LA IGLESIA QUE CELEBRO
Por LUIS BAREIRO
lbareiro@uhora.com.py
Así como critiqué firmemente y hasta con excesos verbales la actitud de la jerarquía de la Iglesia con respecto a la educación sobre equidad de género, no puedo sino aplaudir su coraje cuando sacuden a la clase política con una homilía como la que pronunció el obispo Ricardo Valenzuela en la misa central de Caacupé; una pieza de oratoria magistral basada, ciertamente, en los principios esenciales del catolicismo, pero profundamente terrenal, con los pies plantados en la realidad de la gran mayoría de sus fieles.
Desde la Justicia absolutamente pervertida y controlada por la clase política, pasando por el malgasto del presupuesto, el ejército de planilleros y el robo del dinero público, hasta la ceguera de quienes se niegan a ver las terribles inequidades que se mantienen inalterables en la República, el más retoño de los obispos hizo una dolorosa descripción de nuestra vida institucional, una reseña descarnada y brutalmente directa, como para que nadie que la oyera quedara indiferente.
Fue gratificante escucharla. Sé que no es la única homilía crítica ni el único prelado en encarar estos temas, pero el momento y el tono la hicieron singular. Creo, honestamente, que no se pronunciaba un discurso tan completo y oportuno desde los tiempos del irrepetible monseñor Rolón.
Cuando lo mencioné en las redes me hablaron de incoherencia porque antes fustigué con acritud a esa misma jerarquía. Y no faltó quien me dijera que es la misma institución que protege sacerdotes acusados de cometer delitos aberrantes. O sea, café o leche, esa es la consigna.
Creo que es importante recordar que la Iglesia está constituida por hombres y mujeres que asumen diferentes actitudes y tienen diferentes opiniones con relación a distintos temas. Podemos disentir radicalmente con algunas de sus opiniones y acciones, y estar absolutamente de acuerdo y elogiar fervorosamente otras.
La crítica y el elogio no suponen el odio ni la incondicionalidad en ningún caso. La actitud cómplice de los jerarcas que protegen a sacerdotes acusados de pedofilia no hace menos valiente el discurso de Valenzuela; así como la prédica reconciliatoria del papa Francisco no hace menos irritante el discurso machista que mantienen los sectores más radicalizados de su institución.
La crítica de Valenzuela a la terrible realidad de la Justicia y a las calamidades de la salud y la educación públicas no suponen que el prelado odie a jueces y fiscales o a ministros o al propio presidente. Parte del proceso de entender y asimilar la democracia pasa por comprender cómo funciona o debe funcionar el debate social.
Si critico ácidamente la posición institucional de la Iglesia con respecto a la educación sexual, eso no supone, ni mucho menos, que odie a los católicos. Es una visión simplista y absurda de la vida.
El 89% de los paraguayos pertenecen al catolicismo; es imposible que todos festejen la homilía de Valenzuela. En contrapartida, es perfectamente posible que alguien que no comparte su fe, como este servidor, se sienta profundamente identificado con ella.
Es el tipo de homilías que me remontan a la Iglesia combativa que conocieron mis padres, la Iglesia de mi infancia, la que yo todavía celebro.
Fuente: ULTIMA HORA (ONLINE)
Sección OPINIÓN
Domingo, 10 de Diciembre de 2017
