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AUGUSTO ROA BASTOS (+)
  EL NARANJAL ARDIENTE, 1983 - Poesías de AUGUSTO ROA BASTOS


EL NARANJAL ARDIENTE, 1983 - Poesías de AUGUSTO ROA BASTOS

EL NARANJAL ARDIENTE

(NOCTURNO PARAGUAYO) 1947 - 1949

Poesías de AUGUSTO ROA BASTOS

Colección Poesía, 11

Alcándara Editora

Edición al cuidado de C.V.M., Miguel Ángel Fernández, J.G.R. y A.G.D

Diseño gráfico: Miguel Ángel Fernández . Viñeta: Carlos Colombino

Se acabó de imprimir el 24 de marzo de 1983

en los talleres de Editora Licotolor

Asunción, Paraguay (111 páginas)





ADVERTENCIA

La fraternal invitación de los amigos editores de ALCANDARA para incorporar mi producción en verso a su Colección Poesía, me alegra y al mismo tiempo me pone de nuevo ante una evidencia que habría querido seguir olvidando: el hecho de que en mi actividad de escritor no existió nunca un auténtico trabajo poético digno de tal nombre.

Me alienta la confianza y adhesión de estos amigos en momentos en que ALCANDARA está realizando y consolidando un hecho de cultura de inestimable significación y trascendencia: rescatar y hacer presente la poesía paraguaya actual desde sus raíces a sus horizontes más amplios en un conjunto orgánico de volúmenes, el primero en su género en nuestro país. Esto debe alegramos y por supuesto nos compromete a todos. No podría entonces negar el aporte que se me pide, por ínfimo que sea. Debo sin embargo una explicación a ALCANDARA y a sus lectores.

Después del levantamiento de 1947, que inauguró la lucha actual de liberación de nuestros pueblos latinoamericanos y el mayor éxodo que registra su historia de exilios y destierros, sentía que debía destruir todos los ejercicios líricos anteriores con los que había intentado en vano, desde mi adolescencia, acercarme a la Poesía.

Aquel “auto de fe” no significó de mi parte un adiós y menos un repudio sino el único acto de afirmación y acercamiento esencial a la Poesía, que a la hora de la verdad de un desgarramiento extremo podía brindarle y que esos malos versos estorbaban.

Por motivos distintos se salvaron los originales de El Naranjal Ardiente, un material en carne viva demasiado reciente surgido de aquel descuajamiento individual y colectivo. Esos papeles de proscripto quedaron desde entonces guardados con el “puñado de tierra” que contenían, con las cenizas de un tiempo de sangre y de muerte para nuestra sociedad en lucha por su libertad y que a todos de una manera o de otra nos había lacerado.

En 1960, las ediciones DIALOGO exhumaron parte de ese material: algunos de los Sonetos del Destierro y las elegías en memoria de Hérib Campos Cervera y Roque Molinari Laurín, componentes de nuestro grupo Vy’a Raity, escritas estas últimas en 1953. Con ellas cerraba definitivamente mi etapa poética, según lo expresé en el colofón de aquella edición.

Posteriormente, en 1971, la revista ALCOR, en una edición especial de su segunda época, publicó las versiones libres inspiradas en algunos de los mitos del Génesis de los Apapokuva-Guaraní, recogidos por Curt Nimuendalu Unkel y traducidos por nuestro compatriota Juan Francisco Recalde. Los capítulos correspondientes a Requiem del Fuego y a Ñane Ñe’ẽme han permanecido inéditos en su totalidad.

Consciente pues de sus limitaciones y sólo como testimonio de causa, entrego a ALCANDARA estos terrones carbonizados de una “gran catástrofe de recuerdos”, abono y levadura también de vida nueva y nuevas esperanzas.

Augusto Roa Bastos

Toulouse, 1° de enero 1983



REQUIEM DEL FUEGO


Upei opoko tataupare

ho’ysã jevyma ity


Despues toco el lecho del fuego,

ya etaba frio

Genesis guarani



DE LA MISMA CARNE


Es la tierra imposible

que a tu imagen te hizo para de sí

arrojarte

LUIS CERNUDA


Dejé al poniente

la franja tutelar de la cigarra;

un pueblo como un árbol y su ardiente

madera

que en mi caja de hueso y de memoria

construye su guitarra

doliente

en lo más vivo de mi escoria.


El pecho agujereado

deja ver el latido

tanteando las paredes

del lado más despierto y desvalido.


(Resístele, si puedes)


El tronco empayenado

crece todas las noches en el valle;

gime y se desespera

cuando huele mis pasos

sobre el distante asfalto de la calle

en que vivo.


De obstinada manera

tiembla en voz alta en todos mis pedazos.


Temo que no se calle

si no voy esta noche a la frontera.


Conteniendo el aliento

lo escucho entre el rumor de los hachazos.


(Ni una pausa siquiera)


Su quejido es tan fuerte

que me alumbra la cara

y me oscurece el pensamiento;

tan delgado el temblor que nos separa

y esta pared silvestre tan ligera,

que un latido sangriento

pone de pie mi vida a cada golpe

que destroza a lo lejos su madera.



MADRES DEL PUEBLO

No cayeron tumbadas por las balas,

se inclinaron tan sólo hasta la tierra.


Madres adolescentes, centenarias abuelas,

toscas mujeres, madres suaves,

piedra humana doliente,

leve corteza

germinal.


Madres de estibadores,

rugosas campesinas,

chamuscadas obreras,

demacrada legión con el rayo en los hombros

y la noche en las trenzas;

madres de embarcadizos

con ojos desgastados por los puertos distantes,

chiperas estrujadas como el maíz,

lavanderas como agua de arroyo,

tejedoras que tejen con el hilo nocturno de su entraña,

burreras matinales,

pastorales mujeres,

esposas, hijas, novias populares,

y también hijas sin padres,

madres sin hijos...


                                   En todas, pero en todas

la patria amanecía con profundas ojeras.


Su vientre,

pan de tierra;

su vientre taladrado por el dolor y el hambre;

su vientre, abeja valerosa,

hizo el panal, la vida, su miel

          amarga y áspera,

a la luz de una vela de sebo,

en pobre catre,

mirando un techo de hojas,

la noche, el cielo triste

          del amor y la muerte.


No caísteis tumbadas por las balas.

Acercásteis tan sólo hasta la tierra

vuestros ojos intensos

para alumbrar la noche de los mártires,

su corazón dormido en vuestros brazos,

en su cuna natal.



LA MANO SOBREVIVIENTE

I

La mano murió despacio,

no quiso morir tan pronto;

la mano del combatiente

sobre el lento cadáver sonoro.


Anudada y desnudada

se vestía de su puño,

desvistiéndose por dentro

de su crepitar maduro.


En el estero y la noche

prohibiéndose morir

pestañeaba a la muerte,

dura junto a su fusil,

la mano del combatiente

sobre el lento cadáver sonoro.


Buscaba un gesto la mano.

No lo supo recordar.

El muerto se puso entonces

a sonreír y a llorar.


II

La mano sobreviviente

no quiso morir del todo;

dijo: “¡No quiero!” y se alzó

sobre el lento cadáver sonoro;

le cerró la boca rota,

puso en orden su descuido

y después veló a su lado

como un ojo endurecido.


III

La muerte llega tenaz

con sus pisadas de hueso,

silenciosa y a compás

de sus palmabas sin ecos.


IV

Poco a poco el puño se abre

y erizada en su furia salvaje

la mano vuelve a bajar

sobre el lento cadáver sonoro

para gritarle al oído:


Compañero destruido,

hoy no te puedes morir,

hoy no podemos morir,

hoy no se puede morir.





NOCTURNO PARAGUAYO

llora, llora urutaú

en las ramas del yatay

C.G. S.


a los que trabajan en el

taller de poesía Manuel

Ortiz Guerrero


I

Mas que la noche pura del recuerdo

en mí la noche con su cola incendiada.


Mas que su planetario panal

o el rutilante peso

de su corona de rumor y rocío,

golpea  en mí su rama de enlutado silencio,

su estambre gorjeante de arteriales latidos,

su serpiente sonámbula de azulado metal.


Elitros y pezuñas

callaron sobre el cuero de la luz, arrugado;

calló la miel de fuego

en el tenue tam-tam de los azahares.


Todo cayó en la arena.


Igneo traje empapado de cocuyos, el latiente

         esmeril de la noche,

mástiles de las nubes, aguas, serenatas sonando

         desde la sangre del amor,

corren, huyen, se apagan velozmente

        sin la memoria de mi cuerpo,

borran aquel espacio primaveral

donde mi vida ardió,

donde arde todavía como una sal secreta

molida entre el aroma campesino que sale

        cabeceando de florales axilas.


Oh quietud sepulcral

que mides con disparos mis latidos

y ruedas por mis médulas y me tasas la lengua

          con ala membranosa,

trapo negro del odio,

murciélago feroz.


Cavo y busco en la sombra,

muerdo un óxido seco de amuletos quemados,

un olor descompuesto de cielo entre las hojas.

Llamo, pregunto y vuelvo sobre mí

pero sólo duplican mi ansiedad y el silencio

mil ecos sigilosos de aquel último grito,

y nada se adelanta a mi encuentro que no sea

         aquella noche triste, aquella noche,

su brusco fogonazo

petrificado al fondo de mis ojos

en el más hondo socavón que viaja

         en mis huesos.


Suelta la polca lánguida

el hueso melodioso roído por la espuma

         del lamento;

rasga el corochiré la retina del bosque

         hecho un gran pétalo de vidrio

quebrándose en fragmentos de tinieblas.

Donde ayer, coronada de luceros,

mi tierra galopaba dulcemente en la brisa

con sus poblaciones dormidas

         en la noche estival,

sólo quedan los cuerpos yacentes

          en su sueño sin sueno,

la más dura tiniebla sin fin.


Una inflamada mecha

untada en sangre, en pólvora, en hiel,

sube desde los pechos destrozados

         en los esteros,

arde por todas partes, quema la noche,

        toda la noche,

el cuerpo elemental de mi país de madera

hasta hacerlo carbón, hasta hacerlo borrón,

hasta hacerlo silencio...


II

Cómo asir esta espina de fuego

incrustada en el alma.


Cómo decir, contar o responder

         a preguntas vacías

entre el exasperado desorden

y el inaudible grito que aún nos hiela

         la sangre,

que hubo una vez entre palmares y siglos

         y jazmines

un país de rocío, una isla de tierra

         rodeada de tierra,

el corazón purpúreo de América

         del Sur.


La fiebre de los meses manando

        por los poros

mancha con un sudor sangriento los pañuelos

        que uno lleva a los ojos.


Cómo sin que se caigan a pedazos los labios,

        explicar por ejemplo,

que hay cabelleras blancas sobre cabezas

        núbiles

y pulmones que aúllan a la muerte

y ojos adolescentes ya de rescoldo y tierra

        tiritando apagados

en el fangoso tremedal de los esteros

o bajo el párpado de piedra de las cárceles

llenas hasta los bordes

de su agua humana hambrienta y sedienta.


Lo que agoniza y sufre tiene letras terribles,

         entrañas como dientes

y follajes de nervios,

páginas que nos queman la mano, el ojo,

         el ánima.


Cómo escribir entonces un reflejo sombrío,

       dibujar una boca

que hable y diga y cuente desde él fondo

       del pecho

lo que está allí enterrado

bajo espesas cordilleras

       de blasfemia y suspiro.


Nada mas que la luna

         sobre los grandes ríos,

sus pómulos cobrizos, sus profundas ojeras

        de pantano y de fiebre:

un pueblo entero entre los bosques

        y el silencio

su argamasa espectral empañando

        los árboles.


Y esta resina fresca de los muertos

que aprenden a beber a sorbos largos

su lenta eternidad de raíces calladas

chupando en nuestras llagas

         su vid de vida, su hiel infiel,

nutriendo en nuestros ojos

su mirar necesario

y final.



III

Canta el urutaú,

conozco bien su queja solitaria

que hace entre las maderas su aposento,

en el tímpano denso de la noche,

detrás del tiempo, de espaldas

a la luz.


Pero desde el nocturno campanario

        del monte,

no dobla por los muertos

sino por los ausentes en lejanos países,

por los vivos que mueren poco a poco

bajo el madero negro de la ausencia.


Porque en la zona roja del tanino,

o en las comarcas del yerbal profundo,

o entre los cocoteros sepulcrales,

suena el sonido puro

           de la guerra.


Desde el silencio atado a tantos hueso

           que errabundas centellas

agitan por la casa dormida de la noche,

crece el fragor, el vasto son de fuego,

           su redoble triunfal.


Más fuerte que el penacho de humo,

más alta que el recuerdo y las palabras,

la fogata natal centellea a lo lejos

y en la noche sagrada dibuja

          su reino melodioso.


Un hálito ancestral anda y recoge labios,

anda y recoge pulsos hundidos en la arena,

cose entre las cortezas meteoros caídos

y sobre el terciopelo de la noche

          junta estas joyas,

estos eslabones sagrados

que arman la cegadora certeza del triunfo.


La Cruz del Sur está en su sitio,

sube y decora el cielo

desde su empuñadura de miradas y manos;

la sangre combatiente está en su sitio,

el tiempo está en su sitio

y el espacio que falta a nuestros hombros

se llena ya de nuevas frentes

y claridades.


Porque la patria vive

como una gigantesca mano color de tierra;

porque la tierra vive

como una gigantesca llama color de sangre;

porque la sangre vive

como una gigantesca llama color de aurora.


Y en esta luz un pueblo lázaro se levanta y camina.





SONETOS DEL DESTIERRO

Pasos de un peregrino son, errante...

GONGORA


a Miguel Angel Fernández, quien los hizo

andar por primera vez en sus Cuadernos de la Piririta.



CAMINO

Donde acaba la raíz comienza el viento,

comienza el caminante su ostracismo,

rompe el terrón su tenue paroxismo

y se apaga en las manos, ceniciento.


Con labios, no con pies, ando un violento

paisaje como sombra de mí mismo

dejando un silencioso cataclismo

en cada piedra, en cada pensamiento.


Pie de jaguar y corazón de garza,

cielo enterrado a golpes de raíces

en el ala de arena que lo engarza.


Voy caminando y siento en las matrices

del tiempo arder mi vida como zarza,

y hasta en mi aliento encuentro cicatrices.



LOS HOMBRES

Tan tierra son los hombres de mi tierra

que ya parece que estuvieran muertos,

por afuera dormidos y despiertos

por dentro con el sueño de la guerra.


Tan tierra son que son ellos la tierra

andando con los huesos de sus muertos,

y no hay semblantes, años ni desiertos

que no muestren el paso de la guerra.


De florecer antiguas cicatrices

tienen la piel arada y su barbecho

alumbran desde el fondo las raíces.


Tan hombres son los hombres de mi tierra

que en el color sangriento de su pecho

la paz florida brota de su guerra.





ADIOSES


Acabamos nuestros años

como un pensamiento

SALMOS 90.9


ADIOS A HERIB CAMPOS CERVERA

Un puñado de tierra:

Eso quise de Ti

y eso tengo de Ti.


Entre cuatro paredes de blancura mortal,

al filo del nocturno mediodía de agosto,

te vi dormido al fin, hermano mío,

inmóvil y apacible, ya olvidado de todo,

como un niño de sal

en las rodillas negras de la muerte.


Para tu dulce lodo

transido de agonías y nostalgias crueles,

ese regazo frío

de nuestra madre eterna

era por fin el sitio de descanso

que te negó la vida,

el remanso de un lecho sobre el río

del tiempo, la roca de la paz, la cuna tierna

donde tu corazón de polvo nace

en una estrella pura de diamante y rocío.


Y sin embargo al verte

con tu traje gastado, con tus zapatos viejos

acostado en la muerte,

sentí que me sangraban las costuras del alma

con mi dolor de amigo;

que me sangraba el hombro con el peso

de tu esqueleto hecho de espadas y castigo;

que me sangraba el labio con el beso

que a hurtadillas dejé sobre tu frente

como si profanara una ciudad

dé arcángeles dormidos.


A través de las aguas miserables del llanto

vi tu cadáver vivo

temblar un poco

como si aún pudiera despertarse

de su prisión de mármol sensitivo.


Sentí que el ojo me sangraba al verte

dibujado en el hondo arrabal

de tus cielos difuntos, con el rostro

volcado hacia la luz remota

de tu tierra natal, con las manos en cruz

sobre el abismo de tu sueño.


Tu frente ardía en el silencio

de hielo de tu ser sumergido.


El mediodía se había puesto tan oscuro,

y tu frente había crecido tanto

bajo la llama seca de tu pelo en desorden,

que era como una luna

brillando solitaria sobre altas murallas

en la noche secreta del adiós.


Junto a esas murallas

batidas por mi puño ensangrentado

de golpear tercamente en tu piedra invisible,

como un mendigo ciego

yo imploraba en secreto tu voz, tus alas rotas,

tu vida de soldado destruida,

el resplandor visible de tu fuego

que en el costado izquierdo de la patria,

lejos o cerca de ella

era su antorcha melodiosa,

su combatiente estrella

y el pulso musical de su destino.


Quería verte de pie, de nuevo vivo,

ocupar tu rescoldo,

tu hueco doloroso y fugitivo,

retomar tu presencia, andar a nuestro lado

como si nada hubiera sucedido.


Pero estabas allí, yacente, yerto,

sobre tu propio corazón, caído,

y en el silencio puro, soñando aún con los hombres,

vi tus labios de muerto

conversando con Dios.


¡Qué cosas le dirías al oído,

de tu dolor profundo,

de aquella obstinación desesperada,

de tu esperanza sembrada sobre el mundo

como una rama verde en un desierto!


Yo no lloro por ti,

lloro por mí, por todos

los que en amor y pensamiento

ya no tendremos nunca en nuestras manos

la apasionada y suave

corteza de tu pan corporal.


Sobre el limo sombrío de nuestra pena,

en esta cegadora tiniebla que nos dejas de golpe,

tú creces alto y solo,

quebracho transparente hacia las nubes,

con pie de río y brazos de luciérnagas.

El hacha de tu hachero

no talará tu perfección tranquila.

La muerte ha completado tu hermosura

sobre el vacío enorme de tu ausencia,

camarada nocturno de la aurora,

lucero pensativo.


Tu voz canta y solloza en la distancia

y fulguran celestes tus pupilas

sobre el pavés de los jazmines,

sobre las alas de los pájaros,

sobre los labios que te llaman.


En el libro viviente

del pueblo, en sus rugosas páginas

de Verdad y Justicia

amasadas con dolor, con sudor, con esperanza,

quedó tu testimonio de combate,

tu gesto interrumpido,

una flor chamuscada

y un puñado de tierra.


Repartida en las almas

tu materia sonora, tu sustancia de nube, tu condición de flor,

no has muerto, hermano mío. Sólo ahora

tendrás tu nacimiento innumerable,

soldando con tu pan de comunión terrestre

hombros y corazones en la unión

de una paz fraternal.


Entre los rascacielos te despido

de esta ciudad a orillas del río como mar,

con su pueblo profundo

en cuyo umbral

te inclinaste a dormir alucinado

bajo el cielo del sur.


Aquí dejo mi adiós en estos versos

finales que te escribo,

para callar después, para cerrar la puerta

que me enseñaste a abrir

sobre el resplandeciente jardín de la poesía.


Mi mano de poeta

quede clavada aquí, sobre tu cruz,

por siempre.


La vida nos unió, la muerte quieta

no nos separará. Mi pobre sombra

viva atada a tu luz. Y mi

silencio cuelgue su cencerro de arena

al cuello ardiente de tu melodía.


Entre los grandes ríos

de nuestras dulces patrias enlazadas,

la gente humilde, el pueblo

transportará en sus hombros tu corona de hierro,

tu sueño, tu esperanza,

tu retrato indeleble.




ÑANE ÑE’ÉME

Ama’ẽ y paraguay re

che resa angako iká

EMILIANO R. FERNANDEZ



TETÂ AMBUE GUIVE

a Carlos F. Abente


Hyjuiva ñande juru

ñahenoiro hera mi

ndijaivaicha mbyju’i

omohagéva yvytu.


Jepiguaicha ndaje oiko

ñane retã Paraguay

ñembyasy omboje’o

ha mbegue katunte okai.


Ñane muangekoi haguã

tetã ambuepe oguahẽ

ku omboguahuva jagua

tuguy ryakuã ha pyahé


Ara tiricha hendy

ha oikytĩ ñande resa

oisu’uva tetáygua

maymava amo mombyry.


Ña mañake mitã kuera

aníke ña sapymi

vokointe ikatu porã

ña huã’imbante avei.


Ñande retã porãite

ojajai vaekue yma

ogue ha iñipytũmba,

oiko ichugui tapere.


Ñahenduramo oñe’ẽ

pytumbype ha oheka

ñande korasõ renda

ojeko haguá hese,


ñamohendake ipype

ñane retã mombyry

ñame’ẽ haguã ichupe

ñande angapy pu rendy.


Aniangakena jaity

tesaraipe ku ipepo

oikova hoky hoky

ipehengue omono’õ.


Ko tetã ambue guive

jaipovãne ipore’ỹ,

topa ñande rekove

jaiko rangue tyre’ỹ.



TEKOVE HA’EÑO

Ambojerovia haguã

che kyhyje ha chc kera

aiko añemoakãngyta

che kysepe ha nde rera.


Apay vovente ajuhu

ikusugue che akã guype

kyse chavi ha ijypype

peteĩ yvoty che retü.



TESA PYPUKU PURAHEI


a Rudi Torga


— Mba’e tepa nde, che sy, tesa?

— Ovetã mokõi.

— Ha mava piko oñatõi?

— Mandu’a po mombyry.


— Ko’ẽ resay apytepe

kuarahy ojajaipa,

ku yvaga jahayhuha

ndo guejyi che resa ykepe.


— Ñande resa, che memby,

pyhare vai omo’ã,

ha peamome ichugui kuera

omano vaekue omañá.



KUATIA ÑE’Ẽ CHOKOKUEPE OHOMIVA

Ha’evema nde tindy ha ñembyasype

nde koga heñõi’ỹva remyakỹ,

ha’evema itanimbu nde pyta guype

yvy ombopytuhova temity.


Neike eipyhy hatã pe nde pyapype

ha embovevui nde rekove apy,

reipyty võ haguã ko pytumbype

ara pepo ohekava nde ati’y.


Kirirĩ pireguypema osỹsỹi

py’a mbarete ojupíva nde rapogui

ha po’a jehekápe nde rypyi,


Nde rekove py’a rasy reikojgui

ha’ỹi’o pyréma okui nde pbgui

ha peina ohesapéma nde tapyi.



MBARAKA OKARA

a Sila Godoy


Ñembyasy ha angata mboypyri oĩva

amỹi ha mombyry muangekoi hára,

mbegue katu y’hovyicha ojaho’iva

kuimba’e pyti’a, mbaraka okara.


Ko ñe’ã yvyra nde perẽrĩva

ka’aguy teko ypy mborayhu jara,

kuña porã reteicha terã y gara

pe chokokue poguypente ipotyva.


Ipurõ hína mbaraka okara

vy’a marangatu ha’e ombo’yva

ha iku'agui oveve pytũ ha ara.


Ipupe ha’e omoirü purahei kuera

ha ohekyi ñane ãgui ku hendyva

mainumbyicha oveveva, ñande kera.



ÑEMOMARANDU

a Alcibiades González Delvalle


(Ohecha ha ohendu vaekue ikerape

yvyjara poguasu)


Eguapy ekaru ne año

ne ryvatã peve,

kerambu ko ivai

rejapysaka haguã

tembiguai ñe’ẽ po’íve


Ore roha’arõta nde kera rembe’ype

kirirĩhapemi.


Hendy vera ko nde roga poráite,

Karai mba’e guasuetente oguerekova.


Ani nde pijoha,

tatatinante ko ombojaho’íva

nde o’py reke jave.


Oikema nde kotype ka’aguy,

mba’emeguã ryapu,

mboi otureñe’ẽ nde ava apytepe,

peina ñakurutũ

oporandu pytüme nderehe.


Anikena otytyi nde apytu’ũ,

ne’ĩra gueteri

iñapysé ko’ẽ.


Ekaru potĩ porã,

akointe tapiaguaicha,

hei’u mbeguekatu

ku otykyva nde pope

tembiguai ry’ai repy

ha umi mboriahu eta okara

remoséva nde yvygui,

tera remuñaukava

ka’irãi roga guasupe

oñembo tukumbóva Takumbupe.


Nde rereko yvy ha yvypora,

ha ty’ai ore roguereko.

Nde rereko vaka ha plata ita,

ore ry’ai japopyre.

Nde rereko ysyry ha ka’aguy,

ore, teko asy.

Nde mba’eve nde rerekoi,

opaitembae oíva oremba’e.


Opykotyo nde roga omimbipa,

ha ore pytu omboguema itataindy.


Ani nde py’a tytyi

nde kerape jepente eñemoirũ,

nde kangue morotĩ hatĩaimbava

eñapytí porã,

mbokapema emboty pe ne roké

ha yvagante ehenoi

terã umi poguasu nde javeve.


Ore roha’arõta gueteri,

ara jere omopererĩma teko asy.


Mba’eicha ite rupipa ko che rogape

peike peẽ mondaba!...,

resapukái soro pochy vai

ha rendyvu orerehe.


Repay vove

reñanduta nde rova iñapõvõ

nde resa iñakỹ

ha nde rupa he’õ mbaite

ty ha ty’ai ha tesay jehe’a pype,

karai.


Nde mandu’ake orerehe.

ko’ẽró, ko’ẽroitentema voi

jajohecha jevyta

ñambojoja jevy flande reko

ñañemoi peteĩ ñe’ẽme

tekopyty poráme ko yvy apere

opa yvypora mba’e rekotee.


Nde mandu’ake orerehe

jajohecha jevyta,

karai...



ÑEMYRONDE AMYRỸI REMIMONDO

a Félix Fernández


Yvytu kangy oipejuva

ka’aru pytũ vove

hyakuãgueminte ogueruva

vaicha che pire ojope.


Ndaikatuirõnte jepe

amboty che popytepe

omoheñói che retepe

akánundu perere.


Mba’eicha tamo ra’e

aisambyhy ku ipepo

aikatu haguã aipo’o

ichugui juayjhu pyre.


Rasa itema aha’arõ

ko tape puku ku’ape

che ñuguaitĩ gua’u hapente

jepe ha che oñyrõ.


Che korasõ ma ajokuai

ambohakykue reka,

marãmove ndo topai

ha’e jepeve opyta.


Kuarahy japopyre,

ñane retã ojaho’i

heta mba’asy vai

imberu no’ó hese.


Ho’a jave pyhare

ndohasaveima yvytu

okuera che akanundu

agüe paite mi rire.





YÑYPYRŨ

Ñanderuvusu vino sólo.

En medio de la oscuridad se dejó ver.

Ñanderuvusu tenía el sol

sobre el pecho.


Selección de textos inspirados en algunos de los can­tos que componen la Leyenda de la Creación y Juicio Final del Mundo como Fundamento de la Religión de los Apapokuva—Guaraní, recogidos por Curt Nimuendalú Unkel.



EL PRINCIPIO

Ñanderuvusu ogũahẽ ouvo,

Ñanderuvusu...


Le precedía un trueno silencioso.

La oscuridad tapaba los caminos,

pero su diestra relampagueante

apartaba las tinieblas

aproximándose

con un sol sobre el pecho.



Desde mucho antes de aparecer

en medio de los murciélagos eternos

Ñanderuvusu envió signos

de su presencia solitaria.


Ñanderuvusu, el Gran Padre,

dueño de la luz que aún no era la luz,

del viento que aún no era el viento,

del agua que aún no recogía rostros

y montañas

con la punta de su lengua húmeda.


No había caminos

en la gran noche del principio.

Sólo Ñanderuvusu conocía el camino


.......



CASTIGO DE KUÑA

Cuando otra vez la garza del amanecer

con sus alas doradas

quebró el ojo de la lechuza,

Ñanderuvusu empezó a talar los árboles.


Cedros y lapachos, troncos oscuros de timbó

caían sin ruido sobre la tierra perfumada

y en el rozado espeso por el polen

un repentino maizal

tendió al aire sus verdes espigas.


Ñanderuvusu ordenó a Kuña:


- Vete y recoge el maíz.


Kuña venía de la sombra

donde vio convertirse a su lado al primer

hombre, a su hombre,

en un rescoldo de hombre.


Dijo malhumorada:

— ¿Cómo si acabas de talar los árboles

quieres que crezca ya el maíz?

Yo no soy tu mujer, soy la mujer

de Mba’e-Kuaa,

a tu hijo no lo tengo en mi vientre,

tengo el hijo de Mba’e-Kuaa.


Ñanderuvusu

poderoso le habló:

- En tu cuerpo, en tus venas, en tu sueño,

en tu sangre,

separados pero juntos están

los dos brotes

que han de salir de tu vientre,

vete a buscar su alimento.


La mujer obedeció.

Sin volver la cabeza,

con el cesto de mimbre

que Ñanderuvusu le entregó

se alejó hacia el maizal.


Mientras iba marchando,

desde su vientre el hijo le pidió

una flor.

Kuña se dio un pequeño golpe

sobre el ombligo:

— No estás aún en el mundo,

¿para qué quieres una flor?

Dime más vale adonde fue tu padre,

después te daré la flor que me pides,

la flor que está creciendo para ti

en el futuro.


Una avispa picó en el labio a Kuña.

Ella arrancó una flor y echó a correr.


Ñanderuvusu antes de partir

desvió las rutas, los caminos,

todas las direcciones y las vetas

en la roca, en el aire, en el agua,

en los bosques,

para que los vivientes

jamás pudieran alcanzar el término

de sus viajes.


Tendido está en su hamaca

dormitando.

Debajo el tigre azul también dormita

ronroneando

a la luz de la luna.


Desde el lento vaivén de su hamaca

Ñanderuvusu contemplará

la muerte de Kuña bajo las garras

de la Abuela- tigre primigenia,

el nacimiento y las aventuras de los mellizos

que resucitarán a su madre

en su figura hecha de barro

encamando los huesos, la memoria, la vida,

tan parecida a la que fue,

que hasta la picadura de la avispa

dejará ver su aguijón en la mejilla.


El menor de los hermanos

querrá beber la leche de la madre,

se arrojará sediento a mamar

el seno izquierdo.


La figura de la madre se esfumará

nuevamente.


Pero Kuña, la mujer,

la madre, nuestra madre,

ha de volver un día

para anunciar a sus hijos terrestres

la destrucción.



LA DESTRUCCIÓN

Del Naciente al Poniente,

rebotando en las espaldas pétreas de los cerros,

rodando bajo tierra,

desde las nubes y los árboles

volvió a caer como un gran trueno

la voz de Ñanderuvusu

anunciando a la raza del hombre

su perdición.


Guyra-Poty, el jefe aguerrido y amado,

el de nombre de pájaro y corazón de pájaro,

miró a su gente paralizada por el espanto

como cuando entre las takuaras los venados

ven de pronto chispear

la córnea ponzoñosa del tigre.


Guyra-Poty ciñó a su frente

la corona de plumas,

se arrodilló y abatió la cabeza

para escuchar el sordo palpitar

de la tierra.


Luego se irguió

y ante la Casa-de-las-Plegarias

reunió a su pueblo

y le habló con palabras sonoras.


— Ahora debemos caminar hacia el Naciente

hasta donde la tierra se junta

con el agua.


Esta es la Tierra-de-Perdición.

Debemos llegar a la Tierra-sin-Mal

porque la destrucción se está acercando.


— Ahora debemos marchar y danzar

a compás del canto sagrado.

Durante cuatro inviernos, a su luna de hielo,

tendremos que danzar.


— El fuego y el agua caerán sobre nosotros,

el agua y el fuego, la saliva y la furia llameante

del tigre azul eterno

que se apresta a saltar sobre el mundo

desde el regazo de Ñanderuvusu.


— Danzad, danzad sin término,

durante cuatro inviernos tendremos que marchar

y danzar

hasta hacer que nuestros cuerpos se nos tornen

livianos, transparentes, como el plumón

que vuela solo

una vez desprendido del pecho del halcón.


— Danzad, danzad ahora

golpeando la tierra con el ritmo creciente

de nuestros largos arcos.


En medio del gran ruido

Ñanderuvusu hablaba a Guyra-Poty

y éste transmitía el mensaje a su pueblo.


Su vara de mando,

los arcos largos de los guerreros

golpeaban la tierra

a compás del canto sagrado

marchando y danzando sin cesar.


Guyra-Poty y su pueblo

por la noche danzaban

y por el día marchaban

hacia el lejano horizonte

de la Tierra-sin-Mal.


Guyra-Poty tendía los brazos

hacia la voz y la figura invisible

de Ñanderuvusu.


En medio de la neblina

caían los alimentos y las frutitas negras

del yvapũrũ

para las bocas ávidas de todos.


La multitud marchaba rumorosa

en una larga y sola fila serpenteante

con los arcos más largos.

un solo bosque de arcos largos

avanzando hacia el mar.


Con su gacela blanca sobre el pecho

la hija pequeña de Guyra-Poty

marchaba silenciosa entre los hombres

como el lucero del alba entre las brumas.


Cuando la huyen te caravana

llegó hasta los inmensos parapetos

que contienen el mar

la tierra ardía en una vasta hoguera

hacia el Poniente,

y las trombas de agua caían desde el cielo

para enfriar y ablandar el sostén

de los cuatro palos cruzados.


Ayudado por sus hombres

Guyra-Poty con el hacha de piedra

se puso a construir una balsa

entre los remolinos torrenciales

de agua y de fuego y de viento.


Guyra-Poty empezó a entonar

el canto sagrado del final

mientras el pueblo fue subiendo a la balsa.


Todos subieron y la balsa

moviéndose sobre las aguas tumultuosas

comenzó a ascender liviana por los aires

hasta tocar las puertas del cielo.





INDICE

REQUIEM DEL FUEGO

De la misma carne, 13

Voy a decir un día, 15

Presencia, 17

Madres del pueblo, 19

Entre esos paredones, 21

Turno, 25

Invocación al polvo nativo, 27

La mano sobreviviente, 29

Límite, 31

Memoria de la sangre, 33

Crónica y resumen, 35


NOCTURNO PARAGUAYO

I,41

II,44

III,47


SONETOS DEL DESTIERRO

Camino, 51

Tríptico, 52

De norte a norte, 55

Razón de vida, 56

Sombra del fuego, 57

En la pequeña muerte de mi perro, 58

Pan corporal, 59

La tierra, 60

Los hombres, 61


ADIOSES

Donde la guarania crece, 65

Adiós a Hérib Campos Cervera, 67

Ala de sombra, 73


ÑANE ÑE’ẼME

Teta ambue guive, 59

Tekove ha’ẽño, 81

Tesa pypyku purahei, 82

Kuatia ñe‘ẽ chokokuepe ohomiva, 83

Mbaraka okara, 84

Ñemomarandu, 85

Ñemyronde amyrỹi remimondo, 88


YÑỸPYRŨ

El principio, 95

El primer hombre, 100

Nacimiento de kuña, 102

Castigo de Kuña, 104

La destrucción, 108





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EDITORA ALCÁNDARA
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