Alguna vez la fuerza de la nostalgia y el amor al terruño de Sixto Cano, colectivero en Buenos Aires, oriundo de Quyquyhó, dieron lugar al nacimiento de una de las más bellas canciones dedicadas a un pueblo del Paraguay. Aquel hombre sencillo, de repetidos ritos cotidianos en el volante, es un caso poco dado en la historia de la creación de la música paraguaya: fue el autor moral de una obra que, materialmente, pertenece a dos grandes del arte de nuestra patria: Antonio Ortiz Mayans y Francisco "Nenín" Alvarenga.
Al escuchar, una y otra vez, QUYQUYHÓ siempre me intrigó la inclusión, en la última estrofa, de ese enigmático nombre en la composición. Quería conocer por qué figuraba allí aquel "hijo ausente que en su nostalgia ojahe’o".
Sixto Cano supo en vida que gracias a él su valle se hacía inmortal en una canción. Lo que ya nunca sabrá es que de la curiosidad que despertó su extraño protagonismo en esos versos nacidos de la osadía que le proporcionó el techaga'u, se originarían los relatos que ahora forman parte de LAS VOCES DE LA MEMORIA, HISTORIAS DE CANCIONES POPULARES PARAGUAYAS, Tomo I.
A fuer de sincero, ése no era el único misterio que, como oyente de la música paraguaya, pretendía develar. Quería, por ejemplo, saber por qué el poeta, músico y compositor ovetense Manuel Romero Villasanti habla en REMITA MÍA del "bondadoso destino" que había puesto ante sus ojos una mujer llegada de General Aquino. Deseaba saber la identidad de quien una tarde se hizo dueña del mundo en una polca. O por qué el poeta guaireño Gregorio Narváez Arce, en VILLARICA CHE CIUDAD, dice "akóinte che rasy/ che mandu’a nderehe" con una añoranza imposible de superar.
En tren de indagación, me preguntaba también cómo José Asunción Flores y Manuel Ortiz Guerrero habían lanzado al infinito las alas de PANAMBI VERA. Asimismo, me intrigaba el alma del teniente Godoy que más que a los fusileros que iban a cumplir su sentencia de muerte enfrentó a su propio destino. En el compuesto GODOY FUSILAMIENTO, de Juan Manuel Caballero, más conocido como "CABALLERO'I", hay dos episodios que siguen conmoviéndome. Uno es cuando el poeta le dice, casi como un disparo de desafío: "VALÓRKENA EHECHAUKA" y el condenado le responde: "EIMÉKENA CHE YPYETÉPE/ TEREHECHA KARIA'Y". El otro es cuando, ratificando aquellas palabras, él mismo ordena "¡fuego!" a los tiradores. Sólo por el hecho de haber ingresado al denso entramado de los sucesos que tuvieron como protagonista a aquel oficial, ya me siento suficientemente gratificado por haber emprendido la aventura de curiosear en la memoria popular.
A fines de julio de 1998 el azar me tendió la mano. El director del diario última Hora -del que entonces era colaborador-, Demetrio Rojas, pidió que en el Correo Semanal de los sábados se incluyeran historias de canciones populares. La iniciativa recibió el apoyo entusiasta de Bernardo Garcete Saldívar -quien vive en Dinamarca y estaba de paso por Asunción-, autor de un libro sobre la vida de Luis Alberto del Paraná. Fue así cómo, desde esa época, en forma ininterrumpida, la música paraguaya ganó un espacio semanal en la sección bautizada como MEMORIA VIVA. El perentorio reclamo de cubrir un espacio cada semana contribuyó a que mi disciplina personal se fuera amoldando a esa exigencia. Así, cada ocho días, la oralidad descabalga para convertirse en palabra impresa. Al convertirse ahora en libro, tomando aquella idea, adquiere el título de LAS VOCES DE LA MEMORIA, HISTORIAS DE CANCIONES POPULARES PARAGUAYAS, TOMO I. Las palabras son ahora el río sonoro a través del que circulan los recuerdos que, de otro modo, se hubieran perdido irremediablemente.
Bucear en el universo de lo que casi exclusivamente guarda la memoria de los protagonistas tiene sus bemoles. Y sus trampas, que, a veces, son mortales. Los relatos de los autores vivos, de los ya desaparecidos que dejaron en boca de testigos calificados sus historias y los pocos impresos -libros, revistas, folletos-, fueron las fuentes que me permitieron aproximarme al nacimiento de polcas y guaranias. Los recogí andando al dorso de la vida, con los oídos alertas y con las preguntas siempre a punto de disparar.
Debido a que los recuerdos de los autores o de los testigos sufrieron la interferencia del tiempo o a que el pasado fue "acomodado" al presente de manera intencional, es imposible afirmar que lo que se cuenta aquí sea siempre la verdad. Es sí posible sostener que hay una total fidelidad y respeto a la manera en que se narraron los hechos, sin intervenir para nada en ellos.
Si este escribiente dijera que redactó solo estos textos que hoy adquieren la forma más perdurable de un libro, cometería un imperdonable pecado de soberbia. Los que aman la música paraguaya, en diversos momentos, proporcionaron a este autor datos completos o valiosas pistas que posibilitaron hallazgos felices. O lo estrellaron contra un muro de decepción. Sea como fuese, silenciosamente, son coautores de estas páginas. En numerosas ocasiones, tras una publicación, los lectores contribuyeron a precisar detalles, a corregir errores y a enriquecer los textos.
Una huella diminuta, una hoja suelta en el camino, un e-mail solidario, una visita o una llamada telefónica fueron, en no pocas ocasiones, vehículos valiosos para escribir la historia de una composición musical. En estos contactos personales fue posible constatar que a numerosas personas les mueve el afán de desentrañar los secretos de las creaciones y los creadores de la música paraguaya. Y que preguntas y respuestas eran compartidas por un segmento más vasto de lo que uno, escribiendo en soledad, puede imaginar.
Como la historia de una obra va estrechamente unida a la de su(s) creado(es), con frecuencia, el canal es propicio para hablar de la vida de los autores, ubicados en el tiempo y en el espacio. Sin llegara biografiar -porque lo principal es la composición que se aborda, hay referencias capitales que permiten ubicar en un contexto a los músicos y letristas. La tarea, por ello, es también didáctica, mirando la necesidad de que los jóvenes encuentren las raíces que les permitan incorporar a su identidad elementos esenciales de su cultura.
Estas pequeñas historias son como piezas del gran rompecabezas de la música paraguaya. Al unirlas se va construyendo una parte de esa realidad que continúa vigente en el alma de nuestro pueblo. Aquellos que digan que las canciones remiten a un Paraguay cada vez más distante y menos real, se equivocan: lo que mencionan forman parte del imaginario colectivo y de los sentimientos que, aunque en otros escenarios, siguen siendo componentes fundamentales de nuestro paraguayo reko.
Elegir las casi cincuenta historias -entre las casi 250 que llevo escritas-, no fue fácil. Finalmente prevalecieron la condición de clásicos de los temas y mis afectos. Los siguientes tomos permitirán poner todos los archivos editados en letras de molde.
Este libro que miró el alba con los ojos de las preguntas es hoy -con las respuestas encontradas-, un patrimonio de nuestra cultura popular. El olvido está derrotado porque ya no podrá convertir en cenizas lo que la memoria volcó en palabras escritas.
Buenos Aires. Un día cualquiera de un tiempo cualquiera. Década del 50' quizás. Del 60' tal vez. Pudo haber sido antes también. El tráfico afiebraba la urbe ya nerviosa de la mañana. Cumpliendo con su rutina, Sixto Cano, natural de Quyquyhó, -Departamento de Paraguarí-, artificial de esa ciudad inmensa, conducía un colectivo. De pronto, en una de las paradas bonaerenses, subió un hombre de mediana edad, pulcro, de saco y corbata, con un portafolios en la mano. Le pasó el dinero del pasaje al chofer como quien cumplía un rito diario.
-Ehejánte maestro. Ndéko nderepagái (No maestro. Ud. no paga)-, fue la respuesta que el gesto del recién subido recibió.
-E’a, nde piko chekuaa (Ud. me conoce?)-, atinó a preguntarle el intelectual asunceno al que la intolerancia política había desterrado.
-Mba’égui piko ndoroikuaa mo’âi. Nde hína el famoso poeta Antonio Ortiz Mayans (Cómo no lo voy a conocer. Ud. es famoso)-.
El escritor ya no dudó: ese compatriota lo ubicaba por lo visto. Apenas quedó libre un lugar, se sentó. Desfilaban los semáforos. Cabalgaban los edificios. Pronto llegó a destino.
-Aguejytama che ra’y. Muchas gracias. Acá está mi tarjeta y mi dirección. Andá un día a visitarme (Voy a bajar, mi hijo)-.
-Cómo no maestro; iré un feriado a verlo-.
El domingo no terminaba de levantarse aún. Eran como las diez de la mañana. Sixto Cano, chofer de colectivo, con su asado, su mandioca y sus dos botellas de vino tinto, tocó el timbre en la dirección del autor de uno de los más completos diccionarios bilingües, cuya primera edición data de 1951, en Buenos Aires. El maestro Ortiz Mayans le abrió la puerta. Recordó en el acto al conductor (fue le había conocido y reconocido.
-Eike katu. Esta es mi casa y tu casa también (Pase, por favor)-, le dijo.
La casa del poeta era limpia, ordenada. Su familia vivía con él. La pobreza no habitaba allí. El había llevado su "avío" porque reconstruyó en su cabeza el estereotipo del artista viviendo en una buhardilla, solo, con sus libros, desamparado, casi muerto de hambre. Sus ojos constataron que allí, sin lujos, había un buen pasar. Medio avergonzado, bajó en una esquina lo que trajo.
-Tañongatúna ndéve la nde bulto (Permítame guardarle su bulto)-, se ofreció el anfitrión.
-Kóa ko aru ndéve hína (Esto le traje)-, se liberó al fin. Mientras la parrilla, sin apuros, vestía su traje candente de fuego y chisporroteos, con la carne que empezaba a llenar con su aroma todo el recinto, los dos exiliados -económico uno, político el otro-, dieron rienda suelta al techaga’u que les carcomía. Recordaron lo que la memoria, con la distancia, no había podido convertir en cenizas.
Después de haber comido y bebido, con los recuerdos a flor de labios todavía, ya en la mitad de la tarde, Sixto se calló de pronto. Y como a los dos minutos reaccionó.
-Ajeruresemíngo ndéve peteî favor, maestro (Quiero pedirle un favor, maestro)-.
-Cómo no, mi hijo; ikatútama guive, no hay problema (Si puedo, cómo no)-.
-Chéngo maestro Quyquyhogua ha ndorojopyvaimo’âirô niko aipota rescrivimi chéve peteî poesía la che puéblope guarâ. Techaga’u ko che jukátama (Soy de Quyquyhó. Si no le voy a poner en aprietos, me gustaría que Ud. me escribiese una letra para mi pueblo. La nostalgia me está por matar)-.
-E’a. Ni un náko nda’iro mo’âi chéve. Ñandyry katu hese (Cómo no. No va a ser difícil. Pongamos manos a la obra)
-. Antonio Ortiz Mayans le pidió algunos datos de su pueblo, ya provisto de lápiz y papel. Le solicitó algunas señas de identidad de su valle añorado. Desde la memoria, renacieron allí Loma Chica, Ciudad Nueva, los arroyos Tupâsy Paso y Escuelero, las infaltables serenatas.
A la media hora, el poema estuvo listo. En castellano y en guarani, como él quería. Sixto Cano, feliz de la vida, escuchó los versos. Las lágrimas le quemaron la cara y el espíritu. Gozoso, tomó la copia, se despidió y se fue.
Cuando iba a cruzar la primera calle, para volver a su casa, releyendo su precioso texto, se dio cuenta de dos detalles: él no figuraba por ningún lado y no sabía quién le iba a poner música a tan espléndida obra. Regresó. Tocó otra vez el timbre. Le expresó al maestro sus inquietudes. El las solucionó de un tiro: le agregó una estrofa, incluyendo en ella el nombre del que hizo el pedido y le escribió una esquela nada menos que a FRANCISCO ALVARENGA rogándole que le pusiera una melodía a sus versos. Así nació la polca QUYQUYHÓ.
La versión cantada es una y la que incluye el Gran Diccionario Castellano- Guarani, Guarani-Castellano (1) del poeta es otra (Las dos acompañan este texto). Aquélla tiene nueve estrofas compuestas cada una por cuatro versos. La otra, en cambio, hecha bajo la supervisión del autor, tiene diez. Las grabaciones omiten el fragmento donde se menciona el barrio Chacarita, de Quyquyhó, obviamente. Otro detalle es que la última estrofa ya no menciona explícitamente a Sixto Cano.
(1) ORTIZ MAYANS, ANTONIO. Gran Diccionario Castellano-Guarani,
Guarani-Castellano. Eudepa, Asunción, 1990.
Fuente: Diosnel Ortiz, periodista y locutor. El Dr. Carlos Federico Abente
corroboró la existencia de Sixto Cano, ya que lo atendió hasta su muerte.
QUYQUYHÓ
De ti muy lejos siempre te añoro
y te recuerdo che Quyquyhó
porque en tu seno desde pequeño
la alegría no me faltó.
Con los amigos de ese pueblito
inolvidable heta aguata
por los caminos tan pintorescos
donde dichoso yma avy’a.
Hoy, pueblo mío, mucho te busco
ha ndaikatúvai che resarái.
en todas partes creo encontrarte
ha mamovénte ndorotopái.
Cuánto yo busco, cuánto te añoro
hoy que estoy solo ha mombyry
tu Loma Chica, tu Ciudad Nueva
barrios de encanto y de tory
Busco tu arroyo Tupâsy Paso
hesakâitéva osyry jave
tu Cerro Alto ichorromíva
opurahéiva pe amo yvate.
También recuerdo del Escuelero
que por el campo osyry mbegue
ese arroyito que costeando
va acariciando rojos tape.
Tus serenatas dulces y tristes
ante la reina del mborayhu
hoy que estoy lejos de todo aquello
como un extraño ahechaga’u.
Y tus mujeres buenas y bellas
y siempre frescas cual amambái
tan hacendosas y tan humildes
péicha iporâva ko ndahetái.
Este homenaje que Sixto Cano
dedica al pueblo de Quyquyhó
es el saludo del hijo ausente
que en su nostalgia ojahe’o.
Letra: ANTONIO ORTIZ MAYANS
Música: FRANCISCO ALVARENGA