NOS SOBRAN DOCENTES, NOS FALTAN MAESTROS

Por LUIS BAREIRO

lbareiro@uhora.com.py

Si consideramos que casi la mitad de los trabajadores paraguayos ocupados laboran más de ocho horas diarias, ganan menos del mínimo legal y no tienen vacaciones pagas ni seguro médico y jamás habrán de jubilarse, las condiciones de un docente público no parecen tan malas. Si comparamos con la de otros empleados de la nómina pública, como los funcionarios del Congreso o del Poder Judicial o del Banco Central o de alguna de las binacionales, el salario de un profesor nos resulta sencillamente miserable.

Por eso, cuando discutimos cuánto se le paga o se le debería pagar a un docente, hacer comparaciones en un mercado tan distorsionado como el nuestro es perder el tiempo. La pregunta que deberíamos hacernos para responder correctamente a la cuestión salarial es cuán importante es la educación para el país, qué rol juega el maestro en ese proceso y, principalmente, qué tipo de personas queremos que ingresen a la docencia.

Si nos hubiéramos planteado eso desde el comienzo no tendríamos la pesadilla que vivimos hoy. Hay más de 60.000 docentes en la nómina del Estado con un salario por turno que apenas llega al mínimo legal para un trabajador sin formación académica. La consecuencia directa es que el nivel de la mayoría de los maestros responde a esa expectativa salarial. Salvo honrosas excepciones (que las hay, por supuesto), el grueso ingresó con un mínimo de exigencia, unos cursos de formación docente sin ningún rigor académico, para asegurarse un sueldo, aunque fuera mínimo. Convirtieron la carrera casi en un seguro de desempleo, como fueron en el pasado el sacerdocio y la milicia, y luego la policía y el magisterio.

El mensaje público fue claro y contundente: si querés una carrera corta y un ingreso seguro, aunque ínfimo, estudiá para docente.

Hoy conviven en esa gigantesca bolsa pública maestros que, pese a las miserables condiciones de la carrera pública, siguieron formándose, si no con el rigor académico, con el esfuerzo autodidacta; operadores políticos nombrados de favor solo para asegurar un rubro y una legión de egresados bachilleres con vocación (algunos), pero sin la menor capacidad para provocar el interés y el fenómeno de la aprehensión del conocimiento en cientos de miles de niños condenados a la mediocridad, salvo que su propio esfuerzo o algún hecho accidental los redima.

Cualquier corrección salarial generalizada no hace sino disparar el gasto público, pero no supone un solo paso en la dirección correcta si la intención es reformar el sistema. Lo primero y urgente es saber con cuántos de ellos se puede iniciar un proceso de cambio y a cuántos hay que encontrarles una salida laboral alternativa. Y luego iniciar un modelo absolutamente distinto de formación y contratación de maestros.

En el mundo globalizado ya no hay discusión sobre el punto; un maestro debe ganar igual o mejor que un médico o un ingeniero, pero debe tener el mismo rigor académico. Hoy no tenemos ni lo uno ni lo otro. Hay miles de docentes, pero pocos maestros.

Fuente:  ULTIMA HORA (ONLINE)

Sección OPINIÓN

Domingo, 27 de Agosto de 2017

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