LOS EXILIADOS
Novela de GABRIEL CASACCIA
Colección Homenaje, 5
© Herederos de Gabriel Casaccia.
Editorial El Lector,
Espacio web: www.ellector.com.py
Director editorial: Pablo León Burián,
Coordinador editorial: Bernardo Neri Fariña,
Guía de trabajo: Nelson Aguilera,
Introducción: Josefina Plá,
Diseño de portada: Marcos Condoretty
Asunción-Paraguay, 2007
Desde luego, se vive por dos o tres cosas,
o para dos o tres cosas.
Me parece que soy un pobre sentimental,
o más bien un hombre de dos o tres sensaciones,
de dos o tres recuerdos.
Ni siquiera creo que soy un ser de razonamiento ni sentimiento,
sino un ser que tiene cuatro sensaciones adheridas permanentemente,
tenazmente a la piel,
y ese moho no desaparece ni envejece por más que pasen los años.
Esta nostalgia que me hace doler el alma,
la experimento cada vez que vuelvo del Paraguay.
GABRIEL CASACCIA
GABRIEL CASACCIA EN "LOS EXILIADOS"
BIOGRAFÍA
La vida de Benigno Gabriel Casaccia Bibolini -1907-1981- es la de un ciudadano que sirvió a su patria en la emergencia; un profesional probo y un escritor consecuente cuya obra honra a la literatura nacional. En un hogar ejemplar halló atmósfera propicia, amparo perfecto para su labor. No fue hombre de tertulias o cenáculos, de frecuentaciones numerosas o fáciles; .aunque fue siempre amigo humanísimo, acogedor y afable; y en sus cartas escritas en ascética hosca de espiritual claridad se volcó sin dobleces y sin vacilaciones, sin falsa modestia.
Si su mundo creativo fue rico, ello fue por el don propio del escritor nato, de descubrir en hombres y hechos facetas ocultas. Fue en efecto observador concentrado e independiente, obstinado y lúcido de aspectos humanos inmediatos que le tocaban y lastimaban simplemente por eso: porque eran humanos. Y sólo reacciona ante lo humano quien tal se siente, profundamente. Fue amigo leal y tuvo amigos fieles -quizá la más difícil de las obras-. Y quien lea sus libros con espíritu abierto, sentirá, a través de la crudeza aparente de ciertos diseños, palpitar el propósito entrañable de hacer comprender cómo la máscara de la fealdad moral encubre en el Hombre la mueca desesperada de la soledad.
RECUENTO DE SU OBRA
La actividad literaria formal de Casaccia se inicia apenas cumplidos los 22 años con la publicación de HOMBRES, MUJERES Y FANTOCHES (1930) su primera novela, en la cual, al lado de inevitables reminiscencias se percibe la garra del narrador, en el sentido estructural y en los rasgos de observación psicológica.
En 1932 y acusando el impacto de Valle Inclán, con cuya visión irónica se dan en la de Casaccia ciertas afinidades, publica una pieza de teatro, EL BANDOLERO, que en algunos aspectos permanece solitaria dentro de nuestra literatura teatral. Pero no reincidió en esta línea. En 1938 publica EL GUAJHU, serie de cuentos con los que se inicia la acción despejante de tópicos en nuestra narrativa. Siguen MARIO PAREDA (1940) y EL POZO (1947) en los cuales utiliza Casaccia elementos narrativos que, instrumentados por su espíritu de observación y orientados hacia la profundización psico-social, hacen vértice en LA BABOSA (1952). Esta novela forma parte de la trilogía que por esa fecha inaugura la era de la narrativa paraguaya moderna (1) y también la etapa de madurez en su obra (2). Siguen a LA BABOSA (1952), a bastante distancia, LA LLAGA (1963), LOS EXILIADOS (1966), LOS HEREDEROS (1974), y LOS HUERTAS (1982: póstuma, ésta).
A esta lista hay que añadir algunos cuentos publicados en diversas fechas en diarios o revistas nacionales y extranjeros: EL HOMBRE DE LAS TRES A, LA FUGA, EL SECRETO DE LAS HERMANAS FRANCO, y algún otro.
La novela que aquí ofrece su primera edición paraguaya, es, pues, la quinta de Casaccia; la octava en la serie de sus obras. (Un volumen de cartas, compilado después de su fallecimiento, completa su bibliografía édita en volumen).
ANTECEDENTES
LOS EXILIADOS fue primer premio en el concurso de 1966 de Primera Plana de Buenos Aires; antes, en 1965, había sido ya reñido finalista en el importante concurso de la Seix Barral de Barcelona. Es, entre las obras de Casaccia, la que -si nos atenemos a estos detalles- y junto con LA LLAGA, laureada con el Premio Kraft, reúne mayores títulos a la atención imantable por literarias distinciones.
Dentro otra vez, de la lenta evolución de la obra de Casaccia (diez obras en cincuenta años) LOS EXILIADOS son la tercera en la etapa que Francisco E. Feito llama de la madurez (3): aquella en la cual hacen confluencia los senderos recorridos por el autor en sus obras anteriores, hasta dar con su «camino real».
A pesar de lo anotado al comienzo acerca de las distinciones de que ha sido objeto esta novela, y a pesar de los comentarios o críticas sobre ella, o de trabajos más detenidos sobre la obra total (4) en el exterior, LOS EXILIADOS no es de las novelas que figuran en lugar preferencial en nuestra literatura aunque tampoco atrajo los impactos violentos que fueron privilegio de otras obras anteriores o posteriores. Casi podría decirse que localmente se ha pasado siempre un poco de largo sobre ella dejando a la crítica extranjera destacar sus indiscutibles valores.
ESCENARIO Y ARGUMENTO
De todas las novelas de Casaccia, ésta es la única que transcurre fuera del país. El escenario aparente es la fronteriza ciudad argentina de Posadas. Debido a la circunstancia de referirse la novela casi exclusivamente a personajes paraguayos ella debería no obstante reivindicarse como “espacio novelístico” paraguayo. Pero los exiliados se crean en ella su propio mundo; un rezago del “oré” (Nosotros, lo nuestro, con carácter categóricamente excluyente.), ancestral parece presidir a su círculo y atmósfera; y así Posadas se convierte un poco en un lugar abstracto, mero punto de referencia para los encuentros físicos.
Casaccia estuvo radicado en Posadas durante algunos años, ejerciendo la abogacía. Allí tuvo oportunidad de conocer a compatriotas exiliados y recogió observaciones que más tarde –mucho más tarde- habrían de fraguar en esta novela.
Solo la anchura del río -uno de los más caudalosos del mundo-, pero no tanto que no permita divisar claramente los detalles entrañables del prohibido paisaje de la otra orilla- separa a estos hombres de «la tierra pérdida». Y la presencia constante, inesquivable, de esa distancia mínima, vuelta inconmensurable por lo imposible, es lo que obrando obsesivo, consciente o no, sobre la psiquis, impone al relato su dimensión existencia.
Ahora bien, si argumento supone una sucesión cerrada de acontecimientos concretos, ligados lógicamente por su acción confluente, aunque no lo estén todos en su origen, y justificándose en el final, el argumento en esta obra no existe. Puede decirse que adopta la forma de un friso: es decir, hay una yuxtaposición o una secuencia de hechos, que no hacen engranaje, y ni siquiera vértice concreto. Una suma de actos que se desarrollan, paradójicamente, a partir de un origen común, en una serie de conductas individuales, isócronas. La fuerza de esa construcción radica, no en la lógica, sino en la manera irracional en esas conductas germinalmente unificadas, que diseñan esquemas semejantes y girando sobre sí mismas, crean un espacio narrativo común que podría hallar su gráfico en una serie de círculos concéntricos.
LA INTRIGA
Ampliando lo ya dicho respecto al argumento: los cambios de situación, y con éstos, las ocasiones que el personaje tiene de virar psicológicamente, son escasos: las secuencias fluyen yuxtapuestas más bien que imbricadas. Los personajes se diseñan inmovilizados, cercenados a la acción concreta; inacción y pobreza condicionan su vida vacía: un vacío que intentan inútilmente rellenar con la viruta de las charlas intrascendentes, con los juegos de baraja, la mitificación del pasado, los proyectos fantásticos, la bebida y la frecuentación del antro de La Polaca. De vez en cuando una discusión, una aventurilla sórdida propia o ajena que parece darles la sensación de vivir. Al cabo, un robo; el asesinato de un personaje paraguayo llegado a Posadas -hazaña individual y deschavetada-. Y la novela termina donde parece que podría haber empezado; porque el exiliado encerrado cada uno en su propia órbita, no la puede ya evadir. La frustración es el denominador común de esta grey, y el fantasmal debatirse en ella configura globalmente a modo de un octavo círculo dantesco.
Como consecuencia, no existe en la obra ese trenzado múltiple que se llama intriga. Como dice Feito, ya citado: «La intriga pierde significado y pasa a predominar la energía del espíritu». Y se explica otra vez por qué el escenario sólo indispensable como mera referencia: «el espacio se desvanece al dirigirse hacia adentro».
Pero a pesar de ello se impone una inescapable unidad envolvente que nos penetra como un relente. La intriga es sustituida por la presencia de esa situación colectiva; ella ejerce su acción sobre los individuos, y de la actuación de éstos recibe el fluido para recargar sus baterías.
LOS PERSONAJES
Los personajes son numerosos; esencialmente, exiliados todos, menos alguno en tránsito, pero como se puede deducir de lo antes apuntado, lo importante no es lo que sucede a cada uno; es lo que «les pasa a todos juntos» aunque a la vez, separadamente; pues si bien hay coincidencia no hay solidaridad. Ciertamente sería inútil buscar en ellos esa solidaridad que eventualmente habría llevado a un argumento y a una intriga. Son solidarios sólo en cuanto copias, cada uno, de los otros, como lo son de sí mismos, en el girar de los días.
Son unos veinte personajes cuyo punto de reunión es principalmente el prostíbulo de La Polaca, donde se juntan exiliados políticos y mujeres exiliadas de «motu propio» en pos de ambiente para su oficio. Este es el centro donde la nostalgia, el hastío, la deriva en la circunstancia, congrega a los desterrados imantándolos como polillas en tomo a una harinosa lámpara. Algunos personajes se mantienen aparentemente un poco al margen de este convivio «picarescotriste»: el Doctor Gamarra, su mujer y su hija: Gilberto y Constancia (ésta conectará luego con ese ambiente). Aparentemente, sólo, porque en una forma u otra se ven de pronto en contacto con los demás; y a través de Leoní, el hijo del Doctor Gamarra, este mundo aparte y paralelo conecta con el de La Polaca; y con el de Gilberto y Constancia, sin saberlo aquél, a través de exiliados como Zavala,
El reloj que preside a estas vidas en suma, está detenido. En el sueño magnificado cada día, y cada día cancelado, el exiliado persigue el minutero que señalaría el momento de su salida de la piel de la patria, de su entrada desnudo en este mundo al cual no pertenece y que es el único que tendrá ya. Pero ese minutero gira en una esfera en la cual el horario está borrado.
Los exiliados, serie humana de caracteres, capacidades, intereses, y secretos anhelos, diversos pero coincidentes, han perdido su raíz en la realidad, flotan en un espacio inconcreto donde, como en el aire, las nubes cambian constantemente de forma.
El claroscuro goyesco de las obras de Valle Inclán leídas por Casaccia Y cuya huella, que sellaba visiblemente la forma en EL BANDOLERO, ha abandonado desde EL GUAJHU primero, desde LA BABOSA luego, la preocupación barroca estetizante para perseguir la mueca desnuda, una ascendencia caprichosa, un matiz goyesco, en el cual no hemos de ver una secuencia, sino como ya se insinuó, una similitud o hermandad en la óptica de hechos y gentes: esa instantánea, leve, pero efectiva distorsión de perfiles acompaña a Casaccia desde «El Tropiezo de Felipa» y «El Mayor» de EL GUAJHU, hasta el final, autenticando así su raíz temperamental. En los personajes de Casaccia, desvanecida la burla, queda la tristeza.
EL PROTAGONISTA
Se comprende perfectamente que LOS EXILIADOS no tengan tampoco protagonista, ya que cada personaje posee su propio eje y su propia órbita; aunque sea parte de un sistema gravitatorio que los arrastra a todos, y los inserta en un espacio inevadible, que no es ya el de ese rincón de territorio ajeno, porque al intentar evadirlo sólo consigue trasladarlo a su interior, y los aísla en una «temporalidad» señalada por Feito, sumergidos en la cual los personajes inertes son arrastrados a la deriva por la riada secreta pero brutalmente efectiva de la historia.
«El único escape -sigue Feito- es la fantasía» y el resultado, la mitificación que cada uno hace de su situación personal, coincidente en el vértice del origen -ya que no en un designio o meta- inexistente, de la situación común. Los propósitos, siempre en subjuntivo, caen todos como los cuerpos en el vacío, en todos los de Graciela, y hasta de las pobres pupilas de Valentina, que las del Doctor Gamarra, o el empecatado Gilberto; y por supuesto, los otros exiliados; a pesar de los expresionísticos planos en que a estos definen.
El “maternalismo” o mejor «matriarcalismo» excesivo de Etelvina, es un resto del relente característico, no agotado, de viejas generaciones. Sus reacciones pertenecen al acervo universal femenino, fruto de la educación puritana, dogmática que hacía y aún hace, de valores «de clase» subalternos o ficticios, verdaderas latrias; que ordenaba y exigía mantener el prestigio familiar o personal a costa de todo: de la verdad y de la justicia inclusive; y que en esos cultos fanáticos revertía su resentimiento por la represión impuesta como castigo original. Agudamente observadas a la luz del psicoanálisis, están los procesos en las descoyuntadas relaciones de Valentina con Leoní, a las más complejas y turbias entre Constancia y Gilberto.
Con Graciela y con Constancia -ésta conocida desde LA LLAGA- aparece aquí la mujer que busca a manotazos ella también, dejando por el camino pedazos de sí misma, su identidad, extraviada en el tembladeral donde amenazan ahogarla el instinto, la rebeldía, la sed de libertad, el sentimiento de culpa.
Son los personajes femeninos los que ponen en movimiento, voluntariamente o no, los resortes de la acción o la pasión manifestadas en ocasional espasmo. Aquello que alimenta sus tanteos volitivos, sus coreicos accesos rebeldes, su onirismo conspirativo, dentro de su reiterativo girar de noria.
La vida, para la fémina exiliada, no es siempre el repaso asfíctico de las estampas de un pasado irrecuperable, enfrentadas a las de un futuro del cual no se resignan a aceptar la convicción de que es ya imposible. Aunque vagos y desorientados o errados, existen en más de una gérmenes activos de liberación. Encontramos en estas mujeres, acabadas o esbozadas, según, las tres etapas de su estado psico-socio-cultural. La de la mujer que acepta su suerte, se acomoda a ella con resignación -pupilas de Valentina-. La «señora» que vive en el pasado artificioso y caduco, en estéril rebeldía puramente clasista -Doña Etelvina-, la que quiere hallar su camino y al apartarse de la cadena de las procesionarias, perdida la brújula, ha de pagar por ello el precio de la paz, de la decencia o del mismo porvenir que desea rescatar -Graciela, Constancia-.
Personajes, a la misma velocidad. Son todos propósitos diferidos, cuyo plan y diseño crecen con la postergación y la demora; que pueden crecer cuanto se quiera porque nunca se verán, realizados. Justificaciones que no precisan, para su legitimación, más que el deseo del personaje de liberarse de culpas o responsabilidades, en la misma medida de su ansiosa fantasía compensatoria.
El protagonista concreto no existe; pues; lo son todos en uno; juntos «emanan» la sustancia intangible de la situación, que el exilio crea y alimenta a la vez. La obsesión común opera en cada uno agitando harapos de voluntad y muñones de ambición que se desvanecen cada día para retomar al siguiente. Son como inútiles rebotes en la niebla. Y de su conjunción resulta el ambiente denso y nauseoso mencionado, que parece por momentos ir a tomar ectoplásmica forma. Y que sería el verdadero protagonista.
EL PERSONAJE FEMENINO EN LOS EXILIADOS
Ya desde LA BABOSA, Casaccia parece inclinarse más a poner el acento de ese análisis psicológico sobre los personajes femeninos, es sin embargo en los primeros donde hallan su apoyo más firme los hitos de observación como buscando en esa psicología, si no la razón remota, la consecuencia de un estado de cosas, sí quizá establecer un contraste, que emerge de largos procesos en esta historia. ¿Cuál contraste? Quizá pudiésemos arriesgamos a decir que en el desarrollo del acontecer, el hombre es el pasado y la mujer el presente concreto; el hombre, el soñar lo que fue, y la mujer, el ansia de ser.
En realidad, en Casaccia, y ya desde LA BABOSA, la mujer, emocional, inestable, o arbitraria, y tenaz, unas veces; otras, ingenua, desarmada frente al depredador -verdadera sonámbula que camina por las cuerdas más flojas conservando a menudo sin embargo milagrosamente intacto el corazón parece constituir la porción sólida permanente, sobre la cual se asienta todo relato, trasunto de la vida. Y la vida hace la historia, como ésta hace a un país. «El hombre pasa, la mujer queda» parecería ser el oráculo no invocado; solo presente, aunque velado. Tal vez no sea deliberada actitud; pero así se siente al leer la obra de Casaccia.
En LOS EXILIADOS ofrecen mayor psicológica vitalidad las figuras de Doña Etelvina, de La Polaca, de Constancia «rediviva».
RESUMEN
No cabe duda de lo pesimista de la visión casacciana. Pero debemos tener en cuenta que la novela, escrita ya antes de 1965, remite su cronología a una época muy anterior, cuyo tope es 1947. (La acción en la obra total de Casaccia como fresco histórico-socio-cultural, se detiene a esa altura en el tiempo). No sabemos si esta crudeza guarda inmediata relación con sus ocasiones de observación directa (en las cuales prefiere apoyarse Casaccia para seguridad en el diseño) o es simple consecuencia de su simple y lógico deseo de establecer una relación fija entre el tiempo existencial y el tiempo histórico; es decir, conseguir el acuerdo cronológico, en busca una vez más del signo realista.
La obra total de Casaccia tiene por ello, y a poco se la analice (empezando inclusive por ciertos cuentos de EL GUAJHU) el carácter de un «proceso» a esta historia. Ahondar en estas razones supondría ahondar críticamente en otros aspectos de ese proceso; el social, político, cultural, etc. objetivo que no cae dentro de este prólogo. Sólo en lo vivencial, lo psicológico, estamos en condiciones relativas de dar acquiescencia o rechazo a experiencias o intuiciones.
Y en el terreno de lo psicológico Casaccia es un maestro. Simple, directo, sus diagnósticos son a base de síndromes estudiados con la certera visión clínica de que sólo son capaces los escritores dotados de esa capacidad extraordinaria de observación (ya señalada en él) aunada a una también extraordinaria intuición.
Roque Vallejos, joven crítico de agudas intuiciones, dijo hace tiempo ya que no es ésta una obra que los paraguayos leerán con simpatía. Tiene razón. Este ha sido factor que ha incidido en la debida apreciación de Casaccia en nuestro medio: la severidad, el trazo, inmisericorde al parecer, con que ha encarado el diseño de sus personajes. La imagen que de ellos traza, destacando aspectos negativos y que contrasta con las imágenes narcisistas que dominaron a esta literatura y dominan aún sectores de ella, a pesar del camino recorrido. Imposible no asentir a la calificación censoria de esas imágenes. El paraguayo es idiosincrásicamente afecto a la crítica, su tendencia y don para la caricatura o la farsa lo prueban; lo ha dado siempre. Por contrapartida, ha sido siempre también extremadamente sensible a toda forma de crítica sobre él ejercida; aunque ella proceda de sus propios compatriotas.
En Casaccia, sin embargo, hay siempre un contingente -mucho más grande de lo que el amor propio rozado del lector sabe reconocer- de humana indulgencia. Hay un espacio amplio en su mundo narrativo donde no llega el ácido, el espacio en que florecen la comprensión y la piedad. Hay en Casaccia un inmenso, aún no apreciado respeto hacia el indefenso y el ingenuo. Obsérvese la ingenuidad -ingenuidad, sí- de La Polaca; la desesperada ansia subconsciente de expiación en Constancia que revela un también subconsciente sentido de culpa y por tanto de humana sustancia aunque ello no la lleve a mejor puerto (como sucede también en su hermana mayor Doña Clara). Ese mismo sentimiento de culpa que a tantos personajes suyos los acerca a la orilla del perdón, aún sin que ellos puedan imaginarlo.
Porque es ese sentimiento de culpa el que da al lector la medida de las posibilidades que el hombre -el personaje- tiene de alcanzar mayor estatura. La inocencia-reivindicamos de nuevo la exactitud del vocablo- de las pupilas de Valentina, sobre las cuales flota un aura de feminidad ignorada de todos, más allá del desprecio, que se da sin enajenarse del todo. La soterrada desesperación de Etelvina, que no se consuela de su «destierro» no físico, sino del mundo que ingenuamente cree «el de los mejores».
El drama de los exiliados en Casaccia es un viejo drama enconado por el tiempo. Drama que no termina en el 47 o sea con el plazo fijado para el desarrollo de la obra casacciana. Pero las obras escritas después de LOS EXILIADOS muestran la decidida voluntad del autor de «fijarse» en esa época dada, a la cual no había –ni hay hasta ahora- otra voz que le diese documento. Casaccia en su obra recoge esa época, supliendo así el testimonio de toda una ausente generación de narradores.
JOSEFINA PLÁ
1.Las otras dos obras son EL TRUENO ENTRE LAS HOJAS, de Augusto Roa Bastos, y FOLLAJE EN LOS OJOS, de José María Rivarola Matto.
2.Traducida al francés y editada por Gallimard, París, con el mismo título, en ese Idioma: LA LIMACE.
3.Francisco E. Feito. El Paraguay en la obra de Gabriel Casaccia. Buenos Aires, 1977.
4.Ver Bibliografía.
5.Sólo hay un personaje no paraguayo: LA POLACA.