VERANO EN ISLA ESMERALDA, 2000
Poemario de MARÍA EUGENIA GARAY
Ediciones TERRANOVA
Diseño de tapa: M.E. GARAY
Scanner: ARTE NUEVO
Armado: ALBERTO ROLÓN VILLALBA
Imprenta Salesiana
Asunción – Paraguay
Febrero del 2000 (358 páginas)
INDICE
PROLOGO
1. DESTINO
Brindo por la Vida
Destino
Sin Anunciarme
Ante tu Puerta:
I. Adagio
II. Vivace
Inevitablemente
Hubiera Querido
Todavía
Como si Nada
Teléfono
Convocándonos
Reafirmación
Indócil
Naipes marcados
Cuando Vuelva
Cuando Maduren los Mangos
Volver al Sur
Definición
Tiempo de Regreso
Miles de Soles
Sinfonía de Otoño:
I.- Impromptu
II.- Scherzo
III.- Allegro
Luna de Otoño
Retomar Caminos
II. VERANO EN ISLA ESMERALDA
Vuelvo de la Distancia
Verano
Parada Frente al Mar
La Casa en la Playa
Ángeles del Atardecer
Días de Isla Esmeralda
Rastros en la Playa
Padre Sol
Historias de la Playa
El Viento de la Isla
Castillos de Arena
Playa Desierta
Barco Pesquero
Antes de que anochezca
Cuando acaba el día
Sombras largas
Olas Marinas
Todo es Azul
Media Luna
Retazos de Sol
Ventana al Mar
Callejones Cotidianos
Con el Sol en la Piel
Mar y Cielo
Cantos Rodados
Huellas en la Arena
Cielo Gris
Llueve sobre la Isla
III. LAS MONTAÑAS AZULES
Llovizna
No es mía
Memorias
A Cielo Descubierto
Las Grutas y el Viento
Enredaderas
León de Piedra
Valles Rocosos
La Vieja Estación
Flores Imprevistas
Estrellas Altas
Algo en mí
PRÓLOGO
Las referencias geográficas concretas en este libro, si bien reales, no son sino excusas para los frecuentes viajes exploratorios de su autora, hacia adentro y hacia afuera de sí misma. Están las infaltables fantasías. La cabaña en las Montañas Azules del Estado de Virginia en las cercanías de Monticello, la residencia renacentista de Thomas Jefferson, la casa en la playa situada directamente sobre la orilla del mar.
Están los castillos en la arena, que por más que sean meticulosamente construidos, siguen siendo incapaces de sobrevivir la marea alta que cada noche desborda la playa.
La Isla Esmeralda en la costa atlántica de Carolina del Norte, es uno de esos inmensos bancos de arena arrancados al mar, adonde con cierta incongruencia, un antiguo faro puede aparecer en medio de la tierra, sin mares embravecidos de los cuales rescatar navegantes, y sin la densidad poblacional de otras playas donde la multitud de turistas que llega con la temporada estival, transforma inmediatamente el sitio en una caricatura de lugar de descanso; privándonos de la armonía y la serenidad, tan importantes para algunos de nosotros que disfrutamos de celebrar un encuentro con la naturaleza y, a la vez, con nosotros mismos.
En playas como estas, dejadas en su estado original como santuarios de vida silvestre se pueden ver delfines jugando a escasos metros de la costa, ciervos en libertad pastando en el bosque circundante, y disfrutar de la inmensa noche marina, plena de quietud adonde solo se escucha el murmullo del oleaje.
El maravilloso y siempre sorprendente descubrimiento de esas sencillas cosas cotidianas que la vida nos regala, y a las que no prestamos demasiada atención, de la mano de la autora adquieren una dimensión distinta, y así la redonda e insólita luna, la arena blanca, las magnéticas nubes, el brillo dorado del sol, el horizonte de mar y cielo, habitualmente anónimos e innombrados personajes en la película de nuestra vida, son revalorizados y en esta obra pasan a ocupar roles fundamentales.
En medio de la explosión de luz del verano, desde la curiosidad por explorar el entorno, la autora entra en contacto con su yo y desde allí se adentra al extenso territorio desconocido e inexplorado de sus voces interiores. El interrelacionamiento con los demás irá estrechamente ligado con lo que cada cual rescate, valorice y madure en su propia esencia. Desde el nivel de nuestra armonía recién podemos establecer una comunicación armónica con los otros. Quien no tiene paz, no puede brindarla; quien no siente amor, no puede darlo. La ecuación es simple, cada cual puede transmitir solo aquello que posee.
Rodeada de este paisaje bucólico, con el presentimiento de un retorno inminente, luego de varios años en el extranjero, se plasmó el poema "Volver al Sur", que analiza la eterna ambivalencia entre las raíces y la alta civilización, el confort, la comodidad física versus la familiaridad psíquica.
Y pera nuestras mentes mediterráneas, está siempre presente la majestad del mar. Una noche de tormenta en la Isla, mientras entre relámpagos y oleaje se divisaban a lo lejos los buques pesqueros, cuya pasmosa tranquilidad, es texto de un poema ("Barco Pesquero"). Los faroles temblaban más que los corazones de la tripulación ante el fenómeno estival. Esas frágiles naves, al final del día, no sólo sobreviven y se preparan para otra jornada, sino que además cosechan el fruto de sus esfuerzos. Un paralelismo con la vida.
Desde una lúcida ubicación en el presente, sin rebordes de romanticismo, ni falsas ilusiones, la escritora habla de un aquí y un ahora crudamente real, despojado de todo revestimiento lúdico. No obstante, y aún con esa certera y penetrante visión objetiva de la realidad circundante, del tiempo tan particular que nos toca vivir, donde todo parece convulsionarse, donde fácilmente las esperanzas naufragan ante los reveses, ella rescata la esencia del sentido de la vida. Siente que a veces pasan por el borde de la playa, Ángeles ("Ángeles del atardecer"), que no siempre nos escuchan, quizás porque los humanos ya no necesitamos ser escuchados, sino más bien, poner manos a la obra, y edificar nosotros mismos, ese mundo y esa vida que ambicionamos poseer. En el poema "Brindo por la vida" aflora contagiosa esa alegría de vivir, esa celebración del maravilloso milagro de existir.
Con la misma ductilidad con que describe situaciones actuales comunes, puede la autora guiarnos en un nostálgico y mágico viaje hacia el pasado. Allí la lírica se desborda como un riachuelo bajo la lluvia del verano, y abarca de par en par los azules confines del recuerdo. Podremos adentrarnos con ella en aquellos cerros lejanos, buscar guijarros en el arroyo cristalino, que antes de inventarse la polución corría monte adentro. Entonces, nos asaltan súbitos fantasmas amigables, historias de piratas o cantos de sirena que llegan con el viento. Pero ese pasado y sus arquetipos quiméricos, solo sirven de marco de referencia, para atrapar al lector, y transmitirle dudas, nostalgias, alegrías, en un crecimiento constante y progresivo de las alas del Ser, que llevamos adentro, ese Ser, enraizado con el ayer, nuestras raíces, nuestra historia y nuestros sentimientos, asentado en el hoy, y proyectando su vuelo sobre el futuro. Un futuro que empieza a construirse - a la medida de nuestros sueños- exactamente desde este instante.
I. DESTINO
BRINDO POR LA VIDA
Regreso hasta mi misma
y me reencuentro.
Y se van sucediendo
los años en un proceso inverso.
Me demoro en la luz de las mañanas
en los cielos abiertos de Diciembre,
me invade aquel aroma
a flor de coco,
y yo camino a solas
hacia adentro.
Recobro mi conciencia adormecida,
la extraña lucidez, de aquel que vuelve.
Y en medio de este espacio inaugurado
yo quiero proponerle a mi destino:
¡Un brindis por la Vida!
¡Por ella, la esencial, la milagrosa!
Por este fuego que insufló en mis venas,
por este soplo que moldeó mi cuerpo.
¡Un brindis por la Vida!
¡Por ella, la ritual, la prodigiosa!
Un brindis por el sol, o por las lágrimas.
Por los encuentros, o las despedidas.
Por los matices quietos del recuerdo.
Por el presente: sus esquivos bordes,
su estallido de luz, su colorido,
el aquí y el ahora que fuimos construyendo
ladrillo tras ladrillo.
Por el futuro: mago materializador
de nuestros sueños.
Por esta aceptación
de lo que somos,
con todos nuestros triunfos:
estandartes al viento
y con lo que aprendimos de errores
cometidos.
Por esta realidad: sus desafíos.
Por la paz y armonía que encontramos
buscando hacia el adentro
los caminos.
Por todo lo que fue,
o lo que no ha sido.
¡Un brindis por la Vida!
¡Por ella, que fluye desde el misterio,
majestuosa!
Por éste corazón que llevo dentro
donde anidan palabras,
germina la alegría,
y la perenne magia del AMOR,
definitivamente se impone
y me desborda.
DESTINO
Vuelvo a vos.
A tus brazos,
al esplendor de malva
en los lapachos.
Mis pasos me conducen
de nuevo hasta tu calle.
Después de tanto tiempo
y tanta ausencia
han cambiado las casas
y los árboles.
Sólo el viento
que sale a recibirme,
es el mismo de cálida nostalgia
que anida como entonces
formando remolinos de hojas secas
en las viejas veredas soñolientas,
desbordadas de historias ya contadas.
He esperado el regreso
sin saberlo,
así como la tierra
espera la llegada de la lluvia
después de una sequía prolongada.
Vuelvo a vos,
a tus brazos,
a esa inverosímil alegría
que cuando estoy contigo
nace de entre las cosas cotidianas.
Vuelvo a vos.
Esperando revertir los recuerdos,
abarcar lo imposible,
y tejer constelaciones
que diluyan penumbras
e impregnen las paredes
de la casa.
Aprendí de la luna,
a inventarle
algún brillo fugaz
a cada noche.
Dibujar con su luz
espejismos
sobre la piel del alma.
Mientras al borde de tu balcón
crecen los cerros,
y una canción lejana
se escucha con la brisa
que llega de la playa
solitaria.
SIN ANUNCIARME
Las piedras del camino
irán reconociendo
el roce de mis pasos.
Yo llevaré un vestido
mecido por la brisa,
collar de caracoles,
y algún ramo de flores
silvestres y amarillas
cortadas al descuido
del borde de los bosques
por donde voy pasando.
Diciembre, alto en el cielo
madurará los mangos,
cantará en los aleros
se enredará a mi pelo.
Y el viento de los cerros
dirá que estoy llegando.
Crecerá del arroyo
la luna
hacia lo alto.
Resplandeciente, mágica,
alumbrará los campos
me marcará el sendero,
brillará sobre el lago,
se acunará en el tiempo.
Y esa luna del Sur,
dirá que estoy llegando.
Y esa luna del Sur,
me irá reconociendo
en la medida exacta
que retornan mis pasos.
Vuelvo al cielo de estío,
al remanso del río,
al rumor de la lluvia,
al verdor de los pastos.
Recobro mis vestigios,
mis ancestros, mi canto.
Los lapachos se pintan
de violeta a mi lado.
Mariposas azules
y aroma de naranjos
sentirán mi presencia
dirán que estoy llegando.
La voz de la cigarra
prendida de los árboles,
pregonará mi vuelta
con ese ronco canto.
Y yo,
sin anunciarme
recobraré mi espacio.
Después de tanta ausencia
habitaré en los mangos.
Me empaparé de Sur
de pacholí y naranjos.
Con la esperanza intacta
diré que estoy llegando,
en los ojos verdades
para sembrar mi espacio,
esta vez sin quimeras
tan solo con mis brazos.
ANTE TU PUERTA
I. ADAGIO
Parada ante tu puerta,
te digo simplemente
que regreso.
Busqué la Cruz del Sur
en otras geografías
ahora distantes.
Aprendí las señales
de las constelaciones.
Traspasé el lado oscuro
del recuerdo.
Y de los cuatro puntos cardinales
obtuve certidumbres y canciones.
Me orienté con el brillo
de alguna vieja demorada estrella,
cuya luz familiar
me fue alumbrando
disipando jirones de niebla
en mis contornos.
Detrás, siempre detrás
de ese horizonte tan inalcanzable,
tan tercamente esquivo
tan sutil, tan lejano, tan remoto.
Sintiendo
casi al borde de las manos
el roce de tu piel
y mi retorno.
II. VIVACE
Seguí el rastro misterioso
del destino,
la voz irrenunciable
que me habla desde dentro,
el brillo inusitado de las siestas,
vestigios de mis huellas en la lluvia,
la brisa polvorienta del destiempo.
Y así me fui orientando
desplegando mis velas en el viento.
Descifrando el enigma de mis sueños.
Compartiendo
con la luz de la luna
el denso bosque azul
de los recuerdos.
Atisbando senderos
de imposibles presagios.
En camino hacia el Sur
hacia los cerros,
donde siempre rituales
en esplendor de rosa y amarillo,
florecen cada octubre
los lapachos.
Y desde aquel
atemporal Setiembre,
de inabarcados límites de tiempo,
las flores nos invaden
así sin consultarnos,
y sin permisos previos,
el corazón, las manos,
los muros de la casa
y los espejos.
Parada ante tu puerta
te digo simplemente
que regreso,
convocando la magia
de estar vivos, amarnos,
empaparnos de asombro,
sentir como la piel
cuando nos abrazamos,
palmo a palmo
nos va reconociendo.
INEVITABLEMENTE
Y hoy
me llego hasta vos
gastada por la vida.
Con un vestido ajado
después de mil batallas.
Tenaz sobreviviente
de anónimos naufragios.
Con los labios resecos,
huérfanos de plegarias.
La esperanza en jirones,
banderas recobradas
danzando con el viento
del otoño en las ramas,
su vaivén de hojas secas
su desnudez sin máscaras.
Y no sé,
si extenderte los brazos
y pegarme a tu piel,
crecerme enredadera
de tu lecho en penumbras
mientras la noche avanza.
Y no sé,
si ignorar ese aire de distancia
que pone el corazón
cuando se siente acorralado
y calla.
Y no sé,
si reír ante esta incertidumbre,
o llorar simplemente
cuando sin calendarios
me encuentre en tu mirada.
Parada frente a vos
después de todos estos largos años,
saber que se disipa el desencuentro.
Sentir desvanecerse
por milagro
estos días construidos
sin bordes ni ventanas.
En un solo minuto
y así la vida cambia.
De pronto la alegría
se vuelve cotidiana,
se estrenan los misterios,
se reinaugura el alma.
Y de golpe la luna
(curiosa, vagabunda)
sin que nadie la invite
se asoma a la baranda.
HUBIERA QUERIDO
Hubiera querido
presentarme ante vos
como la más hermosa.
Con un vestido tenue
plateado por la luna,
en un atardecer
de luciérnagas blancas.
El lago centelleando
a nuestros pies,
los leños encendidos
en la hoguera,
y música de piano
(por si acaso)
a prudente distancia.
Luz, cámara y acción.
La sonrisa perfecta,
un hermoso final
para una historia
de desamor tan larga.
Pero de esta manera
no se dieron las cosas.
Y hoy, si llego hasta vos,
no estrenaré un vestido
de luciérnagas blancas.
Voy a llevar tan solo
mis gastadas banderas cotidianas
rescatadas de umbrales
de oscuras madrugadas.
El alma huraña,
de tanto guarecerse
a la intemperie.
Y algún sol demorado,
vestigio del verano compartido
prendido así al descuido
en la mirada.
Podré llevar acaso,
el intacto recuerdo
deseado de tu boca.
Restos de tus caricias
en mi piel,
y una tarde lluviosa
en la Ciudad Perdida.
Podré encender también
el fuego primigenio del deseo.
Desbordar tus hogueras torrenciales.
Recuperar entonces
el corazón,
que estaba anclado
desde hace mucho tiempo
en el profundo puerto
de tus brazos.
TODAVIA
Todavía no es tarde.
Como quien dice
no es demasiado tarde.
A pesar de este crepúsculo
que está cayendo abruptamente
sobre el patio.
Mientras los chicos juegan
ajenos a mis dudas
allá afuera,
bajo su frágil luz
que a tientas
se sostiene.
Me ubico casualmente,
bien cerca del teléfono.
Por si acaso llamaras
o te llamo,
en duda metafísica constante.
El ajado dintel de la ventana
impasible me observa
repleto de gastadas trasnochadas.
Y yo aquí,
acumulando historias repetidas.
Coleccionando
posibles dichas
extramuros.
Espantando silencios
con la mano.
Sin resignarme a perder
el hábito de buscarte.
Hábito irreflexivo y cotidiano.
Vieja costumbre
perfectamente inútil.
A veces pienso
que es casi como querer
poder poner el sol,
todo el brillo del sol
dentro de un frasco.
II. VERANO EN ISLA ESMERALDA
VUELVO DE LA DISTANCIA
Vuelvo de la distancia,
traigo recuerdos
del viento de la isla
y huellas del amor
sobre mis playas.
Sé que voy a encontrar
navegando en tu piel,
la exacta dimensión
para mis ansias.
Vuelvo de la distancia
llegar, dudar,
no saber si buscarte
u olvidarte.
Traigo como estandartes
jirones de banderas
desgastadas.
Y ante vos,
ya sé que soy
como el agua dormida
de un lago solitario
que despierta de pronto
al resplandor ritual
de las estrellas.
Y presentarme así:
de pié en el viento
con estos desteñidos estandartes
gastados de batallas,
con esta inverosímil esperanza
que como luna crece
desde el cauce secreto
de mi sangre.
Después de tanto andar
caminos paralelos,
vengo con un vestido
ajado de destiempos.
Transformada, distinta,
renacida,
a buscar otro cielo
desbordado de estrellas,
otro jardín Secreto
otro lenguaje,
para tejer al borde
de nuevas madrugadas
una historia distinta
abrazada
a tu pecho cotidiano.
VERANO
Y ahora,
podría ser éste el último verano.
O el primero.
Para engarzar las cuentas,
para rearmar la trama,
para redescubrir la piel
debajo de la blusa,
y escuchar otra vez
al corazón,
allá adentro en el pecho.
Al corazón que estuvo silencioso
tantos años,
latiendo su esperanza
callado en el destiempo.
Y ahora
que pensé
que en su sitio ya no estaba,
lo siento agazapado
como un tigre al acecho.
Está presto a saltar
sobre el verano,
sin importarle mucho
si es el último verano que le queda,
o si tal vez, quizás,
este verano
sea para sus ansias:
el primero.
PARADA FRENTE AL MAR
Parada de pié
frente al mar inmenso
veo como las olas
vienen y se van
hamacándose en brazos
del viento.
Convoco la luna,
por encantamiento.
Así ella aparece
hermosa, rotunda
desde el epicentro azul
del Océano.
Conjura las sombras
hechiza lo incierto
encendiendo hogueras
de luz en el cielo.
Deslumbrante luna,
corazón al viento
mis manos se obstinan
en arrebatar
nuevas Profecías
a los Dioses quietos.
Mientras mi insaciable
sed de trascendencia
me obliga a seguir
los secretos signos
los presentimientos
buscando vestigios
de este ser que somos
más allá del tiempo.
El pulso que urge
a restablecer
en mí los resquicios
de todos mis rostros
de todas mis vidas,
de mis muchos nombres
mis muchos secretos.
De este innumerable
percibir que estamos
en perenne búsqueda
caminando a tientas
por el Universo.
De ese itinerario
desde las estrellas
que aún no sé por qué
yo vengo siguiendo.
Desde las estrellas
donde no hay orillas
márgenes o puertos.
Donde no hay confines
ni respuestas ciertas
ni mapa de rutas
ni símbolos ciertos
que por fin expliquen
de dónde venirnos
que por fin develen
los viejos misterios.
LA CASA EN LA PLAYA
Al caer la oscuridad
todo cambia.
La playa va quedándose desierta.
Yo me siento en el muelle de madera
justo cuando oscurece,
y allí comienza a aparecer
una luna irreal, redonda y roja,
que emerge,
naciendo lentamente
desde el agua.
El negro cielo inmenso
se puebla con estrellas infinitas
que titilan su luz
como esperanzas.
A esa hora,
los chicos salen a buscar cangrejos,
a correr por la arena
que se anochece en sombras
muy cerca de la casa.
Muy lejos en el mar
se ven las luces
de algún barco pesquero
que empieza a trabajar
otra jornada.
El viento sopla constante
desde el agua.
Trae sal y magia y cuentos de verano.
A veces trae también el eco
de las voces alegres de los niños
que corren por la orilla
entre la espuma de las grandes olas,
que vienen a morir
sobre la playa.
Momentos.
La vida es un mosaico de momentos.
Fugaces,
que se escurren
igual que fina arena de las manos.
Ciertas veces felices,
como ahora.
Con el viento en los ojos
con el mar en las venas
con el sol en la piel.
Con esos dos pequeños
para mí tan amados,
corriendo tras la brisa
persiguiendo algún sueño.
Bajo esta luna inmensa
que irreal
nos acompaña.
Dejando sin saberlo
la marca de sus huellas
en la gastada arena
de mis playas.
ÁNGELES DEL ATARDECER
Los Ángeles del Crepúsculo
caminan por la playa solitaria.
Translúcidos, ingrávidos,
pisan la orilla de la espuma blanca.
Apago los faroles del muelle
y me siento bajo la sombra
del corredor,
a contemplarlos.
A veces los llamo,
pero van tan ensimismados
que no contestan.
Otras los sigo
pero pronto los pierdo.
Quedan rastros de sus huellas
en el viento.
Quedan reflejos de sus alas
en el resplandor del agua.
O se adivinan
sus siluetas tenues
espejadas de luz
sobre los caracoles
que entre la lejanía
y la arena,
se desbandan.
Su perfume se entrelaza
al pasto de la playa.
La brisa marina arrastra hasta mí
el eco de sus voces.
Pero ellos distantes
no escuchan mis palabras.
Son los Ángeles que bajan
cuando atardece.
Brillan con las últimas luces
del ocaso.
algunas, algunas veces,
cazan el borde de nuestros sueños
y nos regalan a cambio
un bosque encendido
de luciérnagas.
DÍAS DE ISLA ESMERALDA
Ahora que ya cae la tarde,
el sol,
parece un invitado de destiempo.
Insolente y burlón,
sabiendo que su luz nos hipnotiza
se queda suspendido en el poniente
tratando de inventarnos un crepúsculo.
Mago malabarista, experto en resplandores
y fuegos de artificio, pinta el cielo de rosa
de violeta, naranja y amarillo.
El sabe que es el dueño del verano,
por eso es que rotundo, indiscutible,
hoy se niega a marcharse
de este sitio.
Sentada en el corredor de la casa
miro el mar.
Surge la espuma blanca
allá en el horizonte.
Se arremolina en la cresta
de las pequeñas olas
que llegan, con un vaivén eterno
a romper en la playa.
Nacen, se encrespan,
se rompen, besan la arena,
la arrastran
en una sinfonía de peces y de espuma,
luego el mar se las lleva de nuevo
a sus profundidades misteriosas
a esa desconocida latitud
del océano.
El agua
es de cristal azul
en esta orilla.
A veces un pececillo
hecho de plata y nácar
se queda rezagado.
Los pequeños lo atrapan con sus manos,
el pez se les resbala
y nada mar adentro.
Ciertas noches me piden
que les baje la luna,
que como un globo rojo
emerge majestuosa
desde el borde del agua.
Yo aguardo que aparezca
sobre el muelle ya en sombras
e incrédula contemplo
su hermosura.
Espuma blanca, arena dorada,
inmenso mar azul de Isla Esmeralda.
Días de cielo radiante
sol y risas en el patio de la casa
que es uno con la arena
dorada de la playa.
Mañanas encendidas de luz,
atardeceres de gaviotas pálidas.
Niños tratando
de trasladar todo el caudal del mar
a un pequeño pozo excavado por ellos
sobre la arena blanda,
de pescar peces sólo con las manos.
Y de cazar esas estrellas mágicas
que flotan cada noche
sobre el incomparable azul del agua.
RASTROS EN LA PLAYA
Camino la arena
blanca de la playa.
Quedan los vestigios
de mis pies descalzos
dejando en relieve
pequeños contornos
al borde del agua.
Estas huellas hablan
de antiguos presagios,
de historias fugaces,
luna encandilada
de rumor de pájaros
con nostalgia de alas.
El alma se asoma
al ver estas playas,
recuenta misterios
y un regusto a infancia
desde la salobre latitud marina,
diáfana, incorpórea,
puebla la distancia.
Historias prendidas
al ciclo del viento,
que arrastra las olas
y navega barcas.
Regresé a mí misma:
perdí las amarras.
Fui dejando atrás
naufragios, murallas,
desencuentros, dudas,
un puerto sin muelles,
un muelle sin cielo,
un cielo sin ansias.
Un itinerario
carente de magia.
Huellas en la arena,
pies sobre la playa,
cuanto más ligera
de equipaje vaya,
más tercas me brotan
indómitas alas.
PADRE SOL
Sumergirme en el sol.
Dejarme ir dulcemente
a sus profundidades.
Al recóndito núcleo
de fuego que lo nutre.
Llegar
a la fuente primigenia
de la vida,
acariciar mi piel
con su calor,
sentir como lenguas de fuego
sus rayos penetrar en cada célula.
Su cálida corriente
navegar por mis venas,
nutrir la savia
que late en mi pulso.
Hacedor de la luz,
estrella primordial y cotidiana.
Milagro bendecido cada día,
canto eterno a la vida.
Padre germinal de todas las simientes,
dador de los veranos.
Y en cada gota de agua:
deslumbrarnos,
al ver al mismo sol
reproducido.
Miles de gotas
y allí miles de soles.
Iguales, luminosos, repetidos,
y sin embargo, saber,
que brillando en lo alto
el sol es sólo uno,
allá fuera del tiempo
redondo, gigantesco e infinito.
Resplandor esperado
en el invierno.
Pintor de frutas frescas
y hojas verdes.
Padre, simiente y canto,
Señor de pura luz,
origen de la vida.
Volver al sol,
ser parte del prodigio
y arderme en la intemperie
de sus rayos,
en abrazo ritual y reincidido.
Médula de estaciones.
Puerto de luz
cuya memoria sueña la mañana.
Efigie que se yergue
con faz de llama ardiente
sobre todas las cosas,
desde el origen mismo
de los siglos.
HISTORIAS DE LA PLAYA
Anoche
ya tarde,
me despertó la fuerza
del viento,
que oscuro iba llegando
de la playa.
Traía historias antiguas
de sirenas que cantaban
con voces embrujadas,
de barcos que encallaron
allá en los arrecifes.
De feroces piratas
que asolaban
los pueblos de la costa,
y las naves cargadas de tesoros
que osaban navegar
por estas aguas.
Traía el sabor
de antorchas encendidas,
de cuevas, fortalezas y torreones.
Se escuchaban los gritos
de un naufragio
mezclado al retumbar
de los cañones.
La voz del viento
hablaba con nostalgia
de tiempos ya perdidos,
y arreciaba su fuerza
de viajero sonámbulo
agitando las olas
allá abajo
en la playa.
III. LAS MONTAÑAS AZULES
LLOVIZNA
Y ahora aquí
en esta tarde de bordes azulosos
con finales de mayo en sus costados,
mirando la quieta inmensidad
de las Montañas Azules de Virginia,
me sumerjo dentro
de este horizonte incomparable
de colinas y cerros.
De montes que se entrelazan
allá en la lejanía,
rodeando los contornos
de este valle
con un abrazo inmenso.
Mientras la pequeña llovizna
danza en el parabrisas,
lava el añoso bosque
profundamente verde
de pinos y de abetos.
En medio de la bruma
un tren pasa a lo lejos.
Sus luces encendidas
son lo único que brilla,
serpenteando en los cerros.
La lluvia continúa
con su lenguaje quedo.
Y va cayendo lenta
por esas viejas, intransitadas,
calles de los recuerdos.
NO ES MÍA
Reescribir
una y otra vez
estos poemas,
para que su nostalgia
no me invada.
No es mía esta tristeza
que viene de la lluvia.
No es mío este resabio
de presagios pasados.
Tienen la culpa
esas montañas
inmensamente azules.
Esta quietud serena
que abarca el horizonte.
Y esta piel,
que casualmente es mi piel,
que tiene hambre insaciable
de respuestas.
De respuestas que acallen
esta necesidad vital
de trascendencia.
Este camino abierto
de pronto a la ternura.
Este estar
y a la vez también no estar en mí
cuando siento tu abrazo.
Nostalgia permanente de tu voz
que inventa espacios nuevos sin rutina.
Reconocer tus manos
en mi espalda,
inaugurando un puerto sin orillas.
El sonido inquietante de tus pasos
exactos a mis veredas encendidas.
Este obstinado andar buscándonos
sin importar distancias ni falsas profecías.
Esta costumbre innata de querernos
instalada en mitad de nuestras vidas.
Por eso esta tristeza
que trae la llovizna,
yo digo que no es mía.
Esta melancolía impertinente,
que me cubre de malva
y se florece en mi
sin que yo se lo pida.
Así como Setiembre, deslumbrante,
se enreda rosa y lila
a los lapachos
llenándolos de súbito
con flores imprevistas.
MEMORIAS
No es un sitio el que extraño,
es otro tiempo.
Cuando yo era distinta
y un duende me habitaba
pintándome de verde
los ojos
desde adentro.
Llevaba la alegría
como guitarra al viento.
El sol era mi cómplice,
sabía mis secretos.
Con él inspeccionaba
la hondura del arroyo,
la altura del guayabo,
la magia de los cerros.
Los árboles del patio
desbordaban sus pájaros
sobre un verano eterno.
Descubrí que a los mangos
la luna se bajaba.
Que la noche llegaba
de la mano del viento.
Que el viento entre las uvas
anidaba.
Que más allá del puente de madera
la arena del arroyo
era más blanca.
Que las estrellas sólo se encendían
desde un vital concierto
de grillos y de ranas.
Que entre flores de caña
nacían las luciérnagas.
Que las cigarras podían
dejar atrás la piel
y conservar el alma.
Y creo que alguna vez
logré atrapar estrellas distraídas
que estaban espejadas
sobre el agua.
No es un sitio el que extraño
sino esa sensación
de poder abarcar
el mundo con mis brazos.
Los sueños con mis manos,
ser cómplice del sol
duende atrás de la luna,
y tener el corazón
al borde de las manos
repleto de alegrías y de sueños.
A CIELO DESCUBIERTO
Y ahora aquí
yo descubro un tiempo paralelo.
Hay un ayer lejano, transcurrido.
Hay un ayer de adioses
y de sueños vacantes,
de alegrías extraviadas,
de esfinges de silencio,
de batallas ganadas
derrotas y recuentos.
Un ayer de plegarias pronunciadas,
en alta voz,
con un fervor profundo,
a cielo descubierto.
Un devenir de días y de noches,
que a mí no me arrebatan
imágenes, memorias, ni deseos.
No hubo cárcel que encierre
mi corazón de viento.
Los duendes que me habitan
siguen tratando de atrapar
la luna,
desde ese espacio mágico que tengo.
Desde esa dimensión desconocida
en que bifurca el tiempo.
Un tiempo que transcurre
según pasan los años.
Y el otro que no pasa
que permanece idéntico
luminoso, impasible,
donde no existen penas,
ni límites inciertos,
un sitio atemporal
donde yo soy la misma
que estuvo en mil estrellas,
que vivió mil historias,
que vivenció experiencias
que tal vez no recuerdo.
Plenitud, llamarada,
dominio de lo eterno,
claridad infinita,
que me puebla por dentro.
LAS GRUTAS Y EL VIENTO
Las Montañas Azules
circundan el paisaje.
Se yerguen a lo largo
de todo el horizonte,
inmensamente hermosas,
serenas, majestuosas,
eternamente quietas
mirándonos insomnes.
Abajo,
hay pequeños manchones
de casitas irreales
salpicando los valles.
Surge un frescor de pinos
por donde pasa el viento
buscando ocultas grutas
detrás de la espesura.
Rumor entre el follaje
donde cambian las aves
su canto por la luna.
Yo cierro la ventana
a la brisa nocturna
me vuelvo hacia tus ojos
me encuentro en tus señales
vislumbro mis reflejos
ardiendo en tus pupilas
Y casi igual que el viento
que busca oscuras grutas
yo me busco en tu piel,
intacta geografía,
me reencuentro en tus manos,
me inauguro en tu risa.
Soy tu pan, soy tu agua,
soy viga que sustenta,
soy moldeable arcilla
soy principio y final
aire, playa, colina.
El puerto adonde anclan
tus naves,
después de tanto andar
buscando desde siempre
sin que tú lo supieras,
mi voz y mis orillas.
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