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Fátima Martini

  LA BÚSQUEDA DE LA FORMA Y EL ESPACIO ANTROPOLÓGICO EN LAS INSTALACIONES DE FÁTIMA MARTINI - Por MARÍA VICTORIA ECHAURI DE INSFRÁN


LA BÚSQUEDA DE LA FORMA Y EL ESPACIO ANTROPOLÓGICO EN LAS INSTALACIONES DE FÁTIMA MARTINI - Por MARÍA VICTORIA ECHAURI DE INSFRÁN

LA BÚSQUEDA DE LA FORMA Y EL ESPACIO ANTROPOLÓGICO

EN LAS INSTALACIONES DE FÁTIMA MARTINI

Por MARÍA VICTORIA ECHAURI DE INSFRÁN

 

 

 

 

 

Forma parte del grupo de artistas que en la década de los noventa se interesa por disponer los elementos plásticos en el espacio como una forma de conocimiento. Sobre la Instalación explica: A partir de la década del 60 y masivamente en la del 70 las obras de arte ya no corres­pondían a los tradicionales géneros de la pintura o escultura, vistos desde un punto de vista “moderno”. En un principio se las llamó “esculturas” y Rosalind Krauss las denominó “escultu­ras en el campo expandido”, considerando el campo como espacio que la obra plantea como propio (U. Eco). Las instalaciones son obras en las que no existen fronteras entre técnicas. El proyecto operativo o la poética define la obra y lo que necesita para existir. No se parte enton­ces de una técnica específica, sino de un proyecto, o de un programa visual.

Para comprender su experiencia con la Instalación es importante conocer un fragmento de su historia en relación al arte. Se temprana formación artística se inicia con el estudio de la técnica del grabado con Livio Abramo y de la pintura con Olga Blinder. Terminé los módulos pintando, haciendo collage y experimentando con técnicas. Llegué a montar un pequeño taller de grabado en mi casa donde desarrollé obras que significaron una experimentación- relata la artista. Realiza seminarios, pero al mismo tiempo tiene mucho interés en el conocimiento teórico -Siempre me interesó la filosofía, la antropología y la teoría en general- dice.

Al mismo tiempo, estudia historia y luego un postgrado en Antropología Social en la escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH) Méjico donde reside cuatro años, luego viaja a Chi­le donde toma cursos y talleres de arte. Sigue relatando su inclusión en ámbitos de discusión teórica sobre temas culturales sociales y artísticos.

-Debo hablar de esto, porque en la Instalación, la teoría y la factura se unen, más que en la pintura- señala la artista.

Continúa la experimentación de varios materiales como pintura, crayolas, esmalte sintético, presenta obras de gran formato, hasta llegar a realizar exposiciones en la línea de la pintura.

-Siempre vivo el trabajo artístico con mucho sentido de la experimentación y del gozo- afirma Fátima Martini.

Pero explica que en un momento en que la pintura ya no llena sus expectativas empieza a experimentar con otros lenguajes. Trabaja el barro, hace piezas de arcilla cruda, recoge elementos tomados de la realidad, realiza impresiones. En un par de años prepara una exposición que termina siendo una "arqueología inventada" que incluye pintura, impresiones y objetos encontrados.

-Fue un relevamiento de muchos elementos que dieron como resultado una arqueología inventada- dice la artista. Pero la singularidad de la exposición es que el propio catálogo es con­cebido como obra. En “Huellas, Fragmentos e Impresiones”, selecciona objetos que evocan a aquellos primitivos producidos por el hombre, sacados del mundo natural y sometidos a simples transformaciones para utilizar sus propiedades intrínsecas y remitir a las nociones de raíz, o a lo primordial.

Sobre la piel de estos objetos se pueden fijar los signos de la expresión simbólica y pueden ha­blar desde el paleolítico, desde el origen o desde el presente. La superficie de los fragmentos constituye el terreno donde es posible expresar la propia imagen y la propia identidad de los mismos. Lo que escribe la artista en el catálogo- obra, ilustra su sensibilidad:

Al ir modelando el barro en pequeñas piezas sin sentido utilitario, guiada solamente por la forma, la textura y la sensación del barro mojado en las manos, comenzaron a aparecer fragmentos, fó­siles, piedras, inscripciones, signos. Fui viéndome a mí misma como una artesana de antaño que trabajaba la tierra y hacía ofrendas por la fecundidad, por la salud, por la continuidad de la vida. Así fue como surgieron piezas votivas dedicadas a deidades primordiales: la tierra, el cielo, el agua, los vientos, los ciclos de la naturaleza. Luego aparecieron las maderas, viejos pedazos, restos de construcciones, cortezas de árboles. Junto a ellas, las piezas de barro cobraron nuevos significados, nuevos matices, nuevas identidades. Las imaginé traídas por el río que rodea a Asunción, que había observado y dibujado desde el parque Caballero en el verano. A través de amigos me fueron llegando otros tantos fragmentos dispersos de esta historia: piedras y más piedras del Tebicuary, del cerro de Areguá, de los barrancos de Ytapytapunta, tierra roja de las Misiones, semillas, flores, hongos, mariposas que aún generan montes y bosques...

Hace años, en una librería de Asunción me encontré con postales, sin mayores referencias de indígenas chaqueños. Me cautivaron su belleza y su fuerza y me invadió una sensación de libertad y de nostalgia por ese mundo antiguo. Por eso, objetos indígenas, hilos, velas, tinturas naturales se incorporaron a las piezas de barro y al conjunto de la obra. Entonces retomé la pintura. Tinta negra, tierra roja, pigmentos varios. Las piezas que habitan el museo Andrés Barbero fueron motivo de inspiración. Y todos estos tiempos y elementos se reunieron en esta arqueología inventada, De huellas, fragmentos e impresiones. (26 de abril de 1993).

Pero la autora no se detiene sólo en la antigüedad, ni recupera solamente vestigios imaginados de su propia tierra, sigue su proceso de experimentación y en la búsqueda de nuevas formas, trabaja con fotografías y tarjetas postales, a las que fotocopia con lentes de aproximación y las amplifica, las obliga a acomodarse a nuevos soportes y esquemas. El paso hacia la Instalación se da cuando empieza a pensar en la manera de presentar sus cerámicas que anteriormente no tenían un soporte, aparece así la idea de instalarlas en un espacio por un descarte del soporte tradicional. Desde entonces se dedica a la fotografía con sus conocidas hamacas y murales.

La presencia del registro fotográfico es frecuente en la instalación y es una de las técnicas actualizadas en la obra de artistas instaladores. Pero las fotografías que usa Fátima Martini

son una estrategia cuando no son instantáneas recogidas por ella directamente de la reali­dad. Explora los clichés y generalizaciones culturales y provocan un juego entre naturalidad, artificialidad y sociedad de consumo porque aunque se trate de situaciones reales provienen de postales de tiendas turísticas y están rehechas. Una tensión velada y un discurso implícito en sus fotografías de referencias culturales.

Trabaja la Instalación cuando transforma sitios concretos, donde las mismas imágenes y la for­ma elaborada por la artista entran en relaciones, como en “La Hamaca”(1996) y “Tapiz” (1997). Pero comprender las instalaciones de Fátima exige un tránsito constante entre la discusión for­mal, la connotación ideológica e inserciones en circuitos antropológicos. La obra de la artista se nutre de temas indígenas del Paraguay que tienen que ver con su sensibilidad que la defi­nen como artista que se dirige hacia su propia realidad con propuestas artísticas actualizadas. Sus expresiones surgen en un escenario que aborda el tema de los estudios arqueológicos e investigaciones antropológicas, la interacción del lenguaje, la narrativa y sus lecturas.

Su propuesta refleja una mirada a la cultura indígena -como bien lo expresa la artista- una realidad como registro o como una puesta en escena de la presencia de aquellos que hoy ya no son considerados los “otros”, los mal llamados “diferentes”, o un esfuerzo por reivindicar lo pluriétnico y pluricultural.

La característica y lo singular de esta obra es que las hamacas resultan de sus búsquedas en los experimentos con la forma y ellas significan extraer a las fotografías del soporte conven­cional, siendo las mismas al mismo tiempo el propio soporte. El contenido interacciona con la forma y ambos se convierten en una sola cosa, en una unidad. Las fotos con su forma y su contenido son la obra misma. Fátima busca a través de sus “Hamacas” otras maneras de pensar, no sólo el espacio físico sino también el mental: el arte visto como posibilidad de co­nocimiento, al igual que muchas otras disciplinas del conocimiento- en los precisos términos de la artista. “Las Hamacas” son un medio que permite la reflexión sobre los procedimientos y recursos propios del arte donde la fotografía adquiere una forma sugerente. Se nutre de la cultura y busca un lenguaje visual contemporáneo.

“Las Hamacas”, realizadas y construidas con montajes fotográficos evocan reminiscencias de influencia minimalista en cuanto a la economía de medios y el elemento repetitivo, la seria­lidad de las tres tomas fotográficas modulares que crean una puesta en escena mínima. Pero se aleja de esta tendencia porque sus imágenes no hacen gala de neutralidad de sentido, ni vacío en el significado. La artista traspasa la frialdad minimalista y lleva sus estrategias hasta el campo cultural. Allí las fotografías fragmentadas rescatan imágenes de la cultura. Apunta otra de sus cualidades señalando que es una obra portátil, fácil de transportar, la obra puede ser enviada hasta por correo- dice -mientras introduce las imágenes-soporte en un sobre.

Pero la obra mantiene implícita también la idea de la revalorización de una cultura marginal, más allá de los exterminios posibles y sus espacios se convierten en un ceremonial de la memoriaque en su discurso visual valoriza la herencia de la cultura guaraní en el Paraguay, uno de los legados más vitales que ha quedado en este país. Según Colombres La vertiente más original de la cultura popular de América.... El renacimiento cultural indio es visible en casi todos los países y acompaña por lo común los primeros pasos que dan estos pueblos, en la ofensiva final por sacudirse el yugo de la dominación (1997, 24) refiere el autor sobre la cultura indígena. Fátima Martini juega con el significado de los objetos que utiliza y su contenido social, con lo que consigue piezas de fuertes e inevitables connotaciones antropológicas, que hablan tanto de cuestiones íntimas como sociales pero lo que más le interesa es recuperar -la simpleza y fuerza de las formas que sólo en lo indígena se puede encontrar. En el único lugar donde encontré algo relacionado con la tierra y con el mundo que nos rodea, fue en lo indígena.- ex­presa Fátima Martini en sus precisos términos.

Dice la crítica Luly Codas- Su obra se comporta como un diálogo permanente entre la natura­leza y el hombre, entre el hombre y la historia, entre la historia y las culturas que las conforman. (Correo Semanal, Diario última Hora, noviembre del 99). Y el crítico Javier Rodríguez Alcalá moviliza el discurso así. En la instalación de la imagen (imagen) la fotografía estereotipada y re­petida del referente indígena (descripción) reduce una cultura todavía viva -aunque amenazada en sus prácticas subsistenciales- a la condición de souvenir turístico o documento pretérito... Los términos que se involucran en la obra: fotografía, registro, extinción, proponen relaciones metonímicas reveladoras (Cruces interculturales, ag, 1998). Dorothee Willert interpreta el tra­bajo de la artista. En las instalaciones los mitos son conservados y sometidos a una conside­ración estética, más allá de una labor etnográfica. (Catálogo Pomokoi, 1993)

Y sus leves hamacas se cruzan en el espacio, no sólo como un cruce de referencias, sino como un pequeño universo, en donde los colores sepias remiten al tiempo y al espacio, don­de los mitos se reinterpretan, en medio de intervalos de silencio que conducen la mirada del espectador a un recorrido testimonial, tal vez porque evoca la memoria en las imágenes de esos cuerpos de la etnia Maká y Nivaclé danzando, de esas mujeres fragmentadas, de esos palmares que recogen la fuerza y simpleza que sólo se encuentra en lo indígena. Pero sus “Ha­macas” no solo se balancean en Paraguay, se las puede apreciar también en otros espacios lejanos, como en el museo de arte Reina Sofía de España. Un espacio que ya no recuerda ni olvida, sino simplemente es. Una Instalación que tiende implícitamente a la dimensión más amplia de un espacio antropológico, que plantea estrechar vínculos del discurso urbano y popular, fusionada con las reflexiones propias del arte.

La artista incursiona también en el lenguaje del vídeo. En la revista de Arte Latinoamericano “Art Nexus” de marzo del 98, puede leerse un comentario sobre su obra presentada en la 1º Bienal Latinoamericana de Lima. “Dentro de las piezas de mayor interés, debe señalarse el sutil trabajo en vídeo de Fátima Martini (Paraguay), en donde un papalote (cometa) vuela en un cielo despejado y crea una atmósfera de extraña quietud” (N° 27). Sus pandorgas-barriletes infantiles hablan de jue­go, o pueden ser sugerencias del vuelo de la libertad en el espacio oscilante del presente.

La obra “Las Hamacas” de Fátima Martini es legitimada desde la crítica de arte, cuando el analista del fenómeno del arte y crítico Gerardo Mosquera, moviliza significados desde el discurso y escribe así: La hamaca, un implemento de uso universal, fue conocida por los eu­ropeos a través de sus primeros contactos con indígenas americanos en las Antillas. Ella y el tabaco son dos contribuciones de los aborígenes antillanos a la cultura global. La hamaca es un objeto con significados ambivalentes. Por un lado, se usa por los ejércitos y los excursio­nistas en todo el mundo, sin connotaciones más allá de su utilidad práctica. Por otro, refiere al ámbito de sus orígenes, asociado al trópico y a un cierto ambiente cultural. En su insta­lación titulada "Hamacas", Fátima Martini cuelga tiras de fotografías a manera de hamacas. Con esta simple estructura ella hace algo excepcional: emplea la foto como material físico tridimensional para sugerir la forma de una hamaca en una Instalación. Esto resulta inusual porque la fotografía siempre vale por la imagen bidimensional que porta, no por su forma como objeto físico. La primera impresión ante esta obra viene por la configuración del puro soporte fotográfico, no de la imagen que en él aparece. El simple cruce de referencias entre una entidad tecnológica, comunicacional, "occidental" y tan vinculada con el mundo con­temporáneo como la fotografía y otra artesanal, empleada para el descanso y poseedora de reverberaciones “primitivas” basta para dar sentidos insólitos al minimalismo de la pieza. Pero las imágenes en las tiras de fotos son también significantes. Se trata de tomas de aborígenes actuales en el Paraguay. Con ellas la hamaca parece volver a sus inicios, documentada por la foto. La obra cierra su círculo. (Gerardo, Mosquera, 2001)

La artista no sólo propone espacios con objetos dispuestos en él, ella no rechaza a las paletas y a los pinceles en sus pinturas-objetos y las propone como Instalación, el medio que tiene la cualidad de acoger a diferentes géneros artísticos y es capaz de producir interferencias. Fátima ínstala sus pinturas signos-símbolos, organizando una estructura equilibrada que se integra a las paredes de la Misión Cultural Brasileña, las relaciona entre sí y el entorno, permitiendo la transformación del espacio físico y el espacio mental.

La palabras de la artista son las que mejor resumen su concepción sobre el arte y la amalgama de elementos en su obra y en sus pensamientos: “Relación arte-pensamiento-conocimiento-­signo-cultura. Relación Arte-vida. Arte-experiencia” -piensa la autora.

 

 

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EL "ESPACIO VITAL" EN LAS INSTALACIONES

DE SIETE ARTISTAS PARAGUAYOS

Por MARÍA VICTORIA ECHAURI DE INSFRÁN

Con los auspicios del FONDEC

Asunción - Paraguay

Marzo, 2012 (124 páginas)

 

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