MENTES FÓSILES

  Por GUSTAVO LATERZA RIVAROLA

Tal vez por primitiva e irracional es que, pese al progreso cultural, la resistencia humana a lo diferente se mantenga tan obstinada. ¿Hay que admirarse, acaso, de que gauchos de arrabal, como el senador Carlos Núñez, hagan pública exhibición de machismo y homofobia en sesiones abiertas de su cámara legislativa? No es asombroso. Pero sí que gente ilustrada incurra en actitudes fanáticas y retrógradas.  

A medida que el mundo civilizado avanza en sus conquistas humanísticas, en este país simulamos acompañar este proceso llenando nuestros documentos y declaraciones de terminología “políticamente correcta”, levantando estandartes retóricos contra la segregación, la inequidad, la xenofobia, el sexismo, en pro de la igualdad, la libertad, la fraternidad, la inclusión y la equidad, atiborrando nuestra legislación de términos como sociedad plurinacional comunitaria, libre, independiente, soberana, democrática, multicultural, fraternal y multiétnica.

Pura cháchara. En la práctica cotidiana, en el patio del fondo de la política doméstica, allí donde nos paseamos en camisón y pijama, campean los prejuicios más primarios y cuadriculados. Ni mujeres ni homosexuales, ni indígenas ni inmigrantes, ni discapacitados ni ineducados se salvan de ser víctimas de segregación y hasta de crueldad; y no aludo a países islámicos sino a los nuestros, que presumen de acompañar el paso de la modernidad. Al parecer, la mentalidad que se requiere para no discriminar es demasiado compleja y evolucionada como para que cualquiera la alcance y posea así como así nomás.

Evo Morales está bastante lejos de ser un hombre de ideas, ciertamente, pero, puesto que alardea de socialista, se espera de él que exhiba un talante más… ¿cómo decir?, ¿avanzado? De sus muchos disparates memorables destaca aquél de que “el pollo que comemos está cargado de hormonas femeninas. Por eso, cuando los hombres comen esos pollos tienen desviaciones en su ser como hombres”. ¡Ah! Y sus tonadillas preferidas, como: “Este presidente de buen corazón, a todas las ministras les quita el calzón”. Que si no iguala, se aproxima mucho a aquello de “Nicanor es el miembro viril de la república”, proclamado por un gobernador encarnaceno, hace pocos años.

Viene a cuento recordar la anécdota de aquel presidente de seccional que declaró: “Le dije al presidente que si él quiere una mujer como candidata, nosotros, los hombres, vamos a vestirnos de mujer, porque para mí no hay mujer preparada para el cargo”. Poco después, el intelectualmente mejor calificado candidato presidencial que presentó su partido, en estas casi tres décadas democráticas, fue, precisamente, esa mujer a la que desdeñaba.

Recep Erdogan, con once años de primer ministro y actual presidente de Turquía, que no se trata de un figurón adiestrado para ganar elecciones, es también, sin embargo, capaz de expresarse de este modo: “No se puede poner a hombres y mujeres en situación de igualdad. Va contra la naturaleza. Son creados diferentes. Su naturaleza es diferente”. Estas no son más que opiniones mil veces expuestas y debatidas, se nos dirá, pero cuando se las convierte en ideas políticas rectoras; o, peor aún, si se las equipara a dogmas de fe y se las sacraliza cubriéndolas con el manto de “verdad revelada” de una religión tiránica, de meros criterios pasan a ser férreas cadenas.

Cualquiera puede imaginar el éxito que cosecharía el senador Carlos Núñez, por ejemplo, si en la asamblea de una república islámica profiriera los disparates que dice aquí, en las salas del Congreso, tales como “ley antihomo”, “los 108 no me quieren”, “soy muy macho”, etc. Hay que admitir, no obstante, que según la teoría de la legitimación democrática, si este señor llegó a senador con esta mentalidad, fue porque en nuestro padrón electoral hay una cantidad suficiente de ciudadanos que piensan como él.

Los legisladores que van a continuar impugnando el proyecto de ley “contra toda forma de discriminación” que el senador Filizzola todavía no consigue hacer pasar por los filtros del fundamentalismo vernáculo, deberían inspirarse en aquella ley canadiense de 1885, entonces conocida como “de franquicia”, que comenzaba definiendo así: “Persona es el individuo de sexo masculino, incluido el indio y excluida la persona de raza mongólica o china”. No nos dirán que está desactualizada; solo tienen que retocarla un poco.

Fuente: ABC Color (Online)