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HÉRIB CAMPOS CERVERA (+)
  REGRESARÁN UN DÍA... y POESÍAS - De: El Trino Soterrado Tomo I por Luis M. Martínez


REGRESARÁN UN DÍA... y POESÍAS - De: El Trino Soterrado Tomo I por Luis M. Martínez

REGRESARÁN UN DÍA...




Por los caídos por la libertad de
.   .mi pueblo y para los que viven para
.      .servirla, esta constancia.

I

¿Veis esos marineros aún vestidos de pólvora;
y esos duros obreros cuya sangre de fuego
circula como un río de encendidas raíces
bajo el denso quebracho de sus torsos?

¿Y esas pequeñas madres, de tan leve estatura 
que parecen hermanas de sus hijos?

¿No visteis, no tocasteis el rostro fragoroso
de esos adolescentes cubiertos de relámpagos;
seres rotos, usados, gastados y deshechos
en una mitológica tarea?

¿Los veis? Son los Soldados
de una hora, de un día, de una vida:
todos los Hijos obscuros de la misma ultrajada tierra,
.      que es mía y es de todos
.      los muertos de esta lucha. 

¿Veis esos ojos con dos rosas de lágrimas
.      colgadas de sus órbitas azules?

¿Veis todas esas bocas despojadas de labios;
con trozos de guitarras colgados de sus bordes;
todas deshilachadas, arrojadas de bruces
sobre la inocencia triste del pasto y de la arena?

¿Los veis allí, hacinados,
bajo la misma luna de los enamorados;
agrediendo la clara piedad de la mañana
con su despedazada sonrisa? 

¿Veis todo ese tumulto de la sangre temprana,
que camina de día, de noche, a todas horas
hacia los más profundos niveles de la tierra,
donde se están labrando los moldes transparentes
de todos los Soldados de las luchas futuras?

Abiertos en canal, de Norte a Norte,
-desde donde nacía la Semilla del Hombre-
hasta el caliente refugio del grito, yacen.
Miran las altas luces del alto día del duelo,
mostrando los horóscopos helados de sus manos
y sus frentes de piedra amanecida
y la cal valerosa de sus huesos.

II

No moriré de muerte amordazada.
Yo tocaré los bordes de las brújulas
que señalan los rumbos del Canto liberado.
Yo llamaré a los Grandes Capitanes
que manejan el Viento, la Paloma y el Fuego
y frente a la segura latitud de sus nombres,
mi pequeña garganta de niño desolado
fatigará a la noche, gritando:

«¡Venid, hermanos nuestros!
¡Venid, inmensas voces de América y del Mundo,
venid hasta nosotros y palpad el sudario
de este jazmín talado de mi pueblo!

»¡Acércate a nosotros, Pablo Neruda, hermano, 
con tu presencia andina, con tu voz magallánica;
con tus metales ciegos y tus hombros marítimos;
acércate a la sombra de tu estrella despierta
      y contempla estas llagas ateridas!

»¡Ven, Nicolás Guillén,
desde tu continente de tabaco y azúcar,
y con esa segura nostalgia de tus labios
ponle un exacto nombre a esta agonía!

»¡Y tú, Rafael Alberti -marinero en desvelo,
pastor de los olivos taciturnos de España,
tú, que una vez cuidaste la sangre de los héroes
que puso a tu costado mi patria guaraní-,
.      dibújanos el mapa
de estos desamparados litorales de muerte!

»¡Venid, hombres absortos; madres profundas; niños;
buscadores de Dioses; pordioseros;
máscaras evadidas y nocturnas del vicio;
patentados jerarcas de la virtud de feria;
venid a ver el rostro del martirio!

»Venid hasta el remanso de este dolor antiguo;
simplemente venid; así, sin lámparas;
sin avisos, sin lápices y sin fotografías
y dejad, si podéis, en las riberas
la memoria, los ojos y las lágrimas.

»Tocad con vuestras manos estos lirios dormidos;
tocad todos los rostros y todas las trincheras;
la numerosa muerte de todos los caídos
y el polvo que sostuvo esta batalla.

»Apartad con la punta de vuestros pies desnudos
todos estos metales de nombres extranjeros;
estos lentos escombros de torres agobiadas;
.      esta antigua morada de la miel
.      y la verde pradera
.      de esta selva temprana de soldados».

Sí. Todas estas torres de acumuladas ruinas,
.      son nuestras.
Aquella sangre rota y estas manos deshechas,
.      son nuestras;
son nuestro honor de ayer y de mañana.
Yo lo proclamo ahora desde el hondo reverso
.      de esta paz de cadáveres:
.      todas estas banderas
y estos huesos, abrumados de luchas,
son el metal de nuestro riesgo;
son el emplazamiento de nuestra artillería; 
.      nuestro muro blindado;
.      nuestra razón de fe.

III

Porque no está vencida la fe que no se rinde,
ni el amor que defiende la redonda alegría
de su pequeña lámpara, tras el pecho del Hombre.

Con estas simples manos y estas mismas gargantas,
un día volveremos a levantar las torres
del tiempo de la vida sin sonrojos.

Desde el fondo de todas las tumbas ultrajadas
crecerán las praderas del tiempo de soñar.
Aquí, cerca, en las márgenes de la tierra pesada;
junto a la sal antigua del mar innumerable;
en la madera espesa y el viento de los árboles,
.      están creciendo ya.

Yo sé que en la mañana del tiempo señalado,  
.      todos los calendarios y campanas
.      llamarán a los Hijos de este Día.

Y ellos vendrán, cantando, con su misma bandera;
.      con su mismo fusil recuperado;
vendrán con esa misma sonrisa transparente
.      que no tuvieron tiempo de enterrar.

Vendrán la Sal y el Yodo y el Hierro que tuvieron;
cada terrón de arcilla les tornará los ojos;
la cal de su estatura se asomará a su cauce
y alguna eterna Madre de un eterno Soldado
los llevará en la noche caliente de su sangre.

Y en la hora y el día de un tiempo señalado,
regresarán, cantando, y en la misma trinchera
dirán, frente a la misma bandera de mil años:

«¡Presente, Capitana de la Gloria!
¡Aquí estamos de nuevo para cuidar tu rostro,
tu ciudadela intacta; tu imperio invulnerable,
Libertad!».

.
 
 
 
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REGRESARÁN UN DÍA
 

Intérpretes:  JUDITH MARÍA VERA y  MARIO CASARTELLI
 
Grabado en Infinity Records Estudios.
Santa Fé de Bogotá, Colombia.
Año 1.998
 
 
 
 

El obraje El hachero, un dibujo de gran realismo de Juan J. Sorazábal, figura proletaria que inspirará páginas admirables a Hérib Campos Cervera, Elvio Romero, José A. Bilbao y otros. Como tantos otros artistas de nuestro pueblo, Sorazábal murió a la temprana edad de 42 años, lejos de su patria...
Apenado, diría poco después H. Campos Cervera:«¿Cómo hallar otro nardo con más alta fragancia de amistad camarada que su frente de fuego».
.
 
HACHERO
(Fragmento)

En memoria de los Hijos de la selva
.      que agonizan y mueren en silencio
.      en el vasto imperio del Quebracho.

I

Éste es Benigno Rojas: hijo y nieto de hacheros
y hachero él mismo. Viene de selvas torrenciales
y está como de paso frente a mí, porque siempre
camina hacia otras selvas cada vez más lejanas.

Lo veo marchar llevando sobre la cruz del hombro
el fulminante símbolo de su poder: el hacha;
y siento que en su pulso rotundo le circula
-como en perpetuo flujo-, la fuerza y el coraje.

Es el Hachero. Viene de selvas torrenciales.
Su alzada poderosa recorta una silueta
de aborigen, tallada sobre un friso de piedra.

El instinto certero de vientos y de lluvias
le da esa taciturna sabiduría de anciano
y aunque apenas levanta dos décadas de vida,
sus experiencias llevan una herencia de siglos.

Es todo brazos. Tiene sobre el antiguo sitio
de la sonrisa, un tajo que le madura el gesto;
la frente toda un amplio lugar de sufrimientos,
donde vidas y muertes libraron su batalla.

Sellado de miseria, lleva un sombrero roto
para cubrir el rudo tumulto de su pelo,
un recuerdo de viejas altanerías le sube
por el torrente ardido de la sangre, a los ojos.

III

Tras la puerta blindada duerme el Oro encerrado.
Lo guardan hombres duros, de corazón metálico,
más fríos que las hojas del hacha y más tenaces
que el músculo tenaz de los hacheros. 

Infinitas planillas, con infinitos números,
tamizan el trabajo del Hachero de Bronce.
Drenan los calculistas la sangre peregrina,
hasta dejar un pálido puñado de centavos.
Abren, al fin, la puerta blindada y con sus garras
de pájaros nocturnos -como quien da la vida-,
su paga dan al hijo diurno de la Selva.

Después... es el camino; los puertos, las nostalgias
de amor y la guitarra y el cuchillo y la caña.
Lento o precipitado rodaje hacia el agobio;
siempre es igual; un día, de nuevo hacia la noria;
el hacha compañera sobre la cruz del hombro
y un infinito sueño colgado de los párpados.

Y así una vida entera. Los Hijos: con anemia;
la mujer: amarilla de pestes y fatigas;
y él, en perpetuos trances de enganches y despidos.
 


TU NOMBRE SOBRE EL MURO
En Buenos Aires a 3 de febrero de 1953


Para el nombre y el hombre Paul Eluard.
.   Para el hombre infinito que vivió en él.
.      Para la vida sin término que vive en su nombre.

I
¿Cómo hacer para verte
acostado en la tierra, desde hoy y para siempre?
¿Desde qué primavera de flores infinitas,
nos estarás mirando con tus ojos de luz
y tu pecho
de capital altura?
Ayer no más estaban moviéndose entre vértigos
de lutos y vejámenes, todo el aire de Francia;
estaba todo lleno de ángeles transparentes,
todo lleno de Pablos luchadores. 
Estaba allí el de España, vestido de rocío,
con su pólvora amarga, con sus limones verdes;
con sus rostros divididos
y sus metales hondamente fundidos en la arcilla.
Estaba allí el de América, nuestro Pablo más alto,
todo crucificado de mineral y Chile;
y estabas tú, Paul Eluard,
el hombre total, francés del universo,
el más Pablo de todos.
Y hablabas y cada uno de sus pequeños pájaros,
cruzaba el horizonte y encendía una estrella
y la noche del hombre se arrodillaba y moría,
frente al fuego magnético de tu luz boreal.

II
Estaban floreciendo los naranjos de España,
flores de antigua sangre;
y tú, desde la dulce medida de tu pecho,
te arrancaste un duro fusil de miliciano;
un fusil infinito de balas infinitas,
que mataba a la muerte.
Y otro día, cuando los verdes prados
granaban en furiosas cosechas de ensangrentados cereales;
cuando el gas y las bombas y el humo y el uranio
quemaban todo el polen y las hojas y el tallo
de la definitiva madera de los hijos de Dios,
tú, Paul Eluard,
con tu mirada -Eluard y con tu voz- Eluard,
te asomaste al estrago.
Y cuando los ángeles de la venganza
te pidieron tu cuota;
cuando te reclamaron los ojos y las frentes
y las gargantas mudas,
y las pobres garras calcinadas,
y las ametralladoras y los gritos
de los ajusticiados por tu mano,
tú señalaste el muro; mil muros;
todos los muros de París y de Francia
y del mundo.
Y allí estaba tu firma; ese día te llamabas:
«Eluard - la liberté».

III
Ayer, una criatura, hija clara del alba,
te buscaba, Paul Eluard;
te buscaba, para hablarte de amor.
Era un día de flor perenne, de perfumes ciegos,
en que nadie debería morir.
Te golpeaba la puerta, sacudiendo los arcos de tu jardinería;
probaba con ingenuas ganzúas tus firmes cerraduras
y escudriñaba las rendijas de tus paredes,
buscándote, preguntando por ti.
Alguien le había pasado
una pequeña esquela con un mensaje tuyo,
escrito con minúsculas azules y con pulso de fiebre;
«si buscas al Amor, buscas a Paul Eluard...».

IV
Recuerdo, hace unos años, cuando desde mi patria,
mi Paraguay de sueños, azúcar y agonía,
veíamos volverse tinieblas la mañana...
Recuerdo cuando el aire oreaba la sangre
recién desparramada sobre la tierra ardida,
de Oradour y de Lídice...
Recuerdo lo que estabas haciendo,
porque cuando llevábamos la cabeza a la almohada,
llegaban a nosotros con confundidos ecos
de las crepitaciones de leños y esqueletos
estallando entre el fuego...
Pero en la noche ciega,
alguien que no dormía levantaba su lámpara,
y la luz cariñosa del aceite prohibido,
alumbraba las palabras inmensas:
«Allons, enfants de la Patrie,
le jour de gloire est arrivé»...
Este pastor nocturno de la libertad,
era la dignidad del hombre y se llamaba:
Paul Eluard.  
 
 

PALABRAS PARA EL PRISIONERO ILUMINADO
(Fragmentos)

I

Un día, no hace mucho,
demorado en la esquina de una desconocida calle,
alguien que no conozco se me acercó y me dijo,
con una voz profunda de indignados destellos,
clara y definitiva, pero mojada en lágrimas:
«¿Conoces a este niño? ¿Sabes que ya no vive
como tú y como todos, mirando el aire diurno,
sintiendo los crujidos de la arena y las hojas
bajo sus pies? ¿No sabes
que en todo el territorio que cuidaban sus ojos
se levantó una selva de rejas y cadenas?

»¿No encontraste su nombre rompiendo las tinieblas
extendido en los muros, como un pañuelo inmenso,
dulcemente agitado desde una mano pura
que pidiera la vida de este niño de fuego?

»¿No escuchaste al viento que besó su estatura,
sacudiendo los árboles de la selva del mundo?».

III

... Era un Hombre infinito, con un millón de puños,
izado hasta el alto mirador de los días,
con una voz inmensa de sirena y megáfono;
con una cabellera poblada de mil pájaros,
y una talla como de tierra a mar,
como de mar a cielo,
girando sobre el núcleo de vórtice y tormenta
de una tromba desnuda...

Y el Hombre iba gritando, iba
sacudiendo los altos carrillones de todas las iglesias;
metía el garfio oscuro de su mano
en las minas profundas de longitud nocturna
-entre vetas siniestras de veneno y grisú,
donde el dolor del hombre huele a sangre-,
en las fraguas colmadas de fuegos poderosos, 
en las entrañas rojas de las locomotoras
y en las hondas sentinas de los barcos podridos
bajo los cementerios de peces y coral.

IV

Después lo vio la guerra,
yendo entre sus obreros y sus agricultores,
llamando al orgulloso corazón de su pueblo,
entre acontecimientos y fechas indecisas;
entre humo y relámpagos de apagados carbones,
royendo el infortunio de jornadas sin términos,
fiel al signo preciso que encarnaba su vida.
Y cuando ya la espada sin filo, derrotada,
cayó sobre una tierra de tumbas aún abiertas;
y cuando ya los peces vivían en la caja vacía
del pecho de los jóvenes héroes asesinados,
llamó a sus campesinos y su tropa dispersa
y caminó con ellos por selvas y desiertos,
vadeó ríos inmensos, repechó serranías,
sin rendir ante nada su hierro inmaculado.
 
 
 
 
 


ENVÍO
En Buenos Aires, Navidad de 1952

Miro tu magisterio de sembrador perenne,
hijo resplandeciente de la luz; hijo y padre
del pan de cada día de todos tus hermanos.

Te veo como al joven Capitán de la lucha
del Hombre esclavizado por la mano del Hombre,
te descubro en la lucha por el derecho intacto
de estar en la ferviente mañana de la vida
sin el más leve riesgo de ser un pobre número,
arrojado en el orbe cerrado del cemento.
Eres el combatiente de ayer y de mañana,
por la sentencia firma del trabajo seguro;
del trigo establecido sobre la mesa diaria,
del suspiro que llega sin nostalgia de sol;
de la simple razón de ser el camarada
de los negros marcados para la ley de Lynch,
así como del indio taciturno que muere
bajo los millonarios lingotes arrancados
a su cárcel minera que suda dividendos.

¡Oh, capitán solar, flecha del día llegado,
varón iluminado madurado en la lucha;
cómo te llama el mundo desde sus atalayas
donde el Hombre proclama su derecho a ser libre!
Alguien que está muy lejos;
alguien que no conoce más ley que la del oro
-una robusta tribu de rubios mercaderes,
sembradores impávidos de monedas malditas
que hay que pagar con sangre del corazón del Hombre-;
alguien, desde un país de Beneficio y Guerra,
ha ordenado tu muerte.

¡Pero tú, Capitán, no morirás ahora!
¡En relojes de piedra se demoran tus horas
y están rotos los ciegos cuchillos que buscaron
cortar los poderosos impulsos de tu sangre!
¡Todos los comprendemos, Hermano Prisionero;
hay un fuego terrible que baja de tu pecho
y no hay hierro que pueda sostener ese fuego!

¡No morirás ahora! ¡No cegarán tus ojos
los asustados cuervos del Norte!
¡No podrán desgajarte del árbol de tu pueblo!
¡No quemarán la noble madera de tu pecho!
¡No lograrán quebrarte, Capitán sobrehumano,
porque las multitudes del mundo te custodian
con las manos alzadas más allá de las nubes;
con la invencible fuerza de su voz infinita
y su bandera inmensa de solidaridad!
 
 
 
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ENVÍO
 
 
Intérprete:  MARIO CASARTELLI
 
Grabado en Infinity Records Estudios.
Santa Fé de Bogotá, Colombia.
Año 1.998
 
 
 
 

Hérib Campos Cervera (1905-1953): Uno de los más grandes poetas del Paraguay, y principal impulsor la de renovación formal de su poesía. Ha influido notoriamente sobre muchos poetas tanto por su obra cuanto por su notable ejemplo de entrega intelectual en defensa de la libertad, la democracia y la dignidad del hombre paraguayo. Murió en el exilio. Obra: Ceniza redimida (1950).
.
Fuente: El trino soterrado. Paraguay : aproximación al itinerario de su poesía social. Tomo I - Autor: LUIS MARÍA MARTÍNEZ - Edición digital: Alicante : Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 2002 N. sobre edición original: Edición digital basada en la de Asunción (Paraguay), Ediciones Intento, [1985].


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