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GUSTAVO LATERZA RIVAROLA

  AMIGOS Y ENEMIGOS - Por GUSTAVO LATERZA RIVAROLA - Domingo, 24 de Agosto de 2014


AMIGOS Y ENEMIGOS - Por GUSTAVO LATERZA RIVAROLA - Domingo, 24 de Agosto de 2014

AMIGOS Y ENEMIGOS


 Por GUSTAVO LATERZA RIVAROLA

De vez en vez, Brasil y Argentina cumplimentan con nosotros gestos amistosos. Pocos años atrás, los brasileños devolvieron una parte importante de nuestro archivo nacional, secuestrado luego del desastre de Piribebuy del 12 de agosto de 1869. Recientemente, anunciaron la devolución de un trofeo singular: un cañón de gran calibre, apodado “cristiano”. Dicho sea de paso, resta la duda de por qué lo bautizaron con ese nombre, aquí en el Paraguay, donde nunca batallamos contra la Medialuna ni contra los moros. Asimismo, si al pacífico Jesús de Nazaret le hubiera agradado escuchar su nombre asociado a semejante ferretería.

Hace pocos días, la presidenta argentina llegó de visita con un camión cargado de muebles domésticos que la pareja López-Lynch adquirió en París y que quedaron retenidos en Entre Ríos por causa de la guerra (se exhiben hoy en el Archivo Nacional, aunque pertenecen al ajuar del Palacio de Gobierno, que era su destino). Tal vez entre ellos esté la pieza que a F.S. López no le agradó y que reclamó a Gregorio Benítez, secretario de la legación en París, en estos términos: “…en lugar de dirigirse a mi sillero, que Ud. conoce, ha hecho la compra en el pasaje de Voyage. Recurra, pues, a la rue Tronchet para mandar otra un poco mayor, del modelo del año 54”.

Otros muebles, vajilla, ornamentos, utensilios, armas, instrumentos, etc., integraron el botín de los vencedores. No hay que lamentarse de eso; es preciso aceptarlo como efecto natural de la confrontación, porque el saqueo estuvo siempre legitimado en la guerra; incluso legalizado. Elizabeth I nombraba caballeros a sus corsarios más exitosos, a los que robaban más gemas para su corona. Pero en muy pocos casos, si en alguno, el vencedor de la contienda se apropiaba también de las prendas íntimas, los retratos familiares y las cartas de amor del vencido. El vizconde de Río Branco lo hizo, al llevarse nuestros papeles. Es que había que derrotar al Paraguay no solo en lo militar y político sino también en lo espiritual.

Con ambos vecinos mantenemos inocultables conflictos seculares, persistentes; incluso, algunos, recientes. Los de las hidroeléctricas son asuntos considerados de interés económico, pero se erraría fieramente quien se detuviera en este renglón; su trasfondo es una trama de resentimientos emocionales, cicatrices mal cerradas, sensación de injusticia, entrecruzados bajo una salsa histórica biliosa.

Queda por determinar, por tanto, si nuestro país realmente le debe retribución fraterna al Brasil y a la Argentina. Lo que sabemos bien es que, en las avenidas que compartimos desde nuestros orígenes, casi nunca caminamos juntos. Para los paraguayos, la cercanía argentina siempre fue opresiva; la brasileña, fue siempre temible. Esta comenzó cuando el rey portugués Juan III, allá por 1555, advirtió al embajador español que la ciudad de Asunción era de Portugal. Después vinieron los bandeirantes, invasores paulistas, mamelucos esclavistas. El famoso Raposo Tavares, comandante de las más sanguinarias bandeiras que nos azotaron, entre 1627 y 1632, destruyó varios pueblos jesuitas, masacró sus habitantes y capturó unos 70.000 indígenas, para venderlos en el mercado esclavista de los ingenios de azúcar.

Pero así como los corsarios engrandecieron la corona inglesa, las correrías bandeirantes expandieron tanto la frontera portuguesa que casi pusieron al Brasil sobre la ribera izquierda del Paraguay-Paraná. Hoy, la carretera más extensa del Estado de San Pablo se denomina Antonio Raposo Tavares, con 664 kilómetros que se dirigen… ¿en cuál dirección? Pues, hacia nosotros, señalando la misma ruta del traficante esclavista, a quien los textos brasileños le llaman explorador.

En noviembre de 1966, el canciller Macedo Soares, de visita en Asunción para estrechar lazos entre Kubitschek y Stroessner, suscribió algunos acuerdos de cooperación; “al terminar el acto de la firma de los citados documentos, sorpresivamente, como si sacara del bolsillo un obsequio inesperado, devolvió a nuestro gobierno el Acta de 1844 mediante en cual el Brasil reconoció nuestra independencia”, relata un testigo presencial (Édgar L. Ynsfrán). ¡Habían robado su propio compromiso! Por si decidían cambiar de idea y no honrarlo más, seguramente.

No está bien usar la Historia para revitalizar resentimientos añejos; aunque hay que mantener la memoria fresca, recordar lo vivido, aprender de lo padecido; y jamás, en ningún caso, incurrir en ingenuidad, el peor error que es posible cometer en política y en diplomacia.

Fuente: ABC Color (Online)

www.abc.com.py

Sección: OPINIÓN

Domingo, 24 de Agosto de 2014

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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