mucho; aprendió a hablar correctamente el francés y algo de inglés, aún antes de su viaje a Europa. Fuerte y decidida vocación castrense lo llevó a ingresar muy joven en el ejército, si ejército podía llamarse a la pequeña milicia existente en el país en los primeros tiempos de la administración pública de don Carlos. Era el propio Francisco Solano quien debía crearlo luego. A esa tarea exclusiva dedicaría su mejor afán desde la adolescencia hasta el estallido de la guerra contra la Triple Alianza. En 1845 era ya coronel y, cuando un año después la alianza suscrita por el Paraguay con la provincia de Corrientes el 21 de noviembre de 1845 determinó la ayuda militar, Francisco Solano López fue nombrado comandante del cuerpo expedicionario.

            "En 1846 estaban ya frente a frente y en son de guerra -dice Bray- las provincias de Corrientes y Entre Ríos; esto es, Madariaga, gobernador de la primera, y el general Urquiza, por aquel entonces hombre de Rosas y sostenedor de su dictadura". Francisco Solano improvisó en Villa del Pilar un ejército de 4.200 hombres que debía ponerse a las órdenes del general Paz, "director de la guerra". En esa estada de Pilar conoció a Juanita Pesoa, que le daría tres hijos naturales.

            Antes de marchar el ejército a Corrientes, se realizó el primer juramento a la bandera paraguaya, creada por ley del 25 de noviembre de 1842. Deshecha la alianza, el cuerpo expedicionario regresó al Paraguay, ese mismo año 1846, sin haber entrado en combate. De esa estada en Corrientes quedó la interesante correspondencia con su padre, publicada por el historiador O'Leary.

            En el país, se reintegró a su tarea de organización militar. El año 1849 fue comandante de la división paraguaya que reocupó las Misiones al sur del Paraná y, posteriormente, era nombrado jefe del ejército nacional, con asiento en Pilar. En 1853, ya brigadier general, marchaba en misión especial a Europa, con el propósito aparente de establecer relaciones diplomáticas con Gran Bretaña, Francia, Prusia y Cerdeña; pero, en realidad, para adquirir barcos y armamento. Le acompañaban su hermano Benigno como secretario y los capitanes Yegros, Aguiar y Brizuela como edecanes. La misión paraguaya visitó Francia, Gran Bretaña, España, Italia y Cerdeña. En París conoció a la irlandesaElisa Lynch, llamada a ser la compañera de su vida y la madre de sus hijos; firmó un contrato de colonización que debía traducirse en el fracaso de la colonia Nueva Burdeos, establecida en el actual asiento de Villa Hayes. En Inglaterra se adquirió el buque Tacuarí y algún armamento transportado con él. El resto de las adquisiciones no debía llegar ya al Paraguay.

            Regresó al país a fines de 1854. Dos años después fue designado plenipotenciario a Río de Janeiro para tratar con el canciller Paranhos sobre navegación de los ríos, pero una enfermedad impidió su viaje siendo entonces reemplazado por José Berges. En 1856 era designado ministro de Guerra y, en el Congreso reunido en Asunción un año después, que reeligió a Carlos Antonio López, sonó también su nombre como candidato a la presidencia. El año 1858 fue nombrado plenipotenciario especial para tratar con Paranhos, en Asunción, sobre detalles de la libre navegación de los ríos, tratativa que materializó en el convenio suscrito entonces.

            El año 1859 fue mediador en el conflicto entre los gobiernos de Paraná y Buenos Aires. El 27 de setiembre partía de Asunción a bordo del Tacuarí, acompañado por un séquito formado por el mayor José María Aguiar, el capitán Rómulo Yegros y los alféreces José Díaz y Pedro Duarte. El acuerdo logrado por López el 11 de noviembre con el pacto de San José de Flores establecía entre otras cláusulas: "1°: Buenos Aires se declara integrante de la Confederación Argentina y verificará su incorporación por la aceptación y jura solemne de la Constitución Nacional. 4°: La República del Paraguay, cuya garantía ha sido solicitada tanto por el Excelentísimo Señor Presidente de la Confederación Argentina cuanto por el Excelentísimo Gobierno de Buenos Aires, garante el cumplimiento de lo estipulado en este convenio".

            Después de lograr así la unificación argentina que tan nefasta sería luego para el destino del Paraguay, López se reintegra nuevamente a sus tareas preferentes. Organiza un moderno ejército disciplinado. Visita constantemente la fortaleza de Humaitá, recién construida. En Asunción es incesante su actividad oficial; hace intensa vida social y no le falta tiempo para leer. Su biblioteca se enriquece con regulares remesas de libros. Se ha iniciado el apogeo del gobierno de don Carlos y el país respira bienestar y progreso.

            A mediados de 1862, es designado sucesor de su padre en el gobierno, por el pliego de reserva firmado por don Carlos para caso de acefalia del Ejecutivo, hasta tanto se reúna el Congreso que deba elegir nuevo mandatario. El 10 de setiembre fallece don Carlos Antonio López y, conforme con lo dispuesto en dicho pliego, el ministro de Guerra Francisco Solano López asume el mando provisorio. El Congreso reunido el 16 de octubre lo elige entonces presidente de la República por un período de diez años.

            Sus primeros tres años de gobierno se caracterizan por una intensa actividad en la administración pública, prosiguiendo la obra progresista de don Carlos. El ferrocarril se prolongó a Pirayú. Comenzase la construcción del Palacio de Gobierno, del Oratorio de la Virgen de Asunción, de un moderno teatro. La agricultura merecía atención oficial preferente, creándose premios de estímulo. Se fundaron nuevas escuelas y muchos jóvenes salieron becados para Europa. Pero se acercaba la hora trágica de la guerra y el Paraguay, advirtiéndola llegar, se transformaba aceleradamente en potencia militar. Cerca del pueblo de Pirayú, al pie de la cordillera de Azcurra, se formó un nuevo campamento, el de Cerro León, donde se reunieron 5.000 soldados. Nuevos contingentes eran enviados a la fortaleza de Humaitá.

            El relato de esa guerra rebasa la breve nota biográfica y, más aún, el de las causas que la provocaron. Deben sólo reseñarse a grandes rasgos. El Brasil interviene decidida y ostensiblemente en la política interna del Uruguay apoyando al general Flores y a su Partido Colorado. En la delicada situación internacional del Plata, hace repentina demostración de fuerza militar con el pretexto de un pequeño incidente fronterizo en Río Grande do Sul y despacha al consejero José Antonio Saraiva a Montevideo para exigir reparaciones perentorias. "Los blancos de Montevideo se alarmaron con razón -dice Chaves-; y en la emergencia pensaron más que nunca en el Paraguay. José Vásquez Sagastume fue el personero elegido. Debía demostrar el grave riesgo de una absorción del Uruguay y del Paraguay por sus poderosos vecinos y pedir una gestión diplomática del gobierno de Asunción ante el Imperio... Vásquez Sagastume -sin autorización de su gobierno- requirió el 13 de junio de 1863 la mediación del Paraguay en el conflicto entre el Uruguay y el Brasil. El gobierno de Asunción despachó un mensajero especial a Río de Janeiro para informar al gobierno imperial haber aceptado ejercer la mediación solicitada por el ministro uruguayo. El ofrecimiento de mediación llegó cuando en el Uruguay se movía otra mediación a cargo de un tercero, formado por el ministro inglés Thornton, el canciller argentino Elizalde y el representante brasileño Saravia, que trataba de poner fin a la guerra civil entre blancos y colorados. El imperio contestó a la Asunción que consideraba innecesaria su mediación y hasta el gobierno uruguayo declaró que no haría uso por entonces de los buenos oficios del gobierno paraguayo. Este doble desaire diplomático molestó vivamente a López".

            Poco después, el Brasil comenzaba sus actos de agresión contra el gobierno blanco del Uruguay. Al conocerse estos sucesos en Asunción, el presidente López, influido por Vásquez Sagastume, se afirmó en su temor de que "el Brasil conquistaría el Estado Oriental como primer paso de un ataque decisivo al Paraguay. El ministro imperial Salvan Vianna de Lima -acabado de llegar a la Asunción-, obrando en forma harto sospechosa, nada hizo por clarificar el ambiente. El 30 de agosto, en nota dirigida al plenipotenciario brasileño, el canciller Berges lanzaba su histórica protesta: Su Excelencia el Presidente de la República ha ordenado al abajo firmado declare a V.E. ... que el gobierno de la República del Paraguay considerará cualquier ocupación del territorio oriental por fuerzas imperiales... como atentatoria al equilibrio de los Estados del Plata, que interesa a la República del Paraguay como garantía de su seguridad, paz y prosperidad, y que protesta de la manera más solemne contra el acto, descargándose desde luego de toda responsabilidad de las ulterioridades de la presente declaración. A pesar de esta firme posición, poco después se producía la invasión brasileña del Uruguay. La reacción paraguaya se afirmó con el apresamiento del buque Marqués de Olinda, que el 10 de noviembre de 1864 entró a la rada de Asunción, en viaje regular a Matto Grosso y, en nota del 12 de ese mes, Berges comunicó al representante brasileño que quedaban rotas las relaciones entre los dos gobiernos y prohibida la navegación de los ríos de la República para la bandera de guerra y mercante del Imperio.

            "Comenzó la guerra -dice Chaves- con graves problemas políticos y estratégicos para los dos beligerantes que, a pesar de poseer extensas fronteras comunes, no podían atacarse directamente por estar separados sus centros vitales por desiertos y distancias invencibles...". La primera ofensiva paraguaya consistió en la campaña de Matto Grosso, confiada al general Vicente Barrios, el 24 de diciembre de 1864, con 3.200 hombres embarcados en "cinco vapores y tres goletas", objetivo que se cumplió con éxito.

            Mientras tanto, López se aprestaba a la ofensiva sobre Río Grande del Sur, para lo cual debía cruzar el territorio litigioso de Misiones. Informó a Urquiza de la operación proyectada, advirtiendo que ese cruce necesario no era "una amenaza a las provincias amigas de Entre Ríos y Corrientes ni al gobierno nacional argentino". Urquiza expresó su apoyo a López, admitiendo sus razones; pero le sugirió la conveniencia de solicitar oficialmente el tránsito al gobierno de Buenos Aires. López lo complació, disponiendo que la Cancillería pidiese la autorización. El 14 de enero de 1865, Berges se dirigía al canciller Elizalde solicitando que "los ejércitos de la República del Paraguay puedan transitar el territorio argentino de la provincia de Corrientes en el caso de que a ello fuesen obligados por las operaciones de la guerra...". Pero la Cancillería negó el permiso "en el preciso instante en que la escuadra y el ejército imperiales de la Banda Oriental usaban de la Argentina como base de operaciones".

            El 5 de marzo se reunió en Asunción un congreso extraordinario que nombró a López mariscal de los Ejércitos de la República; creó la Orden Nacional del Mérito y autorizó la contratación de un empréstito. El 17 de ese mes, ante la noticia de que la Argentina había permitido la subida del río Paraná a la escuadra brasileña del almirante Tamandaré que venía a bloquear Tres Bocas, autorizó la declaración de guerra al gobierno argentino. El 19 se clausuraron las sesiones del Congreso. Al día siguiente el ferrocarril llegaba ya a Paraguarí y el telégrafo a Humaitá. El 3 de abril salía de Humaitá el teniente Ceferino Ayala llevando la declaración oficial de guerra. Una columna paraguaya al mando del general Robles atacó y ocupó la ciudad de Corrientes progresando hacia el Sur, mientras el canciller argentino Elizalde, el representante brasileño Octaviano y el uruguayo Carlos de Castro firmaban el tratado secreto de la Triple Alianza, el primero de mayo de 1865. Breves días después partía de Encarnación otro ejército a las órdenes del teniente coronel Antonio de la Cruz Estigarribia. Mientras Robles avanzaba por la orilla del río Paraná y Estigarribia por la izquierda del río Uruguay, este último ocupó San Borja el 11 de junio. "La resistencia brasileña era nula y el pánico cundía en todo el Río Grande del Sur". El mariscal López trasladó su Cuartel General a Humaitá.

            A fines de junio, el comandante de la división del Sur, general Robles, era relevado del mando, sometido a proceso y fusilado por indisciplina y por haber aceptado cartas de miembros de la Legión Paraguaya. Lo reemplazó el general Resquín. El ejército de 8.000 hombres reunido por Urquiza para apoyo de los aliados se dispersó la noche del 3 de julio "porque los entrerrianos no querían pelear contra los paraguayos sino contra los porteños y brasileños. Otro contingente reunido en Toledo corrió igual suerte y Urquiza renunció a intervenir en la campaña". La división de Estigarribia se había apoderado de Uruguayana y su segundo Duarte ocupado Paso de los Libres, el 2 de julio; pero en su progresión no podían ser apoyados. El 17 de agosto, el destacamento Duarte fue casi exterminado tras heroica lucha en la batalla de Yatay, sin que Estigarribia acudiera en su auxilio desde el otro lado del río. Los aliados se concentraron luego sobre Uruguayana con poderosas fuerzas apoyadas por unidades navales y, el 19 de setiembre, Estigarribia se rendía con todo su ejército.

            El fracaso de la ofensiva hizo necesaria la evacuación del territorio de Corrientes y el repaso del río Paraná para establecerse en Paso de Patria. La operación, cumplida con éxito a pesar de tanto riesgo, marca el fin de la primera etapa de la guerra. Va a iniciarse la segunda, jalonada por las campañas de Humaitá, Pikysyry y Las Cordilleras. Su relato no cabe aquí. Baste sólo consignar que la victoria de Curupayty paraliza por un tiempo la progresión ofensiva de los ejércitos aliados y da un respiro a la resistencia paraguaya. Corrales, Estero Bellaco, Tuyuty, Yatayty Corá, Boquerón y Sauce han sido páginas de gloria escritas con la sangre de un pueblo que sabe morir con impávido valor, pero no puede detener la invasión del enemigo. Deshecho el cuadrilátero de la resistencia, Humaitá debe caer. López traslada su Cuartel General a San Fernando, antigua estancia del Estado ubicada al norte del río Tebicuary. Allí se desarrollan los sucesos más dolorosos de la guerra. Fundado en informaciones llegadas de Asunción, el gobierno acusó de conspiración y connivencia con el enemigo a las principales figuras del régimen. Se formaron entonces los famosos tribunales de sangre para el procesamiento sumario de los sindicados. Fueron sentenciados culpables los dos hermanos del Mariscal, Venancio y Benigno, sus dos cuñados Saturnino Bedoya y el general Barrios, el canciller Berges, el obispo Palacios y centenares de hombres y mujeres entre quienes contaban sacerdotes, militares, periodistas, comerciantes, técnicos extranjeros. El ministro norteamericano Washburn fue señalado como el director de la conspiración, en la cual estaban también complicados los cónsules de Francia, Italia y Portugal. De junio a diciembre de 1868 fueron fusilados 400 personas, entre las cuales se hallaban Benigno López, el obispo Palacios, José Berges, los generales Barrios y Bruguez, los orientales Antonio de las Carreras y Francisco Rodríguez Larreta, el boliviano Tristán Roca, Saturnino Bedoya, Juliana Insfrán de Martínez, esposa del defensor de Humaitá. El ministro Washbum debió abandonar el país; el historiador norteamericano Bliss y el farmacéutico Mastermann fueron rescatados por su gobierno.

            Tras esta ola de sangre, las campañas de Pikysyry y Las Cordilleras son ya una cruenta epopeya de dolor, al frente de la cual está el Mariscal engrandecido por la adversidad. El 14 de febrero de 1870, la lenta retirada de los restos del ejército llega a Cerro Corá. "Ahora sólo le falta al Mariscal cumplir su solemne juramento, empeñado después del 24 de mayo de 1866 y renovado en Lomas Valentinas: Morir con sus últimos soldados, sobre el último campo de batalla. López crea la medalla de Amambay para todos los que con él llegaron a Cerro Corá, unos 500 jefes, oficiales y soldados -había batallones que sólo contaban con tres hombres-, y se apresta al sacrificio.

            La columna brasileña despachada desde Concepción al mando del general Correa da Cámara lo alcanza el primero de marzo y el Mariscal López la enfrenta con doscientos hombres. En la primera refriega es herido de un lanzazo en el bajo vientre por el cabo Francisco Lacerda -Chico Diabo- y en la frente por el sablazo de un oficial. Auxiliado por algunos valientes puede llegar a orillas del Aquidabán, donde le alcanza el propio general Correa da Cámara, quien le intima rendición; pero el herido le tira un sablazo exclamando con voz eterna que muere por la patria. "Cámara ordenó a un soldado que le quitase la espada, éste le sujetó por el puño y juntos rodaron luchando. López cayó dos veces al agua. Otro soldado se aproximó y, aprovechando un instante en que el Mariscal se desprendía de su contrincante, le disparó un tiro al corazón". Así murió el Mariscal Francisco Solano López.

BIBLIOGRAFÍA

Juan E. O'Leary: Alianza del Paraguay con Corrientes; El mariscal López; Nuestra epopeya.

J. Natalicio González: El mariscal López.

Julio César Chaves: El presidente López; Compendio de historia paraguaya; Cartas y proclamas del mariscal López.

Efraím Cardozo: El Paraguay independiente.

Arturo Bray: Solano López, soldado de la gloria y del infortunio.

Carlos Pereyra: Solano López.

Washbum: La guerra del Paraguay.

Mastermann: Historia de la guerra del Paraguay.

Juan Crisóstomo Centurión: Memorias.

 

 

 

ELISA ALICIA LYNCH

 

            Apasionados antagonismos y hondos resentimientos de una época trágica de la historia paraguaya han recargado con tintas sombrías los perfiles de esta mujer, de fuerte personalidad que ligó su destino al del Mariscal Francisco Solano López. Pero la biografía objetiva debe reconocer que la intolerancia, el sectarismo, la calumnia, la injuria se cebaron en ella como chacales implacables, aún sin esperar que llegara su hora de adversidad.

            Elisa Alicia Lynch había nacido el año 1835 en Cork, población de Irlanda sobre el río Lee. Provenía de una acomodada familia burguesa de marinos y magistrados. Al morir su padre, se trasladó a Londres y luego a París, donde residía una hermana casada con un músico distinguido. En Francia la conoció Carlos Xavier de Quatrefages, médico militar francés, y se casó con ella cuando la linda irlandesa contaba apenas quince años. El matrimonio marchó luego a Argelia, pues Quatrefages tenía un destino en el ejército colonial. Pero a los tres años de casada, Elisa Alicia Lynch se separó del marido, a quien no amaba, y se trasladó a vivir a París, con su hermana y su cuñado. Allí trabó relación, en 1853, con el joven brigadier Francisco Solano López, que por entonces realizaba en Europa una gira oficial, enviado por su padre el presidente don Carlos.

            Esta relación significó para ella el único amor de su vida, y cuando López regresó a su patria, no tuvo reparo en abandonar la cómoda existencia europea para seguir al hombre que amaba, a un mundo desconocido. Esa mujer no era la frívola coqueta de vida disipada que han pintado algunos enemigos. A pesar de la situación irregular en que la colocaba su separación matrimonial, era una dama de refinada cultura, ubicada en un medio social elevado, en un país que entonces era el más civilizado del orbe.

            Su llegada a la Asunción no fue un éxito, precisamente. López la instaló en casa separada, dándole como ama de llaves a Isidoro Díaz, hermana de José Eduvigis Díaz, que después se cubrirá de gloria en Curupayty, y esa muchacha paraguaya se convirtió en su amiga fiel y abnegada hasta los tristes días postreros. Su amante la mimaba y regalaba rodeándola de lujos inusitados para la sencilla población asuncena, satisfaciendo sus menores caprichos; pero sólo la visitaba discretamente, porque el celoso respeto a la autoridad paterna imponía forzosas restricciones a su amor. La irlandesa debía vivir en soledad, aislada en el medio hostil que la rodeaba por doquier. Era natural que esa sociedad pacata, religiosa, apegada a las rígidas costumbres españolas, repudiara a "la intrusa", gravemente escandalizada ante su sola presencia en la ciudad. Muchas familias linajudas demostraban ostensiblemente su hostilidad y, en ese clima inamistoso, se denotaban particularmente por su saña madame Chatelet, esposa del cónsul de Francia, y doña Pura, consorte de Ildefonso Bermejo, maestro español contratado, que no era precisamente una mujer de vida honesta. No es extraño, pues, que Bermejo nos dejara más tarde un cruel retrato de la Lynch en el sucio panfleto que escribió sobre el Paraguay, como gratitud al país que le daba el pan y la salsa.

            La muerte del presidente Carlos Antonio López, ocurrida el 10 de setiembre de 1862, puso alivio en la triste condición social de la extranjera. Un mes después, su amante era ya el todopoderoso jefe de la nación paraguaya. Elisa Lynch, aunque siempre resistida por el patriciado asunceno, tuvo entonces muchos amigos y aduladores. Recibía en su casa, daba fiestas al margen del protocolo oficial. La historia ha recogido la crónica de un fastuoso baile de disfraces organizado por la irlandesa, el 7 de noviembre de 1863, en los salones del Club Nacional.

            La ciudad de sencilla vida provinciana comenzaba a experimentar el influjo poderoso de su cultura y refinamiento. Ese mismo año vinieron contratadas de París las señoritas Luisa Balet y Dorotea Dupart para dirigir una escuela superior femenina. Decluny abría su academia de francés y música, Bignon inauguraba el primer consultorio dental de Asunción. De París se importaban muebles, ropas, libros y revistas.

            En su vida de hogar era Elisa Lynch una dama correcta y una madre ejemplar. Además de su hijo mayor Francisco, habían nacido aquí Corina, niña que murió muy pequeña; Enrique, venido al mundo en 1859; Federico Morgan Lloyd, en 1860, y Carlos

Honorio, en 1861. Más tarde debían seguirlos Leopoldo, de precaria salud, que murió apenas llegado a Londres, y tres criaturas perdidas durante los cruentos años de la guerra. Además de los propios hijos, Elisa Lynch crió y educó a los tres hijos que Juanita Pesoa dio al Mariscal en Pilar, y a Rosita Carreras, de otra madre. En otro aspecto, como buena irlandesa, se mostraba interesada y previsora. La dispendiosa generosidad de López le permitía acumular crecida fortuna personal. Pero, por atavismo de raza, la Lynch entendía que no existe mejor colocación de caudales que en la propiedad de la tierra, y ese criterio burló sus previsiones. Adquirió mucha en el Paraguay, pagándola a vil precio. López le donó, además, tres mil leguas de tierras fiscales. Pero toda esa riqueza se perdió más tarde para ella, confiscada por el Estado. Apenas pudo salvar algunas importantes sumas en oro, entregadas al general Mac Mahon, representante de los Estados Unidos; pues también perdió en Inglaterra la reclamación judicial contra el médico inglés Steward, a quien sostenía haber entregado en custodia, en el Paraguay, más de doscientas mil libras esterlinas.

            Cuando estalló la guerra se puso de manifiesto la abnegación y fidelidad de Elisa Lynch. Siguió al lado del Mariscal. Vivió la dura vida de los campamentos, hizo todo el calvario de la Residenta -el heroico éxodo de la retirada- y, en Cerro Corá, al mismo tiempo que mataban a Francisco Solano López, vio morir de un sablazo a su hijo Panchito, de catorce años, que promovido coronel desde los once, seguía a su padre como edecán.

            Después de la muerte del Mariscal, Elisa Lynch y los suyos fueron trasladados por el vencedor a Concepción y allí embarcados en el Princesa, barco brasileño que los transportó a la Asunción. Guardaba detención a su bordo cuando su equipaje fue escrupulosamente revisado por oficiales brasileños, acusada por las nuevas autoridades paraguayas de haberse incautado de los restos del tesoro nacional y de joyas de damas asuncenas entregadas como contribución de guerra. A fines de mayo de 1870, la Lynch con sus hijos embarcaba en el Jaurú, camino del destierro. Pocos días más tarde regresaba en el City of Limeric.

            En el año 1875 regresó a la Asunción con su hijo Enrique, autorizada por el presidente Gill, para reivindicar sus bienes muebles confiscados; pero fue reembarcada de vuelta al día siguiente de su llegada, ante la hostilidad de la opinión pública.

            Falleció en París, el 25 de julio de 1886 y yace sepultada en el cementerio de Pére Lachaise. Cualquiera sea el juicio que merezca su vida, hay que reconocer que ningún documento serio prueba que su influencia política -muy escasa por cierto- ocasionara daños premeditados para nadie. Sus pocas intervenciones conocidas fueron siempre benéficas.

BIBLIOGRAFÍA

Ildefonso Bermejo: Episodios de la vida privada, política y social del Paraguay.

Juan E, O'Leary: Ildefonso Bermejo, falsario, impostor y plagiario; El mariscal Francisco Solano López.

Mac Mahon: Memorias.

Jorge F. Mastermann: Siete años de aventura en el Paraguay.

Charles Washburn: Historia de la guerra del Paraguay.

María Concepción Leyes de Chaves: Madame Lynch.

Henri Pitaud: Madame Lynch,

Arturo Bray: Hombres y épocas del Paraguay.

William E. Barrett: Una amazona.

 

 

PANCHA GARMENDIA

 

            Una arraigada leyenda, más bella que su historia, vela como antifaz de raso pudoroso el rostro verdadero de esta figura de tragedia. Pero la referencia biográfica objetiva se ve forzada a develarlo. Pancha Garmendia era una joven asuncena de peregrina hermosura, huérfana desde temprana edad. Su madre paraguaya se llamaba doña Dolores Duarte de Garmendia, y su padre, el acaudalado comerciante vizcaíno de Asunción, don Juan Francisco Garmendia, fue arruinado y fusilado por el dictador Francia. El presbítero Fidel Maíz le calculaba trece o catorce años de edad cuando la conoció en 1842. La niña vivía entonces en una casa al lado de la suya, recogida y criada por la familia de José de Barrios, español, casado con la dama paraguaya doña Manuela Bedoya.

            El joven Francisco Solano López, coronel de Guardias Nacionales en el año 1844, la requirió de amores visitándola muy a menudo. Parece que la niña recatada al par que hermosa, resistió victoriosamente los ataques del galán. La opinión pública antilopizta ha pretendido ver en aquel frustrado amorío la razón de un odio sostenido, por parte del pretendiente despechado, que debió desembocar en el fusilamiento de la víctima inocente, como injusta represalia, tras el apresamiento del hermano Juan Francisco Garmandia Duarte.

            Analizando serena y fríamente el incidente, es muy difícil creer que el fracaso de una aventura amorosa de la juventud haya llevado a López a esa estéril crueldad contra una doncella desamparada y posiblemente olvidada ya en medio de otras preocupaciones tan graves y trascendentales como el destino de la patria. Además, no es presumible que en la vida sentimental del Mariscal, colmada por un firme amor compartido, ardieran rescoldos de odio por un antiguo fuego de pasión que -si fue tal- debió apagarse mucho tiempo antes.

            Y si es poco probable la existencia de tan hondo resentimiento en el pretendiente de otrora, hay que desechar, por otra parte, la celosa o rencorosa intervención de la Lynch como causa de esa suerte trágica. La historia no ha probado un solo caso de crueldad premeditada en la abnegada compañera de López y sus pocas intervenciones conocidas en política fueron siempre benéficas. No; Elisa Lynch no podía abrigar celos ni rencores de esa sombra estremecida por el infortunio.

            Los hechos escuetos señalan que Pancha Garmendia -que había permanecido soltera todos esos años- se vio acusada de conspiración, con causa o sin ella, en las postrimerías de la guerra. Tras sufrir cruentas privaciones con otros muchos complicados en un lugar llamado Espadín, situado en las alturas de San Isidro de Curuguaty, a poca distancia de Ypejhú, fue llevada a Itanará. Allí se hallaba acampado el ejército nacional, un poco más arriba de Villa Ygatimí.

            El padre Maíz, testigo presencial, relata su llegada: "Venía a pie, en un cuadro de soldados armados, tapada con un pedazo de bayeta rosada; descalza, con un ligero y gastado vestido que apenas bastaba a cubrir el cuerpo visiblemente extenuado, marchita del todo; pero, mismo así, con sus perfiles de peregrina y encantadora hermosura. Dio la coincidencia de encontrarse López fuera de la casa que habitaba y sobre el camino que tenía la Pancha, para allí afrontarse con ella. Otra coincidencia también la de hallarme yo en ese momento con López, para haber presenciado aquel encuentro de tan profundas impresiones para mí..., pero que al parecer, en nada conmovió ni inmutó a aquel hombre frío, de carácter tan adusto, marmolizado estoicamente. La Pancha no pudo ocultar la sorpresa que le causó la presencia de improviso de López, pues se detuvo, casi retrocediendo, al verlo... López avanza un poco hacia la estática Pancha, le tiende la mano y, con muestras de afabilidad, la invita a pasar a la habitación de su casa. Yo me retiré a mi rancho, pero después que vi también a la Lynch salir a recibir a la Pancha con muestras igualmente de alegría. La obsequió con una cena y pocos momentos después la Pancha fue de allí conducida a la mayoría del Cuartel General, en calidad de prisionera incomunicada... Pocos días después, marchó de allí el ejército a un lugar llamado Arroyo Guazú y de aquí a otro denominado Zanja Jhú. Sabedor de que en Arroyo Guazú habían sido ejecutados varios presos, pregunté al coronel Centurión, que corría con ellos por la Pancha, creyendo que fuese traída a Zanja Jhú; pero cuál fue mi sorpresa cuando me dijo que ella también había sido muerta a lanza...". La ejecución se consumó, en efecto, el 11 de diciembre de 1869, en Arroyo Guazú. El coronel Barrios, a cuyo cargo corrió, da de ella una crónica escalofriante. Y sobre el recuerdo de la trágica heroína sigue flotando la leyenda.

BIBLIOGRAFÍA

J. P. Canet: Pancha Garmendia.

Juan Crisóstomo Centurión: Memorias.

Héctor F. Varela: Elisa Lynch.

Fidel Maíz: Carta del 7 de setiembre de 1907 al profesor Marcelino Pérez Martínez.

 

 

FRANCISCO WISNER DE MORGENSTERN

 

            "El estudio de la geografía en el Paraguay -dice Guillermo Tell Bertoni- marca tres períodos de intenso progreso separados por largos intervalos de inactividad. En la época precursora, el gran geógrafo Félix de Azara, con otros integrantes de las comisiones de límites con las colonias portuguesas, como Francisco de Aguirre, Diego de Alvear y Andrés de Oyarvide, recogieron y dieron a publicidad un tesoro de informaciones geográficas. En la segunda época de transformación, Alfredo Du Graty, en su obra La Republique du Paraguay, publicada en Bruselas el año 1862, consigna numerosas informaciones de carácter geográfico y un interesante mapa. Pero la más valiosa contribución al conocimiento de la geografía nacional es la de Wisner de Morgenstern, cuyo Mapa del Paraguay -editado en Viena el año 1873- constituía hasta hace muy poco tiempo la base científica de toda la cartografía paraguaya".

            El coronel de ingenieros húngaro Francisco Wisner de Morgenstern vino a la América meridional una vez retirado del servicio activo en su patria y se incorporó al ejército del general Paz en la provincia de Corrientes. Cuando dicho jefe abandonó el mando del ejército aliado, en abril de 1846, y se refugió en territorio paraguayo, Wisner con otros jefes lo siguieron a este país. El gobierno de don Carlos Antonio López contrató sus servicios nombrándolo comandante en jefe de la escuadra nacional; y desde entonces, tuvo importante y diversa actuación técnica durante el gobierno de don Carlos y fue ingeniero jefe del ejército paraguayo en la guerra contra la Triple Alianza. Wisner aconsejó a don Carlos la audaz ocupación militar de las Misiones del sur y la promoción de un levantamiento en la provincia de Corrientes. A su mando estuvo la división paraguaya que marchó a Hormiguero, en la frontera del río Uruguay. Cayó luego en desgracia con el joven brigadier Francisco Solano López y, tras corta prisión, fue confinado a los yerbales del Paraná durante algunos años; pero, llamado nuevamente por don Carlos, se le encomendó la fortificación del fuerte de Olimpo. En 1859, acompañó a Francisco Solano López en su viaje al Plata para la mediación entre Buenos Aires y la Confederación. Trabajó activamente en la construcción del ferrocarril, inaugurado en 1861; dirigió las fortificaciones de Humaitá y trazó los planos para la iglesia de San Carlos Borromeo, allí erigida en homenaje al presidente López.

            Desatada la guerra de la Triple Alianza, Wisner de Morgenstern fue incorporado al Cuartel General para prestar servicios como ingeniero jefe del ejército, hasta caer prisionero en la acción de Lomas Valentinas. A su genio militar se deben las obras de defensa más importantes, tales como la de Curupayty.

            Ligado al Paraguay por un cuarto de siglo de vida y por haber formado familia paraguaya, el militar húngaro regresó nuevamente a la Asunción cuando fue liberado y, en 1871, presentaba un informe sobre la riqueza pública de su patria de adopción recomendado cierto plan de explotación forestal y yerbatera. Por esa misma época se publicaban en Buenos Aires trabajos suyos sobre historia y geografía.

            Pero su obra más divulgada, sobre la Independencia y la vida y gobierno del doctor Francia, escrita a pedido del Mariscal el año 1864, no pudo ser publicada oportunamente por el estallido de la guerra. Recogidos sus originales por el señor don Juan Boglich, éste los editó por primera vez en Concordia -Entre Ríos-, el año 1923.

            El coronel Wisner ejerció, durante sus últimos años de vida, el cargo de director de Ferrocarriles Nacionales, en Asunción. No se conocen datos sobre la fecha exacta de su muerte.

BIBLIOGRAFÍA

Julio César Chaves: Prólogo a El Dictador del Paraguay J. G. de Francia, por Wisner.

Guillermo Tell Bertoni: Archivo inédito.

Arsenio López Decoud: La guerra de la Triple Alianza (Álbum Gráfico de 1911).

 

 

FACUNDO INSFRÁN

 

            Cuando se recuerda la personalidad del doctor don Facundo Insfrán se habla de su actuación pública, sin destacar suficientemente que fue el médico más ilustre de su época. Había nacido el año 1862 en el pueblo de Ybycuí, en el seno de una familia de añeja tradición patricia.

            Después de realizar sus primeros estudios en la Asunción, Facundo Insfrán marchó a Buenos Aires y en la Universidad de aquella ciudad siguió la carrera de Medicina, que coronó el año 1889. Vuelto al Paraguay, se entregó al ejercicio de su profesión como a un verdadero apostolado. Desgraciadamente para la ciencia y el bien de sus conciudadanos, era constantemente reclamado por la función pública; pero ni los afanes políticos lograron sustraerle completamente de la Medicina.

            En la vida política le tocó desempeñar bancas en el Parlamento, las carteras de Justicia e Instrucción Pública, del Interior y de Relaciones Exteriores. Durante el gobierno del ilustre presidente Juan Bautista Eguzquiza, Insfrán ejerció la vicepresidencia de la nación. Pero su acción más señalada en la administración consistió en haber sido uno de los fundadores de la Facultad de Medicina de Asunción, miembro del primer plantel de profesores y decano de ella.

            Su fin fue trágico. La renuncia exigida por el coronel Juan Antonio Escurra, en clima de subversión, al presidente don Emilio Aceval, era considerada por el Parlamento, la tarde del 9 de enero de 1901. "Los bandos colorados en pugna -relata Carlos R. Centurión- constituían retenes de pasión. Un incidente baladí fue la chispa. Ofendido por las palabras del senador Federico Bogarín, Eduardo Fleitas, pistola en mano, se dirigió a aquel cruzando el recinto. Vicente Rivarola, muy joven entonces y sobrino del primero, viendo la vida del tío en peligro inminente -pues Fleitas era hombre valiente y decidido-, irrumpió en la sala y haciendo frente a éste le disparó un tiro de revólver. Bastó el estampido para que la gresca se generalizara tumultuosamente. Representantes y público se trabaron en lucha. Oído el tumulto por Manuel Gorostiaga, que se hallaba frente al cercano Cuartel de Artillería, donde se exhibían algunos cañones, mandó preparar una pieza y ordenó que se hiciera fuego sobre el Cabildo... Esta ocurrencia evitó una desgracia mayor. No obstante, entre los estropicios y muebles deshechos, se sacaron algunos heridos y el cadáver del senador Facundo D. Insfrán. La muerte de este preclaro ciudadano causó hondo pesar".

BIBLIOGRAFÍA

Gómez Freire Esteves: Historia contemporánea del Paraguay.

Carlos R Centurión: Historia de las letras paraguayas.

 

 

RAFAEL BARRETT

 

            "Era ciertamente un pensador -lo definió Domínguez-, un hijo de la luz. El geómetra estaba enterado de la literatura francesa contemporánea. Con reminiscencia de Maeterlink, siguiendo a Paul Adam en alguna de sus tesis y en la marcha precipitada del pensamiento, dio en el Paraguay y en Montevideo expresión a las inquietudes del alma moderna... A tenor de cada impresión, marejadas de ideas brotaban de él. Las meditaba, las apretaba en breve espacio e iba destilando la sustancia luminosa, poco a poco, intrépidamente, con dicción victoriosa".

            El ensayista, consumido tempranamente en su propio fuego, era de origen catalán. Ramiro de Maeztu refiere que apareció Barrett en Madrid el año inicial del siglo, haciendo vida rumbosa de señorito rico con algún dinero heredado que le duró muy poco. "Un poquito más ancho de pecho y habría podido servir de modelo para el Apolo del romanticismo". Con la pobreza que sucedió al fugaz período de esplendor vino también la esquivez del alto mundo social madrileño que le acogiera próspero. La amargura de ese agravio y ciertos rumores de escándalo con que se vio afrentado, forjaron en el joven un hondo resentimiento que le hizo emigrar a América y debía influir poderosamente en el anarquismo de su ideología.

            Rafael Barrett llegó a Buenos Aires en el año 1903 y comenzó a colaborar en El Diario Español. Sus breves comentarios, aparecidos semanalmente bajo el acápite de Moralidades actuales, revelaron de inmediato al gran escritor. Nervioso, impulsivo, violento, no tardó en reñir con su director por la acritud nihilista de sus crónicas y se trasladó al Paraguay, en 1904, a auscultar la herida reciente de la guerra civil. En aquel clima agitado, de política incierta, el brillante talento del ensayista halló ancho cauce para la expresión revolucionaria de su amargo descreimiento. En Los Sucesos y La Tarde aparecieron sus primeros artículos, que ya definían el glosador incisivo, agilísimo. Vivía como podía, con los cincuenta pesos cobrados por artículo y ayudado por algún modesto cargo en el Departamento de Ingenieros, primero, y luego en la empresa del ferrocarril.

            Herido ya por el mal que debía consumirlo, construyó un hogar paraguayo casándose con doña Francisca López Maíz, en 1906. Pero pronto tuvo que abandonar los cargos que aliviaban su pobreza buscando aire puro para sus pulmones enfermos. Vivió en San Bernardino, en Areguá, y desde allí seguía escribiendo para los periódicos de Asunción y de Montevideo. Así fueron brotando esos chispazos de luz dura, reunidos más tarde en El terror argentino, El dolor paraguayo, Lo que son los yerbales, Mirando vivir. Desde España le escribían Valle-Inclán y Blasco Ibáñez; desde Montevideo lo alentaban las voces augustas de José Enrique Rodó y Carlos Vaz Ferreira. En 1908, el izquierdismo de Barrett, su anarquismo, se agudiza. "Es el año en que él comienza a bajar las gradas que conducen al fondo social, junto a la casa entenebrecida. Participa en mítines; dice su palabra encendida. Se da a los desheredados en cuerpo, ya que en alma se les había dado siempre. Sobre La Tierra, La huelga y El problema sexual dice sus primeras conferencias a los obreros nativos". Con Bertotto como administrador, funda la revista Germinal, de vida efímera; luego El Nacional. Durante la revolución de 1908, Rafael Barrett desafía a las balas recorriendo las calles de Asunción en un carrito para recoger heridos. Desafía también con sus artículos la ira del coronel Jara, entronizado en el poder.

            En 1910, anuncia su retorno a Europa. Es ya un espectro señalado por la muerte. En setiembre de ese año parte solo, para morir, dejando en Asunción a sus dos seres queridos: la esposa y el hijo. Con el tenue soplo de vida que aún le resta, sigue escribiendo. Hasta que, el 17 de diciembre de 1910, le alcanza la muerte en una villa gascona, cerca de su tierra natal. Pocos días después, el Diario de Asunción publicaba, ya póstumo, su último ensayo sobre "la muerte de Tolstoi".

BIBLIOGRAFÍA

Manuel Domínguez: Estudios históricos y literarios.

José Enrique Rodó, Carlos Vaz Ferreira, Ramiro de Maetzu, J.C. O.:

Noticias y juicios (en la edición de Americalee, de sus Obras Completas).

 

 

 

IGNACIO A. PANE

 

            Por su dinamismo intelectual y su excesiva dedicación al trabajo, que agotaron rápidamente su vida, lo han comparado a una bujía que ardiera por ambos extremos. "De la cátedra de la Escuela Normal -refiere Benítez- iba presuroso a la del Colegio Nacional y, por la tarde, a la Universidad. Entre tanto había escrito un artículo para el diario Patria y luego concurriría a discutir en las sesiones de la Cámara de Diputados. Ese esfuerzo cortó su existencia cuando comenzaba la granazón... Fue proteiforme e incansable, hasta caer agotado a los treinta y siete años, después de ilustrar con su palabra la cátedra, la prensa, la magistratura, el Parlamento y la tribuna popular".

            Nacido en Asunción, el año 1883, perteneció a la generación que se dio en llamar del Instituto. Su avidez de ilustración lo convirtió tempranamente en un erudito. Apasionado por la Sociología, dictó cátedra de esta disciplina y enseñó también Filosofía y Preceptiva literaria. Era maestro de doctrina, de convicciones y de alto valor cívico. Su exaltado nacionalismo lo convirtió en uno de los tres paladines de la campaña reivindicatoria del mariscal López. Desde muy joven militó en las filas del Partido Nacional Republicano y, durante su representación en el Parlamento, esa agrupación política tuvo en él su más brillante tribuno, temible en la polémica.

            En el campo de la Sociología, Ignacio A. Pane fue un expositor analítico, de marcado eclecticismo que no se proyectaba, por cierto, en sus convicciones históricas ni en sus creencias religiosas. Porque el doctor Pane era nacionalista, conservador y católico.

            Como periodista, colaboraba regularmente en La Semana, La Democracia y La Patria, dirigido éste último órgano por Enrique Solano López. Muchas de sus colaboraciones iban firmadas con el seudónimo de Matías Centella.

            Ignacio A. Pane falleció en Asunción el año 1920. Además de su primera producción poética, ha dejado trabajos de significación tales como Lecciones de literatura preceptiva, Sociología, El indio guaraní, La familia paraguaya, El método y la ciencia social, Conceptos de Filosofa, Geografía Social.

BIBLIOGRAFÍA

Justo Pastor Benítez: Páginas libres; El solar guaraní.

Carlos R. Centurión: Historia de las letras paraguayas.

Sinforiano Buzó Gómez: Índice de la poesía paraguaya.

 

 

 

SILVIO PETTIROSSI

 

"Voló como no vuelan ni las águilas", le cantó la oda heroica de Fariña Núñez. Con el fuego de Prometeo desafío a los dioses del peligro y los dioses del peligro devoraron al magnífico campeón del espacio cuando contaba apenas veintiocho años.

Con el brasileño Santos Dumont, el peruano Geo Chaves y el argentino Jorge Newbery, Silvio Pettirossi forma el cuarteto de los precursores de la aviación en Sudamérica. Pero el piloto paraguayo alcanzó alta cima inigualada por sus gloriosos compañeros porque fue, en sus días, el mejor aviador del mundo. Quizás hasta hoy mismo, con el enorme adelanto alcanzado en la técnica del vuelo, sean muy pocos los hombres que puedan paragonársele en el peligroso arte de la acrobacia aérea.

Había nacido en la Asunción, el 15 de junio de 1887, en el seno de una honorable familia burguesa. Su padre, don Antimo Pettirossi, era un italiano que hizo fortuna como constructor; su madre doña Rufina Pereira Roldán, era de vieja cepa paraguaya. El muchacho demostró desde muy joven su genio inquieto, su osadía, su amor al peligro. Por puro espíritu de aventura, en 1904, se alistó casi chiquillo -diecisiete años- en las fuerzas revolucionarias del coronel Albino Jara y ganó en las acciones de aquella guerra civil su estrella de alférez. Rodó luego algún tiempo por Buenos Aires y allí trabó amistad con el célebre aviador argentino Jorge Newbery, quien prendió en su alma ávida de emociones la fiebre del vuelo, riesgo peligroso entonces porque la aviación estaba en pañales y distaba mucho del relativo margen de seguridad que ofrecen las máquinas modernas.

Silvio Pettirossi regresó a la Asunción y logró que el general Patricio Escobar, a cuyo lado actuara en la revolución de 1904, lo alentara en su incontenible vocación alcanzando para el muchacho una beca oficial que le permitiría estudiar en Francia. Pero surgieron inconvenientes para el ingreso del becado paraguayo en una academia militar técnica. Francia no contaba aún con escuelas castrenses de vuelo y sus propios aviadores militares estudiaban en academias particulares. La representación consular paraguaya en Francia, a cargo del señor Sauze, logró entonces que el joven aspirante ingresara en la escuela de vuelos de la fábrica Duperdussin, de Reims. El 17 de febrero de 1913, Pettirossi obtenía allí su brevet de piloto civil, otorgado por el Aero Club de Francia. Sólo a los oficiales franceses el Estado Mayor les expedía luego el título de aviadores militares.

Desde el instante mismo en que el piloto paraguayo realizó su primer vuelo solo, dejó a la gente estupefacta con sus escalofriantes acrobacias. Pocos días después, solicitaba que los organismos técnicos de aquel país homologaran su intento de batir el récord mundial de looping, ostentado entonces por el as francés Pégaud con catorce loopings consecutivos. Pettirossi lo batió con treinta y siete. Los meses que siguieron a su triunfo fueron un constante desafío a la muerte, violando las leyes conocidas de la gravedad y la estabilidad en el espacio. El aviador paraguayo, con su flamante Duperdussin, especialmente construido bajo su vigilante supervisión, escandalizaba los cielos franceses con sus vuelos invertidos y sus piruetas espectaculares.

Ya aureolado por la fama, Silvio Pettirossi regresó a Sudamérica en 1914. Sus demostraciones de magnífica acrobacia asombraron a Buenos Aires, Montevideo y Santiago de Chile. En la capital uruguaya el ídolo de multitudes contrajo matrimonio con una hermosa dama criolla llamada Sara Usher Conde. En noviembre de ese mismo año, Asunción aclamaba a su hijo ilustre y un delirio de entusiasmo colectivo premiaba sus demostraciones de acrobacia realizadas, primero, en los bajos del Cabildo y luego cerca de las instalaciones del Telefunken de Correos y Telégrafos, en Puerto Sajonia.

            El gobierno de don Eduardo Schaerer ascendió al famoso aviador a teniente primero y le encomendó la compra en Estados Unidos de dos aparatos con los cuales debía organizar en nuestro país la futura Escuela de Aviación. En cumplimiento de ese cometido se encontraba Silvio Pettirossi en San Francisco de California cuando esta ciudad realizó la Exposición Mundial de 1915. Entre los números sensacionales de aquellos festejos, figuraba el Concurso Internacional de Aviación. Pettirossi decidió participar en la prueba con la pesada máquina adquirida para su gobierno. Confundido entre las grandes celebridades mundiales de la incipiente aviación de aquella época, Pettirossi advirtió que el pabellón de su patria no ondeaba entre las banderas de los países participantes del concurso, que tremolaban alrededor de la pista. Cuando le tocaba el turno de su exhibición, lanzó una bandera paraguaya al remontar el vuelo. Pocos instantes después, al terminar las pruebas, ese pabellón era izado al tope del mástil que proclamaba al vencedor, ante la estupefacción pasmada de la muchedumbre.

Luego de su resonante triunfo mundial, Silvio Pettirossi fue invitado por el Brasil para realizar otra exhibición y el gobierno brasileño le ofreció un ventajoso contrato por cinco años; honor que debió declinar el oficial que se aprestaba a organizar la Escuela de Aviación Militar en el Paraguay. Se encontraba en Buenos Aires cuando decidió cambiar las alas de su viejo Duperdussin, desgastadas por el tremendo esfuerzo a que eran constantemente sometidas. Su fiel mecánico francés, que siempre lo acompañaba desde los días iníciales, dirigió los trabajos. El 17 de octubre de 1915, una hermosa mañana porteña, Pettirossi realizaba en el aeródromo en La Plata, con su máquina recientemente reacondicionada, un vuelo de "inauguración", cuando los escasos espectadores lo vieron precipitarse a tierra, como pájaro abatido por la muerte.

La comisión técnica nombrada por el gobierno argentino para investigar las causas del accidente estableció que era debido a fallas por "la mala calidad de los cables empleados para tensores", asegurando, además, que éstos "eran los mismos que el Duperdussin había traído de fábrica". La Nación de Buenos Aires, lamentando el siniestro que conmovió al alma argentina, decía el día siguiente: "Silvio Pettirossi caído ayer en Punta Lara, era uno de nuestros más prestigiosos aviadores. Y decimos nuestro deliberadamente porque el piloto paraguayo fue para la aviación argentina uno de los más entusiastas propagandistas, propulsor con el ejemplo, mezcla de audacia y de pericia, que forjaba la legión de pilotos con la natural emulación que surgía de sus proezas. Aviador de la eterna sonrisa, de los gestos amplísimos y nerviosos como la acrobacia de su aparato que manejaba con experiencia y rara intuición; de fantasía creadora, cuya ideación encontraba en el brazo robusto y decidido el ejecutor inmediato; el aviador popular por su valor, por su audacia y desprecio del peligro, tan abierto en sus gestos como en sus sentimientos".

Sus restos mortales fueron acompañados por el duelo oficial y crecida muchedumbre hasta la dársena sur, donde el Guaraní los esperaba para entregarlos, en Asunción, al acongojado pueblo paraguayo.

BIBLIOGRAFÍA

Leandro Aponte: Silvio Pettirossi.

Eloy Fariña Núñez: Oda heroica a Silvio Pettirossi.

Silvio Pettirossi: El looping the loop es secundario. La Nación de Buenos Aires, 18 de octubre de 1915.

 

 

FRANCISCO BRIZUELA

 

            Probo, austero y valiente, era un soldado chapado a la antigua que se jugaba la vida y la suerte por cada convicción, como un mosquetero romántico. Jamás dudó en abrazar una causa y jamás la abrazó sino por íntimo convencimiento. Hijo de don Ramón Brizuela y de doña Cristina Báez, había nacido en el pueblo de Carapeguá el 17 de febrero de 1879.

            Fue dado de alta en el ejército nacional el 5 de enero de 1905, como teniente segundo en comisión, y destinado a prestar servicio en la Infantería. Por decreto del 20 de abril de 1906, se le nombró cadete del segundo curso de la primitiva Escuela Militar para que completara su formación académica. Tres veces fue separado de la carrera por causas políticas; pero siempre volvía a la actividad castrense por irrenunciable vocación. Por los conocidos sucesos del año 1911, se le dio de baja el primero de abril de ese año, sin proceso alguno, siendo ya capitán. Un año más tarde era reincorporado a las filas con goce de sus derechos militares durante el tiempo que estuvo fuera de servicio. Desde junio de 1918 a setiembre de 1919, el mayor Brizuela ejerció con energía, eficiencia y entera corrección las funciones de jefe de Policía de la capital. Cuatro años después -el 5 de febrero de 1923- era nuevamente separado del ejército.

            En la primera movilización general del año 1923 y en la movilización de 1932 fue de los primeros jefes en retiro que se presentaron a reclamar un puesto de combate. A pesar de su edad, tuvo en la guerra del Chaco una actuación magnífica comenzando por desempeñarse en el comando de la IV División de Infantería para terminar la campaña como comandante del III Cuerpo de Ejército, con el grado de coronel. Fue citado en la Orden del día "por la decidida y enérgica conducción de su destacamento, formado por los Regimientos 7 de Infantería y 3 de Caballería, comisionado a Nanawa en enero de 1933, donde pudo intervenir oportunamente contra la primera gran ofensiva enemiga en dicho sector, evitando la caída de nuestras posiciones y el aniquilamiento de V División". Fue honrado también con la condecoración al valor militar Cruz del Chaco.

            El coronel Francisco Brizuela participó en la revolución de 1947. Con un grupo de dirigentes revolucionarios se aprestaba a levantar vuelo desde Montevideo en un hidroavión contratado para transportarlos al lago Ypacaraí, cuando falleció trágicamente la noche del 14 de agosto de ese año. La máquina sobrecargada por el peso de cajones de municiones, volvió a precipitarse al agua al levantar vuelo. Sobrevivientes de aquel accidente relatan que el coronel Brizuela cedió su turno de salida a otro compañero más joven, que puso así salvarse. Gesto digno de la postura de su vida.

            Francisco Brizuela estaba casado con doña Sofía Rolón y dejó descendencia.

BIBLIOGRAFÍA

Estado Mayor General del Ejército: Legajo personal del coronel Francisco Brizuela.

Información personal.

 

 

 

JULIO CORREA

 

            Julio Correa nació en Asunción el año 1890. Huérfano a muy temprana edad y perdida la fortuna familiar, otrora bastante crecida, debió abandonar sus estudios para ganarse la vida. Mientras ejercía un modesto cargo en la Municipalidad, llenaba el dorso de boletas de multa y papeletas municipales con versos sencillos y espontáneos, inspirados por la musa popular; versos que, por timidez y modestia, nunca se atrevía a publicar. Hasta que, obligado por los amigos, comenzó a colaborar en periódicos locales adquiriendo pronta popularidad con sus poesías, sus cuentos de hondo sentimiento humano y sus célebres Dialoguitos callejeros.

            Correa fue, al igual que Ortiz Guerrero, el poeta mejor consustanciado con el pueblo y el escritor más popular. Pero no ha sido la poesía lo que le brindó fama y nombradía sino su posterior condición de autor y actor teatral. En tal sentido, Correa debe ser considerado con justicia el iniciador del teatro vernáculo paraguayo.

            Estrenó su primera obra, Sandia Ybygüy (alusión al emboscado durante la guerra con Bolivia), el 5 de enero de 1933, en el Teatro Nacional -hoy Municipal- con una compañía de aficionados extraída de la auténtica entraña del pueblo y en la cual el autor y su esposa Georgina representaban los roles protagónicos. El éxito fue resonante. Pronto siguieron a esta comedia, en rápida sucesión, Guerra-ayá, Terejhó yey frentepe, Peicha guarante, Ñande mbaerá y, Pleito Tiré, Ycuajhúgui reí, Po á nda yocoi, yby yara, Caraí Ulogio, Honorio causa, La culpa del bueno (en español) y Karú poká.

            "Cuando Correa y su gente trabaja -opinó de su teatro Hérib Campos Cervera-, se nota que el contacto emocional es permanente, que hay una comunicación viviente -tal como quería Tolstoi que fuera todo arte humanamente social- entre el público que mira y oye y los actores que trabajan. Por momentos, la multitud ruge, apoya o desaprueba, en voz alta, lo que se dice en la escena... A medida que el drama desarrolla su acción, va desapareciendo todo ese límite convencional que separa al espectador del espectáculo...".

            Sus últimas comedias fueron Caraí Ulogio, representada en 1944, y Honorio causa, el año siguiente. Julio Correa falleció en Luque el 14 de julio de 1953, dejando una obra póstuma, Sombrero caá. Sus poesías se recopilaron en un libro titulado Cuerpo y alma. Además de sus Dialoguitos callejeros, que aparecían en el semanario Guaraní, escribió también cuentos tan llenos de gracejo como Nicolasita del Espíritu Santo, El hombre que robó una pava, Ruperto, El borracho de la casa, dispersos en distintos periódicos de la época. Alguien dijo en elogio de Correa: "Amó y sirvió a su pueblo. Fue en mayúsculas de bondad y lealtad el amigo y compañero. Poseyó la sabiduría que es la ciencia del corazón asistida por el mágico poder de la intuición. En el crisol de su iluminado talento, vida y obra se fundieron en un gran acto de fe".

BIBLIOGRAFÍA

Viriato Díaz Pérez: La intelectualidad paraguaya (en Historia Universal de la Literatura, por Santiago Prampolini).

Carlos R. Centurión: Historia de las letras paraguayas.

Hérib Campos Cervera: Julio Correa, creador del teatro guaraní.

Sinforiano Buzó Gómez: Índice de la poesía paraguaya.

 

 

 

FÉLIX CABRERA

 

            Ninguna hazaña singular destaca a este soldado íntegro, paradigma de la modestia y del valor disciplinado. En la guerra del Chaco cumplió su deber como tantos otros. Por eso su inclusión en el recuerdo biográfico es homenaje a los caídos en esa guerra, a los héroes que aún viven, a los soldados anónimos que también merecen biografías.

            Hijo de don Antonio Cabrera y de doña Antonina Pros, Félix Cabrera nació en San Pedro del Paraná el año 1889. Ingresó en el ejército nacional como teniente segundo en comisión, el 5 de julio de 1910, y fue destinado a prestar servicio en el arma de Infantería. Por decreto del 27 de marzo de 1912, que declaraba disuelto al ejército que sostenía al gobierno anterior, quedó fuera de sus filas; pero se reincorporó nuevamente dos meses después. Un año más tarde -el 28 de febrero de 1913- era comisionado en misión de estudios a Chile, sirviendo dos años en la milicia chilena.

            A su regreso al país, recibe varios destinos sucesivos con mando de tropa en la IV, I y III Zonas Militares hasta que, en setiembre de 1915, se le concede la baja a su pedido. Pero, al estallar la subversión militar del 27 de mayo de 1932, el teniente primero Félix Cabrera se reincorpora nuevamente a las fuerzas leales al gobierno constituido. El año 1928, siendo mayor, es nombrado comandante de la línea de fortines en el sector central del Chaco, después de haber seguido los cursos de perfeccionamiento militar que más tarde completará con los de la Escuela Superior de Guerra para obtener su brevet de oficial de Estado Mayor.

            Al estallar la guerra del Chaco, Cabrera comienza la campaña como comandante del Regimiento 5 de Infantería "General Díaz". En junio de 1933 gana su ascenso a teniente coronel y seis meses después -el 15 de diciembre- sus presillas de coronel por méritos de guerra. Desempeña entonces el comando de la gloriosa VIII División, al frente de la cual se bate con valor y eficacia tales que le valen su citación en la Orden del Día y la condecoración al valor militar Cruz del Chaco.

            Dos años después de terminada la guerra del Chaco, el coronel Félix Cabrera era nuevamente dado de baja del ejército. Fuera de sus filas le alcanzó la muerte el año 1943. Estaba casado con doña Ana Romero y dejó descendencia.

BIBLIOGRAFÍA

Ángel F. Ríos: La defensa del Chaco.

Carlos J. Fernández: La guerra del Chaco. Estado Mayor General del Ejército: Legajo personal del coronel Félix Cabrera.

 

 

 

 TEODORO ROJAS

 

            Este botánico paraguayo nació en Asunción el 25 de setiembre de 1877 y murió el 3 de setiembre de 1954 en Santísima Trinidad. Su larga vida estuvo dedicada por entero al estudio de la flora paraguaya y de las regiones limítrofes del Brasil y la Argentina.

            Era un autodidacta, sin títulos académicos. Se inició en la disciplina allá por el año 1896, como ayudante del doctor Emilio Hassler, a quien sucedió y superó luego en sus investigaciones científicas. Pasó después a trabajar con el doctor Fiebrieg, y la magnífica obra del Jardín Botánico de Asunción es en gran parte suya.

            Hassler señalaba en 1909, en conferencia pronunciada en la Facultad de Ciencias Médicas de Buenos Aires, refiriéndose a su colaborador: "De 573 especies recolectadas por el señor Rojas, 271 eran nuevas para la región y, de esas, 16 nuevas para la ciencia. El estado actual de nuestros conocimientos sobre la flora del Pilcomayo nos da 701 especies de plantas vasculares. La colección Rojas representa, pues, el 80 por ciento de lo conocido...". Y Bertoni, en autorizado juicio, expresó: "Entre todos los botánicos que estudiaron la flora del Paraguay, el que tiene más práctica para una rápida determinación de todas las plantas y el que está en mejores condiciones de costumbre y ejercicio para reconocer inmediatamente una especie paraguaya y asignarle con prontitud su verdadero nombre científico, así en los campos y selvas, así en el herbario o museo, es, fuera de toda duda -para mí- Teodoro Rojas".

            El modesto científico paraguayo recorrió, prácticamente, todo el país en la comisión de su especialidad. Fue naturalista agregado a la misión Ayala-Krausse, que en 1906 tuvo a su cargo el estudio del río Pilcomayo para fijación de la frontera con la Argentina. Exploró el Chaco hasta el Parapití. En el año 1933, formó parte de la comisión paraguayo-brasilera que estudió la zona del Amambay. Algunos de sus trabajos fueron publicados en los Estados Unidos, en 1945, por la categoría y autoridad de sus conclusiones. Baste señalar que la ayuda agropecuaria norteamericana, materializada en el Paraguay desde 1941 -STICA-, luego de abocarse por años al estudio y experimentación de nuestros pastos para selección de la especie más conveniente, llegó a la conclusión de que el "pasto Rojas" -por cuya siembra bregara por lustros nuestro botánico- constituía la variedad más aconsejable.

            En mérito de su relevante contribución a la ciencia botánica del Paraguay, Teodoro Rojas fue condecorado con la Orden Nacional del Mérito.

BIBLIOGRAFÍA

Benigno Riquelme García: Apuntes inéditos sobre Teodoro Rojas.

Emilio Hassler: El botánico paraguayo Teodoro Rojas.

Guillermo Tell Bertoni: Teodoro Rojas.

 

 

HÉRIB CAMPOS CERVERA

 

            Tenía sangre de intelectuales por las cuatro ascendencias, y la herencia biológica se trasunta en el gran poeta como dolorosa hipersensibilidad, fina percepción estética y vibrante vitalidad expresiva. "Su poesía -dice Walter Wey- diluye extraordinaria fuerza creadora en palabras musicales casi impalpables". La riqueza de ese lenguaje, la magnificencia de sus metáforas y el alcance metafísico de su inspiración imponen límites aristocráticos a su trascendencia popular.

            Había nacido en Asunción, en 1905. Por su padre, periodista del mismo nombre, descendía de una familia de artistas; por su madre, Alicia Díaz Pérez, de intelectuales y escritores. "Heredero de esa sangre rebelde -reflexiona Josefina Plá-, en plena disidencia con todo y con todos, fue un niño de tez aceitunada y ojos azules que desde temprano empezó a volcar en versos angustiados la inconformidad que su padre y su abuelo habían volcado en la prensa diaria". Sus ideales de reivindicación social lo llevaron por dos veces al destierro. Pero su izquierdismo estaba amasado con romanticismo y -como se ha señalado- no era posible que su temperamento de introverso integral pudiera derivar hacia la lucha política.

            Hérib Campos Cervera estudió Ingeniería en Asunción, sin que la frecuentación de las matemáticas lo apartara de la tarea vocacional. Ya graduado, dictó la cátedra de Filosofía en el Colegio Nacional y en la Escuela Normal de Profesores.

            La primera producción del joven poeta, en periódicos estudiantiles y revistas literarias, lo revela como un romántico. Deriva muy luego hacia el modernismo, que se manifiesta tardíamente en el medio nacional, sin etapas intermedias si se exceptúa la acción despejante de Julio Correa.

            Pero Hérib Campos Cervera está llamado a realizar la misión renovadora en la poesía paraguaya. Madurado en el exilio con fecundos contactos culturales y la frecuentación de grupos de vanguardia -en la que destaca su conocimiento personal de García Lorca-, su influencia habrá de proyectarse hondamente sobre la brillante generación actual para evolucionar la poética nacional. A su regreso del destierro, en 1938, formó cenáculos, dio conferencias, orientó vocaciones, desarrollando una poesía solidaria de toda emoción, vital y, paralelamente, otra confesional, imbuida en Rilke, cuya técnica supera la visión estética, va de lo objetivo a lo dialéctico y se identifica en forma agónica con el genio de la tierra. "Antes de Hérib Campos Cervera -señala agudamente Josefina Plá- la poesía paraguaya, con pocas excepciones conocidas, discurre por los cauces de un intimismo retórico de superficialidad declamatoria, de musa erótica o estro descriptivo contenido en los límites del pintoresquismo. La angustia de existir que gravitó sobre la generación de 1923 no alcanzó anteriormente a manifestarse con veracidad sino en versos juveniles de unos pocos, como Heriberto Fernández, que puede ser considerado, en este sentido, un precursor".

            En veinte años de producción, el poeta sólo alcanzó a seleccionar veintiocho poemas para su publicación en Ceniza redimida, libro aparecido en Buenos Aires el año 1950. Su anunciada novela Hombres de la selva nunca vio la luz pública y los originales de Romancero del destierro, segunda colección de poemas de su último exilio, parecen haberse extraviado en Montevideo. Hérib Campos Cervera falleció en Buenos Aires el 28 de agosto de 1953.

BIBLIOGRAFÍA

Sinforiano Buzó Gómez: Índice de la poesía paraguaya.

Walter Wey: Poesía paraguaya, historia de una incógnita.

Josefina Plá: La poesía de Hérib Campos Cervera (Conferencias pronunciadas en el Centro Paraguayo de Buenos Aires, en la Facultad de Filosofía de Asunción y en Radio Cultura, de Sao Paulo).

Viriato Díaz Pérez: Literatura del Paraguay, capítulo en la Historia Universal de la Literatura, de Santiago Prampolini.

Carlos R. Centurión: Historia de las letras paraguayas.

 

 

 

 

 

 

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