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GUSTAVO LATERZA RIVAROLA

  RÍO TARAMBANA - Por GUSTAVO LATERZA RIVAROLA - Domingo, 03 de Julio de 2016


RÍO TARAMBANA - Por GUSTAVO LATERZA RIVAROLA - Domingo, 03 de Julio de 2016

O TARAMBANA

 

  Por GUSTAVO LATERZA RIVAROLA

Desde épocas muy antiguas es cosa sabida que el río Pilcomayo es caprichoso, quiere nomás luego andar por su cabeza y no le agrada que le indiquen por dónde transitar. Desde hace décadas, muchos hidrólogos vienen ofreciendo fórmulas para corregirlo y a todos se les escucha, porque, como es fama, en este cordial país recibimos todas las explicaciones y consejos que nos ofrecen los expertos y luego los archivamos con el mayor cuidado y respeto.  

Este río tiene talante propio. Los guaraníes los llamaban Araguay, los guaicurúes Guazutinguá, los chiriguanos Yetic y los quechuas Piscomayu, transformado en Pilcomayo, que es la voz que predominó. Nuestros indígenas, al igual que los africanos negros, antes de ser convertidos a las religiones de los conquistadores compartían creencias similares, el animismo, consistente en suponer que todos los objetos poseen ánima, es decir, voluntad, deseos, aversiones, temores, etc.

Bien. Este animismo no desapareció del todo entre nosotros. “Se fue de mí el micro”; “se rompió el plato”; “me ganó la hora”; “el viento te quiere nomás luego resfriar”. ¿Qué tienen en común estos paraguayismos conocidos? Son resabios de nuestra cultura ancestral, porque es animista creer que carecemos de dominio sobre los espíritus de las cosas.

El micro “se fue de mí” (ohoooo che hegui), porque se le dio la gana. El plato no se rompe por mi torpeza o mi culpa, ni siquiera por efecto de la ley de la gravedad, sino que él se arroja al suelo por sí solo, porque así lo ha decidido. La hora me gana porque el tiempo no desea detenerse a esperarme; hace lo que se le antoja sin importarse de mis apremios.

En el caso de las cosas quebradizas, está en su naturaleza el deseo de hacerse añicos y nada les impedirá cumplir su determinación, en algún momento. No es tan curioso que, en este aspecto, nuestro animismo coincida con la teoría metafísica de las causas, de Aristóteles; concretamente, con la que él denomina “causa final”. La empleada doméstica sabe, al igual que Aristóteles, que la causa final de platos y vasos será romperse indefectiblemente, pues para eso han nacido y para eso existen; que ocurra en sus manos o en las de otro, es irrelevante.

De igual modo hay que entender eso de que “la espina te quiere nomás luego hincar”, que a ciertas plantas “no les gusta” mucho el agua y que otras “se hallan demasiado mucho” en la sombra. “El sebo’i siempre te busca en el barro”, mientras que “el gusano quiere caminarte de noche”. En fin, compartimos este mundo con infinitos seres con deseos, decisiones e iniciativas.

En este marco conceptual debe entenderse que, pese a los denodados esfuerzos que el Gobierno empeña en corregir el curso de las aguas del Pilcomayo, no consigue resultados. El río no quiere venir hacia este lado, prefiere ir hacia otro. ¿Y qué nos queda hacer contra su voluntad? Ahora los técnicos fijaron las coordenadas geográficas de una embocadura; todo estaba listo; todo bien anotado en el papel; los músculos en acción…, y entonces el ánima fluvial decidió desplazar su curso hacia el oeste; las obras se hicieron en un lugar por donde el río ya no tiene ganas de pasar.

Esto induce a cuestionamientos serios. Se me ocurre que los psicólogos deberían investigar si la tercera ley del movimiento de Newton funciona también en el ámbito de la mente humana. Esta ley afirma que a la acción de un cuerpo sobre otro le corresponde una reacción directamente proporcional. Así, para sostener algo en la mano, debo ejercer sobre él la misma presión que la que ejerce sobre mí.

Tal vez algo así funcione análogamente en el ámbito psicológico. Podría estar sucediendo, pongamos por caso, que a cada idea inteligente que se forma en una mente humana, inmediatamente se genere en otra mente, como reacción, una idea estúpida directamente proporcional y contraria. Ahora, por ejemplo, ya hemos hecho el canal por donde el agua ya no pasa; solo nos falta hacer el puente para poder cruzar ese canal. ¡Hagámoslo! Aunque el río no quiera. ¡A ver si nos ponemos todos caprichosos!

 

Fuente: ABC Color (Online)

www.abc.com.py

Sección: OPINIÓN

Domingo, 03 de Julio de 2016

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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