Una de las vidas más apasionantes de la poesía popular paraguaya es la de EMILIANO R. FERNÁNDEZ. La letra mayúscula puntuada entre su nombre y el apellido paterno para rendirle un homenaje a su madre Bernarda Rivarola-constituye un rasgo de originalidad y, al mismo tiempo, de atrevimiento. Ese gesto retrata buena parte de lo que fue la existencia de uno de los poetas más significativos de la historia de la literatura de nuestro país.
En el mundo de la oralidad donde no quedan rastros escritos del itinerario de una persona-, resulta difícil establecer una cronología precisa de los pasos del que eligió el destino de ser andariego. Por encima de cualquier rasgo peculiar que le pudiera caracterizar con trazos bien definidos, era un hombre libre, sin ataduras. Su pasión más verdadera fue el camino.
Esa voluntad de recorrer la geografía de su patria era inherente a su condición de creador. Atado a un lugar, su inspiración se hubiera asfixiado. No tenía, por lo tanto, otra salida más que responder a ese instinto de no detenerse nunca. Ni siquiera el acecho de la muerte -en la guerra contra Bolivia y luego de recibir una herida de bala que, finalmente produjo su deceso el 15 de setiembre de 1949 en Asunción-, lo retuvo. Era fatalista “el destino irremediable oñecumpli cherehe- dice en ADIÓS CHE PARAJEKUE, pero aun así no rehuía de lo que sus andanzas podrían depararle. Coraje era lo que le sobraba.
Sus musas eran viajeras como él. Lo aguardaban en los quebrachales de la taninera Carlos Casado, en los cañadones chaqueños donde la metralla buscaba víctimas para saciar su sed de sangre, en las bifurcaciones de las carreteras, en las casas de los amigos que le abrían sus puertas, en los aromas que le iba dictando la naturaleza al verlo transitar, en los ojos de las mujeres de su trayecto y en la memoria colectiva de la que era portador.
Un Emiliano sentado en una oficina, inmerso en la rutina diaria de un hogar con una sola mujer e hijos a los que acompañara a la escuela, puntual, disciplinado y sosegado es inimaginable. De haber estado ceñido al código de lo que la sociedad ve como normal, sin transgresiones, la literatura nacional no hubiera contado con una voz que expresara a un pueblo de un modo tan vigorosamente testimonial y encendido.
Venido al "valle de lágrimas" el 8 de agosto de 1894, continúa la polémica sobre su lugar de nacimiento. Yvy Sunú (Guarambaré) y, en los últimos años, Concepción disputan ese eslabón inicial de su historia personal. A falta de un documento categórico, con argumentos que se inclinan a uno y otro lado, el peso de la balanza parece inclinarse hacia los más cercanos a la capital.
La intención de este libro no es contar la vida de Emiliano. Ya otros lo han hecho dentro de las limitaciones que supone partir de testimonios no siempre verificables. La intención de este volumen de "LAS VOCES DE LA MEMORIA" es relatar las historias de algunas de las letras -casi todas musicalizadas- incluidas en sus páginas. Hay que reconocer que la tarea no ha sido fácil sobre todo porque se tropieza con las mismas barreras que encuentra quien pretende hacer una biografía de R. Fernández. En la oralidad es imposible constatar la certeza de lo que los informantes mencionan. Por eso, son versiones que pueden tener aún otras expresiones.
Como se sabe, cada uno de los textos apareció antes en el Correo Semanal del diario Última Hora. Independientes unos de otros, hacía falta -en muchos casos- incluir antecedentes que ya habían sido consignados en otras publicaciones de la serie en el periódico. Al darle un cuerpo unitario ahora, puede que algunos datos o consideraciones estén repetidos. Ya se sabe, entonces, por qué.
El autor es consciente de que aún hace falta investigar mucho para esclarecer algunos aspectos de la vasta obra del mayor poeta popular del Paraguay. Lo que aquí se ofrece es apenas una gota en un río ancho y caudaloso que todavía necesita una minuciosa exploración. La publicación pretende abrir una puerta por donde otros puedan entrar a buscar un tesoro que aún tiene filones insospechados.
Emiliano es un patrimonio cultural. Su poesía sigue vigente porque expresa sentimientos universales. En lo fundamental, lo que nombra sus versos sigue retratando el alma de los paraguayos. Ya no hay guerras contra la Triple Alianza o Bolivia que pelear en el presente, pero es indudable que hay otras trincheras que la soberanía humillada necesita ocupar portando las armas propias de la paz. En el amor, el calvario de la ausencia permanece como una montaña sobre el corazón. La era de Internet no elimina la herida que abre un desengaño. En fin, su verbo está de pie, encendido por lo que todavía nos quema, interroga y desafía.
MARIO RUBÉN ÁLVAREZ
Casi primavera, 2008
ASUNCIÓN DEL PARAGUAY
UNA AÑORANZA INCONTENIBLE
SANTIAGO CORTESI -nacido en Isla Sakâ, Yegros, departamento de Caazapá el 7 de junio de 1913 y fallecido el 4 de junio de 1992 en Asunción-, es uno de los grandes arpistas paraguayos. Primo de los Larramendia -Agustín, Rubito; Generoso, Chirole; Luciano, Chulo-, su vida estuvo íntimamente ligada a esa fraterna y solidaria relación familiar.
** «De niños, vivíamos todos juntos en un korapy guasu. No había alambrada ni nada que nos distanciara. Eran dos familias Cortesi y la nuestra. Mi mamá era también Cortesi. Los primos crecimos juntos, más apegados a los de nuestra propia edad. Jugábamos y trabajábamos. Y también aprendíamos música. Creo que esa inclinación nos vino de la ascendencia italiana de la rama de mi madre», explica GENEROSO LARRAMENDIA, lúcida memoria de su entorno familiar y de un segmento relevante de la música paraguaya en la Argentina.
Rubito muy pronto supo que su vocación era la música. A los 16 años ya tenía un conjunto del que formaban parte sus hermanos más grandes y Santiago -que había aprendido a pulsar las cuerdas del arpa con un maestro que había venido de otro lugar- así como su hermano Guillermo, al que apodaban Pilé.
Cuando sonaron los tambores de la Guerra del Chaco, en 1932, Agustín y Santiago bajaron hasta Kangó -hoy General Artigas, en el departamento de Itapúa- para alistarse en el Ejército. Fueron remitidos al Acantonamiento Militar N° 1 que estaba en el barrio Sajonia, Asunción. Su calidad de músicos pronto los distinguió entre los futuros combatientes. Fueron seleccionados para integrar el elenco artístico dirigido por ROQUE CENTURIÓN MIRANDA, hombre de teatro respetado y admirado en la época.
Después de algunas actuaciones benéficas para la Cruz Roja, remontaron el río Paraguay, bajaron en Puerto Casado y se internaron en la espesura chaqueña.
Sus instrumentos -Rubito, guitarra y Santiago, arpa- fueron sus armas. Libraban acaso las batallas más difíciles y permanentes de la contienda bélica: mantener alta la moral de los soldados, incrementar su patriotismo y conservar viva la llama del coraje. Formaban parte de la orquesta del COMANCHACO dirigida por HERMINIO GIMÉNEZ.
Cuando las metrallas callaron, los primos volvieron a Asunción. Agustín cumplió la promesa que le había hecho a JULIÁN REJALA -también músico e integrante de la agrupación musical del frente- tomando parte de su conjunto. Santiago volvió a su tierra, sin dejar nunca las cuerdas de su arpa.
En la segunda mitad de 1930, con sus hermanos Generoso y Luciano, así como con los guitarristas FIDELINO CASTRO CHAMORRO y TEÓFILO NOGUERA -ex integrantes también del conjunto del Chaco-, Agustín emprendió el vuelo hacia sus sueños: llegar a Buenos Aires, actuar, grabar y, en fin, hacerse famoso.
En 1940 Santiago -convocado por sus primos- viajó por primera vez a Buenos Aires. Volvió poco después. Como Generoso y Luciano vinieron al Paraguay a hacer su servicio militar en la Marina, cuando salían de franco, iban a la casa de Santiago.
«Él se mudó de donde vivía al barrio Pinozâ. Construyó su casa allí. En ese tiempo compuso la música de ASUNCIÓN DEL PARAGUAY. Fue en el año 1942. EMILIANO R. FERNÁNDEZ le andaba buscando. Le habían dado su dirección antigua y, finalmente, lo encontró. “Atapia jave la che róga ou la Emiliano che rendápe. Hoooopaaaa, ndaikatu mo’âi rejapo la arúva ndéve (cuando estaba haciendo la pared de mi casa, Emiliano vino junto a mí. No vas a poder hacer lo que te estoy trayendo”), contaba Santiago que le dijo el poeta. “Aru ndéve peteî verso, pero tuju meme la nde po (te traigo un verso, pero tu mano está llena de barro)”, le dijo Emiliano. Era una casa de tipo campesino, para no pagar alquiler», relate don Generoso.
«Pronto le hizo la música. Los DEMETRIO -AGUILAR Y ORTIZ-, que eran parte de su conjunto entonces, la estrenaron», termina de contar Chirole Larramendia.
La letra tuvo otro itinerario. Otros itinerarios tal vez, en el tiempo y en el espacio.
Cuando EMILIANO R. FERNÁNDEZ quería partir del lugar donde estaba, no había razones que lo pudieran atajar. Ni siquiera el amor, que parece ser el argumento más convincente para frenar a cualquier ser humano. El camino -ya fuese de polvo o de agua- ejercía sobre él una fascinación a la que no se resistía.
El poeta trabajaba en los obrajes de Carlos Casado en el Chaco. Y una noche cualquiera, como un jaguarete voraz del monte con olor a quebracho, la nostalgia se abalanza sobre él. En ese techaga'u superlativo hay que buscar el origen de los versos de ASUNCIÓN DEL PARAGUAY.
«Un día Emiliano resuelve bajar a la capital. Y se viene con su hijo GUAHO POTY y su poema ASUNCIÓN DEL PARAGUAY, que era algo así como la llave para la conquista de Asunción», contaba el poeta DARÍO GÓMEZ SERRATO en un texto escrito para la publicación «EMILIANO REKOVE» que dirigía MARINO BARRIENTOS (1).
A pesar de que Darío afirma que ya trae desde el norte la poesía, su contenido permite sostener que lo escribió ya después de llegar a destino. O al menos cuando estaba muy cerca de él y sentía fragancias que le eran familiares desde antaño. La Asunción a la que canta es muy inmediata a él, no lejana.
«Lo aguardamos con FÉLIX F. TRUJILLO, HÉRIB CUENCA RIVEROS, JOSÉ V ROGNONI y otros amigos», relataba Gómez Serrato. La espera fue infinita, «desde las primeras horas hasta el amanecer». Lo que ocurrió -según él mismo cuenta- es que Emiliano ya quedó “varado” por las playas del barrio Varadero». Unos amigos lo bajaron del barco allí. Fiel a su tradición, olvidó que lo estaban esperando.
El investigador de los pasos del escritor, EUGENIO HERMOSA SELLITI ubica la creación de ASUNCIÓN DEL PARAGUAY antes de la primera movilización, tras la muerte del teniente Adolfo Rojas Silva en el Chaco en manos de tropas bolivianas. ELPIDIO ALCARAZ SEGOVIA, también profundo conocedor del itinerario vital de Emiliano, cree que tuvo que haber escrito por esa época.
El igualmente versado rastreador de sus huellas ÁNGEL ANTONIO GINI JARA recuerda que entrevistó al autor de la Música, el arpista y compositor SANTIAGO CORTESI. «El me dijo que Emiliano le entregó la letra ya después de la Guerra del Chaco, en 1936», asevera y luego precisa que Emiliano fechó su creación en agosto de 1928, de acuerdo a KA’A JARÝI, una publicación que recogía las obras del vate de múltiple voz. «El primero en grabarlo fue el conjunto de Santiago Cortesi en Buenos Aires con las voces del dúo ALONSO (RAÚL)-CHULO (LUCIANO) LARRAMENDIA», añade Gini Jara.
(1) Barrientos, Marino. Emiliano R. Fernández, a 100 años de su natalicio y 45 de su muerte. Asunción, 1994.
ASUNCIÓN DEL PARAGUAY Ndaikuaái ojehúva chéve, che ko’ênte sapy'a
che ygue ygue rei, imposible ndavy'ái
ama’ê y Paraguaýre, che resa anga ko ikâ
ajuségui rohecha Asunción del Paraguay.
Ymaitéma ku guyráicha aikove iñapytîmby
iñañáva tekove che pepo anga oikytî
noguahêiva cherendápe peteî ára tory
che pejuva'erâ po'ápe che reru rohechami.
Âgâ péina Ñandejára «iporâmante» he'i
ha peteî guyrami che rendápema ojokuái
che rupívo ipepo ári chereru rohechami
amano mboyve jaíre, Asunción del Paraguay.
Nendivéma che ko’êvo, che pytu arumi jevy
chepeju yvytu ambue noguâhêivami amoite
omymýi che korasô, oikovéma che ruguy
oje'omive chugui tukumbo rapykuere.
Aheja che rembiayhu jepevérô ambyasy
añandúva che jopy tekoasy chemonguerái
aheja avei che symíme tapere ha pore’ỹ
ajuségui rohechávo, Asunción del Paraguay.
Che rasy techaga’úgui iñypytû che rekove
ha amoite javorái guýpe nahi’âi chéve amano
ha aru che korasôme ojehýiva ku pere
ha kyvômante ikatúne yvotýpe aipohano.
Rehendúva apurahéirô, rehendúva che ñe’ê
rehundúva che pyambúrô, che rova nderehechái
kóina upévare aru mbykymi ajapova’ekue
purahéi ndéve guarâ Asunción del Paraguay.
Ahetûma ku jazmín ahetûma reseda
ahetûma ku cedrón che py’a rupi rupi
hyakuâvu Paraguaý ku yvága ja'eha
iporâ ndaijojahái Juan de Ayolas tapyîmi.