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Fernando Allen Galiano
  LA IGLESIA DE YAGUARÓN - Fotografías de FERNANDO ALLEN - Texto de ALDO TRENTO


LA IGLESIA DE YAGUARÓN - Fotografías de FERNANDO ALLEN - Texto de ALDO TRENTO

LA IGLESIA DE YAGUARÓN

REDUCCIONES FRANCISCANAS

P. ALDO TRENTO

Editorial Parroquia SAN RAFAEL

Padre ALDO TRENTO/ MARÍA GABRIELA CANEPA

Fotografía: FERNANDO ALLEN

Diseño gráfico: MARIO L. LARA

Asunción – Paraguay

2ª Edición, Noviembre 2007

97 páginas

 

 

PRÓLOGO

 

         Este libro no es un "affaire" (asunto) para los "eruditos" -intelectualoides los llamaría Charles Peguy- es decir, para aquella clase de personas que miran el pasado como a un hecho arqueológico, para aquella gente que se divierte discutiendo si un pedacito de madera es del siglo XVI en vez del siglo XV. Tampoco es un libro para los "historicistas o ideólogos", es decir, aquellos que conciben la historia como un proceso de causa y efecto o una cronología de hechos o un instrumento para justificar las propias posiciones ideológicas.

         Este libro quiere ser un instrumento pedagógico, un catecismo para los pobres de corazón: para los pobres de espíritu, como llama Jesús a las personas sencillas y humildes, que contemplan y viven la historia personal y del mundo como el encuentro de dos libertades: la divina, llamada por el pueblo "Providencia" y la humana, llamada por el pueblo cristiano "Fe"; es decir, el reconocimiento de que el mundo es conducido por un Padre que se preocupa por sus hijos.

         Hablar de la Iglesia de Yaguarón y de las Reducciones franciscanas es hablar de un pueblo cristiano, de un pueblo de rostros reales y no de una pura abstracción ideológica. Este pueblo, aún viviendo en los montes del Departamento Central y del actual Guairá y Caazapá -territorio del Paraguay- encontró una compañía de frailes -unos hombres vestidos de sayal y ceñidos a la cintura con un cordón en el que llevaban un largo rosario y cuyo rostro lleno de humildad y misericordia se realzaba con una espesa barba- eran los humildes hijos de San Francisco. A partir de ese encuentro excepcional, este pueblo adhirió al Cristianismo. La adhesión libre, despertada en el corazón de aquellos hombres acostumbrados a la antropofagia y a la poligamia, se apoyaba en un deseo de infinito que llenaba de inquietud su corazón: el deseo de encontrar finalmente la tierra sin el mal en la cual vivir como "Karai", como señores, como inmortales.

         De este encuentro entre indios y franciscanos nacieron las Reducciones Franciscanas y con ellas nació la joya arquitectónica y artística de la Iglesia de Yaguarón, al cual este libro está dedicado. Un libro que quiere ser un instrumento catequístico, como lo fue y lo sigue siendo la Iglesia de Yaguarón.

         Los humildes hijos de San Francisco, siguiendo las huellas de su fundador, las huellas de Giotto y la de todos los grandes artistas de la Europa cristiana medieval, quisieron con esta Iglesia educar, formar y explicar a los indios convertidos el hermoso contenido del Cristianismo. El lenguaje artístico y arquitectónico fue y será siempre el más adecuado para acercar el Misterio cristiano a los humildes, es decir a los inteligentes, porque sigue el método de Dios que se hace hombre por amor a nosotros.

         La circunstancia que provocó el nacimiento de este libro, digo circunstancia porque desde hace 14 años que estoy soñando con esta obra, es la Carta Encíclica del Papa sobre el tema de la Eucaristía y el II Congreso Eucarístico parroquial que estamos preparando y viviendo en san Rafael.

         Escribe el Papa en su Encíclica en los párrafos 49 y 50, después de haber hecho memoria de aquella mujer que, como cuentan los evangelistas, entró sin pedir permiso a nadie, en aquella casa donde Jesús con sus discípulos y otros invitados estaba cenando, y sin preocuparse de la mirada de nadie fue junto a Él y «derrama sobre la cabeza de Jesús un frasco de perfume precioso, provocando en los discípulos -en particular en Judas- una reacción de protesta, como si este gesto fuera un "derroche" intolerable, considerando las exigencias de los pobres. De la misma manera "la Iglesia no ha tenido miedo de "derrochar", dedicando sus mejores recursos para expresar su reverente asombro ante el don inconmensurable de la Eucaristía... "  "Panis angelorum", "Sacrum convivium, in quo Cristus sumitur". 49 En el contexto de este elevado sentido del misterio, se entiende cómo la fe de la Iglesia en el Misterio eucarístico se haya expresado en la historia no sólo mediante la exigencia de una actitud interior de devoción, sino también a través de una seria de expresiones externas, orientadas a evocar y subrayar la magnitud del acontecimiento que se celebra. De aquí nace el proceso que ha llevado progresivamente a establecer una especial reglamentación de la liturgia eucarística, en el respeto de las diversas tradiciones eclesiales legítimamente constituidas. También sobre esta base se ha ido creando un rico patrimonio de arte. La arquitectura, la escultura, la pintura, la música, dejándose guiar por el misterio cristiano, han encontrado en la Eucaristía, directa o indirectamente, un motivo de gran inspiración.

 

 

         Así ha ocurrido, por ejemplo, con la arquitectura, que, de las primeras sedes eucarísticas en las "domus" de las familias cristianas, ha dado paso, en cuanto el contexto histórico lo ha permitido, a las solemnes basílicas de los primeros siglos, a las imponentes catedrales de la Edad Media, hasta las iglesias, pequeñas o grandes, que han constelado poco a poco las tierras donde ha llegado el cristianismo. Las formas de los altares y tabernáculos se han desarrollado dentro de los espacios de las sedes litúrgicas siguiendo en cada caso, no solo los motivos de inspiración estética, sino también las exigencias de una apropiada comprensión del Misterio. Igualmente se puede decir de la música sacra, y basta pensar para ello en las inspiradas melodías gregorianas y en los numerosos, y a menudo insignes, autores que se han afirmado con textos litúrgicos de la Santa Misa. Y, ¿acaso no se observa una enorme cantidad de producciones artísticas, desde el fruto de una buena artesanía hasta verdaderas obras de arte, en el sector de los objetos y ornamentos utilizados para celebración eucarística?

 

 

         Se puede decir así que la Eucaristía, a la vez que ha plasmado la Iglesia y la espiritualidad, ha tenido una fuerte incidencia en la "cultura", especialmente en el ámbito ético".

         50. "En este esfuerzo de adoración del Misterio, desde el punto de vista ritual y estético, los cristianos de Occidente y de Oriente, en cierto sentido, se ha hecho mutuamente la "competencia". ¿Cómo no dar gracias al Señor, en particular, por la contribución que al arte cristiano han dado las grandes obras arquitectónicas y pictóricas de la tradición greco-bizantina y de todo el ámbito geográfico y cultural eslavo? En Oriente, el arte sagrado ha conservado un sentido especialmente intenso del misterio, impulsando a los artistas a concebir su afán de producir belleza, no solo como manifestación de su propio genio, sino también como autentico servicio a la fe. Yendo mucho más allá de la mera habilidad técnica, han sabido abrirse con docilidad al soplo del espíritu de Dios.

         El esplendor de la arquitectura y de los mosaicos en el Oriente y Occidente cristianos son un patrimonio universal de los creyentes, y llevan en sí mismo una esperanza y una prenda, diría, de la deseada plenitud de comunión en la fe y en la celebración. Esto supone y exige, como en la célebre pintura de la Trinidad de Rublëv, una Iglesia profundamente "eucarística" en la cual, la acción de compartir el misterio de Cristo en el pan partido está como inmersa en la inefable unidad de las tres Personas divinas, haciendo de la Iglesia un "icono" de la Trinidad.

 

 

         En esta perspectiva de un arte orientado a expresar en todos sus elementos el sentido de la Eucaristía según la enseñanza de la Iglesia, es preciso prestar suma atención a las normas que regulan la construcción y decoración de los edificios sagrados. La Iglesia ha dejado siempre a los artistas un amplio margen creativo, como demuestra la historia y yo mismo he subrayado en la carta a los artistas. Pero el arte sagrado ha de distinguirse por su capacidad de expresar adecuadamente el Misterio, tomado en la plenitud de la fe de la Iglesia y según las indicaciones pastorales oportunamente expresadas por la autoridad competente. Ésta es una consideración que vale tanto para las artes figurativas como para la música sacra".

         La Iglesia de Yaguarón es el signo evidente de esta fe en la Eucaristía. No sólo la Iglesia, sino cualquier Reducción Franciscana o Jesuita, asó como también todos los pueblos y ciudades cristianas fueron expresión del amor que sus habitantes tenían por la Eucaristía.

         Este libro quiere ser un homenaje a Cristo Eucaristía, un gesto de gratitud al Santo Padre –en su 83º cumpleaños- por la Encíclica Eucarística que nos ha regalado.

         Espero que este libro pueda despertar en todos los que tuvieren deseos de leerlo, una pasión inmensa por la Eucaristía, un hambre insaciable de acercarse a la Comunión sacramental, y la necesidad de entrar en un templo y adorar al Santísimo Sacramento.

         El libro intenta reflejar en su totalidad los criterios y las razones por los cuales la comunidad cristiana de Yaguarón, en el siglo XVII ha construido esta joya Eucarística. Es un texto de catequesis concebido de la misma manera que los arquitectos medievales y de las Reducciones concebían la urbanística y el arte en general: expresión de una fe vivida e instrumento de evangelización. La tercera parte del texto, la que analiza científicamente la arquitectura y el estilo la Iglesia, es el catalogo de la muestra "La Iglesia de Yaguarón" que la parroquia San Rafael organizo en ocasión del congreso Eucarístico; por eso, las explicaciones que acompañan a las fotografías y dibujos son muy sintéticas.

         Agradezco a la Arquitecta Anne, con quien desde hace años estamos trabajando juntos, a la vigilia de su regreso a Francia, su país de origen. La humildad de esta señora, quien fuere arquitecta de grandes personajes europeos, por ejemplo la hija de Picasso, fue un testimonio grande para todos los que la conocieron. Muchas ideas que han permitido el desarrollo de la parroquia y de ser lo bella que es, fueron suyas. Un ejemplo de cómo es imposible ser un autentico arquitecto o profesional sin tener en la cabeza una catedral, como afirmaba Charles Peguy. Es decir, sin tener la Presencia Eucarística como contenido de la vida.

 

         Asunción, 18 de mayo de 2003

         83º cumpleaños de Juan Pablo II

 

 

 

 

LA IGLESIA DE YAGUARÓN

 

 

 

         No cabe duda de que el templo de Yaguarón es una de las joyas más lindas que -no obstante el descuido de los habitantes y de las autoridades- aún guarda el continente Latino Americano. La construcción del templo fue iniciada en 1755 y finalizada en 1772, siendo cura párroco Carlos Penayo de Catras sacerdote local (los franciscanos ya habían entregado la reducción al clero diocesano en 1596). Fue retocada posteriormente en 1803 con la participación de artesanos paraguayos, sobre todo en sus partes externas y luego hacia la mitad del siglo XX se realizaron por dentro laboriosas tareas de restauración en el retablo mayor y en la sacristía. Actualmente suscita tristeza ver las condiciones en las que se encuentra el templo, no solamente por la urgente necesidad de una restauración, sino por el desorden y la suciedad que reina dentro del mismo y en diferentes dependencias, como la sacristía. La situación del templo describe la situación del pueblo: una caricatura de lo que era antes, cuando la fe era el corazón y el respiro del pueblo.

 

 

Altar lateral

         EL TRAZADO URBANO

 

         Yaguarón, como todos los pueblos coloniales, estaba y está dividido en cuadras. En el centro del pueblo está la iglesia, el templo. La centralidad del templo, característica de todas las ciudades o pueblos de la Europa cristiana, se impone también en el continente americano con la llegada de los españoles.

         No olvidemos que la finalidad de la conquista, según el espíritu y las normas de los reyes católicos de España para la evangelización, era la "implantatio ecclesiae", es decir, la edificación de la Iglesia, cuerpo místico de Cristo, contemporaneidad de Cristo hoy.

         Esta finalidad perseguida a costa de cualquier sacrificio por la corona de España en los primeros tiempos, obviamente no podía no determinar los criterios de la convivencia entre españoles e indios y, en consecuencia, la estructura urbanística y arquitectónica de las ciudades y los pueblos. La centralidad del templo era un factor constitutivo de la ciudad y del pueblo. El pueblo de la Europa cristiana, como del mismo continente americano, no nace de una ideología; no era un proyecto humano el que reunía en una comunidad a personas totalmente diferentes entre ellas: la unidad de un pueblo nacía alrededor de hechos, mejor dicho, de un hecho en particular: el acontecimiento de Cristo. Las personas, adhiriendo en su libertad a este hecho, el único que corresponde adecuadamente al corazón del hombre, formaban comunidades. La comunión de las personas con el acontecimiento de Cristo era el origen de la convivencia urbana y el templo era la evidencia física de esta conciencia.

         Así como Cristo es el origen de la comunión y de la comunidad, el templo es el signo visible del origen de la convivencia entre los hombres. Hablando del templo, obviamente hablamos de la presencia eucarística, del hecho vivo de Cristo presente.

         Todos los pueblos y ciudades de la civilización cristiana se configuran arquitectónica y urbanísticamente con el templo como punto originante: el pueblo mismo o la ciudad se desarrollan a partir y alrededor del templo. La iglesia de Yaguarón es un ejemplo. Ubicada en una leve pendiente, con la fachada principal a oriente, estaba rodeada por la gran plaza, llamada también plaza de armas que lindaba con las calles y los edificios públicos en los cuales vivían los responsables de la cosa pública. Todas las calles que separaban las diferentes cuadras tenían su punto de partida -como rayos- en el templo con la plaza de armas. La ciudad o el pueblo era como el sol representado por el templo, con los rayos que se extendían hacia los cuatro puntos cardinales, dando origen a las diferentes manzanas en las cuales se ubicaban los edificios en los cuales vivía la gente, las familias. Para percibir en modo adecuado la distribución urbanística de Yaguarón, como en todos los pueblos y ciudades cristianas, la imagen más correspondiente es la del cuerpo humano: la cabeza y el corazón es el templo y con él la Eucaristía; las arterias las calles y los demás órganos, las diferentes estructuras que permiten la convivencia humana de la gente.

         Es decir, la sustancia de ese urbanismo es la fe, el reconocimiento de Cristo como constitutivo del yo, como criterio del pensar y del vivir humano. La arquitectura y la urbanística, como cualquier expresión de la creatividad y la genialidad humana, tenía en el acontecimiento de Cristo el origen y el fin.

 

Altar lateral

 

         LA PLAZA DE ARMAS

 

         Era un espacio vital de la convivencia en los pueblos evangelizados por la fe cristiana, como también para la convivencia humana de los pueblos de la antigua Grecia y Roma. El nombre "plaza de armas" no explicaba en modo adecuado la finalidad de la plaza misma, porque no era solamente el lugar de los diferentes entrenamientos y ejercicios de las artes marciales o de los desfiles militares, sino que era el lugar en el cual se reunía el pueblo para expresar su alegría y su tristeza, para compartir los momentos lindos y dolorosos de la vida cotidiana. Pero, además, la plaza tenía un valor sagrado y por eso en Europa se la llamaba también "sagrado". Un lugar sagrado que lindaba con el lugar profano delimitado a veces con piedras o pilares. Sagrado, porque era el lugar adyacente a la iglesia. Sagrado y profano no se oponían de manera excluyente, como si existiera en el mundo una cosa de Dios, y otra no, sino que todo se reconocía perteneciente a Dios pero un lugar físico, un ámbito palpable, estaba dedicado totalmente a Él. La división entre la fe y la vida no era aún concebible en aquellas comunidades. "Sagrado" quería subrayar la cercanía geográfica de la plaza al templo, mientras profano indicaba todas aquellas realidades lejanas físicamente de la iglesia.

         La plaza era el lugar en el cual, se organizaban las fiestas, los acontecimientos más importantes de la vida del pueblo. Era también el lugar del mercado, en el cual los productores exponían sus productos para comercializarlos. La plaza expresaba la comunidad, la vida pública de la comunidad. Por eso, era muy grande y majestuosa.

 

 

 

 

Mensula del cieloraso

 

         CARACTERISTICAS ÁRQUITECTONICAS DEL TEMPLO

 

         El templo en todas las religiones representaba el lugar sagrado por excelencia. Era el lugar en el cual el Misterio tenía su morada en el tiempo, dentro de las vicisitudes humanas. Para los judíos el templo era la casa de Dios y la puerta del cielo: "Haec est domus Dei, Haec est ianua coeli". Para los cristianos, el templo nuevo y definitivo, es decir la presencia de Dios entre los hombres, es Cristo Jesús. Él y solamente El es la definitiva y única "domus Dei et ianua coeli" como podemos leer en una de las iglesias de las Reducciones de Chiquito-Bolivia. El templo hecho de piedra, de ladrillo o de madera era y es el símbolo de esta presencia definitiva. Es la imagen de la Iglesia peregrina en esta tierra que camina hacia la Parusia.

         Pero también es el lugar en el cual la comunidad cristiana, la compañía de Jesús en este mundo, se reúne para celebrar la eucaristía, y donde el sacerdote guarda las especies eucarísticas, de manera que los feligreses puedan seguir visitando y adorando el "admirabile misterium" también fuera de la Santa Misa. El Papa Juan Pablo II en su esperada y hermosa encíclica. "La Iglesia vive de la Eucaristía", en el capítulo V habla del decoro de la celebración eucarística, abordando en los párrafos 49, 50 y 51 el camino histórico del templo, documentando cómo alrededor de la Eucaristía se ha desarrollado todo un arte, que ha dado origen a los diferentes estilos arquitectónicos que han caracterizado los templos en el transcurso de la historia.

 

Arco de la nave lateral

Detalle de ángeles en el sagrario

 

         El Papa escribe:

         Así ha ocurrido, por ejemplo, con la arquitectura, que, de las primeras sedes eucarísticas en las "Domus" de las familias cristianas, ha dado paso, a las solemnes "basílicas" de los primeros siglos, a las imponentes "catedrales" de la Edad Media, hasta las "iglesias", pequeñas o grandes, que han constelado poco a poco las tierras donde ha llegado el cristianismo".

         El anuncio del evangelio siempre coincide con la construcción de una capilla o de una iglesia en el lugar donde se había plantado la cruz, como signo de que Cristo había llegado en aquel lugar. Luis de Bolaños no huyó de esta regla, por ende, evangelizando a los nativos de esta aldea nombrada Yaguarón, la primera cosa que hizo fue la de levantar un templo, en honor del santo franciscano Buenaventura, que será el patrono del pueblo. De la iglesia primitiva de Fray Luis no ha quedado nada, pero la iglesia actual ciertamente ha surgido en el lugar de la primera capilla.

         Las dimensiones del templo ya nos dicen de la importancia de la construcción. Tiene setenta metros de longitud, incluyendo los pórticos, y treinta metros de ancho. La fachada externa no ofrece nada fuera de lo común, aunque su estructura presenta ciertas particularidades bien definidas.

         Escribe J. Giuria en su "Arquitectura en el Paraguay": "sus cuatro fachadas rodeadas de pórtico, unido en su forma rectangular y la carencia de ábside trae como consecuencia que esa planta se asemeja a la de un templo helénico". Diferente es el juicio respecto a la arquitectura del templo de Yaguarón, del Prof. Darko Sustersic, cuando citando al Padre Cardiel, nos dice: "todos estos edificios se hacen de diverso modo que en Europa: porque primero se hace el tejado, y después las paredes. Clávanse en la tierra grandes troncos de madera, labrados a asuela. Encima de ellos se ponen los tirantes y las soleras; y encima de estas tijeras, llaves, latas y tejado; y después se ponen los cimientos de piedra". Y afirma también que: mientras los edificios en Europa, a partir de la definición de su planta y alzados, dividían el espacio en interior y exterior, en la casa de Yaguarón en cambio conviven en armonía bajo los grandes techos de los óga guasu guaraní.

 

 

         En este punto es de gran importancia, antes de seguir describiendo la belleza de la iglesia de Yaguarón, explicar qué era el óga guasu guaraní. La construcción óga guasu (casa grande) se diferenciaba del óga jekutu (casa clavada) por su mayor tamaño y a veces por su unción religiosa. El óga guasu era una forma primitiva de templo de los guaraníes. En las "casas grandes" óga guasu los chamanes y el pueblo celebraban sus ceremonias religiosas, plegarias y danzas rituales. Cada elemento de esas construcciones tenía su nombre exacto y el correspondiente sentido místico de particular belleza poética que explicaba su unción y sus propiedades más significativas. Las viviendas comunes se llamaban óga jekutu. Ambas construcciones eran edificadas sobre horcones y tenían el techo de hojas de palmas pindó, jata'i. Con la llegada de los misioneros se introdujeron unos elementos nuevos en la arquitectura del óga guasu y el óga jekutu, el par y el nudillo, que permitieron desplazar las hileras de las columnas centrales, las óga aka mbyte jokoja, que sostenían las pesadas vigas cumbreras óga aka mbyte. Los pilares ahora desplazados del centro pasaron a ser los óga kyta, alineados en dos filas, conformando el equivalente de las tres naves de las iglesias europeas. El templo de Yaguarón es un ejemplo de esta arquitectura guaranítica que en una admirable síntesis con el arte europeo ha creado esta joya.

         Los elementos fundantes -sostén del edificio- en la arquitectura del templo no son las paredes sino los "horcones" o columnas que sostienen el techo. En la edificación del óga guasu o del óga jekutu la primera preocupación era la de plantar los horcones que sostenían el techo a diferencia de Europa en donde las paredes eran los elementos principales de cualquier edificación. Por dentro toda la techumbre se asienta sobre cuatro filas de columnas de urundey, y se inclina en dos vertientes que sobrepasan los mismos límites hasta pararse en pilastras rectangulares. Así es como se dan a la vista las piezas de la armadura que según J. Giuria, muestra un hermoso artesanado que recuerda los de par y nudillo de antiguas iglesias españolas. Sus paredes son de adobe con tierra colorada que alcanzan en parte hasta los 2,80 metros de espesor, que permitía disfrutar de una temperatura ideal sea durante el terrible verano subtropical, como durante los peores meses de invierno.

 

 

 

         ASPECTO INTERIOR

 

         A la esencialidad de la estructura exterior, corresponde una riquísima decoración interior que inmediatamente nos hace pensar en el barroco y en alguna parte al rococó europeo. Esto no debe sorprendernos dado que los franciscanos que llegaron a Yaguarón, como en toda América del sur provenían de España, donde el arte barroco tuvo un gran desarrollo. El barroco nace en Europa como respuesta católica a la reforma protestante que había vaciado el dogma de su contenido, que había despojado a la Iglesia de su carnalidad, es decir de su sacramentalidad. El vaciamiento del acontecimiento cristiano abierto por la reforma se refleja también en la arquitectura y en el arte. La eliminación de la presencia sacramental de Cristo Eucarístico trajo consigo un empobrecimiento y una desnudez impresionante en los templos. Así el barroco nace como estética sagrada católica, y no como mera representación religiosa -como fue el Renacimiento-, de ese modo se pone al lado del románico y del gótico al servicio de la representación del Misterio. La respuesta católica a la negación de lo sacramental en la reforma fue la reafirmación de la carnalidad del Cristianismo, de la sacramentalidad de la Iglesia. El barroco devuelve esta carnalidad, con su riqueza de motivos. Los templos vuelven a llenarse de un calor humano y divino. A la vaciedad fría de los templos protestantes, la Iglesia responde con la riqueza del barroco para expresar el hecho de que Cristo es una presencia totalizante que abarca íntegramente toda la vida y toda la realidad. El barroco, con sus adornos que no dejan ningún vacío sino que llenan todos los espacios posibles, quería expresar el hecho totalizante que es la Eucaristía. El sacramento de la pascua no deja nada vacío. Cristo ocupa todo, porque es la plenitud de todo. Se trata de una visión celestial que, por medio de una energía divina, arrastra al hombre involucrándolo en la contemplación de la belleza Trinitaria rodeada de los querubines, la cual manifiesta la verdad de su Ser en la caridad que engendra el verbo. Este, por obra del Espíritu Santo, se hace carne en el seno virginal de María y vive en la materialidad de la Iglesia, que tiene en la Eucaristía su origen, en la Virgen María la madre y el modelo, y en los siete sacramentos y la autoridad del Papa su continuidad en el tiempo, como también su garantía. Y las regiones en las cuales esta respuesta cultural se dio de un modo particularmente visible fueron el sur de Alemania, Austria, Italia, España y Portugal.

Confesionario, detalle

 

         De esta manera se comprende el porqué hoy podemos hablar del arte barroco en Latino América.

         Entrando en el templo y pisando un hermoso piso de arcilla, la cosa que inmediatamente asombra a la mirada es el retablo del altar mayor, con la riqueza de detalles que lo caracterizan. El templo consta de tres naves entre cuatro filas de columnas de madera tallada de ocho metros de alto.

         La primera cosa que encontramos a la entrada del templo es la pila bautismal, ubicada, según una concepción tan antigua como la Iglesia. El neófito que quiere entrar en la Iglesia, de la cual el templo es figura, necesita del Bautismo, es decir del sacramento que da al ser humano una nueva ontología, que hace del hombre una criatura nueva nacida del agua y del Espíritu Santo. El Bautismo es el acontecer del hombre nuevo, es el injertarse de la criatura nueva en el místico cuerpo de Cristo que es la Iglesia. El Bautismo devuelve la belleza original a la criatura, aquella belleza perdida por el efecto destructor del pecado original.

         Unos pasos más hacia delante, un gran crucifijo en madera atrapa completamente la mirada de quien, con inteligencia conmovida, visita el templo. El crucifijo, la memoria viva de la redención, la memoria viva de un Hombre, el Hijo de Dios, que muriendo nos ha devuelto la inmortalidad. La cruz -y el crucificado- nos recuerdan también cuan pecadores somos y nos señalan dos hermosos confesionarios a unos metros de distancia a ambos lados de la Iglesia. Los confesionarios son dos auténticas joyas del barroco, con dos metros de alto por casi uno de ancho y ricamente adornados con numerosos arabescos pintados con colores vivos. Cada detalle es atentamente cuidado según aquel espíritu cristiano que caracterizaba a la época, por el cual la experiencia de la fe tenía que ver con todo. La belleza de los confesionarios se expresa en la totalidad del diseño y de la pintura, como también en la sencillez de la estructura que permite al pecador arrodillarse cómodamente delante del confesor y pedir perdón por sus pecados. El confesionario expresa estéticamente el sentido teológico del sacramento: lugar de la gracia reencontrada después de la experiencia triste del pecado. La gracia recibida como don en el bautismo es continuamente recuperada como don, a través del sacramento de la Confesión. La belleza de los confesionarios, que resplandece en todos los detalles, nos remite a la belleza de la gracia que a través del sacramento es restituida al hombre y enriquecida por la misericordia de la Iglesia.

Cieloraso

 

Parte superior de mampostería de la nave lateral

 

Cieloraso

 

         El hombre renacido con el Bautismo y robustecido con la gracia de la Confesión encuentra en la palabra revelada la posibilidad de conocer aún más profundamente el Misterio de Cristo. Por eso, a mitad del templo, según una costumbre secular, encontramos, a la izquierda, el púlpito, que tenía dos funciones: la del anuncio de la palabra revelada a través de la homilía del celebrante en la Santa Misa y la de permitir a todos los fieles escuchar la homilía en un tiempo en el cual los micrófonos no existían. El púlpito se halla casi adosado a la tercera columna -contando desde el altar principal-, mide más o menos siete metros de altura y su forma es hexagonal. La base parece representar a un gladiador antiguo -por su vestimenta- que con sus brazos en alto lo sostiene, y al cual el sacerdote llegaba a través de una escalerita. Además, muestra bellísimos dibujos, reproduciendo en pinturas ya casi decoloradas, unos predicadores cristianos.

         El tornavoz tiene adornos con llamas de fuego igualmente coloreados, mientras que, en lo alto, la paloma que representa al Espíritu Santo aparece rodeada de rayos luminosos. Es sin duda una iconografía acabada y profunda del valor de la palabra revelada explicada por el sacerdote, con la asistencia del Espíritu santo.

 

Púlpito, talla en madera policromada

 

Ángel querubin, detalle del sagrario

 

         EL PRESBITERIO

 

         Es el lugar del presbítero, es decir del ministro que confecciona la Eucaristía-para usar palabras del Concilio de Trento- que es el sacerdote. Los dos pulmones que dan vida al templo están representados por el altar mayor del presbiterio (mayor, para distinguirlo de los demás altares laterales) en el cual el sacerdote celebra la Santa Misa y por el retablo que sube hacia lo alto teniendo como base el mismo altar.

         Separar las dos cosas es imposible, porque ambos se pertenecen tanto arquitectónicamente como por lo que expresan: el altar mayor y el retablo son una elocuente catequesis de los Misterios principales de la fe católica.

         Así como en la Europa Medieval, cualquier forma arquitectónica o pintura tenía como fin catequizar a la gente humilde analfabeta, lo mismo pasa en los templos de la primera evangelización. El altar mayor con el retablo es una síntesis espectacular del acontecimiento cristiano.

         El altar mayor es el centro de la nave principal y se eleva por debajo de una amplia bóveda, descansando sobre cuatro ménsulas probablemente de urundey de las cuales se desprenden columnas profundamente ornamentadas de guirnaldas de mores en madera tallada.

         La nave del altar muestra una combinación de dibujos alegóricos y un revestimiento de polvillo de oro y plata. El majestuoso retablo, obra del maestro portugués José de Souza Cavados y maestros artesanos de la Reducción Franciscana de Yaguarón, entre los años 1755 y 1772, mide 14 metros de alto por 6 de ancho y 3 de profundidad.

         Hecho en madera de petereby, en estilo barroco portugués, influenciado por el Rococó Francés, muy propio de la época. Se destaca la belleza de la excepcional policromía que caracterizan todos los detalles que forman de este retablo la viva imagen del Romano en la tierra.

         Este conjunto de belleza no solamente contiene en miniatura el contenido de la revelación cristiana, sino que indica el camino de la salvación. Existen como dos movimientos que caracterizan la totalidad del retablo, dos movimientos que describen el acontecimiento cristiano: la historia de la salvación del hombre y del cosmos. El primer movimiento es de arriba hacia abajo y describe la trayectoria de la Encarnación, mientras que el segundo es de abajo hacia arriba, describe el camino de la libertad humana que adhiere al Misterio de la redención.

         Pero antes de adentrarse y contemplar estos movimientos representados en modo plástico en el retablo del altar mayor, es importante decir qué es el Cristianismo, porque vivimos en una época histórica en la cual la sociedad ya no es más cristiana.

 

Agnus Dei, detalle de la puerta del sagrario.

 

Detalle de la corte celestial alrededor de la Virgen Inmaculada

 

San Pedro con los ángeles en posición de oración y contemplación

 

Base del altar, con la imagen de Buenaventura

 

         Por otra parte, nos sería imposible comprender y gustar la belleza del retablo, que es una acabada catequesis sobre los Misterios de la fe católica, si no conociéramos qué es el Cristianismo. Podríamos decir que los franciscanos al crear este retablo tenían claro, -como en la Edad Media cuando el pueblo en su mayoría no sabía ni leer, ni escribir-, que el lenguaje del arte es la forma de comunicación más inmediata para explicar las verdades de la fe. El retablo del altar mayor es un verdadero libro de catequesis, en el cual el indio convertido podía leer y gustar la belleza del encuentro hecho con Cristo. La estética cristiana es propuesta como un modo de conocimiento. Aclarado este punto volvemos a la cuestión: ¿qué es el Cristianismo?

         Contemplando el retablo se vuelve manifiesto que no es una religión, es decir, una tentativa humana de dar un rostro al Misterio, un esfuerzo humano de imaginarlo. La razón del hombre, por su naturaleza reconoce la necesidad de un Misterio, de una "x" explicativa de la realidad, pero no puede, con su capacidad, quedarse en el vértice de este reconocimiento sin crear el ídolo, es decir, sin dar un rostro a esta "x". Podemos definir las religiones como un movimiento de abajo hacia arriba, una tentativa de unir el presente con el infinito. La imagen que Víctor Hugo describe en su obra "Le point" me parece la más adecuada para describir este esfuerzo y también para decir qué es, en cambio el Cristianismo.

         El gran escritor francés imagina una llanura llena de obreros, albañiles, carpinteros, herreros, arquitectos, ingenieros, todos ocupados en la construcción de un puente que una la orilla de lo efímero, -de lo contingente, de la tierra-, con el infinito o sea, con lo eterno. Es una imagen bellísima para describir la trayectoria del corazón humano que incesante e inexorablemente, tiene hambre del eterno Dios. Como recita el salmo: "Mi alma tiene sed de ti, Dios mío... como un ciervo anhela a los torrentes de agua, mi alma anhela por ti, oh Dios mío". No es más que un esfuerzo sobrenatural para dar un rostro al Misterio, o sea, a esta "x", que explica y da sentido a la realidad.

         Lo mismo ocurre con el Icaro de Matisse: este hombre desfigurado, desesperado, moribundo, que busca en los cielos infinitos la respuesta a su deseo de totalidad, empujado por el puntito rojo de su corazón.

         El hombre coincide con este puntito rojo, es decir el hombre es su corazón, y el corazón es un conjunto de exigencias y evidencias originales, como la sed de felicidad, de amor, de belleza, de verdad, de justicia...

         Volviendo a la imagen del puente de Víctor Hugo, ahora imaginemos que mientras estos hombres con un esfuerzo sobrehumano están intentando llegar al cielo con su construcción, a un cierto punto aparezca en la inmensa llanura un hombre que grita: "hombres, paren todos, porque el esfuerzo generoso de ustedes es maravilloso, pero es inútil, porque nunca lograrán realizar lo que sueñan. Paren, entonces, porque Yo soy aquel puente que ustedes en vano intentan construir. Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida".

         Podemos imaginar el desconcierto de los arquitectos, de los ingenieros y también de muchos obreros al escuchar que un hombre como ellos y que está delante de ellos, afirma de sí mismo de ser el rostro del Misterio. Esto es el Cristianismo. Es un movimiento de arriba hacia abajo; es Dios mismo que se revela al hombre, que manifiesta su rostro y se vuelve compañía para él. Entonces mientras la religión es la tentativa humana de subir al cielo, el Cristianismo es la iniciativa de Dios mismo que baja a la tierra. "El Verbo se hizo carne y puso su tienda entre nosotros", así es como describe el evangelista Juan el hecho de la Encarnación.

         Volviendo al altar mayor del templo de Yaguarón, su bellísimo retablo es la descripción exacta de esta verdad. En la parte más alta, la figura de Dios Padre que sostiene en la mano al mundo, rodeado de los querubines, envía al Espíritu santo, representado en forma de paloma a la Virgen María: "El Verbo se hizo carne y vive entre nosotros" en la Eucaristía, de la cual el sagrario y el magnífico altar son el lugar del sacrificio y de la presencia física del Hijo en el tiempo y espacio.

         A este movimiento de arriba hacia abajo, del cielo que se une con la tierra, corresponde el movimiento de la libertad humana que reconoce en Cristo, al salvador. El hombre que encuentra, y que adhiere a Cristo, cuya presencia es la Eucaristía simbólicamente representada por el altar y el sagrario, llega al Padre, destino de todo, a través de la Virgen María colocada en el centro del retablo, a mitad de una escalera con siete gradas, símbolo de los siete sacramentos, encima de las cuales está la figura de Pedro, garantía del camino y piedra de seguridad. La Virgen sigue dándonos a Cristo, presente en la Iglesia, cuya fuente y culmen es la Eucaristía. La Iglesia, que tiene en los sacramentos y en la autoridad del Papa sus cimientos, manifiesta su origen ontológico en el Espíritu santo que domina el retablo y la meta final de su camino es el Padre, que ocupa el vértice del retablo.

         Es decir, la iniciativa y el destino de la trayectoria del camino de la salvación es el Padre. Todo tiene su origen y todo tiene su destino en El, como Jesús repetidas veces afirma en el evangelio. Las demás figuras del retablo resaltan la belleza de esta descripción y representan los nueve coros angelicales.

         La Iglesia triunfante, ángeles y santos, vive profundamente unida con la Iglesia militante, con la comunidad de los cristianos que aún siguen caminando en esta tierra rumbo al destino final que es el Padre. Un camino posible solamente gracias a la Iglesia, sacramento universal de salvación. Los santos son los miembros de la Iglesia que han cumplido su trayectoria humana y ahora viven contemplando la Trinidad e intercediendo por nosotros que aún caminamos en esta tierra.

         Los querubines son los que sostienen la figura de Dios Padre, que está representado con la mano derecha levantada en signo de poder y de bendición y con la izquierda sosteniendo al mundo, "obra de sus manos", y sobre el mundo brilla una cruz dorada, símbolo de la nueva creación realizada por Jesús, su Hijo. El triángulo corona la cabeza del Padre, esculpido según la tradición iconográfica, con cara de anciano y barba plateada. El triángulo representa la Trinidad y la Unidad de Dios.

         Dos angelitos con una faja colorada al viento vuelan al lado del Padre, uno ayudándolo a sostener el mundo y el otro con las manos abiertas alabándolo. Esos mismos angelitos parecen sostener el sagrario en el cual vive Cristo Eucarístico.

         También los querubines que sostienen la figura del Padre, ahora los contemplamos formando una corona alrededor de la puerta del sagrario, en la cual un hermoso bajorrelieve representa al cordero de Dios inmolado y al mismo tiempo victorioso. El sagrario es de una hermosura impresionante, testimonio de la conciencia que los indios cristianos tenían de la presencia eucarística.

         Los tres arcángeles ocupan lugares diferentes: San Miguel, símbolo de la victoria parcial sobre el mal en el lado derecho mirando el Sagrario, como diciéndonos que la victoria final y definitiva sobre el mal es el acontecimiento de Cristo; San Gabriel tiene su nicho en la parte derecha de arriba del retablo, mientras San Rafael en la parte izquierda. Ambos son representados según la iconografía tradicional.

         Finalmente, a la izquierda del Sagrario, en un nicho, encontramos la figura del Santo Patrono de Yaguarón, el franciscano San Buenaventura, con su vestimenta de obispo.

         Todas estas figuras forman parte de la belleza, grandeza y santidad de la Iglesia.

         La mesa del altar muestra una combinación de dibujos alegóricos y un revestimiento de polvillo de oro y plata.

 

 

San Gabriel y uno de los ángeles tronos

 

San Rafael y uno de los ángeles tronos

         EL CORO

 

         Entrando a la izquierda una linda escalera de madera policromada nos lleva a un entrepiso, donde en las antiguas iglesias era ubicado el coro que acompañaba las diferentes liturgias del año. El canto, como la arquitectura, la pintura, la escultura, era parte integrante de la comunidad cristiana y de su expresividad creativa. El canto, como afirma Mons. Luigi Giussani, es "la expresión más alta del corazón humano, la caridad más grande que existe, porque el canto acerca y permite la visibilidad del Misterio. No existe ningún instrumento más educativo del corazón humano como parte de un pueblo, es decir una comunión, no existe nada que glorifique a Cristo más que el canto".

         Era la conciencia que caracterizaba la evangelización y por eso la preocupación educativa se manifestaba también en el hecho de que cada templo tuviera un lugar en el cual ubicar el coro que acompañaba todas las liturgias solemnes y en particular la misa mayor del domingo a la mañana.

         El canto gregoriano y polifónico, acompañado por el órgano -que los jesuitas ya construían en el siglo XVIII en las Reducciones- y ejecutado por corales, compuestos de diferentes y numerosos elementos, retumbaban en las vueltas hermosas de la iglesia. Un espectáculo de fe y de oración que los indios testimoniaban durante las asambleas litúrgicas.

         Ya el indio por naturaleza estaba predispuesto al canto y tenía el gusto de la música, por eso, no fue difícil para los misioneros educarlos en la belleza de esta expresividad humana y de la música. No solo eso, sino que estos dos elementos educativos fueron los instrumentos privilegiados para la evangelización.

         Una comunidad cristiana existe cuando el canto se vuelve la característica de la comunidad. El cuidado de la liturgia y del canto son los síntomas claros que existen en el pueblo cristiano, también como expresión de la armonía y sintonía de sus habitantes.

 

San Miguel

 

San Buenaventura

 

         SACRISTÍA

 

         Por detrás del altar mayor, transversalmente está la sacristía de doce metros de largo que se asemeja más bien a una capilla. Por arriba está cubierta de una falsa bóveda trabajada con piezas rectangulares de madera bellamente tallada y con una policromía de verde, rojo, gris y violeta. En la misma sacristía se alza un retablo en el cual aparece combinado un altar con varias líneas de cajonería, todo tallado admirablemente. Estos colores como también los del templo, fueron obtenidos de sustancias vegetales: el negro del ñandypa (ginipa americana) el rojo del urucú (bixa orefana), el verde del yryburetyma (eupatorium laeve) y el amarillo del ysypó (escobedia scabrifolia).

         La sacristía para la comunidad cristiana no era el depósito del templo, sino una parte integrante del mismo y tenía la unción de ser el lugar en que el sacerdote se preparaba para la Santa Misa, y también el lugar en que se guardaba todo lo que servía para el desarrollo de la liturgia, en particular de la Santa Misa. El nombre "sacristía" nos recuerda la unción sagrada de este lugar. Por este motivo la sacristía de Yaguarón parece una capilla de la misma iglesia y el ropero que guarda la vestimenta y los usos sagrados semeja un altar en el cual dominaba la figura del crucifijo. Cada detalle de la sacristía y de los diferentes muebles que la caracterizan son expresión de aquella belleza, de aquella armonía que expresaba la santidad de los que habitaban aquel pueblo.

         Era impensable en aquel entonces que a un detalle, aún cuando fuera aparentemente insignificante o invisible, no se le tuviere el mismo respeto y cuidado del visible.

 

El coro

 

 

 

 

Sacristía, detalle de la boveda

 

Sacristía, detalle del "cabinet" sagrado

 

Corona, detalle del altar lateral

 

 

 

BIBLIOGRAFÍA

 

 

 

El espejo salvaje

Ana María Parsons - Ana María Martins

Ed. Fotosíntesis

 

 

Crónica histórica ilustrada del Paraguay

Ed. Quevedo 1997

 

Presencia Franciscana en el Paraguay

Margarita Durán Estrago

(1538-1824)

 

Historia de las Misiones Franciscanas en el Oriente del Perú

P. Fr. Bernardino Izaguirre.

O.F.M. Lima 2001

 

Guaraníes y Jesuitas

Lucia Galvez

Ed. Sudamericana Bs. As. 1995

 

Caazapá. Las Reducciones Franciscanas y los Guaraní del Paraguay

Diputación de Granada 1998

 

Yaguarón

R. Montefilpo C.

Ed. "El Gallo" Asunción, 1964

 

 

 

 

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