Portal Guaraní - LA FE DE LOS AGONIZANTES - Por GUSTAVO LATERZA RIVAROLA

La agonía de Hugo Chávez deja al descubierto muchos peñascos que estaban ocultos cuando la marea alta. Entre otros, muy llamativo, el súbito ataque de fe del presidente uruguayo “Pepe” Mujica, otrora combatiente marxista –ateo, por consiguiente– en aquella bella época en que los socialistas de izquierda eran inflexiblemente coherentes con los principios del Materialismo Histórico.

Conmovido con la situación de su amigo político, el “Pepe” sufragó una misa, confesando que “Me estoy poniendo viejo y no sé si me estoy arrimando a Dios, o no”. Debe estar sucediéndole algo parecido a aquella anécdota que –como tantas otras– se atribuye a Voltaire, quien, viendo pasar al Altísimo en procesión, se descubrió, ante lo cual su acompañante se admiró, preguntándole: “Os habéis reconciliado con Dios”; respondiendo aquel: “No. Nos saludamos, pero no nos hablamos”.

La vejez es un proceso que suele culminar en dos extremos de decadencia: la decrepitud y la senilidad. Si se reserva la primera denominación para lo físico, la segunda ha de ser para lo síquico. El crepúsculo de la vida, signado por la proximidad de la muerte, hace declinar casi todas las facultades humanas, mengua las potencias físicas y síquicas hasta dejarnos hechos figuras desdibujadas y opacas, tornándonos tristes fantasmas ante quienes nos conocieron en la etapa vivaz de la existencia. No sucede entre los que siempre mantuvieron constante su compromiso religioso; pero entre quienes sostuvieron el escepticismo racional, su reingreso a la atmósfera de la devoción y la fe es fulgurantemente ridículo, como el de los ancianos que lucen atuendos deportivos y adoptan poses juveniles.

Que los inveterados prostibularios y la gente de avería, los sinvergüenzas y malandrines, los varones y mujeres trajinados curtidores de deleites sensuales, que todos estos a la vejez se tornen grandes penitentes, rezadores y comulgantes, dadivosos en limosnas o fervorosos miembros de cofradías y hermandades de santos y Vírgenes, es cosa común y sabida de todos. La decrepitud también mengua sentidos y hormonas, y la ausencia de placeres, junto con la culpabilidad por los ya gozados, son cargas que en la vejez se estiban más eficientemente con la ayuda de las prácticas piadosas.

Pero si bien esto podría estar ocurriéndole a Mujica, no debería suponerse lo mismo de Evo Morales y de Rafael Correa, gente en plena vitalidad. “Ojalá nuestras oraciones, nuestros ritos, puedan ser efectivos para salvar la vida del hermano presidente Chávez”, manifestó el primero de ellos, informando que los indígenas bolivianos se hallan gestionando con sus dioses protectores la sanación del compañero de ruta. “Gobernar ya no es una carrera de velocidad sino de resistencia”, agregó Evo, hablando de Chávez, pero pensando en sí mismo.

A Rafael Correa alguno de sus adversarios le acusa, entre otras cosas, de propiciar una “normativa laicista para descristianizar Ecuador”, lo que planea lograr, se dice, mediante la imposición de credos indígenas. De ser cierto, Correa vendría a constituirse en un ecléctico y extravagante espécimen, amasijo de indigenismo panteísta, marxismo tradicional, bolivarianismo del “Siglo XXI” y economista con muchas ganas de continuar ganando la carrera de resistencia en su país.

Mas, si la reimplantación de las antiguas creencias incas que persiguen Evo y Correa es una pretensión verídica y un propósito real, entonces al morir Hugo Chávez también deberán ser enterrados junto a él sus mujeres, sus armas y atuendos de combate, sus joyas y vestidos, sus objetos preferidos, con algo de comida y bebida. Y habrán de acompañarle, previo sacrificio ritual, sus escuderos, secretarios y palafreneros más fieles (de hecho, Nicolás Maduro tendría que ser degollado e inhumado a su costado derecho), porque todos ellos gozan del honor y poseen la misión irrenunciable de continuar sirviendo al Inca en el Más Allá.

Por suerte la ortodoxia pasó de moda entre los marxistas latinoamericanos y entre cristianos de todo tipo. Por suerte triunfa el eclecticismo “sodium less” y las conveniencias del pragmatismo doctrinario, de tal manera que, boyando cómodamente sobre ellos, podemos agregar a cualquier proyecto de poder político una dosis de materialismo científico y otra de religiosidad, una de racionalismo y otra de misticismo, una de marxismo y otra de cristianismo, y así allegar las papeletas de la gran mayoría al mismo sombrero electoral.

A Hugo Chávez este experimento le resultó bastante bien. Habrán tomado buena nota quienes aspiran a sucederle.

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