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MONTSERRAT ÁLVAREZ

  CÁNDIDO LÓPEZ, PINTOR DE TODOS - Por MONTSERRAT ÁLVAREZ - Domingo, 25 de Setiembre de 2016


CÁNDIDO LÓPEZ, PINTOR DE TODOS - Por MONTSERRAT ÁLVAREZ - Domingo, 25 de Setiembre de 2016

CÁNDIDO LÓPEZ, PINTOR DE TODOS

 

Por MONTSERRAT ÁLVAREZ

 

 

montserrat.alvarez@abc.com.py

Bombardeos, desembarcos, campamentos cubren telas de formato inusualmente horizontal (en proporción de uno a tres) para narrar en detalle acciones simultáneas y recoger las luces y la atmósfera de todos los momentos y el color y el clima de diversos escenarios.

Cándido López militó en un ejército durante la Guerra Grande, pero no pintó esa guerra desde la perspectiva de sus filas sino desde todos los puntos de vista posibles de todos los soldados de todos los ejércitos que pelearon en ella, vencedores y vencidos iguales así en su memoria y en su obra.

Sabemos que el 22 de septiembre de 1866 fue un espléndido día de primavera en Paraguay gracias, en buena medida, a la serie de cuadros en los que, muchos años después, el pintor Cándido López recordó minuciosamente los diversos momentos de esa jornada, desde el increíblemente límpido y luminoso amanecer hasta el ocaso siniestro de la carnicería y el saqueo entre sombras finales.

Cándido López, también conocido como el «Manco de Curupayty», es el artista que al final de su vida se dedicó a pintar con la mano izquierda la batalla en la cual había perdido la derecha. Militó en las filas aliadas durante la Guerra de la Triple Alianza; tiempo después de terminada esta, la pintó, y al pintarla la pensó, y la pintó y la pensó desde todos los puntos de vista de los vencedores y de los vencidos. Pintó en toda su limpia crudeza el trauma histórico con su minuciosa memoria de pesadilla, desde un duro e insobornable más allá de todos los fervores nacionalistas y las propagandas militares. Sus ejércitos de fantasmas sin facciones mal se prestarían a las urgencias estatales de construir relatos patrióticos. El monstruoso trasfondo de la guerra, su verdadera naturaleza de masacre, se revelan en esas pinturas de las escenas evocadas en los campos de batalla, que continuó visitando en su obra como un obstinado espectro que caminara entre los muertos, volviendo a esa tierra sangrienta para buscar en ella las raíces del Mal. «Así fue destruido el Paraguay», parecen decir sencilla, serenamente sus cuadros. Sin admiración por las victorias ni desdén por las derrotas. Los artistas no tienen cédula; su patria es la humanidad.

El pintor, fotógrafo, soldado y zapatero Cándido López nació en Buenos Aires en 1840. Se reconocen hoy pocas obras de sus años iniciales: su Autorretrato, de 1858, y el Retrato del general Bartolomé Mitre, de 1862. Estudió primero con el argentino Carlos Descalza y después con el italiano Baldesarre Verazzi. En la década de 1860, conoció al italiano Ignacio Manzini, y copió algunos de sus cuadros de batalla. Seguramente no imaginaba entonces que pronto dispondría de modelos reales. Como soldado, en los escenarios de la Guerra Grande, tomaría apuntes y haría bocetos y esbozos que luego le servirían para reconstruirlo todo, cuando hubiera terminado.

Al comenzar la Guerra entre Paraguay y la Triple Alianza, Cándido López se enroló con el grado de teniente segundo en el batallón de voluntarios de San Nicolás, del Primer Ejército del general Wenceslao Paunero. En la Batalla de Curupayty, precisamente ese radiante día de primavera, el 22 de septiembre de 1866, un casco de granada le destrozó la mano derecha, que le tuvieron que amputar junto con la mitad del antebrazo. En 1868, a raíz de una gangrena, sufrió una nueva mutilación. Así, Cándido López tuvo que educar su mano izquierda para poder seguir pintando, como lo hizo, en efecto, hasta su muerte, en 1902.

La única exposición individual de Cándido López (en vida) fue en el Club de Gimnasia y Esgrima de Buenos Aires en 1885 y consistió en veintinueve óleos con escenas de la Guerra Grande. Estaban llenos de los miasmas sofocantes, del calor y de la tensión, del hedor de la muerte, del bárbaro ruido de la metralla y de los cañonazos atronadores, de la carnicería, de las súbitas y destellantes explosiones, de los fogonazos que ciegan, de los alaridos salvajes de los mutilados, de los gritos brutales de los vencedores, de los gemidos animales y los estertores de los agonizantes.

El extraño formato de sus telas, tan apaisado, le permitía pintar como si pudiera verlo todo a la vez, con ojos anchos como el horizonte, o desde todas partes, o con más de un par de ojos, y su perspectiva profunda acrecienta la impresión de una mirada que tanto puede parecer sobrehumana como demasiado humana: plural, anónima. También son los combatientes personajes plurales en sus lienzos, como coros de una tragedia arcaica –la más arcaica, de hecho, la catástrofe primera, el viejo horror de la guerra–. Pese a todo, pintó las mil caras de la miseria humana en medio de la gloria de las nubes y los árboles, de las aguas brillantes, las noches inmensas y los amaneceres imponentes.

En los últimos años de su vida, desde 1893 hasta 1902, realizó una serie de pinturas que forman todo un verdadero ciclo narrativo sobre la Batalla de Curupayty. López pintó esta batalla desde el campamento paraguayo (Trinchera de Curupayty, 1899), desde los acorazados, cañoneras y buques imperiales de la armada brasileña (Ataque de la escuadra brasileña a las baterías de Curupayty,1901), desde los múltiples ángulos del campo de batalla (Asalto de la tercera columna Argentina a Curupayty, 1893; Asalto de la segunda columna brasileña a Curupayty, 1894; Asalto de la primera columna brasileña a Curupayty, 1897; Asalto de la cuarta columna argentina a Curupayty, 1898), desde todas las posiciones posibles de todos los combatientes, en suma, tanto de los vencedores como de los vencidos.

Pintó al final, el año de su muerte, la escena del comienzo (Marcha del ejército argentino a tomar posiciones para el ataque a Curupayty, 1902). En el Asalto de la tercera columna argentina a Curupayty (1893), se pintó a sí mismo cuando la granada le destruía el brazo. Pintó al comienzo, en el primer año que dedicó a este cruel ciclo minucioso, la escena del final, que no pudo haber visto (Después de la batalla, 1893), con el saber extraño que lo excedía. ¿Desde dónde pintó, pues, Cándido López? Desde su propia tragedia y desde la de los otros, desde su desdicha personal y desde la colectiva, desde todos y desde nadie.


 

Fuente:Suplemento Cultural de ABC Color

www.abc.com.py

Domingo, 25 de Setiembre de 2016

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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