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Luis Alberto Boh

  ANTOLOGÍA POÉTICA de JOSÉ M. GÓMEZ SANJURJO (Tapa LUIS A. BOH)


ANTOLOGÍA POÉTICA de JOSÉ M. GÓMEZ SANJURJO (Tapa LUIS A. BOH)

ANTOLOGÍA POÉTICA

Introducción de JOSÉ-LUIS APPLEYARD

Presentación y selección del

Colección de Poesía Nº 9

Editorial El Lector,

Espacio web: www.ellector.com.py

Asunción – Paraguay. 1996 (102 Páginas)

 

 

 

JOSÉ MARÍA GÓMEZ SANJURJO integra el grupo de poetas llamados de la Academia Universitaria, al cual la crítica lo ha integrado a la Generación del 50. Probablemente nunca el linismo poético que surge de sus versos haya alcanzado niveles tan altos tanto en la poesía paraguaya como en la de habla española. El intimismo que surge de la obra de este gran poeta no es fruto de haberse encerrado en una torre de marfil, sino, por el contrario, es del árbol de su propio entorno, cuya dureza encontró el tamiz necesario para que surjan esos versos plenos de belleza interior y de apenas insinuadas reflexiones que calan muy hondo en el ánimo del lector.

Esta ANTOLOGÍA POÉTICA trata de ofrecer una visión exacta de su manera de pensar y de traducir ese pensamiento en poemas cuya permanencia en el tiempo está asegurada por la calidad y calidez de esos versos que exploran el alma humana -en éste caso la de sí mismo- para extraer de ellas lo más profundo del sentir y del amar. La selección dé estos poemas ha sido realizada por el padre César Alonso de las Horas y supervisada por su compañero de promoción José-Luis Appleyard, con palabras preliminares de ambos.


PRESENTACIÓN

He aquí una Antología de Poemas de GÓMEZ SANJURJO. Proceden de los dos libros publicados en vida del autor por Losada: el primero, 1978, lleva el sencillo título POEMAS. El segundo, 1979, OTROS POEMAS Y UNA ELEGÍA..

Siguen otros once Poemas más, INÉDITOS, que datan de 1949 a 1983. Nos los ha proporcionado su viuda, Doña María Teresa Cazal Ribeiro, a quien se lo agradecemos.

Los dos Poemarios de Losada aparecieron sin ningún Prólogo. Tampoco llevan, salvo rara excepción, dedicatoria alguna. Esos inéditos -sabemos que existen más y serán publicados- tampoco llevan dedicatoria alguna; salvo una, a Julio César Troche. Uno solo lleva título, "CANTO", según costumbre de Gómez Sanjurjo, tan evidente en los dos libros publicados.

JOSÉ MARÍA tiene con frecuencia poemas delicados, leves, y poemas de plenitud. Todos con una carga emotiva; si leves, un suspiro, un ansia, una rozada visión. Si plenos, con una idea de amor, de angustia, del que se cuestiona a sí mismo.

JOSÉ MARÍA es un autor fácil si se lee al correr normal de las palabras, y puede, a veces, parecer trivial. Leídos los poemas en alta voz resuenan con un eco dilatado en el hondón del corazón: leemos lo que hubiéramos querido decir, escribir nosotros mismos.

He conocido a José María, como alumno, siempre muy personal, difícil de encasillar. Lo he conocido como amigo muy querido, sintonizando mucho con él, acercándome a la fina punta de su sensibilidad. ¡Qué tardes apaciguadas, musicales, de colores, abiertas las ventanas al susurro de los chopos, nos unían en un empeño de azul, mientras rezábamos juntos un reciente poema como:

Rema, botero, rema,

con las manos sin sueño,

los párpados dormidos

y el corazón despierto.

Y JOSÉ MARÍA remó, remó, en no siempre apacible mar, porque quería llegar "dónde, cuándo". "Quiero ir hacia ti, soy yo el que quiero".

Y se fue muy pronto, cuando más cercano estaba. Remando iba muy rápido, volaba, "ala en el cielo".

Padre CÉSAR ALONSO DE LAS HERAS - Abril de 1996


PRESENTACIÓN

EL LIRISMO IRRENUNCIABLE DE UN GRAN POETA

La poesía se presenta a sí misma cuando es auténtica. No necesita prólogos ni andamiajes de ninguna laya. Convencido de ello me limitaré a hacer algunos comentarios que tengan más de mi propia admiración que de crítica literaria pues los poemas que incluye esta Antología no pueden estar encuadrados dentro de una clasificación, sino que escapan de cualquier intento de quererlas asir en un contexto fríamente racional o académico.

José María Gómez Sanjurjo es para quien estas líneas escribe el mayor poeta lírico paraguayo de la segunda mitad del siglo que está declinando. Un poeta que reúne en sí todas las condiciones como para poder considerarlo de esta manera. La amistad que nos uniera no habrá de pesar con ninguna parcialidad en lo que escribo. Su poesía no necesita de halagos surgidos de motivos ajenos a su propio valor, si es que esta palabra puede ser empleada en un campo tan alejado de todo concepto que no sea el de la belleza intrínseca y extrínseca de cada uno de los versos que sustentan cada poema.

Si alguna concesión puedo hacerme a mí mismo será la emanada del deseo de darle, aunque sea muy superficialmente, un contenido didáctico a esta tarea. La selección hecha por el padre César Alonso de las Heras -nuestro común y querido maestro- es inobjetable y a pesar del generoso ofrecimiento que me hiciera para modificarla como me pareciera, la acepto como tal y considero que nada podría agregarle o restarle a la Antología.

Los primeros poemas, éditos en Poesía 1 - de la Academia Universitaria, 1953, son los de su adolescencia y en ellos están plasmados su estilo y su voz, a los que habrá de permanecer fiel hasta su desaparición física. La delicadeza en el decir, las sugerentes imágenes que utiliza: «Yo no sé qué palabras decirte cuando tienes/ las manos caídas» o «Tenía la costumbre de bañarse de sombra y de niñez/ cuando callaba». La madurez de ese adolescente es manifiesta y a sus escasos diecisiete años ya podía jugar con las palabras para darles un contenido puro y transparente.

Y así sus poemas posteriores, hasta aquellos que con este libro dejarán de ser inéditos. La madurez inicial va ahondándose con el transcurso de los días, de los años. Y su voz, sin cambio aparente, se irá haciendo más profunda en la medida en que la existencia le va dejando cicatrices en el alma. En su elegía al padre, con el título de AHORA, DESDE LEJOS aparecen estos dos versos: «Mientras la vida dura, qué lejos/ el lugar para morir». ¿Una premonición o una reflexión ante la muerte de su padre? La respuesta la tiene el lector. Sin embargo, en los últimos versos del poema tal vez se encuentre la clave: «Tú sabes dónde estoy. Ahora voy/ hasta la puerta cancel. Ábrela conmigo».

Hay otro poema donde José María también cita nombre; es el titulado, curiosamente para salvar su anonimato: «(En una reunión, en el Centro Paraguayo Americano, propiciada por ............ en Asunción)». En la quinta y sexta estrofas nombra prácticamente a todos sus poetas amigos, la mayoría de los cuales es parte de la llamada promoción del 50.


Y entonces preguntar

a quien conozco apenas, don Vicente

Lamas, por aquella memoria,

a Rodríguez Alcalá por el ausente,

a Bilbao por la sombra primera

de los umbrales verdes,


sí, quisiera preguntaros

por dónde el silencio crece

hasta la voz de Ferreiro,

hasta los dos Rubenes

Talavera y Bareiro y Villagra y Mazó,

y Rodrigo Díaz Pérez,

donde comienza una interrogación adolescente

para saber, José Luis,

de dónde vienes,

para saber, Ramiro, amigo mío,

a dónde vas con el comienzo de tu fiebre

siempre renacida, dónde

quedó el milagro y la palabra frecuente

que nos unió y ahora está faltando

como falta un desván a los juguetes.


Este poema además de su honda belleza es un testimonio de un momento de nuestra creación poética. José María nos reunió en sus versos a todos y, luego, en la próxima estrofa tiene un recuerdo muy fuerte al entonces obligadamente ausente, El vio Romero, a quien dedica otro poema en el mismo libro.

Leyendo, releyendo, estos poemas de la Antología, voy entrando en un ambiente casi onírico, donde la voz de José María inunda todo con su voz de matices graves que, en momentos, pueden disimular es suavísimo trémolo de su emoción. No corresponde a la finalidad de estas líneas el verter mis sentimientos sobre ellos. Pero me resulta difícil no hacerlo, ya que cada palabra del poeta se me abre como una henchida cápsula de situaciones, de nostalgias, de tristezas y de belleza constante, conjunción que sólo un gran artista puede lograr, pues de ella surge una alegría que surge de los hondones del espíritu.

Llego a los poemas hasta ahora inéditos. Me acerco a ellos casi con temor y los abordo. Recuerdo que en la última conversación que tuve con José María, me confesó que sus versos se acercaban con mayor fuerza a lo inefable, en el sentido que le sobraban palabras para expresar su canto. «Creo -agregó- que pronto ya no necesitaré palabras, y mis poemas serán escritos con sólo silencios impregnados de lo que quiero expresar y no puedo con las herramientas que tengo a mi alcance».

Y lo comprendo cuando leo esos versos a los cuales que la vida les ha dado madurez y los ha impregnado su voz, cada vez más profunda, cada vez más sumida en la garganta de una sima insondable. Lo comprendo cuando mira desde el atalaya que da el transcurrir del tiempo y cuando dice:

Parábola triste,

dibujaste

con la mano un adiós, un pañuelo

doblado hacia el ayer y lleno

de sollozos callados y viejas lejanías.


Sí, ya se insinúa en el horizonte del poeta ese dulce amargor de los adioses. Sus versos exhalan despedidas. Y casi bajo el signo juanrramoniano, dice: «Qué luz quedará. Qué rocío/ bañará mañana estos aceros,/ la distancia bruñida de estas vías». La imagen de la estación, arribo precursor de la partida, está presente. La distancia comienza a adquirir fuerza en busca de su definitiva permanencia. Y sobran las palabras, como él dice. Sobran porque la vida del poeta está a punto ya de convertirse en Verbo. Y recordando al Hamlet moribundo, repetimos con él y con el vate: «Lo demás es silencio».



POEMAS


Yo no sé qué palabras decirte cuando tienes

las manos caídas.

Cuando tienes los ojos mojados e inmensos

como si toda la ternura te cayese por ellos

velada y sumisa como el roce de una lluvia finísima.


Pones en tus párpados dormidos la curva de un

puente de silencios

como si te venciera la sombra de los volatineros

caprichos del sueño.


Te abandonas a la dulzura penosa de saber que el

amor es un cuento repetido que acaba

en tristezas,


y se te nubla el encanto de presentir que una vez

besarás estos labios con el mismo cariño

que esta noche los besas.


Yo te quiero dejar en la frente una altísima

caracola de estrellas

para que tus cabellos sueñen un camino de luces

cuando te despeinas.


Pero no puedo inventar una caricia para tus manos

cuando están levemente caídas.

Yo no sé qué palabras decirte cuando tienes los ojos

mojados por una ternura finísima.


Árbol abierto y desnudo.

Solo contra el aire.


Se ha ido el hombre verde que cuidaba estos árboles.

Doblan sordas campanas en la niebla

porque tenía los ojos vegetales.


Le lloran los pájaros, y a veces

se duele de su muerte el viento loco de la calle.


Así el invierno:

pudo ser nuestro y no es de nadie.


Vas a partir. Te vas. Sin ver

amanecer tras tu ventana.


Antes que, al nacer, su nueva luz evoque

la forma de otra luz desengañada.


Antes que alcance lividez, débil ceniza,

la pupila pálida del alba,

antes que ascienda desde lejos hacia ver lo que dejas

y salte estas barandas

y alcance el aroma, la vida donde moras,

ya deshabitada,

y mire tanto olvido, tanta espera vencida,

tanta vigilia venidera renunciada.


Que la mañana, al entrar, halle vacías

tu alcoba, tu memoria, tu palabra.


Tu alcoba, sí, este sitio

que era como un muelle donde venir a descansar

del agua amarga

y te ha visto vivir. La quieres desnudar, saberla

libre. Abandonarla.

virgen de ti, de tu silencio,

tu sueño, tu nostalgia.


No dejas una lámpara, un papel,

un libro abierto, nada.

Nada que te recuerde o te reviva en alguien como

una sombra tuya que te aguarda.


Vas a partir antes del alba.


Tenía una manera de pedir las cosas dulcemente,

como diciendo: sólo estará bien si tú lo quieres.


Desde los ojos le nacía una palabra gris como el invierno

cuando su voz iba volviéndose azul, y sin querer, hacia el recuerdo.


Tenía la costumbre de bañarse de sombra y de niñez cuando callaba.

Y regresaba luego desnudándose y haciéndose mujer y más cercana.


Me acompañaba a creer que el amor no es como el viento, como el humo.

Ella se fijaba en los luceros para que yo olvidara los crepúsculos.


Sabía que detrás de cada tarde y cada beso estaba el tiempo.

Pero al dormirse se volcaba hacia mi lado, iluminada y sonriendo.


Me ofrecía sus manos como un puerto seguro.

Yo la miraba, y así hemos vivido juntos.

Acostumbraba decir las cosas dulcemente y en silencio.

Por eso a veces la recuerdo desde lejos, y la quiero.


Tú sabes cuánto alcanza a doler sobre la vida

el sueño de llevar los ojos siempre abiertos.


Tú sabes cuánto duele

un corazón bajo el girar del tiempo

un corazón, un ancla,

y la memoria del viento.

Una luz en la sangre

urgente y actual como un deseo,

y la penumbra a veces, esa sombra

sobre el alma cuando un pájaro se ha muerto.


Tú lo sabes.

Más allá de ti todo se ha vuelto

de olvido, un olvido que nace

cuando pronuncias la palabra lejos.


Y mira: esto es todo

cuanto quería decirte. Está lloviendo.


Parece que estuvieras

aquí, fumando y en silencio.

El humo deja

deshilvanados algodones soñolientos.


Son las siete de la tarde. Tienes

el nombre del agua, en el invierno.


Llueve.

Ya sabes.


Puede llegar calladamente con la lluvia

y llamarte.


El agua tras los vidrios tiene

algo de su voz, cuando resbala y cae:

un breve golpe gris, la femenina

lentitud de un guante.


Algo leve de su voz, la abandonada

manera de robar una palabra a las nubes errantes

para guardarla, azul, junto a la húmeda

lágrima que al recordar le nace,

y verterla luego con aquella

vaga melancolía que en sus ojos dejaban los viajes.


Aún tiene su ademán, su claro gesto

esta fragilidad del viento en los cristales.

Aún su silencio,

aquel silencio que labraban sus labios hacia el aire,

poblándolo de nombres,

de palabras tristes con miedo de quebrarse.


Una tarde vieja la separa,

sólo una tarde.


Aún podría volver si desviviera

todos los instantes

que son ausencia, si borrara

nostálgicas imágenes.


Con un crepúsculo de lluvia

y un rumor igual en los ramajes.


También sabes:

Son hojas.

Hojas de otra lluvia, otro pueblo, otro paisaje.

Queda la antigua

penumbra junto a los umbrales.


(El viento tiene

algo de su voz tras los cristales.)


Puedes abrir.

                   No hay nadie.


NOVIA VEGETAL, viajera

de ausencia larga.


Siempre disimulando sueños, siempre

a lo lejos, lejana.

Esquiva tras los juncos

nocturnos de la distancia.


Yo no la hubiera amado tanto, pero entonces

era setiembre y hasta la piel se le aromaba.


antes de mirar, le amanecían

los ojos dulcemente desde el alma.

Su voz débil de mimbre

iba doblando lirios detrás de la palabra.

De pronto se volvía, para reír, abriendo

un balcón de camelias sobre el alba.


Yo no la hubiera amado tanto, pero era

azul de corazón y atardecer, y me bastaba.

Jugaba haciéndoles camino a las estrellas junto al agua.


Su silencio tenía

rumor de casuarinas sin viento entre las ramas.


Yo no la vi llorar, porque me iba.

Quedaba tan lejana.

Yo no la vi llorar, pero tendría

un agua marina trémula en las lágrimas.


Gatos del alba, ciegos,

habrán abierto las ventanas.


Habrán hallado todavía

la forma de su sueño en la almohada.

Rota ya por los espejos

su cintura de música doliente y ávida.


Habrán hallado cosas inservibles,

el suéter azul que ya no estaba.


Tálamos de yeso van cubriendo

su dulce sangre enamorada.


(Aún eras tú, y venías

sin lavarte la cara.

De azul, por los andenes,

pensativa, sin palabras.)


El alba,

ceniza de nocturnas lámparas.


CUESTA DECIR:

No,

no es nada.


Cuesta callar, y ver

la sombra de la tarde larga

caída entre sus ojos con la misma

sombra de una tarde pasada.


Cuesta volverse, sonriendo

a la sonrisa que nace en la mirada,

apenas con una luz

levemente cambiada.


Cuesta sentir, por dentro,

el peso de unas palabras:

la quiero menos. Y es esto

todo lo que pasa.


Si el aire, ahora,

resplandeciera en el día

y tuviera, como tuvo,

aquella luz compartida.


Si esta ventana hacia el aire

se abriera como se abría

libre y alta y sola y siempre

acercando un azul de lejanías.


Si ahora el viento

repitiera su nombre en las cornisas,

tan simple como un eco,

yo la llamaría.


Con una voz que fuera

la sombra de su voz. Y le daría

esto que me queda: un último

asombro de alegría.


No conoció el desdén. Nadie le ha visto

rondar el desaliento.


Solía caminar entre la noche,

demoraba su amor por las esquinas.

Su corazón de música tan simple,

pequeña voz por horas amarillas.


Nadie recuerda haberlo visto

volver, andar algún regreso.


Iba siempre hacia la misma búsqueda,

hacia una soledad igual a su aventura.


Ahora mira su voz:

una conversación fugaz, horario interrumpido,

estéril ya, y todavía

lunar de vieja claridad en nuevo río.


Si hoy pudiera

restituir aquel acento.


Si ahora se asomara

al brocal de su voz, caído cielo

circular, antiguo pozo que devuelve

una moneda azul desde el silencio.


Si lloviera hacia ayer los días que le cubre.

Si hablara desde dentro.


Quizá le queda

una palabra sin dañar, un hueco

entre la voz, una perdida,

desarraigada cavidad crecida en otro viento.


Quizá le cansa la memoria

su callada verdad, el trazo entero

de su vivir la ausencia como una

vocación arterial hacia el recuerdo.


Tal vez le basta equivocarse,

desvincular de: algún verano el tiempo

liminar de su piel, aquel instante

de oscura adolescencia ya naciendo


vertida y matinal, y para siempre

salvada en otro cuerpo.


Acaso entonces

hablara desde dentro

una palabra que ha dicho muchas veces

y se oye cada vez más lejos.


Cuando se aleja, y el sonido

de un tranquila tarde le acompaña

liviano entre la ausencia, y le despierta

colores de otro tiempo en la mirada,

es que viene hacia ti, como el verano

torna una luz habitual a las ventanas,

es que regresa a ti desde la misma

pausa del corazón donde le faltas.


Habría querido vestir todos los días

de canción la palabra.


Pero el viento es azul por unos años.

Distintos cielos abren la mañana y dañan

la claridad del sueño, las espumas

que un incesante mar destruye y salva.


Ha de ir sin ti, desierto,

límite solo de lo que tú ocupabas.


Como desde el primer olvido tiende

su despoblada música, sus alas.

Pero regresa a ti desde la ausencia

con el amor entero a las espaldas,

cuando se aleja, y el sonido

de una tranquila tarde le acompaña.


AHORA, DESDE LEJOS

Se cava la tierra, se ahonda

la tierra, y se hiende

la tierra golpe a golpe, pulso a pulso, y cada día

después del otro, y siempre

mientras dura la vida.


La tierra, sí, se abre, y nunca

se hace posible decir

dónde queda el sitio,

el simple sitio que elegir

para vivir.


Mientras la vida dura, qué lejos

el lugar para morir.


Esta es la tierra, nuestra, y tuya,

la que tú elegiste. Quisiera

rescatar, el color de ese cielo

con que tus ojos la miraban

surgiendo verde, límpida y siempre

asomada desde las ventanas grises

de tu callada Galicia nostálgica.


Porque al saberme huérfano de ti

me siento en cierto modo huérfano de patria,

de aljibe y de jazmín,

de zaguán abierto hacia todas las mañanas.


Y sin embargo, ya ves, José Domingo,

compañero y amigo y padre mío:

las cosas son así. Con este cielo

o sin él, será lo mismo.

Tarde o temprano, todas las cosas

vuelven a su sitio.


Tú sabes dónde estoy. Ahora voy

hasta la puerta cancel. Ábrela conmigo.


CAMPO LLOVIDO, campo

perdido en el agua que cae.

Sólo te salva la continua

repetición de tus palmares.


Palmas que se alzan solas,

súbitas en mitad de la tarde

mientras hablamos, mientras

inventamos un lenguaje

para no volver a las íntimas

palabras de antes.


Miras la lluvia, el cielo, y se dibuja

en la quietud tan simple del estanque

una memoria azul, el signo

con que habré de recordarte

-mira el palmar, la lluvia-

cuando hayas olvidado este paisaje

y renazca en tus ojos una réplica

de ilimitados, límpidos y múltiples celajes.


ÍNDICE

PRESENTACIÓN - Padre CÉSAR ALONSO DE LAS HERAS

INTRODUCCIÓN de JOSÉ-LUIS APPLEYARD

POEMAS : Yo no sé qué palabra decirte/ Árbol abierto y desnudo/ Vas a partir/ Tenía una manera de pedir las cosas/ Tú sabes cuánto alcanza a doler/ Llueve/ Novia vegetal viajera/  Gatos del alba, ciegos/ Cuesta decir/ Si el aire, ahora/ No conoció el desdén/ Si hoy pudiera/ Cuando se aleja/ Ahora, desde lejos/ Campo llovido, campo/ Miro el árbol/ Hace catorce, quince años/ Tarea renovada que suprimo/ Garza blanca/ Le dijeron/ Carta de Nochebuena/ Nadie/ Llueve en Valladolid/ Si viene desde el monte/ Ya ves/ El día se ha ido/ Tenías un amor/ Cambió los altos vientos/ A mí a veces me duele/ Hubiera, sí, es verdad/  Quisiera preguntar,/ Creció junto al andén/ Traen/ Qué solitario, Antonio

OTROS POEMAS Y UNA ELEGÍA : Cambiaría/ Iba, nocturno/ Deja, olvida/ Una campana, sola/ Armadura de niño/ Niño de mi país/ Si hubiera sido/ Tanto llamó el amor/ Domingo por la tarde/ Cuando yo me voy yendo/ Estábamos bajo la noche/ Voy hacia ti/ Sobre los Saltos del Canendiyu, desde un avión/ Los hombres son tristes/ Nadie sabe quién es/ Dónde, cuándo.

INÉDITOS : Canto/ Se encienden/ Cambia el cielo/ Un día/ Cerca del río/ Qué queda/ No/ Tiembla la tarde/ Toda esta tarde azul/ Planté un árbol/ De pronto es la noche.


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