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MARTÍN VENIALGO
  EL HIJO DEL VIENTO - Cuento de MARTÍN VENIALGO


EL HIJO DEL VIENTO - Cuento de MARTÍN VENIALGO

EL HIJO DEL VIENTO

Cuento de MARTÍN VENIALGO


Dedicado a Orestes Omar Corbatín


Ignacio Tycoon Rodríguez Lavalle era un hombre de mundo, nacido en cuna de oro, con residencias en distintas capitales, acostumbrado a la buena vida y al lujo, se podía decir, que cualquier lugar del planeta era su hogar; pero en este año 2001 había aceptado un desafío tremendo, la presidencia del Racing Club de Avellaneda, con la firme determinación de sacarlo de la quiebra futbolística y financiera que arrastraba de lustros. Pasión futbolera que le venía de chico, exactamente del año 1957, cuando llevado por su padre a ver un partido de la selección argentina frente a Chile en La Bombonera, vio una de las jugadas históricas del fútbol, la gambeta a medio equipo chileno que el loco Corbatta produjo, gambeta que finalizó en la red con un taquito del dueño de la raya; en ese instante, Ignacio saltó de su platea y se unió al canto que venía de la popular:

-¡Chilote no te vayas, chilote veni, veni a ver al loco, te vas a divertir!

Dionisio Guaran Calatayud era un hombre que se hizo a sí mismo; de rasgos indígenas, alguien comentó alguna vez que su rostro fue tallado a hachazos por Dios en una noche de tormentas y truenos; era el rey del transporte del ganado bovino de Argentina. Su gigantesca empresa El Carasucia, llegaba a todos los puntos del país; pero ese año 2001, había aceptado gustoso el desafío de ser vicepresidente de Racing; pasión futbolística que le venía de chico, exactamente de una tarde que su padre lo llevó a la cancha de Atlanta a ver a La Academia. Junto al alambrado en la popular vio la jugada en que el loco Corbatta con una pisada hizo pasar de largo a Griguol y Kairuz y con una rabona puso la pelota junto al palo de Errea; en ese instante, como un resorte, se colgó al alambrado y se unió al canto de la hinchada racinguista, que se burlaba del origen judío de la dirigencia bohemia:

¡Ruso, ruso, ruso, Corbatta te la puso!

El presidente Rodríguez Lavalle llamó a la directiva del club para aprobar el acuerdo con el nuevo fondo de inversión, de origen francés, y también para definir los nuevos refuerzos futbolístcos para el Apertura que comenzaba en 20 días. Una vez finalizada la reunión con la aprobación del temario, Dionisio Calatayud le pidió hablar a solas.

-¿Qué pasa, Dionisio?

-Tengo que comentarte algo, Ignacio, he localizado un fenómeno, creo que lo podemos traer a nuestro club, y te aseguro, va a ser la revelación del torneo.

-¿En que club juega?

-En ninguno. Vive en un orfanato, en la provincia de Buenos Aires, más precisamente en Daireaux, se llama Hernán Botello, pero lo conocen con el seudónimo de el hijo del viento.

-¿Por qué no lo dijiste en la reunión con los demás miembros del club?

-Ignacio, no lo iban a entender, a muchos de ellos les falta quilombo.

Les falta quilombo, la frase arrabalera encerraba toda una filosofía de vida; la falta de calle, la falta de maña, era un conocimiento que no podía ser suplida por ninguna universidad en el mundo.

-Lo descubrió un chofer mío que suele ir a cargar hacienda para el mercado de Liniers. Fue a dejar una encomienda al orfanato y allí lo vio jugar. Tiene una habilidad excepcional, pero sobre todo una velocidad nunca vista; como los antiguos punteros, va por la raya y parece que va volando, por eso le pusieron el hijo del viento.

Ignacio Rodríguez Lavalle se sentó para reflexionar; todo aquello le parecía salido de un cuento encantado, pero había algo que sabia muy bien; su formación mundana le había enseñando a valorar a los hombres que tenían pocos errores, y Guaran era uno de ellos. Todavía recordaba cuando se iba a votar la aceptación de la oferta del primer fondo de inversión, compuesto por italianos. Este fondo había pasado todos los controles de las consultoras financieras, pero Dionisio Calatayud pidió la palabra y desaconsejó la operación. Cuando la directiva le pidió explicaciones, simplemente dijo:

-Son unos vendedores de humo.

Efectivamente, eran unos vendedores de humo. Los italianos habían pasado todas las inspecciones bancarias, pero no habían podido engañar al ojo clínico de Calatayud.

-Bueno, Dionisio, solamente por ser vos voy a tomar en consideración esta propuesta; llama al orfanato y deciles que el sábado vamos para allá, luego veremos qué explicación le damos a los otros miembros del club.

El Cessna aterrizó a temprana hora ese sábado en el aeroclub de Daireaux; cuando Ignacio y Dionisio llegaron al orfanato fueron recibidos por la jefa de celadoras del lugar, Isabel Pochita Morfetti, quien deglutiendo unos bizcochitos de grasa, los encaminó a su oficina. Un frío polar saturaba el ambiente; a un costado del escritorio, un brasero antiquísimo, seguramente olvidado por los conquistadores españoles en su retirada, mitigaba el invierno.

-Antes de llevarlos a verlo a Hernán, tengo que comentarle algunas cosas sobre el -dijo Pochita-, Está acá desde siempre; se lo encontró abandonado a escasas horas de nacer por un ciruja en el basurero municipal, quien lo llevó al hospital donde le salvaron la vida y de allí lo trajeron aquí. Desde entonces nadie reclamó por él. Mediante resolución judicial se le puso el nombre de Hernán Botello, tiene 17 años, pero su mentalidad es de un niño de 10.

Ignacio Rodríguez Lavalle escuchaba atónito, Dionisio Calatayud le hacia gestos con las manos para que se calmara.

-También se le detectó un soplo al corazón, lo que a veces lo tumba por algún periodo; y seguramente lo verán con un periódico en su mano, que usa para disimular que es analfabeto; pero todo eso queda de lado cuando juega al fútbol, allí se transforma, es un fenómeno inexplicable, parece un ángel cuando va por la raya de cal.

La celadora se levantó y los llevó para el patio; con unas llaves similares a los que usaban los cancerberos de la Santa Inquisición, abrió las puertas que daban al fondo de la institución; el chirrido de las bisagras denotaba la milenaria falta de lubricación; pasando entre los internados llegaron a un naranjo en una esquina; allí estaba el hijo del viento, simulando estar muy ocupado leyendo un periódico. No respondió a ningún saludo; estaba vestido con una remera azul, jeans, zapatillas rotas y un saco raído que nunca había recalado en tintorería alguna. Ignacio lo miró detenidamente, evidentemente Hernán Botello era el arquetipo del carasucia; mientras esto sucedía, Dionisio arrancó una fruta de naranja, se dirigió unos pasos para atrás, dio media vuelta y pegó un grito:

-¡Hernán, allí va!

Como si fuese un pitcher de béisbol, Dionisio mandó la naranja hacia Hernán; éste tiró el periódico y paró la fruta contra el pecho; con el empeine la puso en su cabeza y comenzó a hacer jueguito, el tiempo pasaba y la naranja respondía a las acrobacias, los compañeros acompañaban con un batir de palmas la exhibición, luego de un tiempo prolongado, Hernán, de taquito dirigió la fruta al bolsillo interno de su saco, la ovación de los presentes fue unánime, Ignacio se agarraba la cabeza.

-¡Dionisio, nunca vi nada igual!

Desde el mismo orfanato llamaron a la jueza que tenía el expediente del hijo del viento; pese a ser sábado, accedió a abrir el juzgado para recibirlos. Mediante resolución judicial número 343, María Alicia Peggy Sue Martorell, quien arrastraba ese seudónimo desde sus años mozos cuando ganaba todos los concursos de belleza y rock & roll de la zona, nombró a Ignacio Rodríguez Lavalle curador oficial de Hernán Botello, el hijo del viento. Éste preparó su valija de cartón, cuyo único elemento que atesoraba era un periódico ajado, pasó saludando a sus compañeros y se dirigió a la salida acompañado por los celadores. Cuando Isabel Pochita Morfetti abrió las puertas del orfanato para que Hernán, por primera vez en su vida, saliera del lugar para conocer el mundo exterior, el tiempo que estaba nublado y frío, en forma inexplicable se abrió, un sol radiante surgió. Dionisio Calatayud sonrió por dentro, sabia que estaba presenciando algo mágico pero no iba a hacer el menor esfuerzo en desentrañarlo.

Hernán Botello fue hospedado en el mismo estadio de Racing; bajo el cuidado del canchero, Julio Ortiz, que estaba allí desde la época de Corbatta, Sacchi y La Bruja Belén. Ignacio y Dionisio decidieron no adelantar nada a la directiva del club, por temor a un rechazo de la adquisición, tampoco a los franceses del fondo de inversión; simplemente inscribieron en la AFA los derechos federativos para Racing; potestad que tenían como presidente y vice y esperaron el gran día del debut.

Todos los días Hernán acompañaba a Julio Ortiz en los trabajos de mantenimiento del estadio y en los ratos libres entrenaba en solitario dando vueltas alrededor de la cancha haciendo jueguito con la pelota. El canchero no lo podía creer, las cosas que hacía le traían a la mente la figura del Loco Corbatta.

Ese sábado, en la víspera del debut, fue visitado por Dionisio Calatayud, que le dijo que mañana iba a estar en el banco de suplentes de la primera. Su felicidad fue inmensa, por primera vez en su vida, estaba empezando a tener algo parecido a una familia.

En ese mismo horario, en un country de Pilar, Ignacio Rodríguez Lavalle ponía al técnico de Racing, José Gardelito Bruno, en antecedente de la existencia del hijo del viento. Éste, totalmente sorprendido, preguntó:

-Presidente, ¿cómo voy a explicar a la gente y al periodismo la existencia de este jugador?

-No te preocupes, José, yo te voy a brindar todo el apoyo. Vos ponelo en el banco mañana y hacelo entrar en la última media hora, no te vas a arrepentir.

El domingo Hernán Botello pasó desapercibido en la formación racinguista. El primer partido fue frente a Argentinos Juniors en El Cilindro. A los veinte minutos del segundo tiempo, Racing ganaba 2 a 0, en ese instante, el técnico llamó a Hernán y lo mandó a la cancha.

La primera pelota que tocó, la devolvió de taquito al enganche racinguista; éste hizo un pase en pared, Hernán siguió por la raya a toda velocidad, cuando le salió su marcador con una gambeta lo dejó en el camino, llegó frente al arquero y en vez de ponerla junto al primer palo, ensayó otra gambeta, como cuando el gato maula juega con el mísero ratón; dejando humillado al guardameta, con la pelota pegada al pie, entró al arco y se sentó sobre el esférico.

El delirio de la multitud fue prolongada, los más memoriosos recordaban las historias sobre el Chueco García o Garrincha. El cántico de la hinchada racinguista certificaba el amor a primera vista:

-¡Yo te daré, te daré niña hermosa, te daré una cosa, una cosa que empieza con B...! ¡Botello!

Cuando finalizó el partido, Ignacio y Dionisio lo esperaron a la entrada del túnel. Lo llevaron directamente al vestuario eludiendo a la prensa, una vez dentro, el capitán del equipo, el Mariscal Albornoz, lo levantó en andas y se tiró a la pileta con él, todos lo imitaron, incluso Rodríguez Lavalle pese a estar enfundado en un Armani de cinco mil dólares, los jugadores y la directiva cantaron presagiando al nuevo campeón, en una alegría pasada por agua.

Transcurría el campeonato y Hernán se convertía en la megaestrella; siempre entraba en la última media hora y dibujaba jugadas históricas; los estadios se abarrotaban para verlo actuar y los medios periodísticos hacían lo imposible por desentrañar su origen, tanto es así que la jueza Martorell tuvo que poner custodia policial también en su domicilio para contener a las hordas de reporteros que venían de todas partes del mundo; solamente Pochita Morfetti enfrentaba a las cámaras, siempre con algún alimento a mano para calmar su adicción a la gula, a esa altura de los acontecimientos, ya era mundialmente más famosa que Scarlett Johansson.

Hernán entrenaba ahora con la primera. Inventado todos los días alguna cabriola que deleitaba a sus compañeros; también había comenzado a escribir ayudado por el Mariscal Albornoz; a duras penas podía garabatear su nombre y apellido, lo que le llenaba de orgullo.

Un día al finalizar el entrenamiento le pidió a Albornoz:

-Mariscal, quería pedirle un favor, quería tener tarjetas personales, para poder repartir entre mis admiradores.

-Pero si nunca salís del estadio.

-Algún día voy a salir y puedo necesitarlo, con que diga “el hijo del viento” está bien.

Al otro día Albornoz le entregó las tarjetas, Hernán las guardó como el tesoro más preciado.

Un miércoles, en medio de un entrenamiento, Hernán se desmayó. Los compañeros trataron de que vuelva a reaccionar pero no pudieron. Fue trasladado de urgencia al Sanatorio Avellaneda.

Cuando Rodríguez Lavalle y Calatayud llegaron al nosocomio, una multitud de medios periodísticos ya montaban guardia. Se dirigieron a la habitación y los recibió el doctor Riquelme, quien los llevó a su oficina para explicarles la situación.

-Este muchacho tiene un soplo al corazón, hoy la sacó barata, debe tener un prolongado descanso y olvidarse de jugar al fútbol.

¿Es tan grave, doctor?

Es de sumo cuidado, puede matarlo en cualquier momento.

En ese momento llegó el cántico de La Guardia Imperial a través de los ventanales. Todos se fueron a observar, ya había miles de hinchas frente al sanatorio, quienes en un grito unánime decían:

-¡Botello no se va, Botello no se va!

El doctor Riquelme exclamó:

-Así no vamos a poder hacer nada, se van a cortar todas las calles por el gentío.

-Tengo una idea, doctor -dijo Ignacio-, Podemos llevarlo al estadio, le ponemos una habitación con todos los instrumentales médicos, y nadie va a poder entrar allí.

El doctor asintió. El traslado hacia el estadio fue hecho con custodia policial debido a la multitud que rodeaba el sanatorio. Una vez allí, Hernán fue cuidado por un ejército de doctores y enfermeras.

La recuperación fue paulatina. Hernán se hizo amigo de los médicos y las enfermeras y seguía aprendiendo a escribir con la ayuda del Mariscal Albornoz. Un día, una foto que mostraba a Hernán junto a la enfermera oriunda de Paraguay, Natividad Quiñónez, quien portaba una tarjeta autografiada por el hijo del viento, dio la vuelta al mundo, incluso se publicó en portada de Le Monde de París.

Mientras la recuperación se daba, Racing había perdido algunos puntos importantes, ahora estaba segundo a una unidad de Boca Juniors y llegó la fecha final. Justamente tenía que jugar con Boca en La Bombonera y estaba obligado a ganar para obtener el campeonato.

Una noche, Hernán se despertó por el maullido de un gato. Este se refregaba contra la ventana. Era de un color negro azabache y en su cuello llevaba un collar de diamantes, Hernán se levantó; curiosamente, no había nadie y la luna brillaba más que nunca. Se puso un abrigo, bufanda y gorro para que nadie lo reconociera y salió a la calle; la ciudad estaba desierta. Siguió al gato en su caminar elegante, hasta los farolitos de las esquinas, vestigios de la época colonial, iluminaban intensamente; parecía de día. El gato dobló en una esquina y Hernán corrió tras él, allí lo localizó nuevamente; apoyado contra un muro, vio su silueta felina, unos ojos verdes contrastaban con su piel cobriza; sus pestañas largas cortaban la atmósfera y el maquillaje sobre sus ojos recordaban al arco iris, una belleza inconmensurable delataba a la divinidad egipcia.

-¿No vio un gato negro? -preguntó Hernán.

-Aquí el único gato que hay, soy yo.

La belleza se encaminó con un andar felino hacia Hernán y le dijo:

-Vos sos el hijo del viento.

Hernán se sorprendió que lo reconociera, pues tenía el rostro cubierto por la bufanda y el gorro que llevaba le tapaba hasta las orejas. Cuando la tuvo a escasa distancia de su rostro, sintió la fragancia de almendras y azahares que emergían de su piel, por un momento, se sintió en el cielo.

-Tal vez usted esté equivocada, yo sólo seguía a un gato negro; no busco ninguna mujer y usted debe estar esperando a algún hombre.

-Todos los hombres son mis hombres, así que no tenés que preocuparte por eso.

Subyugado por la divinidad, Hernán caminó junto a ella. Cuando llegaron frente a un conventillo de la calle Mozart, ella abrió la puerta y subió las escaleras. Al entrar a su cuarto, un aroma uniforme de esencias orientales llenaba el lugar, sorprendido, Hernán preguntó:

-¿Quién sos, cómo te llamás?

-Soy Bastet, la diosa egipcia de la felicidad.

-¿Y por qué llegué yo hasta aquí?

-Porque vos das felicidad y aún tenés que seguir dándola.

-Pero estoy enfermo, ya no puedo jugar más.

-No hay enfermedad que pueda abortar una alegría, eso te lo garantizo.

Bastet extendió su mano y llevó a Hernán a sentarse al borde de la cama; éste recostó su cabeza sobre el hombro descubierto de la diosa y sintió la tersura de un damasco en su piel. En ese momento se quedó profundamente dormido, al instante la luna brilló como nunca y todos los duendes salieron a recorrer la ciudad. En un costado, el gato negro con su collar de diamantes miraba imperturbable, con la sabiduría que da la inmortalidad.

Ese sábado, en víspera de la gran final, la jueza Martorell se hizo presente en el lugar de rehabilitación de Hernán. Tenía que decidir sobre su suerte. Los informes médicos decían que no era aconsejable que participe del partido, pero la presión era grande; La Guardia Imperial había copado los alrededores del estadio en vigilia permanente.

-Hernán, tenés que tomar conciencia que tu estado es delicado. Esta rehabilitación no es total, todavía corrés riesgo de muerte, no voy a poder autorizarte a jugar.

-Pero jueza, ¡no puedo faltar!, de esta final se hablará por cien años, después de tanto tiempo podemos ser campeones.

-Todos los informes médicos son negativos, sería un suicidio dejarte jugar.

-¡Qué importan los partes médicos!, piense en mis compañeros del orfanato, van a estar frente al televisor mañana. Usted no se imagina la alegría que da el grito de la hinchada alentándome, ¡nunca fui tan feliz!

Peggy Sue Martorell no solamente pensó en los chicos del orfanato, recordó a todos los vecinos de Daireaux que le consultaban qué iba a pasar con el hijo del viento; recordó a su hijo menor, quien enfundado en su camiseta albiceleste esperaba la gran final. Con actitud decidida, recurrió a un valor superior a cualquier norma jurídica, solamente comparable a la vida misma, la de ser feliz y poder transmitirlo. Por resolución judicial número 412 autorizó al hijo del viento a jugar la gran final.

El domingo el micro salió lentamente del estadio rumbo a La Bombonera. La mitad albiceleste de Avellaneda se ilusionaba con el campeonato, la otra mitad roja, hacía cuernitos.

Cuando el ómnibus pasó frente al conventillo de Bastet, en el balcón había una bandera con la inscripción “ALEGRÍA”; al costado, un gato negro con collar de diamantes completaba la escena. Hernán puso la ñata contra la ventanilla del bus, quedó embelesado hasta que la imagen se perdió en la lejanía.

Al llegar a las inmediaciones de La Bombonera, el recorrido se hizo a paso de hombre. Una multitud nunca vista, solamente comparable al día en el que el Taño Roma le atajó el penal al brasileño Delem, dificultaba la entrada al estadio.

Cuando los equipos llegaron a los vestuarios, se escuchó el cántico de La 12 boquense:

-¡Aserrín, aserrán, en La Boca morirán!

La Guardia Imperial racinguista, que copaba las dos bandejas visitantes, respondió al unísono, con una imaginación y armonía que haría palidecer de envidia al mismo maestro Beethoven:

-¡La Boca, La Boca, La Boca se inundó, y a todos los de Boca, la mierda los tapó!

El partido se jugaba a hacha y tiza. La delantera albiceleste no podía perforar la defensa xeneize y el tiempo pasaba. A diez minutos del final, con el partido empatado, Gardelito Bruno le hizo una seña a Hernán para que se preparara a entrar; éste saltó hacia la raya para pedir su inclusión, desde la cabecera visitante la ovación fue gigantesca mientras que la hinchada boquense contuvo el aliento; fue el momento mágico en que, plagiando a Eduardo Galeano, los que estaban por nacer apuraron el trámite y los moribundos cancelaron su deceso.

La zaga boquense marcaba con una brutalidad que no se veía desde los tiempos del Comisario Colman; la primera gambeta de

Hernán fue repelida con una plancha del stopper a la altura de la cabeza; el hijo del viento se estrelló contra los carteles publicitarios y quedó semiinconsciente. Mientras se armaba una gresca generalizada entre los jugadores, desde la tribuna, La 12, con ironía, hacía la cuenta como si fuese un árbitro de boxeo:

-....seis, siete, ocho, nocaut!

Después de diez minutos de trompadas y patadas voladoras, el árbitro decidió seguir el partido sin expulsiones, porque si tenía que hacerlo, se quedaba sin jugadores. Al costado de la raya de cal, Hernán esperaba nuevamente entrar ya restablecido; cuando lo hizo, la hinchada racinguista aturdió el ambiente:

-¡Ya todos saben que La Boca está de luto, son todos negros, son todos putos!

A un minuto del final, el lateral de Racing despejó un contraataque de Boca dándole de punta para arriba; la pelota cruzó la mitad de la cancha y cayó en la posición de Hernán, éste la bajó con los glúteos, sí, exactamente, con esa parte del cuerpo que usamos para sentarnos y emprendió veloz carrera hacia la raya; dos defensores de Boca salieron para partirlo, pero como por osmosis pasó entre ambos; se dirigió pegado a la raya de cal cuando en forma desesperada un defensa boquense se tiró con los tapones de punta, Hernán, con una pisada lo hizo pasar de largo, debido al impulso que traía el boquense, fue a parar al foso de agua que divide la tribuna del césped. Hernán acarició la pelota que siguió su trayectoria hasta la línea del fondo; cuando llegó al vértice del córner, Hernán se paró sobre ella y giró en un paso de ballet al estilo Nureyev, quedando frente al costado del área boquense, vio los delanteros de Racing entrar al área a buscar el centro y a los defensores boquenses decididos al despeje, en lo que iba a ser la última jugada del partido del siglo; el hijo del viento le pegó tres dedos y la pelota inició el viaje al área con una comba endiablada; el arquero de Boca se tiró en palomita para despejar con los puños pero el esférico, desafiando todas las reglas de la física, eludió el manotazo y siguió su curso; defensores y atacantes no pudieron dar con el balón y éste, en un efecto retardado, aceleró la comba que llevaba y se incrustó en el rincón de las ánimas; por un instante, el tiempo se detuvo, pasado ese momento inexplicable, esta vez sí, la lógica de la física entró en acción, al sentir la unión del poste y travesaño, la comba se metió en el arco inflando la red. El ensordecedor grito de gol que bajaba de la popular aceleró el corazón de Hernán, vio a sus compañeros correr a abrazarlo y se desplomó en el césped. Cuando reaccionó estaba siendo llevado en ambulancia al sanatorio. Al lado suyo Ignacio y Dionisio lo acompañaban.

-¿Presidente, qué pasó?

-Calmate Hernán, ¡somos campeones, convertiste un gol histórico!

La radio de la ambulancia pasaba repetidamente el gol de Hernán relatado por Víctor Hugo Morales. Cuando llegaron al sanatorio, lo trasladaron al quirófano. Vio la cara de preocupación de enfermeras y médicos y sintió la anestesia dentro de su cuerpo, giró su cabeza antes de quedar adormecido y en una esquina vio al gato negro con el collar de diamantes, con su mirada imperturbable.

Al otro día, Ignacio y Dionisio fueron llamados de urgencia por el doctor Riquelme, quien los llevó a la habitación de Hernán, que estaba vacía y les dijo:

-Ha desaparecido, no sabemos cómo. Hoy cuando la enfermera entró en visita de rutina, no había nadie en la habitación.

-¿Cómo es posible? -inquirió Ignacio-, Pusimos guardias frente a la habitación, ¿nadie vio nada?

-Nadie puede dar una explicación. La operación fue un éxito, pero no podía moverse; aparte estamos en un sexto piso, no pudo salir por la ventana y en el pasillo estaban todos los guardias.

Mientras el médico e Ignacio trataban de desentrañar el misterio, Dionisio recorrió la habitación. En la mesita de luz vio una tarjeta, era la tarjeta personal del hijo del viento, que simplemente tenia dibujado un emoticon con una sonrisa, la guardó en su billetera y salió a la calle. Ahora tenía la firme convicción que nunca más vería al hijo del viento.

Pasaron los meses y Hernán no apareció. Todo un país estaba en busca de alguna pista, hasta el Wall Street Journal había sacado por primera y única vez en su portada la fotografía de un gol del fútbol, con la leyenda: “un gol para la historia”, en un lenguaje más para Barracas que para Manhattan. Más de uno dijo haberlo visto en algún lugar lejano caminando con su valija de cartón a cuesta, pero todo no pasaba de delirios de la gente.

Al terminar la reunión de la directiva de Racing de cara a la nueva temporada, Ignacio y Dionisio se quedaron a tratar el tema del hijo del viento. Era un día extremadamente frío pero de buen sol. A través de los ventanales del edificio de Puerto Madero, se podía ver la ciudad uruguaya de Colonia.

-Tenemos que darlo de baja en la AFA, no creo que aparezca, pareciera que se lo tragó la tierra.

Mientras miraba la ribera uruguaya, Dionisio dijo:

-Hay una leyenda de mis antepasados guaraníes, donde cuentan que los chamanes se convierten en hijos del viento para explorar latitudes lejanas donde llevan su magia. Esos chamanes algún día vuelven a su tribu, pero dejan constancia de su paso por los lugares visitados.

Dionisio caminaba con las manos en sus bolsillos por aquella lujosa dependencia.

-Tal vez el hijo del viento nunca existió, simplemente lo inventamos todos, todos aquellos que amamos una camiseta, que es el único amor que perdura toda la vida, comparable solamente al amor de una madre. Debe ser que nuestras frustraciones continuas atrajeron al hijo del viento, no vale la pena analizarlo, simplemente tenemos que gozar lo que sucedió.

Cuando Dionisio bajaba por el ascensor, sacó la tarjeta del hijo del viento. Esta vez, aparte del emoticon, estaba en crayón azul, la firma garabateada de Hernán Botello.

La puerta del ascensor se abrió y Dionisio salió a la calle, el clima que era intensamente frío, se convirtió al instante en primaveral.

Transcurrido el plazo legal, la jueza Martorell archivó el expediente de Hernán Botello, cuentan los que la vieron firmar la resolución 586, que sus ojos se llenaron de lágrimas. Cuentan que Pochita Morfetti todas las tardes, antes de abandonar su trabajo, mira a través de la ventana esperanzada en la llegada de Hernán. Cuentan que en noches de luna llena, se ve por Avellaneda caminar con prestancia a Bastet, cuentan que su belleza venció al tiempo, cuentan que es la única que sabe dónde está el hijo del viento, cuentan que todos los hombres, son sus hombres.



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CUENTOS DE AQUÍ Y DE ALLÁ, 2014

Cuentos de MARTÍN VENIALGO

Arandurã Editorial.

Ilustración de tapa: RAQUE ROJAS PEÑA y GUSTAVO ANDINO.

Asunción – Paraguay.

Noviembre 2013 (356 páginas)





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